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"El príncipe" de Nicolás Maquiavelo (página 2)



Partes: 1, 2

El deseo de conquista es un sentimiento muy natural y
común, y siempre que lo hagan los que pueden, antes
serán alabados que censurados; pero cuando intentan
hacerlo a toda cota los que no pueden, la censura es
admitida.

Para evitar una guerra nunca
se debe dejar que el desorden siga su curso.

Es natural que se ha vuelto poderoso recelo de la misma
astucia o de la misma fuerza gracias
a las cuales se ha obtenido la ayuda.

CAPÍTULO IV

POR QUE EL REINO DE DARIO, OCUPADO POR ALEJANDRO, NO SE
REVELÓ CONTRA LOS SUCESORES DE ÉSTE, DESPUÉS
DE SU MUERTE

Un príncipe elige de entre sus siervos, que o son
todos, los ministros que lo ayudarán a gobernar, o por un
príncipe asistido por nobles que, a la antigüedad de
su linaje, deben la posición que ocupan. Estos nobles
tienen estados y súbditos propios, que los reconocen por
señores y les tienen natural inclinación. Mientras
que en los Estados que eran gobernados por un príncipe
asistido por siervos, el
príncipe goza de mayor autoridad por
que en toda la provincia no se reconoce a otro soberano, sino a
él, y si se obedece a otro, sólo se le hace por
tratarse de un ministro o magistrado del
príncipe.

CAPÍTULO V

DE QUÉ MODO HAY QUE GOBERNAR EN LAS CIUDADES
PRINCIPADOS QUE, ANTES DE SER OCUPADOS, SE REGÍAN POR SUS
PROPIAS LEYES.

Hay tres modos de conservar un Estado que
estaba acostumbrado a regirse por sus propias leyes y a vivir en
libertad:

  1. Destruirlo
  2. radicarse en él
  3. dejarlo regir por sus leyes, obligándolo a
    pagar tributo y establecer un gobierno
    compuesto por un pequeño número de personas para
    que se encarguen de velar por la conquista.

Nada hay mejor para conservar una ciudad acostumbrada a
vivir libre que hacerla gobernar por los mismos ciudadanos. El
único sistema seguro de dominar
una ciudad acostumbrada a vivir libre es destruirla. Quien se
haga dueño de una ciudad así y no la aplaste, debe
esperara ser aplastado por ella. Sus rebeliones siempre
serán representadas con el nombre de libertad. El recuerdo
de su antigua liberad no les concede ni un momento de reposo si
los habitantes no se separan ni se dispersan, inmediatamente
recurren a cualquier contingencia.

Cuando las ciudades o provincias están
acostumbradas a vivir bajo un príncipe, y por la
extinción de este y su linaje queda vacante el gobierno,
por un lado los habitantes están acostumbrados a obedecer
y por otro no tienen a quién, y no se ponen de acuerdo
para elegir a uno entre ellos, ni saben vivir en libertad, y por
último tampoco se deciden a tomar armas contra el
invasor.

CAPÍTULO VI

DE LOS PRINCIPADOS NUEVOS QUE SE ADQUIEREN CON LAS ARMAS
PROPIAS Y EL TALETO PERSONAL

Los hombres siguen casi siempre el camino abierto por
otros y se empeñan en limitar las acciones de
los demás. Todo hombre que sea
prudente debe imitar a los que han sido excelsos, para que, si no
los iguala en virtud, por lo menos se les acerque.

Los principados de nueva creación, son más
o menos difíciles de conservar según que sea
más o menos hábil e inteligente el príncipe
que los adquiere. El que menos ha confiado en el azar es el que
siempre se ha conservado en su conquista. También facilita
enormemente las cosas el que un príncipe, al no poseer
otros Estados, se vea obligado a establecerse en el que ha
adquirido (aquellos que no se convirtieron en príncipes
por azar, sino por sus virtudes).

Las dificultades nacen de las nuevas leyes y costumbres
que se ven obligados a implantar para fundar el Estado y
proveer sus seguridad. No hay
nada más fácil de emprender, ni más dudoso
de triunfar, ni más peligroso de manejar que el introducir
nuevas leyes. El innovador se transforma en enemigo de todos los
que se benefician con las leyes antiguas, se consigue la amistad tibia de
los que se benefician con las leyes nuevas.

