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8-3. ROCAS | |||
En este trabajo hablaremos sobre el campo de la
mineralogía, ya que se habla de los sistemas
cristalográficos, reconocimiento y tipos de rocas en las que
se encuentran los diversos tipos de minerales
existentes, en la corteza terrestre, y también de todos
las características que presentan cada una de
ellas, dependiendo de que tipo sea. También se habla de
que está constituido en su totalidad la corteza terrestre,
y también donde se formaron los minerales y rocas,
dependiendo también en que habita se forma y da como
resultado hermosos cristales, consideradas rocas ornamentales, y
que cuando más variedad de cristales contiene es
más valiosos para los coleccionistas. Un cristal de forma
complicada depende a que tipo de sustancia y medios de
formación lo afectaron, también depende a los tipos
de yacimientos donde se hallan estos cristales la cual le
dará una especificada forma.
Este planeta Tierra en que
vivimos, y del que nos consideramos dueños, y
señores, en realidad no lo conocemos más que por
fuera. Sabemos que un esferoide cuyo diámetro medio se ha
calculado en unos 12740 kilómetros y cuya superficie
está cubierta de agua casi en
sus tres cuartas partes; como resultado de otros cálculos
prolijos conocemos también con relativa exactitud su
volumen y su
densidad;
el hombre, en
busca de gemas y metales preciosos o de
minerales útiles, ha perforado la parte sólida de
la superficie, y llevado de la curiosidad científica ha
explorado los grandes fondos oceánicos; pero, hasta la
fecha, la mayor profundidad que se ha podido medir, en las
llamadas "fosas" del Pacífico, no llega a los 11000
metros, la perforación más profunda que se ha
hecho, para buscar petróleo,
no alcanza a los 7000, y sólo muy contados seres humanos,
como el profesor Piccard en el batiscafo "Trieste" han logrado
descender a estas profundidades. Para darnos cuenta de lo que
esto significa, podemos imaginar una esfera de tres metros de
diámetro en la que quisiéramos clavar un alfiler y
no lográsemos entrarlo mas de un par de milímetros.
Recurriendo al viejo símil de la naranja, cabría
decir que apenas hemos raspado un poquito en la superficie
pigmentada de la cáscara. De lo que haya más
adentro no sabemos nada con certeza; todo cuanto se ha dicho y se
sigue diciendo acerca del interior del Globo son teorías, más o menos aceptables
según que estén más o menos de acuerdo con
los hechos comparables, pero teorías
al fin.
Hoy se admite que el centro de nuestro planeta se halla
ocupado por un enorme núcleo esférico, tal vez de
unos 7000 kilómetros de diámetro, compuesto de
hierro y
níquel, por lo que se ha convenido designarlo con el
nombre de nife, de Ni y Fe, que son respectivamente los
símbolos del níquel y del hierro en la
terminología química y
mineralógica. Dicho núcleo está envuelto por
una capa de unos 1700 kilómetros de espesor constituida
por silicatos ferromagnesianos. Rodeando esta capa se encuentra
otra de 1200 Km. de espesor formada por silicatos
magnésicos que recibe el nombre de "sima".
Flotando sobre el sima se encuentra la corteza terrestre
constituida por silicatos alumínicos en su mayor parte.
Recibe el nombre de "sial" y su espesor, siendo pequeño,
no es regular, extendiendo zonas en el fondo del mar en que
prácticamente no existe, mientras que en otros lugares su
espesor es de 80-90 km.
En la perforaciones efectuadas en la corteza terrestre
se ha encontrado un aumento gradual de la temperatura a
medida que nos aceramos al centro de la tierra.
Este aumento es de 1º por cada 33m de profundidad por lo que
teóricamente en el centro de la tierra
deberían de existir temperaturas cercanas a los
200000º. Hoy no se cree que esto ocurra sino que la temperatura se
estabiliza a unos 3000º ó 4000º y que el
calor que la
produce más bien se debe al producido por la
desintegración de sustancias radioactivas que al calor residual
de cuando la tierra se
encontraba en estado
ígneo.
Estas elevadas temperaturas, unido a las enormes
presiones a que se encuentran sometidos los minerales que
constituyen el sima, proporciona a esta capa ciertas
características de plasticidad. Por ello, la corteza
terrestre, esta sobre el sima y en él se desplaza del
mismo modo que lo hacen un iceberg en el mar.
Así concebida, la estructura de
la Tierra aparece como el resultado natural de un lento
enfriamiento. Todas las teorías modernas sobre el origen
de nuestro Globo están deacuerdo en que inicialmente
estuvo formado por materiales en
estado
gaseoso; basta, pues, recordar que no todas las substancias
cambiar de estado físico a las mismas temperaturas, para
comprender que, por efecto de su licuefacción y su
solidificación, dichos materiales
tuvieron necesariamente que distribuirse de diferente modo. Los
más pesados debieron de hundirse en el interior del
esferoide en formación, mientras que aquellos que a la
circunstancia de solidificarse muy pronto unían la de ser
más livianos, hubieron de quedar flotando, al modo de
escorias, sobre los que todavía se hallaban en estado
líquido. Estos últimos serían los que
formaron la capa de roca basáltica, que, al hacerse
sólida a su vez, retuvo firmemente empotradas aquellas
masas flotantes en tanto que el vapor de agua
resultante de la combinación de hidrógeno y
oxígeno pasaba al estado líquido y llenaba los
espacios entre ellas.
Esas masas intercaladas con los océanos y que,
como hemos dicho, constituyen la tierra firme, son también
lo que comúnmente llamamos corteza terrestre, por
más que esta denominación se suele hacer extensiva,
en forma un tanto vaga, al fondo de los mares, el cual, en
efecto, cuando no se trata de grandes profundidades, puede ser
una continuación de las masas de la tierra. Los materiales
de que estas últimas se hallan formadas son los minerales.
Por supuesto, el agua del
mar es también mineral, pero este nombre se aplica
más generalmente a los materiales sólidos de la
corteza terrestre, los cuales en la mayoría de los casos,
se presentan formando rocas.
En el lenguaje
vulgar una roca es una peña, una piedra cualquiera,
siempre que sea de gran tamaño y sobre todo, dura. La
dureza de la roca, dando al vocablo esta acepción
familiar, se ha hecho proverbial. Pero en la terminología
científica se llama roca a toda masa mineral de gran
tamaño, y especialmente a aquellas que consisten en un
agregado de diversos minerales. Un mineral es un cuerpo
inorgánico de composición química
homogénea, es decir, compuesto de los mismos elementos
químicos, en proporción constante, en cualquiera de
sus partes; una roca tiene una composición
heterogénea porque es el resultado de la mezcla o
agrupación de diversos minerales, y cuando está
formada por un solo mineral que puede presentar distintos
aspectos, pero que siempre se halla compuesto, en todas sus
partes, de silicio y oxígeno en proporciones invariables;
el granito en cambio, es una
roca formada por la agrupación del cuarzo con otros
minerales (mica, feldespatos), que no siempre están
mezclados en igual proporción, ni lo están de un
modo uniforme en todos los puntos de una misma piedra de
granito.
No hay que creer que los minerales que hoy forman la
corteza terrestre son exactamente los mismos que resultaron de la
solidificación de sus primitivos materiales, ni que se
hallan dispuestos de la misma manera que entonces quedaron;
muchos se han formado después, y se siguen formando
aún, por los más variados procedimientos.
Por ejemplo, la descomposición de restos vegetales fuera
del contacto con los agentes atmosféricos, en una
época en que ya había en el Globo insectos y
anfibios, originó los yacimientos de hulla o carbón
de piedra, cuya explotación tanto ha contribuido al
progreso de la humanidad, y aun en nuestros días las
salinas se forman por la evaporación de las aguas que
llevan sales en disolución. La mayoría de las
rocas, sin embargo, así como los minerales que contienen
metales valiosos,
son el resultado de la invasión de la corteza terrestre
por los materiales en fusión
todavía existen bajo ella, y que se conocen con el nombre
general de magmas. Estos materiales, abriéndose paso de
abajo arriba en el espesor de la tierra firme y
enfriándose a medida que ascienden, acaban por formar
dentro de aquélla grandes núcleos que se conocen
como lacolitos, y tienden también a rellenar todas las
grietas y rendijas constituyendo los filones. Por otra parte, de
esos magmas se desprenden gases y
vapores que, al ponerse en contacto con los minerales ya
existentes que encuentran a su paso, reaccionan con ellos y dan
lugar a que se produzcan nuevas combinaciones químicas,
esto es, nuevos minerales. Conocido es el fenómeno de las
solfataras, grietas frecuentes en algunos terrenos
volcánicos, por las que escapan al exterior vapor de agua
y diversos gases, entre
ellos ácido sulfhídrico que se descomponen al
contacto de la atmósfera,
combinándose su hidrógeno con el oxígeno del
aire y
formándose depósitos más o menos
considerables de azufre, que pueden explotarse y se explotan, con
fines industriales. Este ejemplo es suficiente para demostrarnos
que, aun cuando nuestro mundo es muy viejo, todavía
conserva en actividad las fuerzas para agregar constantemente a
su corteza nuevos materiales.
3- LA
CRISTALIZACION Y LOS CRISTALES
Un de las cosas que más saltan a la vista en los
minerales, diferenciándoles netamente de los seres
orgánicos, es la propiedad que
tienen de cristalizar, es decir, de adoptar formas
poliédricas de una perfección geométrica
admirable, en cuyo estado se designan con el nombre de cristales.
Como en el caso de las rocas, el término "cristal" tiene
en mineralogía un sentido bastante distinto de su
significado corriente; cuando se menciona el cristal en la
conversación usual, lo primero que viene a la
imaginación es su transparencia, mientras que desde el
punto de vista mineralógico no tiene importancia este
atributo. Muchos minerales cristalizados apenas pueden
calificarse de traslúcidos, y hay también muchos
que son perfectamente opacos. Lo esencial en ellos es su figura
poliédrica. La delicada comparación empleada por
Campoamor en una de sus poesías más populares
sería una atrocidad si el poeta hubiera escrito teniendo
presente la acepción científica del vocablo en
cuestión.
Las formas poliédricas propias de los cristales
son, según parece, una consecuencia de la
disposición simétrica de los átomos de las
substancias que componen el mineral, disposición que se ha
comparado con la de los nudos de una red; pero para que los
átomos adopten esta disposición es indispensable
que el mineral se solidifique en determinadas condiciones.
Así, hay ciertos minerales, entre ellos el alumbre y la
sal común, que si están disueltos en agua
cristalizan al solidificarse por evaporación de
ésta, y hay otros, como el azufre o el bismuto, que forman
cristales cuando, estando fundidos, pasan al estado sólido
por enfriamiento. También se forman cristales por
sublimación, esto es, por el paso del estado gaseoso al
sólido sin mediar el estado
líquido, como se observa en ciertos minerales de origen
volcánico.
Naturalmente, puede ocurrir qu7e en el cambio de
estado físico no se realice exactamente en las condiciones
indispensables para que haya cristalización, y entonces, o
bien ésta es incompleta, o bien resulta un mineral amorfo,
es decir, sin forma poliédrica. De lo primero tenemos un
ejemplo en los casos en que, por ser la solidificación
efecto de un enfriamiento excesivamente rápido o de una
evaporación demasiada intensa, se forman los llamados
cristales esqueléticos, que son unos como cristales
huecos, cual si estuvieran profundamente excavados. La sal
presenta a veces cristales incompletos de esta clase. En cuanto a
los minerales amorfos, con frecuencia parece como si los
átomos no tuvieran tiempo de adoptar
la disposición recticular durante los cambios de estado, y
como resultado se forma una masa irregular, rígida y
frágil, que recibe el nombre de substancia vítrea.
