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"La Patagonia Rebelde"




Enviado por vero_farji



Partes: 1, 2


    1.
    Prólogo


    3. El Drama
    Patagónico

    4. Los Sucesos de la
    Patagonia

    5. Convenio propuesto por los
    estancieros a sus obreros

    6. El Fin de una Interminable
    Batalla

    7.
    Conclusión

    1.
    Prólogo

    La siguiente monografía, titulada "La Patagonia
    Rebelde"; está constituída por tres secciones: una
    introducción; un desarrollo
    (Los Sucesos de la Patagonia); y una conclusión de dicho
    tema.

    a.- En la introducción puede observarse una
    síntesis de los acontecimientos de la historia de nuestro
    país hasta la fecha. Asimismo, se aborda brevemente el
    tema de nuestra monografía; puntualizando los hechos
    más importantes sin entrar en detalle, como lo haremos en
    el desarrollo de la misma.

    b.- En el desarrollo de esta monografía, que se
    titula "Los Sucesos de la Patagonia"; se tratará amplia y
    detenidamente el tema en cuestión, haciendo
    hincapié en las actitudes del
    gobierno y de los
    represores frente a los reclamos de los huelguistas, y, a su vez,
    la actitud de los
    latifundistas y las grandes empresas
    sureñas frente a la problemática que acarreó
    la posguerra en relación a los costos de las
    manufacturas que ellos producían.

    c.- En la conclusión se expresarán
    nuestras opiniones acerca de la actitud de los represores,
    así como también la de los huelguistas, frente a
    los sucesos de la época; enfatizando en la acción
    de Kurt Wilckens.

    Asimismo, la monografía posee notas al pie de las
    páginas; para aclarar algún hecho, así como
    también para comentar la fuente de dicha idea o
    frase.

    Consideramos menester aclarar que no existe abundante
    información referida al tema de esta
    monografía; pues los sucesos que tuvieron lugar en la
    Patagonia entre los años 1920 y 1922 no han quedado
    debidamente documentados, ya que a la clase oligarca de la
    época no le favorecía en lo absoluto la
    difusión de los mismos.

    2.
    Introducción

    Los enemigos de la revolución
    en la Argentina son una
    minoría pero controlan las palancas fundamentales del
    Estado, lo que
    los hace extremadamente fuertes. Controlan el aparato
    económico y jurídico y tienen a su servicio las
    fuerzas armadas y represivas, como instrumento principal que les
    garantiza la explotación al pueblo y el control del
    poder.

    Como enseña nuestra historia, los terratenientes,
    primero para organizar el Estado que
    les asegurase el poder y luego para perpetuarse en el control de
    éste, apoyándose y/o subordinándose al
    imperialismo
    de turno, inglés,
    ruso o estadounidense, asesinaron y reprimieron a mansalva. Junto
    con ésto crearon las leyes y el
    aparato jurídico que avalara la barbarie. Así, tras
    más de 60 años de guerras
    civiles (de 1815 a 1880), fue con las armas que la
    oligarquía impuso la llamada Organización Nacional y masacró a
    los pueblos indígenas para apoderarse de sus tierras. Y en
    este siglo, aplastaron a sangre y fuego
    los levantamientos obreros, campesinos, estudiantiles y
    populares, cada vez que pusieron en peligro los privilegios de
    esa minoría que controla el poder. Ahí están
    de testigos las masacres del 1º de mayo de 1904, de la
    semana de mayo de 1909, la Semana Trágica de enero de
    1919, la Patagonia sangrienta de 1921, La Forestal, el golpe de
    1955 y la dictadura
    violovidelista de 1976. Al igual que la represión de la
    insurrección radical de 1905, la huelga de la
    construcción de 1935, la huelga azucarera
    de 1949, las luchas de los ferroviarios y metalúrgicos de
    1954, las huelgas de 1959, las puebladas del 60-70, etc., etc.
    Antes, como ahora, modernizaron y utilizaron el aparato represivo
    para frenar las heroicas luchas que jalonaron nuestra
    historia.

    La burguesía nacional, por su dualidad, cuando
    estuvo en el gobierno, por un lado forcejeó con los
    enemigos y por el otro, muchas veces terminó siendo
    cómplice, avalando la represión o reprimiendo. Esta
    política
    posibilitó los golpes de Estado en 1930, 1955, 1966 y
    1976; que sirvieron a las clases dominantes para recuperar el
    gobierno e imponer por la fuerza de las
    armas su política proterrateniente y proimperialista.
    Resultó así equivocada la idea expresada
    reiteradamente por el general Perón de
    que era necesario tiempo para
    ahorrar sangre. Esta opción es falsa. Ha corrido mucha
    sangre de la clase obrera y el pueblo, y se ha perdido mucho
    tiempo.

    No es conciliando con los enemigos como se ahorra
    sufrimientos a la clase obrera y el pueblo y se defienden los
    intereses nacionales. Para enfrentar a los enemigos de la
    revolución debemos prepararnos para una lucha que es
    encarnizada y que será larga y no pacífica.
    Sólo si el pueblo toma en sus manos las armas será
    posible derrotar al enemigo y asaltar el poder.

    A lo largo de nuestra historia, el problema de en manos
    de quién estaba el poder, en particular las armas, ha sido
    y es una de las cuestiones claves para extraer enseñanzas
    y prepararnos para que el accionar revolucionario de las masas
    desemboque en la destrucción del Estado
    oligárquico-imperialista y la conquista del poder.
    Sólo cuando el pueblo se levantó en armas pudo
    triunfar. Así fue frente a las invasiones inglesas en 1806
    y 1807, y así fue contra el colonialismo español de
    1810 a 1824.

    La organización de la autodefensa armada de masas
    en los períodos de auge más avanzados ha dejado
    grandes enseñanzas. Pero tuvieron un techo propio del
    carácter defensivo de su objetivo.
    Carecieron de, o era incipiente, una dirección revolucionaria que apuntara a
    construir las milicias y otras formas de organización
    armada propias de un plan de ofensiva
    revolucionaria con objetivos
    claros. Esta falta de dirección, línea,
    organización y preparación para que el proletariado
    defina a su favor, mediante la lucha armada de masas, una
    crisis
    revolucionaria; se manifestó en cada uno de los momentos
    en que la lucha de clases llegó a su máxima
    confrontación y se debía pasar a la ofensiva, al
    asalto al poder.

    En lo que se refiere a los diversos inconvenientes que
    acarreó la Primera Guerra
    Mundial, podemos destacar la escasez de insumos,
    carestías y salarios bajos.
    Hubo grandes huelgas, y la situación social estalló
    en enero de 1919, dejando un saldo trágico de muertos y
    heridos. En la Patagonia se desató un conflicto en
    1920, que culminó con fusilamientos de huelguistas
    dispuestos por el coronel Varela, enviado a poner orden en la
    zona. La economía se fue
    normalizando en la posguerra. En las Universidades, estudiantes y
    profesores reformistas fueron ocupando posiciones toleradas por
    el gobierno, pero que concitaron el odio de los desplazados y de
    los sectores a que éstos pertenecían. No obstante
    todos estos problemas, la
    politiquería, el personalismo y las vacilaciones, la
    conducción de Yrigoyen se esforzó siempre por
    afirmar la democracia y
    la conciliación social.

    3. El Drama
    Patagónico

    Desde 1917, con grandes huelgas como la de los obreros
    ferroviarios, de la carne, azucareros tucumanos, etc., un nuevo
    período de auge sacude a la Argentina. Esta oleada de
    luchas obreras alcanza su pico más alto en la segunda
    semana de enero de 1919. La lucha por salario,
    condiciones y tiempo de trabajo de los 800 obreros de los
    Talleres Vasena es reprimida violentamente por la policía,
    dejando un saldo de 4 muertos y 30 heridos. Esta represión
    pone en pie a los trabajadores y el pueblo de Buenos Aires y
    Avellaneda.

    El gobierno de Yrigoyen reprime sangrientamente la
    sublevación popular. El ejército entra en la
    ciudad; se arman grupos civiles de
    la oligarquía que asaltan locales e imprentas obreras y
    realizan verdaderas "razzias" en los barrios obreros con un saldo
    de entre 800 y 1.500 muertos -según las fuentes
    diplomáticas de la época- y más de 4.000
    heridos, incluyendo mujeres, ancianos y niños. Genocidio
    sólo comparable a los de Rosas y Roca
    contra los indios, que pasará a la historia oficial con el
    nombre de Semana Trágica.

