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Escrito de una Reunión de Amigos Puede Consultarse (página 3)




Enviado por Sergio Edgardo Malfé



Partes: 1, 2, 3

Al atenderme en mi llamada desde el Bar; lo primero que
recibo es una negación a mi solicitud. Es la
recepcionista, que utiliza la excusa de la hora impropia, cuando
yo busco hablar con el Servicio
Clínico.

–Entiendo; deben estar cerrados los consultorios. Pero
en el Servicio habrá alguien que me pueda
atender–.

–¿Usted cuando se atendió–.

–No; no es para atenderme. Necesitamos contactar con el
Doctor Al Godhir. Tenemos que destrabar un Programa; es para
hacernos convivir y también conectarnos desde nuestro
interior. Si usted quisiera–….

–Yo lo puedo conectar con un psicólogo en la
guardia-.

–No se oye nada; repita–.

–Lo voy a conectar con el interno del Licenciado
Comarsis. Antes dígame… ¡Por favor
señor!… Dígame que diagnóstico le hizo el doctor
Godhir–.

–Sí señora. Entendí que él
dijo que tengo una asistematósis psicógena
gastrálgica–.

–……–.

–¿Qué dice, señora?. No se le
entiende nada. Aparece una música en la
línea–.

–Va a tener que volver a llamar. Todos están
ocupados. Están haciendo un lavaje de estómago.
Disculpe; vuelva a llamar en media hora–.

–No se oye nada. Yo ando mejor; ¿sabe?; con la
batería del Programa; que estoy ahora con el Director. Por
eso hablamos con Godhir, de intervenir el Servicio primero; y
también al Hospital. ¿Usted me está hablando
en castellano,
señora?–.

–Efectivamente; no se oye nada–, me lo dice en un tono
durísimo y enseguida cuelga.

Rápidamente me pongo a hacer cálculos
sobre lo que vendrá. Me imagino que mi relación con
el Hospital terminó. Creo que me están mirando los
demás clientes del Bar;
así que finjo seguir hablando por teléfono, en un balbuceo oculto, con la
cabeza entre los hombros, el cuello caído, mirando al
suelo.

Parece que sí, que nada me ha pasado. Sigo con
mis cálculos y cuelgo el teléfono, creyendo que por
diferencia de simetría inversa con mi seguridad, algo
debe de estar agitándose en el Hospital. Además en
el Bar, los demás clientes continúan en lo suyo;
parece que nadie se hubiera dado cuenta del percance
telefónico. Pero además tengo suerte; estoy con la
Socia, para disponernos a salir. Esta chica tiene un marido: que
no se molesta, que no interfiere jamás en nuestras
conversaciones, que hasta algunas veces, podría sumarse a
nuestras pláticas sobre arte. Creo que
voy a seguir viviendo mucho tiempo.
También podría llegar a salir beneficiado del
percance telefónico. Y mejor cuando me llego a la Socia; y
ella acepta mi propuesta, para acercarnos al Centro Cultural,
para ver qué está pasando.

Ya estamos caminando, a nada más que dos calles
del Centro Cultural. La noche en la Zona de Los Altos pinta muy
benigna. Evito calladamente continuar con el tema
estético. Sólo seguiríamos caminando; y yo
al menos con la boca vertida hacia adentro. Y en la calle
nocturna se me produce un despertar sensible. Porque la calle
tiene Tilos; no muy grandes, pero siempre frescos y secretos, que
estarán llenando el aire con el aroma
balsámico de sus flores. Aroma que se nos presenta, a mi
Socia y a mí, por las narices, como es costumbre en los
dulces tilos, lo que a mí al menos me devuelve la cabeza,
me despeja la frente con santa sana y grata, tan tilolorosa la
noche.

Volvamos al tema de mi Socia; les diré que anda,
de acuerdo a su costumbre, como mezclada con la atmósfera. Ella
liviana; que acostumbra usar muselinas amplias, pero
cómodas prendas holgadas de telas leves; flexible cuando
camina; el largo cabello ondeado que tiene, también
contribuye a su aspecto de bordes lábiles,
fluyentes.

Son tan pocas cuadras como para que nos suceda algo
más… Aunque no resultará duradera la calma;
porque ella se va a señalar el mentón, afirmando
que algo le pasa; le arde.

–¿Quién sabe si es una picadura?;
acá me duele–.

–Algo que quizá te vaya a brotar o una urticaria
alérgica–.

–No; yo creo que fué un insecto–.

–Entonces se te puede infectar; ¿y cuánto
tiempo llevás con ese ardor?–.

–Creo que desde siempre; mejor te digo que no quisiera
acordarme–.

–Ah; bueno. Vamos a ponerte una loción, que va a
secarte el brote y dá un lindo olor. Ahí
está la Farmacia abierta; te compro una
botella–.

Nos metemos en la botica, poco antes de llegar a una
esquina. Compro el medicamento; y lo va a guardar en su bolso. Yo
le pido que antes, me deje abrir el envase, que quiero olerlo, un
aroma refrescante. Y al estar de vuelta en la vereda nocturna y
con los Tilos, cuando la Socia me alcanze la loción
alcanfórea; termina de destaparse para los aires, todo mi
sector naso-faríngeo correspondiente, que se contenta, se
pone rebosante de inspiraciones y espiraciones plenas;
ahh.

Luego ella va a meter el envase en su bolso. Y entonces
me doy cuenta, porque la tengo que ayudar –el frasco mucho
más grande que lo usual-, que en el bolso ella tiene
bastantes migajas o miguitas; como si antes hubiese llevado un
pan ó bocaditos de maíz con
queso. Cabe apretado el producto
anómalamente grande adentro de la bolsa.

–Lo que tenías de antes ahí; sólo
son migajas–, le observo.

Ella me responde, que a la bolsa completa la
había tenido que cargar mucho tiempo y nada ventajoso
antes, aún cuando estaba llena igual, porque se le
desarmaba todo adentro. "Y una va con sus cosas como resultado:
pero si las cosas se deshacen… Figurate Ismael, que te vas
deshaciendo; y es horrible que se te deshagan las cosas". Hasta
con estas pocas palabras comprenderé; que a la socia le
encantan los resultados compactos, duraderos; lo mejor para ella
algo implosivo; y la loción astringente tiende a
solidificarse, es buen producto.

Llega a término nuestro paseo, estamos llegando
al Centro Cultural. Y los dos vamos a ver que pasa buenamente.
Ella compactada de acuerdo a su gusto, con la loción que
se le ha hecho sólida costra en el mentón: yo que
me siento bastante bien hablando con la Socia, también
llego contento. Pero están parpadeando las luces;
parecería que se iría a cortar el fluído.
Entonces los dos nos quedamos dudando sin entrar al hall, donde
los ascensores y las carteleras informativas, donde generalmente
el abanico tranquilo de ir y venir entre consultas; pero que a
esta llegada nuestra se muestra sin gente
el hall, las luces amarillentas de todo el edificio que
parpadean. Personas en grupos esperan a
ver que sucede, observando los hechos como nosotros, sin
entrar.

Encendidas, encendidas, se quedan encendidas, se
estabilizará la situación; un alivio y
distensión en todos los circundantes. Sin embargo mi Socia
se precipita a través del hall normalmente iluminado
ahora, se precipita intranquila hacia los ascensores. Sin
detenerme a pensar, yo la sigo. Por entonces algo estaría
surgiendo de ella; segregará una tensión hacia mi
compañía. Sin decir palabras que me indiquen algo,
ya tendrá como una máscara dura, a punto de
quebrarse de tan sólida. Va a apretar los botones del
ascensor como con furia.

Y tan luego, se franquea un acceso a una de las máquinas;
y adentro del elevador quieto e iluminado, está el
Director también quieto, en acusadora espera. Mi Socia y
el esposo, se ponen a hablar, sin disparar el ascensor. Yo quieto
que los miro desde afuera. El hombre
habla con ella, habla con ella; me ha dedicado una sonrisa
forzada y formal; y se ocupa en foco de hablarle suavemente. Los
dos se hablan los que parecerían contenidos muy intensos,
pero con voces casi susurrantes. Pareciera que no quieren mirar
más adonde yo me estoy estacionado. Una sencilla
operación mental me indica volver sobre mis pasos, dejar
el Centro Cultural, buscar de llegar a mi refugio en la
noche.

Poco pudimos conversar Nora y yo acerca de lo nuevo que
ella fue anticipándome; sigue durmiendo en su
rincón. ¿Cómo ella no entra en mi futuro?.
Porque no me dijo una palabra de si se implicará conmigo.
Pienso que quizás es así porque todo lo
soñaré, no habrá nada real; o nó: no
será así, porque quizás ella desaparezca, se
vaya de casa; y yo también habré de mudarme, de
este enclave remanente aquí de tiempos artesanales. Todo
alrededor se va haciendo vidrio y acero, una
conejera en cajas de zapatos apiladas una sobre otra. Todos
seguidores del mismo tambor; ataques de conversión
compulsiva repetidos, calcados unos sobre otros; en el mismo
momento el mismo gesto de arrancarse algunos pelos, berrear; el
mismo sufrimiento en las visceras, en los miembros, en la cabeza;
las mismas puertas abriéndose; para que al final las
caravanas vacíen los edificios en un fuga de
lemmings.

Pero quizá para entonces, Nora y yo estaremos
lejos; moviéndonos en otra zona de transparencias, donde
iremos creando nuevas formas de acción
personal.
Habríamos podido sobreponernos así al traslado; y a
través del conocimiento,
por el buceo en los anticipos, coincidiríamos en una
sinergia de
eclosión. Alejados de cualquier espectador, podremos tener
encuentros sensibles o soñados, dentro de los que
generaremos cursos para el psiquismo y las acciones.
Caminos para Nora y yo, o para quienes me lean, o se encuentren
con Nora.