Hay minerales, en fin, que se presentan como coloidales, es
decir, como la mezcla de dos substancias, una de ellas dividida
en pequeñísimas partículas dispersas en la
otra, que es unida y homogénea, y que se denomina medio de
dispersión. La arcilla y el mineral de hierro llamado
limonita son ejemplos de coloides.
Volviendo a los minerales cristalizados, lo mismo pueden
presentarse como cristales aislados que formando curiosas
agrupaciones, ya en forma desordenada, o ya yuxtapuestos, en
asociación paralela. A veces un conjunto de cristales
descansa sobre una base amorfa del mismo mineral,
denominándose este tipo de agrupación una drusa; y
también son frecuentes los casos en que una masa amorfa
profundamente cóncava, a modo de tosca olla o de gruta en
miniatura, está interiormente tapizada de numerosos
cristales, dando un poco la ilusión de una diminuta
caverna de elfos o de hadas. En mineralogía se da a esto
el nombre de geoda.
En ciertos minerales se encuentran con frecuencia dos
cristales, o un corto número de ellos, íntimamente
asociados entre sí, como si se hallasen entrelazados o
adheridos, constituyendo lo que se denomina una macla. Hay maclas
de los más variados aspectos: unas veces los dos cristales
forman una cruz, ya latina o ya de San Andrés; otras,
parece como si uno de ellos se hubiera metido dentro del otro,
aunque en distinta posición, diciéndose entonces
que es una macla de penetración; otras, se adosan dos
cristales en posición simétricamente inversa,
formando una punta de flecha, etc. También se puede dar el
caso de que se asocien cristales de dos minerales diferentes,
encontrándose los de uno de ellos dentro de un cristal del
otro, que es lo que se conoce como inclusiones, y a veces un
cristal de un mineral encierra fragmentos amorfos, fibras o
delgadas láminas de un mineral distinto. Un aspecto muy
curioso de esta asociación es el fenómeno del
encapuchamiento, que se da algunas veces en el cuarzo, y que
consiste en la existencia de grandes láminas de mica
dentro de un cristal de dicho mineral, paralelamente a sus caras,
lo que permite separar del poliedro varias pirámides
embutidas unas dentro de otras, como esas cajas chinescas que se
van sacando desde la más grande a la más
chica.
El tamaño de los cristales varía
enormemente; un mismo mineral puede formar cristales
microscópicos, o poco menos, y otros de dimensiones
gigantescas. La forma varía igualmente mucho. En cambio,
lo que dentro de cada especie mineralógica permanece
invariable es el valor de los
ángulos diedros formados, cualquiera que sea la forma, por
las caras homólogas. Por ejemplo, la galena, que tan de
moda se puso
en los días de los primitivos aparatos
radiotelefónicos, es un mineral que suele cristalizar en
cubos, pero muchas veces el cubo no es perfecto, sino que
presenta sus cuatro vértices truncados, formando unas
facetas triangulares, de manera que el poliedro es entonces un
cuboctaedro, o sea una combinación del hexaedro regular, o
cubo, con el octaedro. Ahora bien, las caras que en este caso
corresponden al cubo forman ángulos diedros de 90 grados,
exactamente como en el cubo verdadero. Si teóricamente
ampliásemos las facetas formadas en los vértices
hasta su límite máximo, las caras del cubo
desaparecerían y tendríamos un octaedro regular, y
las caras de este nuevo poliedro formarían ángulos
diedros exactamente del mismo valor que el
de los ángulos formados por la prolongación ideal
de los planos determinados por la facetas del
cuboctaedro.
Esta constancia del valor de los ángulos diedros
en cada especie mineral, reconocida ya por los mineralogistas del
siglo XVII, se considera como una de las leyes
fundamentales de la cristalización y proporciona, como es
fácil comprender, un dato de verdadera importancia para la
identificación de los minerales, así como para
determinar con exactitud cuál es el tipo poliédrico
de un cristal cualquiera, aunque por estar roto o por cualquier
otra circunstancia no sea fácil apreciar su forma a
primera vista. De ahí la utilidad que en
mineralogía prestan los goniómetros, o aparatos
para medir ángulos. Hay goniómetros de diversas
clases, algunos de ellos muy complicados. Estos son,
naturalmente, los que dan el valor de los ángulos con
mayor precisión y los que se usan en los grandes
laboratorios; pero al simple aficionado le basta el más
antiguo de estos instrumentos, que se conoce como
goniómetro de aplicación, y que es, al y al cabo,
el que usaron para sus investigaciones
los grandes maestros de la cristalografía. Consiste en dos
reglitas metálicas articuladas por medio de un tornillo, a
manera de tijeras, de modo que pueden formar ángulos
variables, y
una de las cuales forma el diámetro de un
semicírculo graduado. Aplicando estas reglitas
directamente contra las caras del cristal cuyo ángulo se
desea medir, se obtiene su valor en el semicírculo
graduado, que mide el ángulo opuesto por su
vértice.
El ejemplo que acabamos de ver, de los cristales de
galena, permite considerar muchas de las formas cristalinas como
derivadas, en
teoría,
de otras formas, mediante el truncamiento o achatamiento, ya sea
de las aristas formadas por la intersección de dos caras
antiguas, o ya de los vértices formados por la
concurrencia de varias aristas. Otras modificaciones resultan de
la aparición en cada arista, no de una sola faceta, sino
de dos facetas paralelas, en ángulo diedro más
obtuso que el que forman las caras primitivas correspondientes,
que es lo que se llama modificación por biselamiento; o
también de la formación, en cada vértice, de
un grupo de
facetas dando un nuevo vértice menos saliente, en cuyo
caso la modificación es por apuntamiento. De acuerdo con
otra ley de la
cristalización, en todo cristal normal los elementos
homólogos, las aristas y los vértices definidos por
caras iguales; pero también se ven cristales en que
aparecen modificaciones solamente la mitad o la cuarta parte de
dichos elementos. Dícese de ellos que son
meroédricos, por oposición a aquellos en que todos
los elementos homólogos, modificados o no, son
simétricos, a los cuales se califica de
holoédricos. Hay asimismo cristales, llamados
hemimórficos, que presentan una mitad diferente de la
otra; por ejemplo, un prisma con una de las bases en forma de
pirámide y la base opuesta completamente plana, como si
estuviera cortado al través.
Aparte de los elementos geométricos propios de
todo poliedro (caras, aristas y vértices), reales y
visibles, hay que considerar en los cristales otros elementos,
llamados de simetría, que son puramente ideales o
teóricos, no obstante lo cual tienen gran importancia para
el reconocimiento de las diversas formas cristalográficas.
Son estos elementos el centro de simetría, los planos de
simetría y los ejes de simetría. El centro de
simetría es un punto ideal que tiene la propiedad de
dividir en dos partes exactamente iguales cualquier recta que
pueda imaginarse a través del cristal y entre dos puntos
opuestos del mismo. Plano de simetría es aquel que divide
cristal en dos mitades simétricas entre sí, de
manera que, si la división fuera real, arrimando a un
espejo una de estas mitades su imagen
completaría la forma del cristal entero. Finalmente, es un
eje de simetría cualquier recta que pase por el centro de
simetría y que permita hacer girar el cristal alrededor de
ella ocupando varias posiciones son dos, se dice que el eje es
binario; si son tres, ternario; si cuatro, cuaternario, y si
seis, senario. Tomando nuevamente como ejemplo un cristal
cúbico de galena veremos que en él hay tres ejes
cuaternarios, que une los centros de la seis caras; cuatro ejes
ternarios, que van de vértices a vértices, y seis
ejes binarios, que unen los puntos medios de las
aristas. En el mismo cristal hay nueve planos de simetría,
tres que lo cortan paralelamente a las caras y seis que lo hacen
oblicuamente, dividiendo cada uno de los segundos al cubo en dos
prismas de base triangular. Un cristal en forma de prisma
hexagonal tendrá, en cambio, siete planos de
simetría, uno de ellos paralelo a las bases y los otros
seis perpendiculares a ellas, y siete ejes de simetría,
seis binarios (tres que unen entre sí las caras opuestas y
tres que une las aristas perpendiculares a las bases) y uno
senario, que pasa por los centros de ambas bases.
Fundándose principalmente en los elementos de
simetría, los mineralogistas distribuyen todas las formas
cristalinas en siete grupos llamados
sistemas, cada
uno de los cuales comprende las formas holoédricas con
igual número de planos y de ejes de simetría y la
meroédricas que se consideran como derivadas de
aquéllas, aun cuando en éstas, por ser su
simetría incompleta, el número de algunos elementos
sufre una reducción. Dichos sistemas se denominan regular
o cúbico, hexagonal, trigonal, tetragonal, rómbico,
monoclínico o monosimétricos, y triclinicos o
simétricos.
El Sistema
Regular: Comprende cristales con nueve planos de
simetría y trece ejes, tres de ellos cuaternarios, cuatro
ternarios y seis binarios. Hay muchos minerales que presentan
cristales de este sistema, entre
ellos la galena, ya mencionada, o la sal común y la
fluorita, de las que se encuentran con frecuencia bellos grupos de
cristales cúbicos, transparentes o traslúcidos, ora
incoloros, ora teñidos de bellos matices. La pirita,
mineral de hierro sumamente común, que a veces contiene
algunas partículas de oro, cristaliza también en
este sistema, formando cubos, dodecaedros pentagonales o
combinaciones de ambas formas. El granate, ya sea transparente o
ya opaco, tan pronto del color rojo
característico como negro o amarillo, ofrece igualmente
cristales del sistema regular, por lo general
trapezoédricos o rombododecaédricos. El hermoso
rubí, que también entra en este grupo,
cristaliza, en cambio generalmente en octaedros.
Sistema Regular
3 ejes cuaternarios
4 ejes ternarios
El Sistema Hexagonal: Se caracteriza por
tener sus cristales siete planos de simetría, un eje
senario y seis ejes binarios; sus formas holoédricas
típicas son el prisma hexagonal, la pirámide
hexagonal (que en realidad se compone de dos pirámides
unidas por la base), y el prisma y la pirámide
dihexagonales, estos últimos distintos de los primeros por
presentar doble número de caras. El berilo, con sus
estimadas variedades verde y azul pálida, respectivamente
conocidas como esmeralda y aguamarina, forma cristales de este
sistema, frecuentemente combinaciones de las diversas formas en
él comprendidas. El agua cuando
se solidifica constituyendo la nieve, cristaliza igualmente en
este sistema, bajo el aspecto de cristalinos microscópicos
hexagonales que se reúnen en diminutas maclas de las
más variadas figuras, pero siempre hexagonales
también.
Sistema Hexagonal
1 eje senario
El Sistema Trigonal: Fue durante mucho
tiempo
incluido en el hexagonal, y sus formas pueden ciertamente ser
consideradas como derivaciones meroédricas de
aquél, pero todas ellas ofrecen un rasgo distintivo, cual
es el presentar un eje de simetría ternario. Son cristales
con las caras frecuentemente en forma de rombos, de trapecios o
de triángulos escalenos. El cuarzo, tan común en la
corteza terrestre, forma prismas pertenecientes a este sistema.
