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Inmigración y literatura (página 13)



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Notas

1 Luna, Félix: Soy Roca. Buenos Aires,
Sudamericana, 2000.

2 Benini, Marcelo: "Isidoro Cañones era de Villa
Pueyrredón", en El barrio. Periódico
de noticias,
Agosto de 2003.

3 Granada, Nicolás: ¡Al campo!, en El
teatro argentino
3.Afirmación de la escena nativa. Selección,
prólogo y notas por Luis Ordaz. Buenos Aires, CEAL, 1980.
(Capítulo).

4 Hendler, Ariel: "Jovita Iglesias. Una vida con los
Bioy", en Clarín, 2 de septiembre de 2002.

5 Guerriero, Leila: "Pan & Manteca", en La Nación
Revista, 5 de
mayo de 2002.

6 Chiaravalli, Verónica: "Un corazón
tomado por la memoria",
en La Nación,
15 de agosto de 1999.

7 Elguera, Alberto y Boaglio, Carlos: La vida
porteña en los años Veinte. Buenos Aires, Grupo Editor
Latinoamericano, 1997.

8 Alvarez, Sixto (Fray Mocho): Cuentos.
Buenos Aires, Huemul, 1966.

9 Göttling, Jorge: "Biografías de Buenos
Aires", en Clarín, Buenos Aires, 4 de agosto de
2003.

10 Guerrero Estrella, Guillermo: "Departamento para
familias", en R. J. Payró, J. C. Dávalos, R.
Mariani y otros: El cuento
argentino 1900-1930 antología. Sel. y pról. de
Eduardo Romano, notas de Alberto Ascione. Capítulo. Buenos
Aires, CEAL, 1980.

11 Groussac, Paul: "La pesquisa", en H. Bustos Domecq,
A. Pérez Zelaschi y otros: El cuento policial. Selecc. de
Jorge Lafforgue y Jorge B. Rivera. Capítulo. Buenos Aires,
CEAL, 1981.

12 Larreta, Enrique: "Las criadas y el niño", en
Cantan los pueblos americanos. Selección de Germán
Berdiales; ilustraciones de David Cohen. Buenos Aires, Ediciones
Peuser, 1957.

13 Sánchez, Florencio: En familia, en El
teatro argentino 4.Florencio Sánchez. Selección,
prólogo y notas por Luis Ordaz. Capítulo. Buenos
Aires, CEAL, 1980.

14 Novión, Alberto: Los primeros fríos, en
El teatro argentino. 6.El sainete. Prólogo de Abel
Posadas; selección y notas por Marta Speroni y Griselda
Vignolo. Capítulo. Buenos Aires, CEAL, 1980.

15 Discépolo, Armando: Babilonia. Una hora entre
criados. En Sánchez, Trejo, Pacheco, Discépolo,
Dragún: Canillita y otras obras. Selección,
prólogo y notas por Jorge Lafforgue. Buenos Aires, CEAL,
1980. (Capítulo).

16 Adamovsky, Ezequiel y Bombini, Gustavo: Para noche de
insomnio. Textos de Horacio
Quiroga. Buenos Aires, Libros del
Quirquincho, 1991.

17 Estrada, Santiago: "El convite de Barrientos", en 20
relatos argentinos. 1838-1887. Selección y prólogo
de Antonio Pagés Larraya. Ilustraciones en colores de
Horacio Butler. Buenos Aires, Eudeba, 1969.

18 Cambaceres, Eugenio: En la sangre. Buenos
Aires, Plus Ultra, 1968.

19 Méndez Calzada, Enrique: "Cuento de Navidad", en
R. J. Payró, J. C. Dávalos, R. Mariani y otros: El
cuento argentino 1900-1930 antología. Sel. y pról.
de Eduardo Romano, notas de Alberto Ascione. Buenos Aires, CEAL,
1980. (Capítulo).

20 Saer, Juan José: "Verde y negro", en J. J.
Hernández, H. Tizón, Isidoro Blaisten y otros: El
cuento argentino 1959-1970** antología. Selección,
prólogo y notas del Seminario
Crítica
Literaria Raúl Scalabrini Ortiz. Buenos Aires, CEAL,
1981. (Capítulo).

21 Arlt, Roberto: Nuevas aguafuertes porteñas.
Buenos Aires, Hachette, 1960. 329 páginas. Estudio
preliminar de Pedro G. Orgambide.

22 Cossa, Roberto y Kartun, Mauricio: Lejos de
aquí, en Teatro 5. Buenos Aires, Ediciones de la Flor,
1999.

23 Blaisten, Isidoro: "Carroza y reina", en Carroza y
reina. Buenos Aires, Emecé, 1986.

24 Nakache, Jonathan Gastón: "El encuentro", en
Escritura
joven III Concurso literario para jóvenes "Clara
Klilsberg". Buenos Aires, Editorial Milá.

25 Gálvez, Manuel: Nacha Regules. Citado en
Páez, Jorge: El conventillo. Buenos Aires, CEAL,
1970.

26. Denevi, Marco: Rosaura a las diez. Buenos Aires,
Corregidor, 1999. 319 pp. Estudio preliminar y glosas de Juan
Carlos Merlo.

27. Reale, Jorge Alberto: "Se abrió el cielo", en
el grillo, N° 36, Noviembre-Diciembre 2003.

28 López, Lucio V.: La gran aldea. Costumbres
bonaerenses. Buenos Aires, CEAL, 1980.
(Capítulo).

29 Payró, Roberto J.: Divertidas aventuras del
nieto de Juan Moreira. Buenos Aires, CEAL.
(Capítulo).

30 Trejo, Nemesio: Los políticos en
Sánchez, Trejo, Pacheco, Discépolo, Dragún:
Canillita y otras obras. Selección, prólogo y notas
por Jorge Lafforgue. Buenos Aires, CEAL, 1980.
(Capítulo).

31 Sánchez, Florencio: Canillita, en
Sánchez, Trejo, Pacheco, Discépolo, Dragún:
Canillita y otras obras. Selección, prólogo y notas
por Jorge Lafforgue. Buenos Aires, CEAL, 1980.
(Capítulo).

32 Lynch, Marta: "Las señoritas de la noche", en
Los cuentos tristes. Buenos Aires, CEAL, 1967.

33 Rodríguez, Andrea: "La vida es un dibujo.
Cómo les fue de grandes a los verdaderos Felipe, Guille y
Manolito", en Veintitres, Año 2, N° 71, Buenos Aires,
18 de noviembre de 1999.

34 Pampillo, Gloria: Los gallegos. Novela
inédita.

35 Sainz, Alfredo: "PERFILES Un imperio tras las
góndolas", en La Nación, Buenos Aires, 30 de
octubre de 2005.

36 Pagano, Mabel: Agua de nadie.
Buenos Aires, Editorial Almagesto, 1995.

37 Torres, Ana María: "Seguir viviendo", en
Seguir viviendo. Buenos Aires, Marymar, 1984. 152 pp.

38 Sorrentino, Fernando: "Historia de José
Montilla", en www.badosa.com.

39 García Lorca, Federico: Seis poemas
galegos, en Alposta, Luis: Lorca en lunfardo. Buenos Aires,
Corregidor, 1996.

40 Caras y Caretas, 1901.

41 Fernández Moreno, Baldomero: "El vasco lechero
en el café",
en Fernández Moreno, Baldomero: Poesía
y prosa. Buenos Aires, CEAL, 1980. (Capítulo).

42 Lugones, Leopoldo: "Oda a los ganados y las mieses",
en Antología poética. Buenos Aires, Espasa Calpe,
1965.

43 Ibarguren, Carlos: op. cit

44 Cabal, Graciela Beatriz: Secretos de familia. Buenos
Aires, Debolsillo, 2003.

45 Cané, Miguel: Juvenilia. Buenos Aires, CEAL,
1980. (Capítulo).

46 Freda, Teresa C.: "El residente", en El Tiempo, Azul,
26 de mayo de 2002.

47 Giardinelli, Mempo: Santo Oficio de la Memoria. Buenos
Aires, Seix Barral, 1991.

48 Messi, Virginia: "Los últimos días de
la vieja cárcel de Caseros", en Clarín, Buenos
Aires, 8 de noviembre de 2000.

49 Mignogna, Eduardo: La Fuga. Buenos Aires,
Emecé, 1999.

50 Estévez, Paula: "Buenos Aires es nuestra
5° provincia de ultramar", en La Prensa, Buenos
Aires, 7 de noviembre de 1998.

51 S/F: "Cultura
gallega en la escuela", en
Clarín Viva, Buenos Aires, 17 de marzo de 2002.

52 Navarrine, A. y Petorossi, H.: "Galleguita", citado
por Gustavo Cirigliano, en El Tiempo,

53 Gervasi de Pérez, Elsa: "Carta a Galicia",
en Rotary Club de Ramos Mejía. Comité de Cultura.
Buenos Aires, 1994.

54 En Caras y Caretas, 1901.

55 Gache, Belén: Lunas eléctricas para las
noches sin luna. Buenos Aires, Sudamericana, 2004.

Franceses

Miguel Cané evoca a Monsieur Jacques, prototipo
del educador, al que recuerda con admiración. Destaca su
loable acciòn académica: "El estado de
los estudios en el Colegio era deplorable, hasta que tomó
su dirección el hombre
más sabio gue hasta el dia haya pisado tierra
argentina. Sin documentos a la
vista para rehacer su biografia de una manera exacta, me veo
forzado a acudir simplemente a mis recuerdos, que, por otra
parte, bastan a mi objeto. Amedèe Jacques
pertenecìa a la generaciòn que al llegar a la
juventud
encontrò a la Francia en
plena reacciòn filosòfica, cientìfica y
literaria. La filosofía se había renovado bajo el
espíritu liberal del siglo, que, dando acogida imparcial a
todos los sistemas, al lado
del cartesianismo estudiaba a Bacon, a Espinosa; a Hobbes,
Gassendi y Condillac, como a Leibnitz y a
Hegel, a
Kant y a Fichte,
como a Reid y Dugal-Stewart" (1).

En "El ovillo del destino", escribe Emilio Saad: "no
podía negarse que Buenos Aires progresaba. Ya tenía
ferrocarril, calles empedradas y alumbrado público. La
aduana
proveía riquezas y al puerto llegaban cada vez más
inmigrantes. Algunos llamados por el propio gobierno, como
Monsieur Duclós, el otro habitante de la casa. Un
biólogo que tenía la misión de
estudiar la flora de la provincia. Era un caballero alto y
distinguido y al hablar, apenas se notaba su acento. A Lina lo
que mas le sorprendia era su sencillez" (2).

Cambaceres nos presenta en su novela En la sangre a un
bearnés, a quien considera indigno de integrar la sociedad
argentina (3).

