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El Poder Detrás del Trono (página 2)




Enviado por Felix Larocca



Partes: 1, 2

Los economistas que lo rodearan le aconsejarían
cómo conducir los asuntos del estado sin,
por lo que los resultados demuestran, calcular sus consecuencias
posibles.

Deslumbrado por lo que escuchara, nuestro presidente los
seguiría a pie juntillas.

Pero ¿qué hace un gobernante con un
mandato que, aunque no fuera decisivo, gozara de la confianza
incondicional de su pueblo?

El gobernante busca consejo en el pueblo.

¿Por qué fue que aquí sería
diferente?

El origen atávico del
líder
nos lo explica de un modo convincente.

Nuestra necesidad para elegir líderes de entre
los miembros de nuestras tribus, residió precisamente, en
la magia que éstos proyectaban y en su infalibilidad
ilusoria.

Cuando viviéramos en las simplezas del
paleolítico, nuestros conocimientos eran exiguos, pero
nuestro intelecto era incomparable en el reino animal.

Nosotros poseíamos el único órgano
que reflexiona acerca de sí mismo: el cerebro.

Nosotros intuíamos que la muerte era
irreversible. Pero, para desafiar nuestro sino
intentaríamos prolongar la vida creyendo en la
inmortalidad. Lo hicimos con la ayuda del hechicero erigiendo
monumentos a nuestros muertos y enterrándolos de acuerdo a
las fórmulas prescritas por nuestros sacerdotes y
héroes.

Nuestras creencias también repercutirían
en el orden social que entonces existiera. Para muchos
líderes la idea de ser infalibles, omniscientes y
seleccionados por las fuerzas del destino serían
tentaciones irresistibles para anhelar que el poder les
fuera posesión propia, exclusiva e
imperecedera.

En la mitología
griega, la tragedia de Prometeo, elocuentemente describe la
rabia de los dioses cuando sus poderes se usurpan y luego se
asumen.

Los líderes que pretenden ser eternos, amenazan
la paz de los dioses del Olimpo.

En Tótem y Tabú, Freud describe el
escenario probable que nos confrontara con el destino de nuestros
líderes, cuando los jóvenes de la tribu conspiran
exitosamente para librarse del yugo impuesto por un
cabecilla caduco. (Véase mi ponencia acerca del
canibalismo).

Porque los líderes humanos son falibles y mueren
— de ello provienen sus ansiedades existenciales y de ello
provienen sus errores y equivocaciones.

Momia
egipcia

Nosotros, hoy, culpamos justamente, a los economistas y
no a la economía por las aflicciones que
padeciéramos durante los últimos once
años.

Puede que esto sea, o que no sea la verdad, pero es
sólo por medio de la ciencia
donde podremos encontrar la respuesta cierta.

Respuesta que aún no se obtiene por la inercia de
nuestros gobiernos en cuanto a la lucha contra la corrupción
respecta.

Cuando una persona adquiere
el privilegio de ostentar el poder, esa persona acepta su
posición de acuerdo a su constitución y configuración
psicológica.

Por ejemplo, los estilos de descargar sus
responsabilidades de presidente contrastan en lo extremo, entre
Hugo
Chávez y Nelson Mandela.

Para uno, el poder es una invitación a
regresiones sintomáticas a regiones donde conflictos
psíquicos residen aún no resueltos. Para el otro,
es una invitación a la adaptación y a la madurez
emocional.

¿Cómo fue para Mejía y para los
arquitectos de sus pólizas económicas?

Veremos.

Escuchemos a Lord Acton quien nos dijera: "El poder
tiende a corromper, y el poder absoluto corrompe absolutamente.
Hombres grandes son casi siempre hombres malos… No existe
peor herejía que la que mantiene que la posición
santifica a quien la ocupa".

En el caso de nuestra república, no ha habido
aún en nuestra historia un hombre probo
que ocupara el poder.