La calcita o carbonato de calcio, uno de los minerales más
conocidos por constituir los mármoles y las calizas, y que
, cristalizada, se suele conocer como espato de Islandia, en este
caso entra también en el sistema trigonal, adoptando la
forma de romboedro o de escalenoedro. También cristalizan
en este sistema las bellas turmalinas, cuyo nombre, derivado de
"turamali", que es como les llaman en Ceilán, nos recuerda
que de esta isla se llevaron por primera vez a Europa por los
joyeros holandeses en el siglo XVIII. Si se corta al
través un prisma de turmalina se ve que tiene
sección triangular, lo que revela su condición
hemiédrica.
Sistema Trigonal
1 eje ternario
El Sistema Tetragonal: Los cristales
presentan cinco planos de simetría, un eje cuaternario y
cuatro binarios, éstos perpendiculares a aquél. Se
ha llamado también sistema cuadrático porque en sus
formas más típicas, que son el prisma tetragonal y
la pirámide tetragonal, cualquier sección paralela
a los radios binarios es perfectamente cuadrada. El circón
y su hermosa variedad roja llamamos jacinto, cristalizan en este
sistema, así como la casiterita, de la que se extrae el
estaño.
Sistema Tetragonal
1 eje cuaternario
El Sistema Rómbico: tiene tres
planos de simetría solamente y también tres ejes,
los tres binarios, desiguales y perpendiculares entre sí.
Entre los minerales que cristalizan en este sistema figuran
algunas tan conocidos como es azufre, que forma a veces cristales
gigantes, la baritina, que se utiliza para preparar sales de
bario, y el topacio del Brasil o falso
topacio, simple variedad del cuarzo o cristal de roca, o con el
topacio oriental, que es un corindón amarillo. Los
aficionados a las joyas saben, sin embargo, que este
último tiene generalmente más valor, simplemente
por el hecho de ser menos abundante en la naturaleza que el
topacio propiamente dicho. Para un entendido en
cristalografía la diferencia entre estas diversas gemas
homónimas es fácil, pues tanto el topacio oriental
como el del Brasil
cristalizan en el sistema trigonal y no en el
Rómbico.
Sistema Rómbico
1 eje binario
El Sistema Monoclínico o
Monosimétrico: Solamente posee un plano de
simetría, así como un eje único, que es
binario. A él pertenece el vulgarismo de yeso, que suele
formar curiosas maclas, con frecuencia en punta de flecha.
Cristaliza igualmente en este sistema el feldespato ortosa,
mineral que, agregado al caolín o caolinita
(también monoclínico), se utiliza en la
fabricación de las porcelanas.
Sistema Monoclínico
1 eje binario
El Sistema Triclínico: Entran
cristales sumamente asimétricos, como que carecen de
planos y de ejes de simetría, y a él pertenecen
unos cuantos minerales no muy conocidos de quien no es
mineralogista, como la redonita y la labradorita.
Sistema Triclínico
No tiene ejes
4- LA
ESTRUCTURA DE
LOS MINERALES
Aparte de la disposición, que podríamos
llamar arquitectónica, de los átomos, a la que
parece deberse la forma cristalina, los minerales ofrecen la
más notable variación en su estructura general.
Muchos de ellos se presentan a primera vista como masas de un
material unido y homogéneo, como ocurre con un trozo
cualquiera de cuarzo, diciéndose de ellos que tienen una
estructura compacta, pero hay otros que parecen estar
constituidos por una acumulación de granitos, a veces
sumamente pequeños, aunque bien visibles, y entonces se
califica su estructura de granuda. Este tipo de estructura es el
del mármol estatuario, llamado también
mármol sacaroideo porque su fino grano le da el aspecto de
azúcar de pilón. Cuando la substancia mineral se ha
depositado en zonas concéntricas, la estructura se
denomina concrecionada, pudiendo citarse como ejemplo las
calcedonias, la ágatas y los ónices, variedades de
cuarzo que por sus zonas alternadas de diversas tonalidades se
utilizan en la talla de objetos ornamentales.
Hay minerales, entre ellos el cobre, que
muchas veces ofrecen el aspecto de ramas, secas o con su follaje,
estructura arborescente que se denomina dendroidea. No es raro
que un mineral con esta estructura se incluya en otro, formando
delicadas ramificaciones que se conocen como dendritas, y en este
caso la apariencia de una sección del conjunto, sobre todo
si ha sido bien pulimentada, es enteramente la del dibujo de una
planta hecho por algún hábil artista. La
pirolusita, mineral de manganeso que comúnmente se
denomina "jabón de vidriero" y que, por su modo de actuar
en presencia del ácido clorhídrico, sirve para la
preparación de los vulgares polvos de gas, invade a
veces en esta forma la pizarras, siendo sus dendritas como
plantas
fósiles por los aficionados a coleccionar objetos
raros.
Otra estructura muy notable es la fibrosa, de la que se
distinguen diversas variedades, y así se dice que es
acicular cuando el mineral forma fibras rectas y rígidas
como agujas, fibrorradiada cuando las agujas irradian desde un
punto común, bacilar si se trata de fibras rectas y
mediante gruesas, a modo de palitos, capilar si son finas y
flexibles como cabellos, etc. La estibiana o antimonita, de la
que se extrae el antimonio, que por su propiedad de endurecer el
plomo se considera desde la última guerra como
uno de los principales "metales estratégicos", presenta
con mucha frecuencia la estructura fibrosa acicular o la bacilar.
Más famosas como minerales fibrosos, sin embargo, son la
tremolita o anfibol blanco, la actinotita o anfibol verde y la
variedad de serpentina conocida como crisotilo, todas ellas
denominadas corrientemente amiantos o asbestos. Las tres forman
fibras muy finas, comparables a la seda o algodón, lo que
hace que se presten a numerosas aplicaciones útiles,
pudiendo confeccionarse con ellas tejidos que
sirven para ropas incombustibles, telones de teatro, mechas,
etc. Sabido es que en la antigüedad clásica ya se
conocía la condición textil del amianto, con el que
los nobles romanos hacían tejer manteles para darse el
gusto de arrojarlos al fuego y asombrar a sus comensales
después de los banquetes. No es raro encontrar masas
fibrosas de estos minerales apretadamente apelmazadas, a las que
se designa, de acuerdo con su aspecto, con los nombres de
cartón de montaña, fieltro de montaña,
corcho de montaña, etc.
Algunos minerales, como la mica y la variedad de yeso
llamada espejuelo de asno, tienen estructura laminar u hojosa, es
decir, parecen estar constituidos por innumerables hojas o
láminas adheridas entre sí, que sin mucha
dificultad pueden separarse con la punta de un cortaplumas u otro
utensilio similar. Relaciónase esta estructura con la
propiedad que muchos minerales de ser exfoliables, esto es, de
romperse siempre siguiendo planos determinados. En el espejuelo
de asno, en la mica, en el talco llamado por antonomasia laminar
y en otros, la exfoliación o crucero, como también
se dice, es en un solo sentido, pero otros minerales presentan
dos o más planos de exfoliación, y entonces se
rompen dando figuras geométricas, que reciben el nombre de
sólidos de exfoliación, y que tienen cierta
relación con el modo de cristalizar. La galena, por
ejemplo, se parte invariablemente formando cubos. La fluorita o
espato flúor, sin embargo, al romperse tiende siempre a
formar octaedros, aunque sus cristales son muchas veces cubos
perfectos.
Muchos minerales no tienen exfoliación; los de
estructura compacta o los de estructura granuda muy fina suelen
presentar lo que se llama fractura concoidea o concoidal, lo que
quiere decir que, si se rompen, en la superficie de fractura se
observan abultamientos y depresiones suavemente redondeados, que
recuerdan un tanto la figura de una concha bivalva. Otros hay
cuya fractura lisa, o astillosa, o terrosa, términos que
no necesitan explicación para que se entienda su
significado.
5- LA
DUREZA Y EL PESO DE LOS MIENRALES
En la mente del profano en mineralogía se
confunde siempre un poco las nociones del mineral y de piedra,
aun cuando no son exactamente sinónimas, ni mucho menos.
De ahí que, para el vulgo, sean atributos obligados de los
minerales el ser duros y pesados. Sin embargo, en esto, como en
todas las cosas de este mundo, hay sus más y sus menos. Un
diamante, por ejemplo, es durísimo; tan duro, que
solamente se puede tallar con ayuda del polvo de otro diamante; y
en cambio, el talco laminar es tan blando que se puede rayar con
la uña sin la menor dificultad. Esto, claro está,
tratándose de los minerales en general, que se hallan en
estado sólido a la temperatura del aire, pues no hay
que olvidar que ciertas substancias líquidas (el agua y
el
petróleo, sin ir más lejos) son también
minerales y en ellas no cabe hablar de dureza, en el sentido
mineralógico al menos.
Para el mineralogista, la dureza de un mineral consiste
en la resistencia que
ofrece a dejarse rayar por otro, y es, por consiguiente, una
propiedad relativa; un mineral es más blando que otro
porque se puede rayar con este otro, y más duro que un
tercero. Un sabio alemán del siglo XVIII, Werner, que fue
quien primeramente dio carácter científico al
estudio de los minerales, clasificaba éstos, de acuerdo
con su dureza, en muy blandos, que se pueden rayar, y aun cortar,
con una navaja; semiduros, cuando difícilmente se rayan
con la navaja, pero no se pueden cortar con ella, y duros, en los
que la navaja no tiene efecto ninguno. Como primer intento de un
método
para medir la dureza estaba bien, pero el procedimiento era
muy poco exacto; en los minerales blandos y semiduros, por
ejemplo, la cosa dependía mucho de la calidad de la
navaja y de que estuviera ésta más o menos afilada.
De ahí que más tarde otro mineralogista germano,
Mohs, idease una escala de dureza
mucho más precisa, que es la que generalmente se utiliza
todavía hoy, y que está formada por diez minerales
típicos, designándolos con números, desde el
más blando al más duro, en esta forma:
- Talco
- Yeso
- Calcita
- Fluorita
- Apatito
- Ortosa
- Cuarzo
- Topacio
- Corindón
- Diamante
Mediante el uso de esta escala, para
expresar la dureza de un mineral basta asignarle el número
correspondiente, si es rayado por el cuarzo y raya el apatito,
por ejemplo, su dureza será 6, como la de la ortosa. Los
dos primeros números corresponden a los minerales que
Werner llamaba muy blandos, los números 3 y 4 a los
blandos, el 5 y el 6 a los semiduros, y los cuatro restantes a
los duros. Una de las ventajas de la escala me Mohs consiste en
que, en realidad, en ella se establecen diecinueve grados de
dureza, por haber un grado intermedio entre cada dos
números consecutivos; por ejemplo, de la casiterita o mena
de estaño, que raya la ortosa y es rayada por el cuarzo,
se dice que su dureza es 6,5. Y todavía cabe admitir un
grado inferior de 1, ó sea 0,5, pues hoy se conocen
algunos minerales, como la molibdenita, más blandos que el
talco. Yendo al extremo opuesto, si bien es cierto que el
diamante es el mineral más duro conocido, no es exacto que
sea el más duro de todos los cuerpos, como todavía
se dice en algunos libros. El
produce hoy, artificialmente, materiales más duros que el
diamante, como el carborundo o carburo de silicio.
Es curioso que la naturaleza de un
mineral no sea siempre uniforme; los hay que son más duros
por unos lados que por otros, o cuya dureza varía
según el sentido en que se trate de rayarlos, por lo
general, si están cristalizados, de acuerdo con la
dirección de sus ejes. Es muy posible que
ello relacione con la exfoliación, y tal vez esa falta de
uniformidad exista en todos lo minerales exofoliables, aunque en
muchos casos no podamos apreciarla con los medios de que
disponemos. En la cianita, mineral de alúmina de color azul, muy
abundante se sierra nevada y otros lugares de España, la
diferencia es tan notable, que al b rayarla en una determinada
dirección sólo ofrece la dureza del
apatito, mientras que en otra dirección sólo ofrece
la dureza del apatito, mientras que en otra dirección es
tan dura como cuarzo.