Quedamos en mi intento de volver a la vivienda de la
esquina.

De tal manera es noche, que me costaría bastante
andar con calma, si no fuese porque conozco bastante la Zona de
Los Altos, que además son pocas cuadras, y que hay cantos
de grillos con efecto tranquilizante. La esquina está bien
oscura cuando llego; y no me he cruzado con nadie. Podré,
un poco apresurado, abrir la puerta vidriera. Nadie se
acercará alrededor de mi entrada. Y encontrar las cosas en
su disposición relativamente ordenada, con los arreglos de
órden, las cosas en el local en su órden
regular.

Una evocación, de un momento para entonces,
cuando querría acomodarme; pero la evocación
momentánea no me permite descansar, no acomodarme a pasar
la noche todavía. Será que recordaré, por
alguna saturación desde las cosas, a la primera vez en que
entraba, cuando estaba en mi primera visita al local
vivienda.Recuerdo lo que será; evoco lo que pudo haber
sido:

Había llegado a la esquina ofrecida a
préstamo, con un muchacho que me guiaba, el Sobrino de una
de las Señoras Propietarias; que ellas manejan la casa de
bienes
raíces de la Zona. Llegamos a abrir la puerta con la llave
que facilita la inmobiliaria, para quienes se interesan por tomar
esa esquina, que es tan poco comercial, tan lerda para que la
contraten. Notoriamente difícil que las Señoras
consiguieran clientes para este sitio, porque además los
pájaros:

Varias golondrinas muy, muy pequeñas se animan a
subir y bajar planeando; hacen sus galas y trinos adentro del
local. Que cuando es mi primera visita, tiene el espacio niveles
superiores con balcones interiores. Las golondrinas podían
volar y acomodarse a descansar por ahí; siendo tan
chiquitas y graciosas, siendo el local tan enorme
comparativamente, como para que se puedan desplazar tranquilas,
hacer sus vuelos festivos.

Subo por una de las dos escaleras en madera de
roble. Voy a revisar las dependencias de arriba; y buscar un
cuarto para hacerlo mío. Me anega la emoción que
siento, me pone endeble; porque me parece reconocer en el local,
cuando por primera vez lo visito, detalles como rasgos que me
hacen recordar los ambientes de mi casa de la niñez. Las
asociaciones avecinadas, la contigüidad de rememoraciones
que generan el despertar de otras; "aquel tiempo"
haciéndose presente, cercano sin estallidos. Se me iba
agregando la memoria,
segundo tras segundo, construyendo una cúspide. Los nexos
presentes me hacían recordar aquello; al recorrer sin
peligro las galerías superiores con balcones
adentro.

Estar ahí asomado arriba, es como estar en el
tope de algún templo maya, rodeado de selvas olvidadas,
porque las pequeñitas golondrinas evolucionan por debajo,
recorrerían el espacio entre boscosas frondas, enredaderas
abajo, árboles
caídos, bejucos florecidos. Allí abajo es donde me
espera el Sobrino de las patronas. Tan luego que desciendo al
sentirme conforme con un hogar allí; le digo al Sobrino
que el lugar me adopta, yo me adaptaré a él; "me
mudaría lo antes posible".

–Todavía tenemos aquí estas tarimas,
señor Ismael; pero las haremos retirar antes de
mañana por la tarde–. El sobrino cenceño, magro,
pero restallante en su vitalidad; me habla de unas piezas de
carpintería, parecidas a tablados de actuación,
aparentemente depositadas provisoriamente en el local. Hay un par
de estas cosas armadas ahí, de grueso porte.

–No; pueden quedarse aquí. Acomodadas
detrás de los mostradores no molestarán… Para que
ustedes no anden con apuros-. Quiero hacerle notar al Sobrino,
que no se deben de tomar molestias por mi: -Claro que si las van
a necesitar, mejor se las llevan–.

–Para cuando usted venga ya no van a estar. ¿En
cuántos días se mudará?–.

–¡Oh!. Vendría mañana mismo
entonces, por la tarde–.

No quiero dejar pasar más tiempo. Como que estoy
viviendo en la necesidad de pasármelas durmiendo en casas
de distintos amigos. Eso por las noches. Y en las horas del
día; tanto tiempo en el refugio de las galerías
comerciales, donde no me molestan; a veces en bares;
también sentado en cercos a la sombra; a la espera de la
hora de poder entrar a
la casa de aquel o de éste.

–¡Oh!. Vendría mañana mismo
entonces, por la tarde–, decía.

–Nos llevaremos también los pajaritos-, sugiere
el Sobrino. –Tenemos donde ponerlos. Porque se
imaginará, que no los podemos dejar en libertad; son
tan pequeñitos que sucumbirían. ¿Lo han
molestado?—

–No; desde muy chico me llevo muy bien con las
mascotas. Siempre me han gustado las aves… Desde
aquellos primeros teros que conocí, le cuento; que
los tenía un vecino en su jardín. Años de
cuando era niño; ¡eh!, me acuerdo–.

Allí el Sobrino, en pantalón y camisa de
trabajo.
Ascético en su atuendo, en sus gestos; pero denota, por
donde pone la mirada, comportamientos peculiares, de
índole privada, costumbres personales de su vida de
relación probablemente, que no me interesan en
ningún descubierto; rasgos que ondean en la manera de
actuar del Sobrino, que me contesta:

–De todas maneras, señor Ismael; ellas no van a
sufrir, todo lo contrario: Van a estar en una gran sala. Nos
hemos figurado como se sentirían mejor las avecitas.
Tenemos una gran sala azulejada, alta como de seis metros; y la
hemos revestido de azulejos celestes; todas las paredes, el piso
y el techo están azulejados de un celeste nítido,
impecable. Lo mejor para ellas, pobrecitas; algo como la
inmensidad; ¿no le parece?–.

Lo que me dice se asemeja a un cierto purgatorio de
consumo; algo
triste, ostentoso, sádico como de torturador genocida;
pero no se lo diré. Pienso en una fórmula para
contestarle; lentamente, con la mirada perdida yo en el vuelo de
una golondrinita.

–Venga. Le voy a mostrar donde puede poner el
dormitorio–. Un repentino cambio de tono
en el sobrino al dirigirse a mí para indicarme que lo
siga.

En cuanto a mi ubicación, me quiere disponer,
mandarme sobre donde dormiré, cómo he de hacer
funcionar las puertas; casi me ordena donde tendría que
cocinarme, que comidas haré. Empiezo a respirar un aire de
encierro. No le voy a contestar esta vez. Voy a entender que el
muchacho cederá en su actitud de dar
órdenes. Pero no voy a querer sus familiaridades; porque
es anticipo de las tías -habré hecho el cálculo
instantáneamente-, que estarán después
tías y Sobrino, adjudicándose amistad,
enredándome a mí a través de las telas, en
la sequedad de compartir desvelos irritados e hirientes,
sólo para complacer complicidades y chismes de segunda
mano. Iría yo simplemente a colocarlos en un mecenazgo, a
contentarme yo con recibir ese cuidado de esas propietarias y
mecenas, que, entonces lo sabré, estarán felices
por cederme el lugar, adonde me podría dedicar a
establecer conexiones y Programas.
Argumentaré con mis construcciones frágiles,
alambres y piolines teóricos, pivotes de un torbellino de
pugnas solucionadas en términos, para hacer nuevas
relaciones programáticas a través de
todo.

No solo no le voy a contestar, ni familiarizarme, sino
que me apartaré; para salir e ir a sentarme en el
automóvil en el que llegamos. El Sobrino viene pocos
segundos después; cerradas con llave las puertas del
local. Será la primera vez en que yo conozca a la
muchachada de la Zona; porque se aparecen en corro, y sentados
sobre la viga de madera de un cerco de cemento.
Harán burlas ruidosas al supuesto Sobrino. Uno de ellos
imita los gestos de un director de orquesta; y el resto de la
barra hace voces de perro, pidiendo "galletas,
tía".

El supuesto Sobrino, al instalarse en el auto
detrás del volante, se ríe con mordacidad; y me
dice que todo está en órden, hablará con las
tías transmitiéndoles mi conformidad con el sitio.
Me va acercar ahora, me lleva adonde yo diga.

–Haga lo que dice. Hable con sus tías; deles mi
aprobación-, le contestaré. Y en un tono más
bajo agregaría: -Podremos estar de acuerdo usted y yo. Y
me va a disculpar. Pero ahora no seguimos juntos. Tengo que hacer
mis ejercicios–. Ahí nomás me pondría a
correr hacia el Sur.

También en esta noche de vuelta del Centro
Cultural, cuando no querré aposentarme, las cosas no
estarán juntas conmigo para hacerlo. Y voy a intentar
correr en la medianoche hacia el sur por la Avenida.

Hay grupos de personas que me dificultan pasar.
Bajaré al macadam zigzagueando entre el tráfico sin
peligro, gracias a mi chaleco reflectante. Así voy
sorteando los tapones en esta noche, cuando parecía que se
iban a cortar las luces del Centro Cultural definitivamente,
cuando mi Socia se ha puesto a hablar dentro del ascensor con su
marido, cuando yo trato de desembarazarme de mi inconexión
y ejecuto esta corrida por las calles solitarias. No voy a ir muy
lejos; correré en redondo. Así que esa cuadrilla en
reparación, que levanta el pavimento en la medianoche, no
está muy lejos de donde vivo. El tiempo no estalla.
Está sucediendo dentro del tiempo; cabalgando el
transcurrir, ahí está esa cuadrilla. Algo raro hay
en estos trabajadores; que en la noche forman una cuadrilla
distinta, con esos chambergos de lluvia plegables, azules y
rojos. Por eso me detendré a mirar lo que hacen; como un
símbolo de la vecindad; diciéndonos de la
contigüidad de todos.

