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Biografía Benito Mussolini (página 2)



Partes: 1, 2

Una
amistad
trágica

La relación que mantuvieron durante varios
años Benito Mussolini y Adolf Hitler
quizás no encuadre en el concepto
tradicional de amistad. La elevada posición que ambos
ocuparon en sus respectivos países con una imagen de
mito a nivel
popular, impide hablar de una relación normal de amistad
entre dos hombres. Sin embargo, existió entre ambos una
estrecha conexión que supera largamente el típico
trato diplomático entre dos jefes de Estado.

Analizando los hechos históricos parece evidente
que se trató de una vinculación en sentido
único. Hitler con su
devoción casi enfermiza hacia Mussolini quedó en
vuelto en un espiral de desastres militares que a lo largo le
costaron la guerra.
Mussolini, por su parte, nunca se cansó de denigrar y
despreciar a Hitler, a pesar de todo lo que éste hizo por
él. Si existiera un monumento a la amistad nadie lo
merecía más que Hitler en su relación con
Mussolini.

La admiración de Hitler por Mussolini ya era de
índole fanática en los años veinte cuando
por todos los medios intento
acercarse al Duce. Pero éste se mostró inflexible
durante muchos años e incluso llegó a negarle un
autógrafo. Recién en 1934 el Duce se dignó a
recibir a Hitler, quien por entonces ya era jefe de Estado. El
primer encuentro entre ambos tuvo lugar en Venecia y los
contrastes se hicieron evidentes desde el momento en que el
canciller alemán bajo del avión. Un Hitler con
impermeable y de aspecto burgués fue recibido por un
Mussolini que vestía su mejor uniforme. La
personalidad arrolladora del Duce conmovió a Hitler
mucho más de cuanto éste pudiera
suponer.

En su viaje de regreso a Alemania,
Hitler repetía en estado de trance que Mussolini era para
él el hombre
más importante que había nacido en los
últimos mil años. Mussolini, por su parte, se
refería a Hitler en su círculo íntimo de un
modo despectivo y a menudo lo tildaba de homosexual.

La admiración de Hitler por Mussolini lo
cegó por completo y alcanzo niveles enfermizos durante la
guerra. Aún sabiendo que Mussolini hacia un doble juego tratando
de establecer alianzas con los aliados, lo siguió apoyando
a pesar del consejo de sus generales y ministros en el sentido de
deshacerse de Italia. Cuando en
1943 los alemanes ocuparon Italia descubrieron un arsenal
increíble de armas que
jamás fueron usadas y depósitos llenos de
combustible escondidos a nivel subterráneo. Durante tres
años, Mussolini recibió de Alemania todo tipo de
recursos
(carbón, nafta, gasoil y
otros productos
primordiales) sin utilizar gran partes de ellos. Cuando los
alemanes descubrieron esta dura realidad, tras la caída
del Duce, en vez de fusilarlo lo rescataron en un operativo
espectacular. Goering, Goebbels y otros altos exponentes de la
Alemania nazi quedaron indignados con la actitud de un
hombre que
supo explotar la debilidad de Hitler por su persona.

Mientras los aviones de la Luftwaffe caían en el
Canal de la Mancha por falta de combustible, cientos de trenes
cargados habían salido de Alemania para satisfacer las
pretensiones de Mussolini. Pero a pesar de las abrumadoras
evidencias,
Hitler hizo caso omiso al consejo de sus hombres y siguió
protegiendo a su amigo hasta el final. Cuando en 1937 Mussolini
pronuncio un celebre discurso en
alemán ante un millón de personas en Munich dijo
que cuando se tiene un amigo había que marchar con
él hasta el final. Sin embargo, fue Hitler quién se
mantuvo leal a su amigo hasta el final. Tras el rescate de Campo
Imperatore, Hitler le creó a Mussolini una
República fantoche en el norte de Italia para tratar de
resucitar al antiguo Duce. A pesar de todos los daños,
mentiras y traiciones que le provocó, Hitler de
desvivió para que Mussolini se sintiera cómodo en
un mundo de ilusiones.

Una República fantasma bajo la tutela alemana,
una sede ficticia de gobierno en
Gragnano custodiada por hombres de la SS y un Duce que era la
sombra de aquél gran estadista que alguna vez había
sido, conformaron una obra de teatro que Hitler
montó para sí mismo.