No hay que confundir la dureza con la tenacidad, que es
la resistencia a
toda clase de golpes. Mucha gente cree que cuando más duro
es el mineral tanto más difícil es romperlo, cuando
en realidad ocurre casi siempre lo contrario. En algunos autores
antiguos se lee que, si se pone un diamante sobre un yunque y se
golpea con un martillo, antes que romperse se incrusta en el
acero. Si el
autor posee alguna de esas valiosas piedras, conviene que no haga
la prueba. El diamante es sumamente frágil, como lo son la
mayoría de los minerales muy duros, algunos que no tienen
esta última cualidad son también frágiles, y
a veces se manifiesta en ellos la fragilidad de un modo muy
curioso, como ocurre en la blenda, que salta en partículas
si se hace presión sobre ella con un cortaplumas o un
punzón. Cuando ofrecen esta particularidad se dice de los
minerales que son agrios. También hay muchos minerales
que, aun cuando son poco tenaces, no son frágiles; unos,
al golpearlos, se extienden en láminas,
denominándose maleables; otros se estiran
fácilmente en forma de hilos, en cuyo caso se designan
como dúctiles. Como ejemplo de un mineral bien conocido
dúctil y maleable basta recordar el oro.
Por lo que se refiere al peso, en general se puede
afirmar que los metales,, o los minerales que contienen metales,
son más pesados que los minerales pétreos, o no
metálicos. Pero ante todo hay que tener presente que los
minerales no se pesan como si fuera patatas o fardos de lana.
Cuando un mineralogista nos dice que el platino pesa 21, no
quiere decir que su peso de 21 kilos, o de 21 gramos, pues para
ello habrían tenido que empezar por indicar el volumen del trozo
de platino puesto en la balanza. Lo que en realidad se expresa es
el peso específico, es decir, la proporción entre
el peso del mineral y el peso del agua destilada, en igualdad de
volumen, de manera que aquella cifra significa que el platino
pesa veintiuna veces lo que el agua destilada, comparando
volúmenes iguales. Los mineralogistas miden dicha
proporción por medio de balanzas especiales o de otros
ingeniosos aparatos, basados generalmente en el bien conocido
principio de Arquímedes. La inmensa mayoría de los
minerales, si se pasan primero fuera del agua y después
dentro de ella, en el segundo caso pesaran bastante menos. La
diferencia entre ambas pesadas, en virtud de dicho principio, nos
dice exactamente cuál es el peso de un volumen de agua
igual al suyo, y bastará dividir su peso en el aire por
dicha diferencia para conocer su peso específico, que es
el cociente de esta división. Así, si un trozo de
niquelita, o mineral de níquel, de 2 kilos y cuarto, se
pesa dentro del agua destilada, no arrojará más que
1.950 gramos, lo que significa que desplaza un volumen de agua
que pesa 300 gramos, y dividiendo 2250 por 300 obtendremos la
cifra de 7.5, que es el peso específico de la niquelita; o
lo que es lo mismo, en igualdad de
volumen, este mineral pesa siete veces y media lo que el agua
destilada.
Digo que esa diferencia de peso dentro del agua y fuera
de ella se observa en la mayoría de los casos porque hay
unos pocos minerales, extraordinariamente livianos, en los que
dicha diferencia es apenas sensible, o no existe. El
ámbar, por ejemplo, tiene un proceso
específico casi igual al del agua destilada, por lo que,
si bien se hunde en el agua dulce, flota en el mar.
También es muy ligera la sepiolita, en otro tiempo tan
usada para hacer pipas, bajo el nombre de espuma de mar; su peso
específico es 2, pero puede descender a 1,2 en algunos
pozos ligeramente porosos y flotar en ciertas aguas, lo que
justifica el nombre de "piedra loca" que se le da en algunas
partes.
Los metales nativos son, por lo general, como ya he
dicho, muy pesados. Todo aquel que haya leído algo sobre
los buscadores de
oro sabe que en eso se funda el procedimiento
empleado por éstos para separar el valioso metal de las
arenas auríferas, echando éstas en agua para que el
oro se vaya al fondo. El único metal líquido, el
mercurio, es uno de los más pesados, aunque no lo es tanto
como el oro, que a su vez pesa menos que el platino, cuando
éste es puro y ha sido forjado. En la naturaleza el
platino está casi siempre purificado por el hierro o
algunos metales raros, como el iridio y el osmio. Este
último también se encuentra muy raras veces puro,
en forma de minúsculos granitos blancos, y es entonces el
más pesado de los metales; su peso específico pasa
nada menos que de veintidós veces y media el del agua
destilada.
6- EL
COLOR, EL BRILLO Y LA TRANSPARENCIA
Lo que más llama la atención de la gente
en los minerales, como es lógico, son aquellos caracteres
que "entran por los ojos". Un metal o una piedra preciosa
alcanzará tanto mayor precio cuanto
menos abundante sea, pero la estimación en que lo tenga el
vulgo dependerá sobre todo de color, de su brillo o de su
transparencia, o mejor aun, de estas tres cualidades reunidas.
Quítesele a una esmeralda su bello color verde y no
será mas que un berilio, o a la amatista su
coloración violeta y se convierte en un vulgar pedazo de
cristal de roca. Las piedras que, como las gemas mencionadas, son
simples variedades de minerales normalmente menos vistosos, deben
sus lindos colores a
substancias extrañas; lo tienen, por así decirlos,
prestados. Con razón se las conoce como minerales
alocromáticos, esto es, con colores ajenos.
La esmeralda, por ejemplo, es un berilo teñido de verde
por una pequeña adición de cromo; el
corindón, que es un óxido alumínico
incoloro, mediante una ligera impureza de cromo, o de hierro o
titanio, pasa a ser respectivamente rubí o zafiro, las dos
piedras preciosas más estimadas después del
diamante y la esmeralda. La ciencia,
utilizando medios analíticos cada vez más
sensibles, va descubriendo las substancias que colorean los
minerales alocromáticos. Así la amatista tiene
color violeta debido a trazas de manganeso y la fluorina es verde
a causa de pequeñísimas cantidades de hierro y
manganeso que contiene.
Por regla general los colore prestados, o accidentales,
como también se dice, se encuentran en los minerales
transparentes, o cuando menos traslúcidos. Los metales,
los minerales metálicos y aquellos que, sin ser
metálicos, son opacos, en la mayoría de los casos
tienen color propio, y de ellos se dice que son
idiocromáticos. El amarillo del oro, el gris de la galena,
el rojo de la cuprita son colores propios, como lo son
también el rojo del cinabrio, el verde de la malaquita, el
amarillo pálido del azufre o el pardo obscuro de la
limonita. Una diferencia bastante general entre los minerales
alocromáticos, y que en muchos casos puede recibir para
reconocer s son lo uno o lo otro, consiste en que, reducidos a
polvo muy fino, los primeros son blancos o blancuzcos, mientras
que los segundos conserva su color o presentan otro color
diferente. Generalmente esta diferencia se aprecia mediante lo
que se llama "la raya" , es decir, frotando un borde de mineral
sobre un trozo de esponja de porcelana, o sea la porcelana blanca
y áspera. Los minerales con colores accidentales no dejan
huella coloreada ninguna, o a lo sumo producen una ligera
marca
blanquecina, mientras que los idiocromáticos dejan una
raya, muchas veces de un color totalmente distinto del que ellos
presentan. La limonita por ejemplo, no deja una raya parda, sino
amarilla; la piritas, así de hierro como de cobre, son
amarillas y dejan una raya verde; el oligisto, que es negro,
tiene la raya roja, y del mismo color son la raya y el polvo de
la variedad parda, la hematites, que cuando se encuentra en forma
terrosa constituye el ocre rojo, muy empleados en pintura antes
de conocerse los colorantes sintéticos. El oro la plata,
la antimonita, el grafitos y otros muchos minerales dejan raya de
su color, o muy parecida a él.
No deben confundirse los colores ajenos de los minerales
alocromáticos con los que, al contacto con la atmósfera, toman
algunos de los que poseen color propio. Todo el mundo conoce el
blanco característico de la plata, pero en el mineral
nativo sólo se le observa si se corta, pues al exterior
toma aquél una pátina negruzca o amarillenta debida
a la formación de sulfuro argéntico. Del mismo
modo, el cobre, expuesto a la acción atmosférica,
cambia su hermoso rojo en verde o en pardo rojizo, por
carbonatación u oxidación.
Algunas veces los colores de los minerales no son
uniformes; ya hemos hablado de las capas concéntricas de
variadas tonalidades propias de las ágatas y los
ónices. También hay minerales que tiene un aspecto
irisado o tornasolado, como con frecuencia se observa en la
limonita y en la calcopirita o pirita de cobre. Otro mineral
cuprífero, la bornita, por la acción
atmosférica adquiere igualmente bellas irisaciones que le
han valido los nombres vulgares de cobre abigarrado, cuello de
pichón o pechuga de paloma, los dos últimos
alusivos a sus matices cambiantes, azules y purpúreos.
Este hermoso efecto no sólo se debe a la diversidad de
tonos, sino también a que dichos minerales presentan un
brillo igual al que es característico del oro, la plata, y
otros metales nobles, y que por eso mismo se conoce como brillo
metálico. Existen otros tipos de brillo o lustre, que por
comparación se denominan diamantino, vítreo,
céreo, sedoso, etcétera, calificándose de
mate el mineral que carece de brillo en absoluto, lo que en
realidad ocurre pocas veces.
Una de las mil curiosidades relativas al color de los
minerales es que nos ofrece el crisoberilio, piedra que, sin ser
exactamente lo que llamamos preciosa, tiene bastante valor en
joyería; a la luz solar es
verde, mientras que bajo la iluminación artificial aparece
rojo. Otros minerales presentan distinto color cuando se los mira
por transparencia, como ocurre con algunas fluoritas, que vistas
al trasluz son francamente verdes, y miradas directamente
aparecen tirando más bien a violadas. Y esto no
sólo ocurre con aquellos que son transparentes, sino
también con algunos traslúcidos u opacos, siempre
que se los reduzca a láminas muy delgadas. El oro
preparado en "panes" que usan los doradores, por ejemplo, mirado
a trasluz resulta verde.
En mineralogía, para decir que un cuerpo es
transparente es preciso que, aun en capas gruesas, permita ver a
su través las cosas o leer un escrito. Si un mineral deja
pasar la luz, pero no
permite distinguir los objetos o las letras a su través,
se considera como traslúcido, y se llama opaco si impide
el paso de la luz. Naturalmente, estos últimos, reducidos
a láminas sumamente finas, pasan a ser traslúcidos
y hasta transparentes. La variedad de calcedonia que
comúnmente conocemos como sílex o pedernal es
opaca, pero tiene los bordes traslúcidos, por ser
generalmente muy delgados.
La transparencia va muchas veces acompañada de
otras propiedades interesantes; un gran número de
minerales transparentes presentan lo que se llama doble
refracción, propiedad que consiste en poder ver a
través de sus cristales los objetos o las letras
duplicados. Hay minerales en este fenómeno óptico
está muy marcado, siendo notable en este sentido el
aparato de Islandia, o calcita transparente; pero en otros
solamente se puede observar por medio de aparatos especiales. En
uno u otro caso, los que gozan de esta doble refracción se
conocen como birrefringentes; los minerales amorfos y los que
cristalizan en el sistema regular no la tienen nunca, es decir,
carecen de esa especie de doble transparencia, por lo que se
denominan monorrefringentes.
