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Razón y utopía:Una revisión a la crítica de la industria cultural de Theodor Adorno y Max Horkheimer




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    Indice

    1.
    Introducción

    2. Recorrido
    expositivo

    3. De la racionalidad eclipsada a la
    ilustración de la ambigüedad
    moral.

    4. La industria cultural
    como engaño de masas o la libertad de lo siempre
    igual

    5. ¿La cultura como
    utopía concreta?

    6.
    Bibliografía

    1.
    Introducción

    La sociedad
    contemporánea es el resultado de la cultura de la
    modernidad, la
    cual tiene en los principios
    burgueses, a saber, los consabidos igualdad,
    fraternidad y libertad, su
    base de sustentación ideológica. En efecto, la
    burguesía, es decir, la clase social que con base en la
    economía
    de libre mercado ha
    logrado alcanzar un notable poderío
    económico, para poder combatir
    la estructura de
    privilegios constitutiva del mundo feudal, invocó los
    mencionados principios. Sin
    embargo, una vez conquistado el poder político,
    después del triunfo de la Revolución
    francesa y de la estabilización de la clase burguesa
    como clase dominante, con la propia dinámica del proceso,
    dichos principios fueron transformándose paulatinamente en
    sus opuestos: así, y tomando en cuenta la revisión
    del proceso que
    realizan los miembros del Instituto de Investigación Social, la anunciada igualdad del
    ciudadano fue sustituida por una enorme desigualdad entre
    propietarios y trabajadores; la libertad
    política
    devino esclavitud
    económica y social; y, a medida que la competencia se
    iba transformando en el escenario más frecuente y
    cotidiano entre los individuos, la guerra de
    todos contra todos echó por tierra el
    mito de la
    fraternidad entre los hombres.

    De este modo, el principio liberal inherente a la
    modernidad que da
    vida a la sociedad
    burguesa-capitalista tiende a disolverse hasta pasar a ser un
    principio abstracto de libertad y genera una sociedad de
    libertades económicas basadas en el cambio de la
    fuerza
    laboral por
    el
    dinero.

    Para los teóricos de Frankfurt este acto es
    coherente con los principios que le dieron origen y sustentaron
    teóricamente (libertad, igualdad, fraternidad), puesto que
    no se trata de una suerte de ardid mediante el cual la
    burguesía llega a invertir sus propósitos; se trata
    más bien de una consecuencia necesaria de las causas que
    la han motivado, es decir, del hecho de sobrevalorar la
    visión de una clase en particular y atribuirle
    connotaciones de carácter universal. De allí que al
    objetivarse el ideal político y social burgués, la
    universalización de sus principios recayera sobre una
    clase particular, efectiva e históricamente dada, a saber:
    la clase burguesa.

    A la luz de semejante
    dialéctica, en la cual una serie de principios
    teóricos universales y sin determinaciones
    históricas dadas encuentran su realización efectiva
    en su opuesto, esto es, en la práctica de una clase
    particular históricamente constituida como lo es la
    burguesía, los teóricos de Frankfurt se proponen
    denunciar como falsa esa concepción de totalidad y de
    universalidad instaurada por la sociedad moderna, llegando a
    reclamar el principio de lo particular y, en consecuencia, el
    derecho a la autonomía y el derecho a diferenciarse que
    poseen los sujetos frente a una visión cerrada y
    asfixiante de la totalidad que sólo garantiza el dominio y la
    coacción.

    Dentro de la sociedad moderna, el peso de las potencias
    económicas y de las leyes que
    gobiernan el aparato productivo es de tal magnitud que el hombre se
    encuentra supeditado a ellas. Consecuentemente, los sujetos
    particulares, sometidos a una mera racionalidad instrumental y a
    una abstracta e inaccesible idea de la totalidad, se ven
    conducidos a asumir la lógica
    del individualismo, que termina por reducirlos a autómatas
    de la autoconservación, individualmente entendida, de sus
    vidas.

    Toda esta situación genera una sociedad de
    profundos antagonismos, en la cual reina la ley de la
    concurrencia del mercado laboral, y en la
    cual, cada vez más, se pone de manifiesto la
    deshumanización, que conduce al dominio social de
    poderosas minorías económicas y al ejercicio del
    poder político de los sectores más atrasados, cuyo
    único fin es el sometimiento de lo particular a lo
    universal.

    Sin embargo, una de las lecturas posibles considera que
    más allá de la razón instrumental y de las
    falsedades de una totalidad "unidimensionalmente" concebida o,
    incluso, por encima de un eventual cierre del universo del
    discurso, la
    teoría
    crítica logra vislumbrar la fuerza de lo
    negativo, y con ella, la posibilidad de utopía concreta, o
    al menos de realización de "un mundo otro" más
    humano.

    Teniendo en mente la situación antes descrita
    como marco, el comienzo de la década de los años 40
    marca para
    Horkheimer y Adorno el paso de la Teoría
    crítica y de la Actualidad de la filosofía -con sus
    intenciones de "introducir razón en el mundo" y de la
    necesidad de preservar la filosofía ante las ciencias
    sociales respectivamente- hacia la Dialéctica de la
    Ilustración, donde ante el eclipse de la
    razón hay un desplazamiento del interés
    reflexivo en torno a una
    teoría de revolución
    fallida hacia una "teoría de fallida
    civilización".

    Los miembros del Instituto de Investigación Social, desde Theodor Adorno
    y sus investigaciones
    dialéctico-musicológicas y las
    filosófico-sociales de Max Horkheimer; pasando por los
    trabajos crítico-literarios de Leo Löwental y Walter
    Benjamin y los económico-políticos de Friedrick
    Pollock; hasta los socio-psicológicos de Erich Fromm y los
    teórico-históricos de Borkenau y Wittfogel;
    tenían como preocupación fundamental el hecho de
    que el decurso de la historia cada vez apuntaba
    menos hacia un mundo libre y que, por el contrario, avanzaba
    más hacia un mundo de opresión y barbarie. De modo
    tal que cada uno, desde sus áreas de conocimiento y
    de sus intereses y motivaciones personales y académicas,
    fue construyendo un corpus teórico que le dio organicidad
    a lo que posteriormente se conociera como la Escuela de
    Frankfurt: una escuela que
    enseñó pocas cosas nuevas al mundo, pero que se
    encargó con ahínco de recordarle que la carrera
    racional por el progreso y la autoconservación contiene en
    sí misma, además, el germen irracional del
    retroceso y de la liquidación del sujeto al que pretende
    conservar.

    La Dialéctica de la Ilustración inicia la reflexión
    teórica sobre las consecuencias prácticas de los
    ideales de la modernidad. Para los autores de la
    Dialéctica, la Ilustración es un proceso progresivo
    e irreversible de racionalización de todas las esferas de
    la vida social, y al mismo tiempo, la
    potenciación de la progresiva funcionalización e
    instrumentalización de la razón, teniendo como
    consecuencia la pérdida, por parte del sujeto, del sentido
    crítico y de la libertad. Bajo esta premisa, las iniciales
    consideraciones teoréticas –el proceso de introducir
    en las distintas esferas de la vida una racionalidad
    instrumental– implican consecuencias prácticas
    –la pérdida del sentido crítico y de la
    libertad por parte del sujeto.

    Ambos pensadores "denuncian" a la racionalidad funcional
    de la Ilustración como una razón "truncada",
    "reificada", como categóricamente la llamó
    Lukács, y además denuncian que en dicho proceso de
    instrumentalización las inicialmente emancipadoras
    ciencias
    positivas están implicadas.

    Valiéndose de estos elementos, combinados con una
    experiencia histórica marcada por el conflictivo proceso
    sociocultural, político y bélico de la
    época, Adorno y Horkheimer no tienen reparos en afirmar
    que de este proceso de racionalización no se "salva"
    ninguna esfera. Más aún, aunque la raíz del
    problema se encuentra en dicho proceso, va a reafirmarse el
    problema y a mostrar sus bárbaras consecuencias
    precisamente en otras esferas además de la de la
    razón, y una a la que le van a prestar especial
    atención es a la de la industria
    cultural.

    Hay que aclarar, empero, que los integrantes de la
    Escuela de Frankfurt, y con ellos Adorno y Horkheimer, a pesar de
    sus influencias marxistas y del interés
    interdisciplinario del Instituto, siempre se negaron a darle
    preponderancia a cualquiera de las esferas que componen la
    dinámica social, pues consideraban que en
    la comprensión de la totalidad de los procesos, las
    instancias particulares tenían una gran
    importancia.

    De allí la resistencia que
    tuvieron los autores de Dialéctica de la
    Ilustración a considerar la cultura como
    un ámbito aparte de la dinámica social. La
    racionalidad truncada, además de manifestarse a
    través de fenómenos
    político-económicos como el del autoritarismo o de
    aplicaciones científico-técnicas, encuentra en las
    relaciones y manifestaciones de la cultura, inicialmente la
    música, la
    pintura, la
    literatura y la
    escultura y luego el cine, la
    arquitectura,
    la moda, la radio y
    la
    televisión, entre otras, un escenario en el cual
    expresar su retroceso y su homogeneizadora barbarie. Sobre esta
    puesta en escena de la razón a través del arte y la cultura
    en general Adorno y Horkheimer escriben el capítulo
    titulado "La industria cultural. La Ilustración como
    engaño de masas", contenido en su
    Dialéctica.

    Para los autores, el arte no es
    sólo el reflejo de las diferentes tendencias presentes en
    la sociedad, es también, cuando posee un carácter
    auténtico y genuino, la manifestación de los
    limitados anhelos de una sociedad diferente a la presente, el
    ímpetu de "la apelación a un mundo completamente
    otro, distinto a éste" (Jay: 1974, p. 10). En otras
    palabras, el arte "de verdad" es expresión del
    interés legítimo del sujeto por su felicidad y su
    armonía, el arte es, en una frase de Stendhal
    emblemática para los frankfurtianos, "una promesa de buena
    hora".

    Sin embargo, aunque son reales las aspiraciones del arte
    y la cultura de trascender la realidad cosificada, a su vez son
    ilusorias si operan bajo la lógica
    de la ilustrada racionalidad instrumental y conducen a una idea
    de falsa reconciliación y, en consecuencia, de falsa
    totalidad.

    En este sentido, consideraban que no todo el arte era
    ideología o falsa consciencia, pues, para Adorno, una
    crítica dialéctica del arte tiene presente que no
    es la ideología la que es falsa, sino su pretensión
    de estar de acuerdo con la realidad. De allí que una forma
    del arte "anticipar" la sociedad futura que todos esperan tener
    es a través de la reconciliación armoniosa de forma
    y contenido, función y expresión, elementos
    subjetivos y objetivos. No
    obstante, la teoría crítica y negativa, presente en
    el pensamiento de
    Adorno y Horkheimer, los vuelve escépticos con
    relación a cualquier resolución positiva de las
    contradicciones, por lo que las armonías posibles son
    aquellas que reconocen y hacen reconocer la insuficiencia de una
    reconciliación simplemente estética.

    Entonces, ¿cuál es el papel del
    arte? La reconciliación a través de éste
    sólo sería posible cuando logre la armonía o
    el equilibrio
    entre función y expresión, forma y contenido, tal
    como lo hacía el arte clásico, el cual –como
    lo expresaba Adorno en Theses on Art and Religion Today–
    "siempre fue, y es, una fuerza de protesta de lo humano contra la
    presión de las instituciones
    dominantes, religiosas o de otro tipo; a la vez que refleja su
    sustancia objetiva" (Jay: 1974, p. 295).

    No obstante, para los autores, con el devenir de la
    historia, las
    nuevas manifestaciones del arte, contaminadas por la
    ideología de la industria de la cultura, no contienen ese
    elemento de protesta ni expresan la necesidad de
    transformación del orden dominante establecido. Por el
    contrario estas manifestaciones no cumplen lo que prometen: se
    encuentran desgarradas entre el goce subjetivo que ofrecen y la
    imposibilidad de objetivarlo. Se quedan sólo como una
    reflexión autoconsciente, como autonomía carente de
    normas
    objetivas, lo que las incapacita para realizarse como vida y goce
    concretos.

    Así, a partir del momento en que la
    creación artística se desprende de la realidad
    objetivda y de sus propias determinaciones históricas, no
    tiene un contexto específico en el cual soportarse y
    reflejarse y se ve forzado a crear desde la subjetividad su
    propio contexto, razón por la que no puede ser una
    posibilidad de reconciliación de las contradicciones de
    una sociedad históricamente determinada, ya que sus
    manifestaciones carecen o son ajenas a esas determinaciones
    objetivas, con lo cual pierde su carácter reconciliador
    por una lado, y transformador y utópico por el
    otro.

    "En otras palabras, hasta que las contradicciones
    sociales se reconcilien en la realidad, la armonía
    utópica del arte debe conservar siempre un elemento de
    protesta" (Jay: 1974, p.295).

    Estos pensamientos llevan a Horkheimer y a Adorno a
    enfrentarse con una dilema teórico producto de la
    siguiente aporía: en su crítica a la
    Ilustración, a la racionalidad instrumental, hay una
    promesa de reconciliación entre la utopía
    subyacente al arte emancipatorio (que Adorno y Horkheimer
    encuentran en el arte clásico), y el mundo necesitado de
    ese potencial creador. Esta reconciliación es muy propia
    del pensamiento
    dialéctico en tanto que es optimista y dado a la
    síntesis de lo expuesto. No obstante, y esta es una de las
    preocupaciones de mi trabajo, la reconciliación prometida
    no se produce. La Dialéctica de la Ilustración
    deviene negativa: la historia moderna no ofrece ninguna esperanza
    de reconciliación y la negación y la
    antítesis son el
    santo y seña del discurso.

    Lo que en principio es una limitación
    histórica, digamos que un recurso más del
    recorrido, cambia su estructura
    interna de forma tal que –como lo expresa Juan José
    Sánchez en su ensayo Sentido
    y alcance de Dialéctica de la Ilustración– la
    crítica cierra toda posibilidad de salida histórica
    a la crisis y
    sólo permite una salida como tal, sólo permite una
    ruptura concreta con el continuum de la historia, entendida ya
    como catástrofe.

    Todo el desarrollo del
    proceso histórico que tiene como base los principios
    teóricos de la burguesía ilustrada conduce,
    según de Adorno y Horkheimer, a una situación
    límite donde las contradicciones entre la realidad
    devenida y el proyecto
    teórico que las sustenta, entre las condiciones de vida
    del sujeto y sus manifestaciones expresivas de carácter
    específico, muestran que la cultura ha colapsado como
    verdadera expresión de vida. Por lo tanto, Adorno y
    Horkheimer propugnan la muerte del
    arte burgués, la necesidad de acabar con el proyecto
    ilustrado y comenzar otro más acorde con las exigencias
    del sujeto. Ellos exigen el rompimiento, mediante la
    crítica y la negación determinada, con el proyecto
    teórico que dio inicio a la situación
    actual.

    Pero, y es el problema en Adorno y Horkheimer, esta
    ruptura sólo se produce en la teoría, pues rompe la
    estructura conceptual utilizada para realizar la crítica
    teórica e introduce una filosofía dialéctica
    puramente negativa. Dicha ruptura es teórica, ya que los
    frankfurtianos se dan cuenta, en definitiva, de la imposibilidad
    de dejar atrás la historia como quien bota un libro por un
    precipicio. Ellos tratan, pues, de revisar radicalmente y con los
    fundamentos que brinda el carácter interdisciplinario de
    sus investigaciones y
    estudios, las teorías
    que impulsaban y sustentaban el proyecto histórico de la
    Ilustración a favor de una vida más humana
    racionalmente.

    Sin embargo, esta ruptura hace tan radical la
    crítica de Dialéctica de la Ilustración que
    socava sus propios cimientos y pone en duda su viabilidad, ya que
    si, tal como consideraban, la historia del desarrollo de
    la racionalidad de occidente es, al mismo tiempo, la
    historia de su derrumbe y caída, la crítica pierde
    su carácter revolucionario y progresista, y hasta
    utópico, con el cual confrontaba y cuestionaba la
    realidad, al tiempo que la realizaba y construía. A esta
    imposibilidad de "ilustrar" la Ilustración sobre sí
    misma se enfrentan Adorno y Horkheimer al redactar su
    Dialéctica. El objetivo de mi
    trabajo es reflexionar sobre esta aporía, sobre los
    dilemas planteados por la crítica de la
    Ilustración.

    Al mismo tiempo, realizo una lectura de la
    Dialéctivca de la Ilustración que tiene como
    intención comprender la crítica que hacen Adorno y
    Horkheimer al papel que
    cumple la cultura y su manifestación industrial en el
    proceso de "caída" y retroceso de la historia y de la
    razón. Sin embargo, en el último capítulo
    quisiera examinar, en oposición a las tesis de
    Adorno y Horkheimer, el signo positivo del proceso cultural como
    posibilidad de "salida", vía negationis, de la barbarie.
    Creo que todavía es posible comprender la cultura como un
    proceso revolucionario de subversión del orden
    establecido.

    Antes de dibujar el recorrido expositivo una observación hermeneútica. El
    texto citado,
    como se puede apreciar en el primer capítulo de este
    trabajo, tiene un carácter paradójico,
    probablemente ambiguo, en su tratamiento de los conceptos de
    razón y racionalidad. Sin embargo, el texto de
    Horkheimer llamado Crítica de la razón
    instrumental, resulta de gran ayuda al respecto. En él,
    Horkheimer hace una distinción entre "razón
    objetiva u autónoma" y "razón subjetiva o
    instrumental" que evita confusiones o
    ambigüedades.

    Esta distinción sirve de guía para
    comprender la desesperada denuncia que realizan los autores del
    proceso ilustrado de racionalización como un proceso de
    progresiva formalización e instrumentalización, con
    la consiguiente liquidación de la razón, sin caer
    en la aporía que conduce a "autodestrucción de la
    razón" (Cfr. Horkheimer: 1973, cap. 1).

    No obstante, aunque en Dialéctica de la
    Ilustración, los autores dejan ver claramente la
    posibilidad del proceso autodestructivo de la razón,
    también dejan ver que la razón no es por sí
    misma dominante y destructiva, y que hay en ella un "momento de
    verdad" que, si bien no está a la vista, aflora en
    determinados momentos de la historia. En ese momento de verdad de
    la razón se encuentra lo que los autores llaman "la
    utopía oculta en el concepto de
    razón", y será la base última –o
    primera– que sostiene a la Dialéctica en sus
    pretensiones emancipadoras y revolucionarias, así como
    también evita que caiga en una contradicción
    insalvable y deja la mesa servida "para preparar un concepto positivo
    de razón" (Ver: Adorno y Horkheimer: 1994, p.
    56).

    Por otro lado, pero en el mismo orden de ideas, hay otro
    punto importante que aclara un poco la relación
    crítica que sostienen los autores con la razón
    ilustrada. A pesar de que el Excursus de la Dialéctica de
    la Ilustración que trabajaremos en el primer
    capítulo de la tesis, el cual servirá de base
    teórica para el resto del trabajo, tienen como referencia
    de primer orden a Kant, incluso
    citándolo para sostener la crítica sobre los
    efectos de la razón en la crisis
    contemporánea y, especialmente en la dinámica de la
    industria cultural, es preciso decir que dicha crítica
    responde más bien a cierta interpretación de
    Kant que, por lo
    demás, puede ser cuestionada. Más aún, la
    referencia directa a Kant se realiza, inferimos, por ser
    éste, al entender de Adorno y Horkheimer, el pensador que
    mejor representa el ideal burgués con su filosofía.
    Pero si se lee con atención, la crítica de los
    autores se dirige a una cierta interpretación de la
    teoría del conocimiento
    kantiana y no a la desarrollada en la Crítica de la
    razón pura a partir de la tensión entre las
    posturas racionalista y empirista. Volveremos sobre este
    punto.

    Sin embargo, tal como lo reconoce Adorno, y así
    se lo hace saber en una carta a Leo
    Löwental, quedan cosas pendientes en Dialéctica de la
    Ilustración, pues sabe "que la relación de la
    instancia crítica con la instancia criticada no ha sido
    aclarada teóricamente". De hecho, el momento de verdad de
    la razón es sólo enunciado en esta obra, lo que
    permite o deja ciertas preguntas: ¿cómo y bajo
    cuáles circunstancias se manifiesta dicho momento?
    ¿En qué consiste? ¿Pudiera ser el arte y la
    cultura la "utopía oculta" en ese momento?

    La respuesta no la dan los autores, sólo dejan
    abierta su reflexión al servicio de la
    especulación de los interesados.

    2. Recorrido
    expositivo

    Mi tesis consta de tres capítulos, el primero,
    titulado De la racionalidad eclipsada a la ilustración de
    la ambigüedad moral.
    Consideraciones sobre el concepto de razón, al igual que
    el primer ensayo de
    Dialéctica de la Ilustración, contiene la base
    teórica de la argumentación posterior. En un
    registro
    eminentemente expositivo y, en algunos casos, comparativo,
    intenta establecer la relación entre racionalidad y
    realidad social expresada a través de la industria de la
    cultura. Es decir, intenta exponer el proceso mediante el cual la
    Ilustración en su empeño por racionalizar todas las
    esferas de la vida social, motoriza la progresiva
    funcionalización e instrumentalización de la
    razón teniendo como consecuencia la pérdida, por
    parte del sujeto, del sentido crítico y de la
    libertad.

    El segundo capítulo, que lleva por título:
    La industria cultural como engaño de masas o la libertad
    de lo siempre igual, expone el proceso mediante el cual los
    postulados de la Ilustración devienen falsa conciencia,
    expresada a través de los medios de la
    industria de la cultura, que legitiman la verdad que ellos mismos
    representan. Es decir, describe la manera mediante la cual la
    Ilustración termina por ser, en su expresión
    ideológica, cálculo de
    efectos y desarrollo de técnicas de reproducción
    mecánica y difusión masiva,
    fetichizando tanto sus propias creaciones como el poder que tiene
    para controlarlo y manipularlo todo al tiempo que hace creer en
    la libertad de elección y pensamiento.

    El último capítulo, aunque
    metodológicamente podría leerse como conclusiones
    de lo anteriormente expuesto, sólo lo es precisamente en
    esa esfera, puesto que por la propia dinámica de la forma
    y contenido de su objeto de indagación no es un cierre
    sino una "escala
    cromática" más –como la llamaría
    Adrián Leverkühn–, que tiene como base el
    recorrido completo de una escala anterior.
    Es, en consecuencia, una exposición de dudas e
    interrogantes, comparaciones de intérpretes y lecturas, y
    constancia de la imposibilidad de un cierre definitivo y de la
    posibilidad sólo de un cierre parcial sobre los alcances y
    límites de la industria de la cultura. El mismo se titula
    ¿La cultura como utopía concreta?, una pregunta
    que, para que al menos no sea falsa o deje de tener sentido,
    tiene que ser respondida constantemente para que nunca sea
    contestada.

    3. De la racionalidad
    eclipsada a la ilustración de la ambigüedad

    moral.

    Consideraciones sobre el concepto de
    razón

    Con el fin de establecer una base teórica que le
    dé sustento a las reflexiones posteriores sobre la
    industria cultural, sus alcances y sus límites, este
    primer capítulo expone las consideraciones críticas
    sobre la racionalidad ilustrada realizadas por Adorno y
    Horkheimer, específicamente en Dialéctica de la
    Ilustración.

    Allí, los autores relacionan el carácter
    unidimensional del proceso moderno de racionalización con
    una tendencia interna hacia la reificación y la
    instrumentalización inherentes al pensamiento conceptual
    ilustrado, lo cual tiene efectos y responsabilidad directa sobre la crisis de la
    actualidad. Para éstos, el proceso ilustrado de
    desmitificación del mundo dio pie para la oposición
    de dos concepciones de razón contrarias entre sí,
    una sustantiva y crítica y otra analítica e
    instrumental, eclipsando esta última a la
    primera.

    Una de las razones para que se produzca este eclipse es
    que la razón instrumental está relacionada
    directamente con el principio de intercambio, principio "en el
    que cualquier cosa queda reducida a un equivalente abstracto de
    cualquier otra cosa al servicio del
    intercambio universal" (Jay: 1988, p. 29), que en términos
    de Adorno significa que lo diferente, cualitativamente
    considerado, lo no idéntico, es o intenta ser identificado
    cuantitativamente de forma forzada, esto es, se intenta lograr
    una unidad homogénea, que para Adorno y Horkheimer es
    falsa o ilusoria, o por lo menos no verdadera.

    Otra razón de la anulación que una
    concepción de razón ejerce sobre la otra es el
    vínculo que sostiene la razón analítica con
    el intento de dominar la naturaleza.
    Así, una vez que el mundo natural se ve reducido a un
    medio de entidades perecederas, sin diferencias cualitativas, con
    el fin de favorecer el control
    científico, al mismo tiempo un proceso de
    dominación subjetiva de los objetos "prepara el camino" de
    una dominación de los sujetos similar a la de la naturaleza, pero
    a través de la reificación. En última
    instancia, un proceso de dominación conduce al otro: el de
    la naturaleza al de la subjetividad del individuo, y de
    ahí al del mundo social.

    De allí que, teniendo como referencia el discurso
    construido por Adorno y Horkheimer en su Dialéctica, una
    de las principales preocupaciones que recorren el presente
    capítulo es la que presenta la contradictoria
    relación entre racionalidad y progreso, es decir, como
    dicha relación contiene los anhelos de desarrollo y
    felicidad del hombre y, a la
    vez contiene, su antítesis: una barbarie cada vez
    más imponente en la medida que avanza la carrera por el
    control
    científico e instrumental de la naturaleza y por el
    progreso del hombre.

    Con estas ideas presentes, Theodor Adorno y Max
    Horkheimer comienzan el Excursus II de Dialéctica de la
    Ilustración citando un fragmento del texto de Kant
    llamado: "Respuesta a la pregunta: ¿Qué es la
    Ilustración?", específicamente el fragmento que
    define a la Ilustración como la salida del hombre de su
    "autoculpable minoría de edad", aduciendo que la
    minoría de edad significa, en este caso, la falta de
    capacidad de un sujeto de servirse de su entendimiento sin la
    guía del otro. Y agregan que "el entendimiento sin la
    guía del otro" es el entendimiento guiado por la
    razón.

    Los autores derivan de este pasaje que el entendimiento,
    para ser coherente consigo mismo, reúne y agrupa todos los
    conocimientos particulares en un sistema. Para
    sustentar esta idea citan dos pasajes kantianos extraídos
    de la Crítica de la razón pura, en los cuales Kant
    afirma que "el verdadero objeto de la razón no es
    más que el entendimiento y su adecuada aplicación
    al objeto", para complementar diciendo que la razón pone
    una suerte de "unidad colectiva como fin de los actos del
    entendimiento", unidad que es el sistema. Para los
    frankfurtianos, las normas del
    sistema son las líneas a seguir al momento de formular o
    hacer una construcción jerárquica de los
    conceptos.

    Consideran Adorno y Horkheimer que para Kant, al igual
    que para Leibniz y Descartes,
    tres representantes del pensamiento moderno, la racionalidad
    consiste en "completar (…) la conexión
    sistemática mediante el ascenso a géneros
    superiores y el descenso a especies inferiores" (Adorno y
    Horkheimer: 1994, p. 129), por lo que la sistematización
    del conocimiento, según Adorno y Horkheimer, utilizando
    palabras de Kant, es "la interconexión a partir de un solo
    principio" (Adorno y Horkheimer: 1994, p. 129).

    De modo que para los autores de Dialéctica de la
    Ilustración, el pensamiento, tal como lo entiende la
    Ilustración, tiene sentido cuando produce un orden
    científico unitario y deduce el
    conocimiento de los hechos de principios, bien sea que se
    manifiesten como axiomas determinados arbitrariamente, como ideas
    innatas o como abstracciones supremas.

    Por esta razón, para Adorno y Horkheimer las
    leyes
    lógicas conforman las relaciones más generales
    dentro del orden científico que promueve la unidad, por lo
    que estas leyes permiten definir dicho orden. Esta unidad
    lógica, por su parte, encuentra su asidero en el principio
    de no contradicción, principio que la fundamenta y le da
    consistencia.

    Para la Ilustración, en consecuencia, conocer es
    hacerlo bajo principios y esta acción cognoscitiva es
    afín con el juicio que va incorporando y reuniendo lo
    particular dentro del sistema.

    Teniendo estos argumentos como premisa, los autores de
    Dialéctica de la Ilustración consideran que todo
    pensamiento que no tenga por objeto la formación de un
    sistema, o bien no posee una dirección o bien es autoritario.

    Para la Ilustración, continúan, la
    razón no puede no ofrecer más que la idea de unidad
    sistemática, de manera tal que todo fin objetivo al
    que puedan referirse los hombres como puesto por la razón,
    -en el sentido de la ilustración- es ilusión,
    mentira, "racionalización", por más que los
    filósofos se esfuercen particularmente en
    apartar la atención de esta consecuencia y dirigirla a su
    sentimiento humanitario (Adorno y Horkheimer: 1994,
    p.130).

    El fin objetivo al que pueden referirse los hombres como
    puesto por la razón –la cual ofrece y tiende a una
    idea de unidad sistemática– es falso porque
    ésta adecua y moldea las percepciones de la experiencia
    que tiene el sujeto, así como las impresiones que tiene
    del contacto con la realidad de su propia cotidianidad. De esta
    manera, cada sujeto puede tener una posición "racional y
    objetiva" diferente de la del otro sobre la percepción
    de una experiencia cualquiera dada, pues en su proceso de
    sistematización y unificación de los momentos y
    particularidades de su percepción
    cada quien puede interconectarlas de manera distinta, dejando
    abierta la posibilidad de que existan diferentes versiones
    completamente "racionales" de un mismo acontecimiento.

    Así, los fines objetivos
    racionales que puedan trazarse los hombres no son tales, por el
    contrario, son subjetividades que permiten "arbitrariedades
    justificadas racionalmente", como las del autoritarismo, por
    ejemplo (Cfr. Adorno y Horkheimer: 1994, pp. 130). De hecho, para
    Adorno. Sólo hay una forma de sistema adecuada al mundo:
    la que, en cuanto contenido, logra escapar a la hegemonía
    del pensamiento; pero la unidad y la armonía son a la vez
    la torcida proyección de un Estado que ha
    perdido todo antagonismo y que está satisfecho con las
    coordenadas de un pensamiento dominador y represivo (Adorno:
    1984, p. 32).

    Más aún, en la lectura de
    Albrecht Wellmer sobre el particular afirma que para Adorno y
    Horkheimer

    …la lógica formal, la ley de no
    contradicción, y la naturaleza general e
    "identificadora" del pensamiento conceptual aparecen como las
    raíces últimas de un proceso de
    racionalización que, de acuerdo con su lógica
    interna, termina reduciendo la razón a la razón
    formal e instrumental, estableciendo un sistema completamente
    racionalizado de dominio, y eliminando al sujeto
    autónomo. En el mundo no hay lugar ya para la idea de
    razón; (…) se trata más bien de que la falsa
    racionalidad del mundo moderno hace que la idea de razón
    aparezca como una mera ilusión (A.A. V.V: 1994, pp.
    82-83).

    De este modo, volviendo nuevamente al argumento
    sostenido por Adorno y Horkheimer en su Dialéctica, la
    sistematización que realiza la razón de los
    conocimientos particulares de diversa índole, a
    través del entendimiento, hasta convertirlos en
    formalizaciones lógicas, tiene como fin establecer
    relaciones generales o universales que permitan hacer
    definiciones y conceptualizar mediante la identificación y
    unificación de las mismas. Por lo que la unidad y la
    identidad se
    convierten en pilares fundamentales de la razón ilustrada
    que busca el establecimiento de un sistema. "El
    conocimiento –comentan Adorno y Horkheimer– se
    identifica con el juicio que integra lo particular en el
    sistema". Por lo que la razón busca reunir los
    conocimientos particulares y formalizarlos para darle un
    carácter unitario e idéntico y de esta manera
    convertirlos en universales: "La razón no proporciona otra
    cosa que la idea de una unidad sistemática, los elementos
    formales de una sólida interconexión conceptual"
    (Adorno y Horkheimer: 1994, p. 130).

    La razón, citan Adorno y Horkheimer a Kant, es
    "la facultad de derivar lo particular de lo universal" (Adorno y
    Horkheimer: 1994, p. 130), ya que existe una homogeneidad de lo
    universal y de lo particular que los autores de Dialéctica
    de la Ilustración consideran que Kant garantiza a
    través del esquematismo del entendimiento puro, "que
    consiste en el obrar inconsciente del mecanismo intelectual que
    estructura ya la percepción conforme al entendimiento"
    (Adorno y Horkheimer: 1994, p. 130).

    Así, comentan, sin el esquematismo ningún
    modelo se
    adecuaría al concepto, no habría unidad en el
    pensamiento y la unidad del sistema, pretensión
    irrenunciable de la racionalidad, no sería posible. Para
    ambos, es menester que la ciencia
    logre esta unidad.

    Es así como la unidad, expresada en el
    esquematismo de la teoría kantiana del conocimiento, tiene
    un rol fundamental para la razón, porque le permite a
    ésta poder universalizar los conocimientos particulares y
    parciales que se le presentan a la percepción, y de este
    modo establecer las conexiones necesarias que le dan coherencia
    formal a todo el órgano de proposiciones con el que se
    enfrenta al mundo cuando lo conoce.

    Sin embargo, hay que hacer notar, recurriendo a lo
    anteriormente dicho sobre la teoría del conocimiento de
    Kant y cierta interpretación hecha por el kantismo, que
    esta afirmación sobre la universalización y
    sistematización de la razón en su afán
    homogeneizador no corresponde con lo expresado por Kant en la
    Crítica de la razón pura, en la
    "Arquitectónica de la razón pura" de la "Doctrina
    trascendental del método",
    según la cual dicha universalidad se intenta lograr
    más por "amontonamiento" que por "articulación",
    por lo que la diversidad y las particularidades no tiene un lugar
    claro dentro de una "rapsodia" de conocimiento.

    De igual forma, el sistema que forma la unidad de
    pensamiento lograda por la razón a través del
    entendimiento, tiene que estar en "armonía" con el mundo
    para poder conocerlo y experimentarlo, puesto que como
    (supuestamente) el proyecto científico sustentado en la
    razón ilustrada tiene la intención de dominar la
    naturaleza (el mundo), para así poder manipularla y
    predecirla en su comportamiento
    y en sus hechos, también tiene que tener una
    relación con ésta que le permita a su vez
    confirmar, lo más acertadamente posible, las predicciones
    realizadas por el entendimiento. Pero para Kant, como dice en su
    "Dialéctica trascendental",

    La razón se reserva únicamente la absoluta
    totalidad en el uso de los conceptos del entendimiento e intenta
    conducir hasta lo absolutamente incondicionado la unidad
    sintética pensada en la categoría. Podemos, pues,
    llamar esta unidad de los fenómenos unidad de la
    razón, al igual que podemos denominar unidad del
    entendimiento a la expresada por la categoría.
    Consiguientemente, la razón sólo se refiere al uso
    del entendimiento, no en el sentido de que este uso contenga el
    fundamento de la experiencia posible (ya que la totalidad
    absoluta de las condiciones no es un concepto aplicable en la
    experiencia, puesto que esta nunca es incondicionada), sino para
    imponerle una proyección hacia cierta unidad de la que el
    entendimiento no posee ningún concepto, unidad que tiene
    como objetivo recapitular todos los actos del entendimiento
    relativos a cada objetos en un todo absoluto. Por ello es siempre
    trascendente el uso objetivo de los conceptos puros de
    razón, mientras que el de los conceptos puros del
    entendimiento tienen que ser, con arreglo a su naturaleza,
    siempre inmanente, ya que se limita a la simple experiencia
    posible. (Kant: 1997, p. 317. B383/A327)

    No obstante, Adorno y Horkheimer para sustentar sus
    afirmaciones sobre la capacidad del proyecto científico
    ilustrado de manipular, controlar y predecir el mundo, se basan
    en otros pasajes kantianos, y consideran que "si todas las leyes
    de la experiencia constituyen sólo determinaciones
    especiales de otras leyes todavía más elevadas, las
    supremas de las cuales (…) proceden a priori del mismo
    entendimiento" (Adorno y Horkheimer: 1994, p. 130), entonces en
    una eventual investigación sería necesario
    verificar constantemente que los principios permanezcan siempre
    unidos a los juicios de hechos y que los conceptos vayan de la
    mano con su corroboración en la experiencia. "Esta
    concordancia de la naturaleza con nuestra facultad de
    conocimiento es propuesta a priori por el juicio" (Adorno y
    Horkheimer: 1994, p.130), citan a Kant, Adorno y
    Horkheimer.

    Para estos últimos, si se asume el planteamiento
    kantiano, entonces el sistema debe estar en armonía con la
    naturaleza, ya que consideran que como los hechos son
    pronosticados desde el sistema, los mismos hechos lo confirman.
    Sin embargo, advierten de inmediato que los hechos no pueden ser
    comprendidos meramente como un producto del
    sistema, ellos pertenecen a la praxis, a la experiencia. Los
    hechos en cualquier circunstancia ponen de relieve el
    contacto del sujeto individual con la naturaleza en cuanto objeto
    social: "experimentar es siempre un actuar y un padecer reales"
    (Adorno y Horkheimer: 1994, pp. 130), por lo que no es posible
    abandonar la adecuación del sistema a los juicios a
    priori: la experiencia en ocasiones disiente del conocimiento
    previo, de los juicios que se tienen de antemano sobre los
    hechos.

    Adorno y Horkheimer objetan que, en el pensamiento
    racional moderno, "la percepción que permite probar una
    teoría se reduce por lo general –a decir de
    ellos– a la chispa eléctrica que se enciende en el
    dispositivo experimental". Para el pensamiento científico
    si la chispa no se produce, esto sólo significa dos cosas:
    uno, que la teoría no es la correcta, y dos, que el
    ayudante encargado de hacer el experimento es incompetente. Por
    otra parte, para ambos, "las condiciones del laboratorio
    son la excepción" (Adorno y Horkheimer: 1994, p. 131).
    Pero la armonía entre pensamiento y percepción no
    puede ser meramente ésta, esta no es la praxis real. Para
    los investigadores del Instituto la chispa, que expresa con
    más exactitud la falta de pensamiento sistemático,
    el atentado contra la lógica, no es una percepción
    efímera, sino la muerte
    súbita (Adorno y Horkheimer: 1994, p. 131).

    Desde esta perspectiva frankfurtiana, podría
    entenderse que la razón promueve la ciencia no
    sólo para explicar sino para predecir el mundo natural y
    hasta el social; que está en capacidad de discernir
    regularidades y vislumbrar consecuencias empíricas de
    distintos hechos; que puede valorar procedimientos de
    decisión racional utilizando los medios
    más adecuados para alcanzar los fines deseados. Sin
    embargo, para estos teóricos sociales, esta perspectiva
    instrumental de la razón ilustrada generaría
    problemas a
    partir del momento en que sus necesidades sean de carácter
    práctico y busquen justificar fines o garantizar normas
    universales de carácter moral.

    Para Adorno y Horkheimer, la razón entendida de
    esta manera, esto es, sólo instrumentalmente, exige
    rechazar un tipo de reflexión crítica que
    profundiza en la explicación y la comprensión de
    los procesos
    sociales, los cuales están llenos de contradicciones y
    diferencias.

    De allí que la razón técnica o
    instrumental ayuda a establecer un estado
    "oculto" de dominio y represión, mientras que la
    razón crítica mencionada, razón
    con implicaciones práctico-morales, tiene como fin ella
    misma en tanto que razón práctica.

    La existencia de esta razón se basa en la
    libertad de examinar las distintas propuestas y afirmaciones que
    se le presentan y también de revisar los juicios que le
    son dados, condición que, para los pensadores del
    Instituto, al menos permite plantear una posibilidad de verdadera
    libertad. Por el contrario, consideran Adorno y Horkheimer, el
    desarrollo de una racionalidad instrumental lejos de conducir a
    la realización concreta de la libertad, contribuye a la
    creación de una camisa de fuerza invisible para el ojo no
    educado, a la creación de una "jaula de hierro"
    –como diría Weber
    de la que resulta casi imposible escapar, pues la planificación de los hechos y la "perfecta"
    correspondencia entre éstos y el pensamiento, termina por
    ahogar al sujeto en una letanía producto de la
    homogeneidad y la dilusión de las diferencias y
    discrepancias.

