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Inmigración y literatura (página 12)



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Musulmanes

Festividades musulmanas

"La religión impone a los
musulmanes dos celebraciones importantes. Una es la ‘fiesta
del sacrificio’, en la que se recuerda el día en que
Abraham estuvo a punto de sacrificar a su hijo Isaac para probar
su fe en Dios, y que finalmente fue reemplazado por el sacrificio
de un cordero. Isaac se considera un antepasado de la raza. La
otra fiesta celebra el fin del ayuno del mes de Ramadán.
Durante ese mes no se debe comer ni tomar nada durante las horas
diurnas. Eso purifica el espíritu y el cuerpo, al tiempo que
lleva al fiel a comprender la extrema pobreza y en
cierta forma participar de ella" (1).

Escribe Muhammad A.R. Ciarla: "en medio de una sociedad
católica de un país que reconocía la
libertad de
cultos, pero con una iglesia
poderosa y conservadora, los musulmanes de Argentina se
reunían discretamente, casi en secreto, en residencias
privadas para celebrar las oraciones de las fiestas, y para
continuar preservando su identidad
islámica. Fue hacia finales de la década de los
veinte cuando se fundaron las primeras entidades islámicas
registradas legalmente, y en 1928 aparece en Córdoba la
Sociedad Árabe Musulmana de Socorros Mutuos, y surgen
otras en Buenos Aires,
Mendoza y Rosario, hasta fundarse, en 1957, el Centro
Islámico de la República Argentina, que era la
asociación que representaba a todos los musulmanes del
país. Tenía en su sede un gran salón que fue
la primera mezquita del país, con un imam enviado por el
Ministerio de Culto de Egipto. Veinte
años más tarde, se construye en Buenos Aires la
primera mezquita, en estilo arquitectónico sirioegipcio, y
poco después, la Mezquita de Córdoba, en el centro
del país, y luego la mezquita de Mendoza. En 2001 se
inaugura en Buenos Aires, a pesar de una fuerte oposición
por parte de ciertos sectores, el Centro Cultural Islámico
y Mezquita, un monumental complejo en Palermo, una zona muy
importante de la capital. El
vocablo árabe da'wah, significa invitación, y en el
contexto islámico es la prédica o propaganda
religiosa. Lanzarse a tal actividad en Argentina algunas
décadas atrás, era cosa insólita. En 1970,
en la ciudad de Córdoba, un grupo de
jóvenes musulmanes incursionó en esa experiencia, y
es entonces cuando se producen las primeras conversiones. Los
conversos eran jóvenes que provenían en su mayor
parte de grupos hippies o
de la izquierda. Diez años más tarde se organizan
en un grupo, Yama'at ash Shabab al Muslim, la primera organización en Argentina cuyo fin es la
da'wah, y por cuyo intermedio se islamizó gran cantidad de
personas, en su mayoría jóvenes y de buen nivel
intelectual. Otra entidad de Buenos Aires, El Centro de Estudios
Islámicos desarrolló también actividades de
da'wah con resultados bastante exitosos. Comenzaron
también a surgir grupos sufíes, formados en general
por personas lectoras de Gurdjief, René Guenon o
Idrís Shah, deseosas de tener experiencias internas. La
mayor parte de dichos grupos están dirigidos por personas
con un conocimiento
muy limitado del Islam"
(2).

"El día 9 de diciembre de 1999 al aparecer en el
cielo la luna creciente, la Comunidad
Musulmana da comienzo a una de las más importantes
festividades del Islam: el Ramadán. Esta festividad que
transcurre a través de todo un mes, corresponde al
año 2000 Cristiano. Al ser el calendario Musulmán
puramente lunar, no tiene más de 354 o 355 días,
siendo 11 días más corto que el Cristiano; con lo
cual puede existir una diferencia de un día en la fecha
dada y la aparición del creciente en el horizonte de
alguna localidad. El mes Santo de Ramadán, se recibe con
gran fervor religioso en el mundo islámico. Las
tradiciones religiosas y sociales durante Ramadán han
permanecido inalteradas y han unido a los musulmanes de hoy con
sus antepasados. Es esta celebración, la más
rigurosa disciplina
espiritual impuesta: ayuno anual durante todo el mes de
Ramadán, el noveno mes del calendario islámico;
ayuno que llegó a ser obligatorio para todos los
musulmanes adultos, hombres y mujeres" (3).

"El mes de ramadán" (4), nos informa acerca de
"Los actos preferibles en la noche del decreto": "Las noches del
19, 21 y 23: Según numerosas narraciones una de ellas
sería la Noche del Decreto. Esta es una noche única
en todo el año, ninguna otra tiene tal bendición ni
mérito. La adoración en ésta supera a la
adoración de mil meses. En esta noche se decreta el
destino del ser humano para el año venidero, descienden
los ángeles y el espíritu (un ser superior a los
ángeles), con la anuencia de Dios y visitan a la "Prueba
de la época" (Imam Mahdi P.) y le presentan lo decretado
para los seres humanos. Las prácticas de estas noches se
dividen en dos partes, una común a las tres noches y la
otra específica a cada una de estas noches". A
continuación se detallan las prácticas y se
incluyen oraciones en árabe y castellano.

Notas

1 Wolf, Ema y Patriarca, Cristina: La gran inmigración. Buenos Aires, Sudamericana,
1991.

2 Ciarla, Muhammad A.R.:"Argentinos al islam LOS
MUSULMANES EN ARGENTINA", en La Nacion 4 de
mayo del 2003.

3 Mezquita At-Tauhid: "Ramadán", en
www.organizacionislam.org.ar.

4 Sai Baba: "Ramadán", en
www.saiweb.org/festividades.

Funerales islámicos

Habla el Arq. Mohamed Hallar, lo hace en idioma
árabe y luego lo traduce: "(…) Comenzamos analizando la
necesidad de difundir el Islam en nuestra propia lengua
española, y nos encontramos con que había una
falencia muy grande en material en español,
no solamente para la Argentina, sino para toda Latinoamérica, una idéntica
situación. Entonces nos planteamos objetivos y
metas a trazar. Hace 4 o 5 años el auge de la computación era de rigurosa actualidad,
entonces ideamos una página de Internet que Alhandullillah
ya han visitado más de 10 000 personas. En ella volcamos
los conceptos y principios del
Islam para los musulmanes que no tienen un buen conocimiento de
nuestra doctrina y prácticas, para los que lo tienen y
quieren reforzarlo y para las personas que quieren conocer
nuestra religión, la religión de Allah Subhana Hua
Tahala. Comenzamos con un gran esfuerzo y un gran sacrificio esa
Página de Internet, pero lamentablemente caímos en
la cuenta que a América
Latina todavía le falta un tiempo determinado para que
la comunidad pueda acceder a Internet en forma generalizada. Por
ese entonces y paralelamente habíamos comenzado a editar
algunos libros
islámicos: 'Los Funerales en el Islam', porque nos
tocó muy de cerca las vicisitudes y la falta de información que teníamos cuando
murió Carlitos Menem (h), que
como todos recuerdan se veló y se realizaron las
prácticas islámicas en su funeral. Entonces dijimos
que era necesario que en cada casa de Argentina y América
Latina tenga el Libro de los
Funerales en el Islam" (3).

Notas

1 S/F: "Acto islámico", en
www.revistaarabe.com.ar.

Fuera de la religión

El pintor Georg Miciu Nicolaevici "nació en 1946
en Bludenz, Austria, y llegó al país a los cuatro
años, junto con su familia".
Entrevistado por Héctor M. Guyot, él afirmó:
"Huyo de las religiones. Mi padre fue
educado como ortodoxo griego y después pasó al
protestantismo, pero yo me he salido de cualquier
religión. Trato de ser cristiano, pero eso es una
vivencia, no una doctrina" (1).

Notas

1 Guyot, Héctor M.: "GEORG MICIU El pintor de la
Patagonia", en
La Nación
Revista,
Buenos Aires, 4 de septiembre de 2005. Fotos: Daniel
Pessah.

Casamientos

El casamiento es una de las formas en las que el
inmigrante se integra a la nueva sociedad. En un texto de Fray
Mocho vemos a dos argentinas intentando una alianza matrimonial
con un inmigrante, mas la misma no se da porque el italiano
declara estar casado ya en su país. Ante esta
situación, la tía de la joven lo increpa:
"-¿Y que más quedrá este condenao?…
¡Se necesita ser un gringo afilador, pa crer que una
muchacha como mi sobrina sea capaz de fijarse en él si no
es para casarse!… ¿Pa qué estarán los
criollos?… ¡Aura mismo le habi’avisar al
escribiento que no habías sido lo que parecés…
condenao!… ¡Si hasta facha e’criminal en tu
tierra
t’estoy encontrando… verás con quién te has
metido a tirar tiros al aire!…"
(1).

Sabemos que muchos extranjeros regresaron a sus patrias,
pero otros dejaron atrás su pasado y crearon familias con
mujeres de nuestra tierra. Alrededor de esta situación
gira la existencia del protagonista de El mar que nos trajo, de
Griselda Gambaro, quien se ve obligado a regresar a su
país de origen (2), y del abuelo de la lombarda Laura
Pariani, quien abandona a su familia italiana, y forma una
familia nueva con una mapuche (3).

En el tango "Un
gallego", con música de H.
Fréderic, escribe Armando Tagini: "Los ojazos de una
criolla,/ que con frecuencia le vieron,/ en el gaita produjeron/
la llama de la pasión./ Y un puro amor/
nació con gran frenesí" (4).

Haberse casado con alguien con una historia distinta, puede
volver difícil la convivencia. En Cuando el tiempo era
otro, escribe Gladys Onega: "otro dolor eran las peleas entre mis
padres, y que además los chicos magnificábamos.
Estaba el choque de culturas entre un gallego y una criolla que
nunca pudo entender la cultura
gallega" (5). No sucedió lo mismo a los padres de Patricia
Palmer. Dijo la actriz: "Mi padre era economista y
filósofo, un catalán de ideas anarquistas que
venía del horror de la guerra. Mi
mamá, en cambio, era
una nena bien de acá, hija única, y no había
vivido nada. Pero cada uno fue el complemento perfecto del otro"
(6).