Como se comprenderá, sabiendo esto, la propiedad
en cuestión está relacionada con la estructura
cristalina de los minerales, lo mismo que ocurre con otro
fenómeno de transparencia relacionado con el color de los
mismos y que se designa con el nombre de policroísmo. Casi
todos los minerales birrefringentes coloreados, al mirarlos a
trasluz ofrecen un color diferente según como se hallen
orientados sus ejes; la turmalina, que cristaliza en el sistema
trigonal, si se mira al trasluz en una lámina tallada
paralelamente a su eje ternario, aparece de un color pardo
obscuro, que puede tirar a verde o a azul, mientras que si la
lámina ha sido cortada perpendicularmente a dicho eje, el
color será verde claro o amarillo verdoso. Algunas micas
ofrecen la misma propiedad, y también hay esmeraldas. Que
según como se las ponga al trasluz, se ven de un matiz
verde pálido o de verde azulado obscuro. Llámase a
estos minerales dicroicos, denominándose tricoicos a los
que ofrecen hasta tres colores distintos, como ocurre con un
silicato llamado cordierita, que mirado por transparencia resulta
azul obscuro en una dirección, azul claro en otra y
amarillo en otra.
7-
MAS PROPIEDADES NOTABLES DE LOS MINERALES
Aparte de los diversos caracteres perceptibles a simple
vista, poseen los minerales otros muchos, no menos interesantes,
que sólo se ponen de manifiesto mediante la acción
de fuerzas extrañas. Uno de ellos es la fosforescencia, o
propiedad de emitir luz en la obscuridad la variedad de fluorita
llamado fósforo de Bolonia y la del apatito conocida como
fosforita, deben sus nombres justamente a la circunstancia de
que, sometidas al calor, producen un resplandor bastante visible,
azul el de la primera y verdoso el de la segunda. La luminosidad
de la fosforita, si se la calienta a 51 grados o más,
puede persistir más de una hora. En la obscuridad, los
rubíes y zafiros fosforecen bajo la acción de una
corriente eléctrica; el cuarzo produce destellos de luz si
se frotan con cierta fuerza un
trozo contra otro; la mica, si está bien seca, los da por
simple exfoliación, y en algunas blendas se puede obtener
el mismo resultado con sólo rozarlas con las barbas de una
pluma de ave. El diamante, si ha sido expuesto directamente a los
rayos del sol durante algún rato, llevado a in lugar
obscuro emite una claridad ligeramente azulada.
También por calentamiento, por frotación o
por mera presión se puede hacer que muchos minerales se
carguen de electricidad. Los
antiguos conocían ya este fenómeno y sabían
que si se frotaba un trozo de ámbar con un paño o
una piel
adquiría la virtud de atraer las cosas livianas, tales
como plumitas o pedacitos de papel o de
medula de saúco. Precisamente por eso, del nombre griego
del ámbar, elektron, se sacó la palabra electricidad.
Otros minerales, como el azufre y el cuarzo, se electrifican
igualmente de este modo; el yeso, fluorita y otros, se cargan de
electricidad calentándolos, y hay algunos, como el espato
calizo y el aragonito, en que se manifiesta la misma propiedad
sin más que apretarlos con los dedos. Le electricidad
obtenida por elevación artificial de la temperatura se
conoce como piroelectricidad, y la que se consigue por
presión, ya sea con los dedos o mediante dispositivos
especiales, se denomina piezoelectricidad.
El cristal de roca es sumamente piezoeléctrico si
se le somete a cierto grado de presión; cortando de este
mineral láminas muy delgadas en ciertas direcciones,
relacionadas con su simetría, éstas se cargan por
una cara de electricidad negativa, y si se somete dichas
láminas a una corriente eléctrica alterna, se
observa que vibran, dilatándose y contrayéndose
sucesivamente. La frecuencia de la vibración depende de la
dirección en que ha sido tallada la lámina y sus
proporciones, de manera que es constante para una lámina
determinada. A esta propiedad se debe el uso que la
láminas de cristal de roca se hace en radiotécnica,
tanto para que sea constante la longitud de onda emitida, como
para recibir radiaciones de una determinada longitud de onda. En
la última guerra mundial,
donde las unidades mecanizadas, así terrestres como
aéreas, se comunicaban por radio con las
bases de operaciones y
entre ellas mismas, se utilizaron con este fin millones y
millones de esas laminillas de cuarzo, tan delicadamente talladas
que el simple roce con los dedos podía alterar su radio frecuencia.
Basta tener en cuenta que para cada aeroplano y para cada tanque
se necesitaban algunos centenares de ellas, para formarse una
idea de la cantidad de mineral que esto representaba.
El antimonio y el bismuto poseen la propiedad de que,
puestos en mutuo contacto y calentado el punto de unión,
se establece entre ellos una corriente eléctrica, que
durante el enfriamiento cambia de sentido. Este fenómeno,
en el que se basan las pilas
termoeléctricas, se observa igualmente en la pirita, con
la particularidad de que en el mismo mineral hay cristales
positivos y negativos, y aun existen algunos que, en
relación con la dirección de las aristas, tienen
una parte con una clase de electricidad y otra parte con la clase
contraria.
El descubrimiento más trascendental del
último decenio del siglo pasado, descubrimiento que
inmortalizó los nombres de Becquerel y de madame Curie,
fue sin duda alguna el de la radiactividad, propiedad de que
gozan la uraninita o pechblenda y unos pocos minerales
más, de emitir radiaciones capaces de producir
fenómenos tan curiosos como la conversación del
aire en buen conductor de la electricidad y la impresión
de placas fotográficas a través de cuerpos opacos.
Dicha propiedad se debe a la presencia en esos minerales,
conocidos por tal razón como "radioactivos", de algunos de
los elementos llamados radio, actinio y polonio, en cantidades
muy reducidas. Si todavía hoy, después de medio
siglo de conocerlos, nos asombran la radiactividad y los
fenómenos que con ella se relacionan, no es sino porque
durante muchos siglos permanecieron ignorados; en época ya
remota, sin embargo, no debió parecerles a los hombres
menos extraordinaria la propiedad, hoy para todos familiar, que
algunos minerales tienen de poner en movimiento la
aguja imantada cuando se les acerca a ella. El magnetismo, que
así se denomina esta virtud, puede ser simple, que es
cuando la atracción se realiza por igual sobre ambos polos
del imán, o polar, si hay atracción de uno y
repulsión del otro. Son magnéticos del tipo simple
los minerales que contienen hierro, así como el platino
cuando está impurificado por este metal, como generalmente
ocurre, y también algunos de los minerales de
níquel y de cobalto, pero el magnetismo polar
se halla solamente en algunos ejemplares de magnetita,
óxido de hierro conocido también, por este motivo,
como hierro magnético o piedra imán.
Los minerales y las rocas que contienen hierro se hacen
notablemente magnéticos si se los somete a un
electroimán, procedimiento que se utiliza justamente para
reconocer la presencia de dicho metal. Del mismo modo, hay
sencillos procedimientos
para reconocer otros minerales poniendo en evidencia alguno de
sus caracteres. Tal ocurre con aquellos en que se puede descubrir
un olor peculiar. El ámbar, por ejemplo, despide un aroma
característico, bastante agradable, cuando se quema; las
arcillas huelen a tierra húmeda si se les echa aliento, y
otros cuerpos exhalan sus olores propios si se los frota o se los
pulveriza, según vemos en las calizas fétidas, que
huelen a huevos podridos, o en la pirita y en la caliza
bituminosa, que también dan mal olor, o en los minerales
que llevan arsénico, que lo dan a ajos, o en los que
contienen azufre, en fin, cuyo olor a pajuela es bien
conocido.
Cuando se trata de minerales fácilmente solubles
en el agua, es a veces posible reconocerlos por el sabor, que se
pone de manifiesto al tocarlos con la lengua
húmeda. Nadie ignora el sabor de sal común, que por
ser tan característico calificados de "salado", y
también son bastante conocidos el sabor amargo de la
epsomita o sal de La Higuera, el salado fresco del salitre y el
metálico astringente, parecido al de la tinta, de la
alunita o piedra de alumbre.
También tacto puede servir para identificar
algunos minerales. Los hay que son ásperos y los hay
suaves, y entre los segundos existen algunos, como la serpentina,
el grafito y el talco, que son más o menos untuosos,
produciendo en los dedos una impresión similar a la del
jabón. Si la prueba táctil se hace con la punta de
la lengua, en
ciertos minerales muy ávidos por la humedad, tales como la
espuma de mar y la arcilla, se observa en seguida un tendencia a
la adherencia o apegamiento.
Hemos aludido a los minerales que se disuelven en el
agua, y hay que agregar que los que en este caso se hallan son
relativamente pocos. La mayor parte de ellos, y sobre todo los
metálico, solamente se pueden disolver tratándolos
con diversos ácidos. El oro y el platino son
únicamente solubles en agua regia, que es una mezcla de
los ácidos nítrico y clorhídrico. En ellos
se basa al conocido procedimiento usado por los joyeros para
juzgar el valor de las alhajas y monedas de oro por medio de la
"piedra de toque". Esta consiste simplemente en un trozo de
cierta variedad de cuarzo, llamada lidita o jaspe de Egipto, sobre
el cual se deja, por frotación con el objeto de oro, una
ligera huella, que es inmediatamente tratada por el reactivo. Con
esto basta para que la experiencia del joyero le permita
reconocer con bastante aproximación la mayor o menor
pureza del metal.
Aparte de las curiosas propiedades que muchas veces se
manifiestan en ellos mediante la elevación de la
temperatura, el comportamiento
de los minerales ante está varía muchísimo,
sobre todo en cuanto a su fusibilidad. Por regla general, los que
no son metálicos se funden muy difícilmente, y
algunos solamente lo hacen si se agrega otro mineral, que recibe
por esto el nombre de fúndente. La fluorita, por ejemplo,
se funde fácilmente si es acompañada por el yeso.
Los minerales metálicos y los metales nativos son casi
siempre más fusibles, si bien hay excepciones, como el
oro, que sólo se funde a los 1063°C, o el platino, que
lo hace a los 1765°C. Así como han establecido una
escala de fusibilidad, que va desde la antimonita, fusible a la
llama de una bujía, hasta el cuarzo, que no se funde ni
aun con el soplete. Claro está que no se incluyen en dicha
escala aquellos minerales que se hallan en estado líquido
a la temperatura ordinaria, como el mercurio o el
petróleo, y también hay que advertir que el
punto de fusión
más elevado que en ella se establece no responde
enteramente a la realidad. El cuarzo, en efecto, puede fundirse a
los 1775°C, lo que está bastante por debajo de la
temperatura a que se funde el iridio.
Con los minerales metálicos, pulverizados y
mezclados con un poco de carbonato de sódico, se pueden
hacer muy interesantes experimentos
aplicándoles el calor de una llama activa con un soplete.