Casi sin darse cuenta transformo a Mussolini en una
marioneta que le reportó muy poca utilidad a
Alemania durante los dos últimos años de guerra. La
presencia de Mussolini en el norte de Italia seguía
despertando adhesiones entre su gente y esto resultó de
cierta utilidad para los alemanes invasores. Pero
desafortunadamente para Hitler, el Duce siguió buscando la
forma de traicionar a su aliado firmando la rendición por
separado con los ingleses. Sus devaluadas acciones no le
permitieron ganarse el interés de
los ingleses quienes finalmente decidieron negociar con los
alemanes. En un último acto de ingratitud hacia Hitler,
poco antes de morir, Mussolini repetía ante quien quisiera
oírlo, que el Eje había perdido la guerra por culpa
de ese homosexual de Hitler que no lo había escuchado y
con su gran cinismo acuso a los alemanes de haberlo
traicionado.

La
doctrina del fascismo

En los años 20 aparecen en Europa, como
reacción contra la marea ascendente de los socialistas,
una serie de movimientos ideológicos que con los medios de
la revolución de izquierdas hacen una
revolución de derechas. El contenido doctrinal pasa a
segundo plano, se das más importancia a los hechos;
así Hitler se resiste, al principio, a presentar un
programa y
Mussolini exclama:

"Nuestra doctrina es el hecho". Aunque el proceso afecta
a varios países europeos sus realizaciones
modélicas se materializan en Italia y Alemania. Algunas
notas pueden resaltarse en unos movimientos que arguyen el
valor adjetivo
de las ideas frente al sustantivo de los hechos:

  1. Omnipotencia del Estado: Los individuos
    están totalmente subordinados al Estado; será
    la fórmula. El
    Estado totalitario no tolera la separación ni el
    contrapeso de los poderes, que es cambio
    el símbolo de los Estados democráticos. En el
    campo político se suprime toda oposición a la
    que se la considera sólo como una
    perturbación para el buen gobierno; en el campo
    intelectual el Estado monopoliza la verdad y la propaganda, al tiempo
    que se rechaza cualquier crítica. "Todo en el Estado, nada
    fuera del Estado", sentencia Mussolini.

    Esta desigualdad esencial de seres humanos ofrece
    reflejos diversos. En primer lugar una
    desvalorización de la
    mujer. Las mujeres, dirán los ideólogos
    nazis, deben estar en su lugar, su objeto debe ser las tres
    k (Kinder, Küche, Kirche: niños, cocina, iglesia). Argumentando que las mujeres son
    incapaces de usar las armas se convierten
    automáticamente en ciudadanos de segunda clase y
    se procura evitar la mano de obra femenina; el papel de las
    mujeres centra en el hogar, donde vive subordinada al
    marido.

    Más dramáticas fueron las
    conclusiones racistas que se dedujeron de la desigualdad de
    los hombres. Mussolini habla de la superioridad de los
    gobernantes y de la grandeza del pueblo italiano, llamado a
    regir y dominar a otros pueblos. Hitler desarrolla en
    Mein Kampf su doctrina de la superioridad de la raza
    aria. La igualdad democrática se basaba en la
    tradición judeocristiana, que considera a todos los
    hombres hijos de Dios. Para el fascismo, que rompe con esta
    tradición, la desigualdad no sólo es un
    hecho, sino un ideal.

    La dicotomía superiores-inferiores ha sido
    bien resumida por Eienstein: "En el código fascista, los hombres son
    superiores a las mujeres, los soldados a los civiles, los
    miembros del partido a los que no lo son, la propia
    nación a las demás, los
    fuertes a los débiles, y (lo que quizás es
    más importante para el punto de vista fascista), los
    vencedores en la guerra a los vencidos.