Algunas mujeres recibían la "llamada" de sus
novios o maridos. En Amor migrante, de Stella Maris Latorre, un
gallego escribe a su novia, en 1943: "sabes Olimpia no es tan
fácil la vida aquí como la pintan, todo lo que
tengo me ha costado mucho sacrificio, sobretodo gran dolor el no
tener donde apoyar la cabeza para derramar esas lágrimas a
veces por las grandes injusticias, a las cuales no puedes
hacerles frente, porque siempre eres uno de afuera y debes
agachar la cabeza, ahora estoy muy bien pero pagué mi
derecho de piso como le llaman aquí. Ahora soy
patrón, este hotel está
esperando a su patron, pienso que ya es tiempo de que vengas
aquí a Buenos Aires, nos casaremos en una Iglesia que se
llama De La Piedad es muy antigua y hermosa, queda cerca de
nuestro hotel; ya ves lo que digo ‘nuestro Hotel’,
(…) quiero que me contestes pronto, quisiera que para el mes de
septiembre a más tardar te decidas a venir, en esa
época aquí es primavera, es una época
hermosa, donde florecen las plantas, las
amarillas se llaman aquí son las xestas nuestras,
así florecerá nuestro amor, deseo me contestes
pronto, haremos los preparativos, para hacer una boda bonita,
como tú te lo mereces, no te ates por tus hermanos,
más adelante los podemos traer si ellos quieren venir,
Olimpia haz de cuenta que estoy a tu lado
acompañándote, pronto lo estaremos de verdad, ya
verás te acostumbrarás (…) espero me contestes
pronto, disculpa que insista pero necesito poner fecha de
casamiento. Me despido de ti con un abrazo de tu Manuel Machado
Ocampo" (7).

En La Australia argentina, relata Roberto J.
Payró: "Miss Mary X venía de Londres, se
había detenido en Buenos Aires sólo para aguardar
la partida del transporte, y
se dirigía a Río Gallegos, también en busca
de una posición social. Iba a casarse. Ella misma nos hizo
la confidencia: en la capital del territorio de Santa Cruz la
aguardaba un prometido, un inglés,
mister M., bien colocado, estanciero, a cuyo lado pensaba ser
feliz. Lo conocía desde muchos años atrás, y
no lo había visto hacía largo tiempo. El compromiso
se contrajo por medio del correo: ‘Si usted quiere
casarse…’ ‘Sí señor; quiero…’
‘Entonces venga, que la aguardo…’ E iba. Iba sola,
defendida únicamente por su valor de
inglesa acostumbrada a manejarse por sí misma en el mundo,
y por el natural respeto de los
demás; los sajones han observado bien y
prácticamente: mejor defensa es la educación que el
cerrojo, y la mujer modesta
y enérgica lleva una égida en que se embota, en
medio de la sociedad naturalmente, la grosería y el
apetito de los hombres" (8).

Algunos extranjeros se casaban por poder,
práctica que Syria Poletti consideraba un anacronismo. Su
novela Gente
conmigo obtuvo el Premio Internacional de Novela convocado por
Editorial Losada en 1961, y el Premio Municipal de Buenos Aires
en 1962. En esa obra, la traductora Nora Candiani expresa:
"Jamás pueden llevarse bien los que no se conocían
de antemano y resuelven casarse por poder como quien resuelve
entre dos males: o eso o la miseria (…) Es una escapatoria, no
una elección. Todas esas muchachas que llegan aquí
casadas por poder y se enfrentan con la incógnita de un
marido desconocido me dan la impresión de seres arrojados
por algún éxodo… No sé… Una especie de
aluvión acosado por fuerzas oscuras que desborda por el
mundo a tontas y a ciegas…" (9).

Aurora Fiorentini describe la ceremonia religiosa de
casamiento por poder. Una inmigrante italiana "llegó a la
Argentina en el año 1954, después de casarse por
poder con su antiguo novio, su paisano, que había llegado
algunos años antes para hacerse una posición y
estaba trabajando con mi padre. Cómo se actuaba en estos
casos? La novia se casaba en la iglesia de su pueblo y en el
lugar del marido actuaba un representante. Por suerte Laura
(llamémosla así) se casaba con su novio y en la
ceremonia estaba presente su cuñado. Pero tantas muchachas
llegaron a la Argentina casándose por poder y habiendo
conocido a su esposo sólo por carta y por
fotos, recién lo conocían en persona una vez
llegadas aquí, jóvenes y solas, habiendo dejado
atrás la familia y
su patria" (10).

En su novela Mientras la luz se va (11),
Noemí Cohen relata "la historia de Elena, una joven
sefardí que viaja desde Alepo a la Argentina, a principios
del siglo XX, para encontrarse con su futuro y desconocido
esposo" (12).

En Moira Sullivan, de Juan José Delaney, la
protagonista escribe una carta fechada en 1932, en la que
expresa: "Debo decir que pese a que los hijos de Erín se
jactan de haberse integrado con el resto de la población, la verdad no es exactamente
así. Tienen sus propios colegios, sus propios templos y
clubes, y quien comete la osadía de casarse con un "nap"
(¿napolitano y por extensión italiano?) o con un
"gushing" (derivado, probablemente, del verbo inglés to
gush, que significa hablar con excesivo entusiasmo y que es un
neologismo para aludir a los gallegos y también por
extensión a los españoles), se aíslan o son
lenta pero inexorablemente segregados. En verdad esto ocurre con
casi todas las comunidades extranjeras que se han radicado
acá: árabes, armenios, ucranios y, muy
especialmente, judíos.
Para no hablar de los británicos que a su injustificado
desdén agregan cierto cinismo ancestral" (13).

En "Tablero desierto", cuento de
Héctor Alvarez Castillo, un alemán contrae enlace
en la nueva tierra. Relata el protagonista: "La historia familiar
que alcancé a conocer es sencilla. Si soy sincero debo
confesar que a ella la vi más de un par de veces. Mi amigo
descendía de alemanes. Su padre llegó a Buenos
Aires durante el segundo gobierno de
Irigoyen en un barco que lo trajo de África, de un
continente que no era su país, a otro más alejado
aún del mundo en el que se había criado.
Provenía de una ciudad cercana a Berlín. En ella
había logrado un título de ingeniero que lo
conectó dentro de la comunidad germana ya instalada en el
Río de la Plata y, en una de las reuniones a las que con
frecuencia era invitado, la esposa del hombre con
quien comenzara a trabajar le presentó a Eloisa. Una joven
delgada que vio a su primer hombre en esa velada con el pudor y
la ambición en tornadizo vaivén" (14).

Cuenta Sara Kinderman: ‘Soy una casamentera de la
década del 30 y del 2000. Guardo las fichas de
recuerdo –dice ella, que ya cumplió 66-. Casé
a varias generaciones de una misma familia’. Lo suyo son
los enlaces hebreos. ‘¿Viste las cosas
terroríficas que nos pasaron a los judíos? La gente
de la colectividad quedó destrozada. Son los que
más me necesitan. Nunca discriminé a otras
colectividades, pero primero quiero acomodar a mi gente’,
asegura sentada frente a una mesa con mantel bordado al crochet"
(15).En Frontera sur,
un gallego dice al padre de su novia judía: "Si usted lo
aprueba y ella lo desea, nos casaremos. Entonces Raquel
será rica, porque yo soy rico. También debo
informarle que si usted no lo aprueba, pero ella lo desea, nos
casaremos sin su bendición. Estamos en la Argentina, no en
el sur de Polonia. Eso es todo" (16). El judío manifiesta
no tener prejuicios.

Dina Dolinsky recuerda: "En el caso de mi familia la
colonia piamontesa fue aquella en la que se dio con mayor
énfasis el mestizaje cultural. Era corriente, cuando yo
era adolescente, que miembros de aquella comunidad entendieran el
idish y la nuestra el piamontés o al menos el italiano.
Creo que aún con el gran número de matrimonios
mixtos se mantuvo nuestra identidad sin desdibujarse"
(17).

Un asturiano, personaje de uno de los relatos de Hilel
Resnizky, tarda en aceptar a su yerno judío: "El viejo
José Molinas era testarudo y, para decirte la verdad,
tacaño. Por muchos años alejó de sí a
su yerno judío, enfrentándose con el rencor de su
hija. Al final se rindió y lo hizo socio. Molinas &
Grun. ‘San Jacobo’. Así llamó Marcos
Grun a la estancia que compró en Santa Cruz, en recuerdo
de su padre" (18).

Para un personaje de Ana María Shua, el
casamiento fue el origen de conflictos
familiares: "Tía Judith contó que un día
estaban todos sentados comiendo y el abuelo se paró y dijo
que en su mesa no podía comer una hija suya que anduviera
con un cristiano. Tía Judith le dijo que no pensaba
levantarse y que tampoco pensaba dejar a su novio. Entonces el
abuelo Gedalia, que nunca la había tocado para hacerle una
caricia o darle un beso (según decía la tía
Judith), se levantó de la silla y la agarró del
brazo y la llevó al vestíbulo y le pegó, y
la tiró al suelo
(según decía la tía Judith) y la
pateó hasta dejarle todo el cuerpo lleno de moretones y le
dijo que ya no era su hija (según decía la
tía Judith)" (19).

Sufre un judío creado por Mauricio Goldberg, al
enterarse de que su hijo está enamorado de una mujer ajena a la
colectividad. El hombre se
pregunta: " ‘¿Acaso no le importan su madre, la
gente, los clientes?
¿Qué voy a decir? ¿Qué mi hijo se
casó con una ‘goie’ de Chacarita?…
¡Qué me importa la familia!, dirá. ¿Te
das cuenta de lo que nos hace? Pero yo debería
habérmelo imaginado. Lo único que entienden es una
cachetada. Si pudiera darle todas las que olvidé ¡Si
pudiera sacarle esas ideas que tiene! Dice que la quiere y
que…" (20).

