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La sinergia de los principios del equilibrio mental en el tratamiento de la obesidad




Enviado por Felix Larocca



Partes: 1, 2

    1. Los dos principios de la
      función mental
    2. La terapia común de la
      obesidad
    3. La
      razón instintiva, el caso de
      Freddy
    4. El bumerang
      de la gordura, o la deuda pendiente de
      Freddy
    5. En
      resumen
    6. Bibliografía

    El principio de la realidad y el principio del placer,
    cuando se contemplan en propincuidad teórica son conceptos
    útiles ya que nos asisten en el entendimiento de las
    fuerzas que motivan al ser humano.

    En otra publicación hemos afirmado que: "La
    obesidad puede
    definirse como el triunfo de un instinto sobre el poder de la
    razón" (La Opción de Hobson en el
    Tratamiento de la Gordura
    ). Basados en esa misma inferencia
    podemos añadir que, desde el punto de vista de la teoría
    del psicoanálisis, la obesidad es asimismo una
    victoria del principio del placer sobre el de la razón —
    conjetura ésta que reside muy lejos de la
    realidad.

    Los dos principios de la
    función
    mental

    Freud distinguió dos módulos fundamentales
    que gobiernan nuestras actividades emocionales: el
    principio del placer y
    el principio de la realidad.
    El primero supone una pulsión innata de la búsqueda
    de lo agradable y, de modo paralelo, una huida del dolor, lo que
    nos orienta a procurar aquello que nos hace sentir bien. En
    contraposición a éste, el principio de realidad
    subordina el placer al deber. La subordinación del
    principio del placer al principio de la realidad se lleva a cabo
    a través de un proceso
    psíquico denominado sublimación, en el que
    los objetivos
    frustrados reconvierten su energía en algo aceptable,
    útil o productivo. Tomando como ejemplo el instinto
    sexual, su descarga indiscriminada supondría el abandono
    imprudente de otras actividades indispensables, a veces,
    arriesgando valores
    morales. El hombre
    civilizado, dotado de elementos éticos encumbra sus ansias
    y utiliza su energía para la realización de otras
    acciones sin
    conflictos.
    Sin la sublimación de los instintos, según Freud, la
    civilización, como la conocemos, no
    existiría.

    Cimentados en esos dos conceptos básicos se puede
    concluir fácilmente que algunos individuos funcionan
    guiados en sus vidas por el placer, mientras que otros lo hacen
    guiados por un afianzamiento sólido en la realidad. Suena
    bien. Pero, si es así cómo pensamos respecto al
    sobrepeso, capitulamos en la posición de considerar la
    gordura un defecto moral, como si
    fuese algo que se elige por acto de voluntad — que
    categóricamente no lo es. La obesidad no es resultado
    directo del acto de comer. Todos comen y no todos son gordos.
    Tampoco es resultado de comer en exceso. No todos los comilones
    son gordos.

    La obesidad es un enigma complejo que aun permanece
    lejos de su entendimiento. Por ello es que, tildarla de fallo
    moral, no hace justicia a
    quienes la sobrellevan.

    Sin embargo, nos parece acertado aquí, que
    prestemos atención a los principios de la
    función mental ya que poseen aplicación a su
    entendimiento y, en algunos casos, a su tratamiento
    exitoso.

    El paciente que desea poner fin a su corpulencia
    confronta un dilema de la mayor magnitud. La comida es ambas
    cosas: su Némesis y su remedio. La necesita para vivir y
    la necesita para tolerar la vida, aunque discordantemente, a
    menudo, lo engorda.

    La terapia
    común de la obesidad

    La terapia de la obesidad se conduce, en la
    mayoría de los casos, como una cosa irreflexiva. Se
    prescribe una dieta y se aconseja al individuo que
    pase hambre, camine, haga ejercicios o vaya al gimnasio. La
    evidencia acumulada es que, al cabo de un tiempo breve,
    el programa
    así propuesto fallará.

    Cuando, inevitablemente falla: culpable es la
    víctima. Ya que nunca se admite que las estrategias
    basadas en el hambre están condenadas al fracaso — Lo es
    porque nuestro organismo está estructurado a oponer con
    intransigencia la angustia que es la privación de alimentos
    particularmente si se vive en un mar de
    abundancia.

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