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Los estudios sobre ciencia, tecnología y sociedad. Una panorámica general




Enviado por Antonio Diéguez



Partes: 1, 2

    1. La tecnociencia como
      fenómeno social y los orígenes de los estudios
      STS
    2. Ciencia y
      género
    3. La
      respuesta anti-relativista. Las Guerras de la
      Ciencia
    4. Referencias
      bibliográficas

    Usando cualquier definición razonable de
    científico, podemos decir que del 80 al 90 por cien de
    todos los científicos que han existido alguna vez
    están todavía vivos. Alternativamente, todo
    científico joven que empiece ahora su carrera y al final
    de la misma, en el lapso normal de una vida, mire hacia
    atrás, encontrará que del 80 al 90 por cien de
    todo el trabajo
    científico logrado hasta entonces habrá tenido
    lugar delante de sus propios ojos, y que sólo el 10 o 20
    por ciento restante será anterior a su
    experiencia.

    Solla Price, Little Science, Big
    Science
    .

    1. La tecnociencia
    como fenómeno social y los orígenes de los estudios
    STS

    Es para todos evidente que la ciencia ha
    experimentado en su funcionamiento profundas transformaciones en
    el último siglo. Transformaciones que la han convertido en
    una fuerza social,
    económica y política de primera
    magnitud. Ya no es concebible, como se nos ha mostrado en el
    capítulo anterior, el investigador aislado que realiza
    grandes descubrimientos en un laboratorio
    casero; o el científico que puede despreocuparse de los
    recursos para su
    trabajo y de
    los posibles beneficios económicos producidos por el
    mismo; o la desaparición en algunas ramas de la ciencia de la
    investigación realizada por encargo para la
    industria y el
    ejército.

    Uno de los primeros autores en señalar el impacto
    que estos cambios han tenido en el modo de practicar la investigación científica así
    como en la imagen
    pública de la ciencia fue el historiador de la ciencia
    Derek J. de Solla Price. Su obra Little Science, Big
    Science
    , publicada en 1963, ha ejercido una enorme
    influencia. Las tesis de Price
    han sido posteriormente desarrolladas y actualizadas por el
    sociólogo John Ziman en su libro
    Prometheus Bound. Ambas obras intentan mostrar cómo
    muchas de las características que se suelen atribuir hoy a
    la ciencia –tales como la mercantilización de los
    conocimientos, la búsqueda de rentabilidad
    inmediata en las aplicaciones, la inmersión en el debate
    público y en la cultura de
    masas, la interdisciplinariedad y la interconexión,
    la desaparición de los límites
    entre la investigación pura y la aplicada, el secretismo,
    o la proliferación de la ciencia patológica y la
    ciencia basura
    son en buena medida consecuencias de una reestructuración
    general producida por un incremento acelerado del número
    de investigadores y de la producción científico-técnica
    acompañado de una limitación sustancial de los
    recursos necesarios para desarrollar la
    investigación.

    Price puso el énfasis en la aparición de
    un tipo de ciencia (la megaciencia o ‘Big
    Science
    ’) basada en una tecnología compleja,
    grandes equipos de investigación y fuertes inversiones
    públicas o privadas. En una línea semejante,
    autores como Bruno Latour y Gilbert Hottois, han señalado
    como el rasgo más característico de la nueva
    situación la desaparición de las viejas fronteras
    entre ciencia y
    tecnología. En lugar de hablar de ciencia y
    tecnología por separado prefieren, por ello, hablar de
    tecnociencia.

    El concepto de
    tecnociencia ha sido empleado desde que fue propuesto con
    demasiada profusión, lo cual ha provocado cierta vaguedad
    en su contenido. Para mayor claridad nos atendremos a la
    definición que da Javier Echeverría. Éste
    define la tecnociencia como la investigación que exige
    grandes recursos tecnológicos y económicos, que
    presenta una interdependencia entre la ciencia y la
    tecnología, que no se limita a explicar y predecir, sino
    que interviene en el mundo y que frecuentemente viene
    acompañada de financiación privada. Como ejemplos
    cita, entre otros, el Proyecto
    Manhattan, la invención del ENIAC, la física de
    partículas, la meteorología, la ingeniería
    genética y el proyecto genoma. (Cf. Echeverría
    2001).

