- C’est la
vie… - El trabajo
hacia dentro de nosotros mismos - Lo
mejor… - La tarea
hacia los demás - En
resumen - Ser
Proactivo - Bibliografía
Esquilo, el filósofo griego (525 AEC), dijo que
la recompensa del sufrimiento es la experiencia. Mientras que uno
de mis maestros queridos, solía decir: "There is no
good deed that goes unpunished" (no hay acto de buena fe que
escape su castigo).
Vivimos en un mundo verdaderamente materialista, en el
cual los placeres sensoriales y las conveniencias personales
aparentemente han ganado la primacía en el orden de
los valores.
La caridad (la verdadera caridad), a veces se hace, para
de modo indirecto, beneficiar a quienes la realizan.
Los actos altruistas se miran con la sospecha derivada
del hábito de adscribirle importes a todas las cosas que
hacemos. Las profesiones benéficas se desenvuelven dentro
de una atmósfera lucrativa,
prestándole relevancia al proverbio de que si se le
proporciona a alguien asistencia sin paga, tal
asistencia se considera carecer de todo valor
intrínseco. Nuestras idiosincrasias a veces
haciéndonos comprar "mercancía barata," a precios
más caros, por dudar la calidad de la
benevolencia de quien nos ofrece mejor calidad… sin
esperar remuneración, mayor, o peor aún, sin espera
de ser remunerado.
Durante nuestras deliberaciones y experiencias con otros
colegas y profesionales, quienes invierten sus talentos y
esfuerzos en la búsqueda de estrategias por
medio de las cuales nuestras vidas se puedan volver más
relevantes y saludables; uno detecta, casi infaliblemente, un
sentimiento de desesperanza que emana de entre ellos. Es como si
hubiésemos llegado a un punto en nuestra trayectoria
profesional desde el cual sólo puede vislumbrarse el
desencanto y la desilusión.
Las llamadas "Torres de Marfil" que caracterizaban las
profesiones académicas han encontrado el pesimismo de una
sociedad que
se ha percatado del hecho triste de que los profesores se
ocultaban (muy a menudo) detrás de hallazgos fraudulentos
para pretender que tenían conocimientos de los cuales
carecían. La envidia, los chismes y las mentiras
destructivas, son tan comunes entre los profesores
universitarios, como lo son dentro del marco de cualquier
congregación humana cuyos miembros se exaltan a sí
mismos para pretender notabilidad.
A propósito de este asunto, nosotros recordamos
con otro colega y amigo, los años de mi entrenamiento en
una de las universidades más prestigiosas norteamericanas.
Mi alter ego y colaborador era un médico de origen
canadiense, cuyo nombre aquí damos, J. Terrence ("Terry")
Cullen. Terry, había entrado su entrenamiento
psiquiátrico exclusivamente para ser psicoanalista
y nada más. Como aprendiz no estaba interesado, ni le
importaba, el hecho de que los avances en la Medicina de
entonces le estaban socavando las fundaciones del Movimiento
Psicoanalista de Norteamérica. A pesar de entender la
situación existente, Terry, se oponía
vehementemente a "desperdiciar" sus esfuerzos en la investigación ritualista y rutinaria que
fuese el sello característico de los trabajos
"científicos" de nuestra facultad. Sin embargo, nuestra
rotación por la sección de la
"Investigación" era requerida y no electiva. Así
que nosotros nos encontrábamos a menudo analizando los
historiales clínicos que se nos asignaban. Mientras que
algunos, eso hiciéramos, para cumplir con nuestros
deberes; Terry hacía sus propias interpretaciones de los
archivos que
examinaba, las que aplicaba, sin darle importancia alguna a los
hechos. Esto, yo no lo reportaría aquí, si no fuese
por un hecho aun más lamentable, este siendo, que la
directora de la investigación, sin ningún
resquemor, hacía que los datos reportados
se ajustaran a sus expectaciones.
Habiendo publicado muchos artículos basados en
sus propias manipulaciones, esta señora recibió el
máximo galardón, el de ser la Jefa absoluta de un
departamento de psiquiatría en una universidad de
mucho renombre.
C’est la
vie…
En un libro que
leyera recientemente The Coming Plague ("La Plaga que
Viene"), la autora, Laurie Garrett, una profesional brillante e
investigadora sagaz y minuciosa en sus esfuerzos, nos pinta uno
de los escenarios más pasmosos que hayamos tenido
oportunidad de examinar en mucho tiempo.
Enfermedades
nuevas siguen siendo descubiertas por quienes son responsables de
encontrarle prevención y cura. Nuevos antibióticos
se sintetizan o se producen que fallan en su tarea de eliminar
los patógenos recién descubiertos. Mientras, que
las bacterias,
virus, y
agentes infecciosos de antaño han retornado de nuevo, esta
vez dotados con mutaciones adaptadoras que les permiten resistir
todo agente terapéutico que se utilice en contra de ellos.
En medio de este melodrama, Garrett, describe en su libro las
luchas y competencias
infantiles que se libran gratuitamente entre los investigadores y
secciones representativas de áreas gubernamentales, para
adquirir prestigio o fortuna personal a
través de maniobras utilitarias, muy remotas del
propósito de ayudar al sufrido.
Nada diferente del comportamiento
típico de muchos seres humanos quienes aspiran a ser
"especiales" y, quienes distorsionan la presencia de las
realidades de la vida asignándoles sus valores
idiosincrásicos y erróneos. Terry tenía
razón cuando repetía la máxima de Einstein:
"… nunca se debe de creer en los expertos".
Pero a pesar de todos estos sucesos, la realidad
proyectada en el libro The Coming Plague es muy
dramática para ser ignorada; y las vías que se
deben de seguir para buscar (y encontrar) soluciones,
son de tanta magnitud y de la envergadura suficiente para que no
se pongan en manos de los burócratas — las mismas
personas quienes se acuestan en el lecho meretricio con las
industrias que
nos alimentan los vicios y que nos envenenan la
atmósfera.
Ahora prosigamos con otra lección acerca de ese
fenómeno, la "resiliencia" del que tanto antes hayamos
hablado.
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