    Pese a la masacre, los ecos del levantamiento obrero y
    popular de la Semana de Enero de 1919 llegarán hasta los
    más apartados rincones, conmoviendo a los explotados y a
    los explotadores de esos verdaderos imperios latifundistas del
    norte y del sur argentinos. Ejemplos de esto serán las
    históricas huelgas de los hacheros alzados contra La
    Forestal y la rebelión de los obreros rurales y campesinos
    pobres en la Patagonia, en 1920 y 1921.

    En 1920 hubo una nueva y prolongada huelga de
    marítimos, que fracasó. Pero ya para entonces se
    sentían los primeros indicios de malestar en el sur de la
    Patagonia, que en 1921 y 1922 tendrían un trágico
    desenlace. Osvaldo Bayer, investigador de estos hechos, destaca
    que los grandes stocks de lana, acumulados al terminar la
    guerra por
    falta de compradores, fueron el desencadenante de los sucesos de
    la Patagonia. Una gran crisis se abatió sobre los
    estancieros, los comerciantes y, sobre todo, los peones, que
    vivían y trabajaban en condiciones inhumanas.

    Activados por dirigentes anarquistas de Río
    Gallegos, los peones rurales empezaron a manifestarse en el
    invierno de 1920. A fines de ese año, y comienzos de 1921
    se generalizó la huelga en el territorio de Santa Cruz, y
    algunos grupos ocuparon estancias y tomaron rehenes, aunque sin
    cometer hechos irreparables. Las denuncias de la Sociedad Rural
    local y las exageradas informaciones publicadas por la prensa de Buenos
    Aires movieron a Yrigoyen a enviar al coronel Héctor B.
    Varela con efectivos del 10° de Caballería a poner
    orden en la zona. El coronel Varela logró que las partes
    en conflicto llegaran a un avenimiento, que reconocía la
    mayor parte de los pedidos de los huelguistas.

    Comenzaron las huelgas, y con ellas el consiguiente
    apedreo amarillista de la prensa oligarca en Buenos Aires,
    denunciando situaciones gravísimas en donde exigían
    al gobierno nacional evitar los avances de "forajidos y
    delincuentes, con feroces anarquistas a la cabeza, 600 de ellos
    armados, envalentonados por la pasividad oficial", según
    La Prensa.

    El 29 de enero llega a Río Gallegos el gobernador
    titular Izza, quien había sido designado por los
    estancieros como árbitro del conflicto. Varela desembarca
    en Santa Cruz junto a sus soldados tres días
    después, el 1° de febrero. Luego de realizar algunas
    inspecciones personales, Varela comprobó que los grandes
    diarios habían deformado los hechos. Se dirigió a
    Río Gallegos para entrevistarse con Iza,
    manifestándole sus intenciones de solucionar el pleito
    pacíficamente.

    Al llegar el verano de 1921 el conflicto volvió a
    estallar, pero ahora con mayor encono. Grupos de delincuentes
    infiltrados entre los huelguistas cometieron desmanes que se
    atribuyeron a los trabajadores; éstos, convencidos de que
    los patrones no cumplirían nunca lo prometido, dieron a su
    protesta una mayor virulencia. El coronel Varela, a su vez,
    creyendo haber sido traicionado por los huelguistas y sospechando
    que el gobierno chileno estaba detrás del movimiento, se
    atribuyó poderes que nadie le había otorgado y se
    lanzó a una represión indiscriminada. Decenas de
    huelguistas fueron fusilados, muchos fueron reintegrados por la
    fuerza a las estancias y algunos debieron escapar rumbo a
    Chile.

    En Buenos Aires los sucesos de la Patagonia tuvieron
    repercusión en el Congreso pero no se investigaron a
    fondo. El gobierno no tenía interés en
    destapar un asunto en el que podía enjuiciarse su responsabilidad y la del ejército; los
    socialistas cumplieron formalmente con un pedido de informes.
    Sólo los anarquistas clamaron por los masacrados de la
    Patagonia y juraron venganza contra Varela, quien más
    tarde fue asesinado por un joven alemán, muerto, a su vez,
    por un miembro de la Liga Patriótica mientras estaba en
    Villa Devoto esperando su condena.

    El 15 de febrero se convoca a una reunión entre
    partes donde se plantea la necesidad de que los obreros entreguen
    las armas y los rehenes tomados, y que sometieran a la justicia los
    hechos ilegales. Sólo después de esta instancia se
    discutirían los reclamos de los obreros.

    Se organizó una asamblea que decidió, por
    350 votos contra 200, entregarse al ejercito. En el grupo
    minoritario se encontraban quienes habían realizado actos
    vandálicos, comandados por El Toscano y El 68, los cuales
    decidieron huir hacia la zona cordillerana.

    El 24 de febrero se formalizaron las entregas, y en
    reunión posterior entre los estancieros y la
    Federación Obrera Regional se aprobó el "laudo
    Izza"; que enmarcaba como reales las circunstancias planteadas
    por el pliego obrero. Varela decidió sumariar a los
    policías que habían cooperado en el apaleamiento de
    huelguistas. Los trabajadores de Santa Cruz habían
    triunfado.

    Pero la solución pacifica del conflicto dejo
    insatisfechos a grupos como la Sociedad Rural, los estancieros y
    los ganaderos, quienes creían irrisorio que no se hubiese
    castigado a los obreros por haber realizado la huelga, y que
    además se les otorgara una compensación por los
    días no trabajados durante el paro. Mientras los obreros
    pensaban nuevas reivindicaciones, los grandes diarios de Buenos
    Aires seguían denunciando hechos de vandalismo, sin hacer
    distinción entre éstos y los auténticos
    reclamos obreros.

    La oligarquía aplastó sangrientamente
    estas luchas. Pero ese río de sangre dividió las
    aguas de la lucha de clases en la Argentina, creando nuevas
    condiciones para la maduración de la conciencia
    revolucionaria.

    Cuando los ecos de la represión de Santa Cruz
    llegaban a Buenos Aires, las manifestaciones de malestar social
    estaban remitiendo notablemente. Las causas: los sustanciales
    aumentos salariales obtenidos por muchos sectores y, sobre todo,
    la normalización de la economía
    producida por la posguerra. Además, los sindicatos
    anarquistas habían quedado debilitados. Se había
    producido, a lo largo de los años de Yrigoyen, una
    significativa nacionalización de las fuerzas del trabajo.
    Aún con errores y culpas en el manejo de las cuestiones
    laborales, el gobierno radical había evidenciado que era
    sincera su preocupación por el mejoramiento de la
    situación de los trabajadores. Un colaborador de Yrigoyen,
    el Dr. Víctor Guillot, sintetizaba así, por esos
    años, la concepción del presidente: "Arrancar al
    Estado de su posición indiferente u hostil frente a las
    colisiones entre capital y
    trabajo, y practicar un intervencionismo orgánico y
    sistemático conducido por elevadas inspiraciones de humana
    equidad". En los años siguientes, el número de
    huelguistas llegó a ser sólo la décima parte
    del que había alcanzado en la época de Yrigoyen, y
    no se registró ningún movimiento de signo violento:
    era el fruto de la conciliación social iniciada por el
    primer presidente radical.

    4. Los Sucesos de la
    Patagonia

    Uno de los capítulos de la primera presidencia de
    Yrigoyen que no se puede pasar por alto, fueron los sucesos de la
    Patagonia, cuya explicación plena no fue ni es
    fácil a causa de los intereses que estuvieron en juego y que
    presionaron desde la gran prensa y en las esferas del gobierno
    quizá sin conciencia de sus consecuencias
    finales.

    En 1920, en plena postguerra, el precio de la
    lana argentina, como la de todo el mundo, comenzó a caer
    en grandes proporciones, de $9,74 a $3,08, ubicándose en
    los niveles normales de tiempos no bélicos. Este proceso,
    producto de la
    caída de la demanda
    mundial, provocó grandes crisis para los estancieros
    latifundistas que usufructuaban el suelo
    patagónico a través de la cría de ganado
    lanar.

    Esos mismos estancieros de elite, quienes anotaban a sus
    hijos en Chile, por la cercanía, o utilizaban el idioma
    ingles en sus estancias, e inclusive izaban la bandera
    británica; pidieron ayuda a Don Hipólito Yrigoyen
    porque sus negocios no se
    mantenían en los niveles de antes.

    Y pese a sus grandes aunque mermadas ganancias,
    obligaban a los peones a trabajar con 18° bajo cero arriando
    majadas. Los esquiladores terminaban jornadas de 16 horas con los
    brazos agarrotados, mientras que los obreros trabajaban 12 horas
    por día 27 días al mes.

    Esta insostenible e inhumana situación
    culminó en una serie de actos de tendencia anarquista,
    prohibidos por el gobernador interino de Santa Cruz; un comisario
    inspector de nombre Falcón.