En El viejo criado (4) –obra distinguida con el
premio Argentores a la mejor comedia de autor nacional estrenada
en la temporada de 1980-, Roberto Cossa hace decir a Ivonne: "Las
condiciones para venir a Buenos Aires fueron: ni cuento mi
historia, ni me acuesto con argentinos". Un personaje relata que
ella "Dejó la profesión, se empleó en una
oficina y se
convirtió en un ama de casa estupenda. Todo lo que ganaba
lo ponía en el bulín. Compró una cocina a
gas
Mandó hacer un modular de hierro forjado
y madera… lo
llenó de frasquitos… ¡Un chiche! Venían los
vecinos y quedaban encantados".

Notas

1 Cané, Miguel: Juvenilia. Buenos Aires, CEAL,
1980. (Capítulo).

2 Saad, Emilio: "El ovillo del destino", en Varios
autores: La ultima rebelion y otros cuentos de nuestra historia.
Ilustraciones: Graciela Sennes. Buenos Aires, Amauta, 2006. 112
paginas. (Narrativa infantil argentina)

3 Cambaceres, Eugenio: op. cit.

4 Cossa, Roberto: El viejo criado, en Cossa, Roberto y
Monti, Ricardo: El teatro argentino 16. Cierre de un ciclo.
Selección, prólogo y notas de Luis Ordaz. Buenos
Aires, CEAL, 1981. (Capítulo, 111).

Griegos

En su novela Un noviazgo, Bernardo Verbitsky presenta a
un griego con ocupaciones no muy claras: El Checato "Tenía
mandíbula muy ancha, y aunque su cara era flaca, ahondada
debajo de los pómulos, sus maxilares estaban recubiertos
de fuertes músculos. ‘Un etrusco sonriente con
anteojos’, pensaba. Y la verdad era que sus anteojos de
cristales sin virola, quedaban incluidos en su ancha risa que le
llegaba silenciosa. Los anteojos quedaban en medio de las
arruguitas. Era un efecto raro y más bien siniestro. (…)
Trigo limpio, no es. Es un vivo que ve bajo el agua. (…)
Dicen que anda en veinte asuntos. Pero no anda, corre
detrás de los pesos, claro. Vende alhajas de
fantasía. Compra no sé qué. Además es
amigo de don Alí y lo peor es que los dos lo disimulan.
Quién sabe en qué andarán A lo mejor son
socios" (1).

Notas

1 Verbitsky, Bernardo: Un noviazgo. Buenos Aires,
Planeta, 1994.

Húngaros

Josefina Robirosa recuerda a una maestra de esa nacionalidad:
"cuando pienso en mis comienzos no puedo dejar de recordar a
Elisabeth von Rendell, una maestra fabulosa que me ayudó
(nos ayudó) mucho. Era húngara y siempre nos daba
flores para que las usáramos como modelos.
Traía lo que encontraba en el camino hacia el colegio:
malvones, geranios, flores del campo. Decía que
teníamos que acostumbrarnos a pintar lo vivo porque era
una manera de incorporar la naturaleza en
nuestras vidas. Nunca nos hacía trabajar con modelos de
yeso. Cada clase era un
motivo de alegría, siempre nos asombraba
enseñándonos cosas nuevas" (1).

Notas

1 Aubele, Luis: "A boca de jarro. Josefina Robirosa
‘De chica tuve un vecino inevitable, el frío’
", en La Nación, Buenos Aires, 24 de octubre de
2004.

Ingleses

Al describir al inglés
Mister Robert, Ocantos, demuesstra las preferencias de la
época hacia la inmigración anglosajona: "Allí
estaba desde la mañana casi hasta la noche, la espalda
encorvada, los dedos agarrotados sobre el lapicero, sentado en el
banco de patas
largas, sin descanso, sin distracción, esclavo del
trabajo,
prisionero del deber" (1).

En "Nelly", Eduardo L. Holmberg (2) se refiere a un
inglés, "un caballero perfecto, vinculado a la
Legación británica".

Notas

1 Ocantos, Carlos María de: Quilito. Madrid,
Hyspamérica, 1984.

2 Holmberg, Eduardo L.: Cuentos fantásticos.
Buenos Aires, Hachette, 1957.

Irlandeses

Una irlandesa se presenta, en Frontera Sur,
para un puesto de maestra en casa de un gallego: "Era una
muchacha rubia, con pecas, casi una niña. Se sentó
ante el tribunal familiar en el borde de una silla, con las manos
juntas y las rodillas juntas, paseó sus ojos claros por el
fondo de los ojos que la observaban y sonrió". Se llama
Mildred Llewellyn y habla castellano con
dificultad. Dice la joven: "Llego de Irlanda hace tres
días y vengo aquí". Su empleador le enseña:
"-Llegué –corrigió Roque, mostrando el pasado
con el índice, en un lugar situado detrás de su
hombro derecho-. Y vine" (1).

Notas

1 Vázquez-Rial, Horacio: Frontera Sur. Barcelona,
Ediciones B, 1998.

Italianos

En Juvenilia, Miguel Cané describe, asimismo, al
enfermero italiano que trabajaba en el Colegio: "Era italiano y
su aspecto hacìa imposible un càlculo aproximativo
de su edad. Podìa tener treinta años, pero nada
impedìa elevar la cifra a veinte unidades màs. Fue
siempre para nosotros una grave cuestiòn decir si era
gordo o flaco. (…) Empezaba su individuo por
una mata de pelo formidable que nos traìa a la idea la
confusa y entremezclada vegetaciòn de los bosques
primitivos del Paraguay, de que
habla Azara; veìamos su frente, estrecha y deprimida, en
raras ocasiones y a largos intervalos, como suele entreverse el
vago fondo del mar, cuando una ola violenta absorbe en un
instante un enorme caudal de agua para levantarlo en espacio. Las
cejas formaban un cuerpo unido y compacto con las pestañas
ralas y gruesas como si hubieran sido afeitadas desde la infancia. La
palabra mejilla era un ser de razòn para el infeliz, que
estoy seguro
jamàs conociò aquella secciòn de su cara,
oculta bajo una barba, cuyo tupido, florescencia y frutos nos
traìa a la memoria un ombù frondoso" (1)
.

En la casa de Quilito, protagonista que da título
a la novela de
Ocantos, trabajaba una italiana: "Un apetitoso olor de guisado
salía de la cocina abierta, donde una genovesa cerril
movía espátulas y zarandeaba cacerolas, envuelto en
el humo espeso del asado, que chirriaba sobre las parrillas""
Más adelante dirá de esta mujer que cantaba
"un aire de su
país, con acompañamiento de platos y cacerolas".
Habla también Ocantos de un "italianito vendedor de
diarios" y de Rocchio, un corredor de Bolsa, "un hombrazo con
muchas barbas, italiano con sus ribetes de criollo". Al igual que
la genovesa, este hombre es
descripto por Ocantos con rasgos animales: "un
italiano atlético, cuadrado, con las crines erizadas, cuya
voz era un rugido; (…) Trabajador, eso sí, como una mula
de carga, y ahorrativo como una hormiga; Rocchio no perdía
un minuto de su día comercial, ni gastaba un centavo
más de su cuenta del mes" (2).

Carolina de Grinbaum recuerda, entre los habitantes del
conventillo, a un italiano que había alcanzado bienestar:
"Llegada la hora en la cual los vecinos que compartían
nuestro patio se sentaban a la mesa, nosotros también lo
hacíamos. Al tiempo, los ajenos aromas deliciosos me
invadían por entero, en especial los desprendidos de las
viandas bien surtidas de la familia de
don José, en bonachón italiano, de abultado
vientre, propietario de un floreciente puesto de frutas y
verduras en el Mercado de Abasto
(simbolo de prosperidad en esa época)" (3).

En "La casa endiablada", de Eduardo L. Holmberg,
aparecen italianos de humilde condición, carreros y
verduleros, holgazanes y supersticiosos (4).

Despectiva es la imagen del
tachero italiano que Cambaceres nos presenta en En la sangre, un
hombre vulgar cuya herencia genética
será nefasta, a criterio del escritor (5).

Fray Mocho describe, entre sus muchos personajes a un
italiano vendedor de longanizas. (6).

El padre de Roberto Raschella, establecido
definitivamente en la Argentina en 1925, se dedicó a la
sastrería. Cuenta el hijo en un reportaje: "En un viaje
anterior, mi padre se había iniciado en el oficio de
sastre, con un maestro legendario, Cirillo, un italiano que
murió de la ‘mala enfermedad’. Yo nací
en el mes de la revolución
del 30. Después llegaron años duros para la
familia, nos mudábamos constantemente, siempre a casas con
buena luz natural. Era
común entonces ver a un sastre trabajando detrás de
una ventana" (7).

Sastres e italianos eran, asimismo, el padre de Antonio
Berni (8) y los abuelos de José Marchi (9) y Griselda
García (10).

Hizo la América
el italiano evocado por Rubén Héctor
Rodríguez, en "Extraño chamuyo", al punto de
poder ser
propietario de un inquilinato: "En el conventiyo del tano
Giacumín/ se armó la de San Quintín/ a causa
de extraño y sórdido chamuyo.(…) Me buchonearon
con el patrón/ y, cabrero, desalojó el
jaulón" (11).

Gustavo Riccio escribió su "Elogio de los
albañiles italianos" (12). Precisamente a
uno de estos trabajadores peninsulares, establecido en Mar del
Plata, canta Eduardo Martín La Rosa: "Probaste todos los
trabajos./ Al fin, la cal y el rojo ladrillo/ se metieron en tu
sangre./ Volabas por los andamios./ Tu silbido triste, enamoraba
a las nubes" (13). Italianos eran, asimismo, quienes fabricaban
ladrillos. Relata Luis Alposta que los primeros pobladores de
Villa Urquiza, en la ciudad de Buenos Aires, fueron "Los 120
obreros traídos por Seeber para extraer la tierra, en
su mayoría de nacionalidad
italiana. Ellos terminaron arraigándose y construyendo sus
hogares con los ladrillos fabricados por ellos mismos"
(14).

Duro era también el trabajo del
abuelo de Orlando Barone, quien se había empleado en el
puerto (15). Carlos Pellegrini –protagonista de la obra de
Gastón Pérez Izquierdo- escribe,
refiriéndose a la huelga de
1902: "Se los obligaba, bajo el pretexto de las necesidades del
comercio o de
la producción, a cargar pesos que no
podía soportar la máquina humana. ¿Puede
haber algo más equitativo de parte de un obrero que
negarse a cargar bolsas de cien kilos?" (16).

"El 2 de junio de 1884 la colectividad italiana
fundó el Cuartel de Bomberos Voluntarios de La Boca, el
primero del país. (…) El segundo cuartel de bomberos
voluntarios en el barrio surgió el 9 de enero de 1935,
cuando Francisco Carbonari, capitán de los Bomberos
Voluntarios de La Boca, se alejó por diferencias que hoy
nadie sabe precisar y fundó el cuartel de Vuelta de Rocha
en lo que era su sodería. Cuenta la leyenda que el hombre
empezó yendo a apagar los incendios con
su camión de reparto y que su primer socio y fundador fue
el pintor Quinquela Martín" (17).

