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La responsabilidad del terapeuta consigo mismo. Básicamente humano (página 2)




Enviado por Ricardo Peter



Partes: 1, 2

De hecho, entre las variables del
modelo que
estamos considerando no figura el error, siendo que el error
está entrelazado con la persona y con su
nivel de funcionamiento en su calidad de ser
acosado por la limitaciones de su existencia.

Posiblemente el problema, que es ante todo
filosófico y no meramente psicológico, reside en el
mismo punto de partida del modelo, o sea en la visión
filosófica de la persona. El mismo recurso a este tipo de
concepto de
persona -imperante en los diferentes modelos de
relación de ayuda- así parece
manifestarlo.

El concepto que no se aclara en el modelo de Carkhuff es
el de persona ¿Qué significa ser persona?
¿Ser persona es sólo cuestión de
desempeñarse en 9 variables que implican eficacia,
afirmación y valores
positivos? ¿Qué papel – y esta es nuestra pregunta-
juega la propia condición limitada del terapeuta en la
tarea de abrirse camino como ser que intenta comunicar un alto
nivel de funcionamiento como persona?

Sería contraproducente para el éxito
de la terapia que al resaltar la importancia y el nivel de
funcionamiento que el terapeuta logra como persona se pretendiera
que éste sea un dechado de cualidades psicológicas,
estable y maduro en todas las circunstancias de la vida, dotado
de una salud emocional a
prueba de bombas, inmune o
resistente a las dificultades existenciales. Un ser que no
conociera crisis o que
viviera los propios "pasajes", mutaciones y cambios sin
repercusiones desfavorables a su sistema mental y
a su organismo en general.

Sin embargo, un ser que siempre sintoniza con los
demás, empático veinticuatros horas al día,
que se "pierde" en la experiencia del cliente, capaz de
expresar siempre respeto, genuino
y sincero, directo, sensata y oportunamente automanifestativo,
eficaz, constructivo, sensible, integrado, desinteresado, con
motivaciones profundas, cuyo magnetismo
personal
provoca un buen impacto de personalidad,
imparcial, que controla su cólera
y, por último, que en base a sus estudios y experiencias
tiene siempre a mano las respuestas a las crisis que atormentan a
sus clientes, un ser
así, decimos, aun no existe y no se va a lograr con
ninguna formación o entrenamiento.

Una concepción así, que puede existir en
quienes quieren ver de manera idealizada la vida del terapeuta,
estaría no sólo altamente distorsionada, sino que
eliminaría el núcleo mismo de lo que es ser
persona.

Tradicionalmente la sociedad
parece pensar al terapeuta como a un individuo
especialmente dotado para tratar los asuntos mentales e inmune a
problemas de
esa naturaleza. Y
aunque, de hecho, el terapeuta sepa mucho de la vida, no
sólo porque ha encontrado todo tipo de desordenes
emocionales, sino porque ha percibido una extraordinaria variedad
de creencias y estilos de vida, no se puede arrancarlo de su
condición de mortal.

Cuando nos referimos a la condición limitada del
terapeuta hablamos de una trabazón consistente de
limitaciones inherentes a su misma existencia, que está a
la base de su existir concreto.
También el terapeuta, por lo mismo, puede manifestar una
cierta disfunción personal, pasar crisis, conocer la falta
de sentido de la vida por el estrés de
la pérdida, del divorcio, de
la jubilación, de la falta de trabajo, por
el envejecimiento o por causa de sus combates personales con los
límites
existenciales, y como consecuencia de esto, deteriorarse,
agotarse y experimentar síntomas
patológicos.

Pero, claro está, no es la opinión vaga e
idealizada que en términos generales tiene la gente acerca
del terapeuta la que puede preocuparnos en esta ocasión,
sino la visión de quienes proponen modelos de
relación de ayuda. Pero, ¿acaso un modelo para ser
efectivo tiene que formular la perfección? ¿La
eficacia del modelo tiene que ver únicamente con la
elaboración y propuesta correcta del mismo?