Es preciso ver si esos innovadores lo son por si mismos,
o si dependen de otros; si necesita recurrir a la súplica
para su obra, o si pueden imponerla por la fuerza, entonces, rara
vez dejan de conseguir sus propósitos. Los rublos
volubles, si es fácil convencerlos de algo, es
difícil mantenerlos fieles a la convicción, por lo
que conviene estar preparados.

CAPÍTULO VII

DE LOS PRINCIPADOS NUEVOS QUE SE ADQUIEREN CON ARLMAS Y
FORTUNA DE OTROS

Los que sólo por suerte se convierten en
príncipes y poco esfuerzo necesitan para llegar a serlo,
se mantienen pero con muchísimo trabajo.

Las dificultades se presentan una vez instaladas. Estos
príncipes no se sostienen más que por la voluntad y
la fortuna (mudables e inseguras) de quienes los elevaron y no
saben ni pueden conservar aquella dignidad. No
es factible que conozca el arte del mando.
ya que han vivido siempre como simples ciudadanos.

CAPÍTULO VIII

DE LOS QUE LLEGARON AL PRINCIPADO MEDIANTE
CRÍMENES

Está el caso en el que se asciende al principado
por un camino de perversidades y delitos y en
el que se llega a ser príncipe por favor de otros
ciudadanos. Los ciudadanos no tienen entonces más remedio
que someterse y constituir un gobierno del cual alguien se hace
nombrar jefe. Muertos todos los que pudiesen significar u peligro
para él se preocupa por reforzar su poder con
nuevas leyes civiles y militares, de manera que mientras
gobierne, no sólo está seguro, sino que se hace
temer por todos los vecinos.

Al apoderarse de un Estado todo usurpador debe
considerar todos los crímenes que le es preciso cometer, y
ejecutarlos todos a la vez, para que no tenga que renovarlos
día a día. Quien procede de otra manera, por
timidez o por haber sido mal aconsejado, se ve siempre obligado a
conserva el cuchillo en la mano, y mal puede contar con
súbditos a quienes sus ofensas continúas y
todavía recientes llenan de desconfianza. Por que las
defensas deben inferirse de una sola vez, para que durando menos;
mientras que los beneficios deben procurarse poco a poco, con fin
de que se deben saborear mejor.

CAPÍTULO IX

DEL PRINCIPADO CIVIL

Un ciudadano gracias al favor de sus compatriotas, se
convierte en príncipe. L Estado así constituido
puede llamarse principado civil. El legar a él no depende
de una cierta habilidad propiciada por la fortuna, o bien del
apoyo del pueblo, o bien del de los nobles.. en toda ciudad se
encuentran dos fuerzas contrarias, una lucha por mandar y oprimir
a la otra, que no quiere ser mandada ni oprimida. Y del choque de
las dos corrientes surge uno de estos tres efectos: principado,
libertad o licencia.

Los nobles cuando comprueban que no pueden resistir al
pueblo, concentran toda la autoridad en uno de ellos y lo hacen
príncipe para poder, a su sombra, dar rienda suelta a sus
apetitos. El pueblo cuando no puede hacer fuerte a sus grandes,
cede su autoridad a uno y lo hace príncipe para que lo
defienda. El que llega al principado con ayuda de los nobles se
mantiene con más dificultad que el si o hombre que ha
legado con el apoyo del pueblo, porque los que o rodean se
sientes sus iguales.

Un príncipe jamás podrá dominar al
pueblo cuando tenga por enemigo. Lo peor que un príncipe
puede esperar de un pueblo que no o ame es el ser abandonado por
él; de los nobles, si los tiene por enemigos, es que se
rebelen contra él. Es una necesidad del príncipe
vivir siempre con el mismo pueblo, pero no con os mismos nobles,
puede crear nuevos o deshacerse de lo que tenía a su
conveniencia.

El que llegue a ser príncipe mediante el favor
del pueblo debe esforzarse por conservar su afecto, pues el
pueblo sólo pide no ser oprimido. El que se convierta en
príncipe por ayuda de los nobles perecerá si se
empeña en conquistarlo, lo que sólo será
fácil si lo toma bajo su protección.

Un v príncipe necesita contar con la amistad del
pueblo, pues de lo contrario no tiene remedio en la
adversidad.

Estos principados peligran cuando quieren pasar de un
principado civil a un principado absoluto.

