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Del aborto y de sus inesperadas consecuencias (página 2)




Enviado por Felix Larocca



Partes: 1, 2

Es probable que la mujer a la que
se presten servicios de
consejería haya abortado en tiempos recientes, o a menudo,
en tiempos no tan recientes. Siendo lo último,
porque a veces, las víctimas sobrevivientes del aborto, a nadie
consultan; por no sentirse capaces de tolerar el remordimiento
que la revelación les produce, ya que en su conciencia aun
vive un bebé ya muerto.

Si se es familiar con las manifestaciones del maltrato
sexual, se entenderá que muchos de los síntomas que
manifiestan las mujeres que han abortado son idénticos a
los que exhiben las víctimas del abuso
sexual.

Las manifestaciones de las secuelas del aborto
son:

La baja auto-estima, resultante de las circunstancias
que rodean un acontecimiento, nunca placentero.

Sentimientos de tormento, por el conflicto
creado entre valores
morales establecidos y decisiones, de "conveniencia",
forzadas.

La depresión
implacable, derivada de una experiencia que con pocos se logra
compartir.

Los sentimientos de culpabilidad,
porque para muchos, el aborto es
matar.

La alienación progresiva, de familia, de
amigos y de otras personas. Por temor a que ellos pasen juicio
negativo acerca de quien el aborto tuviera — en este caso, la
víctima sobreviviente.

La constante vergüenza y el remordimiento por no
poder
participar de los sacramentos, mientras que otros sí que
pueden — aunque sus pecados sean mayores.

El retraimiento social para evitar abordar el tema
tabú del aborto.

El enojo hacia las fuerzas del destino, porque la
crisis
existencial sufrida, sucediera a una misma en lugar de
sucederle a otras más.

La obsesión con las memorias
amargas del evento pasado y el resentimiento hacia quien causara
el embarazo, ya
que su vida de hombre,
permanece impávida.

Los sueños y las pesadillas que, en la oscuridad
y el silencio, reviven lo ya muerto

Los temores atávicos de la posibilidad inclemente
de una retribución divina.

Otras reacciones comunes son:

El ensimismamiento, o la obsesión con la
posibilidad de vivir otro embarazo, lo puede resultar en
comportamientos pocos convencionales e
idiosincrásicos.

El comienzo reactivo de desórdenes del comer
(anorexia,
bulimia,
rumia, obesidad); los
que pueden surgir como manifestaciones del estrés.

La auto-mutilación que, en algunos casos, se
reporta. (Véanse mis trabajos al respecto, o las
contribuciones eruditas de Armando Favazza a esta
condición).

Aquí, puede concluirse con parsimonia, que el
aborto y sus secuelas son reacciones proteicas y
multifacéticas, debido a la ambivalencia con que nuestra
sociedad y la
víctima sobreviviente, lo consideran anatema moral.

Manifestaciones, las más comunes, de
índoles ético/morales son:

La tristeza y los sentimientos de culpabilidad,
acompañados de la creencia, por parte de la mujer abortada,
de que es indigna del amor de los
niños
que, más adelante puedan nacer, derivados de otra
relación amorosa y estable.

La necesidad de sufrir en secreto. Porque los mismos
sentimientos de culpa hacen que la mujer, en medio de su carga
onerosa de remordimientos, rehúse a compartir sus
agonías y el historial del aborto con su pareja — por
miedos a ser juzgada como mujer de poca moralidad.

Entonces reparemos en el asunto inevitable de la
religión.

La religión tiene su rol en todas las cosas de la
vida que involucran la ética
aunque los ministros religiosos no practiquen los principios que
ellos sagazmente nos inculcan. Lo último lo logran, por
virtud del miedo a un Dios todopoderoso, agitado y vengativo, que
para ellos labora full time.

Un Dios que, resultaría ser, si fuese del modo
como los curas nos lo pintan, una caricatura grotesca de las
pasiones más sórdidas de que el ser humano es
capaz.

Basta, entonces, con el tratamiento de los
curas.

A la mujer judía o de otras religiones, el retorno al
equilibrio
final podría dificultársele, pero no tanto. Ello es
debido a que en su ámbito cultural y espiritual no se
valora al niño nonato de la misma manera que se aprecia el
niño que ya ha nacido o la persona que ya
haya vivido. Para ellas, entonces, un embrión no es una
vida
dotada de alma — Pero,
para los católicos, SÍ (con letras
mayúsculas) que lo es. Ahí resta toda la diferencia
moral.

La mujer hispana puede carecer del apoyo para su
curación proveniente de su comunidad
cultural; tanto por parte de otras mujeres, debido a que su
contexto cultural considera que el aborto es algo horrendo, como
de parte del padre de la criatura, debido a que ella pudiera
convertirse en víctima del abuso físico o
emocional, si es que este último llega a
enterarse.

El caso de Rosa Marina

Tenía diecinueve años y el novio apenas
había cumplido los diecisiete. Se conocieron en un
"encuentro" patrocinado por el Movimiento de
Cultura
Cristiana de la Juventud de la
Parroquia local.

La idea misma del Movimiento era la de proveer a los
jóvenes con un entorno social donde la castidad y la
virtud reinarían supremas. Juvenal (98 AD), en esta
coyuntura nos recordaría: Quis Custodiet
ipsos Custodes?