El polvo mineral debe colocarse sobre un trozo de carbón,
en el que se haya hecho con el cortaplumas una pequeña
cavidad a propósito para el caso. Por lo general, al
fundirse, el mineral de un gránulo o botoncillo, que en el
caso de la galena será plomo, gris brillante y maleable, y
en el de los minerales de cobre será rojo o negro. Cuando
se opera con un mineral rico en hierro quedan partículas
irregulares, magnéticas. A veces se forma alrededor de la
foseta del carbón una aureola, que en los minerales de
plomo es amarillenta y en los de bismuto anaranjada, aunque al
enfriarse se convierte en amarilla de limón. Los minerales
de arsénico y antimonio producen una aureola, blanca, pero
no dejan gránulo metálico. Muchos de dichos
minerales, si su polvo, humedecido y mezclado de bórax, se
toma con el extremo de un hilo de platino doblado en forma de
pequeño aro, al ser sometidos al calor de la llama forman
una linda perla de color, variando éste según la
parte de la llama con que se opere. En la llama se pueden
distinguir claramente dos zonas, una interna, muy luminosa, que
es la zona reductora y otra periférica, menos brillante y
más transparente, la zona oxidante. Al avivar la llama con
el soplete, en forma de dardo, es fácil llevar la gota de
polvo metálico a la zona que se desee. Si el mineral es
ferrífero, se obtendrá con la zona reductora una
perla verde, y con la zona oxidante una perla amarilla que al
enfriarse se convierte en blanca. Los minerales de cobalto dan en
todos los casos una perla azul; los de cobre la dan incolora o
roja si se emplea la parte reductora, y verde si se emplea la
oxidante, y los de níquel la producen gris en el primer
caso y parda en el segundo.
El arte de la
pirotecnia, de obligada intervención en todos los festejos
populares, se basa en gran parte en la propiedad de muchos
minerales tienen de colorear vivamente la llama, sea por
sí solos o después de haber sido tratados por el
ácido clorhídrico. La sal, y en general los
minerales de sodio, dan al fuego un color amarillo; los de
potasio lo tiñen de violeta, de naranja los de calcio, de
rojo los de estroncio, etc.
Y no paran aquí los efectos curiosos que en los
minerales produce la acción del fuego. Todo el mundo sabe
que si se echa sal en las ascuas, decrépita, es decir,
salta en pedazos ruidosamente. El mismo fenómeno ocurre
con la galena y con la cerusita. Otros minerales dan vapores
densos, y el cinabrio, si se calienta en un tubo de vidrio, los
desprende de mercurio, que se condensa formando gotitas
metálicas.
8-
LAS DIVERSAS CLASES DE ROCAS
En la corteza terrestre, según ya vimos, los
minerales se hallan por lo general formando grandes masas, en la
mayoría de los casos de naturaleza heterogénea, que
se designan con el nombre de rocas. Cuando una roca está
formada por un solo mineral, como ocurre a veces con el yeso,
dícese que es una roca simple, calificándosela, en
cambio, de compuesta si consiste en una agrupación de
varios minerales distintos, como en el caso del granito. Todos
los litólogos, o petrógrafos, que de
ambos modos se llama a quienes se consagran al estudio de las
rocas, parecen estar acordes en hacer de ellas, ante todo, sean
simples o compuestas, una clasificación basada en su
origen o manera de formarse, y así las distribuyen en tres
grupos: rocas eruptivas, rocas sedimentarias y rocas
metamórficas.
Que también se denominan ígneas, deben su
origen a la solidificación del magma, o sea de los
materiales que se hallaban en fusión bajo la corteza
terrestre, o que, sometidos a la vez a una enorme presión
y a una temperatura elevadísima, tuvieron la plasticidad
suficiente para construir minerales cristalinos. Su estructura
varía según la mayor o menor rapidez del proceso
solidificador. Si el magma se solidificó muy lentamente,
los elementos de que se componía tuvieron tiempo de
agruparse cristalizando, pues ya vimos que la
cristalización exige cierta calma en el cambio de estado
físico; y, en efecto, examinada la roca al microscopio se ve
que está formada por cristales. Dícese entonces que
su estructura es granitoide, por ser el granito la más
conocida de las rocas así originadas. Si la
solidificación del magma fue algo más
rápida, de manera que sólo se formaron algunos
cristales, que al microscopio
aparecen maclados con una masa amorfa, la estructura se llama
porfiroide, y si la solidificación fue tan rápida
que no se llegaron a formar cristales y toda la roca es una masa
amorfa solamente, resulta la estructura vítrea o
vitrosa.
Hay dos clases de rocas eruptivas: las rocas
magmáticas o profundas, también llamadas
intrusivas, y las volcánicas, piroclásticas o
efusivas. Las primeras se formaron se formaron a gran
profundidad, esto es, se solidificaron bajo la superficie del
Globo, y de ahí que en muchos tratados de
geología
se les de el nombre de las rocas plutónicas, como homenaje
a Plutón, el Dios de los infiernos que las antiguas
tradiciones suponían situados bajo tierra. No olvidemos
que "infierno" significa justamente eso, lo más inferior,
lo que esta más abajo. Todo esto, sin embargo, no quiere
decir que se encuentren rocas plutónicas sobre la
superficie del suelo, antes bien
son en ella muy frecuentes, y a veces forman grandes
montañas de muchos kilómetros de extensión;
pero cuando esto ocurre es porque dichas rocas, a consecuencia de
fenómenos geológicos posteriores a su
solidificación, han surgido sobre el terreno que antes la
cubría, o porque este terreno ha sido destruido por la
acción de la aguas o los vientos, dejando la roca
magmatica al descubierto. Suelen estas rocas constituir extensas
masas que los geólogos llaman batolitos, pero hay otras
que se presentan como "rocas en vena", rellenando las fisuras y
oquedades de la corteza terrestre, ya sea en forma de filones o
lentejones o lacolitos, o va a manera de tabiques verticales,
conocidos como diques.
La roca magmática más común es el
granito, que forma buena parte de las montañas del
hemisferio norte, entre ellas muchas de las de España. Es
una asociación de feldespatos ortosa y ojuelas de mica con
pequeñísimos granos cristalinos de cuarzo, a la que
con frecuencia se añaden otros elementos tales como
magnetita, oligisto, granate, turmalina y algunas veces hasta
minerales radioactivos de uranio o de torio. Según la
proporción o la forma en que se hallan los tres
componentes básicos, y de acuerdo también con la
presencia de tales o cuales minerales accesorios, distinguense
numerosas variedades de granito pudiendo incluirse entre ella la
pegamatita, que se suele encontrar formando diques, y que se
distingue por sus grandes cristales de cuarzo que las secciones
de las roca aparecen como signos cuneiformes, a modo de los
caracteres del antiguo alfabeto asirio. Los granitos conumes son
de color grisáceo o ligeramente rosado, no pocas veces
mosqueado por ojuelas de mica negra. El paisaje de montaña
en que predomina esta roca se reconoce fácilmente por sus
contornos suavemente redondeados, sin ásperos riscos ni
abruptas barrancas, y en el frecuentes los amontonamientos de
enormes canchos o berruecos, también más o menos
redondeados a los que se debe el nombre de piedra
verroqueña con que vulgarmente es conocido el granito.
Acumulación de la manera más caprichosa presentanse
a veces estos enormes peñascos montados unos sobre otros
en absurdas posiciones de equilibrio,
que les valen entre el vulgo el nombre de "piedras caballeras" y
otros no menos gráficos, contra lo que generalmente se
cree, tales agrupaciones no siempre son el resultado de
derrumbamientos, sino que más bien han sido talladas por
la naturaleza en el lugar mismo en que se encuentran. Los agentes
de erosión las lluvias, los vientos y los bruscos cambios
de temperatura, han sido en el transcurso de los siglos atacando
y descomponiendo lentamente la roca produciendo en ella grietas
redondeando y puliendo luego los bordes de esta, y transformando
al fin en peñascos distintos, superpuestos o adyacentes,
lo que primitivamente fue una enorme mole única. La
descomposición afecta primero al feldespato, que va
contribuir a la formación de arcillas, y después al
cuarzo y a la mica que al disgregarse se convierten en arena,
siendo estos materiales arrastrados por las lluvias lejos de su
lugar de origen.
No se crea por eso que el granito es una roca blanda;
por el contrario en proverbial su dureza, que debe al cuarzo y al
feldespato, y tiene también extraordinaria resistencia a
la presión. Cada centímetro cuadrado de superficie
del granito puede soportar el peso de una tonelada y tonelada y
media, aun de tres toneladas en ciertas variedades. Estas
cualidades lo hacen muy adecuado para utilizarlo como material de
construcción y de pavimentación. Con
el se hace sillares, losas y adoquines, y en las regiones donde
abundan los cantos sin labrar proporcionan excelente material
para edificar los muros de las casas aldeas y construir
sólidos cercos. Su solidez y su gran duración
unidas a la circunstancia de formar con frecuencia moles
gigantes, hace que también se muy empleado para monumentos
de gran tamaño: algunos obelisco egipcios, como el de
heliopolis, cerca de El Cairo, que tiene 20 metros de altura o el
de Luksor, actualmente en París que mide casi 24 metros,
son monolitos graníticos.
En arquitectura se
emplea también mucho sobre todo como piedra decorativa, la
sienita o granito de siena, roca magnética que se
diferencia del granito por no tener cuarzo, lo que la hace
más blanda. Aunque su nombre se refiere a siena, el
Egipto y no a
la ciudad italiana de igual denominación, no solamente se
encuentra en valle del Nilo, sino también en otras muchas
partes del Globo. Una de las variedades más estimadas
viene de Noruega, sobre todo de la zona Laurwik, por lo que se
conoce con el nombre de laurviquita. También son rocas
plutónicas o intrusivas las dioritas y los gabros, que
tienen parecidos usos y que se diferencian de los granitos y las
sienitas por que en su composición, en vez de la ortosa,
que es un feldespato aluminico-potasico, entre feldespatos de
sodio y de calcio.
Las rocas volcánicas , como ya lo expresa su
mismo nombre, son aquellos que han salido a la superficie de la
tierra en estado de fusión, por aberturas naturales, como
son los cráteres de los volcanes,
formando mantos y corrientes de lava, y enfriándose y
solidificándose al exterior. Así como las rocas
magmáticas, que se han hecho sólidas dentro de la
corteza terrestre, aparecen hoy con mucha frecuencia en la
superficie, las volcánicas, que se formaron
superficialmente en contacto con la atmósfera, han quedado
algunas veces cubiertas por terrenos formados posteriormente. En
términos generales, las que se encuentran en este caso se
denominan rocas efusivas antiguas, en tanto las que se presentan
superficialmente y pueden atribuirse a erupciones más o
menos comprobadas reciben el nombre de efusivas modernas. Entre
las primeras figuras los pórfidos, que presentan la
estructura llamada porfiroide, con cristales destacándose
en una masa amorfa, debiéndose distinguir los
pórfidos cuarziferos de composición parecida al del
granito, de los no cuarziferos y porfiritas, como el
pórfido rojo antiguo, o de Egipto, y el pórfido
verde antiguo, uno y otro llamado así por la
coloración de su parte amorfa, que desde lejanos tiempos
han hecho que sean muy buscados como materiales de
ornamentación arquitectónica y para tallar vasos y
otros objetos de cerámica.