Volvamos al tema de este pronosticar como un pegote
aplicado a las tantas incoherencias que somos, que hacemos, con
las que convivimos. La aclaración, la limpieza, provienen
del texto; que
funciona como una gelatina: Una gelatina limpiadora y amalgamente
que iría uniendo con transparencia a cada uno, con su
propio y mismo ser. Aglutinación de esta gelatina
transparente, que también pegotee con el mundo. Un mundo
hecho Zona definitiva donde existir. Existir en encuentros, en
buenas celebraciones, donde los extranjeros se mantendrían
esotéricos, con nombres que son incógnitas
-también nosotros seguiríamos siendo
incógnitas para ellos, no así entre
nosotros-.

Siempre existir para existir. Estar sin dejar de
existir. Ustedes que conseguirán revelarse por esta
gelatina señaladora y adivinatoria; aglutinante que se
rezuma desde esta lectura
zumo de uníon que ustedes también
producirán… para que se unan cementados todos los
fragmentos. Esta aventura debería concluir; o no concluir;
pero pasar sí por una instancia de algo así como un
canto orfeónico, gran confluencia tipo estuario, todos los
pedacitos reunidos, gigantesca articulación, domo
(textualmente).

Vamos a volver a los hechos; sin remitirnos al
sentimiento. Podemos llegar a pensar que toda otra
dedicación, que no sea servicio a los bienes
tecnológicos, carecería de sentido. Que nos estemos
ocupando de las corazonadas de una mujer tan
especial como Nora, sería, para cierto crudo pragmatismo,
una vaciedad, una anomalía cristalizada e inmóvil.
Estamos en unas formas de vida, donde la calidad humana
parece estar midiéndose por la eficacia en hacer
que funcionen las maquinarias; pero para producir más
maquinaria. Categoría de perpetuación de un
funcionamiento establecido, que todos sabemos está
conduciéndonos a la autodestrucción.

Por esta certeza de imperfección en lo que
hacemos; porque aparenta ser hasta inadecuado el trabajo,
sin finalidad expresa; porque justamente la predicción
nada tiene que ver con producir más mundo de maquinarias
tersas –y hasta precisamente sirviéndonos de ellas-,
quizá por todo lo que sabemos no hay que hacer, y no
queremos que se haga; para poder recuperar una historia de gente un poco
chingada, que hace cosas imperfectas, con pequeñas fallas
sin importancia, en unos temas más benignos, hasta que
podríamos decir en un lugar humano, sin máscaras ni
castas ni adoradores del mono sabio. Por tantos motivos por los
que no se deben hacer otras cosas, seguiré transmitiendo
esta predicción, sin tampoco tener claro para qué
la hago, pero seguiré poniéndola en un avance de
linealidad en linealidad en linealidad de avanzar,
textualmente.

Es tiempo ya de volver a ver que nos dice de bueno la
secuencia esa en la que estaré corriendo a
medianoche.

Estará sucediendo dentro del tiempo la cuadrilla,
que va colocando como en broma, unos palos con números en
un círculo arriba. La noche está fría; y yo
detenido en mi carrera, me voy enfriando en mi
transpiración, totalmente mojada sobre la piel. Los
trabajadores me observan también a mi, que formo parte de
la novedad esta que va sucediendo; cuando el que parece
desempeñar la jefatura; alza una copa estilizada, como de
cerveza. Este
señor del brindis, ofrece sus saludos y buenos deseos; y
se identifica en su brindis como: "el preconizador de las
trivialidades exitosas". La cosa parece ser más bien
absurda; sino fuese porque predomina un clima de
concertación muy respetuosa. No ponerse a reir. No generar
cerrazones, ni agresividades que se despertarían; y en
cualquier instante entonces el brindis sangriento, los golpes y
escupitajos. Todos nos estamos mirando contenidos, apenas
sonriendo. Yo, como observador de la cuadrilla bajo sus sombreros
azules y rojos, advertiré la posibilidad de alternar un
poco con esa gente. Veo encima de una de las máquinas,
calladas en ese momento, que se halla una copa similar a la del
brindis. Será que tomaré esta oportunidad de
representar con ellos. Al tomar la copa continuaré con las
palabras. Refuerzo la situación porque afirmo:
"Está frío, frío. Todos los vasos, vasos 24
horas. Hubo un día por día". Es lo adecuado, para
la ceremonia nocturna de esta cofradía; que se ha
constelado sin excesos de dirección, pero con precisión. Y
dejaré la copa decorosamente; llevándome al
alma de esa
noche conmigo. Porque retomaré la carrera de vuelta al
refugio, que no está muy lejos. El organismo acezante
encuentra duramente paso a paso el camino cansado hasta el
hogar.

Cerrar las puertas del local. Hay silencio en la calle.
Regresé de correr. Descanso.

Después del baño, me pongo frente al
televisor, para ver las noticias del
noticiero onírico de trasnoche. Quiero enterarme de
cómo son las fantasías oficiales.

Se ve en la pantalla a la gente importante. Personajes
uniformados, autos
gubernamentales; y un alto oficial militar en primer plano,
rodeado por cámaras y periodistas. El oficial se refiere
al Jefe de Gabinete; dice: "Está loco, está
completamente loco". Pasa el Oficial a quedar por las
cámaras, en un segundo plano de la acción. Las
cámaras destacan ahora el protagonismo de un grupo de
señoras bastante obesas. Se podría suponer que se
trata de una liga de damas parroquiales, unidas en una amalgama.
Una de las señoras se ha apartado del grupo. Ella se
confronta en unas palabras con el personaje en uniforme. La Dama,
que se encara con el Oficial, lleva una máscara, la
pertinente a los pasos encuadrados de la actualidad en noticias.
Se ha colocado esta máscara al apartarse delegada de su
grupo. Es una máscara de tipo oriental, con los ojos
pintados en el frente.

La señora delegada, lo apacigua y le dice al alto
personaje, que se coloque otra máscara similar; se la
alcanza. La voz de un narrador en off, que casi murmura por tan
suave que hace su relato, va haciéndole saber a los
televidentes, lo que va pasando entre la señora y el
oficial. Este aparenta oir atentamente, con asentimientos, a la
dama enmascarada.

El oficial encuentra más y más
dificultades inspiradas al enmascararse y en el diálogo
con la señora. La distinguida dama delegada, le hace
recordar gratamente, algo de ufanarse para el oficial. Las
cámaras abordan distintos ángulos de la
situación; hasta que el oficial, ya pleno de
rememoraciones satisfactorias, detiene ese recordatorio. Se
escucha claramente, por sobre el secreteo del narrador, que el
alto personaje profiere un:
"¡Arrepiéntanse!".

Todo el mundo se arrepiente. Hasta me arrepiento yo, en
casa.

–Que lástima; arrepentirnos. Se podía
todavía culminar–, dice el comentador de la
televisión.

–Bueno; ya es de arrepentirse; y ahora no se cambia–,
dice la dama. Así ella detiene al
arrepentimiento.

Apago la televisión. Necesito realmente descansar,
que tanta falta me hace. Veré que sucede con mis propios
sueños.

En mi colchón todo se vuelve algodonoso, oscuro,
con silencio interior. Mi corazón
satisfecho, en calma. De la calle no me llegan sonidos. Me duermo
sintiendo al silencio calmo bajo los paraísos que bordean
las veredas en Los Altos. En la oscuridad, una tranquilidad de
árbol se va alojando detrás de mis ojos.

–¿Cómo andás?–.

–Ando lo más bien yo, escribiendo–.

–Seguís como obsesionado por eso. ¿No
íbamos a salir?–.

–No me falta mucho. Yo también después
quiero ir a la puerta del edificio–.

–¿Y por dónde andás?. Sos un poco
lerdo. ¿A ver cuánto más hay que
esperar?–.

–Por que no salís vos, ternura. Quiero terminar
de registrar todo–.

–¿Por dónde andás?–.

–¡Oh…! Con esos hermosos ojos que
tenés… Y a mí se me ocurre hacerte esperar.
¡Salgamos ahora!… Después retomo
esto–.

–Parece que no te faltaría tanto. Puedo
esperarte leyendo. ¿Por qué parte
vas?–.

–Ya estoy de vuelta después del brindis con la
cuadrilla. Ví la televisión; y ya me puse a
dormir–.

–Tenés muy poco más para hacer. Voy a
ponerme a leer. ¿Viste que ya es casi de noche?… Como
para que encendamos la lámpara nueva–.

–Oíme: ¿Cómo te parece que puedo
nombrar a la polución nocturna?. Vos que sos tan
dormilona, podrías encontrarme un término mejor.
Sos como una especialista…–.

–Claro; pero no sé que querés que
inventemos. Siempre a eso se lo llamó
‘polución nocturna’–.

–Cierto. Pero también está lo hondo; que
se sueña hondamente…—

–Pobres ustedes; ensuciándose a la noche…
–.

–No tan pobres. Yo solo; sin que vos me anticipases
nada… Podría acordarme de cada sueño… Te puedo
contar…–

–Lo más mejor para el muchacho solo. Ya veo: una
especie de premio consuelo: ‘suceso nocturno
solitario’; ‘corridera’…–.