Lava la italiana que evoca Amalia Olga Lavira en
"Estampita": "Friega lienzos, camisas y vestidos,/ en el fondo,
la donna, en la pileta/ y en fuentones y tachos florecidos/
hormiguitas de sol hacen gambeta" (18).

Mas no desempeñaron sólo esas tareas.
Otras son las ocupaciones de las peninsulares que evoca Oscar
González en "La anunciación": "Pronto supo que
América/ No regalaba nada/. Y tranqueó el empedrado
camino del taller./ O sentada a la Singer enfrentó los
aprietes./ O resistió en las chacras heladas y granizos"
(19).

El italiano que llega a la Argentina, en Santo Oficio de
la Memoria (20), abre una funeraria con su socio, sospechado
después de asesinarlo. Ya viuda, su mujer lava ropa para
los vecinos, y el hijo de ambos trabajará después
en la compañía de trainways y en los Ferrocarriles
del Oeste.

Otros italianos eran barrenderos; la Avenida de Mayo "de
continuo era recorrida por las ‘victorias de plaza’
cuya caballería impuso la necesidad del barrendero
municipal, aquel a quien los chicos le gritaban ¡Musolino!,
sin saber el por qué del apelativo itálico"
(21).

Por esa avenida, transitaban el vendedor de "escobas y
plumeros, por lo general italiano con bigotes de carabinero"
(22).

María Susana Azzi destaca que "Nueva York y
Buenos Aires fueron célebres por sus lustrabotas, hubo
niños
que se ganaron sus primeras monedas haciendo ese trabajo;
así empezaron Anselmo Aieta y Francisco Canaro, conocidos
músicos de tango"
(23).

Pero no todos veían cumplidas sus expectativas.
Esto es lo que destaca Renata Rocco-Cuzzi: "En los mismos
años 30, el hermano de ‘Discepolín’,
Armando, escribe sus grotescos denunciando el primer fracaso en
la Argentina del ascenso social. El fundador del grotesco
ríoplatense describe cómo los inmigrantes que
vinieron a ‘hacerse la América’ en realidad
quedaron encerrados en los conventillos hablando en cocoliche"
(24).

Notas

1 Cané, Miguel: Juvenilia. Buenos Aires, CEAL,
1980. (Capítulo).

2 Ocantos, Carlos María de: Quilito. Madrid,
Hyspamérica, 1984.

3 Grinbaum, Carolina de: La isla se expande. Buenos
Aires, ig, 1992.

4 Holmberg, Eduardo L.: Cuentos fantásticos.
Buenos Aires, Hachette, 1957.

5 Cambaceres: op cit

6 Alvarez, Sixto (Fray Mocho): Cuentos. Buenos Aires,
Huemul, 1966.

7 Ingberg, Pablo: "El amor a los
vencidos", en La Nación, Buenos Aires, 13 de febrero de
1999.

8 Sábat, Hermenegildo: "Antonio Berni", en
Clarín Viva, 13 de junio de 1999.

9 Gutiérrez Zaldívar, Ignacio: Marchi.
Buenos Aires, Ediciones Zurbarán, 1995.

10 García, Griselda: poema
inédito.

11 Rodríguez, Rubén Héctor:
"Extraño chamuyo", en La Nación Revista, Buenos
Aires, 13 de diciembre de 1998.

12 Riccio, Gustavo: "Elogio de los albañiles
italianos", en J. L. Borges, L.
Marechal, C. Mastronardi y otros: La generación
poética de 1922 antología. Selección,
prólogo y notas por María Raquel Llagostera. Buenos
Aires, CEAL, 1980. (Capítulo).

13 La Rosa, Eduardo: "El sueño de don Juan (un
inmigrante), en La Capital, Mar
del Plata, 10 de septiembre de 2000.

14 Alposta, Luis: "Borges me preguntaba por Villa
Urquiza", en El Barrio, Octubre de 2002.

15 Barone, Orlando: "El avance de la intolerancia
aldeana", en La Nación, Buenos Aires, 13 de febrero de
2000.

16 Pérez Izquierdo, Gastón: La
última carta de Pellegrini. Buenos Aires, Sudamericana,
2001.

17 Blanco, Leonardo: "El barrio de La Boca es tierra de
bomberos", en La Nación, Buenos Aires, 9 de febrero de
2003.

18 Lavira, Amalia Olga: "Estampita", en ¡Che,
barrio!. Buenos Aires, Gente de Letras, 1998.

19 González, Oscar: "La anunciación", en
El Tiempo, Azul, 16 de abril de 2000.

20 Giardinelli,

21 Llanés, Ricardo M. La Avenida de Mayo. Buenos
Aires, Editorial Guillermo Kraft Limitada, 1955.

22 ibídem

23 Azzi, María Susana: "La contribución de
la inmigración italiana al tango", en Archivo
Histórico Alberto y Fernando Valverde, Municipalidad de
Olavarría, Secretaría de Gobierno. Año 2000,
Revista N° 4.

24 Rocco- Cuzzi, Renata: "Mitos del
granero del mundo", en Clarín, Buenos Aires, 26 de marzo
de 2000.

 

Japoneses

En el Centenario, "ya existía una comunidad
importante de japoneses. Eran alrededor de mil. Pero no
ejercían el oficio de tintoreros, sino el de mucamos. La
aristocracia los prefería por su fama de discretos y de
limpios" (1).

"El primer invernadero de esta colectividad fue
instalado en 1925, y en 1940 se fundó la primera cooperativa de
fruticultores. Las plantas
ornamentales se cultivaron y cultivan mayormente al norte de la
ciudad de Buenos Aires, mientras que las flores de corte
prevalecen en el sur" (2).

Refiriéndose a la laboriosidad de sus ancestros,
expresa Daniel Miyagi: "Gracias a esta lucha nuestros inmigrantes
japoneses lograron el reconocimiento, la confianza y la
admiración de todo el pueblo argentino. Esto es lo que nos
está jugando más a favor a los descendientes de
japoneses en este momento. Aprendamos a mantener este
reconocimiento que tanto orgullo nos inspira, por el simple hecho
de llevar su sangre" (3).

Notas

1 Fainsod, Jéssica: "La infancia de la ciudad",
en Clarín Viva, Buenos Aires, 4 de abril de
1999.

2 Alvarez, Marcelo y Pinotti, Luisa: op. cit.

3 Miyagi, Daniel: "Editorial. Nuestros mayores", en
Urban Nikkei La revista de los descendientes de japoneses en la
Argentina. N° 30. Octubre de 2002.

Polacos

Era "obrero del vestido", el padre de Andrés
Rivera. Recuerda el hijo: "Alrededor de esa mesa se sentaban los
responsables sindicales del Partido Comunista argentino, el
más incondicionalmente estalinista de América del
Sur. Entre ellos estaban Guido Fioravanti, Secretario General de
la FONC (Federación Nacional de Obreros de la Construcción), y mi padre (1).

Juan Jorge Nudel presenta la historia de una inmigrante
que "llegó de Polonia y viajó a Rosario.
Contratadas como artistas, pronto descubrieron de qué
arte se
trataba y siguieron el camino como les fue trazado". Ella le dice
a su hija, que se avergüenza del trabajo de la madre: "-No
me mires con esa cara, escucháme, vinimos con contrato de
trabajo para salir de Polonia; era probable que debimos
asegurarnos mejor, pero no lo hicimos. Una vez aquí, hubo
que defenderse". La hija, a su vez, evoca: "Se escucharon rumores
de la guerra en
Europa, de la
persecución a los judíos
y mi mamá pensaba en su familia. Nunca supe nada de ellos.
Mi mamá sólo sabía lo que recordaba hasta el
día anterior a subir al barco. Subió sola y
bajó acompañada por otras contratadas. Nadie fue a
despedirla y nadie fue a recibirla" (2).

Liliana Díaz Mindurry es la autora de
Pequeña música nocturna,
novela distinguida con el Premio Emecé en 1998. En esa
obra, ella se refiere a las ocupaciones de una inmigrante, "una
rubia gorda y polaca que ha dormido en la calle, que ha sido
sirvienta en el colegio de la Santísima Trinidad. Y
también prostituta los fines de semana por
entretenimiento, por higiene, como
dice con su acento extraño" (3).

En "Permiso, maestro", Isidoro Blaisten presenta a "La
Colorada", "una polaca llamada Vlasta, es la prima de la pollera"
(4). En "Carroza y reina", escribe: "Ya se ven las guirnaldas en
la laca restallante, las guardas, las cenefas y las volutas de
color de fuego,
las letras en alegre novecientos en la madera calada, y los
lises, las rosas, los
tréboles, las fustas con diamantes, los escudos
argentinos, las amapolas de cinco pétalos, las guitarras
encintadas, los facones con chispitas y el bandoneón
desplegado que el maestro filetero León Untroib ha pintado
en las cuatro barandas de la carroza, en seis días desde
el alba al crepúsculo" (5).

Weronicka, la protagonista de un cuento de Natalia
Kohen, manifiesta: "vinimos a la tierra elegida por nosotros, a
la Argentina, donde rehice mi vida y tuve a mi hija. A pesar de
eso, a veces añoro mi tierra
natal. En Polonia, cuando tenía dieciocho años,
soñaba con ser médica. Aquí soy masajista,
hice masajes a todos los que me llamaban, a las gentes más
dispares. Ahora, gracias a Dios me doy el lujo de poder
elegir…" (6).

Hubo corredores de joyerías, como el padre de
Alejandra Pizarnik (7), y kuenteniks, como un personaje de Ana
María Shua (8).

En Kadish para el hombre de la valija, novela de
Mauricio Goldberg, un personaje escribe al hijo de un kuentenik:
"y aunque no lo dijo se comprendía fácilmente que
había deseado ser un padre mejor, con más plata y
un negocio importante, un lugar donde llevarte y que pudieras ver
las empleadas y a los clientes
saludarlos con respeto. Las
Marías que él visitaba no servían para eso.
Sin embargo, de aquellos pulóveres y esos pantalones que
vendió durante tantos años, vivió la familia
sin enterarse jamás si tu papá estaba angustiado
por no saber dónde ir a la mañana siguiente a
palmear las manos avisando que Don Simón, el judío
de la ropa, el que vendía en cuotas, acababa de llegar con
sus polleras de talles grandes y sus chalecos de colores oscuros.
Y él sintió alguna vez jarpe (vergüenza) ante
vos y tu hermano por no haber podido ser el padre que hubiera
deseado" (9).