    Keith Pavitt ha argumentado, de forma plausible en mi
    opinión, que en realidad, la posibilidad de distinguir a
    efectos prácticos entre ciencia y tecnología
    depende del ámbito de investigación en el que nos
    movamos, siendo los vínculos especialmente fuertes en la
    biología
    molecular, la bioquímica
    y la física del estado
    sólido. Al menos en este tipo de sectores el supuesto de
    que la ciencia y la tecnología están
    indisolublemente unidas puede ser correcto (cf. Pavitt 1997).
    Coincido con Pavitt en que, aunque buena parte de la
    investigación actual es tecnocientífica, las
    fronteras entre ciencia y tecnología no deben ser borradas
    por completo en los análisis sobre la ciencia
    contemporánea, ya que se mantienen en bastantes
    ámbitos.

    En buena medida, los estudios sociales sobre la ciencia
    deben su florecimiento actual en el mundo académico a las
    inquietudes que ha despertado en amplios sectores de la población este crecimiento exponencial de
    la investigación científica unida a un desarrollo
    tecnológico que se percibe en muchas ocasiones como
    descontrolado y peligroso. Como suele decirse, la ciencia se ha
    convertido en algo demasiado importante como para dejarla solo en
    manos de los científicos. La sociedad
    –y en principio de forma especial los gobiernos de los
    países más desarrollados– ha comenzado a
    demandar un conocimiento
    más profundo de esa fuerza social que hoy, para bien y
    para mal, afecta a la vida cotidiana de millones de
    personas.

    El papel decisivo que jugó la ciencia durante la
    Segunda Guerra Mundial y,
    en particular, la aplicación de técnicas
    científicas en el exterminio de los judíos,
    el uso de científicos como consejeros militares y la
    construcción de la primera bomba
    atómica, fue un primer estímulo para la
    reflexión sobre las consecuencias sociales de la ciencia y
    sobre la necesidad de un control
    ético de la investigación. A partir de ese momento,
    la ciencia dejó de ser para los filósofos solo un problema
    epistemológico y se convirtió también en un
    problema axiológico y, desde luego, en un asunto de
    interés
    social. Sobre todo esto el sociólogo Robert K. Merton
    escribía en 1952:

    Sucesos recientes han llamado la atención hacia las implicaciones sociales
    de la ciencia, no sólo de los científicos, sino
    de un público más amplio. La explosión de
    Hiroshima y otras explosiones atómicas experimentales
    han tenido la incidental consecuencia de despertar la
    aletargada preocupación pública por la ciencia.
    Muchas personas que simplemente daban por supuesta la ciencia,
    excepto para asombrarse ocasionalmente por sus maravillas, se
    han alarmado y espantado por esas demostraciones de
    destructividad humana. La ciencia se ha convertido en un
    "problema social", como la guerra, la
    perenne declinación de la familia o
    la aparición periódica de depresiones
    económicas.

    Ahora bien, […] cuando algo es ampliamente definido
    como un problema social en la moderna sociedad occidental, se
    convierte en un objeto apropiado de estudio, particularmente en
    la sociología norteamericana, y se
    desarrollan nuevas ramas especiales en respuesta a nuevos
    conjuntos de
    problemas.
    (Merton 1952/1977, pp. 297-298).

