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presentamos a Carlos: La anorexia nervosa en los
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Autismo
Donde se Presenta a Óscar, el
Chef francés, se Conoce a Carlos, se Habla de la Anorexia
Atípica y de la Pica, Mencionamos la Apnea del Dormir,
Miramos a Otros Asuntos del Comer (por Supuesto), y se
Aprende de Otros Temas de Importancia…
"Yo fui a comer a donde Óscar, el chef
francés", nos decía Denise. El menú, por
ella descrito, fue una demostración del exceso
epicúreo de nuestra opulencia
gastronómica.
Un almuerzo de ocho cursos con vinos y dulces en
demasía.
"Me tomé una siesta. Y ahora me preparo para
cenar, porque aún tengo hambre…"
No debe de ser, nos diríamos. ¿Cómo
puede tener hambre después de un festín
desenfrenado?
Lo es, porque es precisamente así, como la
Naturaleza
ordenara la función de
nuestros módulos natos.
Cuando, hace unos 45 mil años vivíamos en
las sabanas africanas, la comida en abundancia era escasa. Eso
significaba, que cuando la encontráramos, ese
órgano elástico, llamado el estómago se
dilataba para acomodar toda la que fuera posible. El hambre nos
acosaba incesantemente, par que comiéramos
más.
Lo que ha pasado, es que una función adaptadora
nos ha dejado de ser de utilidad, ya que
comida es lo que más nos sobra.
La sensación persistente de hambre, poco tiempo
después de una comida copiosa no es extraordinaria ni debe
de percibirse como inesperada.
Muchos que no son conscientes de la fisiología de la "actividad de comer",
cuando comemos, el estómago "envía señales
al cerebro",
diciéndole que estamos saciados y que debemos de posponer
alimentación adicional hasta que hayamos
dispuesto, propiamente de lo comido.
No en el plan
natural…
El problema no es así, ni es tan simple. Cuando
comemos opíparamente, como Denise comiera, lo que sucede
es que los centros del hipotálamo cerebral que regulan
nuestro apetito, interpretan el exceso, como indicación de
que no habrá más comida muy pronto —- por eso fue
que tanto comiéramos, y que debemos apilar lo más
que se pueda para confrontar la escasez
inevitable que se avecina.
Nosotros nos hemos referido a este fenómeno, como
"El Precio de una
Hartura".
El precio de una
hartura
A menudo, las personas que comienzan una dieta para
perder de peso, anhelan, subrepticiamente, el momento oportuno
cuando se darán una hartura. Este momento, tiene la
naturaleza de un acto especial, de una iniciación, de una
celebración u observancia de tipo muy único; la
antelación de la cual produce salivación expectante
y, asimismo, los manjares que se proponen consumir se imaginan
con deleite anticipatorio por mucho tiempo.
Mientras tanto, en antelación, nuestro organismo
coordina sus recursos internos
para el festín inminente, ensayando la respuesta adecuada
para confrontar ese acto de nuestro futuro exceso. Sistemas
homeostáticos se programan para entrar en acción
disponiéndolo para adaptarse a una situación que es
esencialmente traumática y disruptiva. La razón
para esto es, que el consumo
excesivo de comida altamente condimentada, de mucha densidad
calórica e ingerida en un corto plazo trastorna el
equilibrio
metabólico del cuerpo. Porque es un hecho empírico,
que la dieta con todos sus aspectos perniciosos es mejor tolerada
que la hartura, o que la llenura, en exceso, de
comida.
He aquí el ejemplo de una atractiva señora
joven, casada, madre de un niño, quien adquiriera las
"libritas acostumbradas" durante su embarazo. Ella
nos dice que había empezado una dieta del tipo que se
publican en casi todas las revistas de índole familiar;
nos participa, además, que, por medio de esa dieta,
había logrado perder quince libras, haciendo, en esos
momentos, un esfuerzo inusitado para lograr su meta final, la de
perder quince más. Cuando nos contaba, esas cosas tan
buenas, también nos decía que ella tenía
planeado un viaje a Nueva York a visitar unos parientes. Y (yo me
dije), para "celebrar" con una hartura la pérdida de su
peso.
Una semanas más adelante, cuando nos
viéramos de nuevo, el viaje había concluido, y con
ello las excursiones que ella hiciera a los varios lugares donde
podía encontrar las comidas que había planeado
disfrutar. En New York existen museos, jardines, monumentos,
lugares históricos y otras cosas de aspecto cultural como
lo es el famoso Cloister, pero estos lugares no estaban en
el programa de
nuestra amiga. Lo que sí estaba programado eran las
visitas a los sitios donde ocurrieran las harturas. Las mismas
harturas que le borrasen las libras perdidas; libras estas que
fuesen relegadas al lugar abstracto donde se almacenan las
memorias de
logros que nos han evadido. En su lugar solamente quedaba la
resaca emocional del remordimiento y otra promesa vaga de
comenzar a dietar de nuevo, para repetir el círculo
vicioso… pero esta vez la dieta (ella aseguraba) "va a ser
bajo supervisión médica"… como si
las previas que fueran bajo supervisión similar no
hubiesen fallado también.
La conclusión de una
dieta…
Cándidamente, cuando invocamos la imagen de alguna
persona de
longevidad saludable, lo que viene a nuestra mente es la imagen
de una mujer (u hombre)
delgado, cuyos hábitos de comer son escuetos;
siéndolo así porque nuestros organismos fueron
diseñados para adaptar y sobrevivir mejor con una estrategia de
comer de naturaleza esencialmente parca. Siendo esta la
razón por la cual, cuando nos hartamos, consignamos
nuestros cuerpos a un estado de
desequilibrio caótico.
En resumen: las harturas nos abarrotan el cuerpo
mientras que nos acortan la vida.
Simple.
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