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La reforma luterana y la guerra de los campesinos en Alemania




Enviado por Patrick E. Pedulla



Partes: 1, 2

    1. Resumen
    2. La situación de Alemania
      a inicios del siglo XVI
    3. La Reforma
      Luterana
    4. La guerra
      de los campesinos
    5. Bibliografía

    Resumen:

    Analizamos el contexto de la reforma luterana en la
    Alemania del
    siglo XVI. También el impacto de las ideas de
    Martín Lutero en el movimiento
    revolucionario anabaptista y otros milenarismos. Finalmente,
    describimos la evolución de la Guerra de
    Campesinos y la posición tomada por Lucero.

    I
    – La situación de Alemania a inicios del siglo
    XVI:

    Aproximadamente en la segunda mitad del siglo XV
    comenzó un nuevo ciclo de crecimiento
    económico en toda Europa, el cual
    había caído abruptamente como consecuencia de la
    crisis del
    siglo XIV. Este crecimiento se manifestó principalmente en
    una expansión demográfica, de la agricultura y
    de la producción manufacturera, el aumento del
    comercio y la
    suba de los precios– en
    especial los de artículos de primera necesidad (alimentos) y en
    menor medida las manufacturas.

    Esta tendencia secular, a principios de
    siglo era menos notoria que hacia sus postrimerías, pero
    igualmente repercutía sobre las condiciones de vida de la
    población (Kriedte; 1994). Más
    aún si tenemos en cuenta que los salarios se
    mantuvieron bastante estables, lo que indica una fuerte
    caída del salario
    real.

    Durante la baja Edad media, y
    como consecuencia de la disminución de la población
    provocada por las pestes, había comenzado un proceso de
    expansión agrícola por medio de la
    ampliación de las superficies cultivadas, así como
    de la intensificación del cultivo, limitando la economía cerealera en
    función
    de el crecimiento de la actividad ganadera, y la
    diversificación de cultivos intensivos (viñas,
    frutales, etc). Como consecuencia del aumento demográfico
    la tendencia se invirtió con respecto a los campos de
    pastoreo. Esta tendencia, si bien general a toda Europa
    occidental, se manifestó fuertemente en Alemania. La
    actividad ganadera pasó a un plano más que
    secundario, intensificándose especialmente los
    viñedos. Pero la economía se volvió
    fundamentalmente cerealera, aunque de modo extensivo, obteniendo
    un aumento de la productividad
    poco significativo, salvo algunos enclaves de cultivo intensivo.
    El lazo feudal siguió siendo la forma de extracción
    de excedente de los señores, aunque en Renania se dieron
    también contratos de
    arrendamiento (Kriedte, pgs. 39-40). Al este del Elba la
    tendencia fue a la refeudalización y a una economía
    cada vez más dependiente de Occidente.

    La producción manufacturera alemana alcanzaba
    niveles considerables en el sur del país,
    poniéndose a la par de centros tan importantes como el
    norte de Italia y los
    Países Bajos. Por ejemplo, en Augsburgo era importante la
    industria
    textil de paños gruesos (fustán) y telas de lino,
    así como la inversión de capital en
    minería.
    Nuremberg se especializaba en la producción artesanal del
    metal, así como de sus derivados que abastecían de
    artículos de lujo a los sectores acomodados:
    platería, joyería, armería, tornería, orfebrería, tallados,
    medallistas, imprenta, etc.
    La industria mecánica de alta calidad,
    así como artículos metálicos de uso diario
    (ollas, marmitas, hebillas) le concedieron un prestigio
    universal. Ambas ciudades destacaban en su actividad minera-
    extracción de cobre y
    carbón- tanto por el volumen de las
    inversiones
    como por la moderna organización de las empresas y el
    volumen de concentración de fuerza de
    trabajo
    (Kriedte, pgs.55-57; Engels, 33-34).

    A pesar de tener una idiosincracia común,
    compartir una lengua,
    así como usos y costumbres, Alemania era un país
    sin unidad política. Si bien
    conformaba un imperio, el poder real no
    estaba en manos del emperador- que era primus inter pares
    sino en el poder territorial de los príncipes y en el
    poder de las ciudades. Los príncipes defendían la
    autonomía de sus principados contra una centralización imperial, pero intentaban
    absorber o conquistar bajo su dominio todo
    territorio, ciudad o baronía que estuviera a su alcance,
    convirtiéndose en absolutistas hacia el interior de sus
    posesiones. Como lo expresa Febvre:

    Se va, pues, hacia una Alemania principesca. Se va
    únicamente. No teniendo a su cabeza a un jefe soberano
    verdaderamente digno de este nombre, Alemania parece tender a
    organizarse bajo ocho o diez jefes regionales en otros tantos
    estados sólidos, bien administrados, sometidos a una
    voluntad única. Pero esta organización no existe
    todavía. Por encima de los príncipes está
    todavía el Emperador. No son soberanos más que bajo
    su soberanía (Febvre, 97-98).

    El Imperio era entonces una federación de
    poderes: el emperador, los príncipes, los poderes
    estamentales y las ciudades. A pesar de que estos poderes estaban
    en tensión y conflicto
    permanente de intereses, se necesitaban mutuamente, porque se
    percibían integrantes de un todo, más allá
    de sus intereses particulares. Los Estados alemanes eran
    autónomos y semisoberanos, operaban tanto
    independientemente del imperio como en arreglo con éste,
    en unión, y a veces en oposición con otros (Van
    Düllmen, 160-161). El poder principesco era, pues,
    compartido con los estamentos privilegiados, cuyos derechos no eran otorgados
    por el emperador o el
    príncipe sino que eran autógenos, es decir,
    venían del pasado feudal. Pero si bien las asambleas de
    los Estados estaban conformadas por la alta y baja nobleza, las
    corporaciones de los clérigos y los consejos de las
    ciudades, no todos poseían poder político en la
    misma medida, incluso podían no tener ningún poder
    (los campesinos no siempre eran partícipes, a
    través de sus representantes). El príncipe
    gobernaba con consenso estamental, por eso no se puede hablar de
    soberanía absoluta (Van Düllmen, 150).

    Las ciudades alemanas, que a inicios del siglo XVI se
    hallaban en pleno esplendor, estaban situadas en medio de los
    dominios de los príncipes, estaban en conflicto constante
    con el poder territorial. Celosas defensoras de su
    autonomía y libertades, no podían constituir
    federaciones firmes, tanto por dificultades de tipo
    geográfico- distancias largas, caminos inadecuados- como
    de tipo político –competencia y
    desconfianza entre sí, acecho de los príncipes
    hacia afuera de sus murallas. Eran oasis, enclaves urbanos
    aislados unos de otros por grandes extensiones de campo. Su
    poderío económico contrastaba con su debilidad
    política. Una próspera burguesía que
    sufría el despojo del emperador, los príncipes, el
    clero y la nobleza, que comenzaba a contraponer sus propios
    valores
    premodernos a los del mundo feudal (Febvre,
    98-103).

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