    El filósofo e historiador de la ciencia Thomas S.
    Kuhn participó en la Segunda Guerra
    Mundial y vivió de cerca estos problemas en su
    formación académica. Su mentor en la Universidad de
    Harvard, el rector James B. Conant, fue uno de los directivos de
    la Office of Scientific Research and Development, creada
    en 1941 por el presidente Roosevelt, en previsión de la
    Guerra
    Fría, con el fin de movilizar recursos y personal
    científico para la defensa de la nación;
    y Kuhn perteneció también a esta
    institución. Conant, que se mostró a favor de la
    construcción y el uso de la bomba atómica,
    siguió siendo en los años siguientes consejero del
    gobierno
    norteamericano en asuntos relacionados con la energía
    nuclear y el uso de armas
    atómicas (cf. Pardo 2001).

    Aunque Kuhn no trató nunca explícitamente
    estos asuntos, su obra de 1962 La estructura de
    las revoluciones científicas
    –dedicada por
    cierto a Conant– supuso la primera asunción clara de
    que los factores sociales eran imprescindibles para entender
    tanto el poder
    adquirido por la ciencia como el progreso en los conocimientos
    científicos. De ahí su enorme e inmediata
    influencia en la sociología de la ciencia. Kuhn desmontaba
    en ella la visión neopositivista de la ciencia como
    acumulación de enunciados empíricamente verificados
    y asimilaba las revoluciones científicas con las
    revoluciones políticas.
    Afirmaba que durante una revolución
    científica no hay norma superior al asentimiento de la
    propia comunidad
    científica implicada capaz de servir de criterio para
    juzgar la racionalidad del cambio
    teórico producido. Este cambio era descrito como una
    experiencia de conversión donde lo que importaban no eran
    las pruebas ni la
    percepción de errores. El conocimiento
    científico era mostrado no como el producto de un
    método
    orientado al logro de la verdad objetiva, sino como el producto
    de un grupo social
    especialmente entrenado para resolver problemas concretos y, por
    tanto, como algo abierto a un estudio
    sociológico.

    Kuhn no fue un sociólogo de la ciencia y, pese a
    las interpretaciones que los sociólogos han dado a su
    obra, no admitió nunca que la ciencia pudiera reducirse a
    causas sociales externas. Su preocupación como historiador
    estuvo más bien en el análisis del contexto
    intelectual de la ciencia, muy en la línea de los trabajos
    de Alexandre Koyré. Sin embargo, sus reflexiones como
    filósofo desbordaron este marco y señalaron un
    camino que, como veremos, otros estaban dispuestos a recorrer en
    su integridad.

    Si bien en 1967 la Science Studies Unit de la
    Universidad de Edimburgo ya impartía docencia sobre
    temas que podrían encuadrarse claramente dentro de este
    ámbito, los primeros programas
    académicos STS (Science, Technology and Society o
    también Science and Technology Studies) se
    implantaron en 1969 en la Universidad de Pensilvania y en la
    Universidad de Cornell. Poco después siguieron la
    Universidad Carnegie-Mellon y la Universidad de Stanford. Todas
    ellas en los Estados
    Unidos.

    Estos programas significaron la
    institucionalización académica del cambio que se
    estaba operando en la imagen pública de la ciencia y de la
    preocupación por las consecuencias negativas del progreso
    científico y técnico. Es, en efecto, algo
    más que una casualidad que estos primeros programas
    coincidieran en su implantación con los años
    –mediados de los 60 y principios de los
    70– en que comienzan a extenderse por los Estados Unidos y
    por algunos países europeos diversos movimientos
    políticos y sociales de marcado carácter antimilitarista,
    medioambientalista o ecologista y multiculturalista. Estos
    movimientos eran muy críticos con la función
    política que estaba asumiendo la ciencia y con el modo en
    que se educaba a los científicos; un modo que les
    incapacitaba para asumir sus responsabilidades ante la sociedad.
    (cf. Edge 1995 y González et al. 1996)

    Desde el primer momento, los estudios STS se
    configuraron como un campo multidisciplinar con el objetivo
    primario de proporcionar una "alfabetización en ciencia y
    tecnología" a los que carecieran de ella, así como
    de poner al alcance de los científicos una visión
    humanista de su trabajo y de los efectos del mismo. En ocasiones,
    sobre todo en Norteamérica, adoptaron las formas de un
    auténtico movimiento
    social. Perseguían fundamentalmente preparar al
    público para participar en las decisiones que se han de
    tomar en la sociedad actual y que exigen ciertos conocimientos de
    lo que es la ciencia y de cómo funciona. Pero intentaban
    también contrarrestar la imagen que de la ciencia y la
    tecnología difundieron el positivismo,
    el neopositivismo y el racionalismo
    extremo.