Una italiana católica conoce a su futura nuera,
alemana protestante: "La señora Irene era muy
católica, de comunión diaria y colaboraba con el
párroco en las labores sociales de Adrogué. El
hecho de que Christina fuera protestante no contribuyó a
facilitar las cosas" (21).

Entre los armenios, "la marcada conducta
matrimonial endogámica responde a la desaprobación
de los matrimonios mixtos en el seno de la comunidad por una
cuestión de autodefensa del grupo" (22).

"Los gitanos también se han aggiornado en otras
costumbres. Antes los casamientos o las uniones de pareja las
acordaban los padres y debían hacerse entre gitanos. Ahora
cada cual tiene derecho de elegir con quien va a formar pareja.
Incluso puede hacerlo con alguien que no pertenezca al pueblo.
Margarita nació en Catamarca, su marido la conoció
en algún punto del viaje a ningún lugar y el amor no se
tuvo en cuenta a la hora del casamiento. "Los padres de él
me pidieron. Lo acepté porque era gente muy buena, me
trataba muy bien y me enseñaron todo. Yo no lo
quería, pero igual tuve que aceptarlo". Después
confiesa que "la primera noche me gustó" y se quedó
con él. "Nosotros somos así, respetamos mucho a
nuestros padres y suegros". La madre de Margarita no quiso a su
marido porque "era flojo para los negocios, pero
nacimos nosotros y por vergüenza no lo dejó". Los dos
están fallecidos. Ella había nacido en Roma y él
en Grecia"
(23).

De la colectividad italiana es el festejo que recuerda
Carlos Ibarguren, en La historia que he vivido, sus memorias. Se
ha casado Darío Nicodemi: "el casamiento fue celebrado con
una fiesta en la modesta casa del barrio en que vivía la
novia. Concurrió allí invitado el elemento gringo
de la vecindad con sus respectivas familias –algunas con
hijos argentinos- y varios amigos de Darío, entre los que
yo me contaba. Se bailó animadamente hasta la madrugada en
el patio, al compás del acordeón, ocarina y flauta;
de la cocina, donde se jugaba a la morra, partían
vociferaciones en italiano, mientras el moscato y el nebiolo
espumante enardecían los ánimos sin
distinción de edad, sexo ni
nacionalidad;
y aún recuerdo cómo nos atrajo a los muchachos la
bella Carlota, hermana del desposado, que resultó esa
noche, reina indiscutida de aquel regocijo meridional"
(24).

También en los casamientos ucranios se tocaba el
acordeón. Lo recuerda en una entrevista el
Chango Spasiuk, quien tocó en ellos durante su infancia
(25).

En Palermo, en las primeras décadas del siglo XX,
Fernando Da Salerno, protagonista de un cuento de Fernando
Sorrentino, se casa con una descendiente de libaneses. Relata el
narrador: "En aquella época los árabes –o, al
menos, los libaneses de doña Ibrahima- tenían la
costumbre de que los recién casados se retirasen temprano
de la fiesta para tener su primera cena en su nueva casa"
(26).

Carlos Szwarcer se refiere a los casamientos
sefaradíes: "El Izmir ofrecía un ámbito para
la magia, el ensueño y la sensualidad a un público
casi exclusivamente machista. Aquellos varones que lo
frecuentaban para acortar la distancia entre la Reina del Plata y
sus lejanos pueblos de mar se casaban. La ceremonia religiosa,
con ritual sefaradí, se iniciaba generalmente a la vuelta,
en el Gran Templo de Camargo 875 y algunos mozos del lzmir se
convertían en ‘mozos de boda’ "
(27).

La alegría de los esponsales judíos en el
litoral es evocada por Máximo Yagupsky, quien dice: "El
casamiento judío consistía de grandes
celebraciones. Se improvisaba una gran tienda hecha con las lonas
que se usaban para proteger las parvas de las lluvia. Se
hacía un alegre festín con todo el ritual, la
jupá, es decir, el palio nupcial, la música y
danzas. Y naturalmente había mucha comida y había
también comida para los gauchos vecinos,
los cuales se reunían afuera a saborear los manjares y
dulces. Y mientras los músicos ejecutaban melodía
judías o rumanas, los gauchos, afuera, tocaban el
bandoneón o la guitarra y bailaban también. En
algunas ocasiones se cruzaban las rondas del freilej o la tijera,
con el chamamé, el tango y el pericón"
(28).

Refiriéndose a las colonias judías de
Entre Ríos, afirma Samuel Aizicovich: "Deseo recordar cuan
intensa e interesante fue toda esa convivencia que se disfrutaba
en las colonias. Cuántos matrimonios se formalizaron entre
sus chicos y chicas. Y todas las familias estaban invitadas, no
sólo a la fiesta de casamiento sino que -especialmente las
mujeres- cumplían tareas en la preparación de las
comidas para una verdadera fiesta judía, mientras los
hombres colaboraban en preparar el salón de lona en los
patios de las casas de las novias. A propósito, recuerdo
muy vívidamente una fiesta de casamiento en nuestra
familia, en una de las colonias. A la fiesta ya habían
llegado un gran número de invitados y de pronto
debió suspenderse todo para el día siguiente por
una torrencial lluvia que hizo desbordar los arroyos, ¡y
esto impidió que llegaran el novio y su familia! Por otra
parte estaba la costumbre de recibir al novio a media legua de la
casa de la novia, con una orquesta, y esto tampoco se pudo
concretar por los caminos barrosos" (29).

En las colonias alemanas del Volga –escribe Olga
Weyne- , "otra ceremonia realmente pintoresca –en la que
parece haber alguna influencia rusa- era el casamiento. Antes de
la boda propiamente dicha, se realizaba una teatralización
grupal del pedido de mano y hasta se podía simular un
rapto de la novia. Toda la aldea participaba en los festejos,
todos acudían a la ceremonia religiosa y posteriormente al
festín, generosamente servido, que podía durar
días" (30).

En Santa Fe, Estanislao Zeballos asiste al casamiento
del colono belga Wart. Acerca del festejo que sigue a la
ceremonia religiosa, escribe con su particular ortografía: "Nos encaminamos al Hotel de la
Amistad, buen
edificio situado cerca del templo y en la plaza. El Hotel
pertenecía a Wart por el día y la noche, pues
debían celebrarse allí las bodas, en unión
de los numerosos convidados, á los cuales acababan de
agregarse las autoridades políticas
y judiciales. En un vasto salón estaba preparado el
banquete de ciento treinta cubiertos, con un servicio y
menú que fue para mí otra sorpresa. Era digno de un
restaurant metropolitano de segundo orden y los vinos
estarían bien en una mesa de la Confitería del
Aguila o del Café de
París. (…) El baile tuvo para mí su momento de
sorpresa y casi diré de angustia. Los colonos acostumbran
hacer un intermedio a media fiesta para tributar homenage a la
República Argentina, bailando un aire nacional: el gato.
La costumbre exige que sea bailado por el argentino más
distinguido que asiste a la fiesta, el cual elije su
compañera. El honor correspondía al coronel
Rodríguez, pero atenta su edad fui designado yo y no hubo
excusas, ni remedio. Consoléme elijiendo una preciosa
colona y haciendo la señal de la cruz, evoqué mis
recuerdos del Carcarañá y la Candelaria y
salí del paso más muerto que vivo, entre los
aplausos y aclamaciones del gran círculo de espectadores"
(31).

Notas

1 Alvarez, Sixto (Fray Mocho): Cuentos.
Buenos Aires, Huemul, 1966.

2 Gambaro, Griselda: El mar que nos trajo. Buenos Aires,
Norma, 2001.

3 Patat; Alejandro: "El país de los sueños
perdidos", en La Nación,
Buenos Aires, 28 de abril de 2002.

4 Tagini, Armando: "Un gallego", en
www.todotango.com.

5 Duche, Walter: "Todos tenemos derecho a escribir
nuestra historia", en La Prensa, Buenos
Aires, 18 de julio de 1999.

6 Madrazo, Cecilia: "10 cosas que sé", en La
Nación Revista, Buenos Aires, 13 de octubre de
2002.

7 Latorre, Stella Maris: Amor migrante. Buenos Aires, De
los Cuatro Vientos Editorial, 2004.

8 Payró, Roberto J.: La Australia argentina,
fragmento incluido en Wolf, Ema (texto) y Patriarca, Cristina
(investigación): La gran inmigración.
Ilustraciones de Daniel Rabanal. Buenos Aires, Sudamericana,
1997. Sexta edición. 226 páginas. (Sudamericana
Joven Ensayo).

9 Poletti, Syria: Gente conmigo. Buenos Aires, Losada,
1962.

10 Fiorentini, Aurora: "Recuerdos de una emigrante
italiana", en www.italy-news.net.

11 Cohen Noemí: Mientras la luz se va. Buenos
Aires, Losada, 2005. 216 pp.

12 S/F: "Novela de Noemí Cohen en Losada", en
Raíces, www.revista-raíces.com. Noviembre de
2005.

13 Delaney, Juan José: Moira Sullivan. Buenos
Aires, Corregidor, 1999.

14 Alvarez Castillo, Héctor: "Tablero desierto",
del libro de cuentos inédito "En la noche".

15 Artusa, Marina: "Se ha formado una pareja", en
Clarín Viva, 30 de mayo de 2004. Fotos: Ariel Grinberg y
Enrique Rosito.

16 Vázquez-Rial, Horacio: Frontera sur.
Barcelona, Ediciones B, 1998.

17 Dolinsky, Dina: "Argentina, judía,
provinciana, médica, narradora…", en Feierstein, Ricardo
/ Sadow, Stephen (compiladores):
Recreando la Cultura Judeoargentina/3 Crecer en el gueto. Crecer
en el mundo Tercer Encuentro Internacional de Intelectuales
Rosario 2005. Buenos Aires, AMIA, 2005.

18 Resnizky, Hilel: Puentes de papel. Buenos Aires,
Milá, 2004.

19 Shua, Ana María: El libro de los recuerdos.
Buenos Aires, Sudamericana, 1994.

20 Goldberg, Mauricio: Donde sopla la nostalgia. Buenos
Aires, Grupo Editor Latinoamericano, 1985.

21 Ayala; Nora: Mis dos abuelas. 100 años de
historias. Buenos Aires, Vinciguerra, 1997.

22 Boulgourdjian-Toufeksian: Nélida: "Los
armenios en Buenos Aires". La recosntrucción de la
identidad (1900-1950). Buenos Aires, Centro Armenio,
1997.

23 S/F: "Los gitanos de Tres Arroyos conservan
sólo retazos de su cultura", en El Periodista de Tres
Arroyos, Noviembre de 1999.

24 Ibarguren, Carlos: La historia que he vivido. Buenos
Aires, Biblioteca
Dictio, 1977.

25 Guerriero, Leila: "Chango Spasiuk. Chamamé por
el mundo", en La Nación Revista, Buenos Aires, 14 de enero
de 2001.

26 Sorrentino, Fernando: "Hombre de recursos", en La
venganza del muerto y otros cuentos con astucias. Buenos Aires,
Alfaguara, 1997.

27 Szwarcer, Carlos: "El café Izmir", en Todo es
historia, N° 422, Septiembre de 2002.

28 Diament, Mario: Conversaciones con un judío.
Buenos Aires, Fraterna, 1986.

29 Aizicovich, Samuel: Viaje al país de la
esperanza. Buenos Aires, Milá, 2006. 64 pp.

30 Weyne, Olga: El último puerto Del Rhin al
Volga y del Volga al Plata. Buenos Aires, Editorial Tesis/
Instituto Torcuato Di Tella, 1986.

31 Zeballos, Estanislao: La rejión del trigo.
Madrid,
Hyspamérica, 1984.

…..

En la alegría, en la tristeza, siempre
está presente la religión ancestral, la misma que
enlaza el pasado con el presente, y se proyecta hacia el
futuro.

 

VIII
Oficios

¿Cuáles fueron los oficios que
desempeñaron quienes llegaron a la Argentina entre 1850 y
1950, en sus tierras natales, en el barco y en nuestro
país? Me refiero a ellos, a partir de testimonios de
inmigrantes, sus descendientes, escritores, historiadores y
periodistas.

En la tierra
natal

Muchos inmigrantes y quienes escribieron sobre ellos nos
hablaron de los oficios que desempeñaban en su tierra
natal. Salvo contadas excepciones, es constante la referencia a
la pobreza de
estos hombres y mujeres que buscaron en América una nueva
vida.

En El mar que nos trajo, dice Griselda Gambaro que
Agostino "Cada atardecer, salvo que el tiempo lo impidiera,
salía en barca bajo patrón en jornadas que,
según la pesca,
concluían al amanecer o al mediodía siguiente. Se
trabajaba mucho y se ganaba poco. (…) Ellos estarían
condenados al mismo ritmo de trabajo toda
la vida: la pesca, la venta a precios viles
y el ocio destinado al arreglo de las redes" (1).

En La noche lombarda, Atilio Betti evoca los oficios de
sus mayores: la cría de ganado, la caza de ranas, la
hilandería, la tintorería y el cultivo del arroz.
Se refiere asimismo a los trabajadores golondrina, quienes
viajaban "de Europa a
América, de la Argentina a Italia, para
ganar el jornal en la época de la cosecha" (2). (Alberto
Sarramone afirma que posiblemente fue el escritor Víctor
Gálvez, el que les dio el apelativo, pues decía en
1888, ‘Hay extranjeros que se asemejan a las golondrinas,
son aves de paso,
vienen cuando el invierno está en sus bolsillos"
(3).

Mempo Giardinelli escribe, en Santo Oficio de la Memoria,
que, en Filetto, los nativos eran pescadores, viñateros,
cosechadores de olivas (4).

Agricultores y pastores eran los Dal Masetto en su
tierra lombarda. Lo relata el hijo en un reportaje: "Cuando
retozaba por las montañas de Intra, su padre Narciso y su
madre María eran campesinos. Cultivaban todo tipo de
verduras y frutas: hileras de vid para hacer vino. (…)
él era el encargado de sacar a pastar las ovejas y las
cabras" (5).

Había también inmigrantes con alguna
formación. Un "extraño oficio", heredado de su
abuela, ejercía Syria Poletti en Friuli: escribía
cartas para
quienes se habían marchado (6).

La docencia era
otra de las profesiones de quienes emigraron. El anarquista
Severino Di Giovanni -dice Osvaldo Bayer- "había sido
maestro en Italia, pero sus estudios no eran universitarios" (7),
y se había iniciado en el oficio de tipógrafo en su
tierra. Había sido maestro asimismo Valentín
Bianchi, quien luego sería empresario en
Mendoza: "La escuelita en la que Valentín ejerce su
profesión de maestro queda a poca distancia del pueblo. La
responsabilidad asumida lo entusiasma. Su medio de
movilidad para llegar a la escuela es una
bicicleta que domina con admirable habilidad. La ruta no es
fácil por sus pronunciadas bajadas, subidas y curvas a
todo lo largo del trayecto" (8). El luthier José Yacopi,
"nacido en la provincia española de Alava", hijo de un
genovés, "era profesor de
guitarra en España"
(9).

Emigraron universitarios, como el capitán Miro
Kovacic, que había estudiado Economía en su
juventud
(10).

Y personal de
servicio, como la madre de la protagonista de Diario de ilusiones
y naufragios, que "había sido ama de leche en casa
de una marquesa" (11), en España. Como podían
subsistían unas catalanas: "En España
vivíamos en San Gervasio, a pocos kilómetros de
Barcelona –cuenta Remey-. Y yo recuerdo que cuando
empezó la guerra, mi papá nos fue a buscar al
colegio en bicicleta y ya estaban todos los guardias civiles
muertos… yo tenía nueve años. Mi padre
falleció en esos días, de apendicitis. Así
que mamá se quedó sola con los cuatro hijos. Yo, la
mayor y mi hermana menor con nueve meses. Me acuerdo de que para
poder vivir, mi mamá hacía estraperlo, contrabando de
comida. Iba a los pueblos, compraba comida y la traía en
el cuerpo, puesta. (…) en un viaje, en el que traía
arroz en unos tubos escondidos en unos corsets, los guardias se
dieron cuenta, y entonces mi madre se tajeó todo el
corset, porque si la comida no era para nosotros, no se la iba a
quedar nadie…Con mi hermana aprendimos y hacíamos
estraperlo de carne, en las valijas del colegio… esa carne se
vendía y podíamos subsistir" (12).

Muy pequeña también empezó a
trabajar la asturiana Carmen Díaz: "cumplía con su
rutina de hierro.
Aprendió a ordeñar, llena de prevenciones, en la
edad de las primeras muecas. Su madre, que no andaba para
remilgos, la obligó de mala manera a perderle respeto a la
vaca, ese monstruo gigantesco e imprevisible. Cada madrugada,
Carmina andaba a pie cuatro kilómetros hasta una
cabaña, ordeñaba la pinta y bajaba con la leche
para sus hermanos. Luego regresaba para limpiar la boñiga
y cuidar que las vacas de Teresa no pastaran en los
sembradíos, hasta que los tábanos del
mediodía las picaban y ponían nerviosas, y entonces
mamá las metía de nuevo en la cuadra y llenaba de
pasto el pesebre. La mayoría de los días madre e
hija araban la tierra descalzas. Muy de vez en cuando su
tío Rogelio les regalaba un par de alpargatas"
(13).

Doña Pilar es una inmigrante española
casada con un italiano, ambos personajes de Pájaro de
barro, de Samuel Eichelbaum. La inmigrante opina acerca de las
mujeres argentinas: "En este país, las mujeres
jóvenes no trabajáis. Eso está mal. En mi
tierra… En mi tierra, cuando las mujeres tienen tu edad, las
ponen a trabajar en los olivares…" (14).

En el orfanato italiano en el que vivía Agata, el
personaje de Dal Masetto, trabajaban desde muy corta edad: "Todas
las mañanas nos levantábamos a las seis para
asistir a misa. Después concurríamos a clase y el
resto del día teníamos que trabajar. Las mayores
bordaban y tejían. Sabíamos que el orfanato
vendía esa producción afuera. A las más chicas
nos hacían arrancar yuyos, juntar ramas secas, cuidar los
animales,
acarrear baldes de agua, apilar
el heno. Pero lo peor era cuando me mandaban a cuidar que la
vaca, mientras pastaba, no se pasara a la parte sembrada. Le
tenía miedo".

De vuelta en su casa, Agata colabora en la vendimia: "No
eran más que un par de días, pero estaban tan
llenos de acontecimientos que se me antojaban semanas.
Venían dos primas mías a ayudarnos, las hijas de mi
tía Giulia, que tenían más o menos mi edad.
Se quedaban a dormir y por lo tanto la agitación
seguía inclusive durante la noche. Nos
enloquecíamos corriendo entre las vides, cortando los
racimos y cargando los canastos. Después nos
descalzábamos, nos metíamos en la tina y, entre
risas y empujones, íbamos pisando la uva".

A los trece años, Agata empieza a buscar trabajo:
"En realidad, otras personas, amigas de mi padre o de Elsa, lo
buscaban por mí. Hablaban con jefes y encargados,
venían a vernos para contarnos los resultados de las
conversaciones. Tarni no era un pueblo grande, pero había
muchas industrias. (…)
Para mí la fábrica era (nadie me había
sugerido lo contrario) el elemento que aseguraba el salario, la
imagen que
sostenía una oscura ilusión de progreso"
(15).

El croata Miro Kovacic, era militar. Su esposa,
psicopedagoga. No pudieron ejercer esas profesiones en la nueva
tierra (16).

Lajos Fehér, en su Hungría natal,
"comenzó como cadete en una gran empresa textil
donde al cabo de un tiempo llegó a ser Gerente. (…)
Una de las primeras leyes que
impusieron en Hungría, establecía que no
podía haber ninguna empresa en el territorio en el que el
número de empleados judíos superase el 1 por ciento
del total empleado. El resto del personal debía ser
probadamente católico. La empresa donde
trabajaba Luis, estaba conformada al revés en los
porcentajes. Los judíos eran alrededor del 90 por ciento.
(…) De la noche a la mañana, Luis se encontró sin
trabajo pero con una importante suma de dinero
entregada como indemnización por los dueños de la
empresa. Estos, ante la confiscación de la misma y
sabiendo que iban a perder todo, decidieron aumentar esos
valores hasta
los límites
máximos, aún a costa de cierto riesgo personal,
y entregárselos a toda esa gente que tan fiel le
había sido por tantos años, en lugar de dejarla en
manos de ese gobierno pro-nazi" (17).

En Memorias de Vladimir (18) -novela de Perla Suez
galardonada con el White Ravens, 1992, Biblioteca Internacional
de la Juventud de Munich, Alemania, y
ALIJA, Asociación Argentina de Literatura
Infantil, Sección Nacional del IBBY-, relata el
protagonista: "Nací en la aldea de Porskurov hace mucho
tiempo. El zar mandaba en Rusia, el zar
Nicolás II. No conocí a mis padres. Fui criado por
mi tío Fedor. A los diez años hachaba leña
de la mañana a la noche por apenas un copec. (…)
Tío Fedor era colchonero, guardaba la máquina de
cardar en el cobertizo. A veces para soportar el miedo yo cardaba
lana. Cuando oía chirriar el cerrojo de la puerta y
reconocía sus pasos, mi corazón
volvía a su remanso".

En Rusia se recibió de partera una de las
inmigrantes que evoca Bernardo Verbitsky en Hermana y Sombra.
Recuerda el hijo "La verdadera revolución
para la cual necesitó un temple que entonces yo no estaba
en condiciones de apreciar la realizó al inscribirse en el
primer año de la Escuela de Parteras de la Facultad de
Medicina,
dispuesta a realizar íntegra la carrera que ya
había estudiado en su país natal. Esto resultaba
más largo que revalidar el título pero desde el
punto de vista de la preparación, más
sólido, y simple, pues evitaba la obtención y
legalización del diploma y los documentos,
entonces imposible por la falta de relaciones
diplomáticas" (19).

En "Cada inmigrante una historia: Caden Avayú",
relata José Mantel: "Yaacov Avayú y su esposa,
Esther Bensignor, vivían en la "Muntaña" en los
alrededores de Izmir con sus cinco hijos. Donna, la bojora,
Shelomo, Muis y las buchukas (1) Clara y Cadén, mi madre.
Era un excelente artesano zapatero, con taller propio y varios
obreros, con un buen pasar económico. Habilidoso en tareas
manuales,
había construido un corral donde tenía un macho
cabrío negro de gran cornamenta. Pese a la apacible vida
de la familia, la inestable situación política y la
perspectiva de un servicio militar muy riesgoso, hizo que sus
hijos varones emigren a la Argentina, más precisamente a
Entre Ríos" (20).

El sirio Ale Iussef era colchonero: "Manzli, provincia
de Lataquia, Siria, primeros años del siglo XX; un aldeano
llamado Ale Iussef, nacido un quince (15) de Febrero de 1884,
realiza sus oficio de colchonero con alegría, mientras
abre la lana piensa en su familia compuesta por su esposa
Rabía Ianus Asakhj y tres hijos. Rentaban la casita donde
vivían, modesta y linda, con plantas frutales, parral, un
jardín y una quinta donde las verduras de la
estación, nunca faltaban. Un poco más alejado, el
corral con las cabras, leche y lana que diariamente llegaban a
pastar en las inmediaciones. Un hogar como tantos otros, en las
montañas del norte sirio, si bien tenían lo
indispensable para vivir, no les quedaba dinero como para pensar
en cuestiones de progreso y futuro" (21).

Notas

(1) Gambaro, Griselda: El mar que nos trajo. Norma,
2001.

(2) Betti, Atilio: La noche lombarda. Buenos Aires, Plus
Ultra, 1984.

(3) Sarramone, Alberto: Historia y sociología de la inmigración
argentina.

(4) Giardinelli, Mempo: Santo Oficio de la Memoria. Buenos
Aires, Seix-Barral, 1991.

(5) Roca, Agustina: "Historia de vida", en La
Nación Revista, 12 de julio de 1998.

(6) Poletti, Syria: Extraño oficio. Buenos Aires,
Losada, 1971.

(7) S/F: "Las cartas de amor de Severino Di Giovanni",
en Clarín, Buenos Aires, 27 de julio de 1999.

(8) Bianchi, Alcides J.: Valentín el inmigrante.
Santiago de Chile, Ed. del autor, 1987.

(9) S/F: "Por amor al arte", en
Noticias, 3 de
junio de 1990, Pag. 54. Reproducida en
www.yacopi.com.ar.

(10) Anzorreguy, Chuny: El ángel del
capitán. Biografía del
capitán croata Miro Kovacic. Buenos Aires, Corregidor,
1996.

(11) Scotti, María Angélica: Diario de
ilusiones y naufragios. Buenos Aires, Emecé,
1996.

(12) Ceratto, Virginia: "Gris de ausencia. Volver a
empezar en un mundo nuevo", en La Capital, Mar del Plata, 26 de
noviembre de 2000.

(13) Fernández Díaz, Jorge: Mamá.
Buenos Aires, Sudamericana, 2002.

(14) Eichelbaum, Samuel: Pájaro de barro. En El
teatro argentino
10.Samuel Eichelbaum Selección,
prólogo y notas por Luis Ordaz. Buenos Aires, CEAL, 1980.
(Capítulo).

(15) Dal Masetto, Antonio: Oscuramente fuerte es la
vida. Buenos Aires, Sudamericana, 2003.

(16) Anzorreguy, Chuny: op.cit.

(17) Weisz, José Martín: …mientras los
violines tocana csárdás. Un viaje a Hungría.
Buenos Aires, Editorial Milá, 2002.

(18) Suez, Perla: Memorias de Vladimir. Buenos Aires,
Editorial Colihue, 1993. (Libros del malabarista)

(19) Verbitsky, Bernardo: Hermana y Sombra. Buenos
Aires, Editorial Planeta Argentina, 1977.

(20) Mantel, José: "Cada inmigrante una historia:
Caden Avayú", en SEFARaires, N° 21, Enero de
2004.

(21) Ale, Roberto Mustafá: ""Ale Iussef", en
www.revistaarabe.com.ar, Santa Fe.

En el barco

Algunos inmigrantes pagaron el pasaje con su trabajo.
Miguel Frías recuerda que su abuelo trabajó durante
la travesía. En 2000, en el pueblo de su antepasado, el
nieto imagina el día en que partió el italiano: "No
sé lo que piensa en esa mañana de 1913 y ya no se
lo puedo preguntar: tal vez, en el reencuentro con su padre,
trabajador en las cosechas argentinas; tal vez, en la leña
y las moras que debió robar para sobrevivir al invierno;
tal vez, en la cocina del barco donde trabajará para
cruzar el Atlántico" (1).

Deyacobbi, otro italiano, se embarcó en 1882 como
polizón, pero fue descubierto. Entonces, lo pusieron a
trabajar: quedó "a cargo del panadero del barco que le
enseñó su oficio y le dio al llegar a Buenos Aires
una recomendación para la empresa Molinos Río de la
Plata". Esa vinculación gravitaría en su futuro: en
Molinos, "comenzó como corredor de comercio y por
azar conoció los pagos de Mar del Plata al llegar con un
barco cargado de harina que demoró más de un mes en
descargar. Su primer emprendimiento fue la compra del Molino Luro
en sociedad con Guillermo Roux" (2).

El padre de Juan Bautista Vairoleto considera que "era
posible costearse el viaje trabajando en el mismo barco, como
habían hecho otros, paleando carbón en las calderas"
(3).

Notas

1 Frías, Miguel: "Noticias del mundo", en
Clarín, Buenos Aires, 3 de septiembre de 2000.

2 S/F: "El negocio del hielo", en La Capital, Mar del
Plata, 25 de mayo de 2000.

3 Chumbita, Hugo: op.cit.

Hacer la América

En muchos de los textos que leímos aparece el
inmigrante como una persona laboriosa, que logra un bienestar
económico valiéndose de su habilidad en distintos
oficios o en el comercio. En la Argentina, ellos
trabajarán duro para lograr un bienestar y para brindarles
a sus hijos un futuro mejor, aunque algunos de estos hijos
–como los que presentan Cambaceres en su novela En la
sangre (1) y
Félix Lima en Pedrín (2)- no sepan agradecerlo.
Muchos inmigrantes se ocuparán en la misma tarea que en
sus países de origen; otros, deberán aprender
nuevas formas de ganarse la vida.

Marío Bunge destaca la laboriosidad de los
inmigrantes, cuando dice: "Me hubiera gustado vivir mi vida
adulta entre 1880 y 1930. Esa fue la Edad de Oro del
País. Fueron los tiempos en que vinieron montones de
gallegos y gringos a trabajar duro y a enseñar a trabajar
con su ejemplo. Entonces fue cuando nacieron la agricultura a
gran escala, la
industria
nacional y el Estado
moderno. En esa época se pasó de la barbarie a la
civilización. (…) Es verdad que también se
cometieron crímenes tales como la guerra genocida y rapaz
contra los indios. Pero en definitiva lo bueno pesó
más que lo malo" (3).

"En esa época –afirma Carlos Ibarguren en
La historia que he vivido- aparecían millonarios que pocos
años antes habían llegado al país sin un
centavo en el bolsillo o con muy poco capital. Era el caso de
Carlos Casado del Alisal, español; de Pedro Luro, vasco
francés; de Ramón
Santamarina, vasco español; de Eduardo Casey,
irlandés, propietarios todos ellos de enormes extensiones
de campo; o de Nicolás Mihanovich, dálmata, que
empezó como botero y ya era dueño de varias
empresas de
transporte fluvial, algunas con sede en Londres; o de Antonio De
Voto, italiano, fundador de un barrio en Buenos Aires, al igual
que Rafael Calzada, español, o de Francisco Soldati,
italiano y muchísimos más cuyos apellidos hoy
figuran en los rangos de la más alta sociedad"
(4).