Rasputín…

Pero, ¿cómo corrompe el poder?

El poder corrompe porque:

1. Da la ilusión de la inmortalidad. Una vez en
el poder, algunos hombres se transforman en seres que creen que
fueran predestinados a poseer derechos mágicos
por encima de sus coetáneos — creyéndose ser
infalibles e imperecederos.

2. Porque el efecto de ocurrencias fortuitas refuerzan
esa misma impresión. En el caso de Mejía, las
mentiras que, con frecuencia dijera, acopladas por unos cuantos
actos de ardides políticos, los convencerían a
él, a los del PPH, a los del TTH y a los economistas de
su entorno que los esquemas que tramaran, a pesar de ser
descabellados, serían aceptables en la mente del
pueblo.

3. Porque se sentían incontestables y dignos de
decidir la vida de todos los dominicanos como a ellos se les
antojara.

Es aquí, desde donde los economistas oscuros que,
gozando la seguridad
relativa de sus sinecuras, desplegarían las pólizas
monetarias que a tantos afectarían
negativamente.

Para eso era necesario que el narcisismo típico
del ser irresoluto se alimentara con el elogio profuso de sus
lacayos.

Los economistas aseguraron al presidente, como
oráculos modernos, que ellos sabían que los asuntos
de la economía y del estado progresarían si
él siguiera sus consejos.

Sin pensarlo, él los seguiría, porque en
su forma de percibir la
administración del poder, predominaba la creencia
pueril de que él, como hombre predestinado, podía
descifrar los sentimientos del dominicano.

Sentimientos que creyera que, esencialmente,
serían:

· Que amamos el caudillo — algo que, se le
advirtiera, no fuera así.

· Que admiramos una figura paterna que nos
insulta, nos veja y nos disminuye — no sería para el
ser maduro.

· Que aceptamos tanto la pobreza en
nosotros, como admiramos la riqueza en nuestros líderes
— sin anhelar mejoras.

· Que consideramos el nepotismo político
y el enriquecimiento del anillo presidencial un derecho sacro
del primer mandatario — algo que todos, en todas partes
detestan.

· Que pensamos que las mentiras, si las dicen
nuestros dirigentes, son verdades — No
kidding
?

· Que destetamos más la homosexualidad y la cacareada ingobernabilidad
de algunos que la integridad de los candidatos que opusieran la
corrupción — La homosexualidad a nadie
le molesta, lo que molesta es el robo con el favoritismo
conspicuo.

· Que los apagones, los precios
incontenibles, la tasa incontrolable, la falta de educación y todos los males que nos
afectan no nos importan — ¿Quién
dice…?

· Y que nuestras memorias son
tenues y exiguas — los viejos dominicanos aun recuerdan la
Era de Trujillo día por día. Quizás
será porque los actores principales de ese melodrama
están vivos.

Hay cosas que fueron deleznables.

No es necesario que ningún candidato que va a
ambicionar ser reelecto, proteste sus intenciones
anti-reeleccionistas tantas veces, antes de forzarnos su
candidatura.

No hay necesidad de lanzar una campaña política visitando
poblados pobres con caravanas de vehículos de lujo para
enfatizar el contraste.

Entonces, nos preguntamos

¿Por qué se dejan engatusar ciertos
gobernantes por sus propios consejeros?

Porque es precisamente lo que desean para
sí mismos.

Que los economistas traicionaron a Hipólito y al
pueblo — y viceversa es la razón por la que estamos en
el enredo penoso en que hoy estamos.

El hecho de que un solo economista, entre todos los que
comparten el oprobio actual en que vivimos, ocupa el lugar de
Rasputín y Montesinos; no nos aplaca, ya que él,
nos debe muchas explicaciones y no excusas.

El tiempo nos
dirá…

Bibliografía

Suministrada por solicitud.

Dr. Félix E. F. Larocca

Partes: 1, 2
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