    Una característica común repetida desde
    entonces en los programas STS es su compromiso con un enfoque
    alternativo y opuesto en muchos aspectos a la visión
    tradicional de la ciencia que la concibe como conocimiento
    verdadero y obtenido mediante un método que justifica sus
    pretensiones de verdad, objetividad y racionalidad. Por el
    contrario, estos programas han solido poner el énfasis en
    la ciencia entendida como actividad, así como en
    los supuestos sociales y axiológicos de la
    investigación científica.

    Las distintas disciplinas que han confluido en este
    campo multidisciplinar tienen una historia anterior, en
    algunos casos muy larga. Ninguna de ellas se puede reducir, por
    tanto, a la orientación que dentro de cada una más
    haya contribuido a los estudios STS, si bien alguna, como la
    Filosofía de la Tecnología ha recibido de estos
    estudios un impulso importantísimo. Fundamentalmente se
    trata de los siguientes temas u orientaciones dentro de las
    siguientes disciplinas:

    Sociología de la ciencia: La Nueva
    Sociología de la Ciencia (Programa
    Fuerte, etnometodología de la ciencia, constructivismo social).

    Filosofía de la tecnología:
    Filosofía social de la tecnología, impactos del
    desarrollo tecnológico, tecnología y valores,
    determinismo tecnológico.

    Filosofía de la ciencia: Estudio sobre
    valores epistémicos y no epistémicos,
    filosofía de la actividad científica, ciencia y
    género, ciencia y cultura, epistemología naturalizada, realismo
    científico, ciencia y postmodernismo, límites de
    la ciencia.

    Historia social de la ciencia y de la
    tecnología
    : Historia externa, estudios de
    casos sobre la construcción social de la
    ciencia.

    Bioética y ética
    medioambiental
    : Problemas éticos planteados por el
    desarrollo de las biotecnologías, la responsabilidad del hombre ante
    la naturaleza y
    ante las generaciones futuras.

    Ciencias políticas y económicas:
    Política científica y tecnológica,
    evaluación de tecnologías,
    transferencias de tecnología, control público y
    gestión de la ciencia y la
    tecnología, desarrollo científico y desarrollo
    económico, tecnología y democracia,
    tecnología y trabajo.

    Como puede apreciarse por esta enumeración, que
    no pretende ser exhaustiva, los intereses actuales de los
    estudios STS son muy amplios y van más allá del
    propósito inicial de contribuir a la alfabetización
    científica de ciertos sectores de población. Por
    otra parte, esta confluencia de disciplinas no es siempre
    armoniosa. Algunas orientaciones se manifiestan como
    incompatibles con otras. Así, desde la Nueva
    Sociología de la Ciencia se ha declarado en ocasiones
    inútil cualquier enfoque filosófico o incluso
    cognitivo de la ciencia.

    A modo de síntesis,
    el filósofo Philip Kitcher (Kitcher 1998, p. 33) ha
    centrado en cuatro los objetivos
    actuales de los estudios históricos, filosóficos y
    sociológicos sobre la ciencia:

    (1) Analizar cómo ha surgido la
    comprensión científica
    contemporánea.

    (2) Realizar una clarificación conceptual y
    metodológica, especialmente en áreas donde se
    producen disputas teóricas.

    (3) Incrementar nuestra conciencia
    de las presiones sociales que afectan a ciertos tipos de
    investigación científica.

    (4) Investigar el impacto de los descubrimientos
    científicos sobre los individuos y la sociedad, con el
    fin de proporcionar bases más racionales a la
    política científica.

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