- El
hombre del Paleolítico tenía que moverse y
trabajar para comer — actividad hoy abandonada en todo
sentido - ¿En qué condiciones puede afectarse
este instinto natural de comer? - La anorexia ¿se superpone a la
infertilidad? - El papel de las aversiones alimentarias en nuestra
especie - El miedo
- Rivalidad
- La rivalidad entre los sexos
- Entonces
tenemos las hembras esquivas y las
fáciles - Auto sacrificio
- En resumen
La exuberancia alimentaria es un fenómeno que no
por ser tan reciente y ubicuo en las sociedades
occidentales, nos debe hacer perder de vista que hasta hace
recientemente poco tiempo las
escaseces de qué comer decimarían grandes partes de
la población en nuestra opulenta
civilización.
Es posible afirmar que el ser humano ha enfrentado,
desde su origen como especie, a las terribles consecuencias de la
falta de alimento tanto por las condiciones climáticas
adversas, como por la dificultad de acceder a comestibles de modo
accesible y fácil.
Actualmente, el hambre es un flagelo para media humanidad.
Mientras que las enfermedades debilitadoras
que, de ella derivan, constituyen la principal causa de muerte
infantil tanto en África como en Sudamérica — sin
que hayamos sido capaces de articular estrategias
globales para erradicar ese mal.
En un orden de cosas más novelesco es posible
imaginarse al Homo sapiens como un forrajeador constante
en busca de frutas, vegetales, raíces, pequeños
reptiles y huevos. Que, mientras lo hacía, debía
recorrer varios kilómetros diarios para conseguir el
alimento necesario para un solo día, para luego retornar a
su aldea y compartir lo poco adquirido con los demás
miembros de su tribu. Estamos suponiendo que lo imaginemos
asentado en un campamento o entorno permanente, cuestión
que hoy se pone en cuestión debido precisamente a esa
urgencia, por instinto, de nómada, que le hacía
apartarse cada vez más dejando atrás paisajes
empobrecidos por él mismo: una actitud que
el hombre
sólo pudo abandonar haciéndose sedentario — bien
entrada la historia reciente y con el
desarrollo de
la agricultura y
la domesticación de animales.
Pero, por sus dificultades intrínsecas, las
cacerías y la dieta carnívora fueron probablemente
una excepción. Con, o sin herramientas,
es difícil imaginarse un Sapiens cazador con la
única arma de sus brazos, asistido por su poca resistencia para
la carrera, o entusiasmado por el éxito
derivado del uso de sus trampas rústicas. Lo que
sería posible es que el ser humano de entonces se
conformaría con el escamoteo de lo que otros animales
más poderosos dejaran como sobras.
Entonces comíamos como si nunca jamás
encontraríamos más que comer — asunto
éste, muy realista.
Más probablemente, los humanos se iniciaron como
especie carroñera y muy posiblemente caníbal de
donde se procuraban las primeras proteínas
que alternaban con sus constantes forrajes, aunque ambas
estrategias no resultaran evolutivamente estables y terminaran
por extinguirse a favor de una dieta omnívora, pero
predominantemente vegetariana que compartieron tanto machos como
hembras y sus crías destetadas.
Las actividades a las que más tiempo debieron dedicar
nuestros ancestros del paleolítico debieron ser la
búsqueda para el consumo diario
de alimentos: una
búsqueda que debió ir evolucionando desde ese
forrajeo individual hacia otras formas de compartir alimentos
cuando las estrategias de caza lograron ser más eficaces
sobre todo con la invención de las primitivas armas de
piedra.
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