Las rocas volcánicas modernas pueden clasificarse
en traquitas y basaltos, las primeras relacionadas por su
composición son sienita, mientras los segundos recuerdan
mas bien los gabros. Las traquitas son rocas de estructura
garnitiode, porfiriode o vítrea, pero siempre están
caracterizadas por su superficie áspera y porosa; los
terrenos en que predomina esta clase de rocas suelen ser muy
áridos lo que hacen que se les conozca "malpaises", pero
eso no obsta para que algunas tarquinas como las de Jumilla, en
la provincia de morcilla, se utilizan para obtener abonos por
contener apatito que, tratado por el ácido
sulfúrico da superfosfatos. Los basaltos se diferencian a
simple viste de las traquitas, no solamente por ser más
compactos y por su coloración más obscura, a veces
casi negra, sino también por formar paredones y
cúpulas de un aspecto peculiar como de interminables
columnatas o gigantescos tubos de órgano lo que se debe a
la contracción por enfriamiento en forma de perimas
paralelos de la lava que constituyo la roca. La gruta de Fingal
en Escocia, la "calzada de los gigantes", en Irlanda, o el enorme
peñasco en que sé hacienta Castellfullit, en la
provincia de Gerona son ejemplos bien conocidos de formaciones
basálticas. Parecidas a las traquitas, aunque por su
composición corresponden a las rocas plutónicas del
tipo diorita, son andecitas, resultantes de erupciones ocurridas
a partir de los tiempos terciarios y que se forman todavía
hoy. Aunque de distribución universal las andecitas de
acuerdo a su nombre, son especialmente frecuentes en América. Parece que las emisiones de lava
que las producen se caracterizan por su volumen y violencia la
famosa erupción del Krakatoa y la más reciente y no
menos terrible del pele, en la Martinica, fueron de lava
andicifica.
Entre las rocas volcánicas modernas se incluyen
las riolitas o vidrios volcánicos, mereciendo mencionarse
por su importancia y frecuencia la obsidiana y la piedra
pómez. La obsidiana es de estructura francamente
vítrea de color negro o verde obscuro, muy dura, con
fractura concoidea y astillable en trozos de bordes muy
cortantes, por lo que algunos pueblos salvajes la usan para hacer
cuchillos y destrabes. El "macahuitl" de los guerreros aztecas era una
espada de madera con los
bordes guarnecidos de pedazos de obsidiana que ocasionaban
terribles heridas, muy difíciles de curar. En cuanto a la
piedra pómez, es bien conocida por ser artículo
comercial de variados usos domésticos, obteniéndose
la mayor parte de ella en las islas volcánicas del sur de
Italia. Su
estructura porosa, que permita al aire llenar sus innumerables y
pequeñas cavidades, la hace muy liviana; tan es
así, que en algunas partes de América
Central la usan los naturales como flotador para sus artes de
pesca.
Pulverizada, se emplea para pulimentar la madera, el
marfil y el cuero.
Al contrario de las eruptivas, se han formado en
frío, estando por lo general compuestas de materiales que,
llevados por el agua o por el viento se han sedimentado o
depositado, como ocurre con el ciento tras una crecida o con la
tierra después de un huracán, constituyendo capas o
estratos, a lo que se debe que también se las denomine
rocas estratificadas. Ya hemos visto las rocas de origen
ígneo, aun las más duras bajo la acción de
las lluvias, los vientos y los bruscos cambios de temperatura
pueden disgregarse lentamente y sin dificultar se comprende que
sus fragmentos pueden a la vez disgregarse y hasta pulverizarse,
siendo luego arrastrados por las aguas o transportados a larga
distancias por el viento. En primer caso, que es el más
común, acaban esos materiales pétreos, fragmentados
o pulverizados por ser depositados por los torrentes y los
ríos, ya en sus orillas, durante las crecidas ya en el
fondo de los lagos y los mares a que van aquellos a parar.
Creyose durante mucho que este era el origen de todas las rocas
sedimentarias y de aquí que se las diera el nombre de
neptunitas, por alusión a Neptuno Dios de las aguas; por
que parece que a los antiguos geólogos le gustaba hacer
gala de sus conocimientos mitológicos cuando se
comprobó que también había estratos por la
acción del viento, hubo que hablar igualmente como era
lógico, de rocas eólicas. También puede
ocurrir que el agua a su paso sobre cualquier clase de rocas
resuelta ciertos elementos solubles de las mismas y los deposite
más lejos, mediante la evaporación del
líquido tal es por ejemplo el origen de los yacimientos de
yeso.
De todo esto resulta la posibilidad de distinguir 2
tipos de rocas sedimentarias: las de origen mecánico
denominadas clásticas o detriticas y de vidas a la
disgregación de otras rocas y las de origen químico
o de precipitación. Cave todavía agregar un tercer
grupo, formado por las de origen organismo, o sea aquellas el que
los materiales sedimentarios son restos de caparazones,
esqueletos u otras partes de animales o de
plantas, que han
quedado en el fondo del agua y, al desaparecer esta, constituyen
estratos todavía hoy cae constantemente al fondo del
océano los esqueletos y caparazones calizos de
innumerables animalillos microscópicos cuando estos de
existir, formando capas de fango que, si el mar de desecase,
serian verdaderas rocas.
Pueden las rocas sedimentarias de origen mecánico
a verse derivado de diversas eruptiva, si bien las más
comunes aparecen de la desintegración o desmenuzamiento
del granito. De acuerdo con el grado de fragmentación se
las clasifica en rocas psefiticas, si consisten en fragmentos
relativamente gruesos; rocas psamíticas, cuando se trata
de granos menudos, y rocas pelíticas, si el materialmente
pulverizado. Hay que distinguir además entre aquellas
cuyos elementos están sueltos, y las que no presentan
sementados o clavados entre si por una masa procedente de la
disolución de otros materiales en el agua. Así la
roca psamítica de granos sueltos más conocido es la
arena (psamítico quiere decir justamente arenoso, de
psammos, el nombre griego de la arena); pero si la arena se
presenta sementada constituye la arenisca. Del mismo modo , deben
considerar es como roca psefitica suelta las grabas y los cantos
mucho más gruesos que la arena, y conocidos como cantos
rodados si han sido redondeados por la acción del agua y
del viento; mas estos materiales, si se encuentran cementados,
forman un conglomerado, recibiendo éste nombre particular
de brecha cuando se compone de grabas angulosas y el de pudinga
si está formado por cantos rodados.
Las rocas pelíticas más típicas son
las arcillas, que en cierto modo podríamos considerar como
cieno endurecido. Hay muchas variedades de arcillas,
encontrándose rara vez puro el mineral así
denominado, que es un silicato alumínico hidratado
resultante de la alteración del feldespato y de la mica.
En general, se reconocen por ser muy finas, ligeramente pastosas
o untuosas al tacto, y caracterizadas por su apegamiento a la
lengua, con olor a tierra mojada. Las hay que, mezcladas con
agua, son muy fáciles de moldear, lo que las hace falta de
gran aplicación en alfarería, y éstas son
las madas arcillas plásticas, mientras que otras carecen
de tal propiedad, pero en cambio tienen la de absorber las
grasas, como la "tierra de bataneros", utilizada para limpiar
lanas, y a éstas se las conoce como arcillas
esmécticas. La roca formada por la mezcla de ambos tipos
de arcilla y cierta proporción de sílice de
denomina greda, mientras que las arcillas cargadas de caliza
constituyen las margas utilizadas en la fabricación del
cemento.
Las rocas sedimentarias de precipitación son
siempre simples, esto es, formadas por un solo mineral, y se
derivan en general de la disolución del sodio, el calcio y
otros elementos contenidos en otras rocas. El yeso que es sulfato
de calcio, y la sal común, que es el cloruro de sodio, se
presentan con mucha frecuencia como rocas sedimentarias de esta
clase.
En cuanto a las que son de origen orgánico, se
las puede clasificar en calcáreas, siliceas y carbonosas.
Las primeras comprenden la mayoría de las calizas,
formadas por la acumulación de innumerables caparazones de
protozoos marinos del grupo de los foraminíferos, o por
los restos antiguos liperos o de valva de mosculos. Un ejemplo de
ellas tenemos en la creta o tiza natural, en la que, con auxilio
del microscopio, se pueden distinguir perfectamente estos restos
orgánicos, y asimismo cabe recordar las grandes
pirámides de Egipto, construidas con caliza
numulítica, roca así llamada por estar constituida
por caparazones de protozoos marinos del grupo de los
foraminíferos, o por restos de antiguos poliperos o de
valvas de moluscos. Un ejemplo de ellas tenemos en la creta o
tiza natural, en la que, con auxilio del microscopio, se pueden
distinguir perfectamente estos restos orgánicos, y
asimismo cabe recordar las grandes pirámides de Egipto,
construidas con caliza numulítica, roca así llamada
por estar constituida por caparazones de foraminíferos de
la familia de
los numulítidos. Las rocas silíceas sedimentarias
se han formado con las envolturas o caparazones de ciertas
plantas microscópicas denominadas diatomeas, pero
también hay de origen animal, compuesta de
espículas de esponjas silíceas o de esqueletos de
protozoos de los llamados radiolarios. El trípoli o harina
de fósil que se emplea para pulimentar metales no es sino
una especie de tierra compuesta de esqueletos. El trípoli
de diatomeas, también llamado "kieselgur", tiene
además una aplicación menos inocente; se le usa en
la fabricación de la dinamita. Para que se tenga una idea
de la importancia que los mencionados organismos
microscópicos han tenido en la elaboración de rocas
sedimentarias, basta decir que Berlín está
constituido sobre una extensa capa de trípoli de
más de 20 metros de espesor.
Las rocas sedimentarias carbonosas, en fin, son los
carbones minerales, a los que ya se aludió anteriormente,
y que resultan de la descomposición de vegetales bajo el
agua, y por lo tanto, fuera del contacto con la atmósfera.
En estas condiciones, los tejidos del
vegetal van perdiendo muy lentamente todos sus elementos a
excepción del carbono, que
queda constituyendo una masa negra, compacta unas veces y otras
fibrosas, a la que se da el nombre de hulla o carbón de
piedra. En virtud de la misma lentitud de su
descomposición los carbones minerales son tanto más
pobres en carbono, en
proporción a su masa, cuanto más reciente es el
comienzo de su formación. La hulla propiamente dicha,
también llamada hornaguera, que se formó a expensas
de la vegetación que había en el mundo hace
más de doscientos millones de años, contiene de un
80 a un 90 por ciento de carbono puro, pero hay un carbón
mineral más antiguo, la antracita, en que la
proporción es aproximadamente del 95 por ciento.
También hay uno más moderno, el lignito, en que el
carbono sólo representa alrededor del 70 por ciento de la
masa total. Una variedad muy conocida del lignito es el azabache,
que tanto se empleaba en otro tiempo para ornamentos y joyas de
luto, y digo que se empleaba, por que el azabache que hoy usa la
industria es
generalmente artificial. Así como todavía hoy se
están formando en el fondo de los mares rocas calizas y
silíceas, también en muchas charcas, lagunas y
llanuras pantanosas se inician en la actualidad estratos
carbonosos mediante la continua descomposición de plantas
en el fondo del agua. Naturalmente, estos depósitos son
todavía muy pobres en carbono, pero eso no obsta para que
proporcionen ya un combustible muy apreciado en algunos
países, en Holanda, por ejemplo. La substancia así
producida, cuya proporción de carbono apenas llega al 60
por ciento, es la turba, y dichos depósitos se conocen con
el nombre de turberas.
Hay ciertas rocas sedimentarias que no pueden ser
referidas con exactitud a ninguno de los tres grupos mencionados,
presentando en cierto modo caracteres intermedios. Las margas
antes citadas, por ejemplo, aunque fundamentalmente son arcillas,
contienen una gran proporción de caliza derivada de restos
de seres orgánicos. Otro tanto se puede decir del loes,
tierra arcillosa de origen eólico relativamente moderno,
que encierra concreciones granulares calizas, a las que en la
Argentina, donde
esta roca cubre extensas zonas, se da el nombre de "toscas".
Entre estas rocas de dudosa clasificación podrían
tal vez incluirse también las tobas, formadas por
pequeños fragmentos de rocas eruptivas o por cenizas
volcánicas, trabadas con arcilla o con otros materiales,
así como las tobas calizas que se extienden a manera de
costras a poca profundidad bajo el suelo, y que se
deben a la evaporación de agua rica en sales de calcio que
ha ascendido, por capilaridad, a través del terreno, desde
capas más profundas.