No cabe duda de la bondad del modelo presentado por
Carkhuff quien para facilitar el entrenamiento del terapeuta,
construye un patrón o ejemplar de relación de ayuda
que permite medir y evaluar las habilidades del individuo como
terapeuta. En su totalidad el modelo de Carkhuff (ampliado
posteriormente en el 1978) es uno de los más ricos y
científicos que existen en este ámbito. Solo que,
como ya señalamos, la gran ausente del modelo es la
contingencia misma del terapeuta, su finitud, cuyo nivel de
funcionamiento como persona no puede considerarse como el de un
ordenador compuesto de unidades lógicas.

Por supuesto: con estas reflexiones no queremos restar
importancia a la enseñanza
universitaria ni a la debida preparación en
habilidades propias del manejo de la psicoterapia,
ni a la calidad de la experiencia requerida, del trabajo de campo
y la probada competencia en la
práctica terapéutica. Es cierto que hay sujetos que
no son aptos para ejercer esta profesión y toca a los
responsables del proceso de
admisión, de formación y de selección
de eliminar a tiempo a los
candidatos crónicamente inestables o con graves desordenes
de personalidad sin posibilidad de cura.

Precisamente lo relevante en el caso del terapeuta no es
exclusivamente la formación académica en
determinadas teorías
psicológicas o el entrenamiento en un determinado
enfoque psicoterapéutico, sino el desempeño o nivel de funcionamiento como
persona. La eliminación de los aspirantes no
idóneos puede ocurrir incluso durante el periodo de
supervisión de la práctica
clínica.

Pero, dando curso a nuestra reflexión, cabe
resaltar que la pregunta que planteamos lleva por otro lado.
Concretamente: ¿qué hacer con la
participación o condicionamiento de los residuos de
ambigüedades, incoherencias y de todo ese material compuesto
de pequeños, medianos y grandes sucesos personales
adversos que aun puedan pasar sus cuentas, de taras
heredadas, de conductas familiares alteradas inducidas en la
infancia, de
heridas que aun no han cerrado o sanado del todo, de duelos de
algún tipo, de errores que puedan pesar objetivamente, de
opciones relevantes desafortunadas, de síntomas y
manías domésticas?

¿Qué hacer con el paquete de
imperfecciones de la vida del terapeuta que derivan de su
insuperable condición limitada y ejercen su influencia en
el curso de ese proceso íntimo que es la terapia?
¿Qué hacer con relación a sus batallas en el
terreno del sentido de la vida y del sentido del ser? . Y si
alguien quisiera ahondar en este tipo de consideraciones
podría examinar los resultados de las numerosas investigaciones
recogidas por James D. Guy que permiten constatar la pluralidad
de motivaciones no sólo funcionales, que las hay por
supuesto, sino también disfuncionales y perturbantes que
pueden animar a un individuo a emprender la profesión de
psicoterapeuta .

Todo lo anterior no debe sorprender a nadie pues sabemos
que aun las opciones profesionales más racionales o de
estados de vida moralmente elevados no son químicamente
puras y que aún las carreras más nobles o
caritativas que ofrecen un indiscutible servicio
asistencial a la sociedad pueden estar simultáneamente
afectadas, en su origen primitivo, por causas inmaduras y hasta
disfuncionales, que sin embargo influyen en dichas
elecciones.

Pero ¿acaso todo este "material" invalida al
terapeuta para funcionar a un alto nivel como persona y para
orientar a otros a que funcionen como personas?
¿Habría que pedirle que se abstenga de ejercer la
práctica terapéutica hasta que no procese, destile
y supere su propio material perturbador archivado y sedimentado
en su vida? ¿Hay que insinuarle que cierre el negocio
hasta nueva orden o qué se presente a la sesión sin
su propia dosis de defectuosidad?

Además, el terapeuta tiene familia,
normalmente está casado y tiene hijos, lo cual comporta
otra dosis de disfuncionalidad o de conflictos que
compartir, cargar, tolerar o asumir. La familia
aporta motivos de satisfacciones, de euforia y bienestar, pero
agrega también una carga adicional de estrés de
naturaleza emocional y económica.

Para responder qué significa funcionar como
persona, es necesario entonces aclarar qué es ser persona
o descubrir desde qué posición filosófica
estamos utilizando el concepto de persona.

Para la Antropología del límite el concepto
de persona esta bien claro. Esta no es tal si no abraza sus
límites. En efecto, para el hombre su
"resultado" de ser humano está necesariamente referido a
la aceptación del límite y a su afirmación
en el límite.Así, pues, en coherencia con la
visión filosófica de la Antropología del
límite, el nivel de funcionamiento de la persona
está referido a su nivel de aceptación de su
condición limitada y a la posibilidad de devenir humano,
que se manifiesta en la práctica de algunos valores
actitudinales tales como la aceptación y la
afirmación en las propias limitaciones.

Creemos, entonces, que la propuesta principal del
terapeuta consista precisamente en esto: en que sus clientes
puedan devenir humanos y, por lo tanto, personas que como tales
funcionen al más alto nivel posible de orientación
hacia la propia realidad limitada y de su
aceptación.

Esta es la transformación básica que opera
la psicoterapia. Posiblemente el problema fundamental de la
psicoterapia esta concentrado todo aquí: en la capacidad
de devenir humano ante el reto de la propia inconclusión y
finitud.

El grito o el eco del grito que resuena sin cesar en
el trabajo
psicoterapéutico es "que nada se pierda" (Jn.6,12) y si
algo lamentablemente se ha perdido, la tarea de parte de ambos
actores de la terapia, cuyo cumplimiento provocará gozo y
crecimiento, es dedicarse a su recuperación. Y es
más, si algún fragmento de la experiencia humana no
sólo está perdido, sino incluso "muerto"
(autorechazo) la función
terapéutica consistirá en operar el milagro de
devolver lo muerto a la vida (Lc. 15, 32) .

Si el terapeuta es, pues, un agente de la
resignificación (tomando prestado el objetivo de la
Logoterapia) y de la reorientación (según la
propuesta de la Terapia de la Imperfección) de la
experiencia del cliente ante sus limites, fracasos, errores y
equivocaciones, este mismo proceso el terapeuta está
llamado a realizarlo, en la medida de sus posibilidades, y
evidentemente a experimentarlo también en carne propia a
través de su modo de ser ante su propia condición
limitada que plantea sin cesar la necesidad resignificar y
reorientar.

En estos términos, el terapeuta está
siempre implicado en el proceso del cual es causa y
también efecto. Pudiéramos decir que, de alguna
manera, el proceso terapéutico comienza y termina en
"casa", que el efecto alcanza nuevamente la causa.

Después de todo, en una cierta medida, los
síntomas, los fracasos, los errores y las imperfecciones,
en otras palabras, el "material" al que hemos aludido, forma
parte de la normalidad del ser humano. En realidad, este material
por lo que respecta al terapeuta no lo vuelve menos
creíble. Todo lo contrario, lo vuelve más
creíble y tal vez hasta más profesional.

En complemento con lo que hemos dicho anteriormente, la
Terapia de la Imperfección sostiene que a un nivel
estrictamente terapéutico, la manera como el terapeuta
encara y vive su ser limitado, es un elemento importante para
ambas dimensiones (terapeuta-cliente) en el proceso
terapéutico.

Dicho en otras palabras, el nivel de funcionamiento del
terapeuta como persona debe estar referido a un par de
"variables", para usar el mismo lenguaje de
Carkhuff, que constituyen el núcleo del individuo como
persona y que son sus cualidades específicas como ser.
Concretamente:¿a qué nos referimos cuando hablamos
de la condición limitada del terapeuta? ¿De
qué "variables" hablamos y en qué
consisten?

La práctica de la psicoterapia es una oportunidad
privilegiada para manifestar o revelar que el error, el fracaso,
la equivocación y la falla son aspectos de la calidad de
ser humano, como, a su vez, lo es la compasión, que
actúa como un medicamento del error.