    La situación de los arrieros, ovejeros, peones de
    las estancias patagónicas era penosa y ajena a todo
    amparo; se
    trabajaban de 12 a 15 horas diarias y los salarios eran
    ínfimos, y muchas veces pagados en documentos o en
    moneda extranjera con fuerte deterioro al hacerlos efectivos. Los
    obreros exigían a través de un pliego condiciones
    como que en habitaciones de 16 m² no durmiesen más de
    tres hombres; que los patrones entregaran un paquete de velas por
    obrero mensualmente (la noche se extiende por 14 horas, y los
    obreros debían pagar 80 centavos en las estancias paquetes
    de velas que valían sólo 5 centavos); que el
    día sábado no fuese laborable; que la comida fuese
    digna; y que los botiquines para curar sus sarnas y erupciones
    tuvieran instrucciones en castellano, pues
    la mayoría se encontraba en inglés, entre otras
    cosas. El pliego fue rechazado por la Sociedad Rural, inclusive
    uno posterior con menores condiciones.

    Las autoridades locales respondían a las
    órdenes y deseos de los grandes latifundistas y
    dependían de ellos más que del gobierno nacional
    mismo. Había que acudir a la autodefensa y así lo
    hicieron los trabajadores de aquellos territorios. En Río
    Gallegos se fundó hacia 1918 una Sociedad obrera de
    oficios varios, que logró instalar una pequeña
    imprenta y una escuela y
    publicó el periódico
    1° de Mayo. Desde Río Gallegos fueron enviados
    delegados al campo, las estancias y se comenzó a difundir
    literatura
    laboral para
    alentar la
    organización del trabajo. Más de una vez fue
    clausurada la Sociedad y encarcelados sus miembros y dirigentes.
    En septiembre de 1920 la Sociedad proyectó un mitin para
    el 1° de octubre a fin de recordar la vida y la obra de
    Francisco Ferrer, ejecutado en Barcelona en 1909, apasionado
    propulsor de la educación. La
    policía prohibió el acto cuando ya estaban hechos
    los preparativos y, entonces, como acto de protesta, se
    declaró una huelga general por 48 horas; fue detenido el
    secretario de la Sociedad y clausurado el local de la misma,
    hasta que el juez letrado revocó la decisión y dio
    autorización para celebrar los actos proyectados, con lo
    cual se dio por terminada la huelga el 2 de octubre.

    Para contrarrestar la influencia creciente de la
    Sociedad obrera de Río Gallegos, se formó una Liga
    de grandes comerciantes y latifundistas, la cual, con la Sociedad
    rural, inició una ofensiva contra la organización
    obrera; fue boicoteado el periódico La Gaceta del Sur por
    haber aplaudido la actitud de los trabajadores en la huelga de
    protesta de septiembre contra los excesos de las autoridades
    policiales; por su parte la Sociedad obrera declaró el
    boicot contra tres comerciantes de la Liga en represalia por el
    boicot contra el mencionado periódico. Se quiso entonces
    reunir en la comisaría a los obreros y a los comerciantes
    afectados para imponer un de algún modo un arreglo. Los
    obreros se rehusaron a acudir espontáneamente a la
    citación del comisario y fueron detenidos y alojados en la
    cárcel y puestos a disposición del gobernador
    interino para su deportación. La Sociedad obrera se
    dirigió entonces a los trabajadores del campo: "La
    policía de ésta ha detenido a un grupo de obreros a
    quienes se niega a poner en libertad a
    pesar de haberlo ordenado el señor juez letrado doctor
    Ismael P. Viñas. Tal arbitrariedad nos ha obligado a
    decretar y continuar el paro general por cuya razón os
    incitamos a dejar el trabajo y a
    venir a esta capital como acto de solidaridad, y
    hasta que nuestros compañeros recobren la libertad". El
    manifiesto está fechado el 21 de octubre de 1920. El 30 de
    dicho mes fueron libertados ocho de los detenidos, pero
    aún quedaban dos más, que habían sido
    maltratados, y mientras no recuperasen la libertad la huelga
    continuaría. La Sociedad obrera recomendaba: "Prosigamos
    como hasta aquí respetando a todo el mundo, chicos y
    grandes, y particularmente a las personas que se hallan
    investidas de autoridad. La
    hora de exigir responsabilidades se acerca y cuando ella suene
    sabremos cumplir con nuestro deber".