Notas

1 Rivera, Andrés: "El hombre que nadie pudo
comprar", en La Nación, Buenos Aires, 3 de marzo de
2002.

2 Nudel, Juan Jorge: Pensión "La Rosales". Buenos
Aires, Milá, 2002.

3 Díaz Mindurry, Liliana: Pequeña
música nocturna. Buenos Aires, Emecé,
1998.

4 Blaisten, Isidoro: "Permiso, maestro", en Carroza y
reina. Buenos Aires, Emecé, 1986. 219 pp.

5 Blaisten, Isidoro: "Carroza y reina", en Carroza y
reina. Buenos Aires, Emecé, 1986. 219 pp.

6 Kohen, Natalia: "Weronicka, la masajista polaca", en
Todas las máscaras. Buenos Aires, Temas Grupo Editorial,
1997.

7 Alonso de Rocha, Aurora: "Entonces la Mujer", en
Todo es historia.

8 Shua, Ana María: El libro de los
recuerdos. Buenos Aires, Sudamericana, 1994.

9 Goldberg, Mauricio: Kadish para el hombre de la
valija. Buenos Aires, Galerna, 2004. 272 pp.

Portugueses

Otro personaje de Quilito, de Ocantos, es el usurero
Raimundo de Melo Portas e Azevedo, "el ángel protector de
empleados impagos y pensionistas atrasados, el agente de
funeraria de toda quiebra, el
cuervo voraz de toda desgracia, el pastor de los hijos de familia
descarriados" (1). Vemos que utiliza también en esta
oportunidad la comparación con animales, pero el sentido
es bien distinto.

Notas

1 Ocantos, Carlos María de: Quilito. Madrid,
Hyspamérica, 1984.

Rumanos

La madre de Miriam Becker, rumana conoció en su
ancianidad el empleo fuera
del hogar. Lo recuerda la hija: "doña Catalina
terminó su escuela primaria a los sesenta y cinco
años: (…) A los setenta años salió a
trabajar. Vendía armazones para anteojos. Todos le
compraban conmovidos por su dulce sonrisa y su fortaleza"
(1).

Notas

1 Becker, Miriam: "La última idische mame", en La
Nación Revista, 23 de marzo de 1997.

Turcos

En Hermana y Sombra, de Bernardo Verbitsky, se alude a
la ocupación de un turco: "Nicola (…) cumplía
cada mañana con dignidad su
oficio de quinielero, al servicio de un
capitalista, el turco Emilio que tenía varios de esos
agentes, a comisión. Era una actividad que la
policía perseguía pero se desarrollaba
públicamente sin dificultades" (1).

En Pascua rea, obra teatral de Patricia Zangaro, dice un
turco: "¡Todo a venti, todo a venti! ¡Bobre turco,
gamina sempri, non gana nada! ¡Gombra barado, turco tene de
todo! (…) ¡Bobre turco, cristianos tenen festa, turco
drabaja todo el día! ¡Turco drabaja pir cristianos,
tene velas para altar, jabón e toalla para lavar cara a
Cristo, tul y gasa pir mantilla, turco tene tudo bara Bascua!"
(2).

Notas

1 Verbitsky, Bernardo: Hermana y Sombra. Buenos Aires,
Editorial Planeta Argentina, 1977.

2 Zangaro, Patricia: TEATRO y margen. Buenos Aires,
Amaranta, 1997. 199 pp.

Ucranios

En su libro de memorias,
titulado Ultima carta de Moscú (1), Abrasha Rotemberg
relata que,:después de siete años, se
reencontró con su padre, que trabajaba como
"cuenténik", "clásica ocupación de los
inmigrantes judíos, que consistía en la venta callejera a
crédito
de todo tipo de prendas. ‘Yo descubrí muchos
años después que esa generación de
inmigrantes pobres y analfabetos resultó una de gigantes,
que supo enfrentar una vida sumamente dura y difícil. No
había otra alternativa que sobrevivir y ellos lo
hicieron’, dijo Rotemberg" (2).

Notas

1 Rotenberg, Abrasha: Ultima carta de Moscú.
Buenos Aires, Sudamericana, 2004.

2 Gutman, Daniel: "Relato de una vida, de la
Unión Soviética al diario ‘La
Opinión’ ", en Clarín, Buenos Aires, 6 de
abril de 2004.

Varios

En sus Memorias, Lucio V. Mansilla expresa que no
cualquier ocupación está destinada a los
inmigrantes: "Y el vasto campo de la política, de las
aspiraciones que enaltecen, de los anhelos de justicia,
¿quién lo fecundará? ¿El inmigrante?
Su misión es otra. Ambos deben ser útiles, en su
esfera de acción.
Está bien. Pero, como dice Ruskin, ¿qué
significa ‘útil’ y cuál es la
naturaleza de la utilidad?"
(1).

En "Buenos Aires Siglo XX/ Los conventillos: Un sistema que
reproducía a la sociedad en miniatura", escribe Francis
Korn: "todos los habitantes de este edificio con tres patios
tenían ocupaciones variadas, los hombres y las mujeres.
Había sastres, modistas, hojalateros, vendedores
ambulantes de diversas mercancías, albañiles,
lavanderas, verduleros, almaceneros, empleados de
zapatería" (2).

Francesas e inglesas, probablemente inmigrantes, se
empleaban como institutrices. En La noche que me quieras: "Arturo
era un muchacho educado; se vestía bien, por supuesto, se
las arreglaba con los idiomas. Algo le había quedado de
tantas profesoras franchutas e inglesas de cuando era borrego"
(3).

Se recuerda asimismo a "las ‘niñeras’
que bajo la promesa de venir a trabajar a la casa de un rico
pariente lejano y enseñarlo modales europeos a sus hijos,
terminaban pasando sus días y noches en los
prostíbulos" (4).

Lamentable es el medio de vida de las mujeres que
llegaron engañadas a América. Yvette Trochon
sostiene que "Las organizaciones de
traficantes más importantes en el Río de la Plata
–las de franceses y judíos- operan en una
región que traspone las fronteras nacionales, entre
Brasil, la
Argentina y Uruguay"
(5).

En Adán Buenosayres, de Leopoldo Marechal, tres
personajes discuten acerca de la nacionalidad de unos rufianes.
Un personaje afirma: "¡Esos caften son marselleses! (…) y
juró que los había visto a montones en las casas
del ramo, con sus galeritas melón, sus bigotes
mediterráneos y sus pesadas cadenas de oro". Otro
personaje sostiene que son polacos, y un tercero, que son
rumanos. Doña Venus emite un "fallo inapelable", cuando
dice "De todo hay, como en botica" (6).

Inmigrantes eran, asimismo, los propietarios de las
confiterías de los Balnearios de la Costanera Sur,
evocados por Mauricio Kartun. Al finalizar la temporada, "Se hace
ruido y se
brinda en la despedida con las jarras que convidan esta vez los
patrones, invariablemente gallegos y judíos"
(7).

En Aller simple: Tres Historias del Río de la
Plata, coproducción francoargentina de 1994 codirigida por
los franceses Noel Burch y Nadine Fischer y el uruguayo Nelson
Scartaccini –a quien pertenece la idea original-, "la
cámara se detiene y quedan tres rostros, elegidos al azar,
que nos enfrentan. Dos hombres y una mujer. A partir de esas
caras, la película se adentra en las ficticias historias
familiares de cada una. Presuponen, los realizadores, que uno es
francés, el otro italiano y la tercera española.
(…) Aller simple presenta, una por una, las historias
familiares. La del francés, que se convirtió en un
rico integrante de la Sociedad Rural; el italiano, que se fue al
Uruguay y le costó levantar cabeza pese a la solidez
económica comparativa de ese país respecto del
nuestro; y, por último, la española, que se
integró a la clase media cuentapropista poniendo una
carnicería" (8).

Muchas inmigrantes de diversas nacionalidades fueron
exclusivamente amas de casa; trabajaban en el hogar y se ocupaban
de la crianza de los hijos nacidos allá o
acá.

Notas

1 Mansilla, Lucio V.: Mis memorias.

2 Korn, Francis: "Buenos Aires siglo XX/ Los
conventillos. Un sistema que reproducía a la sociedad en
miniatura", en La Nación, Buenos Aires, 5 de diciembre de
1999.

3 Torres Zavaleta, Jorge: La noche que me quieras.
Buenos Aires, Emecé, 2000.

4 S/F: "Editorial: Los gringos de hoy", en Infohuertas
N° 6, Febrero de 2002. Netfirms Web
Hosting.

5 Aguirre, Osvaldo: "Ejército de obreras
invisibles", en Clarín, Buenos Aires, 3 de agosto de
2002.

6 Marechal, Leopoldo: Adán Buenosayres. Buenos
Aires, Sudamericana, 1984.

7 Kartun, Mauricio: "Enciéndanse las luces del
viejo varieté", en Clarín Viva.

8 Lerer, Diego: "Tres caras de la historia", en
Clarín, Buenos Aires, 4 de julio de 1988.

En las provincias

Muchos italianos fueron pescadores, en Mar del Plata. Un
descendiente se refiere a la vida cotidiana de uno de estos
inmigrantes: "A Juan Carlos D’Amico lo llaman Chupete.
(…) A Chupete le gusta su profesión, la misma de su
padre y de sus dos abuelos italianos. Para ellos, toda la vida
giró en torno a la
pesca.
‘Mi abuelo llegaba a la casa, se lavaba y preparaba el
chupín. Mientras se cocinaba, tejía la red. Todos los días
un poquito. Terminaba de coser, comía, y se iba a dormir
hasta el otro día, que volvía a pescar. Esa era la
vida de él" (1).

Hubo comerciantes en la costa, como los gallegos que
fundaron la conocida tienda marplatense. José Navarro y
Humberto Sánchez "Con poca mercadería y muchas
ganas de ganar dinero, los
dos gallegos dormirían muchas noches sobre los dos
únicos mostradores de la tienda vencidos por el cansancio
de largas horas de trabajo y temerosos que un desborde del arroyo
se llevara rápidamente las ganancias del mes". A ellos se
sumaron más tarde los empleados Enrique Martínez y
José Vicario. "Recuerda doña ‘Conce’,
la esposa de José Vicario que ‘cuando ellos
(Vicario, Martínez y Navarro) iban al campo a hacer
propaganda y
vender, nosotras las mujeres, preparábamos las viandas. Es
que estaban afuera varios días y debían llevar la
comida. Sí, claro que con la señora de
Martínez tratábamos de ayudar. Hubo épocas
muy malas, como aquella de la crisis del
30… bueno, nosotras confeccionábamos ropa interior,
camisetas y todas esas prendas para ser vendidas en la tienda…"
(2).

Cerca de Médanos abrieron la Proveeduría
"El Progreso" los hermanos Martínez y la esposa de uno de
ellos. "Tanto Paco como Pepe –relata Isaías Leo
Kremer- eran medio duros de entendederas, pro nunca dejaron de
pagar sus cuentas, ni de
tener preparados los billetes para los proveedores,
cuando estos presentaban sus facturas. (…) Los gallegos, no
sólo eran muy trabajadores, sino que hacían todo
solos, no contrataban personal alguno;
esto, unido a una vida austera, hizo que pronto cimentaran su
posición" (3).