  2. Protagonismo de las "elites": Una
    minoría debe gobernar. Se parte de la desigualdad de
    los hombres, en contraposición al liberalismo decimonónico, basada en la
    igualdad,
    y en consecuencia se rechaza la democracia
    porque concede los mismos derechos a
    todos. Las elecciones se consideran un espectáculo
    inútil, una "falacia democrática"; Mussolini
    niega que el número pueda dirigir las sociedades
    humanas, y Hitler afirma que "es más fácil ver
    un camello pasar por el ojo de una aguja que descubrir un
    gran hombre por medio de la elección".
  3. Exaltación del jefe
    carismático:
    Llevando a sus últimas
    consecuencias, el postulado de la desigualdad de los hombres,
    una nación fuerte necesita encontrar al
    hombre excepcional, al superhombre, según la doctrina
    de Nietzsche;
    cuando la Providencia lo pone al frente de un pueblo debe
    prestársele obediencia ciega y seguirle sin titubeos.
    Max Fritsch presenta en una obra de teatro importante en la
    dramaturgia de nuestra época, La muralla china,
    al emperador como "el que nunca se equívoca", "el que
    siempre tiene la razón"; retrata así
    irónicamente la concepción del jefe
    carismático, inspirado. En escenografías
    grandiosas Mussolini invoca los estilos de la antigua
    Roma
    imperial; es el hombre histórico, indiscutido. Hitler
    utiliza los mitos del
    romanticismo
    alemán y organiza grandes concentraciones de
    escenografía wagneriana, en las que el centro de todas
    las atenciones y decisiones es el
    Führer.
  4. El imperialismo: A veces se ha definido el
    fascismo como un nacionalismo de vencidos, engendrado por la
    humillación de la derrota. Expresan sus mitos la
    desorientación de los antiguos combatientes. En
    Francia
    los ex combatientes se oponían a medidas
    democráticas, pero su actitud fue menos desafiante que
    la de los alemanes; los vencidos adoptan posturas de
    revancha, que la nueva idea canaliza. Del nacionalismo se
    pasa con facilidad al imperialismo, una gran nación
    encuentra su verdadero horizonte en la formación de un
    imperio, y en relación con él se defiende al
    principio del espacio vital. Un pueblo superior tiene derecho
    a disponer de espacio para realizarse y a conquistarlo; esta
    necesidad se coloca por encima del derecho
    internacional.
  5. Desconfianza en la razón: La
    tradición racionalista es uno de los más
    decisivos legados de
    Grecia a
    Occidente; el fascismo rechaza esta tradición y adopta
    posturas antirracionalistas, desconfiando de la razón
    y exaltando los elementos irracionales de la conducta,
    los sentimientos intensos, el fanatismo. En esta línea
    irracionalista se desenvuelven los dogmas, las ideas
    indiscutibles, como la superioridad de la raza o del jefe. En
    contraposición, la democracia estima que ningún
    tema debe dejar de discutido. El tabú, lo que debe
    aceptarse sin discusión, lo que no puede ser sometido
    a análisis, es rasgo particular de los
    regímenes totalitarios.

Las raíces del fascismo
italiano

Otto Bauer ha señalado tres procesos
sociales, relacionados entre sí, que confluyen en la
génesis del fascismo: la Guerra Mundial,
la crisis
económica, y la perdida de beneficios de la gran industria.

  1. La guerra de clases, es decir, separa de su
    grupo
    social, a grandes masas de combatientes. Estos, incapaces de
    reincorporarse a los modos de vida burgueses,
    nostálgicos de heroísmo, forman milicias. En
    Italia se organizan en muchos pueblos tropas de choque,
    orgullosas de sus condecoraciones y heridas, con
    hábitos de dar y recibir órdenes, de llevar
    uniformes y organizar desfiles. Su ideología es militarista, exigen la
    disciplina
    de las masas a los jefes. Psicológicamente la guerra
    crea hábitos definidores del fascismo. Pero lo he
    señalado antes como un nacionalismo de vencidos, e
    Italia se encuentra en 1918 en el bando de los vencedores. La
    antinomia es sólo aparente. Se ha hablado,
    certeramente, de una paz perdida. Italia a sufrido mucho en
    la guerra y considera que ha perdido la paz porque no obtiene
    satisfacción a sus reivindicaciones
    territoriales.
  2. La situación económica es
    complicada. La guerra deja un aparato industrial superior a
    las necesidades normales, y de esta forma la
    superproducción coexiste con la escasez.
    Ha de buscarse culpables de esta coyuntura
    paradójica; la agresividad empieza a considerarse
    una virtud.