–¿Sabés que pienso, Nora?: Debe haber una
expresión arcaica, castellana–.

Seguro.
También debe haber un nombre en latín. Averiguando
con un cura… No, …mejor preguntarle a un
médico–.

–Pero… Si no es ninguna enfermedad. Un médico
me respondería de cómo es la forma de dormir,
favorable para dormir–.

–Va en camino de ser enfermedad. Nos vamos a enfermar
nosotros, por hablar banalidades. Mejor llamalo
‘polución nocturna’. ¡Por la Reina Mab;
que se nos va a enojar ella, Ismael!–.

Despierto con el recuerdo de haber estado en la
cama con dos compañeras. Por breves momentos confundido
estaré en un deleite al comenzar otro día;
plenamente corpóreo por el contacto amoroso. Corporeidad
ensoñada, me voy dando cuenta en la penumbra del refugio;
aunque fué como si estuviese alguien. Cuando me fijo, veo:
polución nocturna.

¿Quiénes había en mi sueño?.
Voy recordando, mientras me despegoteo y pongo a lavar mi pijama.
En mi sueño me había venido a visitar mi Amiga la
Cantante y alguien más, compinche de ella, de quien no
recuerdo muchos detalles, salvo que portaba una poderosa
delantera. La llamábamos "la bioquímica". Ellas querían que
estuviese yo cómodo; hasta que apoltronaban mi cuerpo con
sus cuerpos; claro que en el sueño de los deseos: …Se me
ubicaban a cada lado, con su apoyo tibio, para que yo descansara,
y descansara potentemente. Y también un descanso sobre el
cuerpo de la Cantante; cuando soy abrazado, firmemente
acolchonado, almohadonado por los cuerpos de ellas, ambas las dos
nocturnas.

Completo el lavado y ya es media mañana. Los
cortinados silvestres funcionan lo más bien oscureciendo
el local. Al descorrerlos, la plena luz de la
mañana entra violentamente y termina de despertarme. Miro
a ver como pinta el día. Por sobre las vidrieras -donde
los vidrios transparentes montados arriba-, puedo ver la fronda
de los paraísos, y las nubes, como un cortinado
detrás. Otro día sensacional. Será un buen
día, para recorrer los escenarios donde pasaban cosas,
para investigar en la dudosa realidad de algunas secuencias
anteriores. No vaya a ser que se me atrincheren las dudas
interiormente; que quieran desplazar historias como la de los
bandereros; dudas que quieren alojarse y echar raíces en
mi mentalidad; que borrarían con una vegetación glauca, enfermiza, como
esporángica, a la intensidad de mis recuerdos, a la
vivacidad de lo que me sucede con el Director y la Socia, y
antes, a cuando se desarrolla aquel Programa en el
camión-grúa. Tendré que ir a ver; investigar
en los escenarios. Voy hacia la playa de los médanos;
donde anteriormente estaríamos con las
banderas.

Andando esta vez, arranco a caminar; y no demoro mucho
en acceder al sitio. Arribo ahí en la mañana
liviana, transportado en su transparencia, con intensidad de
verdes. Al borde de la arena los sauces. El claro sol. Ya estoy
poniendo mis piés en el lugar playero de los
médanos.

Es un buen lugar abierto para captar la armonía
del movimiento
social; y es necesario operar en busca de un justo lugar en ese
movimiento; que estimo tan bello. Es mi admiración
allí desde los médanos. Porque la gente y sus
ceremonias están presentes en la mañana soleada.
Son los boteros que vuelven de la pesca como en
una danza. Son
docenas de botes con los pescadores, que se acercan desde las
aguas. Arriman encallando sobre la arena; y saltan de los botes
para sirgarlos, empujando hacia fuera de la rompiente. Espuma y
chapoteos acompañados de silbidos y rumores entre ellos.
Van alineando los botes en la playa seca. Se ayudan mutuamente,
para empujar arriba en el declive, fuera de la distancia de las
olas, a los botes macizos, pesados también por la pesca
que traen.

Soy único espectador solitario en la playa. Para
formar parte de las ceremonias, yo debo de acercarme hasta los
boteros. Me interesa además su quehacer, la pesca que han
traído…

Con estas cosas sumadas, ya les puedo decir cuales son
las vociferaciones de Nora, cuando ‘duerme’. Y
continuamos después con su predicción, que yo les
voy narrando. En una de esas, también estas palabras de
Nora dormida, abrirían algún futuro, o tal vez lo
mejoraren.

Ella de pronto se incorpora, en esta tarde como en otras
siestas y otras noches; y al erguirse un poco en la cama, dice
cosas, apoyada en un brazo extendido, en un raro balance.
Tomé nota de algunas hasta hoy:

"Hoy voy a llevarles un helado rico porque seguro que
van a querer sandwichito".

"Estarás creyendo mi canción, la de
Stephen Stills; quien vería a una de las mujeres en el
inodoro; creyó que era Silvia Bottelli".

Les digo, que no es para escribirlas todas, a las frases
que Nora estuvo diciendo dormida; porque algunas no son
gramaticales; parecen ser una glosolalia de descarga neural, que
le permiten a Nora descansar. En el tiempo también,
empezaron a aparecérseme, dichas por ella, unas frases que
me despertaron curiosidad, por su extraña sonoridad; hasta
que las revisé y ví que se trata de
Palíndromas, enunciados de ida y vuelta, que se pueden
leer de izquierda a derecha como de derecha a izquierda.
Así que en otra parte he de mencionar algunos de estos
Palíndromas. Quien sabe que extraña reversibilidad
del tiempo auguran. Pero sigamos en lo que es más
‘normal’. Ella dice:

"¡Aimbará!. Los dejamos porque ustedes
también son de Concepción;
¿no?".

"El paquete de los increíbles cinturones
está libre de travesía".

Día por día, me iba despertando al ladito
de Nora, con sobresaltos de ojos míos desorbitados,
escuchando esas rarezas -me lo tomé por un lado positivo-.
Decidí registrarlas, por si a alguno le hacen recordar a
alquien que esté olvidado; o quizá les anticipe
algún regalo que les harán, algo lindo que
sucederá…

"Hace diez años que en Plov, no tenemos vuelos
de pasajeros. Sólo vuelos de carga aquí en Plov.
¿A qué se debe esto?".

"¿No hay bolsas vacías así?.
¿Por qué Aeroflot no hace algo?".

"Sereno, Guido, Vicente López. Algo pesado
golpea".

Debería poder seguir yo, como que soy el
único oyente de estas declamaciones… Estaría en
algo así como en el ‘deber’ de
hacérselas saber a más gente. Pero temo un poco que
sean demasiadas inconexiones; y que se acumule otra
pérdida de sentido, a la que ya está dada, por este
recocido de anticipación, que yo, Ismael, voy configurando
entremezclado, por tener que registrar la predicción
propiamente dicha, y además las intercalaciones. Coloco
una última frase y volvamos a los pescadores.

"Más superficie hay en la estaca, si le
hacés un agujero por dentro a lo largo".

Todos los pescadores están ocupados, al poner las
tortugas que han pescado, dentro de cajas plásticas; las
que van a transportar médano adentro; para luego mercar
las tortugas frescas. Dentro de ese tácito ir y venir con
los cajones, producen en esa coreografía un acuerdo,
concertado con musitadas voces bajas: Delegan a quien se encargue
de mi presencia. He venido yo hasta ellos; también
murmurando mi acercamiento, un poco más claramente cada
vez. Y es uno de los boteros, el que se relacionará
conmigo, quien me hablará del viento, que distrae y
refresca, cuando al levantar la pesca, en un día soleado
como éste, allá lejos se hace necesario no pensar
que se está lejos…

"El viento suave es como si anticipase tu llegada a la
costa, porque te hace sentir que algo tuyo vuelve con él.
Te va trayendo desde la piel, soplando el calor de tu
cuerpo hacia la casa, antes de que vuelvas".

Pocas preguntas tengo que hacerle. Hay mucho que
necesito saber; y para ello, antes quiero, lograr una certeza
mayor, de mi inserción. Quiero verificar además,
las otras cosas que sucederían el día anterior. El
Botero me va guiando, por la narración de cómo
pescan, pausadamente, mientras va alistando los avíos,
amarinándolos para la siguiente pesca; y me va diciendo,
al volver las cosas a su órden dentro del bote, me va
diciendo su quehacer. Y también habla de mí, de los
momentos que se siguen…

"Vas a seguir al Programa hoy; deberías de ir a
un teatro".

Miraré al Botero algo alarmado, por esa
confirmación repentina, de que las cosas sí
habían estado pasando. Que los del equipo con el Director,
y los bandereros con la japonesita, serán entonces parte
de una formación mayor, en la que los boteros participan.
Y mi relator me indicará:

"Precisamente a qué Teatro te voy a decir. El
Director dijo donde queda; un edificio rojo en la calle Santiago
del Estero esquina con la avenida Howell. Vas a ir y no te
inquietes. Es un espectáculo algo bajo,
pornográfico". El hombre me
hará una morisqueta con la lengua, que
pretende ser graciosa; lo noto por la sonrisa de sus ojos. Le
contestaré al visaje, diciéndole que ya lo
había entendido, que trataré de estar en
calma.

–Quiero saber algo más de la vida marinera que
hacen-, le digo al Botero. –¿Cómo es la
pesca?–.