Ambos jóvenes provenían de familias que
hacían de la religión una pantomima espiritual.
Todo y cualquier asunto de importancia se reducía a una
cita de las escrituras en la cual la resignación pasiva
era la esencia destilada del mensaje. La favorita del papá
de la niña sería: "No hay mal que por bien no
venga". La de la mamá: "Dios aprieta, pero no
ahorca".

Los niños, los cuatro, crecieron en una atmósfera dominada
por el más rígido de los adoctrinamientos
religiosos. En ese, su medio ambiente,
sólo había lugar para las críticas
despiadadas de los demás — porque todos, quienes como
ellos no fueran, estaban consignados a ser "pecadores", e
indignos, según ellos, de toda gracia
divina.

No era que sus faltas no
existieran. El papá era el primero quien admitiera en
principio y de modo reiterado, "…es que yo soy humano,
como el que más…" Así lo hacía para
justificar una lujuria espectacular que sintiera por la comida,
la que había adquirido proporciones
proverbiales.

Sin poder lograr conquistar sus impulsos
gastronómicos, papi, tuvo que sucumbir al bisturí
de la cirugía bariátrica. Ni para él, ni
para el cirujano que lo operara, los resultados fueron positivos:
"Este hombre sigue engordando sin parar…" Se lamentaba el
galeno. A lo que papi, con afectada inocencia, respondía:
"No me lo explico…"

La realidad era muy distinta. Papi había
descubierto el truco para gozar el bypass, al que (perdón
por el solecismo) bypasara. El ardid consistía en
una maniobra muy discreta. Despacio, y sin mucha premura, papi,
musitaba para sí: bájate un galón de helado
de chocolate dentro del marco de connivencia, provista por el
silencio de la oscuridad nocturna.

Así se engorda, pero también se
goza de la vida.

Ah, porque papi, en situaciones que requerían que
justificara sus desarreglos, nos repetía otra de sus
moralejas axiomáticas: "…es que la vida es muy
corta y la muerte es
muy larga…"

Cierto…

Así todo procedería apaciblemente hasta
que Rosa Marina tuvo lo que el papá caracterizaba como, la
"cadena problemática de la gramática inglesa": Aquí la
reproducimos, ya que para papi era un chiste favorito. Asimismo
se reproduce para el "crecimiento cultural y edificación
general" de nuestros estimados lectores. Aquí va: "Fun,
period. Fun, period. Fun, period… Fun… NO
PERIOD!!
" "Ahí es donde comienza el problema",
aseveraba el papá en medio de carcajadas
estruendosas.

Así fue con Rosa Marina. Mucho fun, sin
protección debida, y no period. En esta
ocasión tampoco se escucharían las carcajadas de
papi cuando le repitieran la "cadena" como sucediera con la
hija.

Los familiares de ambos jóvenes se reunieron, con
la urgencia requerida en casos así, para estudiar los
derroteros que les permanecieran abiertos.

No tantos…

Como anticiparían algunos de nuestros lectores,
la niña nació de nueve libras y media. La
mamá, de modo característico, ganó cincuenta
libras durante el embarazo, las que conservaría de por
vida — ya que todavía, varios años
después, no las puede eliminar.

El joven papá, aun soltero, fue enviado a Boston,
donde su proeza reproductiva se repetiría de nuevo, para
el orgullo de su propio padre.

¡Es mi hijo! Exclamaría el engreído
abuelo.

La niña que así naciera, hoy vive con una
abuela viuda, enfermiza y amargada. Lo único en
común, entre la niña y esta abuela, es que llevan
el mismo nombre y apellidos.

Interludio final.

El cirujano bariátrico, nieto del abortista que
conoceremos más adelante, en los párrafos
conclusivos de esta ponencia, se limitaría a decirnos lo
siguiente: "Yo seré buen católico, pero si a mi
hija le pasa algo parecido, que se use el
legrado…"

¿Amén?

En
resumen

La nieta de uno de los pediatras católicos
más famosos de Saint Louis, y las labores del obstetra
cuyas funciones
apostólicas en este país fueran "ejemplares"
confirman que el aborto es algo muy humano; ya que, en ambas
situaciones, sus propias nietas abortaron embarazos espurios; lo
que hicieran libremente y sin resquemores. Mientras, que en el
caso del obstetra local, que fungiera de monaguillo en la misa
cotidiana, éste fue (durante su larga vida) el abortista
más solicitado, por mujeres católicas, en la
Capital
dominicana.

Así hizo su fortuna. No como monaguillo —
aunque esta actividad y los retiros que hiciera, les
garantizarían, ambas, un buen fondo de relaciones
públicas con el clero local.

Lo hicieron todos, y todos lo hicieron, como se refleja
en el libro de
Umberto Eco El Nombre de la Rosa.

Concluyéndolo aquí. Para ciertos asuntos
de índole espiritual, vale mucho más la pena ser de
inclinación ecléctica y ecuménica, como son
los católicos, miembros de la Orden de Malta. Orden
religiosa a la que ambos, el pediatra en Saint Louis y el
obstetra en Santo Domingo, fueran ungidos debidamente.

Bibliografía

Suministrada por solicitud.

 

Dr. Félix E. F. Larocca

Partes: 1, 2
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