  3. La crisis económica es otra condición
    indispensable, hasta el punto de que Angelo Tasca afirma que
    sin crisis económica no hay fascismo. Las
    destrucciones de la guerra sumen en la miseria a masa de
    pequeños burgueses y campesinos, que abandonan
    desengañadas a los partidos parlamentarios; las
    devaluaciones de la moneda arruinan a los pequeños
    propietarios. Con las subidas de los precios se
    producen en cadena reivindicaciones salariales. A los
    pequeños burgueses les indigna que el proletariado,
    arrancando constantes subidas de salarios,
    afronte mejor la crisis, y odia a los obreros
    insumisos.
  4. La perdida de los beneficios de los grandes
    industriales es considerada por Otto Bauer como una tercera
    raíz. Ebenstein considera que el desarrollo
    industrial es una condición esencial para el
    crecimiento del fascismo; en primer lugar porque pone a
    disposición de la nueva ideología un aparato
    indispensable para su propaganda y actividad –radio,
    transportes-, y en segundo porque su apelación
    constante a la guerra no puede sino basarse en la
    posesión de considerables recursos
    industriales.

En la posguerra los beneficios, muy altos, que algunos
empresarios han conseguido disminuyen rápidamente. Para
evitarlo es preciso romper la resistencia
obrera por medio de milicias; se comienza apoyándolas
financieramente y se termina cederles el poder.

En el campo se producen enfrentamientos de colonos y
terratenientes, éstos recurren a los grupos de combate
llamados fascios. La clase capitalista había
descubierto la forma de romper el ataque impetuoso ataque de la
clase obrera. El dinero con
que contó el fascismo le trajo un infraproletariado de
parados, que así recibían, un uniforme y una
soldada. Al final, lo mismo en Italia que en Alemania,
había que destruir el fascismo y ceder al empuje obrero, o
entregarle el poder. Los capitalistas se inclinaron por la
segunda alternativa.

La marcha sobre Roma

Al terminar la Guerra Mundial Italia se encuentra en una
situación económica crítica. Cierran las
fábricas de armas, suben los precios, el Estado se halla
endeudado con Estados Unidos e
Inglaterra, por
empréstitos. Paro, hambre,
huelgas, delinean la coyuntura difícil. Tropas de obreros
efectúan expediciones a tiendas de comestibles. En las
elecciones de 1919 consiguen mayoría los socialistas.
Durante la crisis aguda de 1920 los obreros de Lombardía y
Piamonte ocupan las fábricas declarando que son capaces de
dirigir ellos mismos las industrias.

Mussolini es el clásico hijo del pueblo, de
familia
humilde, educado por los salesianos, maestro y periodista. Su
cultura
tenía todas las lagunas del autodidacta, pero
poseía instinto para arrastrar a las masas y una oratoria
avasalladora. Su carrera política se inicia
como redactor-jefe de un periódico
socialista, pero choca con el partido cuando defiende la entrada
en la guerra contra Austria y Hungría. Al perder su puesto
de trabajo y su
carnet funda otro periódico, 11 Popolo
d’Italia.
El primer programa de los fascios
(1919) es todavía democrático, pacifista,
internacionalista; defiende las libertades de prensa y
asociación y la participación de los obreros en los
beneficios de las empresas. El
espíritu versátil de Mussolini convierte en poco
tiempo el programa de 1919 en la defensa de todo lo
contrario.

El escuadrismo fue el sistema utilizado
para ir debilitando progresivamente la autoridad del
Estado y para asediar y destruir los baluartes rojos. Ciegos para
el peligro, los liberales, como el jefe del gobierno, Giolitti, y
su ministro de Educación, el
historiador Benedetto Croce, les permitieron que tomaran
sucesivamente gobiernos locales, proceso que alcanza su punto
culminante en julio de 1922. 11 Popolo d’Jtalla del
15 de julio dice: "El fascismo italiano está
empeñado actualmente en una serie de batallas decisivas
que implican depuraciones locales…".

Durante los meses de septiembre y octubre los fascistas
pasan revista a sus
fuerzas; un directorio se encarga de las cuestiones políticas;
varios dirigentes, de los problemas
militares. En los primeros días de octubre la presión
sobre el gobierno se hace más fuerte; Mussolini anuncia la
"Marcha sobre Roma". Los acontecimientos se precipitaron. Miles
de camisas negras se reúnen en Nápoles; unos
días después ocupan los edificios públicos
de la Italia central y los centros de comunicaciones
del Norte. El gobierno quiso proclamar el estado de
excepción el 28 de octubre, pero el rey se negó a
firmar el decreto, para evitar derramamiento de sangre. Dimite el
gabinete y el rey pide a Mussolini que forme gobierno, el 30 de
octubre.