    Comenzaron a llegar a Río Gallegos obreros de las
    estancias respondiendo al pedido de solidaridad de la Sociedad
    obrera. Y en oportunidad de hallarse reunidos en buen
    número se confeccionó un pliego de condiciones para
    reanudar el trabajo, y fue presentado a los estancieros de la
    zona. Se atravesaba una grave crisis en la comercialización de la lana y los
    dueños de los latifundios rehusaron la admisión de
    las condiciones reclamadas por sus peones. Las reivindicaciones
    eran mínimas, de higiene, de
    comida de descanso, etc. Se pedía un sueldo mínimo
    de cien pesos por mes y comida, doce pesos por día para
    los peones mensuales que tuvieran que conducir arreos fuera del
    establecimiento; y los arreadores no mensuales cobrarían
    veinte pesos por día si utilizaban caballos propios. Los
    estancieros se obligarían a poner en cada puesto un
    ovejero o más, según la importancia del mismo,
    dándose preferencia para estos cargos a los que tuviesen
    familia, a los
    cuales se les darían ciertas ventajas según el
    número de hijos, "creyendo en esta forma fomentar el
    aumento de la población y el engrandecimiento del
    país". Los estancieros reconocerían también
    a la Sociedad obrera de Río Gallegos como única
    entidad representativa de los obreros, y aceptarían la
    designación de un delegado que serviría de
    intermediario en las relaciones entre las partes y estaría
    autorizado para resolver con carácter provisional las
    cuestiones de urgencia que afectasen tanto a los derechos de los obreros como
    de los patrones.

    No eran reclamos susceptibles de quebrantar el orden y
    la economía del país. Reacios los estancieros a
    escuchar esas peticiones, la huelga se hizo general en toda Santa
    Cruz y en Chubut.

    Un sentimiento de solidaridad animó a los
    olvidados trabajadores de la Patagonia. Que en este vasto
    movimiento algunos individuos hayan abusado de la fuerza que les
    daba la unión y que se produjesen algunos excesos de
    hostilidad patronal, sobre todo cuando el ejemplo de la violencia sin
    freno era dado por los que tenían la misión de
    actuar como guardianes del orden y de la legalidad. Pero la
    prédica de la Sociedad obrera fue siempre responsable y no
    se exhortó jamás a responder a la fuerza con la
    fuerza.

    Atemorizados los obreros de la zona del Lago Argentino
    por los agravios policiales, resolvieron agruparse y ponerse en
    marcha para buscar amparo en Río Gallegos. En el paraje
    denominado El Cerrito fueron tomados entre dos fuegos por la
    policía que les seguía desde Lago Argentino y la
    que salió a su encuentro desde Río Gallegos; los
    que tenían armas respondieron a la agresión y hubo
    muertos y heridos por ambas partes. Hechos de esa naturaleza
    alentaron la campaña que se venía haciendo desde
    hacía meses por la gran prensa del país que llenaba
    páginas diariamente sobre los " bandoleros del sur", el
    mote con que se quiso encubrir las reclamaciones de los obreros
    patagónicos. La Sociedad obrera lanzó un manifiesto
    en el que se decía: "Llamamos nuevamente la
    atención a los hombres públicos del país
    para que, hiriendo con la saeta envenenada a los que, investidos
    de autoridad, atropellan a los trabajadores, procedan al castigo
    de los gobernantes del territorio, únicos culpables de los
    luctuosos sucesos ocurridos". La prensa que acogía todas
    las diatribas y calumnias contra la huelga, no consideró
    acto de justicia escuchar esas voces. Los huelguistas
    comprendieron que no tenían más defensa que la que
    pudiesen articular ellos mismos. Se armaron como pudieron, se
    apoderaron de empleados policiales y los retuvieron como rehenes
    hasta la solución del conflicto.

    Fue entonces cuando el presidente Yrigoyen
    resolvió enviar al coronel Héctor Benigno Varela en
    enero de 1921 a la Patagonia con fuerzas de caballería y
    marinería.