CAPÍTULO X

COMO DEBEN MEDIARSE LA FUERZAS DE TODOS LOS
PRINCIPADOS

Son capaces de sostenerse a sí mismos los que, o
por abundancia de los hombres o de dinero, pueden
levantar un ejército respetable y presentar batalla a
quien quiera que se atreva a atacarlos. Los que no son capaces de
presentar batalla al enemigo en campo abierto. Del segundo caso
lo se puede aconsejar a los príncipes que fortifiquen y
establezcan la ciudad en que vivan y se despreocupen por la
campaña. Quien tenga bien fortificada su ciudad
difícilmente será asaltado; porque los hombres son
enemigos de las empresas
demasiado arriesgadas.

Un príncipe que obtiene una plaza fuerte, y a
quien el pueblo no odie, no puede ser atacado. Si fuese el
atacado se vería obligado a retirarse sin gloria, son tan
vitales las cosas de este mundo que es imposible que alguien
permanezca con sus ejércitos un año situando
ociosamente una ciudad.

CAPÍTULO XI

DE LOS PRINCIPADOS ECLESIÁTICOS

En os principados eclesiásticos existen
dificultades antes de poseerlos, se adquieren o por valor o por
suerte, mantiene a sus príncipes en el poder sea cual
fuere el modo que estos procedan o vivan.

Estos son los únicos que tienen Estados y no los
defienden; súbditos no os gobiernan. Pero a pesar de eso
no les son arrebatados y los súbditos no se preocupan, ni
piensan, ni podían situarse a su soberanía. Son los únicos
principados seguros y
felices.

CAPÍTULO XII

DE LAS DISTINTAS CLASES DE MILICIAS Y DE LOS SOLDADOS
MERCENARIOS

Las formas de ataque y de defensa pueden ser necesarias
un cada uno de los Estados antes mencionados.

Las tropas con las que un príncipe defiende a sus
Estados son propias, mercenarias, auxiliares o mixtas. Las
auxiliares y mercenarias son útiles y peligrosas; el
príncipe que descanse en mercenarios nunca estará
seguro ni tranquilo, por que están desunidos, ambiciosos y
desleales, violentos entre los amigos y cobardes cuando se
encuentran frente al enemigo por que no tienen disciplina y
durante la paz despoja a su príncipe tanto como los
enemigos durante la guerra. Quieren ser soldados minetras el
príncipe no hace guerra.

CAPÍTULO XIII

DE LOS SOLDADOS AUXILARES, MIXTOS Y
PROPIOS.

Las tropas auxiliares son aquellas que se pide a un
príncipe poderoso para que os socorra y los defienda.
Pueden ser útiles y buenas para sus amos, pero para quien
las llama son casi siempre funestas pues si pierden queda
derrotado, pero si gana, se convierte en prisionero.

Todo el que no quiera vencer no tiene más que
servirse de esa tropas, muchísimo más peligrosas
que las mercenarias, por que están perfectamente unidas y
obedecen ciegamente a sus jefes, con o cual la ruina es
inmediata; mientras que las mercenarias, someten al
príncipe una vez que han triunfado. En ellas un tercero al
que el príncipe haya hecho jefe no puede cobrar enseguida
tanta autoridad como para perjudicarlo. Por ello, todo el
príncipe prudente ha desechado estas tropas y se ha
refugiado en las propias, y ha preferido vencer con las suyas a
hacerlo con otras.

Sucede siempre que las armas ajenas no se caen de los
hombros del príncipe o le pesan, solo oprimen. Sin
milicias propias no esta seguro, está por completo en las
manois del azar.

Aquel que en un principado no descubre los males antes
mencionados una vez nacidos, no es verdaderamente sabio, pero
esta virtud la tienen pocos.

CAPÍTULO XIV

DE LOS DEBERES DE UN PRÍNCIPE PARA CON LA
MILICIA.

Un príncipe no debe tener más objeto ni
pensamiento
que se fuera del arte de la guerra y lo que a su orden y
disciplina corresponde, pues es lo único que compete a
quien manda. No sólo conserva en su puesto a los que han
nacido príncipes , sino que muchas veces eleva a esta
dignidad a hombres de condición modesta, por el contrario,
ha hecho perder el Estado a príncipes que han pensado
más en las diversiones que en las armas, la pérdida
del Estado se haya siempre en el olvido de este arte.