El estudio de las rocas sedimentarias es de
trascendental importancia, sobre todo por el hecho de que, como
más adelante hemos de ver, al formarse han encerrado en su
seno los restos de los animales y las
plantas que murieron en la época de su formación,
restos que reciben el nombre de fósiles y cuyo conocimiento
nos ha revelado la historia de la vida sobre la
Tierra y de la Tierra misma desde que hubo vida en ella. En el
transcurso de las edades, las capas de rocas sedimentarias se han
venido superponiendo; la que corresponde al fondo de un antiguo
lago desecado, por ejemplo puede haber sido luego cubierta por
ella que resultó de una creciente, y sobre ésta, a
su ves, puede haberse depositado un nuevo estrato por la
acción del viento. Así es como muchas veces en un
corte natural o artificial del terreno, aparecen claramente
visibles, unas sobre otras, las diversas capas que nos cuentan la
historia
geológica del mismo. El espesor de estas capas pueden
variar enormemente, desde unos pocos milímetros hasta
muchos metros, y por esta diferencia se pueden calcular la
duración relativa de la sedimentación. Es de
sentido común, en efecto, que cuanto más tiempo
tardó una capa en formarse, tanto más gruesa
resultó. El principio, se puede también afirmar que
los estratos son tanto más antiguas cuanto más bajo
se encuentran, pero es perfectamente posible que, a consecuencia
de cualquier cataclismo, se halla invertido el verdadero orden.
El efecto, teóricamente, los estratos deberían ser
siempre horizontales y paralelos, pero los movimientos de la
corteza terrestre trastornan su posición y la hacen
más menos oblicua, y a veces hasta vertical; y hasta se
dan con frecuencia casos en que una serie de capas sedimentarias
se pliega sobre sí misma de tal manera que las antiguas
pasan a la parte superior, y una perforación a
través de todas ellas se encuentran varias veces una misma
capa.
Cuando todas las capas superé puestas son
paralelas, dícese que hay entre ellas concordancia,
denominándose, en cambio, discordancia al caso en que se
pueden distinguir dos series en direcciones distintas, una de
ellas inclinada, por ejemplo, y la otra horizontal, lo que indica
que la segunda serie de estratos se inició después
del fenómeno geológico, fuera cual fuese, que
altero la posición de la primera. Cuando los estratos
aparecen inclinados uniformemente en una dirección, se
consideran como formando un monoclinal; muchas veces, sin
embargo; varían de dirección por estar plegados en
arco o ángulo, constituyendo tan pronto una depresión
o sinclinal, como una elevación o anticlinal. De las rocas
sedimentarias que asoman en ella la superficie del suelo, se dice
que afloran. Si todos los estratos fuesen horizontales, claro es
que un terreno perfectamente llano nunca a floraría mas
que el último que se hubiera formado, o sea el de encima
de todos, pero a causa de su inclinación y de su
plegamiento, y también de las desigualdades del terreno,
es frecuente que en una misma localidad afloren varias capas, y
cuando, por efecto de la erosión, el nivel del suelo corta
horizontalmente un sinclinal o anticlinal, una misma capa puede
aparecer en dos puntos más o menos apartados entre
sí.
Muchas veces, las rocas sedimentarias han estado sujetas
a movimientos que han fracturado violentamente los estratos de
arriba abajo, dando origen a fallas, es decir, a bruscas
diferencias de nivel en las mismas capas a uno y otro lado del
plano de fractura. Este plano rara vez es normal al de los
estratos, antes bien suele ser más o menos oblicuo, y
entonces, si forma un ángulo obtuso con los estratos en el
lado en que están más bajos, se dice que la falla
es "normal", en tanto que se denomina falla "inversa" aquella en
que dicho ángulo es agudo. Parece evidente que en una
falla normal, las rocas sedimentarias se hundieron del lado en
que se hallan más bajas, probablemente a causa de un
movimiento de
aplastamiento, y en cambio, en las fallas inversas tal vez se
elevaron las capas en el lado en que aparecen más altas, a
consecuencia de una fuerte presión lateral. Hay ocasiones
en que se observan dos fallas seguidas y paralelas, o poco menos;
si la parte de los estratos comprendida entre los dos planos de
fractura está hundida con respecto al resto, se dice que
hay una fosa tectónica, mientras que si se presenta
levantada, se conoce como un pilar, o también como un
horst. Las fallas, que pueden superar diferencias de nivel del
muchos metros, no solo son visibles en un corte del terreno; a
veces son perfectamente apreciables en la superficie, en forma de
barrancas o escalones de gran altura. Las famosas cataratas
Victoria, en el sur de Africa, no son
otra cosa que un salto que da el río Zambeze sobre una
gigantesca falla de las rocas sedimentarias que forman su lecho.
Dado el valor que esta clase de rocas tienen como documentos para
la historia del Globo, se comprenderá cuán
importante es el
conocimiento de todos estos detalles sobre la forma en que se
hallan dispuestas, para evitar posibles errores de
interpretación, y no es, ciertamente, de menos importancia
para el estudio de los animales o plantas de otras épocas,
ya que dichas rocas vienen a ser como un archivo natural
al que hay que acudir en busca de los restos de aquellos
seres.
Que también se les conocen como rocas
estratocristalinas y cristalofílicas. Se entiende por
metamorfismo la alteración que ciertas rocas, sean
magmáticas o sedimentarias, experimentan en su estructura,
y aun en su composición, por la acción de muy
diversos factores, principalmente por la del agua, las altas
temperaturas y las grandes presiones. Las nuevas rocas así
formadas son las que se llaman metamórficas, y todas ellas
presentan en común, como resultado de la presión,
un notable carácter, cual es su estructura hojosa, o
esquistosa, para emplear el tecnicismo petrográfico,
estructura que cualquiera puede observar en un fragmento de
pizarra tal como se encuentra en la naturaleza. Los antiguos
geólogos creían que estas rocas constituían
los materiales más antiguos de la corteza terrestre, pero
esta opinión ha sido desechada hace muchos años.
Algunas veces, las rocas metamórficas se encuentran
inmediatas a las plutónicas de que se derivan, pero con
mayor frecuencia aparecen aisladas, ocupando a veces grandes
extensiones, y por lo general en el fondo de amplios sinclinales.
De aquí ha nacido una división del metamorfismo en
local o de contacto, y general. También se ha hecho una
división de las rocas metamórficas, atendiendo a su
origen, en metamórficas de origen ígneo y
metamórficas de origen sedimentario; pero esta
distinción no siempre es precisa. Por ejemplo, la
más común de las rocas metamórficas, el
gneis, suele considerarse como derivada, por metamorfismo, del
granito, pero presenta ciertas variedades, comprendidas bajo el
nombre de paragneises, que evidentemente provienen de rocas
sedimentarias. Sea como fuere, la composición del gneis es
análoga a la de los granitos, de los que difiere por su
estructura hojosa, y también forma grandes macizos
montañosos, que se caracterizan por lo escarpado de sus
accidentes, lo
afilado de sus cumbres y la forma peculiar de sus
peñascos, tallados en lajas. Las sierras españolas
de Gredos y Guadarrama están en gran parte constituidas
por gneis.
La estructura esquistosa se observa más
claramente que en el gneis en las micacitas o micasquistos, rocas
metamórficas cuyos componentes básicos son la mica
y el cuarzo, pudiendo ser en cierto modo miradas como gneises sin
feldespato o con muy reducida proporción de él.
Parecidas son las pizarras cristalinas (cloritocitas, talcitas,
etc.), en las que el cuarzo se presenta asociado con clorita, con
mica cálcica o con talco, y que no deben ser confundidas
con las pizarras comunes, o arcillosas, así denominadas
por derivarse de las arcillas, siendo por tanto, de origen
sedimentario bien definido. También son la cuarcita, roca
formada por arenas de cuarzo cementadas por sílice,
así como ciertos mármoles que provienen de las
calizas. Actualmente, muchos petrógrafos opinan
que la antracita es también una roca metamórfica de
origen sedimentario, derivada de la hulla.
Al tratar de las rocas, parece imprescindible decir algo
acerca de los meteoritos o aerolitos, por más que no sean
materiales de la corteza terrestre, sino que llegan a ella desde
los espacios interplanetarios. Se tiene por generalmente admitido
que los meteoritos son fragmentos de astros destruidos, aunque
esta teoría
no ha sido comprobada; pero, sea cual fuere su origen, lo cierto
es que se trata de cuerpos extraterrestres que surcan el espacio
a velocidades increíbles, y al parecer, en estado de
incandescencia, siendo a veces visibles en las noches serenas por
el resplandor que emiten al cruzar rápidamente el cielo
estrellado. Estos cuerpos son conocidos con el nombre de
bólidos; si uno de ellos entra en la zona de
atracción de la tierra; cae violentamente, estallando con
espantoso fragor al penetrar en nuestra atmósfera y
rompiéndose en pedazos, unas veces grandes, hasta de
varias toneladas de peso, y otras pequeñas y numerosos,
como grueso granizo. Estos pedazos son los meteoritos que para su
estudio se distribuyen en dos grupos; los férreos y los
pétreos, o dicho de otro modo, los sideritos o hierros
meteóricos y los lititos o piedras meteóricas. Los
primeros se componen principalmente de minerales de hierro y
níquel, con predominio del hierro, en tanto que en los
segundos apenas se encuentran minerales metálicos, estando
formados sobre todo por diversos silicatos. La división no
es muy precisa, pues también hay litosideritos, es decir,
meteoritos en que los silicatos y los minerales de hierro se
hallan poco más o menos en igual proporción. Esta
división se refiere a los compuestos predominantes pues
tanto en los sideritos como en los lititos se han encontrado en
pequeñas cantidades casi todos los elementos que existen
en la Tierra.
Incluso, en el año 1961, se determinaron el
algunos meteoritos trazas de compuestos orgánicos, hecho
que hizo pensar en la posibilidad de que en otros mundos existen
o pudieron existir formas de vida semejantes a la
nuestra.
De modo general podemos decir que estas rocas
extraterrestres presentan tres características en
común: no contienen ningún elemento que no exista
también en la Tierra; no entra en su composición
ningún mineral hidratado y se hallan cubiertas de una
delgada capa de mineral fundido, efecto sin duda del estado de
incandescencia por el que han atravesado.
El alunizaje de los astronautas Armstrong y Collins en
Julio de 1969 ha permitido que los científicos de toda la
Tierra dispusieran de muestras de nuestro satélite para su
análisis. Los resultados obtenidos han
venido a confirmar que los materiales extraterrestres poseen las
características antes enumeradas. Todos los museos de
historia natural poseen en sus colecciones meteoritos, con la
fecha de su hallazgo y, si se conoce, la de su caída; son,
en efecto, objetos muy interesantes y de cierto valor
científico para el mejor conocimiento
de la constitución del universo.
Curso: Mineralogía
Profesor: Ing. Apolonio Canta Villareal
Alumnos:Ponce Pérez, Norman Paúl
Tolentino Peña, Cristian
Rojas Trinidad, Willian
Guzmán Catalan, Ana Rosa
Cerro de Pasco – Perú 1999
Universidad Nacional Daniel Alcides
Carión
Facultad de Ingeniería
Escuela de formación Profesional; de
Metalurgia
Dedicatoria:
A todos nuestros Padres,
quienes día a día se esfuerzan
por sacarnos adelante para ser buenos
profesionales.
Autor: