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Lo que los padres, de niños, nos decían? (página 2)




Enviado por Felix Larocca



Partes: 1, 2

El
mecanismo

Nuestro desarrollo, a
medida que progresa, permite que, cuando logramos la
autonomía e independencia
final de nuestros padres, incorporemos sus sabidurías y
valores
éticos-morales para que desde nuestras mentes gobiernen
nuestros destinos y nos guíen por el sendero de la
rectitud espiritual.

Nuestros padres, representados permanentemente en la
estructura del
Súper-ego, nos recuerdan de la existencia de un Dios tan
intangible como imperecedero que vive en nuestras almas hasta el
fin de nuestras vidas.

De ahí deriva recordarlos a ellos — nuestros
padres — cuando repetimos los axiomas y las máximas que
nos inculcaran, para guiarnos.

Lo que sucede al
niño que es huérfano o cuyos padres son
ausentes

Los niños,
al nacer, vienen dotados con mecanismos adaptantes y
compensadores para suplir la figura y para corregir la ausencia
de los padres.

Otras personas allegadas pueden efectivamente
proporcionar los elementos requeridos para la estructura y
formación de una conciencia
moral — de
un Súper-ego. Estos otros serán, entonces, quienes
invocaremos para afirmar la certeza moral de nuestras actitudes.

Misticismo Orlado
Agudero-Botero

El
problema

El problema surge cuando los niños crecen en un
medio ambiente
donde la presencia psicológica de uno o de ambos padres
está omitida de facto. En ese caso, la carencia de esa
figura, imprescindible para el desarrollo armonioso del
niño, puede producir un vacío permanente en su
constitución moral.

Quienes así crecen se convierten en entidades
narcisistas y egocéntricas que derivan placer del
sufrimiento de otros (schadenfreude) y que procuran tan
sólo su satisfacción personal
seres que carecen de toda capacidad para amar.

Para un terapeuta es, entonces, música celestial
escuchar las palabras repetidas que recuerdan lo que los padres
en tiempos pasados, a quienes tuvieran la fortuna de
oírlos, les decían…

"Como decía mi
mamá…"

Bibliografía

Bowlby, J. (1952) Maternal Care & Mental
Health
. World Health Organization, Monograph no. 2; Jason
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Bowlby, J. & Fry, Margery (1953, 1965) Child Care
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Freud, A: (1965) Normality and Pathology in
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International Universities Press.

Pine, F: (1985) Developmental Theory and Clinical
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. New Haven. Yale University Press.

Winnicott, D.W: (1965) Maturational Processes and the
Facilitating Environment
. Madison: IUP

Winnicott, D.W: (1971) Playing and Reality.
London Tavistock Publications.

Los
hijos de padres indulgentes… futuro viciado

Los niños, como las naciones bien gobernadas,
dependen del ejemplo de figuras en control que sean
firmes, justas y consistentes, para lograr un crecimiento
armonioso y un desarrollo feliz.

Se utiliza en este artículo el auxilio
heurístico de un caso clínico para exponer mi
exposición.

Jaime nació en este país durante los
años del 1930. Ellos fueron los que vieran el nacimiento
de la más larga dictadura en
la historia de
nuestra patria. Sus dos hermanas mayores, con las que
vivió su infancia en la
compañía de sus padres compartieron con él
el silencio forzoso que creaban las fuerzas de represión
de la dictadura tan odiada y aborrecida; como lo fuese sangrienta
y temida — La dictadura de Rafael L. Trujillo.

En su mente infantil a Jaime le fue muy difícil
poder
reconciliar la existencia de sentimientos contradictorios y
opuestos ¿Cómo pueden algunos alabar al tirano
públicamente, y derogarlo en la privacidad de sus casas?
¿Cómo pueden los sacerdotes arrojarse, en
reverencia, a los pies del sanguinario sátrapa, a quien
llamaran "Redentor?"

Cuando Jaime entrara al liceo secundario tuvo la buena
fortuna de ser enseñado por maestros nobles y abnegados,
quienes nutrieron en su mente la decisión de abandonar su
país para nunca más volver.

Habiéndose graduado de médico, Jaime se
dedicó a tratar pacientes con enfermedades
psicosomáticas.

Durante los años que él viviera en el
extranjero ocurrieron muchos eventos de
importancia para su país natal. Entre ellas, el
"ajusticiamiento" (así llamaron la muerte) del
tirano, con la triste secuela de que, en el poder, permanecieron
los mismos maleantes arteros, quienes a través de sus
complicidades eran responsables de haber mantenido al tirano en
el poder.

Cuando Jaime volvió a visitar a su patria,
encontró que los hijos de sus amigos, ya crecidos, se
habían desarrollado en una atmósfera artificial
de indulgencias irreprensibles.

En primer lugar, era esa una sociedad en
donde los matrimonios eran concebidos como asuntos de
conveniencia por familias interesadas en obtener ventajas
sociales y económicas.

Las bodas se celebraban con esplendor supremo y la vida
de los recién casados comenzaba con la adquisición
de las cosas que la mayoría de las gentes sólo
pueden lograr después de laborar y de ahorrar dinero por
muchos años.

La rivalidad social, siendo extrema, forzaba la
oposición en todo: desde el número y el sexo de los
hijos (el varón siendo de la mayor importancia) hasta
poder pertenecer a tal o cual asociación (o
club).

Tan pronto cuando un niño, en esta sociedad donde
vivimos, nacía, se le asignaba una sirvienta para proveer
y suministrar (a veces, aún para sustituir por) el cuidado
materno. Nunca las familias viajaban sin ser acompañadas
por la sirvienta ubicua. Los límites
eran impuestos con una
inconsistencia peligrosa ya que a los niños se les
toleraban casi todas las travesuras que desearan, porque la
disciplina se
diluye a través de las indulgencias negociadas por abuelos
y por otros parientes entrometidos. La mediocridad inevitable
comenzaba de ese modo en las primeras fases de la
infancia.

La Mala Semilla…

El biberón y el "bóbolo" se acarrean hasta
la edad pre-escolar, las pataletas interminables que estremecen
el microcosmo hogareño y la actitud de
laissez-faire que caracteriza la falta de expectaciones
que estos padres tienen para con los hijos, fue resumida por uno
de ellos de modo contundente, y aun lúcido, cuando
él dijo a Jaime: "Dr. aquí sólo vivimos para
el ‘show’".

Esos niños infelices, y descuidados
emocionalmente por sus padres llegan al umbral de la adolescencia
careciendo de un sentido de dirección o de un sentido de
propósito. Durante los años de transición
que constituyen los del bachillerato y los de la universidad; las
discotecas, los carros velocísimos, el desafío a
las figuras en autoridad, el
bullicio y el ruido de sus
presencias alborotantes se nutren por con el consumerismo
conspicuo y exagerado.

Es éste el período, donde, si algo va
ostensiblemente mal, cuando el psicólogo (o el psiquiatra)
hace su entrada en las vidas de ellos, tan subrepticia, como a
menudo innecesaria. "Los niños aquí no se levantan
temprano". Decía una mamá, refiriéndose a la
hija de 18 años aun en cama al mediodía. Ni
trabajan, Jaime añadió en el silencio de sus
pensamientos.

Como los hijos estarán destinados a laborar en la
misma empresa en donde
la familia
lograra su fortuna, la competencia no
existe y el deseo de sobresalir se atrofia y se vuelve
irrelevante.

La mediocraza se institucionaliza de este
modo.

Como las crías son siempre numerosas, cada
generación le añade números considerables a
aquellos que competirán por las posiciones más
codiciadas en la empresa
familiar. Esto, por supuesto, resulta en el hecho de que la
cornucopia del patrimonio
heredado se vuelva más exigua con el transcurso de los
años. La arrogancia y la petulancia exterior, sirven como
antifaz para ocultar los sentimientos de vulnerabilidad e
inferioridad escondidos.

Son ellos los padres a cuyos hijos vemos en las
carreteras pasando a todos los carros que les vayan adelante o
que bloquean el carril de rebasar para que otros no pasen. Son
ellos los que cubren los senderos a todo el ancho, para que otros
tengan que abandonarlo si no quieren ser empujados. Son ellos los
que envenenan el aire de todos con
el humo ofensivo de sus cigarrillos, o con el ruido estrepitoso
de sus motocicletas o estéreos.

Son ellos los que maltratan a los pobres… pero, son
ellos quienes realmente son pobres ya que carecen de
conciencia moral o de valor social.
Son ellos quienes viven en la bancarrota del pretender ignorar la
miseria abyecta que a todos nos rodea.

Son avariciosos, no porque a ellos les haga falta
el dinero,
sino porque temen el hecho de que algún día se les
va a acabar lo que tienen.

¿Pero qué solución se les ofrece a
estas personas?

La única y la más efectiva de las soluciones es
la de imponer límites desde el comienzo de la vida a los
hijos… ello, siendo tan difícil para muchos padres… ya
que ellos no conocen límites para sí
mismos…

Bibliografía

Suministrada a petición.

 

Dr. Félix E. F. Larocca

Partes: 1, 2
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