"Poca cosa más que decir", me responde. "Yo me
llevo las tortugas al Brazil; allí también dan un
poco. Aunque yo sé que dan poco; igualmente las llevo
allí. ¡Qué va’ hacer?". Ya me
alejaría; después de saludarlo al pescador; por
tener yo que cumplir la tarea. Voy a buscar un teléfono,
para tratar de encontrar a la Cantante. Quiero que me vaya a
buscar al Teatro. Nunca fui a un espectáculo
pornográfico; y por mi salud será bueno que
alguien esté cerca, por si recaigo en una descompostura
más.

Haré mi búsqueda del teléfono. El
vecindario de los médanos está cambiando;
están por ahí también creciendo torres de
departamentos. Aún quedan bastantes de las viejas casas
arboladas. Y dentro de una de ellas, convertida en casa de
té, hay un teléfono de uso público. Del otro
lado de unas vidrieras, que dan al jardín del fondo; un
grupo de concurrentes amigables, juega a las herraduras. Van de
un poste a otro con sonoridades de hierros, mientras yo hago la
llamada. Voy a ubicar a la Cantante en una oficina, donde da
clases de música: Entre cantidad de gráficas y fórmulas en pizarras,
enseña música de laboratorio.
Cuando recibe mi llamada, está escuchando las noticias del
mediodía por la radio. Tiene
esta costumbre de atender la vocinglería noticiosa, en un
volúmen que dificulta cualquier otra cosa. Sin embargo,
puedo entender lo que me dice de la noche anterior: Han estado
con ella las chicas y muchachos de la barra zonal, en el café-concert donde ella da su
espectáculo. La barra de Los Altos habría ido a la
oficina de ella, llevada por el Mozo. Y después mi Amiga,
trasladó a toda la barra, en la camioneta, hasta la
sala.

–Va a ser mejor–, le digo, –que me sigas contando
más tarde. Tengo que ir al Teatro que está en
Howell y Santiago del Estero–.

–¿Qué vas a hacer vos ahí?. Es un
lugar del más ramplón carnalismo. A vos no te va a
agradar–.

–Tengo que ir por el Programa de Intervenciones.
¡Es la adhesión sistematósica, que me lleva a
hacer cada cosa!. Pero sino me venís a ver ahí, yo
busco otra forma; y después hablamos–.

–¡Ah; ya veo!; seguís con el Programa y
esa historia; seguís con esa historia-. En cierto modo la
Cantante se alarma y se queja: -¿Te pusiste a contarle a
Nicolás esta novedad; o querés que yo le
avise?–.

¿Para qué le va a avisar a Labrasogni, el
barman?. Es cierto que es un buen amigo, que tiene influencias,
piensa en las mismas cosas como yo un poco. El tiene esta
cuestión de atender el mostrador y las mesas en el bar; no
hay tampoco porque hacerlo ocuparse de todo lo que a mi me pasa.
Y no; mejor que no lo llame, le diré:

–… Salvo que quieras avisarle, que hablé con
Al Godhir. Estuve tratando de que me dieran una cita, para volver
a verlo por el Programa. Con el Hospital es difícil
comunicarse…—

—Vos tenés que seguir haciendo atenderte-. Es
como un reto de mi magistral amiga la Cantante: -Tenemos que
terminar de discutir esto. Prefiero ir a visitarte al Hospital
que a ese Teatro–.

–Permitime que te diga que no le embocás al
tarro. Te estás poniendo mal en contra mía.
¿Vos que pretendés; que me internen por una
asistematósis gastrálgica?-. Tornándose
aguda la cosa; arriesgo una pelea en el
teléfono.

–Ismael; ¿estás estúpido?.
Solamente que te atiendan digo. Nicolás va a hablar con Al
Godhir… Y bueno; yo te voy a buscar al Teatro–.

–Oíme: el Barquero me dijo, que al lado de la
sala hay un pequeño café. Te voy a estar esperando
en el café; dentro de hora y media–.

–¿Qué estás diciendo?.
¿Estuviste en una ópera?…Un barquero… Algo de
un lirismo romántico como de ópera… La laguna
Estigia… No me acuerdo un pito… El Aqueronte…
¿Cómo era?. ¿De qué estás
hablando?–.

La Cantante entró a mostrar su lado reo; el de
andar incitante con las amigas por la avenida del barrio, pienso
yo.

–No te confundás; por el sistema y el
Programa; para lograr un enganche; hablé con un Botero, de
los que exportan las tortugas al Brazil. El hombre es quien me
dio la indicación del Teatro, adonde te espero. Ahora
cortemos; chau, chau, chau–.

Después de un breve silencio, la Cantante corta;
¿será como creeré?. Quizá se queda
dudando un momento al cortar: …botes con tortugas, …un teatro
rojo, …personajes de ópera, …las ficciones del Ismael,
…los malestares del tipo éste. Sí; quizá
se quede pensando. Y yo, que estaré algo travieso, parece,
de acuerdo al pronóstico, me voy a buscar un reparo por
ahí, en una plaza bajo un árbol.

Estamos en una atmósfera serena; Nora estudia, y
de vez en cuando levanta la mirada y me sonríe. No se va a
dar cuenta en su confianza de pajarilla mansa, de que les voy a
decir otras de sus voces oríricas. Tengo aquí
anotadas algunas más:

"Tu vida, Sergio (¡sic!), corre grave riesgo; te
tiraré de las ramas altas".

"Hola, vírgen no, de 1.40 no;
desinfección".

"Hoy la pequeña revolucionaria y
hoy".

"Hay que ver que hay".

"Mi mamá sos vos, como los casos de Guidos
dicen".

"Es un té admirable, posta".

"Raspa el botón la casita, con el vestido
rojo".

Son extrañas construcciones; ¿no es
cierto?, les digo yo, Ismael. No la deschavaré del todo a
Nora, que lee adelante y vuelve a retomar el párrafo, como yo conozco que hace. Relee y
me observa a mí, aplicado a estas pequeñas
traiciones homeopáticas. Una tradición para la
traición que cumplo, como homenaje, para vacunarnos ante
la costumbre. Para que, como bola de nieve, la tradición
pase sobre nosotros sin aplastarnos tanto; porque no les voy a
contar todo, amigos.

Allí estaría en la plaza, para acostarme
bajo una sombrita; y vamos… Que hago una flor de
relajación; diez minutos respirando ‘suavito’:
Pausa en la que me visualizo burbujitas frescas por las narices;
me hago así continente todo lleno de pelotitas como de
oro
traslúcido, luminosas y benéficas; las que irradian
en todo mi cuerpo dorados rayos calmantes, que me van llenando de
bienestar; que hago buena vida… Y me levanto livianito,
gallardo, elástico, hecho un dibujo de buen
humor. Camino por las veredas unas cuantas cuadras donde hay
pastito –donde hay pastito, difícil que haya gente
mala-, pienso, al derivar por la Avenida Howell. Poco tiempo
más por la Avenida comercial, hasta dar con la Zona de los
teatros, algunos en subsuelos, otros varias salas, con pisos del
medio, numeradas las escenas o pantallas.

Estamos al mediodía costeño, que ya sin la
poca buena brisa, la que me decía el Botero,,, Que hace un
calor de plomo fundido, en suma. Y los espectáculos no
abren; sólo unos pocos por donde paso, en los que hay
películas, cosas de galera, a ultranza una pérdida
cárnica en el mediodía -casi no se ve gente-. Que
tengo poco aspecto de persona rica yo,
y bastantes visos de venir de lejos, andando en esa zona un poco
fuera de horas: Conveniente para que un señor, desde la
puerta de una casa de fotografías ilustrativas, me ofrezca
un trabajo:

"Un laburo; ¿no quiere un laburo?", me invita
canturreante. "¿Qué kinoto!", protesto yo en voz
baja, por la propuesta vergonzante, a destiempo. Pero ya tengo a
la vista el edificio pintado de rojo recalcitrante. Y que ya
tengo mucho trabajo estableciendo conexiones; además de,
en lo personal, perseguir la Inserción; como para atender
la propuesta con halitosis, de ese personaje explicablemente
equívoco y molesto. Decidido voy al frente; y entro
definidamente como cliente, al
Teatro pintado de esmalte rojo, que en la esquina luce sus
gruesas paredes con sus amplias aberturas.

Las cosas no se demoran en la manera de decirlas.
Tampoco demoraré yo ahora en decirles lo que será
el espectáculo; que no se demorará en comenzar,
igual como si ahí me estarían esperando.
Actúan las danzarinas en el escenario. Algo sencillo lo
que hacen: componen unidas cuadros en pocos segundos, en una
semipenumbra silenciosa; en la que se oye su palmetear en largos
compases; palmean como una sincronización, sobre sus
cuerpos. Arman una trabazón simétrica y
contorsionista, como flores, algo casi atlético; que se va
exhibiendo con distintas luces de intensidad creciente, de
colores
cambiantes. Las iluminan distintos reflectores cambiantes que se
alternan, on & off, sobre el grupo cambiante de
féminas, pero que no bajan de ser cuatro.

Las actrices van sin ropa alguna, naturalmente en estos
casos, con un comportamiento
estelar, tan suave; pero llevan adosadas al cuerpo, en
ubicaciones donde relumbran, unas lentejuelas tornasoladas, que
realzan a las pieles y los cabellos. Los apliques están
distribuidos en puntos con brillos; puntos clave, voy imaginando:
Que sería de pulsar ahí, golpear levemente con los
nudillos, para armonizar e instrumentar con el despertar total de
esos cuerpos.