Un príncipe durante os tiempos de paz debe
ejercerse más que en los tiempos de guerra; lo cual puede
hacer de dos modos: con la acción
y con el estudio. La accción, debe, de ejercitar y tener
bien organizadas sus tropas, dedicarse constantemente a la caza
con el doble objeto de acostumbrar el cuerpo a las fatigas y
aconocer la naturaleza de
los terrenos; primero, se aprende a conocer la region donde se
vive, en virtud del concimiento práctico de una comarca,
se hace más fácil el
conocimiento de otra donde sea necesario actuar.

En cuanto al ejercicio de la mente, el príncipe
debe estudiar la historia, examinar las
acciones de los hombres ilustres, ver como se ha conducido en la
guerra, analizar el porque de sus victorias y derrotas para
evitar estas y tratar de lograr aquellas; un príncipe
prudente: no permanece inactivo nunca en tiempos de paz, hacer
acopio de enseñanzas para valerse de ellas en la
adversidad, a finde que, lo halle preparado para
resistirle.

CAPÍTULO XV

DE AQUELLAS COSAS POR LAS CUALES LOS HOMBRES Y
ESPECIALMENTE LOS PRINCIPES, SON ALABADOS O
CENSURADOS.

¿Como debe comportarse un príncipe en el
trato de sus súbitos y amigos?. Hay diferencia entre como
se vive y como se debería vivir, que aquel que deja lo que
se hace por lo que debería hacerse marcha a su ruina en
vez de beneficiarse; todo príncipe que quiera mantenerse
aprenda a no ser bueno y a participarlo o no de acuerdo con la
necesidad.

Todos los hombres, y en particular los príncipes,
por ocupar posiciones más elevadas, son juzgados por
algunas de estas cualidades, tacaño, avaro

Avaro: es también el que tiende a enriquecerse
por medio de la rapiña. Es considerado dadivoso, clemente,
leal, afeminado, decidido y animoso, humano, casto, sincero,
duro, grave, religioso.

Tacaño: el que se abstiene demasiado de gastar lo
suyo. Es considerado rapaz, cruel traidor, pusilánime,
soberbio, lasisivo, débil, frívolo,
incrédulo.

Un príncipe posee las cualidades que son
consideradas buenas pero como no es posible consérvalas
todas, es preciso ser tan cuerdo que pueda evitar la
vergüenza de aquellas que le significarán la
pérdidas del Estado, si no puede, no debe preocuparse y
mucho menos incurrir en la infamia de vicios sin os cuales
difícilmente podrá salvar el Estado, por que a
veces lo que parece virtud escasa de ruina, y lo que parece vicio
sólo acaba por trae el bienestar y la
seguridad.

CAPÍTULO XVI

DE LA PRODIGALIDAD Y DE LA AVARICIA

Estaría bien ser tenido por pródigo de
manera que se sepa que uno es , perjudica; y por otra parte, si
se le practica como se le debe practicar no será conocida
y se le considerará como el vicio contrario. Un
príncipe así acostumbrado a proceder
consumirá en tales obras todas sus riquezas y se
verá obligado, si desea conservar su reputación, a
imponer excesivos tributos, a
ser riguroso en el cobro y hacer todas las cosas que hay que
hacer para procurarse dinero. Lo cual comenzará a tornarlo
odioso.

Ya que el príncipe no puede practicar
públicamente esta virtud sin que se le perjudique,
convendrá que no se preocupe si es tachado de
tacaño por que con el tiempo
será tenido siempre como más
pródigo

Sólo hemos visto hacer grandes cosas a los
hombres considerados tacaños; los demás siempre han
fracasado. Un príncipe debe reparar poco, con tal de que
ello le permita defenderse, no robar a los súbditos, no
volverse pobre y despreciable, no mostrarse ladrón , en
incurrir en el vicio de tacaño; porque este es uno de los
vicios que le hacen posible reinar.

CAPÍTULO XVII

DE LA CRUELDADY LA CLEMENCIA; Y SI ES MEJOR SER AMADO
QUE TEMIDO, O SER TEMIDO QUE AMADO.

Todos los príncipes desean ser tenidos por
clementes y no por crueles, deben cuidarse de emplear mal esta
clemencia. Un príncipe no debe preocuparse por que o
acusen de cruel, y siempre cuando su crueldad tenga por objeto l
mantener unidos y fieles a los súbditos; con pocos
castigos ejemplares será más clemente que aquellos
que , por excesiva clemencia dejan manipular sus
órdenes.