El fascismo en el
poder

Carente de un autentico programa de gobierno, sin otro
bagaje que su ansia de poder, Mussolini va a demostrar una
astucia extraordinaria para hacer evolucionar el sistema
parlamentario italiano hacia un modelo de
dictadura
personal. La
práctica constitucional exigía el voto favorable de
la Cámara, pero constituyendo los fascistas una
minoría de una treintena de diputados, resultaba
imprescindible el apoyo de la derecha. En conjunto se pueden
distinguir dos fases en el proceso de sustitución de las
estructuras
democráticas; hasta enero de 1925 se cubre una etapa de
dictadura solapada, desde esta fecha, de dictadura
abierta.

El primer paso es la consecución de la ley de plenos
poderes, a la que solamente se oponen socialistas y comunistas.
Dotado de atribuciones que ningún jefe de gobierno
anterior había tenido, mientras se recrudecen las
violencias de las bandas fascistas Mussolini se consagra a la
creación de órganos paralelos a los del Estado,
como el Gran Consejo del Fascismo, que puede tomar decisiones
políticas y reduce al gobierno a un simple papel
administrativo; de manera similar la Milicia para la seguridad del
Estado suplanta a la Guardia Real —disuelta en enero de
1923—, y los comisarios políticos ("prefectos
volantes"), reclutados entre los "ras", restan toda autoridad a
los prefectos provinciales. En un año Mussolini dispone de
un Estado fascista paralelo. Aunque populares y liberales se
apartan recelosos y sus periódicos comienzan a criticar a
Mussolini, votan muchos de sus diputados la nueva ley electoral
—ley Acerbo—, que prevé una sobre
representación de la lista más votada (los 2/3 de
asientos de la Cámara). Se trata de un suicidio
parlamentario, solamente explicable por la capacidad de
convicción del líder
fascista, que ofrece a algunos partidos presentarse con una lista
conjunta.

En las elecciones de 1924 los fascistas obtienen cinco
de los siete millones de votos, pero la resistencia antifascista
aumenta por las irregularidades del proceso electoral.

Al abrirse las sesiones del Parlamento el diputado
socialista Matteotti hizo una crítica demoledora del
fascismo y de la gestión
gubernamental de Mussolini. El eco fue grande en toda Italia; el
discurso de Matteotti desató las lenguas. Unos días
después el valeroso secretario del partido socialista es
raptado y asesinado. La prensa publica artículos
indignados contra el fascismo criminal.

Una parte de los diputados no fascistas, que colaboraban
con Mussolini, como Orlando y Albertini, se apartan de él.
En ese momento Mussolini lo tenía todo contra él;
la Iglesia y el partido populista de Dom Sturzo, los liberales,
los socialistas, la corte, la diplomacia, los universitarios.
Benedetto Croce niega al fascismo cualquier valor político
o histórico y lo califica de "doloroso incidente".
lntelectuales y profesores firman un manifiesto antifascista.
Pero Mussolini se queda y sus fieles se dirigen a las provincias
para dirigir una campaña de violencia que
le afirme en poder.

La oposición abandona el Parlamento; fue un
error, no volvería a ocupar sus escaños. Mussolini
declara que oposición es inútil. Durante varios
meses de 1924 y 19 parece que el rey va a dar el paso de
enfrentarse al di dor; los empresarios se muestran recelosos del
giro de los acontecimientos; un grupo, dirigido por el senador
Ett Conti, intenta persuadir al rey para que despida al dictador;
pero el monarca teme el regreso a la anarquía anterior,
sólo para poder contemplar después otro tipo
anarquía.

Los partidos
políticos desaparecen de la vida pública
comenzando por los populistas y socialistas; la prensa
aherrojada, los libros
subversivos quemados en hogueras públicas, por plazas y
aldeas se maltrata o asesina a los enemigos del régimen.
Muchos abandonan Italia, llega a haber 300.000 exiliados
italianos, que publican periódico en su idioma.

Al mismo tiempo, Mussolini, dando muestras de
extraordinarias dotes políticas, prescinde de los extremis
de su partido. Cuando plantea un posible programa de vuelta a la
normalidad, los "escuadristas" amenazan con un golpe de Estado y
precipitan un estallido de violencia durante el año 1925.
Es su final; Mussolini otorga poder excepcionales a los prefectos
de las provincias y se de sembaraza de los que no le obedecen
dentro del moví. miento. Es ya la figura clave. Uno de sus
aciertos estriba en oponer ramas hostiles y disidentes del
fascio; contra los escuadristas, sector exaltado y
demagógico, se lanzan los sindicalistas, que
soñaban con apoyarse en masas obreras, sector que tampoco
agrada a Mussolini. Del choque de ambos sale robustecido el
sector que encabezan Mussolini y Farinacci.