Me parece poco tiempo al llegar el cierre del primer
bloque de actuación: Algunas de las chicas se colocan en
posición invertida, cabeza abajo; mueven las piernas igual
que si nadaran. La culminación de la primera escena, lleva
música, con ritmo de ferry, de transbordador
oceánico, de placentera locura, con inusitada vitalidad;
que todos en la sala acompañan con golpes en las butacas,
pateando el piso. El escenario vuelve a una completa oscuridad; y
luego las luces de la salita se encienden, para los pocos
asistentes que somos. Y la música continúa; en
tanto yo me voy hasta el bar del Teatro.

Pediré un café grande, que me lo coloreen
con unas gotas de leche. Elijo
una mesa junto a la vidriera sobre la calle. Los propietarios del
bar, tendrán una extraña adhesión a lo
circular, supongo; porque las mesitas son redondas, un espejo
detrás del mostrador es convenientemente grande y redondo,
hay un gran reloj usualmente redondo. Me lleno de asociaciones
tres catorce dieciseis; que se me completan al bazukar con
movimientos circulares en mi taza. No veo por qué voy a
volver a la sala. Me voy a quedar en el snack-bar para esperar a
mi Amiga la Cantante. Mi cuerpo se acordará después
con agrado, de ese café en la espera. El
espectáculo va a continuar; los pocos clientes del
mediodía irán entrando a la platea. Pero yo no creo
que pueda haber, ya nada superior al despliegue de patas arriba y
cambios de luces. Imagino que se seguirá, en una
inclemencia de pieles empobrecidas, cansancio en las actrices,
palabrazas, tristeza después de la excitación, el
sadismo de un postre, –no-. Preferiré quedarme en el
bar, en la medianía de mis apetitos, cruzando miradas
casuales, con el hombre del mostrador y los otros dos comensales,
repartidos en sus mesitas redondas. Al pasar pocos minutos
más, viene mi Amiga.

Siempre sobre sus ruedas esta chica; la veo estacionar
la camioneta tiznada frente al Teatro, en la otra vereda.
Está el vehículo con trazas de haber pasado cerca
del barro y de la grasa ardiendo; es humo negro que se le
quedó pegado, marcando la pintura
escandalosamente con tiznes; rastros de una contienda, que mi
Amiga al volante habría protagonizado, en el trayecto al
teatro. Podrían ser los rastros de un enfrentamiento con
escollos de la decadencia, obstáculos de albañal
rezumantes de combustión tiznante. Pero ella viene
reluciente, con un vestido blanco adherido que le acompaña
la piel y los pasos. Y tan calma que no se puede creer;
viéndome en la mesita redonda de la ventana; y
acercándose a ver como engullo el fondo espumoso del
café con leche que todavía queda. Abro la boca y
digo:

–Tus otros amigos; ¿no te van a
extrañar?. La gente de la barra, en Los Altos, que te
necesita, …tus canciones, …tu madurez artística,
…que para los chicos les viene muy bien–.

¿Qué se yo por qué le digo eso?.
Provendrá mi rendimiento rengo de un remanente del
espectáculo, que estaría obrando como un
fluído embriagante; …con lentejuelas, …algo de sudor,
…el calorcito de la sala, …y un sopor que se adueñaba
de mí, sólo cuerpo ansioso en medio del celaje. Y
menos mal que la Cantante se posesiona apropiadamente de su tono
magistral y me responde:

–Tenés la cabeza dada vuelta. No te creas que
voy a contestarte para entrar en tu conversación de
idiotas. Y escuchame. No lo pude encontrar a Nicolás
Labrasogni; solamente le dejé un mensaje en el bar. Pero
vos tenés que volver al tratamiento. Volvé de nuevo
ahí. Hablá con el Doctor Al Godhir–.

Que maldición, pienso yo, tanto anhelo que tiene
por verme "normal", sin nerviosidades, sin que yo establezca
conexiones. Me quiere ver inscripto, autorizado, pendiente de sus
vocalizacione, que son para el consenso. Ella tiene un
corazón de buen vivir, para la perpetuación, del
órden apropiador, de las ganancias del sistema en
órden. Perpetuación del órden de las
contrapropuestas también: todos a dormir y desayunar sin
disonancias, aunque no sean geniales; o sí, cuando sean
geniales, peor. Sin conciencia de las
multiplicidades y simultaneidades; ni conciencia de la herrumbre
y los metales podridos,
aunque llameantes, punzantes, siempre todavía. Y a
despertar en otro día siguiente, produciendo más
ganancias, acumulación día tras día para
más ganancias. intereses y amenazas, que totalizan el
cumplimiento de la caída, lo fatal. Y no voy a seguir,
pensaré entonces; no voy a hacer nada,
atestigüaré. Y le voy a decir a mi
‘Amiga’:

Y hasta yo mismo creeré en la verdad de que al
día siguiente; en medio de los aclaramientos con que me
despertaré y seguiré, en el funcionamiento reversor
de las noches y del sueño; pero ya en la vigilia, de lo
que diré va a ser mi concurrencia al Hospital. "Adjuntante
que es ahora este día que es largo; pero estate tranquila,
yo voy mañana. ¿Vamos a la Costanera?; que ando
óptimamente, he dormido bárbaro… Y ya te voy a
contar". Luego que me abra la camioneta, sin problemas,
porque todo pleno, lleno de moléculas de altitud,
cementación de espacio y liviandad. Y ella va haciendo las
velocidades, rodando.

La Cantante me sabe como soy. Me cree y es justa.
Andaremos para la Costanera, con la luz del principio, que nos
seguirá acompañando. La luz del principio del
viaje, acompañándonos hasta la Zona donde antes yo
entrenaba; "pero eso era bien de madrugada", iré
comentando con la Cantante; "antes que te conociese". Y esa
diurna potencia -que es
de maquinaria ya algo pasadita, a la que continuamente hay que ir
con reparaciones necesarias-, esa potente luz diurna, desde que
dejamos el Teatro-Bar, está con nosotros. Y es algo
más que una iluminación por fuera; porque en los
nervios, llevamos tranquilidad; y el sonido del
silencio en los corpúsculos de luz, va por dentro nuestro;
que nos insufla un bienestar de ricota para nuestras
‘croquetas’.

Estando de esta forma, que le meto al escribir; y
aprovechemos que Nora espera a que termine yo mi redacción. Les digo: Ella sigue leyendo su
nuevo libro de
Astrología, bien grueso, que así
invita a que se lo contemple el volúmen, en una actitud de
intelecto dedicado a comprender las sesudas maravillas que
encierra. Estiércol; no pierdo oportunidad de decirle que
es estiércol, cuando habla de estas cosas, cuando ella
entra a bobear o babear, como se prefiera, alrededor de ese tema
del zodíaco
y la consiguiente pesadez fatal de un destino inorgánico.
Aunque ella no quiera saberlo, todos los astros y cartas natales,
casas y ascendentes, siempre nos están pronosticando
insensateces. Vamos a morir, seremos polvo, volveremos a ser
piedra, quizá fundida magmática; gases,
moléculas dispersas aleatoriamente, hasta implosionar
inorgánicamente, pero narrativos nuestros restos;
¿quién duda que inteligentemente? –esa
Astrología duda, por eso busca seguridades-. ¡Las
horas que le dedica Nora, observando palabras!, que para
mí ya ni guardan mínima poesía.

"Pero aceptalo", me digo; "contemplala a ella, que es
como una niña jugando". Es cierto, la miro de rabillo
ahora que disimulo escribiendo; y ahí la veo con los
nudillos cerrados junto al cuello, sosteniendo la carita seria, y
aplicada a asimilar ese pretendido vuelo ‘superior’.
Una metástasis comercial de palabras suficientemente
ambigüas, como para albergar, y que se pueda proyectar en
ellas, a toda personalidad,
todo temperamento, toda psicología leve, pero
que sea dentro de los moldes de las ganancias, de la salud
acostumbrada y de las buenas maneras convenientes.

Esos pronósticos, oráculos, fatalismos y
predicciones que ella estudia; poco tienen que hacer al lado de
esta magnífica pieza augural que estamos logrando entre
los dos, los tres, …no debo olvidar a la pulserita Amilamia.
Quizá Nora esté sin darse cuenta, sin darle la real
importancia que tiene, a la exactitud en tanto como hemos
avanzado –exactitud que yo ya estoy corroborando entre dos
luces-, porque algunas palabras en el tiempo exacto, sí
que ya se están sucediendo como está
previsto.

Ahora la noche baja y entra en nuestra casa; viene como
un despunte de otro desvelo oscuro y claro, de ojos
placenteramente abiertos en la negrura calma. Otra noche para que
la sepamos, porque está viniendo bien. Sepámosla
con aptitudes abiertas en conexión; cuando en pocos
minutos terminaré de redactar el vaticinio. Poco
más les voy a decir de lo que anda pasando
íntimamente en estos intervalos. En esta forma de hacer
las cosas, conjuntando pausas y el pronóstico, ya casi
estamos terminando. Podría ser este el último de
los intervalos… Mmm; "maybe, baby".

El mediodía en la Costanera está casi sin
gente paseante, porque es día de semana. Es una hora que
estalla de luz, como un huracán del sol alrededor nuestro.
Caminamos sin detenernos a permanecer en nada, por entre los
juegos, entre
las hamacas, despreocupados al andar, como mordisqueando en
pastitos aquí y allá. Hablamos de las cosas que
vemos; y en el pretil respiraremos el viento. Están los
camalotes; adivinamos la otra orilla; ilusionamos la tercera
orilla: la orilla del otro hablar, la orilla fluída, la
orilla del ‘profundo borde’; quizá la orilla
de las tribus, orilla antigua del campo y la piedra, con símbolos inscriptos ancestrales.

…Hay cosas peores; con la Cantante nos habremos puesto
así de eglógicos. Será por el tifón
de luz que nos sigue pegando como latigazos; o este mambucho que
nos da, tiene motivaciones reincidentes por las ganas de comer,
que dice tener ella. Dado que insistirá; en pocos minutos
nos acercaremos al palacete donde sirven comidas: un lugar tan
señorial; le sirven a cualquier hora lo que se quiera,
claro que desenrrollando altos billetes.

Ahí dentro proseguirá una
confrontación, que tiene ambiguos arranques, en diferentes
facetas del segmento que compartimos: distintos entrenamientos
sociales, anhelos de dominar. Y al mismo tiempo se
discutirá la validez de cada uno como cliente consumidor. Son
maldiciones estos obstáculos. La porfía de justeza,
de jerarquía, de cliente autorizado; a ver quien dirige a
quien en el palacete…

–Nos vinieron a visitar al café-concert anoche,
gente que te conoce-. Mira a las otras gentes al hablarme.
–Nos dijo a todos los músicos, este coordinador que
vino; con una señora como del campo- (Mi Socia, pienso).
–Nos dijo que vos sos como un pivot para el Programa. Que
están como haciendo novedades con eso–.

Algo ya andaría pescando de los estetogramas y la
programación de ensayo
general. Me trata y actúa con una languidez, con tanta
exposición al manejo del mundo mi amiga.
Tonos, gestos, una actitud que parece decir: "Así; con
buenas órdenes y gastando un rollo, que están para
servirnos".

–Seguro te convocaron para que cantes en las siguientes
intervenciones. El Director me sigue los pasos. Te gustó
la idea; ¿no?–.

–No depende sólo de mí, Ismael. Es algo
muy abierto y raro; no sé. Hoy lo vamos a conversar con
los músicos–.

Exalta al lugar mi Amiga, lo hace girar eficazmente:
maquinaria de servidores con
ropa de camarero, en nítido corte enchaquetado; copas,
lámparas, ventanas con vitrina a los
balcones-galería, los respaldares, el capitán y el
gerente, el
encargado de cocina, el maitre, las camareras de los panecillos.
Detrás de otros vidrios bullen vapores, funcionan
batidoras; una inmensa energía para producir
misérrimos platos de praliné, huevitos de codorniz
estofados con bayitas en almíbar, tortillitas acarameladas
flambée de brotes de yerba dulce; delicadezas que se
acercan a las mesas con ceremonia, en donde los connoscenti
esperan con finos cubiertos.

–¿Por qué no cambiamos de mesa,
ruiseñora?. Ese es un lindo patio–, le apunto a un
ámbito con media sombra, umbráculo de una parra,
mosaicos moriscos.

–Es cierto; tengo que ambientarme para eso abierto,
más silvestre; de las Intervenciones. Pero lo de las
canciones en japonés que nos dijo el director, es un
detalle un poco complicado–.

Nos levantamos del espejeante ambiente
enmantelado, de la atención demasiado solícita de tanto
personal. El patio es mejor para nuestra frugalidad de agua mineral y
tartas de verdura y quesos. Allí nuestra
confrontación ya no es tan de cuidado. Surgen otros temas
con los que dirimirnos y aclararnos. Conversamos sobre cada cosa
del patio y de los jardines alrededor. Hay jacarandáes
floridos, nenúfares en las charcas, más allá
flores violetas y amarillas; vuelan, se posan y cantan avecillas
espectaculares.

Directamente del patio, saldremos luego, para andar en
los jardines. La tarde se nos irá yendo así, en
caminatas de ida y vuelta por un largo rato. La cantante me
revelará su nombre de la infancia.
Podremos creer que hay algo del mundo entonces… Y asentimos; y
los florecimientos corroboran. ¿Quién no; entre
tanta alegoría de cómo arruma la vida a sus
criaturas?. Sortilegios, transparencias de interfases
ecológicas, libélulas que cuidan unas de otras, el
viento tenue. ¿Quién no creerá que se puede
estar suturado; en juntura cándida, que jamás se
quebrará?. Yo lo podría creer.

Ya algo apartados de los jardines públicos, la
tarde se nos va cambiando sin consultarnos. El crepúsculo
nos alcanza al estar aventurados por la rivera del campo. Vamos
viendo oscurecerse las totoras, los sauces junto a un
terraplén; una noche de melaza. Tenemos que apretar los
párpados y focalizar la vista, para no salirnos del camino
y caer en la cuneta; anegada y pululante con los cangrejos.
Aunque algunos tropiezos con cascotes, la cosa va bien agarrada
en el camino descampado. Entre agarrados y aferrados en bloque,
así avanzamos; sin dejar de conversar nuestro futuro. Es
un marco de coincidencias en el tranquilo pero esforzado andar
nuestro, simultáneo con los cantos del agua que
interfieren un poco para escucharnos. Van llegando desde el agua, las
voces graves de los anfibios, y sus silbidos ásperos y
agudos. Los gruñidos y fricciones de las charcas, entre
los cañizales; los metálicos y agudos cloquidos
cilíndricos, que ponen ritmos de registro alto en
nuestro andar aferrado al futuro. Porque coincidiendo con las
agradables asperezas del descampado acuático que
atravesamos para alcanzar la camioneta, mi Amiga y yo
establecemos un futuro compañero junto consolidado.
Estaremos tras de realizar las conexiones, crear otras nuevas,
que se inserten eficaces. Y en el fluir que nos proponemos,
juegan sus representaciones, las de ella como Interventora
Cantante; cuando entonces andando, las estéticas palabras
de mi Amiga, son asistidas, por tanto coro agreste.

Amalgamados en la larga recta, decidimos llegarnos hasta
el local-vivienda, ni bien alcanzemos la camioneta. Nuestros ojos
están puestos a prueba; y funcionan normalmente,
aún después de habernos traspuesto andando, el
límite alto de las farolas. En un periquete, ella ya
está abriendo la camioneta para irnos. El Parque Costanero
no se soporta más. De tanto tenemos que
hablar…

Planteos que mi Amiga me hace, en torno a los
trabajos futuros. Para agregar plantas
móviles, que ornamentarán al Programa donde
convenga. Ella supone, que si en tanto los trabajos nocturnos de
conexión podrían continuar; allá en el local
vivienda, podríamos sumergirnos los dos con pinzas,
forceps y escalpelos, bajo las lamparitas yódicas, en
altas horas de micropropagadores, es posible; y semiocultos
detrás de las vidrieras blanqueadas, también
señala para mayor claridad, que serían necesarias
horas de la media mañana, con planillas, conversaciones
telefónicas, entrada y salida de mensajeros, con
especímenes de algas y otras novedades. Planea ella el
lugar preciso donde estacionar las camionetas refrigeradas, a
qué hora; y me coloca en el declive inevitable donde yo
controlaré las remesas, planilla en mano. Serán las
plantas móviles que luego ornamentarán al Programa.
Y el embarque de los tubos de ensayo con etiquetas coloreadas,
cada uno en su embalaje pedagógico, para fomentar nuevos
programas, con las conexiones indicadas individualmente a cada
destinatario –también la distribución mínima, bajo el aspecto
gel-, donde partes pequeñas van acompañadas de
instrucciones particularmente a todos; lo que se hace por encima
de opacas planchas microfílmicas, emulsiones sencillas
diminutas.

Indeclinablemente, con estos cargos de responsabilidad, indicando funciones a los
colaboradores dentro de sus uniformes asépticos, no
tendré otra salida, más que ordenar el movimiento
de la gente. Pero después, por las noches, puedo hacer una
laxa revisión de todas las conexiones; ella me
acompañará operación por operación.
Los desinfectados ambientes del refugio van a oler a espadol, me
dice. Y no hay caso de esquivar la autoridad de
mi Amiga, preparando nuestra conjunción; esplendor de
sabia salud; pinta muy bien en su vestido blanco.

Estamos colocados con nuestro relativo contacto,
aún más juntos, respaldados en nuestra
conversación que nos infunde benignidad, atentos al
frente, cruzándonos palabras en la camioneta que rueda.
Dejamos al sector. No es de extrañar, que me encuentre
unas monedas suntuosas en el interior de mis bolsillos. Se las
voy alcanzando una a una. Son monedas de un metal impactante,
como que te dieran un sopapo. Las va mirando en una
diversificación de atención, porque sigue
dándome instrucciones precisísimas en cuanto al
trabajo y mi compromiso con él; que se va comprometiendo
cada vez más con mi adyunción al formuleo: Química insobornable
para los días siguientes en cada tarde, me indica. Mira
las monedas, y con saber las valora como una pequeña
fortuna, me dice. Yo le obsequio una, y la guarda en su carterita
plateada. Maneja la camioneta; pero ya nos tenemos que despedir;
porque es la hora de la actuación de ella. Tiene que ir al
local nocturno, cumplir con el horario, lo que no permite que me
vaya a dejar en Los Altos.

Me tendré que ir caminando desde el otro lado del
Parque. Aún con la puerta abierta al despedirnos, yo le
advierto a mi amiga que puede haber inconvenientes en ese trabajo
futuro; "me conozco", le digo: "soy tan autoritario cuando las
cosas se me ensoberbecen. Hasta que de puro energúmeno
cuando me enfermo, puedo llegar a pretender demasiado, demasiada
producción, agitamiento"… Le quiero decir
que todo el activismo podría ser traqueteante, al don
pirulero. Mi Amiga aprueba con una media sonrisa apurada. Parece
que hasta en el despiste, andando yo por todo el ripio, para ella
va a estar todo bien. Ya se va en la camioneta. Estoy en una de
las esquinas, frente al Parque de los pequeños senderos.
Busco en la noche como orientarme, para llegar a mi refugio en
Los Altos, mi local-vivienda, donde me esperan mis funciones
reconectoras: "clavijas niqueladas – voy a poner – en
las cabezas – de mi monstruo"; entono para mi mismo ese
inicio de canción.

 

Ya vamos a ver para qué tanto pronóstico.
Soy este Ismael, que me despido de ustedes. Mi persona
futurizada, como personaje de la predicción, anima la
siguiente secuencia, que es la última. Vamos a ver si Nora
supo algo que nos sirva. Porque yo, simplemente fui redactando,
lo que ella mediatizó desde su avizoramiento. Habrá
que ver. Enseguida ella y yo nos iremos a un parque con el
fresquito. Desde ahí nos pondremos a derivar por las
calles. Y así otra vez; sucesivamente. De camino
quizá pase cerca y pueda mirar la puerta del edificio. Y
ya saben, ahora por escrito, que podrían volver otra vez
con nosotros; avisen primero. Nos vemos.

Un breve ritual con la llave, cuando alcanzo mi vivienda
prestada. Podré dormir y soñar… Aunque para
mí me entrediré: "¡Que se yo para qué
acostarme; todavía tan temprano!". Pero macana, no es que
sea temprano; tengo mucho para hacer, si quiero completar mi
día.

Las figuritas que corto redondas, de las revistas y de
fotografías, tengo que conectarlas en órden;
hacerles un ojalito después a cada una, ensartarlas en mi
dispositivo movedizo –que lo tengo gracias a una
acción corsaria de la Cantante en el laboratorio del
Centro Cultural-; y entonces, cuando están vibrando
sacudidas en este aparato, ahí me concentro. Y veo como la
gente de las fotografías y figuritas me sonríe;
hacen caras, hablan, se relacionan. Todo lo cual voy registrando
en un pre-órden argumental, para el Programa: especie de
guión y ensayo para mejores conexiones. Las que voy
sumarizando en una bitácora; las conexiones del planeamiento para
los figurantes: vecinos, personajes, que son los de la
Verdulería o los del Centro Cultural. Así al
día siguiente; iría a los lugares en que se supone
van a estar: Observaré sus rostros, atendiendo a lo que va
pasando entre ellos. Yo tomo nota, vuelvo al refugio; y
necesariamente habrá que hacer algunas alteraciones, en el
órden de las figuraciones que tenía previstas del
día anterior. Son cosas que pasan.

Sí; tengo que agregar; porque Nora se me ha
acercado, mira por sobre mi hombro; para asegurar que yo registre
lo que me está diciendo. Tengo que agregar sobre las
suplencias. Con un gran sentido práctico, mi mujer quiere
que sepan de mi posible prescindibilidad. Dice que yo no me
despiste ni me haga el vivo; que hay muchos suplentes bien
dispuestos, para reemplazarme en el futuro. Que los sucesos no
precisan exactamente de mi persona. Esto podría acarrear
una discusión ontológica. Pues si yo estoy ausente
de lo que pase, ya no habría tales sucesos, sino quien
sabe cuales. Pero conviene ser buena gente; y no detenerse en
unos detalles, que demorarían la finalización del
registro; y la salida de Nora conmigo esta noche.
¿Está bien así, mi ama?. –Ay–. Parece
que está bien. Nora me tiró de los pelos para
plantarme un chupón, me agarró las mejillas; me
dijo: "Sos mi loquito y cómo te amo"; y se metió en
la cocina –seguro a preparar cocoa-. Ojalá que no se
le aparezcan ahí los del sanatorio; pero eso es otra
historia. Entonces les reitero que recuerden que aquí
estamos. Y vaya por delante otro saludo.

Desde que esa noche ya habré completado en un
santiamén con las tijeras de recortar dos o tres horas; y
la pista vibratoria, más anotaciones, y una hora
más hasta que cierro; todo concluído y desenchufo
la máquina. Así me podré ir a dormir, tan
necesario que se hace, para poder soñar
imprescindiblemente soñar.

Aunque se habrá hecho un poco tarde, parpadeo ya
de vuelta en el edredón; otro día más; ya
después mañana estaría con la Cantante; y
retornar a los vecinos… El huevo oscuro del sueño va
creciendo dentro mío… Vendrá de quién sabe
qué antigüedad, un sentimiento impreciso, como un
viento de otras épocas. Y habrán sido minutos nada
más; cuando al despertar, me parece hacerlo dentro de una
mansión burguesa y señorial. Fantaseo que estoy
entre paredes de piedra; hasta encender la luz, conectarme en mi
existencia. El sueño imprecisamente sigue,
impresionándome como si fuera del medioevo; una historia
fugaz que está por escapárseme; hasta que agarro
papel y lapiz para pensar en lo que soñé. Lo
recuerdo y lo anoto.

Al volver a dormir, puedo descansar en profundidad. La
hondura de mi descanso va a ir alterándose como si la
cepillaran; por un susurro a mis espaldas que en un primer
momento, no voy a entender. Así de desorganizado se me
presentará, tan irreconocible el ruido
creciente, que primeramente es ese susurro. Me hace abrir los
ojos y preguntarme qué pasa. Algo de susto, una duda
despertando en todos los sentidos
hasta entender; que se trata de la campanilla del
teléfono.

Realmente no me gusta mucho ese generalmente molesto
aparato. De tal modo, que le disminuyo el sonido a la campanilla,
poniéndola al más bajo nivel. Además le echo
toallas arriba, para olvidarme que existe en mi refugio. No
quiero pensar en el teléfono como un medio para
proyectarme afuera. Porque con el se discontinúan mis
conexiones; me distraigo, me pongo a hablar pavadas. Y esta vez
me saca del descanso; surgiendo el llamado desde el sentimiento,
como una pesadilla.

–¿Quién es?–. El resabio de pesadilla
desaparece; porque me pregunta el número y enseguida
pregunta por mí, esa voz; que trataré de ubicar,
porque me es conocida.

–Realmente no llegué a enojarme, señor
Ismael. Comprendí sus molestias. Hablé con los
profesionales del Servicio para que lo ayuden–. la recepcionista
del Hospital, parece que me está haciendo un favor. La
enfermera ubicó la ficha, el número del
teléfono. Al menos me agrada esa dedicación hacia
mí. –Tomé las palabras suyas como resultado
de la situación. Conseguimos con el doctor Al Godhir, que
se le abra un turno regular–.

–Sus palabras me vienen como desde un ángel.
Ahora mismo salgo para allá–. Es cierto mi decir. Ya
creería que no me esperaba nada bueno en ese día,
de continuar con averiguaciones y medioevo.

–Aguarde un momentito, que lo comunico con el doctor
ahora. Hable con él y después veame en la
recepción. Soy la señorita Sabina–.

Se suceden unos pitidos en la línea; y se aparece
la voz, de afectuosidad requebrada y tajante; la voz del Doctor
Al Godhir. Lo saludo y le expreso que no esperaba este beneficio,
que surge sin previsión mía en absoluto… Que es
una gran chance para cambiar la época, porque el medioevo
es seguro pero bastante sucio. Y lo que dicen las figuritas
tampoco me gusta.

–Estoy en una reunión–, me dice: –El Director
está preparando al Servicio. Venga, lo esperamos–. Y ya
me iba a cortar, en mi sorpresa. Pero podré darle un
chiflido para detenerlo; y tratar de enterarme:

–No me diga que el curso del Ensayo General ya
interviene en los Consultorios. Se han acelerado–…

–¿Usted vió la hora que es?… Le digo,
Ismael: los músicos vienen más tarde. Para cuando
lleguen ya el Equipo tendrá todo preparado. La nena
está mejor. La señora Nora se puso muy contenta con
la mejoría de Amilamia. Le manda besos la señora
aquí en la reunión. El Director con los dibujos de las
plantas ya instruyó a los utileros para montar una capilla
ardiente. A ver; espere un momento–. Escucho que le hablan al
doctor, que él retoma la conversación, me dice:
–El Director me pide que le recuerde a que usted traiga el
aparato vibratorio y los piolines para conformar la estrella.
¡Ah!; y la señora que canta va a venir sólo a
actuar, fijesé. Que sino fuera por ella los pacientes no
tendrían cada uno su Heftpistollen. Ahora están
fijando los tapizados. Además ella consiguió la
autorización del Ministro y del Sindicato.
Nicolás me dice aquí que si no viene rápido;
a usted le van a volver los dolores; tiene razón.
Así que no venga corriendo, Ismael; consígase un
transporte.
Listo, terminamos con el parlamento; métale–. Al Godhir
me dice su último requiebro y corta tajante.

¿Cómo haré para llegar?. Ahí
están las monedas. ¿Habrá lugar en los
aviones?. Primero tengo que ver los horarios; elegir la mejor
partida. Sino hay lugar tomaría el tren; hay un Especial
al Mediodía.

FIN

 

Sergio Edgardo Malfé

Sobre el autor: Es argentino, vecino de la C.A. de
Buenos Aires;
está en una cronológica 3ª edad –y esto
claramente representa una graduación terciaria-. En este
recurso hay otro trabajo de él con esta ubicación:

http://www.monografias.com/trabajos35/biblioterapia/biblioterapia.shtml
-. Sus trabajos más breves revistan en un weblog: –

-.

Partes: 1, 2, 3
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