Padres quienes son indulgentes y quienes malcrían a sus
hijos, muy frecuentemente se hallan a sí mismos en la
posición muy poco envidiable del proverbial "sembrador de
truenos" cuya cosecha son tempestades.
Ellen Wojahn escribió un artículo para una
revista
norteamericana (Inc: Share the Wealth: Spoil the
Child?).
Wojahn decidió, que en lugar de preguntarles a los
"expertos" sus opiniones acerca de los problemas que
confrontan los recipientes de riquezas heredadas, que ella iba a
derivar conclusiones directamente de sus entrevistas
con los "hijos de [los] ricos".
"El dinero me
ha afectado a mí del modo que las drogas
afectan a un adicto. Yo lo quería y lo necesitaba…"
Decía un hombre llamado
Peter Kalmus, a quien ella entrevistó. "Yo me paso el
tiempo
pensando en cómo obtenerlo y en cómo preservarlo. A
mí me dan ataques de pánico
si trato de vivir sin el dinero. Porque
a mí nunca me faltara, nunca he pensado lo que
sería no tenerlo. Mi autoestima
está intrínsecamente imbricado con mi cuenta
bancaria."
Kalmus además le dijo a Wojahn, que luego de haber
hecho su inmensa fortuna, los padres decidieron que él y
su hermano debían de disfrutar las cosas que de pobres
ellos mismos no disfrutaran. Él reflexionó de esta
manera: "suena maravilloso, pero no lo es… si uno lo
consigue todo por el hecho de simplemente pedirlo; eso elimina la
necesidad de posponer, que [es lo que] le da más valor a las
cosas que se poseen… Cuando yo pienso que si mi fortuna
(como le pasara a la de la familia
Vanderbilt) se me agota… que yo no sé cómo
trabajar para vivir. A mí me hubiera gustado que mis
padres hubiesen usado más tiempo en solidificar mi
carácter y menos en darnos todo lo que les
pedíamos".
Pero, Peter no comprende, que para los padres que son
indulgentes, es mucho más fácil el apaciguar a los
hijos (y aún a los nietos) que hacer el esfuerzo que
significa trabajar con ellos para "solidificar [el]
carácter" al cual hace referencia.
Peter se lamenta además, por no estar seguro de si
posee los conocimientos básicos para evitar los errores
que puedan ocasionar la disipación de su fortuna
heredada… "me dicen mis amigos, que lo que viene
fácil se va fácilmente…" Lo que lo llena de
temor.
Peter prosigue; "de niño yo nunca supe lo que era tener
‘hambre’ por cualquier cosa que se me antojara.
Cuando no se tiene hambre uno no es agresivo. Y, cuando no se es
agresivo, a pesar de habilidades innatas enormes, éstas no
se ponen a prueba del modo como lo hacen aquellas personas que
están realmente hambrientas o enfermas.
Así, que por un lado tenemos una persona ambiciosa
que experimenta el éxito a
través de sus esfuerzos y, por el otro lado, tenemos a
alguien quien ha crecido acostumbrado a que todo se lo
proporcionen sin ningún sudor de su parte. Cuando los dos
cumplen los treinta años, el hombre que
se ha sometido a las luchas del vivir, sabe que él
sobrevivirá. El otro, se siente intimidado por sus
insuficiencias, aferrándose tenazmente a lo que
heredara… no hay mucha felicidad en ese estado de
vida".
"Valor…"
dice Wojahn está entre las cosas que los hijos de padres
afluentes carecen. "Mi padre (continúa Peter) nunca me
instruyó, ni me enseñó los pasos que
él tomara para amasar su dinero…
yo sospecho, que ha sido porqué él todo lo
logró con una mezcla de talento y con mucha suerte…
estar en el lugar apropiado… yo no creo que eso se pueda
enseñar… por eso nos mandaron a escuelas
carísimas; a ver si a través de una buena educación
compensábamos… pero el tiempo que
dedicáramos a los estudios fue malgastado, ya que no nos
entrenamos en el manejo de una empresa la
cual simplemente heredaríamos…"
Acerca del dinero, también los padres ricos se
comportan de modo dudoso. Dice Wojahn: "Los padres muy a menudo
adoctrinan a las hijas con menos conocimientos que a los hijos
varones. A ellas no le contestan tantas preguntas [acerca del
dinero] ni las ayudan a ganarse la vida de un modo
realista… las destinan a ser casadas con hombres de
condiciones económicas similares." Él cree que de
este modo las hijas crecen sufriendo más dudas y
sintiéndose más inciertas de sí mismas. Lo
que baja su autoestima.
Porque el mero hecho de usar el dinero para
resolver los problemas que
confrontan los hijos destruye las bases fundamentales de la
autoestima personal.
Si los padres tienen la ilusión de que porque ellos
hiciesen su dinero sacrificándose y trabajando duro, que
los hijos seguirán ese ejemplo, esos padres o no conocen,
o prefieren ignorar, la historia natural de los
comportamientos humanos.
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