    La Sociedad obrera de Río Gallegos publicó
    manifiestos que muestran la confianza con que eran recibidas las
    tropas nacionales; el 16 de enero decía en un manifiesto
    al pueblo y a los trabajadores: "La llegada de fuerzas del
    ejército y de la armada nos devuelve la tranquilidad y las
    garantías que los atropellos de la policía nos
    habían quitado. Hoy estamos seguros de que
    nuestros derechos de ciudadanos han de ser respetados por la
    presencia de estas fuerzas, y por consiguiente hemos de mantener
    el paro decretado con más energía que hasta la
    fecha. No importa que algunos patrones, confiados equivocadamente
    esta vez en que el ejército nacional se ha de poner
    incondicionalmente al servicio del capitalismo,
    hayan resuelto, coincidiendo con la llegada de éste,
    despedir a sus empleados y obreros; estos patrones sufren un gran
    error, porque la presencia de los elementos militares que hacen
    un culto del honor y de la verdad, serán el mejor
    contralor de la conciencia y educación de los obreros de
    Río Gallegos y del respeto que
    siempre han guardado a la Constitución y las Leyes". . .

    Denunciaba también cómo el gobernador
    interino de Santa Cruz, Edelmiro A. Correa Falcón,
    secretario gerente de la
    Sociedad rural de Río Gallegos, mientras que por un lado
    prohibió toda reunión pública y el
    tránsito por las calles después de las nueve de la
    noche, convocaba a los estancieros del territorio a una
    reunión para concertar la acción futura.

    El 3 de diciembre de 1920 Yrigoyen nombró a Oscar
    Schweizer jefe de policía del territorio de Santa Cruz y a
    mediados de febrero del mismo año llegó el nuevo
    gobernador, Ignacio A. Izza, capitán de ingenieros
    retirado. Desembarcó la tropa del Teniente Coronel Varela
    del transporte
    "Guardia Nacional" en Puerto Santa Cruz, pero al advertir que el
    eje del movimiento era Río Gallegos, se trasladó a
    esa ciudad. El nuevo gobernador comunicó a Varela que la
    solución debía ser pacífica y que
    debía tener presente tanto los derechos de los patrones
    como los de los huelguistas. El jefe militar propuso entonces a
    los huelguistas una entrevista en
    la estancia El Tero, a igual distancia de El Campamento, donde
    estaban concentrados los huelguistas, y de La Vanguardia,
    donde acampaba sin medios de
    movilidad el destacamento del capitán Laprida.

    Varela e Izza llegaron a El Tero sin escolta alguna y
    la entrevista
    se realizó el 15 de febrero. Se impuso a los obreros estas
    condiciones: deposición de las armas, entrega de los
    rehenes, la justicia entendería en las responsabilidades
    por los hechos de sangre ocurridos.

    Aceptadas esas condiciones se entró a discutir la
    forma en que se haría la reanudación del trabajo.
    Los delegados de El Campamento fueron a dar cuenta a sus
    compañeros de las proposiciones ofrecidas. La gran
    mayoría, unos 550 huelguistas, votaron a favor, y una
    minoría, con cierta desconfianza, optó por alejarse
    hacia la cordillera.

    En la segunda entrevista, de regreso los delegados de El
    Campamento, fue acatada la rendición incondicional, la
    entrega de los rehenes y heridos y luego las armas. No hubo,
    pues, la represión sangrienta que esperaba la Sociedad
    rural. El gobernador Izza discutió con los obreros el
    pliego de condiciones y denunció que los peones
    habían sido pagados con vales, en moneda chilena o con
    cheques a
    plazo y señaló la importancia que tenía para
    los hombres que vivían exclusivamente de su salario que se
    les pagase en moneda nacional y de inmediato; también
    habló de los galpones en donde se alojaban las peonadas
    como "pocilgas inmundas".

    Entre los huelguistas cundió la alegría
    por el reconocimiento que habían logrado después de
    tantos afanes, pero entre algunos oficiales de las tropas hubo
    descontento por la inacción, pues habrían preferido
    una operación brutal e indiscriminada. En esa tesitura se
    hallaban el entonces teniente Elbio Carlos Anaya y el teniente
    primero Sabino Adalid, que hizo declaraciones públicas
    contra el Teniente Coronel Varela por la solución
    pacífica que había logrado.

    Antes de que las tropas retornasen a Buenos Aires, tuvo
    lugar una asamblea que reunió a todos los hacendados, con
    la presencia del flamante gobernador Izza. Allí los
    estancieros aprueban un nuevo pliego de condiciones y eligen por
    unanimidad árbitro del conflicto al mismo gobernador. En
    el mismo, los hacendados hacían nuevas concesiones. He
    aquí la redacción del pliego:

    Partes: 1, 2

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