El proceso terapéutico permite familiarizarse y
trabajar con este par de "variables". Pero también se
trata, no cabe duda, de una ocasión para desidealizar la
figura del terapeuta ya sea en la percepción
que el terapeuta pueda tener de sí mismo por el hecho de
ser terapeuta, ya sea en la idea que el cliente tenga del
terapeuta y ayudar a ambos a limpiar la mente de las expectativas
perfeccionistas, donde el error es considerado incompatible con
la existencia.

Ambas "variables", entonces, el error y la
compasión ante el error, vuelven al hombre un ser
específicamente humano, con la salvedad de que una de
ellas, el error, se produce espontáneamente, es una
"variable" inevitable, no necesitamos programarla, calcularla o
prepararla; la otra "variable", en cambio, la
compasión ante la falla, es una "variable" por
disposición propia, es decir, hecha a propósito,
determinada, ejecutada casi con osadía, de manera valiente
e intencional. La aplicación de la compasión
necesita de los valores
actitudinales de la tenacidad y de la resistencia del
hombre consigo mismo, porque, paradójicamente, el hombre
es el primero en oponerse a su ejecución. ¿No
decía Plinio que "el mayor número de males que
padece el hombre proviene del hombre mismo"?

En suma, el concepto de persona, según la
Antropología del límite, se sustenta o descifra en
el concepto de humano y éste se describe como la
insuperable aptitud para la falla y la capacidad para
experimentar compasión ante quien falla. Ambas variables
hace de la persona un ser específicamente humano. Esto es
lo que significa ser humano. Y desde este punto de vista el nivel
de funcionamiento como persona tiene que ver directamente con
estas dos variables esenciales. La falla y la compasión
ante quien falla son dos aspectos característicos del
funcionamiento humano y por ende, del funcionamiento como
persona.

Pero así como estas dos variables componen lo
humano, por otra parte, el desprecio, la dureza, el
desdeño, la crueldad, el despotismo frente a las propias
fallas, errores y equivocaciones, en otras palabras el
autorechazo, junto con el afán de la perfección,
del ser siempre impecable e intachable, que lleva a experimentar
rechazo, forman lo inexorablemente inhumano.

Por esta misma razón, el perfeccionista, aunque
pueda exceder en conductas intachables y altamente eficientes,
manifiesta, desde el punto de vista de la Terapia de la
Imperfección, un bajo nivel de funcionamiento como
persona. Su tolerancia a la
defectuosidad es muy baja.

De aquí que el trabajo del terapeuta puede
consistir en deshacer ese par de entuertos que el cliente pueda
igualmente estar practicando y sosteniendo consigo mismo. De
hecho, el neurótico es un sujeto irresponsable frente a
sus límites, los evade o toma la actitud de
rechazarlos. El resultado de tales conductas es algún tipo
de patología.

El terapeuta se dedica a ayudar a recobrar los
fragmentos de humanidad perdida o rechazada, a adquirir la
capacidad de ser compasivos ante las propias fallas, a mejorar el
nivel de funcionamiento en términos de
autorientación y de autoaceptación de parte del
cliente.

Pero en ese proceso de recuperación, repetimos,
el terapeuta no es un observador que pueda hacer omisión
de su propia contingencia. Y es aquí donde el proceso
terapéutico envuelve, desafía o alcanza
constantemente la condición de persona del terapeuta y su
nivel de funcionamiento como persona.

Precisamente, la humanidad del terapeuta, el verdadero
núcleo de su calidad de persona y su nivel de
funcionamiento como ser humano es lo que proporciona al cliente
un cierto alivio y respiro en lo tocante a su propia
vulnerabilidad. De aquí entonces que el terapeuta no
necesite sentirse como Dios para desempeñarse
profesionalmente bien. Sus derrotas no disminuyen su
valía.

Como dice Rollo May "una de las principales razones de
la situación ambigua y difícil en la que nos
encontramos los psicólogos es que hemos evitado
permanentemente la confrontación con el dilema del hombre.
A causa de nuestra tendencia a la reducción, aparentemente
omnipresente, omitimos aspectos esenciales del funcionamiento
humano. Y terminamos sin la ?persona a la que ocurren estas
cosas?. Nos quedamos sólo con las ?cosas? que pasan,
suspendidas en medio del aire. El pobre
ser humano desaparece en el proceso"

En consecuencia, el topar, probar o conocer la
vulnerabilidad del terapeuta, su condición de ser herido
por lo finito, es también un elemento clave de la terapia
misma. Los clientes no piden peras al olmo. Los clientes en la
medida en que maduran saben, a su manera, que hay niveles de
salud mental que
tampoco pueden provenir del terapeuta.

El psicoterapeuta debe entonces caracterizarse por
brindar al cliente, en la asombrosa variedad que ofrece la vida,
la posibilidad de intentar ser humano en relación consigo
mismo y con los demás.

Este sería, desde el punto de vista de la Terapia
de la Imperfección, el objetivo fundamental del proceso
psicoterapéutico. ¿Por qué motivos? Por la
sencilla razón de que muchos de los trastornos se
asientan, por así decirlo, sobre dos rasgos que son la
actitud de dureza con las propias fallas, errores y defectos y
sobre conductas viciadas por grandes autoexpectativas, o sea, por
esquemas mentales perfeccionistas que funcionan con previsiones
condicionantes de cómo deberían ser las personas o
cómo debería ser la vida (la propia, la del otro y
la del medio en que vivimos) y de esta manera evitar o rechazar
los efectos de la contingencia de la vida. Estas dos rasgos, que
en realidad pueden reducirse a uno solo, el rechazo, remiten al
trastorno del perfeccionismo.

Podemos estar seguros de que
muchos procesos
patológicos con componentes mentales tales como las
enfermedades
psicosomáticas como dolores de cabeza, dolores de espalda,
colitis, úlceras del estómago, gastritis y muchos
trastornos de ansiedad, de depresión,
de anorexia y
bulimia nerviosas, de timidez y otros tienen que ver con una
actitud base de autocastigo, de autoevaluación desmedida o
con alguna expresión de rechazo.

La Terapia de la Imperfección señala que
por debajo de muchos trastornos hay una expresión de
rechazo de sí mismo, que es lo propio, como
señalamos, del perfeccionismo.

Las expectativas, por lo antes dicho, requieren entonces
de especial atención de parte del terapeuta. En cuanto
paradigma
mental, constituyen un esquema que tiene la función de
exorcizar lo que no nos gusta que suceda y de anhelar y esperar,
en cambio, que suceda lo que nos agrada que suceda. Las
expectativas son productos de
un pensamiento
dicotómico que "bifurca" la realidad en agradable y
desagradable, en buena o mala.

Las expectativas funcionan como dispositivos
inconscientes que generan demandas perfeccionistas acerca de
nosotros mismos, de los hechos, de las personas, de las cosas y,
por ende, actitudes y
conductas de rechazo.

En última instancia las expectativas se alimentan
con el tipo de perspectiva desde la cual nos percibimos a
nosotros mismos, a los hechos, a las personas y a las cosas y que
conocemos como perspectiva de la indefectibilidad.

La psicoterapia debe sujetar las expectativas al
test de la
realidad o a la prueba del límite, al cual debemos
remitirnos para conservar una saludable percepción de la
vida. Las grandes expectativas son propias de individuos que se
manejan al estilo de "mejor, imposible". De aquí que se
sugiera que es mejor manejar preferencias que expectativas;
esperanzas en lugar de falsificadores de la realidad
limitada.

De esta manera, para la Terapia de la
Imperfección el concepto de humano constituye el
núcleo, lo específico de la persona y, a su vez,
las cualidades de lo humano son el error y la compasión,
de donde el nivel de funcionamiento como persona está
determinado por el nivel de aceptación y de
compasión que se alcanza con respecto a la propia
capacidad de fallar.