Y hubo comerciantes en el campo. En Matanzas se
afincó el gringo Sardetti, a quien Juan Moreira mata por
haber negado la deuda que tenía con el gaucho (4). A fines
del siglo XIX, en la frontera vive un flamenco, personaje creado
por Eugenio Juan Zappietro en De aquí hasta el alba. Roger
Bary era "mercader en aquella esquina del infierno" y entra en
tratativas con los indígenas, aún a costa de las
vidas de sus hijas, sólo para salvar el pellejo"
(5).

El desierto alberga los restos de un estadounidense: "Un
hombre delgado y macilento que era ingeniero del ejèrcito,
habìa llegado para estudiar la posibilidad de trasladar el
asiento de las tropas un poco màs hacia el mar. Se
habìa llamado Jewison y era un americano de Tejas, muy
golpeado por la enfermedad que habìa contraido al
atravesar la Florida. Jewison tenìa treinta y cinco
años y un Colt Forntier a la cintura; vestìa
levitòn Prìncipe Alberto y fumaba cigarrillos muy
suaves, ambarinos, de Virginia". Una noche, "quedò con los
ojos abiertos, mirando el techo de paja trenzada, inmòvil
como una piedra. Habìa muerto sonriendo, cara a un cielo
extraño, tal vez muy semejante al de las interminables
noches de su Tejas natal" (6).

En Los jardines del Carmelo, escribe Ana María
Guerra: "El campo se subdividió; la casa y unas parcelas
quedaron en manos de los Ruiz, tres hermanos venidos de Galicia,
que aconsejados por Marga, establecieron un burdel. Las
dificultades de los primeros tiempos fueron incontables; los
carros se empantanaban, los jinetes entraban con barro hasta en
las fajas, y apenas caían unas gotas la gente se
acobardaba, quedando el prostíbulo vacío.
Finalmente, los Ruiz decidieron deshacerse de él"
(7).

Godofredo Daireaux es el autor de "Matufia", en el que
escribe: "Después del confortable almuerzo, se fue don
Narciso a siestear, y se sentaron a la sombra de los preciosos
aromas que rodeaban la estancia de don Carlos Gutiérrez,
hacendado de la vecindad, don Julio Aubert, francés
acriollado y mayordomo de una gran estancia vecina y un vasco,
ovejero rico de por allá, que llegado a comprar carneros,
a la hora de almorzar, había sido convidado por el
dueño de casa" (8).

En "Una conversación interesante", de Conrado
Nalé Roxlo, uno de los personajes se refiere a un turco
que se va a casar, y afirma que un vasco piensa frustrar ese
matrimonio:
"creo que se le va a aguar la fiesta porque el vasco Indurrimendi
se ha enterado de que Flores es casado en Turquía y, como
usted sabe que tienen rivalidad por los negocios, ha
dado parte al comisario y al registro civil y
hasta creo que les ha mandado el pasaje a las esposas turcas del
turco para que se presenten el día del casamiento y armen
un escándalo. Si vienen todas va a ser divertido"
(9).

En "Hotel Comercio",
Bernardo Kordon presenta un comerciante vasco: "Efraín
Gutiérrez, el dueño de ‘El Vasquito’ "
(10).

En "Los trotadores", de Elías Carpena, dice uno
de los personajes: "-¡Mire, patrón: de los
troteadores que ahí, en la Coronel Roca, corrieron el
domingo, ni los que corrieron antes, le hacen ninguna mella… :
ni siquiera el del vasco Estévez, que ganó
sobrándose por el tiro largo, ni el de la cochería
Tarulla, que ganó con el oscuro a la paleta! ¡Usted
tiene el oro y lo confunde con el cobre!"
(11).

Mario, protagonista de Hermana y sombra, de Bernardo
Verbitsky, recuerda al español
que les vendía leche:
"Dejamos en Bahía Blanca varias cuentas impagas, pero la
que realmente nos preocupaba era la del lechero, un
español bajito y menudo, a quien se le formaban unas
arruguitas alrededor de los ojos al sonreír, lo que
hacía con frecuencia. Vestía algo parecido a un
chaleco oscuro, sin magas, usaba faja, y un chambergo negro
echado ligeramente hacia la nuca. Teóricamente,
lepagábamos mensualmente los cinco litros que nos dejaba
cada día pero siempre fue tolerante para el cobro,
aceptando los pretextos con que explicábamos nuestra
condición de deudores morosos. En los últimos meses
no pudimos darle un centavo sin que él suspendiera el
suministro de nuestro principal alimento. Nuestra
convicción, reafirmada más de una vez por
mamá, era que a ese pequeño español
bondadoso debíamos el no haber muerto de hambre, sobre
todo nuestra hermanita a quien no le faltaron nunca varias
mamaderas diarias para suplir los pechos casi secos de
mamá" (12).

En Barrio Gris, Joaquín Gómez Bas presenta
a una española que vende leche en Sarandí: "El agua
cubre ya la mitad de la calle. La gente comienza a utilizar el
puente esquinero para atravesarla. Es un artefacto endeble y
cimbreante que se yergue a más de cinco metros sobre el
nivel del camino ordinario. Representa una hazaña ascender
la escalera de carcomidos peldaños de madera, recorrer su
piso de tablas inseguras y bajar por el extremo opuesto
aferrándose a la barandilla resquebrajada por el sol y las
lluvias. (…) Doña Micaela sube trabajosamente la
escalera del puente acarreando un tarro de leche en cada mano.
Trastabilla en los tramos y acompaña el peligroso tambaleo
con imprecaciones más sucias que su indumentaria. Es
grotesca como una vaca que bailara sobre sus patas traseras"
(13)

En el discurso
pronunciado con ocasión de otorgársele la ciudadanía italiana y la Medalla de Oro a
la Cultura Italiana en la Argentina, dijo Ernesto
Sábato: "En el siglo pasado, mis padres llegaron a
estas playas con la esperanza de fecundar una tierra de
promisión. Se instalaron en la ciudad de Rojas, donde
tuvieron un pequeño molino harinero" (14).

En su poema "La Condra", Fulvio Milano canta:
"Así la llamaba el abuelo italiano. No sé/
qué significa este nombre. Condra,/ la yegua blanca que
atábamos al sulky./ ¿Qué voy a hacer, Dios
mío, con este/ nombre raro/ a través de la gente, a
través del olvido?/ La Condra, impredecible de caprichos
en/ los caminos rurales,/ batía al aire los remos
nerviosos, disparaba/ por fantásticos ríos/ tronaba
el abuelo, y yo veía palidecer/ en tambaleante escorzo el
angustioso sueño/ de la llanura" (15).

En "Nobleza del pago", Fray Mocho hace referencia a un
inmigrante inglés que no era trigo limpio. Recordando la
historia de su familia, dice un personaje: "Yo no sé, che,
si eran nobles, pero sé que les caían y que con
algunos hasta tuvo que ver l’autoridá, como le
pasó a tu tío Ramón, que
al fin se quedó en la calle, y a tu tía Robustiana,
mal casada con un inglés que tenía el finao de mi
padre de puestero y que lo pilló cerdiándole las
yeguas, a medias con el juez de paz…" (16).

Un inglés protagoniza el relato que un personaje
narra en el cuento "Al rescoldo", de Ricardo Güiraldes:
"-Est’ era un inglés –comenzó el
relator-, moso grande y juerte, metido ya en más de una
peyejería, y que había criao fama de hombre aveso
para salir de un apuro. Iba, en esa ocasión, a comprar una
noviyada gorda y mestisona, de una viuda ricacha, y no paraba en
descontar los ojos de güey que podía agenciarse en el
negosio. Era noche serrada, y el hombre cabilaba sobre los
ardiles que emplearía con la viuda pa engordar un
capitalito que había amontonao comprando hasienda pa los
corrales" (17).

Los inmigrantes trabajaron asimismo en el adoquinado de
las calles. Lo recuerda José Luis Corsetti, quien afirma:
"De las canteras de Tandil salió gran parte del empedrado
de las calles de nuestro país. Los picapedreros
españoles, italianos, montenegrinos y yugoslavos fueron,
desde 1870, personajes entrañables que dejaron cuerpo y
alma, cuando
no la vida, en cada cincelada" (18).

Hugo Nario describió la dura vida de los
picapedreros: "Despeñarse, quedar aplastado por el
desprendimiento de piedras o cascajo, perder un ojo reventado por
una escalla o por un pinchote mal templado, morir destrozado por
una voladura imprevista, caer bajo las ruedas de las zorras que
bajaban cargadas de material desde lo alto de la pendiente, o
carros cuyo control de
descenso se perdía, y volcando arrastraban por el
precipicio a caballos y conductor. Y en todo tiempo, el arresto,
el allanamiento, las redadas, días y meses de encierro, la
amenaza de la deportación, a veces sin proceso"
(19).

Estos hombres fueron alcanzados por la muerte de a
decenas, en un tórrido verano porteño. Escribe
Vázquez-Rial: la gente "caía muerta en las calles:
los cadáveres eran ya cuatrocientos cuando el casi eterno
presidente Roca visitó la Asistencia Pública: la
mitad correspondía a trabajadores del empedrado
público. No había enfermedad: era el sol. Se
suspendieron todas las actividades entre las once y las cuatro, y
se recomendó higiene y ropa holgada" (20).

En "José Balbino, el portugués" (21),
Maria Elena Massa de Larregle relata la historia de este
inmigrante. "El había nacido en Portugal el 9 de marzo de
1900. Casado con Ana Brígida Ferreyra y padre de una
niña (María, hoy señora de Elbey),
pasó con ellas a Francia por un breve tiempo, y desde
allí vinieron todos a la Argentina en 1930. Su lugar de
radicación fue una cantera próxima a Villa
Mónica, llamada según referencias Cerro del Aguila,
donde trabajó como picapedrero. Era ése un oficio
duro pero muy requerido en tiempos en que continuaba avanzando el
empedrado en ciudades del interior (recién después
del año 1938 fue desplazado por el asfalto, llegando esa
tarea de recambio a Olavarría, hasta tiempos de la
intendencia de Alfieri, en los años setenta". Por
participar en una huelga de obreros, se quedó sin empleo.
"Una circunstancia fortuita lo constituyó en dueño
de un colectivo marca Chevrolet:
fue la forma de poder cobrar una suma que le adeudaban por
salarios. Y con
ese vehículo, tuvo la posibilidad de iniciar lo que
sería su ocupación de allí en más:
conducir el UNICO medio para viajar entre Bolívar y
Olavarría en forma directa y en colectivo". Años
más tarde, la muerte se le
anunció estando al volante: "Continuó en
Olavarría un tiempo más en viajes
particulares para CORPI, para escuelas de educación
especial. En una de estas tareas de transporte,
llevando en su viejo colectivo chicos de una Escuela Diferenciada
(como se llamaban entonces) lo alcanzó el invisible rayo
de su destino. Sintiéndose mal, tuvo lucidez y un
último gesto de responsabilidad, por las vidas que transportaba,
para quitar el pie del acelerador y llevar con suavidad la marcha
hacia el borde de la vereda. Y dejó que el infarto
hiciera su obra. Falleció a los cuatro días, el 30
de enero de 1968. Preguntó por ‘los chicos’
–los escolares- y cerró los ojos. Se había
cumplido un ciclo en una vida".

En Quilmes, La Plata y Berisso, "se desarrolló,
durante la década de 1920, una importante
concentración de armenios gracias a las fuentes de
trabajo en los frigoríficos de la zona. En la localidad de
Berisso estaba el frigorífico Armour La Plata S.A. que
inició sus operaciones en
1915. Entre dicho año y 1930, el 60% de su población obrera estaba constituida por
hombres y mujeres provenientes de Europa y Asia. Los
armenios compartieron con los italianos, españoles, rusos
y árabes, las pesadas tareas en desfavorables condiciones
de trabajo" (22).

Un personaje de Barrio gris, de Joaquín
Gómez Bas, encuentra una horrible muerte en la Argentina.
Dice una noticia publicada en un diario: "Avellaneda. En el
hospital municipal de esta ciudad falleció esta madrugada
el obrero Martín Otero, español, de 23
años… La víctima, mientras trabajaba en los
establecimientos de La Sulfúrica, perdió pie y
cayó a un estanque de ácidos
siendo infructuosos los auxilios que le prestaron sus
compañeros… Intervino la comisaría…"
(23).

En "Flandria, la ciudad-fábrica cuyo
espíritu vive en una banda", Jorge Iglesias se refiere al
belga Julio Steverlynck; presenta, además, el testimonio
de personas que estuvieron vinculadas a la Algodonera Flandria.
Iglesias escribe: "Por cierto, en la Argentina de finales de los
veinte, encontrar un obrero textil calificado era tarea de
cíclopes. Así, Steverlynck le abrió las
puertas de la fábrica a gran cantidad de inmigrantes
españoles e italianos. Toda gente que había dejado
sus raíces. Gente que venía a ‘hacer la
América’. Mejor, ¿por qué no?: a hacer
la Flandria… Pero, como la gente trabajando se hace, de los
telares no sólo salieron telas, como se verá,
también salieron ‘hombres de Flandria’ "
(24).

Aurora Alonso de Rocha se refiere a los editores de
periódicos de Olavarría, localidad bonaerense: "Los
españoles, dueños de un buen idioma hablado y,
seguramente, monopolizadores del español escrito en un
país babélico, eran los editores obligados"
(25).

En prosperidad vive el personaje de José Luis
Cassini -"Ya nadie lo sabe; él mismo ha olvidado que es el
dueño del conventillo y de la primera usina
eléctrica del pueblo" (26).

Con estudios en su país, llega a la Argentina la
alemana Christina, en 1891. Ella se establecerá en
Adrogué: "Un aviso en el Bremer Zeitung en el que se
solicitaba un ama de llaves dispuesta a viajar a Buenos Aires, la
había conectado con herr Jantzen y su esposa, que
irían a instalarse a un remoto país sudamericano
llamado Argentina. El caballero iba como gerente del
Deutsche Transatlantik Bank y lo acompañaban su esposa y
sus tres pequeños hijos" (27).

Respecto de la inmigración en Tigre, afirma Mabel
Trifaro: "En el período que va desde 1870 hasta 1910, que
luego se prolongó en menor escala, fueron
entrando al país gran cantidad de inmigrantes de diversas
procedencias, que llegaron también hasta Las Conchas
(Tigre) y se establecieron formando sus familias. (…) Los
inmigrantes se ubicaron en diferentes lugares del país
según su procedencia, formando colonias. En el caso del
delta, si bien no formaron colonias, se distribuyeron en los
ríos con cierta proximidad los que provenían de
determinadas regiones de Europa. Enrique Udaondo en su libro
"Reseña histórica del partido de Las Conchas",
menciona que según el Censo de agosto de 1854, la
población de Las Conchas era de 960 habitantes, de los
cuales: 757 eran porteños, 112 provincianos, 21
españoles, 11 ingleses, 12 franceses, 15 italianos, 2
norteamericanos, 6 portugueses y 20 de otras nacionalidades. En
1886 encontramos registrados 2500 habitantes, en 1890 ya son 8370
y así iría multiplicándose la
población con el establecimiento de los inmigrantes.
Podemos destacar de modo general a los españoles de
diferentes regiones en el comercio, los vascos-franceses en los
tambos, los italianos en la industria y la
mecánica, los turcos (sirio-libaneses) en
el comercio itinerante, los japoneses en la floricultura, por lo
que se instalaron en las zonas altas de General Pacheco,
Benavidez y Escobar y éstos también se destacaron
en la industria tintorera. Se desarrolló en el delta,
gracias al impulso de los inmigrantes la fruticultura y la
horticultura, y como necesidad para el traslado de la
producción, la mimbrería, la cestería y
debieron multiplicarse también los aserraderos. La
industria naviera tuvo el aporte de importantes familias de
inmigrantes y los astilleros fueron la respuesta a la demanda
creciente de embarcaciones de diferentes calados"
(28).

Un griego es el propietario del copetín al paso
Acrópolis. Relata el hijo –protagonista de Latas de
cerveza en el
Río de la Plata, novela de Jorge Stamadianos que fue
distinguida con el Premio Emecé 1994/95-: "El
Acrópolis está ubicado sobre el andén de una
estación de la zona norte del Gran Buenos Aires que
años atrás, en la década del 50,
había conocido su época de esplendor. El lugar
había crecido rápidamente en esos años dando
origen a una calle principal donde se amontonaron todo tipo de
comercios. (…) Mi viejo había hecho pintar el
Partenón sobre los vidrios como un símbolo triunfal
de su país, pero el paso del tiempo descascaró el
dibujo, metamorfoseando esa imagen idílica –pintada
de dorado- en la actual del monumento en ruinas" (29).

Entre los africanos –afirma Juan Carlos Coria-,
"Las ocupaciones son muy variadas, pues van desde personal de a
bordo, de distintas flotas comerciales o mercantes, hasta
empleados en la administración
pública, pasando por obreros, comerciantes al menudeo
y muy pocos los que se han internado en las provincias, o se han
dedicado a la agricultura ya
como patrones o peones. (…) De las entrevistas
realizadas, ha sido posible obtener un patrón general de
las causas porque han emigrado, coincidiendo en líneas
generales con la emigración masiva proveniente de Europa:
búsqueda de un lugar donde trabajar dignamente para
labrarse un porvenir y tener una familia, sin discriminaciones de
piel, raza,
lengua o
dialecto, religión o/y herencia
cultural. Esto se ha obtenido en la mayoría de los casos,
pues no son excepción los integrantes de la segunda o
tercera generación, nacidas en la Argentina, que son
propietarios de pequeños negocios o han estudiado y
estudian carreras universitarias. Coincidentemente, se encuentran
descendientes de africanos o africanos llegados muy niños
o jóvenes, desempeñándose en cargos de
responsabilidad y jerarquía dentro de las fuerzas de
seguridad,
armadas o sanitarias. (…) El asentamiento geográfico de
la población de origen africano y de su descendencia, se
concentra mayoritariamente en el Gran Buenos Aires, siendo muy
pocos los que viven en la ciudad de Buenos Aires o en provincias
del interior" (30).

Los Rotstein, llegados de Ucrania, se establecieron en
la provincia de La Pampa. Sus descendientes escriben: "En 1913 se
voló el techo de la escuela primaria y ésta
quedó inutilizada. Los Novick pudieron mandar a sus hijos
a estudiar a otro lado pero David tuvo que abandonar. Para
aportar a la familia, se conchabó para cuidar ovejas en
una chacra cercana. Una anécdota de su primer día
de trabajo: el dueño de la chacra lo dejó a la
mañana con las ovejas, galleta y una botella de agua y
dijo que lo venia a buscar al anochecer. David esperó
hasta que decidió que no lo venían a buscar y
decidió volver caminando a Villa Alba. En ese entonces no
había caminos sino huellas. Enseguida se hizo noche
cerrada, pero el sentido de orientación que siempre tuvo
lo ayudo a llegar. Esto tomó largo tiempo y, mientras
tanto su empleador llegó, en carro o sulky, a buscarlo. Al
no encontrarlo, volvió al pueblo. Tampoco estaba en su
casa (estaba en tránsito, caminando de vuelta) así
que para cuando llegó había una gran alarma
esperándolo" (31).

De un agricultor judío, "Aarón" y su
esposa dice María Inés Krimer: "Nadie pudo explicar
por qué terminaron ahí, perdidos en el medio de la
pampa, cuando parientes y amigos se habían dirigido a las
colonias de Santa Fe, Entre Rios y Chaco"
(32).

En La Pampa –escribe Hugo Chumbita-, "entre los
milicos abundaban estos turcos, que en realidad eran
árabes o hijos de, famosos por los bravos"
(33).

Fausto Burgos y Abelardo Arias evocan a los italianos
agricultores que se establecieron en Mendoza. El primero refiere
en El gringo (34), los abusos de los que eran víctimas los
trabajadores –nativos y extranjeros-, mientras que Arias,
en Alamos talados (35), describe –además del trabajo
de los viñateros- la pérdida de una posesión
familiar a manos de un turco.

Alfredo Bufano canta a los agricultores italianos:
Salud a ti,
fuerte hijo de la loba romana,/ hijo del heroísmo y de la
santidad,/ el que a su espada, dueña de milenaria gloria,/
trueca en armas benditas de
trabajo y de paz!/¡Salud a ti, el de la estirpe de
César/ y de Virgilio, el que pone el mismo afán/ al
labrar tierra propia y al labrar tierra ajena,/ o al esparcir
semillas que otros cosecharán!/ ¡Salud a ti que
derramas el resplandor de Roma/ por los
caminos del mundo con manos de eternidad!" (36).

Alcides J. Bianchi recuerda a los trabajadores
inmigrantes: "Los dos heladeros de mi preferencia eran: uno, el
italiano ‘Don Chichillo’, que se ubicaba en la
esquina de la ferretería de los Marín; y el otro,
el portugués ‘Lurdeos’, cuyo sobrenombre
provenia de su forma de expresarse al ofrecer los helados, con la
típica ruleta de la suerte, donde uno pagaba cinco
centavos, y tenía el derecho a dos tiros de ella.
-¡Chicos!, a probar suerte, van a sacar tantus heladus como
lurdeos míos –y levantando su rústica mano
derecha mostraba sus dedos en pantalla". El almacenero de Rama
Caída era árabe: "El personaje más
importante del lugar, Don Julio el almacenero (único
negocio del lugar), nos dio la bienvenida en su dificultoso
idioma, como buen paisano árabe. –Aquí
‘baisano’ Julio da bienvenida, ‘baja…
baja’, basen al almacén
–invitó ceremonioso". Bianchi recuerda asimismo al
médico de San Rafael, que también era inmigrante,
pero no especifica de qué origen: "Por razones de salud
–el problema asmático de mi madre-, y por
indicaciones del doctor Teodoro Schestakow, los fines de semana o
bien en vacaciones de verano, debía ella viajar a un lugar
montañoso y de altura, lejos de la ciudad, cuyo aire puro
tenía las cualidades curativas para su afligente mal.
–Señora, no dejar de ir a montañas, si quiere
mejorar- le decía terminante el médico, en su
entreverado idioma" (37).

En la memoria de la Colonia San José, afirma
Alejo Peyret: "He visto en esta Colonia, montañeses que
nunca se habían aproximado a un buey y les tenían
un miedo espantoso, por más mansos que fueran.
Habían arado con caballos, y había también
algunos que nunca habían arado. Habían solamente
carpido algunas varias cuadras de tierra en las faldas de los
Alpes. Venían pues a América a hacer su aprendizaje de
agricultura" (38).

"Generalmente todos decían que eran agricultores
–manifestó el profesor Jorge
Ochoa de Eguileor-, porque una de las condiciones para poder
venir a la Argentina era que fuesen agricultores. Nunca
habían visto la tierra, y los que la habían visto,
la habían visto en su pequeña casa del
caserío donde tenían su cerdo, y donde
tenían su vaca y alguna gallina" (39). Así fue como
se vieron obligados a aprender un oficio que les resultaba
desconocido, para poder subsistir en la nueva tierra.

El esfuerzo de mucho tiempo se veía destruido por
la plaga de langostas. Escribe Ferdinand Constantin, en 1898, en
la misma colonia: "Hemos salido victoriosos en la
destrucción de estos insecto devastadores. La primera nube
de langostas ha venido sobre mi viña a la tarde. A la
mañana siguiente éramos siete u ocho personas para
recoger 295 kilos sobre los troncos de los durazneros y los
postes de las viñas. Se ha comenzado con la
destrucción de los huevos y enseguida se ha destruido a
las recién nacidas. En la Colonia se ha tenido
pérdida de cosecha hasta este momento. En los alrededores,
donde no se ha podido luchar contra las langostas, el maíz ha
sido arrasado. En estos cuarteles no se veía más
que correr la policía para infligir amenazas a todos
aquellos que no querían participar en la lucha contra los
insectos. Se pagaba 50 centavos los 10 kilos de langostas
recogidos…" (40).

Leopoldo Lugones canta al comerciante sirio: "Más
allá viene el sirio buhonero,/ Balanceando a la espalda su
bicoca,/ Al canto gutural de la sabida/ ‘Cosa linda
barata’ que pregona" (41).

Es maestro el ruso que llega a Entre Ríos, en
Músicos y relojeros, de Alicia Steimberg:
"Lamentablemente, el abuelo José no era hombre de campo.
Era maestro: se dedicaba a meditar y a enseñar a los
niños la historia y la religión del pueblo hebreo".
El hijo argentino siente la misma vocación: "Miraba la
libreta de casamiento de mis padres, donde figuraban mi
nacimiento, el de mi hermano, y el fallecimiento de mi padre;
fotografías suyas tomadas poco antes de su muerte; el
aviso fúnebre y algunas notas necrológicas de los
diarios. Decían que la docencia
perdía a un educador; las letras a un poeta. Cosas
parecidas dicen las inscripciones de su sepultura, en placas de
bronce que tienen forma de libro abierto" (42).

El ingeniero Walter Rathhof llega a Misiones con un
contrato: "
‘¿Cómo vine a para acá? Hace tres
meses ni sabía que existía este lugar.
¡Misiones!’ Apenas si había visto el nombre de
Argentina en el mapa. En Alemania no
conocía a nadie que hubiera andado por esta parte del
mundo, pero bastó una propuesta para dejar la familia, el
empleo seguro, la patria, los amigos, por la aventura. (…)
Allá era un ingeniero más, sin mucha experiencia
entre tantos otros, en cambio
acá estaba todo por hacer. ¡Y justo puentes! Si
hubiera sabido que alguna vez tendría que hacer puentes,
tan lejos y sin poder consultar con nadie, hubiera prestado
más atención a aquel viejo profesor que siempre
hablaba de los de la India y de la
China.
Después de todo, los que tendría que hacer
acá tendrían más en común con esos
que con los prolijos puentes de hierro que diseñaba en la
facultad. Además, había que hacer todo desde el
principio, ni siquiera las mensuras estaban y los
lugareños medían las distancias en tiempo: dos
días de barco, un día de a caballo (43).

En esa misma provincia, los Spasiuk alternaban el
trabajo manual con la
música: "En Apóstoles, un humilde pueblito a 50 km
de Misiones, Juan (el tío) y Marcos (el padre) se
concedían una pausa en la carpintería, tomaban cada
uno su violín y su guitarra y, sobre un tablón,
afloraban polcas, valses, rancheras, chacareras y rumbas, como
una necesidad de recrear la música que sus antepasados
habían importado de Ucrania y de Europa del Este
(44).

Los gauchos
judíos es el libro que Alberto Gerchunoff escribe para el
Centenario. En él, evoca la vida de estos hombres y
mujeres que se vieron enfrentados a tareas que nunca
habían realizado (45).

En su cuento "El cardenal", Márgara Averbach
escribe que su abuelo "había nacido en una ciudad de
Europa y después se había visto obligado a
convertirse en gaucho judío, una conjunción
inimaginable para él, supongo" (46).

"El gran cambio en las costumbres de los judíos
ortodoxos se produjo cuando la segunda generación en el
país, o sea la de mi padre –señala Benedicto
Kaplan-. Así como los de la primera generación
todos llevaban largas barbas, salvo algunos elegantes que se las
recortaban en punta, los de la segunda generación se
afeitaron casi sin excepción, cambiaron sus hábitos
alimentarios, adoptando los de los gauchos. La religión se
siguió practicando en las grandes fiestas. Aparecieron los
primeros gauchos verdaderos: bombachas anchas en lugar de
pantalones, faja con tiradores y facón, asados, mate y
carreras cuadreras. En la generación tercera, o sea la
mía, este tipo humano pintoresco se multiplicó en
todas las colonias" (47).

En "La casa endiablada", de Eduardo Ladislao Holmberg,
aparece un colono suizo, asesinado cuando intenta comprar
gallinas de raza (48).

La finalización de los contratos
ocasionaba que familias enteras se trasladaran en busca de otro
campo para trabajar. En un viaje por Santa Fe, Gladys Onega y su
padre ven a "los expulsados de la tierra": "vimos un carrito del
que tiraban una mujer y un hombre, cada uno de su vara; en ese
carrito pequeño y angosto llevaban su casa. Allí
habían cargado los muebles, los hierros de labranza, un
baúl, atados de ropa y todavía cabía una
cama donde unos chicos y la nona se amontonaban y se tapaban del
sol con la colcha blanca de algodón
ahora ennegrecido, que había formado parte del ajuar
europeo y que tantas veces había visto en las casa de
chacareros, atada por sus cuatro puntas al respaldo y a la
piesera de hierro de la cama. Debajo de ese toldo trataban de
salvarse del terrible castigo del sol y del bochorno de la tarde
con el aire que debía soplar por los costados libres.
Detrás del carrito venían unos muchachos que
empujaban aliviando el esfuerzo de sus padres" (49).

En Santa Fe se instalan los Vairoleto. El padre,
Vittorio, "encontró diversas ocupaciones temporarias y
también fue arrendatario, con variada suerte. (…) tuvo
que buscar conchabo en obras de construcción de las
líneas ferroviarias y otras tareas estacionales. Para la
trilla se tomaban horquilleros, carreros o
‘pistines’, fogoneros y aguateros; el trabajo era de
sol a sol, y los maquinistas lo pagaban a su antojo.
También se conseguían changas para embolsar y
coser, o en el transporte y almacenamiento de
las estaciones, pero había que deslomarse hombreando
bultos de setenta kilos por el ‘burro’ y subir al
trote cuando se cargaban los vagones" (50).

Los agricultores inmigrantes también fueron tema
de poesías. En "Ese inmigrante", Virginia
Rossi canta: "Se llenaba de espigas/ los puños y los
brazos/ y su paso medía/ la soledad del campo"
(51).

"Vista a la distancia –escribe Hugo Mataloni-, la
epopeya de la inmigración parece aureolada por la leyenda
y el heroísmo. Cruzar el mar, arar la tierra, levantar el
trigo rubio como el cabellos de los inmigrantes, todo suena a
poesía y así es presentado el período
fundacional por escritores y poetas, como por ejemplo José
Pedroni, que cantó como pocos a la gesta civilizadora y
sobre todo al nacimiento de Esperanza. Pero si en un principio
los agricultores araban con el Rémington a la espalda,
teniendo en el horizonte el fantasma del indio, es de imaginar la
cantidad de dramas y de fracasos, de renunciamientos y de miedos
que se sucedieron y que debieron ser superados para llegar a la
victoria final" (52).

Viajando de Rosario a Córdoba, Julio A. Roca
conoce a un inmigrante. Escribe Félix Luna: "me
impresionó lo que me dijo un inglés, empleado del
ferrocarril. Era el encargado de medir las tierras, una legua a
cada lado de la vía, que por concesión se le
había otorgado en propiedad a
la empresa. En
un castellano arrevesado, el gringo me contó que estaban
expulsando a los pobladores que vivían en aquellos campos
para venderlos en grandes fracciones una vez que la línea
hubiera llegado a Córdoba. Sería un negocio enorme
–me decía- y se llenaba la boca describiendo las
miles de cabezas de ganado que podrían criarse allí
y los millones de fanegas de trigo que se cosecharían"
(53).

En Colonia Caroya -escribe Carmen María Ramos-
"Alberto Nannini, enólogo y actual director de Bodega
Nannini, recuerda que su bisabuelo, en los primeros tiempos,
llevaba en carros tirados por caballos el vino que elaboraba
hasta la ciudad de Córdoba, donde lo vendía en
barriles de 200 litros. (…) La necesidad de maximizar esfuerzos
llevó a los minifundistas a unirse en cooperativas,
y así nació, en 1930, La Caroyense, con 34 socios
fuindadores, todos friulanos o descendientes. (…) Claro que La
Caroyense, con su típica fachada que imita la de la
catedral de Udine, de donde provienen muchos de los fundadores de
la Colonia, es la historia de la producción
vitivinícola de Caroya, pero no toda la historia"
(54).

En Villa General Belgrano, Còrdoba, vive Pierre
Cottereau. El nos escribiò: "si bien soy extranjero, no
soy un inmigrante. Lleguè a este paìs en calidad de
turista para conocer a unos familiares emigrados en 1889, entre
ellos mi abuelo materno que retornò a Francia en 1900 y
que no he conocido. Me quedè por pura casualidad, el haber
encontrado un trabajo provisorio que me lanzò hasta
independizarme; llegaba con el bagaje de òptico
tècnico industrial" (55).

En "El mundo, una vieja caja de música que tiene
que cantar", Héctor Tizón presenta un cura gallego:
"El cura comienza a pasearse despaciosamente por el salón.
Está pensativo, cabizbajo y dice por ahí
(sólo el Capataz y el Turco pueden escucharlo, los otros
no están en este momento) aludiendo quizás a su
pobreza: -Me
ha tocado una parroquia estéril como una mula. Y poblada
de locos" (56).

 En Jujuy se afincó el yugoslavo evocado por
María Edith Lardapide Olmos en "Historia de vida": "Don
Milo tomó contacto con la empresa de Joseph
Kennedy y allí tuvo una importante responsabilidad:
hacían el trazado de las líneas férreas en
el inmenso altiplano boliviano, donde, cuando cae el sol,
pareciera poderse tocar con las manos. Sus empleados eran nativos
aimaráes y quichuas" (57).

En la Patagonia,
administra una estancia un alemán: "El 3 de febrero de
1923, después de una travesía de treinta
días desde Hamburgo, Ella Hoffman llega con sus tres hijas
a Buenos Aires, rumbo a la Patagonia, donde Hermann Brunswig, su
marido y padre de las niñas, trabaja como administrador de
una estancia y espera ansioso el reencuentro con su familia
después de tres años y medio de separación"
(58).

En Tierra del Fuego vivían los empleados de la
penitenciaría (59), y los personajes de Fuegia, novela de
Eduardo Belgrano Rawson: "Cuando les resultó evidente que
habían echado mano a los mejores campos del mundo, los
criadores de toda la isla resolvieron cruzar sus mediocres ovejas
con padrillos europeos. Para entonces ya nadie soñaba con
transformar a los lugareños en sus pastores perfectos. En
realidad, a los parrikens les sobraban condiciones para el
puesto: corrían treinta kilómetros de un
tirón, podían dormir al sereno en invierno y
resistían sin probar bocado como el más bruto de
los galeses. Pero nada aborrecían más en el mundo
que el trabajo de ovejeros, de modo que los criadores olvidaron
por fin el asunto y junto con los padrillos importaron pastores
de Escocia, quienes trajeron hasta los perros"
(60).

También a las Islas Malvinas
llegaron pioneros escoceses: "En 1842 llegaron dieciocho
pobladores, en 1849 treinta y en 1859 otros treinta y cinco, con
sus respectivas familias. El último contingente
llegó en 1867. Poco a poco colonizaron todas las islas.
Estos escoceses trasladaron a las Malvinas sus
costumbres, entre otras la de criar ovejas, no vacunos. Sus
descendientes forman la gran mayoría de la
población malvinense nativa, de la población
estable actual, porque las Malvinas tienen también una
población inestable, de origen no escocés sino
inglés: son los funcionarios y los militares"
(61).

Notas

1 Zárate, Francisco de: "A la pesca", en
Clarín Viva, 23 de mayo de 2004. Fotos:
Andrés Hax.

2 S/F: "El baratillo", en La Capital, Mar del Plata, 25
de mayo de 2000.

3 Kremer, Isaías Leo: "Proveeduría
‘El Progreso’ ", en Mundo Israelita. Buenos Aires, 8
de agosto de 2003.

4 Gutiérrez, Eduardo: Juan Moreira. Buenos Aires,
CEAL, 1980. (Capítulo).

5 Zappietro, Eugenio Juan:; De aquí hasta el
alba. Barcelona, Planeta, 1971.

6 ibídem

7 Guerra, Ana María: Los jardines del Carmelo.
Buenos Aires, Corregidor, 2003.

8 Daireaux, Godofredo: "Matufia", en Fray Mocho,
Félix Lima y otros. Los costumbristas del 900. Sel. y
pról. de Eduardo Romano, notas de Marta Bustos. Buenos
Aires, CEAL, 1980. (Capítulo).

9 Chamico (Conrado Nalé Roxlo): El muerto
profesional. Buenos Aires, CEAL, 1980.

10 Kordon, Bernardo: "Hotel Comercio", en R. Arlt, J. L.
Borges y otros: El cuento argentino 1930-1959***
antología. Selección y prólogo de Eduardo
Romano, notas de Marta Bustos. Buenos Aires, CEAL, 1981.
(Capítulo).

11 Carpena, Elías: Los trotadores. Buenos Aires,
Huemul, 1973.

12 Verbitsky, Bernardo: Hermana y Sombra. Buenos Aires,
Editorial Planeta Argentina, 1977.

13 Gómez Bas, Joaquín: Barrio Gris. Buenos
Aires, Compañía General Fabril Editora,
1963.

14 Sábato,
Ernesto: "La memoria de la tierra", en La Nación, Buenos
Aires, 5 de diciembre de 1999.

15 Milano, Fulvio: "La Condra", en El Tiempo, Azul, 12
de noviembre de 2000.

16 Alvarez, Sixto (Fray Mocho): op. cit.

17 Güiraldes, Ricardo: "Al rescoldo", en
Capítulo. CEAL, 1980.

18 Corsetti, José L.: "Lejos del corralito, cerca
de la naturaleza", en La Nación, 27 de enero de
2002.

19 Nario, Hugo: "Cortando piedra", en Todo es historia,
N°178, Marzo de 1982.

20 Vázquez-Rial, Horacio: Frontera sur.
Barcelona, Ediciones B, 1998.

21 Massa de Larregle, María Elena: "José
Balbino, el portugués", en Revista N° 4, 2000,
Dirección y coordinación: Aurora Alonso de Rocha.
Archivo Histórico "Alberto y Fernando Valverde",
Municipalidad de Olavarría, Secretaría de
Gobierno.

22 Boulgourdjian-Toufeksian, Nélida: Los armenios
en Buenos Aires..

23 Gómez Bas, Joaquín: op. cit.

24 Iglesias, Jorge: "Flandria, la ciudad-fábrica
cuyo espíritu vive en una banda", en La Nación,
Buenos Aires, 28 de enero de 2001.

25 Alonso de Rocha, Aurora: "Los gallegos en
Olavarría", en El Tiempo, Azul, 30 de octubre de
1994.

26 Cassini José L.: "El mar en los ojos", en
Rotary Club de Ramos Mejía Comité de Cultura.
Buenos Aires, 1994.

27 Ayala, Nora: op. cit

28 Trifaro, Mabel: "La inmigración", en
www.bpstigre.com.ar/revista/inmigrantes.htm.

29 Stamadianos, Jorge: Latas de cerveza en el Río
de la Plata. Buenos Aires, Emecé, 1995.

30 Coria, Juan Carlos: Pasado y presente de los Negros
en Buenos Aires. Buenos Aires, octubre de 1997, Educar –
Argentina.

31 Rotstein, Enrique y Fabio: "Fanny Dubroff y David
Rotstein, en www.math/bu.edu/people/
horacio/anc-cast.htm

32 Krimer, María Inés, "Aarón", en
El Tiempo, Azul, 9 de febrero de 1997.

33 Chumbita, Hugo: op. cit.

34 Burgos, Fausto: El gringo. Buenos Aires, Ediciones
Tor, 1935.

35 Arias, Abelardo: Alamos talados. Buenos Aires,
Sudamericana, 1990.

36 Bufano, Alfredo: "En el día de la
recolección de los frutos", en Para todos los hombres del
mundo que quieran habitar el suelo argentino.
Buenos Aires, Clarín..

37 Bianchi, Alcides J.: Aquellos tiempos… Buenos
Aires, Marymar, 1989.

38 Vernaz, Celia: La Colonia San José. Santa Fe,
Colmegna, 1991.

39 Markic, Mario: "En el camino", TN, 12 de septiembre
de 2002.

40 Vernaz, Celia: La Colonia San José. Santa Fe,
Colmegna, 1991.

41 Lugones; Leopoldo: "Oda a los ganados y las mieses",
en Antología poética. Buenos Aires, Espasa-Calpe,
1965.

42 Steimberg, Alicia: Músicos y relojeros. Buenos
Aires, CEAL, 1983 (Capítulo, Vol. 191)

43 Ayala, Nora: op. cit.

44 Gaffoglio, Loreley: "Trato de ser lo mejor de lo que
soy", en La Nación, Buenos Aires, 17 de diciembre de
2000.

45 Gerchunoff, Alberto: Los gauchos judíos.
Buenos Aires, CEAL, 1980.

46 Averbach, Márgara: "El cardenal", en
Aquí donde estoy parada. Córdoba, Alción,
2002.

47 "Shalom Argentina. Historia de la inmigración
judía. Primera parte: manos para labrar la tierra", en
www.lavaca.org.

48 Holmberg, Eduardo L.: "La casa endiablada", en
Holmberg, Eduardo L.: Cuentos fantásticos. Buenos Aires,
Hachette.

49 Onega, Gladys: Cuando el tiempo era otro. Buenos
Aires, Grijalbo Mondandori, 1999.

50 Chumbita, Hugo: op. cit.

51 Rossi, Virginia: "Ese inmigrante", en
Capítulos, Editorial Nueva Generación.

52 Mataloni, Hugo: La inmigración entre
1886-1890. Santa Fe, Colmegna, 1992.

53 Luna, Félix: Soy Roca. Buenos Aires,
Sudamericana, 1991, p. 76.

54 Ramos, Carmen María: "Colonia Caroya Con
espíritu inmigrante", en La Nación Revista, Buenos
Aires, 12 de junio de 2005. Fotos: Bibiana Fulchieri.

55 Cottereau, Pierre: Carta fechada en 1997.

56 Tizón, Héctor: ""El mundo, una vieja
caja de música que tiene que cantar", en J. J.
Hernández, H. Tizón, Isidoro Blaisten y otros: El
cuento argentino 1959-1970** antología. Selección,
prólogo y notas del Seminario Crítica
Literaria Raúl Scalabrini Ortiz. Buenos Aires, CEAL, 1981.
(Capítulo).

57 Lardapide Olmos, María Edith: "Historia de
vida", en El Tiempo, Azul, 8 de junio de 1997.

58 S/F: Brunswig de Bamberg, María: Allá
en la Patagonia.. Buenos Aires, Vergara, 1995. Gacetilla de
prensa.

59 Messi, Virginia: op. cit.

60 Belgrano Rawson, Eduardo: Fuegia. Buenos Aires,
Sudamericana, 1991.

61 Gallez, Pablo: "Malvineros, ingleses, escoceses y
argentinos", en La Nueva Provincia, Bahía Blanca, 18 de
febrero de 1999.

…..

En su mayoría sin estudios, los inmigrantes se
las ingeniaron para que sus hijos pudieran estudiar. Haciendo lo
que sabían o aprendiendo nuevas labores, encontraron una
vida digna, en la que el esfuerzo tuvo frutos. El país les
ayudó, pero ellos no cejaron.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16, 17, 18, 19, 20, 21
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