- ¿Más?
¡Sí más! - Interludio
cultural - Conozcamos a
Aaron Beck — como Seligman, también muy popular y
famoso - En
resumen - Bibliografía
El vilipendiado magnate petrolero John D. Rockefeller
(1839-1937), pudo haberse retirado rico y poderoso cuando
cumpliera apenas cuarenta y cinco años. En lugar de
aprovechar su juventud de
billonario, esperó hasta los cincuenta y nueve para
hacerlo cuando ya el estrés
había impuesto
gravámenes descomunales a su salud y a su persona en
general.
Rockefeller, proyectó toda la vida una imagen de persona
reservada, retraída y dotado con discreción
estudiada y decisión deliberada. Su apariencia era la de
un hombre
sombrío, alto y delgado, que se movía con calma y
que cuando estaba en la presencia de otros se jactaba de preferir
escuchar a hablar. "En eso soy como una lechuza. Que observa en
silencio… que no ulula y mucho aprende…"
A los sesenta años, y como resultado de la
impopularidad de sus prácticas de negocios y de
los múltiples tropiezos que tuviera con las leyes
antimonopolio de los EE.UU. Rockefeller perdió todo su
cabello (alopecia), sufriría de trastornos del
estómago y engrosó mucho — asunto éste,
que sería, especialmente desagradable, para el hombre de
porte muy vano que, en vida, siempre fuera.
No se cree que cuando muriera, a los 98 años, lo
hiciera en el mejor de los estados de ánimo.
Si nada más, porque a nadie le gusta morir,
aunque algunos lo escojan como suerte… (Léanse mis
ponencias acerca del suicidio).
John D. Rockefeller
Hablemos entonces, de la Eudæmonia (de la
buena vida) — Término, que usa con frecuencia en sus
publicaciones, el psicólogo Martin Seligman, cuyos
trabajos son objeto de otros artículos nuestros, como
adelante, veremos.
¿Cuál, entonces, es la receta — si es
que alguna existe — de que disfrutamos, para lograr la
felicidad verdadera?
En realidad existen tres, que se aplican a tres niveles,
que engloban la vida placentera, la vida
buena y la vida con sentido:
- Para la primera la receta es llenar nuestra
existencia con todos los placeres
ético/filosóficos posibles, y aprender una serie
de métodos
para saborearlos y disfrutarlos mejor. Por ejemplo compartirlos
con los demás, aprender a describir y recordarlos, y
también a utilizar técnicas
como la meditación para ser más conscientes de
esos dones. Pero este es el nivel más
superficial. - El segundo nivel, es el de la buena vida, aquí
se refiere a lo que Aristóteles llamaba
eudæmonia que es lo que ahora llamamos el estado de
flujo. Para conseguir esto, la fórmula consiste en
conocer las propias virtudes y talentos y reconstruir la vida
para ponerlos en práctica lo más que podamos. Con
lo que se logra no una sonrisa sino la sensación de que
el tiempo se
detiene, de total absorción en lo que uno hace. La buena
vida no es esa vida pesada de pensar y sentir, sino de sentirse
en armonía con la música o
élan vital. Creo que nuestras propias gatas lo
podrían resumir así: "corro y persigo animalitos,
luego existo". (Véanse nuestras referencias a los
talentos de Henri Bergson, hechos en otras
ponencias). - El tercer nivel consiste en poner las dotes y
talentos propios al servicio de
alguna causa o propósito que es más grande que lo
que se es. De esta manera se colma de sentido a toda la
vida.
Porque la felicidad, como el asunto relativo que es,
carece de límites o
definiciones precisas. Lo que a unos hace feliz a otros no los
satisface.
Prosigamos, entonces, con el concepto de la
indefensión aprendida de Seligman, el propósito
parcial de esta ponencia.
Ya ven, cuando se leen mis artículos a veces,
desconocemos, ni a nos dirigimos ni a dónde
llegarán…
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