    Como la tendencia irresistible de la racionalidad
    unidimensional hacia el establecimiento de una unidad, sistema y
    coherencia no se manifiestan sólo en la
    objetivación científica en aumento del mundo y en
    la universalización del principio de intercambio
    capitalista, sino que más bien se expresa también
    en una progresiva reificación de la conciencia que al
    final hace que la idea de razón, y, por tanto, la idea de
    liberación, sean literalmente impensables (A.A.V.V: 1994,
    p. 83).

    Como puede apreciarse, el concepto de razón
    plantea dificultades provenientes de contradicciones reales que
    exigen establecer distintos registros de
    compresión. Lo que está en juego tanto en
    la reflexión frankfurtiana como en estas notas de
    revisión no es la validez del concepto de razón,
    sino la posibilidad de comprender el concepto de razón de
    una u otra forma. La posibilidad de comprender y asumir la
    razón como instrumental o la capacidad de cuestionarla y
    criticarla construyendo un concepto de razón que
    esté en "armonía discordante", en una
    relación de comprensión antagónica, con las
    contradicciones del mundo real.

    No obstante, también se podría decir que
    el intento de unidad y dominio que se pretende lograr a
    través de la razón instrumental es una de las
    muchas lecturas posibles, pues la razón técnica ha
    ofrecido la posibilidad de superación y desarrollo
    científico-social, con las implicaciones
    teórico-prácticas que poseen. Sin embargo, no
    parece ser esa la postura de nuestros autores o, por lo menos, no
    es así como ellos lo ven en algunos pasajes
    claves.

    Dicho esto, es preciso decir también que Adorno y
    Horkheimer asoman la posibilidad de concebir una razón
    cuestionadora y crítica, una que intenta estar en
    sintonía con el mundo social real y sus contradicciones,
    que quiere estar ligada con el mundo objetivo para comprenderlo
    bien sea para rechazarlo o bien aceptarlo, para justificarlo o
    cuestionarlo, pero siempre revisándolo a través de
    sus máximas y procedimientos
    racionales.

    Para los autores, se trata de una concepción de
    la razón que se entiende como una reconciliación
    –o al menos el intento de lograrlo– entre lo
    universal y lo particular, entre la tendencia universalizadora
    (por homogeneizadora) de la razón instrumental y la
    convicción crítica de la razón
    práctica ante las experiencias del devenir de la
    cotidianidad, donde ninguna de las expresiones racionales
    involucradas se sacrifique o se limite por la otra, de forma tal
    que la idea de libertad, así como las de verdad y justicia,
    estén en armonía atonal –si cabe el
    término- con el intrínseco e inevitable deseo
    humano, con su voluntad.

    Pero los frankfurtianos no terminan de desarrollar este
    concepto emancipador de la razón. La razón sigue
    siendo para ellos razón instrumental, con todas las
    características que hasta ahora se han
    descrito. La dificultad se presenta cuando hacen esta lectura de la
    razón ilustrada y de allí derivan consecuencias
    práctico-morales.

    Es decir, hasta ahora éstos han sustentado el
    devenir histórico de la Ilustración en un concepto
    de razón técnica que tiene como único fin el
    control de la naturaleza, construyendo un sistema cerrado de
    racionalidad instrumental como la posibilidad única de
    discurso, como la lógica y la dinámica interna y
    como la ideología fundamental de la sociedad actual. Sin
    embargo, siempre han tenido presente la necesidad de revertir la
    realidad social en las que estaban inmersos, por "no cumplir con
    lo prometido", situación que hace que todo el discurso
    ilustrado sobre el progreso, basado en el control de la
    naturaleza, se venga abajo, y que consideren que la
    aspiración "racional" sea el derrumbamiento y la
    negación del proyecto racional ilustrado, más que
    el desarrollo y la realización del mismo.

    Para Adorno y Horkheimer el sistema de la
    Ilustración como expresión técnica es la
    forma de conocimiento que mejor domina y manipula los hechos, que
    colabora cabalmente con el sujeto en su intento de dominar a la
    naturaleza. Razón por la cual el burgués, por
    ejemplo, en tanto que propietario de esclavos, empresario y
    administrador
    expresa de manera representativa el pensamiento
    ilustrado.

    Los autores de Dialéctica de la
    Ilustración consideran que las dificultades que presenta
    el concepto de razón, que además en la
    Ilustración no aparecen expresadas claramente debido a la
    supuesta transparencia de sus propios juicios, vienen dadas por
    el hecho de que el sujeto racional está permanentemente
    envuelto en contradicciones reales con el mundo, es decir, en las
    contradicciones reales de la experiencia. Para los dos
    pensadores, la dificultosa relación entre el yo
    trascendental y el yo empírico y otras tantas
    contradicciones más, quedan manifestadas claramente en la
    Crítica de la razón pura.

    En ésta, consideran estos teóricos
    críticos, el concepto de razón es ambiguo, pues,
    por una parte, la razón expresada como yo trascendental
    supraindividual trae consigo la idea de hombres y mujeres
    conviviendo libremente y organizados como un sujeto universal,
    superando la conflictiva relación entre la razón
    pura y la razón empírica para llegar a "la
    consciente solidaridad del
    todo". En este sentido, la razón es una fiel
    representación de universalidad, de utopía. Sin
    embargo, apuntan inmediatamente los autores en cuestión,
    por otra parte, la razón se expresa a su vez como un
    pensamiento calculador que organiza el mundo con el fin de lograr
    la autoconservación y siempre pensando convertir al objeto
    sensible en objeto de dominio. Por esto, para Adorno y
    Horkheimer, "la verdadera naturaleza del esquematismo que hace
    concordar desde afuera lo universal y lo particular, el concepto
    y el caso singular, se revela finalmente en la ciencia
    actual como el interés de la sociedad industrial" (Adorno
    y Horkheimer: 1994, p. 131).

    Es así como cualquier proceso técnico
    basado en los patrones sistemáticos de la razón
    puede repetirse o sustituirse, por lo que todo podría ser
    ejemplo de un modelo
    conceptual originado en el sistema. Esta situación tiene
    una expresión en la cotidianidad, en el mundo social, que
    se evidencia en los procesos y objetivos de la industrial
    cultural de masas, ya que le permite controlar y dominar a los
    consumidores reduciéndolos a un sujeto abstracto (que en
    el fondo ni siquiera es un sujeto como tal) y anulando las
    diferentes connotaciones sensibles del sujeto moral.

    De esta manera, para los autores, el conflicto que
    eventualmente podría haber entre la ciencia
    administrativa vivificadora, entre un espíritu colectivo o
    público y la experiencia del sujeto individual, del
    individuo, se prevé ya de antemano por las circunstancias
    que plantea la razón técnica ilustrada.

    En ésta, los sentidos
    están determinados previamente por todo un aparato
    conceptual, por todo un sistema, mucho antes de que tenga lugar
    una percepción. De este modo, consideran Adorno y
    Horkheimer, el burgués, que es el sujeto representativo
    del pensamiento ilustrado y que necesariamente conoce a
    través de esos principios, ve con antelación al
    mundo como la materia misma
    con la cual va a construir ese mismo mundo, pues la mencionada
    sistematicidad de su pensamiento y su intento de dominarlo y
    manipularlo, para así controlar y predecir los hechos, lo
    hace "capaz" de ver el mundo como predeterminado o prefabricado
    por sus propias formas racionales.

    Los frankfurtianos usan como ejemplo de esto a
    Hollywood, diciendo que Kant ha anticipado de manera intuitiva
    sólo lo que la "Meca del cine" ha hecho
    conscientemente: la censura previa de las imágenes,
    pues ya en la fase misma de postproducción y
    edición se hace un corte de escenas con el fin de censurar
    lo que se considera, según los modelos del
    entendimiento conforme al cual han de ser contempladas las
    películas luego, que no debe ver el público, la
    masa uniforme.

    La razón de esta censura, a su entender, es un
    modelo de entendimiento que se adecua, o que está
    conforme, a lo que ellos consideran debe ser censurable o no. "La
    percepción mediante la cual el juicio público se ve
    confirmado está ya preparada por éstos incluso
    antes de que se produzca" (Adorno y Horkheimer: 1994, p. 132).
    Por esto, para Adorno quizá una película que
    cumpliera rigurosamente con el code de la Hays Office
    podría llegar a ser una gran obra, pero no en un mundo
    donde existe una Hays Office (Adorno:
    1987, p. 192).

    De allí que si en algún momento hubo en el
    concepto de razón una utopía que apuntaba a un
    interés identificador, conservando las diferencias
    ónticas de los sujetos, aun si estos fuesen reprimidos, la
    razón –de acuerdo con el planteamiento de los
    autores– funciona ahora, por el contrario, de manera
    sistemática y de acuerdo a unos fines que allanan o
    eliminan las diferencias en pos de un "idéntico
    interés común".

    No obstante, este interés común tiene al
    menos dos lecturas posibles. Una que podría surgir de la
    pregunta: ¿qué tiene de malo la búsqueda del
    interés común? En principio nada, porque esta
    comunidad de
    intereses de los sujetos morales les permite lograr beneficios
    que aprovechen todos y que les rindan resultados deseados sobre
    uno u otro objetivo compartido, actuando siempre de acuerdo a sus
    principios. Por lo tanto, se podría sugerir una lectura
    "positiva" o aceptable de la noción de interés
    común.

    Sin embargo, la otra lectura posible sugiere que este
    interés común es sólo aparente, ya que de lo
    que realmente se trata es de la eliminación, por parte de
    la racionalidad instrumental, de las diferencias propias del
    sujeto individual que se desenvolvería dentro de un
    colectivo que, a pesar de tener puntos comunes y de
    interés, envuelve al sujeto en una uniformidad que no da
    cabida a las distinciones. Parafraseando a Gramsci, ese
    interés no es entre miembros de un colectivo
    orgánico sino entre hombres masa limitados en su capacidad
    deliberativa y crítica.

    Siguiendo la clave de la lectura
    frankfurtiana, la razón no permite bajo esta
    sistematicidad cualquier otra determinación que no sea la
    clasificación o, volviendo al ejemplo anterior, la censura
    que ella previamente ha hecho para lograr el funcionamiento que
    desea. Así, nadie puede ser diferente de lo que
    previamente se ha determinado que sea. Si se toma como ejemplo
    los estereotipos que impone la sociedad, entonces los sujetos
    pueden ser, por ejemplo, un miembro útil y triunfador de
    ésta, un tipo exitoso o, por el contrario, un perdedor, un
    fracasado y hasta un excluido. La razón se manifiesta a
    través de una lógica que pareciera ser
    democrática en teoría, y bajo este sistema "justo",
    ningún sujeto tiene un privilegio dentro de la sociedad
    que no pueda gozar otro.