Con toda la autoridad del Estado y del partido en un
solo hombre, el Duce, se declara la ilegalidad de los
restantes partidos políticos y la obligatoriedad de su
programa para todos los funcionarios del Estado. La educación se
somete a un control riguroso.
Se organizan numerosas manifestaciones para demostrar la
adhesión de las masas al Duce, en torno al cual se
suscita un culto desmedido; se le canta como estadista genial,
como la encarnación heroica de la nación. Su
palacio de la plaza Venecia se convierte en su cuartel general;
de su despacho salen nombramientos, ceses, condenas; algunos
funcionarios se suicidan al ser convocados.

En referéndum y elecciones se refleja una
paulatina y creciente docilidad política del pueblo
italiano. En 1929, en una consulta al pueblo se recogen 8,5
millones de sí es y 136.000 no es; en 1934 diez millones
de respuestas afirmativas y sólo 15.000 negativas. En las
elecciones hay una sola lista que el elector tiene que aceptar o
rechazar.

La gestión de gobierno

Frente al liberalismo, que propugna el libre juego de
las fuerzas del mercado, como
había postulado Adam Smith, y
frente al socialismo, que
supone la absorción de la vida económica por el
Estado, el fascismo se presenta como una te

rcera vía, en la que se apoya a la empresa
privada pero con una intervención estatal.

El corporativismo se inspira en los gremios o
corporaciones medievales, en los que, se afirmaba, se
habían armonizado los intereses de patronos y
trabajadores. De la misma manera el Estado corporativo
suprimiría la lucha de clases, constituyendo al Estado en
árbitro de las disputas dentro de unas instituciones
comunes. El intervencionismo estatal fue una construcción jurídica de Alfredo
Rocco, con las leyes laborales
de los años 1926 y 1927, disposiciones que se resumen en
la Carta del Lavoro (1927), que organiza las profesiones
en corporaciones verticales de patronos y obreros. El Estado se
reserva la última disposición

Los planes de aumento de la producción se bautizan con
denominación bélica. La "batalla del trigo" se
inició en 1925; su objetivo era
el autoabastecimiento para frenar la pérdida de divisas que
provocaba la importación. Se consiguió con el
cultivo de tierras marginales y convenciendo a los campesinos
para que abandonaran otros cultivos. Una activa propaganda, en la
que se presentaba a Mussolini con el torso desnudo, trabajando
como agricultor, movilizó a millones de italianos en
una empresa
cuyo resultado feliz se identificaba con el prestigio de la
nación.

Pero la batalla del trigo fue antieconómica.
Parte de lo que se ahorró en compra de cereales
extranjeros se perdió por el descenso en las ventas de
otros productos, se abandonaron cultivos de huerta lucrativos, y
en el Sur se antepuso el cereal a los pastos y a la ganadería,
cuyos fertilizantes hubieran enriquecido el suelo. La
agricultura
intensiva, más idónea para una población en aumento rápido,
provocado por la "batalla de los nacimientos’, fue
olvidada.

La "batalla de la lira" consistió en establecer
una cotización excesivamente alta para la moneda italiana,
estableciendo una ecuación entre moneda fuerte y prestigio
internacional, pero tal cotización redujo la competitividad
de los productos italianos en el mercado exterior y produjo la
quiebra de las
pequeñas empresas.

Con gran publicidad se
acometió la desecación de pantanos y marismas, la
irrigación y la repoblación forestal. El ejemplo
más famoso es la desecación de los pantanos
pontinos, cerca de Roma; tras la recuperación de la tierra se
trajeron colonos del Noreste, y se construyeron ciudades como
Latina y Sabaudia. Obsesionado por hacer de esta tarea un
escaparate de propaganda para los visitantes extranjeros, el
régimen se olvidó de las zonas más alejadas
de Roma.

Según un estudio de Mario Bandini, de los 2,6
millones de hectáreas en las que se inició alguna
tarea de recuperación sólo la décima parte
mostró un aumento significativo en la producción y
en el número de personas que la tierra
podía sostener. En un clima de falta de
libertad
muchos intelectuales
tuvieron que abandonar Italia.

 

Javier Castro Suarez

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