En cambio, desde este mismo enfoque, la peculiaridad de
lo inhumano es el rechazo y, por consiguiente, toda forma de
rechazo es índice del bajo nivel de funcionamiento como
persona.

El rechazo es un peligro no sólo para la empresa de
devenir humano, sino para la salud mental, pues aquí la
expresión "devenir humano" no tiene un sabor literario,
para adornar el texto, antes
bien, es la adecuación del hombre a su realidad limitada y
básicamente a la posibilidad de vivir y de crecer a tenor
con lo que es.

¿De que forma, entonces, el terapeuta se ve
desafiado por el proceso terapéutico de cual es el agente
principal? ¿Cómo puede repercutir el mismo proceso
terapéutico sobre el terapeuta?

Pudiéramos decir que con respecto a la tarea de
devenir humano o, en otros términos, de favorecer la salud
mental, el terapeuta tiene, usando una expresión de James
D. Guy, un asiento de "primera fila". Esta involucrado en primera
persona. Lo deseable es entonces que gracias a su nivel de
funcionamiento como persona en el sentido que hemos manejado, el
terapeuta pueda ocupar un lugar entre esos asientos.

Cualquiera que sea su enfoque o su estilo como
psicoterapeuta su función es facilitar que el cliente
asuma el rol único de portarse humanamente consigo y con
los demás. Ayudarle, independientemente del tipo de
trastorno que presente y que deba atenderse, a dejar de herirse y
de herir a los demás, que en el fondo es otra forma de
autoagresión. A generar un sentimiento, un hábito o
un proceso de reconciliación continua consigo
mismo.

¿Qué pide o espera, en el fondo, el
cliente del terapeuta? Es importante que en la experiencia del
encuentro con el terapeuta el clienta pueda abandonar la
filosofía de los absolutos y que en este aprendizaje el
terapeuta sea su guía y su maestro. Enseñar al
cliente a usar el error a favor de la propia contingencia de la
vida. A disponer a través de la relación
terapéutica de nuevos hábitos mentales que incluyan
el límite y fomenten la conciencia del
límite. Claro que la manera como se aborda este tipo de
proceso desde el punto de vista de la Terapia de la
Imperfección está fuera del alcance que mueve estas
reflexiones.

¿Qué hacer entonces cuando los propios
defectos salen a gala? ¿Cuándo el terapeuta se
percata de un error real? En este proceso, el terapeuta y el
cliente, están acomunados por el mismo ejercicio y por la
misma tarea: aprender a estimar y revalorizar las experiencias
pasadas. Manejar las autointerpretaciones desde lo que la Terapia
de la Imperfección denomina perspectiva de la
defectibilidad. Desde esta perspectiva, fracasar no es ser un
fracasado. El valor de
conducta no es el
valor de la persona.

Hablar y etiquetar de "fracaso" es plantear mal el
asunto. Es mantener una perspectiva no sólo equivocada,
sino despiadada de sí mismo. Fracasar de varias maneras y
en varios intentos pueden constituir una cuota de errores, pero
no el fracaso de la vida, pues vivir, como alguien ha dicho, es
siempre un éxito. La derrota, como señaló
Charles Peguy, es una forma de alcanzar una profunda
comprensión de la vida y esto es ya un buen resultado. El
verdadero fracaso sólo se cumple en la falta de
compasión ante los propios errores.

La terapia es un intento de ser humano a pesar de todo y
de avanzar en este intento. Parafraseando a Víktor Frankl
habría que decir: "pese a todo, sí a la
compasión". La tarea del terapeuta es antes que nada
reconciliar al hombre consigo mismo, ayudarlo a perdonarse por el
hecho de ser limitado y llevar comprensión a quienes
están sumidos en la lucha encarnizada de ser humanos. En
esta batalla en campo abierto, la responsabilidad del terapeuta es funcionar como
persona, esto es, conservarse básicamente humano. Este es
su triunfo.

Por:

Ricardo Peter

Es el creador de la Terapia de la imperfección.
Ver:

Partes: 1, 2
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