Evoca el sentimiento que impulsaba a todos por igual:
"Un optimismo irresistible, un frenético entusiasmo
contagiaba a todos. A los argentinos, que veíamos la
súbita transformación de nuestra modesta
República en una nación rica y opulenta. Y
también a los extranjeros que estaban embarcados en la
aventura fascinante del progreso, la riqueza y la mágica
transformación de sus vidas".

"Los argentinos conocemos bien las virtudes de los
inmigrantes: Quien se sobrepone a grandes dificultades
será, posiblemente, una persona valiosa para el
país que lo recibe", escribe Clara Obligado
(5).

Notas

1 Cambaceres, Eugenio: En la sangre. Buenos Aires, Plus
Ultra, 1968.

2 Lima, Félix: "Pedrín". Buenos Aires,
CEAL, 1980. (Capítulo).

3 Cosentino, Olga: "La Argentina de los deseos", en
Clarín, Buenos Aires, 30 de julio de 2000.

4 Ibarguren, Carlos: La historia que he vivido. Buenos
Aires, Biblioteca Dictio, 1977.

5 Obligado, Clara: "Ley de
inmigración en España. Tan global, tan legal, tan
xenófoba", en Clarín, Buenos Aires, 28 de enero de
2001.

En la Ciudad de Buenos Aires

Alemanes

Eduardo L. Holmberg evoca en "La pipa de Hoffmann" (1) a
un judío alemán que "Conocía profundamente
la historia y la literatura antiguas, las
pocas reliquias de la edad media, y
era capaz de apreciar los grandes hechos y los grandes hombres de
los tiempos modernos y contemporáneos".

En "El sur", Borges nos dice
de qué trabajaban un inmigrante y uno de sus
descendientes: "El hombre que desembarcó en Buenos Aires
en 1871 se llamaba Johannes Dahlmann y era pastor de la iglesia
evangélica; en 1939, uno de sus nietos, Juan Dahlmann, era
secretario de una biblioteca municipal en la calle Córdoba
y se sentía hondamente argentino" (2).

Notas

1 Holmberg, Eduardo L.: Cuentos fantásticos.
Buenos Aires, Hachette, 1957.

2 Borges, Jorge Luis "El sur", en Ficciones. Buenos
Aires, Sur, 1944.

Armenios

"La inmigración armenia –señala
Nélida Bourgoudjian- siguió la tendencia general
del flujo migratorio en el siglo XX, es decir, se orientó
más hacia las ciudades que hacia el campo. Las ocupaciones
fueron evolucionando, y la nueva patria de adopción
constituyó un medio de superación social y
profesional. Durante las décadas de 1930 y 1940, la gran
mayoría, carente de capitales por las circunstancias de su
emigración, se dedicó al comercio minorista
–mercería, calzado, alimentos– o bien
a los oficios por ellos conocidos –joyero, zapatero,
sastre, herrero, tejedor-, que les permitieron establecerse por
cuenta propia" (1).

En la Argentina, los armenios "volvieron a prender el
brasero, (…) con un trozo de suela en la mano se hicieron
zapateros; con un trozo de tela, sastres y textiles, (…) y
albañiles, obreros y tantas ocupaciones que
dan orgullo al honesto" (2).

Notas

1 Boulgourdjian-Toufeksian, Nélida: Los armenios
en Buenos Aires. Buenos Aires, Centro Armenio, 1997.

2 Derderian, Carlos: Odar. Buenos Aires, Akian,
2004.

Belgas

Entre los inmigrantes había también
sombrereros, como el belga Divas, que terminó trabajando
en un frigorífico (1).

Notas

1 Báñez, Gabriel: Vírgen.
Barcelona, Sudamericana, 1998.

Egipcios

En su novela Un noviazgo, Bernardo Verbitsky se refiere
a la ocupación de un egipcio. El protagonista
"conoció asimismo a don Alí. Era un individuo de
unos 40 años, de cara oscura, nariz aguileña, con
mejor humor de lo que dejaba suponer cierta expresión
torva de su cara. Sabía reír con ganas.
Decían que era egipcio, aunque las mujeres lo designaban
entre sí como ‘el Turco’. Venía de otro
cabaret y se había propuesto traer con él a las
mujeres más lindas, y las fue hablando una a una, para lo
cual le servía su perfecto dominio de varios
idiomas. Alternaba el inglés y un francés al
parecer correctos con un castellano aporteñado de
indudable naturalidad. ‘Vas a estar mejor que allá
–decía persuasivamente-. Dejáte de embromar,
dáte una vuelta por acá. Veníte bien
bañada, eso sí. Y a portarse bien, que el nuevo
empleo lo
vale. Hay que andar derechas, que si no les corto una
teta’. ‘Don Alí es el mejor gerente que hemos
tenido’, decían todas convencidas" (1).

Notas

1 Verbitsky, Bernardo: Un noviazgo. Buenos Aires,
Planeta, 1994.

 

Españoles

De España era un trabajador evocado por
Félix Luna en Soy Roca. Nos referimos a Gumersindo
García, mayordomo del presidente, hombre que, de a poco,
fue ascendiendo desde su primitiva ocupación de mucamo,
gracias a su bonhomía y fidelidad (1).

En Locuras de Isidoro, historieta de Dante Quinterno,
aparece un mayordomo gallego. "Quién no disfrutó
alguna vez –pregunta Marcelo Benini- de los enredos
protagonizados por Isidoro, ese porteño de vida disipada
que rehuía a cualquier esfuerzo físico, incluido
el trabajo, y
pasaba sus horas en casinos, hipódromos y boites?
Imposible olvidarlo: casi siempre vestía saco cruzado,
polera, mocasines y tomaba whisky importado. Vivía
disgustando a su pobre tío, el coronel Urbano
Cañones, quien sólo confiaba en él cuando
estaba acompañado por Cachorra Bazuka, una hermosa rubia
de aparente compostura que en realidad era su compañera de
juergas. Su otro aliado era Manuel, el mayordomo gallego, que lo
apañaba ante el severo militar cuando Isidoro metía
la pata. Autos
deportivos, ruletas, cartas de póker, cigarrillos y noche
componían la iconografía de Locuras de Isidoro, la
popular revista que el inolvidable Dante Quinterno (1919-2003)
publicó entre 1968 y 1976, año en que empezó
a reeditarse" (2).

En ¡Al campo!, de Nicolás Granada, aparece
Santiago, un criado gallego. El autor lo hace hablar en esta
forma: "Este señor prejunta por las señoras. (…)
–Usted dispense; nu lu sabía. Que no estaban en
casa, esu sí; pero que estuvieran en el monte… Si usted
quiere que se lu dija…" (3).

Inmigró el ama de llaves Jovita Iglesias, que
trabajó en casa de los Bioy durante casi cincuenta
años (4).

Muchas mujeres se dedicaban al lavado y al planchado.
Lola es una abuela homenajeada por su nieto Fernando de la Orden
en la muestra
fotográfica "Pan y manteca". Ella vino de Logroño
con su marido y tres hijas. Aquí nacería la cuarta.
Era necesario trabajar para mantener tantas bocas en la nueva
tierra: "llegó a la Argentina con espanto por todo ropaje
y esperanza por toda bandera, y salió a planchar las ropas
ajenas para parar la olla" (5).

Tampoco le temía al trabajo la abuela gallega de
Guillermo Saccomano, quien relató en un reportaje: "Mi
abuela era una presencia muy fuerte. Trabajó de sirvienta
y de lavandera de familias bien de la época. Con todo,
acá la pasaba mucho mejor que en su aldea, donde estaban
muy sometidos" (6).

La "gallega" –afirman Elguera y Boaglio- era "una
institución de la época que aspiraba a tener cada
familia de la clase media. La ‘gallega’ era una moza
robusta, trabajadora, honesta, leal, sensata, frecuentemente
analfabeta, que permanecía con la misma familia hasta
casarse con su Manuel (que así se llamaba su prometido) o
volverse a su pueblo galaico, acosada por la morriña, la
morrinha da minha terra" (7).

Cuando Fray Mocho presenta a una doméstica
gallega, desliza una crítica
social, ya que a esta mujer un personaje le dice que la patrona
"se aprovecha de que sos d’España para sacarte el
jugo por unos cuantos centavos" (8).

Una inmigrante –que en realidad era leonesa,
nacida en Mataluenga del Bierzo- inspira a Niní Marshall:
"El humor es siempre una salida honorable. Lo supo desde siempre,
acaso lo intuyó aquella Marina Esther Traverso, nacida en
Caballito hace justo un siglo, sexta hija de un matrimonio
asturiano de primera inmigración. Por fatalismo y por
elección, fue una chica de barrio. Tertulias de canto y
baile son coro y escenario de sus primeros enmascaramientos:
deforma las voces, acuchilla al diccionario,
le da valor barriero a cada expresión. Con
castañuelas y panderetas se sube al palco del Centro
Asturiano. Tiene 12 años y su primer público es la
gallega Francisca, la empleada doméstica, a la que ella
inmortalizaría como ‘Cándida’ "
(9).

En "Departamento para familias", cuento incluido en el
volumen Pasos
del gran bailarín, el sevillano afincado en la Argentina
Guillermo Guerrero Estrella presenta a Inés, una criada
gallega (10).

En "La pesquisa" (11), de Paul Groussac, aparece una
sirvienta vasca. La mujer es descripta por el empleado de correo:
"joven aún, vestida como sirvienta y de aspecto
extranjero, había retirado una carta, exhibiendo un
pasaporte español a su mismo nombre".

Enrique Larreta canta, en "Las criadas y el
niño", a las domésticas españolas: "Que
otros digan de escuelas y de universidades./ Yo canto el cuarto
aquel de plancha y de costura/ y sus buenas mujeres.
¡Galicia! ¡Extremadura!/ y las que me
enseñaban a palmear soledades.// España de las
tierras y no de las ciudades./ También las castellanas de
grave catadura./ La blanca, la trigueña; la moza, la
madura./ De todas las pellejas, de todas las edades.// ¡Ay,
qué cuentos aquellos! Fablas de romería./ Consejas
de la lumbre. ¡Y qué linda manera/ de nombrar cada
cosa! ¡Cuánta sabiduría!// entre aquellos
refajos! Erase que se era/ un juglar que les debe toda su
nombradía./ Gaita sentimental y sonaja parlera"
(12).

Florencio Sánchez es el autor de En familia. Uno
de los personajes de esa pieza confiesa: "Todavía no me
doy cuenta de cómo he podido amoldarme a semejante vida.
Con decirte que yo, tu madre, que fue siempre una mujer de orden
y delicada, ha llegado hasta robarle a una pobre gallega
sirvienta… (…) Hasta robarle, sí señor; hasta
robarle a una pobre mujer los ahorros que me había
confiado" (13).

En Los primeros fríos, de Alberto Novión,
uno de los actores expresa: "-Ahora me voy a conversar con una
mucamita que trabaja en la Legación de España, es
galleguita y sin primo, ¿se da cuenta?" (14).

En Babilonia, de Armando Discépolo, aparecen
varios criados españoles. La mucama madrileña "es
limpia, espumosa en su tualé de mucama, bella. Se sienta
ante su puerta en silla baja y mirándose a un espejo de
mano canturrea algo de su tierra, su cintura y sus muslos
inquietos" (15).

Una andaluza se presenta en casa de Horacio
Quiroga. Escriben Ezequiel Adamovsky y Gustavo Bombini:
"Bastó con ver su aspecto, para que la andaluza que se
había acercado a la casa de Vicente López, en busca
de empleo, huyera despavorida. Al abrirse la puerta, había
visto a un hombre descalzo, vestido con un overol manchado de
grasa, con abundante barba y cabellera negras, ojos celestes e
inquietantes, muy flaco y de baja estatura. Contra lo que la
andaluza y nosotros mismos pudiéramos pensar, contra la
imagen habitual del ‘escritor prestigioso’, quien
apareció allí era Horacio Quiroga" (16).

Relata el narrador, en "El convite de Barrientos", texto
de Santiago Estrada de 1889: "Pero todo lo que llevo referido
habría sido tortas y pan pintado, si el portero de mi
alojamiento, desconociéndome la voz y tomándola
entre sueños por la de un pariente que acababa de morir en
El Ferrol, no se hubiera negado a abrirme la puerta,
conjurándome a que, ánima en pena, volviera al
sitio de donde había salido, en la seguridad de que
en cuanto amaneciera daría de limosna a un pobre los
cuartos que me adeudaba al embarcarse para América"
(17).

Cambaceres, en su novela En la sangre, manifiesta
desprecio hacia el gallego portero de la universidad
(18).

Enrique Méndez Calzada incluye, entre los
personajes de su "Cuento de Navidad", a un
ordenanza, "el leal Lavandeira", quien "extrajo de su vieja
maleta de inmigrante un haz de folletines amarillecidos ya por el
tiempo y corcusidos con hilo negro en su margen izquierdo, a
guisa de doméstica encuadernación. Se trataba,
según pude observar, de El judío errante,
pacientemente coleccionado, y recortado de las hojas de El
Heraldo de Madrid, periódico
que publicó en folletín esa lata inmortal hace cosa
de doce o catorce años" (19).

En "Verde y negro", cuento incluido en Unidad de lugar,
Juan José Saer escribe: "Eran como la una y media de la
mañana, en pleno enero, y como el Gallego cierra el
café a la una en punto, sea invierno o verano, yo me iba
para mi casa, con las manos metidas en los bolsillos del
pantalón, caminando despacio y silbando bajito bajo los
árboles. Era sábado y al otro
día no laburaba" (20).

En una de sus aguafuertes porteñas, titulada
"Elogio del lavacopas", Roberto Arlt
homenajea a los inmigrantes españoles: "Quiero hacer hoy
el elogio del lavacopas, del lavacopas como elemento de progreso
nacional, del lavacopas como ejemplo de honestidad, de
contracción al trabajo, del lavacopas cuya
filosofía se la enseñaron los borrachos al borde
del mostrador, y cuya feroz y dulce pasión por el dinero se
la enseñó la miseria del terruño y la
ejemplar conducta del patrón, del patrón que, como
los antiguos patrones griegos, sentaba a su mesa al esclavo y le
zurraba cuando hacía falta" (21).

Un personaje de Lejos de aquí, de Roberto Cossa y
Mauricio Kartun, de vuelta en España, dice a un argentino:
"¿Cómo te creés que la pasé yo en tu
tierra? Trabajaba en un bar dieciocho horas por día…
¡Dos turnos! Sirviendo a tus argentinos… soberbios…
maleducados, ¡coño! ¡Dieciocho horas por
día! Sin sueldo. Sólo por las propinas y la comida.
Dormía en el sótano con una escoba en la mano para
espantar las ratas… Treinta años juntando plata…
¡plata y odio! ¿Entendés lo que es eso?
¡Treinta años juntando plata y odio! ¿De
qué solidaridad me
hablás?" (22).

En "Carroza y reina", de Isidoro Blaisten, aparece el
asturiano Alvarez, mozo del café y bar El Aeroplano: "Los
parroquianos empujan para llegar hasta las mesas del privilegio y
arrastran al mozo, Alvarez el asturiano, el de los enormes pies,
que se escurre entre los cuerpos con la bandeja en alto cargada
de choppes, express y especiales de matambre que son la
especialidad de la casa" (23).

En "El encuentro", de Jonatan Gastón Nakache,
encontramos un mozo español. (24).

 

Manuel Gálvez presenta, en Nacha Regules, a un
aragonés encargado de un conventillo: "El encargado era un
aragonés testarudo, insolente y entrometido. Su
pequeña cabeza desgonzábase sobre un cogote
interminable. El tronco, angosto en los hombros,
ensanchábase hasta las caderas, cuya anchura contrastaba
ridículamente con la longitud de las flacas piernas,
movedizas y simiescas. La expresión adusta del semblante y
la nariz de perro, caricaturizábanle aún
más. Reía explosivamente, empalmando la
agonía de una carcajada con el brusco estallido de otra,
lleno de gesticulaciones, agitándose íntegro, dando
al cuerpo la línea oblícua y caídos los
brazos que temblequeaban chocando contra los flancos y
subían y bajaban sin ritmo, como émbolos
descompuestos. Gustaba hacerse el gracioso, hablando a lo
andaluz" (25).

En 1955, Marco Denevi
es distinguido con el Premio Kraft por Rosaura a las diez. En esa
obra, declara "la señora Milagros Ramoneda, viuda de
Perales, propietaria de la hospedería llamada ‘La
madrileña’, de la calle Rioja, en el antiguo barrio
del Once". "Todo esto (…) empezó hace doce años,
cuando vino a vivir a mi honrada casa un nuevo huésped que
confesó ser pintor y estar solo en el mundo. Aquellos eran
otros tiempos, ¿sabe usted?, tiempos difíciles,
sobre todo para mí, viuda y con tres hijas
pequeñas. Los pensionistas escaseaban, y los pocos que
habían eran, hablando mal y pronto, de culo mal asentado,
quiero decir, que hoy estaban en una pensión y
mañana en otra y en todas dejaban un clavo, o, apenas
usted se descuidaba, le convertían su honrada casa en un
garito o alguna cosa peor, de modo que a los dueños de
hospederías decentes nos era necesario si queríamos
conservar la decencia y la hospedería, un arte nada
fácil, ahora desconocido y creo que perdido para siempre:
el arte de atraer, seleccionar y afincar, mediante cierta
fórmula secreta, hecha a base de familiardad y rigor, una
clientela más o menos honorable" (26).

"El Orensano", un afilador gallego, protagoniza "Se
abrió el cielo", de Jorge Alberto Reale. El inmigrante "es
de Orense el pueblo de la chispa y los dulces arpegios. Enjuto,
desdentado, recóndito. El pobre está un poco
arqueado, su cara afilada, parece disecarse. Nadie sabe si tiene
familia. Cuando se lo indaga, dice con orgullo: -Soy descendiente
de Rosalía de Castro-, más aún, afirma, ser
de cuna noble, dijéramos de escudos y blasones, no
solamente porque se lo crea buena persona. Dice de paso y por lo
bajo: -Ser bueno no quiere decir ser inofensivo, la bondad sin
talento no vale nada. Y así va, así viene y
así pasa con su anticuada armadura, entre esmeriles y
calderones. Es todo uno con algo de músico y
filósofo trashumante" (27).

Hubo maestros inmigrantes, como un personaje de La gran
aldea, de Lucio V. López: "Don Josef era oriundo de
Cataluña y se vanagloriaba de haber nacido en el castillo
Monjuich, de haber salvado la vida a varias personas, de haber
presenciado un naufragio y de haber sido casi víctima del
hambre de una tigra mansa; preciábase de haber conocido a
la reina de España, doña Cristina, de haberla visto
comer una olla podrida en un día de toros. Hacía
sacrificio de confesarse descendiente de don Gonzalo de
Córdoba, pero no se prestaba a pregonar mucho el
parentesco, y lo repudiaba con majestad, porque no quería
que nadie sospechase que él aprobaba las rendiciones de
cuentas de su
poco escrupuloso antepasado. Vivía crónicamente
colérico, sin que esto importe decir que no supiera
interrumpir sus accesos para hablar con fruición, de los
tesoros de Potosí y de fortunas colosales como las de los
cuentos de hadas, porque el buen viejo tenía altamente
desarrollada la nota de la codicia" (28).

