Este es el caso de una señora cuyo
seudónimo para estos fines educativos será el que
diéramos en el título.
Apenas cumplía seis años cuando Roselia
había ganado la "fama" de ser niña inquieta,
hiperactiva, entrometida, impúdica y
desobediente.
Demostraba una carencia de miedos, y un arrojo
insólito, que resultaba en actos riesgosos e irreflexivos
los que resultaban en visitas muy frecuentes a los médicos
que suturaban sus heridas.
Roselia y su familia vivieron
en una ciudad pequeña en el interior del país, hace
unos cincuenta años.
En ese entonces la medicina era
ejercida por médicos que se entrenaron en Europa o que
habían terminado su licenciatura, y luego el doctorado en
la Universidad de
Santo Domingo.
No sabiendo lo que podrían hacer con la menor de
su progenie (de tres hembras y dos varones) los padres de esta
niña "atronada" decidieron consultar con la autoridad
máxima entre los médicos locales.
A él se la llevaron, y sin titubear, el galeno le
asignó a Roselia el diagnóstico de hipertiroidismo (tiempos
después, este diagnóstico se cambió a
hipotiroidismo; para volver luego a cambiarse al previo de
hipertiroidismo con el que se mantuvo por casi cuarenta
años de su vida).
No se condujeron pruebas de
laboratorio…
"nada… solamente que me hacían tragar gotas de yodo y
beber unas medicinas que me sabían malísimas",
decía ella.
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