- Sinopsis
- Como
erradicar los accidentes de tráfico - La
inmensa riqueza de las ideas y el cambio
climático
SINOPSIS
La razón determinante que me lleva a hacer
pública esta experiencia, es por defender los derechos de mis hijos a
tener una familia
mínimamente constituida y con un mismo principio de
autoridad.
Cuando las leyes de nuestro
país están actuando favoreciendo resultados
contrarios.
A mis 50 años, cuando ya creía saber lo
que iba a ser de mis últimos años de vida,
dedicados íntegramente a mi familia con unos hijos
todavía con 7 y 9 años, con mi oficio de camionero,
sin nada mejor que hacer y pensar qué como llegar a la
jubilación y sobrevivir en ella, sabiendo qué una
vez jubilado, el problema de los hijos y la hipoteca lo iba a
tener todavía en casa, y sin saber aún como iba a
resolver esa situación económica, me encuentro de
la noche a la mañana en la calle, viviendo
prácticamente de caridad y alejado de mis
hijos.
Este tipo de sucesos que están a la orden del
día, con las separaciones matrimoniales cuando se tienen
hijos menores, no era un problema que fuera conmigo. De hecho ya
tuve un problema similar con mi matrimonio
anterior, y se pudo resolver sin gran complicación, de
forma sencilla: En sus primeros compases descubrimos que las
razones sentimentales de pareja para estar juntos ya no
existían, y que habían muchas más razones
contrarias para separarnos. Pero teníamos ya dos hijos.
Eso nos hizo reflexionar sobre la conveniencia de separarnos y
decidimos por tanto continuar juntos, con el propósito de
mantener esta unidad familiar por el bien de nuestros hijos.
Así durante 19 años hasta que se hicieron mayores
de edad. Relación que entonces decidimos disolver una vez
concluida esa tarea en común, y de la que se ha quedado
una estupenda amistad y unos
hijos estupendos.
Me vuelve a ocurrir exactamente lo mismo con esta nueva
relación, forzada también en parte porque se
presenta un primer hijo no deseado. Convenimos que lo correcto es
permitir que venga a este mundo, y por tanto casarnos. Y he
aquí que cuando creía definitivamente planeada la
otra mitad de mi vida me veo expulsado de mi casa, sin medios
suficientes para sobrevivir y sin potestad práctica sobre
mis hijos.
Ante la total intransigencia de mi compañera a
plantearnos nuevas formas de convivencia familiar y mantener
constituida una familia que respetara los derechos de todos y
fuera viable, recurro a sus padres. A mí me parecía
cosa sencilla; tratar el tema con ellos para que mediaran e
hicieran reconvenir a su hija en aquellas cosas que fuesen
objetivamente razonables y necesarias, y aún sabiendo que
se inclinarían por apoyar y dar la razón en muchas
cosas a ella, cosa que aceptaba de antemano, sin embargo, supongo
qué en las cosas fundamentales se haría un
ejercicio elemental de justicia y
sentido común, y se atenderían las cuestiones mas
elementales en cuanto al derecho de todos (también el de
ellos), preservando especialmente el derecho de nuestros hijos a
tener una familia normal. Pero cual es mi sorpresa que no quieren
hablar conmigo, ni siquiera una primera vez, al menos para saber
la otra versión de los hechos, ante las acusaciones
infundadas y graves que está haciendo su hija de mí
(por los rumores que llegan a mis oídos) y también
saber de mí propuesta.
Han sido dos años intentando por todos los
medios, con todo tipo de argumento y tretas para poder hablar
con mis suegros. Ha sido imposible. Una cosa que veía tan
sencilla; hablar, ha sido definitivamente imposible. Que se
nieguen a hablar de un problema familiar que tanto les afecta y
de una forma tan intransigente: No me lo puedo creer. Ni siquiera
el rencor o la antipatía que pudiesen tener hacia
mí, pueden justificar esa actitud.
¿Quién no deja oír por lo menos una primera
vez la versión de los hechos, incluso a su peor enemigo?
No se que puede ocurrir, me parece todo muy
extraño.
Así qué como quiera que no tengo
alternativa y el problema esta por solucionar, no se ha permitido
esa primera opción lógica
y natural del diálogo,
ese primer paso que siempre se da antes de tomar medidas de
fuerza si no
hay acuerdo, y como no se le da esa primera oportunidad a la
reconciliación, y la Ley no la
contempla como prerrequisito fundamental antes de actuar con sus
medidas de fuerza, alineándose en este caso, incondicional
y ciegamente con una de las partes. Y precisamente por que esa
alineación incondicional y ciega por parte de la Justicia,
es la causa única, en mi caso, por la que se ha
desestimado, negado ese primer dialogo necesario
para preservar el derecho de todos dentro del seno familiar y a
preservar la familia
como derecho único de todos, se me hace necesario cuando
ya toda invitación al diálogo ha sido
inútil, dirigirme a donde se ha generado o amparado el
problema: A estas nuestras leyes de convivencia. En el amparo y aliento
que dan a actitudes, en
casos, sumamente egoístas y de liquidación de
derechos fundamentales. Unas leyes, que válgame, a veces a
que extremos de incongruencia e insensatez pueden llegar, cuando
son empujadas por los problemas en
sus efectos. Pretender solucionarlos a ultranza en la superficie,
sin saber cuales son sus causas en el fondo, sin preocuparse de
ellas, sin querer resolverlas y cuando en el peor de los casos
querer solucionar los efectos superficiales de un problema a toda
costa, los agrava profundamente en sus causas.
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