Debe ser cauto en el creer y el obrar, no tener miedo de
si mismo y proceder con moderación y humanidad. Surge una
cuestión: si vale más ser amado que temido, o
temido que amado. Nada sería mejor que ser las dos a la
vez, ya que es difícil unirlas y siempre ha de faltar
una.

Los hombres tienen más cuidado al ofender a uno
que se haga amar que a uno que se haga temer; el amor es un
vínculo de gratitud que los hombres, perversos rompen cada
vez que pueden beneficiarse, el temor es el miedo al castigo que
no se pierde nunca.

El príncipe debe hacerse temer de modo que vite
el odio.

Cuando el príncipe está al frente de sus
ejércitos, es necesario que no se preocupe si merece fama
de cruel, por que sin esta fama jamás podrá tenerse
ejército alguno unido y dispuesto a la lucha.

Como el amar depende de la voluntad de los hombres y el
temer de la voluntad del príncipe, un príncipe
prudente debe apoyarse en lo suyo y no en lo ajeno, tratando
siempre de evitar el odio.

CAPÍTULO XVII

DE QUE MODO LOS PROMESAS

Hay dos maneras de combatir: una, con las leyes, otra,
con la fuerza. La primera es distintiva del hombre; la segunda de
la bestia.

Un príncipe debe saber comportarse como bestia y
como hombre. Como el receptor es mitad bestia y mitad hombre, un
príncipe debe saber emplear las cualidades de ambas
naturalezas, ya que una no puede durar mucho tiempo sin la
otra.

Como bestia conviene que el príncipe se
transforme en zorro y en león; porque el león no
sabe protegerse de las trampas y el zorro no se protege de los
lobos.

Un príncipe prudente no debe observar la fe
jurada cuando semejante observancia vaya en contra de sus
intereses y cuando hayan desaparecido las razones que le hicieron
prometer ya que los hombres son perversos.

Se podrían citar innumerables ejemplos modernos
de tratados de paz y
promesas vueltas inútiles por la infidelidad de los
príncipes. Hay que saber disfrazarse bien y ser más
hábil en el fingir y el disimular

Es preciso que un príncipe posea todas las
virtudes mencionadas, pero es indispensable que aparente
poseerlas. Hay ocasiones que el tenerlas y practicarlas siempre
es perjudicial, y el aparentar tenerlas es útil. Esta bien
mostrarse piadoso, fiel, recto, humano y religioso, así
mismo serlo efectivamente; pero se debe estar dispuesto irse al
otro extremo si ello, fuera necesario.

un príncipe debe tener muchísimo cuidado
de que no le brote nunca de los labios algo que no este empapado
de las cinco virtudes antes citadas. Y en las acciones de los
hombres, particularmente de los príncipes, donde no hay
apelación posible, se atiene a los resultados.

CAPÍTULO XIX

DE QUE MODO DEBE EVITARSE SER DESPRECIADO Y
ODIADO.

Trate el príncipe de huir de las cosas que no lo
hagan odioso y despreciable y una vez logrado no tendrá
nada que temer de los otros vicios.

Hace odioso el ser ladrón y apoderarse de los
bienes y de
las mujeres de los súbditos, de todo lo cual
convendrá abstenerse. La mayoría de los hombres
mientras no se vean privados de sus bienes y de su honor, viven
contentos.

Hace despreciable el ser considerado frívolo,
voluble, afeminado, pusilánime e irresoluto de defectos de
los cuales debe alejarse e ingeniarse para que en sus actos se
reconozca grandeza, valentía, seriedad y fuerza. Con
respecto a los asuntos privados de sus súbditos, procurar
que sus fallos sean irrevocables y empeñarse en adquirir
tal autoridad.

Para ser respetado, el príncipe, tiene
necesariamente que ser bueno y querido por los suyos. Un
príncipe debe temer dos cosas: que se le subleven los
súbditos y que lo ataquen potencias extranjeras. En el
interior estarán aseguradas las cosas cuando lo
estén en el exterior.

En lo que se refiere a los súbditos, ha de cuidar
que no conspiren secretamente.

El no ser odiado por el pueblo es uno de los remedios
más eficaces de que dispone un príncipe, ya que el
conspirador siempre cree que el pueblo quedará contento
con la muerte del
príncipe.