    Con base en esto, Adorno y Horkheimer comparan el
    funcionamiento de la ciencia con la manera como funcionan los
    seguros,
    particularmente con la vida y con la muerte. No
    importa quién muere, lo que importa para la
    compañía de seguros es la
    relación de los casos con los que la
    compañía tiene obligación. Lo que importa es
    el funcionamiento y la coherencia de los grandes números y
    no el caso particular, no las condiciones en las cuales se dieron
    los sucesos, sino que estén adecuados a la formula
    general. De esta manera, creen ellos, opera la
    ciencia:

    La coincidencia de lo universal y lo particular se haya
    contenida, y ni siquiera ya secretamente, en un intelecto que
    percibe lo particular sólo como un caso de lo universal y
    lo universal sólo como la cara de lo particular por la que
    éste se deja captar y manipular. La ciencia misma no tiene
    ninguna conciencia de sí; es un instrumento" (Adorno y
    Horkheimer: 1994, p. 132).

    Para los frankfurtianos, el pensamiento de la
    Ilustración es aquel que identifica la verdad con el
    sistema científico, entendiendo sistema científico
    tal como lo han comparado previamente.

    Bajo estos parámetros, el intento de fundamentar
    la identidad o el
    carácter identificador de la ciencia, conduce a conceptos
    que "científicamente" carecen de sentido, pues son meras
    fórmulas para manipular según las reglas de un
    juego que la
    ciencia misma ha inventado.

    Para estos miembros de la Escuela de Frankfurt, el
    intento de autocomprensión de las ciencias es
    realmente un concepto que le es ajeno, pues ésta es
    fundamentalmente ejercitación técnica, es un mero
    ejercicio del entendimiento y de reflexión sobre sus
    propios fines, pues la revisión constante de sus alcances
    y de sus objetivos, así como de sus repercusiones
    práctico-morales, no es la manera como funciona la
    ciencia, que es sólo un sistema unificador que tiende a la
    identidad y que no tiene entre sus preocupaciones la
    reflexión moral.

    El pensamiento ilustrado manifiesta el desespero que
    tenían sus fundadores de encontrar una razón
    –que éstos llaman "intelectual"–, que
    sostuviese los basamentos de la sociedad cuando fallara el
    interés moral legítimo. Ellos consideran que los
    pensadores ilustrados, como auténticos representantes de
    su tiempo y de las formas del pensamiento y del actuar de la
    época, pactan en la cotidiananidad con los poderes que
    ellos desde su teoría condenan, pues sus propuestas, en
    definitivo, nunca podrán hacerse realidad concreta. Esas
    doctrinas morales que intentaban sostener la sociedad cuando
    fallase el interés moral legítimo eran, consideran
    éstos, "propagandistas y sentimentales", o querían
    ser incluidas a la fuerza, o dadas desde una perspectiva que no
    derivaba del hecho moral mismo.

    Para Adorno y Horkheimer el intento de Kant de
    considerar las conductas morales como un hecho, el intento
    kantiano de fundamentar el deber, el respeto mutuo,
    los imperativos categóricos, a través de una ley de
    la razón, no tiene un fundamento crítico. Por eso
    el sujeto ilustrado, el burgués –como lo llaman
    Adorno y Horkheimer–, que se prive a sí mismo de
    ganar como sea, de lograr su cometido o beneficiarse y
    aprovecharse, simplemente basándose en el motivo kantiano
    del respeto a las
    formas de la ley, puede decirse que no es realmente un ilustrado,
    ni siquiera –dice Adorno– un supersticioso, sino un
    loco.

    El fundamento del optimismo kantiano, consideran todos
    los frankfurtianos, según el cual "la acción moral
    es racional incluso allí donde la acción inmoral
    tiene buenas probabilidades de triunfo", se basa en el horror de
    recaer en la barbarie que representa la ley del más fuerte
    y la guerra de
    todos contra todos. Pues para Kant si las fuerzas morales,
    el amor mutuo
    y el respeto desaparecieran, entonces la inmoralidad
    acabaría completamente a los seres racionales.

    No obstante, según el mismo Kant, a decir de
    Adorno y Horkheimer, ante la razón científica,
    estrictamente instrumental, los asuntos morales son impulsos de
    la conducta
    –no menos neutrales que las fuerzas inmorales– que
    igual pudieran convertirse en "inmorales" tan pronto como se
    orientan a una conciliación con el poder.

    Según los filósofos negativos, esto sucede como aquel
    pacto que en la práctica hacían los pensadores
    ilustrados con el poder, pues la Ilustración destierra,
    elimina de la teoría, esa diferencia entre impulsos
    morales y conductas inmorales. Por ello una de las grandes
    preocupaciones de Adorno y Horkheimer es que el orden totalitario
    imperante en su tiempo se haya tomado de forma totalmente seria
    este modelo de relación de la razón con las
    conductas morales.

    Para éstos, el fascismo, por
    ejemplo, le escamotea a los individuos la deliberación
    moral y no promueve el desarrollo pleno de una conciencia moral
    de la colectividad. Le impone medidas y normas de conducta
    generales para su desenvolvimiento social y de compromiso con los
    intereses de todos, en este caso con los intereses del
    régimen, y además condiciona su bienestar al
    cumplimiento de las regulaciones claramente definidas. A cambio, el
    sujeto individual no tiene que cumplir con disciplinas
    férreas en el plano personal y se
    permite distracciones morales que lo colocan en una
    situación bastante "holgada" para hacer sus deliberaciones
    prácticas. El totalitarismo le otorga a las
    particularidades del sistema todas las "libertades" mientras no
    disienta del mismo, pues basa su ejercicio político en las
    condiciones que la brinda la racionalidad científica tal
    como se viene entendiendo.

    La regla que guía esta racionalidad
    científica, en palabras de Adorno: una "sangrienta
    capacidad productiva", es la eficiencia
    (Adorno y Horkheimer: 1994, p. 134).

    Para Adorno y Horkheimer, el espíritu ilustrado,
    el pensamiento de la Ilustración, va en contra de la
    autoridad
    solamente cuando dicha autoridad no
    tiene la fuerza necesaria para imponerse, para lograr que
    sucumban ante ella, en otras palabras, es enemigo de un poder que
    no es tal poder, que no es poderoso. Por ello, mientras no se
    tome en cuenta quién pone en práctica la
    razón, quién razona, la razón no tiene mayor
    inclinación por la violencia o
    por la mediación, es decir, da para todo o puede estar tan
    cerca de un extremo como de otro. Dicen los autores que
    según la situación de un individuo o de un grupo, la
    razón puede hacer aparecer un hecho cualquiera como de paz
    o de guerra, de tolerancia o de
    represión, por lo que tomando en cuenta lo que ellos
    dicen, esta situación puede apreciarse sin mayor esfuerzo
    analizando esa flexibilidad del discurso de muchos Estados
    poderosos que usan los "argumentos de razón" para
    planificar e intervenir, ya sea en nombre de la democracia, en
    nombre de la estabilidad o en pro de una economía más
    sana, en los procesos internos de Estados más
    débiles, o Estados que no están realmente
    constituidos. Hasta pueden matar en nombre del respeto a la
    vida.

    Tomando en cuenta la referencia del pensamiento
    frankfurtiano, el discurso ilustrado da para todo y para todos,
    pues como no está en juego quién pone en
    práctica los argumentos racionales, la razón esta
    dada como un hecho y sus posibilidades ejecutivas son bastante
    plurales, por decir lo menos.

    Para los que dominan o los que tienen el poder, los
    hombres son meros materiales,
    son –consideran Adorno y Horkheimer– como lo es la
    naturaleza para la sociedad. Así, un ejemplo en el que se
    revela o se manifiesta una forma de dominio es el terror que
    imponen las formas racionales que difundió el fascismo.

    Adorno y Horkheimer, para ejemplificar la
    situación planteada, citan la historia de Julliete escrita
    por el Marqués de Sade, en donde el príncipe Frank
    Caville en una recepción del rey de Nápoles
    dice:

    entonces, hay que sustituir las quimeras religiosas por
    un gran terror; liberad al pueblo del temor de un infierno
    futuro, que se entregue a todo tan pronto como haya sido
    destruido, pero sustituid esta terrible quimera por leyes penales
    prodigiosamente severas y que sólo recaigan sobre
    él; porque es el único que importuna al Estado:
    siempre es en su clase, donde nacen los descontentos.
    ¿Qué le importa al hombre rico la idea del freno
    que jamás pesa sobre su cabeza cuando compra esa vana
    apariencia con el derecho de vejar grandemente a su vez a todos
    aquellos que viven bajo su yugo? En esta clase jamás
    encontraréis a uno sólo que no os permita la mayor
    de las tiranías cuando compruebe su realidad junto a los
    otros (Adorno y Horkheimer: 1994, p. 135. Julliete,
    traducción castellana de P. Calvo, Espiral/Fundamentos,
    Madrid, 1986, pp. 202).

    Es así como la razón, siguiendo este
    argumento, se presenta como el instrumento de cálculo,
    de planificación, que es neutral respecto a
    los fines. Por eso para Adorno y Horkheimer, lo que Kant
    fundamentó trascendentalmente –entiéndase la
    afinidad entre conocimiento y planificación, siempre
    pensando en éstos como finalidad, siguiendo el discurso de
    los autores–, ha sido llevada a cabo de manera
    empírica por Sade, incluso un siglo antes de la llegada
    del deporte, por
    mencionar el ejemplo usado por los autores.

    Para Adorno y Horkheimer el deporte, sobre todo los de
    conjunto, es una manifestación de la razón, mucho
    más contemporánea aunque igual de empírica,
    acomodada a una planificación que responde a unos fines
    específicos y que se comporta de la manera como lo
    haría aquel burgués del ejemplo anterior, que no
    dejaría de ganar por atenerse a los imperativos
    categóricos, pues no sería un ilustrado.

