En el sudoeste de los Estados Unidos
residía ha ya muchos años una tribu de
indígenas, oriundos del área que van por el nombre
de los indios Pima.
Esta población poseía
características muy especiales, en sus orígenes,
modo de gobierno y
cultura,
cuando fuera descubierta por el misionero jesuita Padre Eusebio
Francisco Kino en el año 1697.
Eusebio Francisco Kino
(1645-1711)
Los Pima eran agriculturitas aclimatados a habitar
las vecindades semidesérticas del río Gila, lo que
les proporcionaba precariamente el agua
necesaria para construir sus canales de irrigación
característicos. Para hacer sus canales los Pimas
utilizaban herramientas
crudas hechas de palo. La dieta que consumían era por
necesidad escueta, sus niveles de actividades físicas
rigurosos, su estado de
salubridad óptimo. No conocían la gordura ni
tenían una palabra en su vocabulario para describirla. Ese
paraíso de sanidad ya no existe.
Muy lejos de donde habitaran los Pima, y en medio
del océano Pacífico, queda la Isla de Nauru. En
ella, se descubrieron hace muchos años yacimientos de
fosfatos de alta calidad; los
cuales garantizaron a sus habitantes el paso desde la pobreza
abyecta hasta la riqueza extrema, cuando sus moradores
aprovecharon la gran demanda
general por fosfatos naturales, los que lograban vender a
precios
elevadísimos en el ávido mercado
mundial.
La vida para los habitantes de Nauru y para los
indios Pima posee paralelos de interés
para quienes están en la posición de hacer
determinaciones y crear normas para
enfrentar el problema progresivo, mundial y endémico de la
gordura. Problema que afecta un porcentaje alto de las
poblaciones de los países de Norteamérica (los
Estados Unidos y el Canadá) y que parece comenzar a
afligir otros territorios del mundo.
Como veremos más adelante, los Pima, los
nauruanos y los aborígenes australianos (de los que luego
hablaremos) se cuentan hoy entre las poblaciones más
terriblemente afectadas por la obesidad
patológica. De ellos debemos
aprender.
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