Los Estados bien organizados y los sabios siempre han
procurado no exasperar a los nobles y, a la vez, tener satisfecho
y contento al pueblo.

CAPÍTULO XX

SI LAS FORTALEZAS, HAY MUCHAS OTRAS COSAS QUE LOS
PRÍNCIPES HACEN CON MUCHA FRECUENCIA SON ÚTILES O
NO

Hubo príncipes que, para conservar sin
inquietudes el Estado, desarmaron a sus súbditos, que
dividieron sus territorios conquistados, que favorecieron a sus
mismos enemigos, que se esforzaron por atraerse a aquellos que
les inspiraban recelo al comienzo de su gobierno, que
construyeron fortalezas y que las arrasaron.

Nunca sucedió que un príncipe nuevo
desarmase a sus súbditos, más bien los armó
cada vez que los encontró desarmados. De este modo las
armas del pueblo se convirtieron en las del príncipe. Los
súbditos a quienes el príncipe arma, son deudores
del príncipe y se consideran más obligados a
él.

Cuando un príncipe adquiere un Estado nuevo que
se añade al que ya poseía conviene que desarme a
sus nuevos súbditos, excepción hecha de aquellos
que se declararon partidarios suyos durante la
conquista.

En las ciudades conquistadas, aunque no se dejaba llegar
al derramamiento de sangre,
alimentaban discordias entre ellos, a fin d que, ocupados en sus
diferencias no se uniesen contra el enemigo
común.

Un príncipe nuevo al que le es más
necesario adquirir fama, la fortuna le suscita enemigos y
guerras en su
contra para poder darle la oportunidad de que las supere y pueda
elevarse a mayor altura.

Los hombres que al principio del reinado han sido
enemigos, si su carácter es tal que para continuar la lucha
necesitan apoyo ajeno, el príncipe podrá
fácilmente conquistarlos a su causa, y lo servirán
con más facilidad.

Los príncipes para poder conservarse
acostumbraron a construir fortalezas que fuesen rienda y freno
para quienes se atraviesen a obrar en su contra. Las fortalezas
son útiles si en unas ocasiones favorecen y en otras
perjudican. No hay mejor fortaleza que el no sr odiado por el
pueblo.

CAPÍTULO XXI

COMO DEBE COMPORTARSE UN PRINCIPE PARA SER
ESTIMADO.

Nada hace más estimable a un príncipe como
las grandes empresas.

Se estima al príncipe ser capaz de ser amigo o
enemigo franco, al que, sin temores de ninguna índole, se
declarase abiertamente a favor de uno y en contra de otro. El
abrazar un partido es siempre más conveniente que el
permanecer neutral. Por que si dos vecinos poderosos se declaran
la guerra, se tendrá que temer a cualquiera de los dos que
gane la guerra.

Aquel que no es t amigo te exigirá neutralidad, y
aquel que es amigo tuyo te exigirá que demuestres tus
sentimientos con armas.

Los príncipes irresolutos, para evitar peligros
presente, siguen la neutralidad y la mayoría de las veces
fracasan.

Un príncipe nunca debe aliarse con otro
más poderoso para atacar a terceros.

El príncipe también debe mostrarse amante
de la virtud y honrará a los que se distingan en las
artes. Dará seguridades a los ciudadanos para que puedan
dedicarse a sus profesiones; y que unos no se abstengan de
embellecer sus posesiones por temor a ser robados, y otros de
abrir una tienda por miedo a los impuestos.

CAPÍTULO XXII.

DE LOS SECETARIOS DEL PRINCIPE

La elección de los ministros, será buena o
mala según la cordura del príncipe. La primera
opinión que se tiene del juicio de un príncipe se
funda en los hombres que lo rodea

N si son capaces y fieles, cuando no lo son, no
podrá considerarse a un príncipe que el primer
error lo cometa en esta elección.

Para que el príncipe mantenga constante la
fidelidad de un ministro, debe pensar en él, así
pueden confiar unos en otros.

CAPÍTULO XXIII

COMO HUIR DE LOS ADULADORES.

Los aduladores abundan en todas las corte. Los hombres
se complacen tanto en sus propias acciones de tal modo que se
engañan y cuando quieren defenderse, se exponen al peligro
de hacerse despreciables. No hay otra manera de evitar la
adulación que el hacer comprender a los hombres que no
ofenden al decir la verdad; y resulta que, cuando todos pueden
decir la verdad, faltan al respeto.