    De igual forma, en el deporte, de acuerdo a un fin
    específico, "cuerdo" y racional, que es simplemente ganar,
    se hace uso de la razón de manera sistemática y se
    deja muchas veces a un lado, por no decir siempre, los
    fundamentos morales como lo son el respeto y la
    comprensión del otro.

    Para Adorno y Horkheimer las "modernas secciones
    deportivas", como las llaman estos teóricos
    críticos, con un juego colectivo perfectamente regulado y
    donde ningún jugador tiene alguna duda sobre cuál
    es su papel dentro del conjunto, donde además siempre hay
    uno en la reserva que está presto a sustituirlo en el
    momento en el cual éste no se adecue a su juego, tiene su
    correspondencia, según Adorno y Horkheimer, en los
    juegos
    sexuales de Julliete, en los que ni un solo momento queda
    desaprovechado, ninguna abertura corporal descuidada, ninguna
    función inactiva (Adorno y Horkheimer: 1994, p.
    135).

    Para los autores, tanto en el deporte como en otras
    manifestaciones de la cultura de masas, se impone una actividad
    intensa y enteramente funcional sin que el espectador que no sea
    ducho en la materia sea
    capaz de descubrir cuales son las diferencias en las
    combinaciones posibles, pues el sentido de las jugadas se mide
    según reglas arbitrariamente preestablecidas. Para ello,
    la especial estructura arquitectónica del sistema kantiano
    preanuncia, al igual que la estrategia previa
    a cualquier partido de fútbol, o cualquier
    espectáculo propio de la industria cultural como las
    telenovelas o los grupos juveniles
    de moda, y al
    igual que "las pirámides gimnásticas de las
    orgías de Sade" (Adorno y Horkheimer: 1994, p. 136),
    la
    organización de toda una vida vaciada de cualquier fin
    objetivo:

    Lo que importa en estas organizaciones
    parece ser no tanto el placer cuanto su gestión activa y organizada, como ya en
    otras épocas (…) el esquema de la actividad pesaba
    más que su contenido (Adorno y Horkheimer: 1994, p.
    136).

    Es así como por ejemplo, una vez que la
    utopía que dinamizó la Revolución
    francesa, por decirlo de alguna manera, llegó a la
    música y a
    la filosofía alemana, Adorno y Horkheimer consideran que
    el orden burgués establecido, el status quo,
    funcionalizó por completo la razón.

    La razón se ha convertido en funcionalidad sin
    finalidad. Esta razón, que se acomoda a cualquier fin, que
    da para todo, pues no tiene un objetivo claro, resulta funcional
    y moldeable por cualquiera que se maneje dentro de su estructura,
    la conozca y, en consecuencia, la utilice para sus propios fines.
    En el caso político, por ejemplo el del fascismo, "es el
    plan en
    sí mismo considerado. El Estado
    totalitario manipula las naciones":

    Así es –retomó el Príncipe,
    asistiéndose a esta idea con gran celo–, el
    gobierno tiene
    que ser quien regule la población, el que tenga en sus manos
    todos los medios de extinguirla si la tiene, de aumentarla si
    la cree necesaria, y el que nunca tenga en su justicia
    otra balanza que la de sus intereses y de sus pasiones,
    únicamente combinado con los intereses y las pasiones de
    aquellos que, acabamos de decir, han obtenido de él
    todas las partes de autoridad necesarias para quintuplicar las
    suyas (Adorno y Horkheimer: 1994, p. 136).

    Una explicación de una de las posibilidades de la
    razón, como lo es el totalitarismo:

    Volved ateos y amorales a los pueblos que queréis
    subyugar: mientras no adoren a más dios que a vos no
    tendrán más costumbres que las vuestras,
    seréis siempre su soberano… ahora bien en
    compensación dejadle la más amplia facultad de
    crimen sobre sí mismo; no le castiguéis
    jamás, para hacer que sus dardos vayan dirigidos contra
    vos (Adorno y Horkheimer: 1994, p. 136).

    Desde esta perspectiva de la razón, en sentido
    instrumental y al servicio del totalitarismo, ésta da para
    justificar cualquier acción, ya que cualquier afecto
    está igual de distante de ella. Para Tito Perlini,
    marxista italiano interesado en poner de manifiesto la influencia
    hegelo-marxista en el pensamiento de la Escuela, especialmente
    sobre la teoría crítica de la sociedad, por encima
    del kantismo de boga en aquellos tiempos, la razón
    formalizada e instrumental, subjetiva y neutralizada, se muestra incapaz
    de establecer los fines y el sentido de la existencia humana, y
    se reduce escualidamente a convertir a su vez cualquier cosa en
    instrumento y, por consiguiente, la razón misma se vuelve
    incapaz de justificar su propia existencia (Perlini: 1976, p.
    65).

    Así, el principio según el cual la
    razón se opone a todo lo irracional fundamenta
    –según Adorno y Horkheimer– la
    antítesis entre Ilustración y mitología. La
    razón es para la Ilustración una suerte de esponja,
    un agente químico, lo llaman Adorno y Horkheimer, que
    absorbe en sí la sustancia de las cosas y luego las
    disuelve bajo la forma de autonomía de la razón
    misma.

    De esta manera fue quedando a través de cada
    antítesis entre Ilustración y mitología, una
    suerte de enfrentamiento entre la fuerza de la naturaleza y la
    autoridad del sujeto, pues la razón, haciendo ese papel de
    agente químico, redujo todas las fuerzas de la naturaleza
    a una indiscriminada resistencia
    frente al poder abstracto del sujeto y, es tarea de la
    razón ilustrada, liberar a los hombres de la influencia de
    esta "fuerza natural". Sin embargo, esta liberación
    trascendió más allá de lo que originalmente
    pensaban sus creadores. Así –consideran Adorno y
    Horkheimer–, la dinámica de la economía de
    mercado, por ejemplo, era una forma de expresar una figura real
    de la razón y el poder ante el cual la razón misma
    fracasó.

    Esto, según Horkheimer, -comenta Perlini-
    confiere a la sociedad del industrialismo avanzado un aspecto
    nihilista: la subjetivación, cuanto más parezca
    exaltar al sujeto, en realidad, lo que hace es pronunciar su
    condena a muerte
    (Perlini: 1976, p. 65).

    Por lo que los románticos expresaron
    oportunamente lo que los propios burgueses, como sujetos
    representativos del pensamiento Ilustrado, experimentaron en
    carne propia, según los autores:

    que la libertad conducía a su mundo a la
    anarquía organizada (…) con el desarrollo del sistema
    económico, en el que el dominio de grupos privados
    sobre el aparato productivo divide y separa a los hombres, la
    autoconservación retenida idéntica por la
    razón, es decir, el instinto objetivado del individuo
    burgués, se reveló como fuerza natural
    destructora, imposible ya de separar de la
    autodestrucción. La una se convirtió confusamente
    en la otra. La razón pura devino antirrazón,
    procedimiento
    impecable y sin contenido (Adorno y Horkheimer: 1994, p.
    137).

    Ahora bien, como se había mencionado
    anteriormente, la representación de universalidad que
    significaba la superación dialéctica de la
    relación conflictiva entre razón pura y
    práctica –"la consciente solidaridad del
    todo" expresada en la reconciliación del sujeto con la
    naturaleza, en vez de su afán por dominarla al tiempo que
    la anula–, es decir, el sentido de utopía, con la
    "anarquía organizada" y administrada que representó
    el desarrollo del sistema económico en los términos
    en que, según los autores, se dio en la Ilustración
    –la autoconservación retenida idéntica por la
    razón– a decir de Adorno y Horkheimer, es un
    remanente de la filosofía idealista alemana que incluso
    penetra la vanguardia
    revolucionaria.

    Así, la sociedad tal y como es en la actualidad,
    aunada a las tentativas moralistas de difundir la humanidad como
    un medio racional (tentativas que intentaban mantener el estado
    actual de las cosas como el mejor estado posible y al que
    cualquier ser humano "normal" debiera aspirar), está
    totalmente despojada ya de aquella utopía presente en el
    concepto de razón, que para Adorno y Horkheimer termina
    siendo un mito. La
    conservación de los sujetos y de su situación
    circundante tiene dos manifestaciones que varían de los
    dominadores a los dominados: astuta la de los dominadores, pues
    es una lucha por el poder. Sin embargo, para los individuos
    dominados es una adaptación, hasta resignación, a
    una injusticia a cualquier precio. Ya que
    como dice Tito Perlini en tanto que pensador comprometido con un
    proceso revolucionario de cambio, la utopía que por
    impaciencia se auto-rechaza en la aceptación del presente,
    se condena a la idolatría de lo que la hace inoperante. El
    impulso hacia la verdad no debe reducirse en rendición de
    la verdad al dominio de los hechos (Perlini: 1976, p.
    39).

    La gran filosofía –Leibniz y Hegel, por
    ejemplo–, había descubierto una pretensión de
    verdad incluso en expresiones subjetivas y objetivas que no eran
    de por sí pensamiento: en sentimientos, instituciones
    y obras de arte por ejemplo. Sin embrago, el irracionalismo,
    entendiendo con ello hasta el positivismo
    moderno –para Adorno y Horkheimer última
    expresión de la Ilustración–, aisló el
    sentimiento, como la religión y el arte,
    de toda forma de conocimiento y limitó a la fría
    razón en favor de la vida inmediata. Pero hizo de esta
    fría razón un principio hostil al
    pensamiento.

    En este sentido, a causa de esta hostilidad, el
    sentimiento, y en general toda expresión humana,
    incluyendo por supuesto a la cultura, está libre de
    responsabilidades ante el pensamiento. Lo difícil de esto,
    para Adorno y Horkheimer, es que con ello la cultura
    también se transforma en un elemento neutro de una
    razón "omnicomprensiva del sistema económico", que
    desde hace mucho tiempo ha devenido irracional.

    Sin embargo, desde un principio, la ratio expresada de
    esta manera no podía confiar solamente en la fuerza de
    atracción que ésta ejercería por sí
    sola y por eso se completa a sí misma a través del
    culto a los sentimientos.

