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El autismo y su entendimiento




Enviado por Felix Larocca



Partes: 1, 2

    1. Bruno
      Bettelheim
    2. El
      Síndrome del autismo infantil y otras condiciones
      relacionadas
    3. Autismo
      infantil
    4. El
      síndrome de Asperger
    5. El
      Síndrome de Rett
    6. Tratamiento
    7. Bibliografía

    En su última edición
    del mes de mayo, el semanario TIME exploró en
    portada diversas ‘nuevas pistas sobre el mundo oculto del
    autismo’.
    Fue un psiquiatra austriaco/estadounidense, Leo Kanner, quien
    acuñó el término de autismo por primera vez,
    hace unos 60 años, para referirse a una enfermedad
    "mental" calificable dentro del grupo de
    trastornos del desarrollo y
    caracterizada por una escasa interacción social, problemas en
    la
    comunicación verbal y no verbal, actividades e
    intereses gravemente limitados, inusuales y
    repetitivos.

    La definición no es tan exclusiva como parece,
    puesto que otros síndromes conocidos cursan de un modo
    similar: el síndrome de Asperger, el síndrome de
    Rett, el trastorno desintegrativo infantil y el trastorno general
    del desarrollo no especificado o atípico. Los expertos
    estiman que de tres a seis de cada mil niños
    padecen síntomas del autismo. Aunque la estadística se aplica a ambos sexos, nacer
    varón y judío comporta un riesgo cuatro
    veces mayor de sufrir autismo que nacer hembra. En la actualidad,
    los neurocientíficos reclaman que las enfermedades del espectro
    autista responden más a un fallo cerebral que a un
    comportamiento
    distorsionado, por lo que desligan dicho trastorno del
    ámbito psiquiátrico.

    Porque el sustrato orgánico está
    establecido, la dieta en estos niños es de importancia
    crucial.

    Desde los Centers for Diseases Control and
    Prevention
    (CDC) de Atlanta, Georgia, se especula con que los
    trastornos del espectro autista podrían ser mucho
    más frecuentes de lo que se piensa y se reporta. Hablan,
    en concreto, de
    que afecten a uno de cada 166 nacimientos, doblando las
    previsiones realizadas hace sólo 10 años y
    multiplicando por diez las formuladas en el momento en que se
    identificó la enfermedad. Esta circunstancia ha suscitado
    la crítica
    de los neurólogos, que en EE.UU. cuentan con un presupuesto
    federal de 100 millones de dólares anuales para investigar
    el autismo, mientras que los cánceres infantiles, menos
    frecuentes según ellos, reciben un presupuesto cinco veces
    superior. Por otra parte, la casuística autista triplica
    la diabética y son muchas más las investigaciones
    encaminadas a combatir la diabetes que el
    autismo.

    La hipótesis del timerosal

    Un toxicólogo de la Universidad de
    California, Isaac Pessah, tomó como iniciativa la responsabilidad de investigar por su cuenta a
    más de 700 familias de pacientes autistas, con muestras de
    sangre,
    cabello, tejidos y orina
    para indagar sobre la influencia de factores ambientales capaces
    de explicar porque la incidencia de autismo puede haber crecido
    mientras que las de otros trastornos mentales ha permanecido
    estable durante décadas.

    Su análisis ha cubierto distintos
    tóxicos, pesticidas, metales y
    sustancias opioides y ha revolucionado la comunidad
    científica con la sugerencia de que un conservante
    utilizado en la mayoría de las vacunas
    aplicadas a niños, el timerosal, desencadena una serie de
    disfunciones del sistema inmune
    que acaban afectando el desarrollo del cerebro y
    expresando sintomatología autista a partir de los dos
    años de edad — lo que contradice el diagnóstico del autismo a favor del de
    Síndrome de Asperger. Aunque Pessah fue muy cauto a la
    hora de sentar conclusiones, las autoridades sanitarias
    están procediendo a retirar el timerosal en las
    formulaciones de las vacunas.

    Los genetistas andan todavía más confusos.
    La posibilidad de que un hermano gemelo de un niño autista
    desarrolle también la enfermedad es sólo de un 10%.
    Se han identificado genes implicados en el desarrollo de este
    trastorno en los cromosomas 2, 5,
    7, 11 y 17; pero se piensa que podría haber docenas de
    genes implicados y no va a ser fácil cartografiar pistas
    de inducción a partir del genoma humano. Tal
    vez el hallazgo más significativo sea el expuesto por los
    anatomopatólogos: el cerebro de un enfermo autista es
    inexplicablemente más voluminoso que un cerebro normal,
    habiéndose identificado irregularidades en los
    lóbulos frontales, el cuerpo calloso, la amígdala,
    el hipocampo y el cerebelo. El cerebro de un niño autista
    de 4 años tiene el tamaño que correspondería
    a un niño sano de 13.

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