Un príncipe debe preferir un tercer modo:
rodearse de los hombres de buen juicio de su Estado,
únicos a los que dará libertad para decirle la
verdad. Debe interrogarlos sobre yodos los tópicos, y
fuera de ellos no escuchar a ningún otro.

Un príncipe debe pedir un consejo siempre que
él lo considere conveniente y no cuando lo consideren los
demás. Y si pide consejo a más de uno, los consejos
serán siempre distintos y a un príncipe que no sea
sabio no le será posible conciliarlos.

CAPÍTULO XXIV

POR QUE LOS PRINCIPES DE ITALOA PERDIERON SUS
ESTADOS

Se observa mucho, más celosamente a conducta de un
príncipe nuevo que la de uno heredero, si los hombres la
encuentran virtuosa, se sienten más agradecidos y se
apegan más a él que a uno de linaje
antiguo.

El príncipe tendrá la gloria de haber
creado un principado nuevo y haberlo mejorado.

Si se examina el comportamiento
de los príncipes de Italia, se
encontrará en primer lugar , en lo que refiere a las armas
una falta común a todos. Unos tuvieron un pueblo por
enemigo, y el que lo tuvo por amigo no supo asegurarse de los
nobles.

Estos príncipes en épocas de paz nunca
pensaron que podrían cambiar las cosas, cuando se
presentaron tiempos adversos, atinarían a huir y no a
defenderse.

CAPÍTULO XXV

DEL PODER DE LA FORTUNA EN LAS COSAS HUMANAS Y DE LOS
MEDIOS PARA
OPONÉRSELE

La fortuna es la juez de la mitad de nuestras acciones,
pero nos deja gobernar la otra mitad. Y aunque esto sea
inevitable, no basta para que los hombres, tomen sus precauciones
con diques y reparos.

Con la fortuna se manifiesta todo suponer allí
donde no hay virtud preparada para resistirle y dirigirse sus
arrebatos.

Un príncipe q hoy vive en la prosperidad y
mañana en la desgracia se debe a que confía
ciegamente el la fortuna. Es feliz el que se concilie con su
manera de obrar con liándole de las
circunstancias.

Los hombres para lograr el fin que se proponen proceden
de manera distinta: con cautela, con ímpetu, por violencia o
por astucia. Dos que actúan de distinta manera obtienen el
mismo resultado y de otros dos que actúan d igual manera
uno alcanza su objetivo y el
otro no.

No existe hombre lo suficientemente flexible como para
adaptarse a todas las circunstancias.

El hombre cauto fracasa cada vez que e necesario ser
impetuoso. Que si cambiase de conducta junto con las
circunstancias.

La fortuna varia y los hombres se empeñan en
proceder de un mismo modo, serán felices mientras vayan de
acuerdo con la suerte, e infelices cuando estén en
desacuerdo con ella.

CAPÍTULO XVI

EXHORTACIÓN A LIBERAR A ITALIA DE LOS
BARBAROS

Después de meditar en todo lo expuesto, las
circunstancias son propicias para que un nuevo príncipe
pueda adquirir gloria, y si se encuentra en ella cuanto es
necesario a un hombre prudente y virtuoso para instaurar una
nueva forma de gobierno , por lo cual se honraría a
sí mismo , haciendo la felicidad a los
italianos.

Bibliografía:

"EL PRINCIPE", Nicolás Maquiavelo.
EDITORIAL GERNIKA, MEXICO DF. SEXTA EDICIÓN
2004.

"El príncipe trata del modo de
fundar y fortalecer un principado, cuyo gobernante deberá
mostrarse virtuoso, prudente al par que enérgico,
dispuesto a servirse de todos los medios posibles incluso de la
astucia y el engaño para establecer y preservar el
orden."

NICOLAS MAQUIAVELO. Escritor político italiano
nacido en Florencia el 3 de mayo de 1949. fue secretario de
gobierno de sus ciudad natal y estuvo encargado de diversas
embajadas. Desempeño posteriormente algunos cargos
oficiales y falleció en Florencia el 22 de junio de 1527.
Entre sus obras políticas
más destacadas encontramos: "El príncipe" y "Del
arte de la guerra"

Trabajo realizado en México
DF:, 2007-04-18

Patricia C. Suárez

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