    Donde hace una llamada a favor de éstos, esa
    ratio se vuelve contra su propio medio, el pensamiento, que por
    lo demás a ella, razón alienada respecto de
    sí misma, le resultó etodo momento sospechoso. El
    entusiasmo de los amantes en las películas constituye ya
    un golpe a la impasible teoría y se prolongan al argumento
    sentimental contra el pensamiento que ataca a la injusticia. En
    la medida en que los sentimientos se convierten de este modo en
    ideología, el desprecio al que sucumben en la realidad no
    es superado. El que ellos, comparados con las sublimes alturas a
    la que los traspone la ideología, aparezcan siempre como
    excesivamente vulgares, contribuye a condenarlos. La condena de
    los sentimientos estaba ya implícita en la
    formalización de la razón. La
    autoconservación en cuanto instinto natural tiene aun,
    como en otros discursos,
    mala conciencia; sobre la laboriosidad y las instituciones
    destinadas a sus servicios, es
    decir, la mediación independizada, el aparato, la organización, el sistema, cosas –en
    la práctica como en la teoría– de la
    consideración de ser racionales; las emociones
    están integradas en ellas (Adorno y Horkheimer: 1994, p.
    139).

    La Ilustración, consideran Adorno y Horkheimer,
    como etapa de desmitologización se distingue de todas las
    otras que ha tenido la historia humana por el radicalismo que la
    caracteriza. Es sabido que cada vez que una nueva forma de
    sociedad, una nueva religión y una nueva
    mentalidad aparecen en la historia, son eliminadas tajantemente
    tanto las viejas clases como los viejos dioses.

    No obstante, cuando un pueblo pasa a una nueva forma de
    vida social –Adorno y Horkheimer ponen de ejemplo a los
    judíos– los hábitos que sobreviven, que son
    heredados, son considerados delitos y
    horrores imperdonables. De allí que pueda considerarse que
    los temores de la sociedad, pero también la idiosincrasia
    que la caracteriza, los rasgos despreciados y detestados por
    todos, son de alguna manera una cicatriz del progreso, en este
    caso, violento de la historia humana.

    Esa cicatriz puede tomarse como una marca tanto de la
    civilización, del desarrollo, del progreso, como una marca
    de la violencia, la
    destrucción y la barbarie. Sin embargo para la
    Ilustración, consideran los autores, es una marca del
    progreso a secas.

    Pero para Adorno y Horkheimer lo paradójico de
    esta situación es que desde el momento en que la forma o
    el medio gracias al cual la burguesía, los sujetos
    ilustrados llegaron al poder –entiéndase la
    liberación de fuerzas, el poder de la voluntad, el
    valor de la
    igualdad, la libertad en general, la autodeterminación, es
    decir, las grandes banderas de la Ilustración–, se
    volvió contra ellos mismos, y tan pronto se
    convirtió en sistema de dominio éstos se vieron
    obligados a ejercer la opresión y la
    represión.

    La Ilustración no se detiene, ni siquiera por su
    propio principio, ni siquiera ante la mínima confianza,
    por no llamarla fe, que debe tener en sus propios
    postulados.

    De esta manera, para Adorno y Horkheimer el proceso
    mediante el cual la Ilustración, en su empeño por
    racionalizar todas las esferas de la vida social, motoriza la
    progresiva funcionalización e instrumentalización
    de la razón, tiene como consecuencia la pérdida,
    por parte del sujeto, del sentido crítico y de la
    libertad, y con dicha pérdida, otra más, la del
    valor
    transformador de la utopía contenida en el concepto de
    razón.

    Para éstos, la tendencia anti-autoritaria
    presente en la ideología ilustrada que tiene una
    vinculación constante con la utopía
    implícita en el concepto de razón, hace a la
    Ilustración hostil a la burguesía establecida y a
    la aristocracia, que ante esta situación no tuvieron
    problema en asociarse.

    El principio anti-autoritario debe convertirse en su
    contrario, en la instancia hostil a la razón misma: la
    liquidación operada por ella de todo lo que es en
    sí mismo vinculante permite al dominio decretar de forma
    soberana y manipular las obligaciones
    que en cada caso le convienen. Así después de la
    virtud civil y el amor hacia los
    hombres, para los que ya no tenía razones válidas,
    la filosofía proclamó también como virtudes
    la autoridad y la jerarquía cuando éstas
    hacía tiempo que se habían convertido en mentiras
    justamente en virtud de la Ilustración (Adorno y
    Horkheimer: 1994, p.140).

    Es así como los autores consideran que todo el
    proceso político y moral que se da en la
    Ilustración tiene como origen el trato y uso que se le da
    a la razón, por lo que, a su entender, ese permiso de la
    razón para "decretar de forma soberana y manipular las
    obligaciones
    que en cada caso le conviene", encuentra en la dinámica de
    la industria de la cultura una de sus más finas
    expresiones.

    El siguiente capítulo tiene como objetivo exponer
    el proceso mediante el cual los postulados de la
    Ilustración devienen falsa conciencia, expresados a
    través de los medios de la industria de la cultura, que
    legitiman la verdad que ellos mismos representan. Es decir,
    describe la manera mediante la cual la Ilustración termina
    por ser, en su expresión ideológica, cálculo
    de efectos y desarrollo de técnicas de reproducción
    mecánica y difusión masiva,
    fetichizando tanto sus propias creaciones como el poder que tiene
    para controlarlo y manipularlo todo al tiempo que hace creer en
    la libertad de elección y pensamiento.

    Sin embargo, antes de pasar al siguiente capítulo
    es necesario recapitular haciendo las siguientes
    consideraciones.

    Sin desmerecer –ya que no estamos en
    posición de hacerlo– la lectura que realizan Adorno
    y Horkheimer de la teoría del conocimiento de Kant para
    fundamentar su crítica al pensamiento ilustrado y, como
    consecuencia, su crítica a la industria de la cultura de
    nuestro tiempo, crítica que, como ya se mencionó,
    ocupará el centro de reflexión del resto del
    presente trabajo, es preciso aclarar que esta lectura del
    pensamiento kantiano no es la única posible, por el
    contrario, hay muchas otras, algunas con mayor consenso que la
    planteada por los frankfurtianos.

    Kant, en su Crítica de la razón pura, base
    fundamental de su teoría del conocimiento, intenta lograr
    que la razón esté más acorde consigo misma,
    pues para éste la razón se enfrenta con preguntas
    que ella misma se formula pero que no puede comprender. En otras
    palabras, intenta entender mejor la naturaleza de las preguntas
    que se plantea y de las cuales no tiene respuesta.

    Estas preguntas están relacionadas con las
    inquietudes que plantea la metafísica especial, pues se
    trata del esfuerzo del entendimiento por comprender las
    condiciones en las cuales se producen los fenómenos hasta
    llegar a las condiciones más "remotas", con el fin de
    llegar a los primeros principios. Es decir, existe un primer
    nivel del conocimiento que se deriva del encuentro del sujeto con
    la experiencia, pero siempre se va pasando de condiciones a
    condiciones superiores teniendo como fin llegar a lo
    incondicionado.

    Dadas estas inquietudes Kant sugiere que esta
    investigación de la razón no tendría fin
    temporalmente ni tampoco lo tendría por la imposibilidad o
    la poca probabilidad de
    llegar a una ley primera. Para Kant, la razón siempre
    tendrá a la mano la pregunta por el principio
    último, la pregunta sobre el por qué de las
    cosas.

    Así, para Kant, el sentido de la inquietud versa
    sobre la búsqueda de una explicación general del
    mundo, versa sobre la necesidad de trascender los límites
    del conocimiento empírico.

    Para Kant, a pesar de que en la búsqueda de lo
    incondicionado se puede disolver la noción de conocimiento
    y sumirse a los principios de fe, no es una contradicción
    hacerlo aunque su comprensión en un momento dado no sea
    verificable.

    Pero para poder realizar esta búsqueda Kant
    reinvindica constantemente la importancia de la experiencia, pues
    para él tanto ésta como la intuición son las
    que dan sentido a una noción de orden
    gnosceológico, a pesar de que en el orden práctico
    no sea necesario verificar constantemente el conocimiento en la
    experiencia.

    Teniendo esto presente es preciso decir que la
    experiencia sólo es posible cuando no acercamos a ella con
    una "armazón" conceptual, razón por la cual la
    autocertificación que propone el idealismo y
    que le permitiría en cierto modo anticipar la realidad, y
    que de alguna manera es lo que le imputan Adorno y Horkheimer a
    Kant o a cierta interpretación de él, sería
    para el propio Kant un conjunto de conceptos inútiles si
    no se conectan con la experiencia, ya que para él la
    experiencia es constatar las afecciones con los conceptos
    independientes, por llamarlos de alguna manera.

    En este sentido, para Kant la comprensión de un
    enunciado implica el conocimiento de condición de verdad,
    implica saber cuál es la posible experiencia que los
    verificaría. Sin que ello signifique que tenga que
    contrastarse la realidad. Más aún, para
    éste, no basta la posibilidad lógica para que un
    enunciado tenga sentido, hace falta que se plantee la posibilidad
    real del mismo. En otras palabras, nuestra racionalidad exige una
    contrastación con lo sensible, pues no basta con la
    coherencia interna del argumento racional para verficarse a
    sí mismo.

    Así, cuando Adorno y Horkheimer concluyen que
    "cada sujeto puede tener una posición ‘racional y
    objetiva’ diferente sobre la percepción de una
    experiencia cualquiera dada, pues en su proceso de
    sistematización y unificación de los momentos y
    particularidades de su percepción cada quien puede
    interconectarlas de manera distinta, dejando abierta la
    posibilidad de que existan diferentes versiones completamente
    ‘racionales’ de un mismo acontecimiento". Teniendo
    como consecuencia que "los fines objetivos racionales que puedan
    trazarse los hombres no son tales, por el contrario, son
    subjetividades que permiten ‘arbitrariedades justificadas
    racionalmente’, como las del autoritarismo, por ejemplo".
    Es necesario decir que esta interpretación responde
    más a las cuestionadas autocertificaciones del idealismo que
    Kant revisa y crítica en su Crítica, que a los
    argumentos de Kant mismo. Con estas consideraciones se pretende
    dejar constancia que la base teórica de la crítica
    a la industria cultural que realizan Adorno y Horkheimer,
    más allá de la validez de las conclusiones que de
    ella se desprendan, tiene una contrapartida o una lectura
    alternativa que pudiera permitir algunas otras
    conclusiones.

    Sin embargo, en el presente trabajo, especialmente en el
    segundo capítulo, nos centraremos en las consecuencias que
    se desprenden de la lectura de los frankfurtianos, que es la
    descrita en este primer capítulo.

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