Narra el protagonista de Divertidas aventuras del nieto
de Juan Moreira, de Roberto J. Payró: "Acabé por
acostumbrarme un tanto a la escuela. Iba a ella por divertirme, y
mi diversión mayor consistía en hacer rabiar al
pobre maestro, don Lucas Arba, un infeliz español, cojo y
ridículo, que, gracias a mí, se sentó
centenares de veces sobre una punta de pluma o en medio de un
lago de pega-pega, y otras tantas recibió en el ojo o la
nariz bolitas de pan o de papel cuidadosamente masticadas.
¡Era de verle dar el salto o lanzar el chillido provocados
por la pluma, o levantarse con la silla pegada a los fondillos, o
llevar la mano al órgano acariciado por el húmedo
proyectil, mientras la cara se le ponía como un tomate!
¡Qué alboroto, y cómo se desternillaba de
risa la escuela entera! Mis tímidos condiscípulos,
sin imaginación, ni iniciativa, ni arrojo, como buenos
campesinos, hijos de campesinos, veían en mí un
ente extraordinario, casi sobrenatural, comprendiendo
intuitivamente que para atreverse a tanto era preciso haber
nacido con privilegios excepcionales de carácter y de posición"
(29).

En Los políticos, "sainete
cómico-lírico en un acto y tres cuadros, en prosa y
verso", escrito por Nemesio Trejo, con música de Antonio
Reynoso, aparece un barbero andaluz que canta: "Con el vito vito
vito/ con el vito vito va/ no me haga usted cosquillas/ que me
pongo colorá".
El se identifica como "Benito Pérez y Ciudad Real,
barbero, soltero, extranjero, con tres años de residencia
en el país" (30).

En Canillita, de Florencio Sánchez, aparece un
mercero catalán, que pregona su mercadería:
"¡Toallas, peinetas, jabones, cinta de hilera, agujas,
camisetas, botones de hueso, carreteles de hilo,
madapolán, pañueletas! (…) Pañueletas,
calzoncillos, alfileres, festones, sombreros de paja,
servilletas, libros de misa. (…) Libros de misa, esponjas,
corbatas, cortes de vestido, tarjetas postales,
jabón…" (31).

En "Las señoritas de la noche", Marta Lynch
presenta un almacenero catalán: "El almacenero
arreció en su reyerta milagrosa, recrudeció en los
gritos y en los golpes con su férrea y antigua furia de
anarquista; los vecinos oían ahora incomprensibles
vocablos catalanes y su recia decisión de no dejar al cura
aquel que hiciera un marica de su hijo" (32).

Hubo panaderos, como el inmigrante que inspiró a
Quino el personaje de Manolito (33).

El abuelo de Gloria Pampillo, gallego, era comerciante,
y había elegido el mismo nombre para todos sus negocios:
"Celta, como el nombre que mi abuelo le ponía a cada uno
de los bienes que
acá se iba ganando, desde su barco hasta los toros. Un
toro negro, morrudo, que ahora le dibujo en su
escudo de comerciante, como tantos otros dibujaron una espiga en
el almacén o
en la panadería: La flor de Galicia" (34).

"Joaquín Coto, el papá de Alfredo, era un
inmigrante gallego que tenía una pequeña
carnicería en un mercado municipal
que funcionaba en Retiro y desde chico Coto acompañaba a
su padre en sus recorridas por el Mercado de Liniers"
(35).

En Agua de nadie –novela distinguida con el Premio
"Dr. Alfredo A. Roggiano" de la Municipalidad de Chivilcoy,
1993-, Mabel Pagano evoca a dos sastres gallegos: "Porque era muy
chico y recién se iniciaba en el oficio junto a los
gallegos López y García, propietarios de un gran
taller, no tuvo ocasión de conocer a don Hipólito,
aunque quizás Yrigoyen no hubiera gastado en un traje lo
que él llegó a cobrar, decían que era tan
raro el Peludo… (…) La tarde anterior, los gallegos
habían insistido en su intento de llevarlo a Mar del Plata
para la inauguración de la tan soñada sucursal y
nuevamente él rechazó la invitación,
hablando de compromisos impostergables, aunque sin aclarar sobre
la naturaleza de
los mismos y tratando de que no se ofendieran, ya que era forzoso
que lo reconociera, él les debía mucho a los dos.
Esa noche, cuando estaba a punto de retirarse del taller, los
patrones lo invitaron a comer en un restaurante de
Sarandí, donde había ido varias veces
acompañándolos. Quiso negarse diciendo que estaba
muy cansado de la tarea de toda la semana, cosa que era
rigurosamente cierta, pero López insistió, vamos
hombre, nos comemos la paella y regresamos temprano, al mismo
tiempo que García lo palmeaba empujándolo hacia la
puerta" (36).

En su cuento "Seguir viviendo", Ana María Torres
evoca a las modistas españolas: "Josefina se hacía
los vestidos con una modista. Yo, en cambio, con una que
venía a coser a casa. Siempre eran españolas y
siempre dificilísimas de conseguir, se las recomendaba
pero no mucho, pues de recomendación en
recomendación aumentaban su clientela y cuando uno las
necesitaba no las conseguía. Los diálogos
interminables entre mamá y la modista, los reproches, las
promesas de venir, las demoras… hasta que por fin
aparecía" (37).

En "Historia de José Montilla", Fernando
Sorrentino da vida a un tendero inmigrante : "don José
Montilla era, pues, un próspero comerciante
español. No era panadero, no era almacenero, no
atendía una casa de comidas: queden esos menesteres para
los compatriotas de Galicia. En donde mostró escasa
originalidad fue en el nombre que eligió para su tienda:
Al Caballero Elegante. Aunque en realidad no sé si lo
eligió don José o el comercio ya se llamaba
así antes de que él lo comprara. Era un local
profundo y ancho: brillaban las largas maderas de los pisos y
brillaban las olorosas maderas de los cajones y de las
estanterías, y brillaban los metales de
manijas y llaves y esquineros, y brillaban los cristales y los
espejos. ‘Todo para el caballero elegante’: medias,
ropa interior, camisas, corbatas, trajes, sobretodos, sombreros,
cinturones, tiradores, billeteras" (38).

Un neno da tenda es evocado por Federico
García Lorca en uno de sus Seis poemas galegos
(39).

Por la Avenida de Mayo circulaba el vendedor de
cigarrillos, un andaluz que pregonaba: "¡Qué
distraídos, andéis! ¡Qué
distraiídos!/ ¡Miraise bien los bolsillos!/
¡Habéis orvidao los cigarriyos!" (40).

Fernández Moreno (41), Leopoldo Lugones (42),
Carlos Ibarguren (43) y Graciela Cabal (44) evocan vascos
lecheros.

En Juvenilia (45), Miguel Cané –cuyo nombre
se recuerda vinculado con la Ley de Residencia-, describe a los
quinteros vascos y los medios con los
que defendían los frutos que cultivaban: "Robustos los
tres, ágiles, vigorosos y de una musculatura capaz de
ablandar el coraje más probado, eternamente armados con
sus horquillas de lucientes puntas, levantando una tonelada de
pasto en cada movimiento de
sus brazos ciclópeos, aquellos hombres, como todos los
mortales, tenían una debilidad suprema: ¡amaban sus
sandías, adoraban sus melones!".

En el cuento "El residente", de Teresa Freda, aparece
una gallega, "pobre y santa enfermera, medio bruta pero buenaza"
(46).

En Santo Oficio de la Memoria, de Mempo Giardinelli, se
habla de un oficio que desempeñaban los españoles.
En 1886, "Había muchos policías, allí. Casi
todos asturianos, gallegos. No sé por qué.
También usaban bigote de manubrio y llevaban pistolas al
cinto, capote invernal, quepís duro y alzado y linterna en
mano. Cuando se hizo la noche, los policías se
movían como luciérnagas nerviosas" (47).

Escribe Virginia Messi: "’El Gallego
Penitenciario’ ocupó un rol tan destacado en la
historia de los primeros penales que fue honrado días
atrás con una estatua recordatoria, ubicada en un lugar
central del Museo del S.P.F." (48).

En La fuga (49), novela distinguida con el Premio
Emecé 1998/99, Eduardo Mignogna presenta, entre otros
inmigrantes, a Adela y Angel Villalba, una pareja de carboneros
gallegos de Betanzos que tiene un sobrino en Mendoza.

Cuando visitó nuestro país en 1998,
José Luis Baltar Pumar, presidente de la diputación
de Orense, expresó: "hemos mandado a los mejores hombres y
mujeres a este país, y Galicia lo ha sentido
profundamente. Ellos han tomado la decisión de venir y
trabajar de sol a sol para salir adelante" (50).

Coincide con él José Bendoiro
Diéguez, que creó la escuela gallega Coyam, quien
afirma: "El trabajo es el principio gallego por
definición" (51).

Estaba presente en estos inmigrantes la necesidad de
enviar dinero a quienes habían quedado en la tierra natal,
muchos de ellos soportando la guerra. Esa realidad es la que
refleja Alfredo Navarrine en su tango "Galleguita", de 1924,
cuando dice: "Juntar mucha platita para tu pobre viejita que
allá en la aldea quedó" (52).

Pero que no ocurra a quienes tanto se esfuerzan como a
esos inmigrantes que evoca Elsa Gervasi de Pérez en su
"Carta a Galicia", en la que narra cómo un argentino de
ascendencia española embauca a una familia de gallegos. El
Paco escribe a sus padres: "La Paquita sapuesto a noviar con un
mochacho arjintino hijo de jallejos como nosotros. Es muy bueno y
nos va a cuidar la platita. (…) La Paquita se fue por
ahí a caminar para ver si lo halla al novio ya que hace
unos días se mudó y el pobreciño
solvidó de darnos la diricción" (53).

También estaban al acecho "los pillos
oportunistas que sorprendían a los inmigrantes con el
cuento ‘del legado’ " (54), y los hispanos que los
estafaban. En Lunas eléctricas para las noches sin luna,
escribe Belén Gache: "Bordeando el convento, la calle
Viamonte se extiende alternando fondas llenas de marineros con
casas de remates, regenteadas por catalanes, gallegos o andaluces
que venden objetos dorados por oro fino y piedras transparentes
por diamantes" (55).

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16, 17, 18, 19, 20, 21
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