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Inmigración y literatura (página 6)



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María M. Bjerg es la autora de Entre Sofie y
Tovelille Una historia de los inmigrantes
daneses en la Argentina (1848-1930), "una versión revisada
y abreviada" de su tesis
doctoral, dirigida por Fernando Devoto. En esa obra, ella
evoca a su abuela dinamarquesa, que vivía en Necochea:
"Entre mis recuerdos infantiles guardaré para siempre
aquellos viajes
familiares que hacíamos desde Juan N. Fernández a
Necochea para pasar el día en lo de la abuela Frida. Los
ochenta kilómetros que separaban esos dos lugares
resumían el tránsito imaginario a un mundo mucho
más distante por el que yo sentía una profunda
fascinación. En el porche de la casa los visitantes
éramos recibidos por un elocuente anfitrión: un
zueco rojo de madera que la
abuela había traído de Dinamarca. Aquel zueco, que
colgaba a un costado de la puerta principal y en el que nadie
parecía reparar, me señalaba la entrada al mundo de
Frida. Un mundo en el que esa mujer –por
momentos inescrutable, que no hablaba bien el castellano y que
se dirigía a mi padre casi siempre en danés-
había recreado una parte de su pasado y de su tierra a la
que ya sólo la unía la nostalgia y la certeza de
que el retorno al lugar de nuestros orígenes nos condena a
movernos en un paisaje de imágenes y
sensaciones que ya no podemos reconocer" (9).

Cerca de Médanos abrieron la Proveeduría
"El Progreso" los hermanos Martínez y la esposa de uno de
ellos. "Tanto Paco como Pepe –relata Isaías Leo
Kremer- eran medio duros de entendederas, pro nunca dejaron de
pagar sus cuentas, ni de
tener preparados los billetes para los proveedores,
cuando estos presentaban sus facturas. (…) Los gallegos, no
sólo eran muy trabajadores, sino que hacían todo
solos, no contrataban personal alguno;
esto, unido a una vida austera, hizo que pronto cimentaran su
posición" (10).

El pionero holandés Diego Zijlstra relata en Cual
ovejas sin pastor: "Desde Buenos Aires, y
previo paso por el Hotel de
Inmigrantes, un grupo
llegó en tren hasta Tres Arroyos, mientras que otros se
instalaron en Cascallares, en la llamada Colonia del Castillo"
(11).

El ensayo "La
construcción de nuestra identidad", de
Angela Mónica Waksman, fue distinguido con una
Mención de Honor en el Concurso AMIA 2004 Juana y Julio
Kolonsky. En ese texto, ella
relata que en Tres Arroyos vivieron sus antepasados: "Me pusieron
ese nombre porque la tía mayor de papá había
muerto tres meses antes de que yo naciera. Ese era mi nombre en
castellano que, seguramente, mi bisabuela, pobre, copió de
alguna vecina de Tres Arroyos. Allí había ido a
vivir con sus hijos pequeños cuando mi bisabuelo, apenas
llegado a tierras de Sudamérica, decidió buscar su
propio ‘El Dorado’ en el norte del continente,
abandonando a mi bisabuela, la bobe Berta. Para su empresa
conquistadora se llevó a sus hijos varones mayores y
dejó a esa mujer fuerte, siempre vestida de negro y con un
rodete encanecido y muy prolijo" (12).

En el Buenos Aires Herald, Michael John Geraghty relata
que en 1889 arribó el SS City of Dresden con alrededor de
dos mil pasajeros. Se dirigieron a Napostá, cerca de
Bahía Blanca, desde donde, en 1891, quinientos veinte
colonos regresaron a Buenos Aires, "broken in spirit, uterly
destituted" (13).

"Go west! Esa era la consigna del padre Antonio Fahy,
uno de los personajes más emblemáticos de la
comunidad
irlandesa en el país. ‘Entre 1840 y 1850, Fahy
recibía a los irlandeses en el puerto de Buenos Aires y
los convencía de que se fueran al campo, al Oeste, a criar
ovejas. Después los visitaba y los iba casando entre
ellos’, cuenta Teresa Deane" (14).

" ‘A mi abuelo Gaynor lo cargaron los ingleses en
un barco a los 19 años, por rebelde, en 1857. Los
últimos quince días antes de embarcarse lo
único que comió fueron ortigas hervidas, porque no
había ni para pan. A su hermano lo mandaron a Tasmania,
donde se convirtió en un bandolero legendario. Eran barcos
de vela, los cargaban para que se hundieran en el mar, y si
llegaban a algún lado era por obra de Dios. La gente
venía desnutrida y muchos morían durante el viaje.
Mi abuelo fue a dar al Hotel de Inmigrantes, con apenas 45
centavos en el bolsillo’. Mateo Kelly –botas y
bombachas de gaucho- ofrece un mate en su casa de San Antonio de
Areco. Tiene 86 años, una memoria
prodigiosa y cientos de historias. ‘Los criollos les daban
a los irlandeses mil ovejas y un pedazo de campo –sigue-.
Exigían el 66 por ciento de los corderos y la lana. Los
irlandeses se quedaban con el tercio restante y así, en
ocho o diez años, salían a flote. Era una vida
dura. Vivían en taperas, ranchos de adoba, con puertas de
cuero de oveja
y en la frontera con
el indio. Pero así mi abuelo Gaynor, que llegó sin
nada, pudo comprar campo en San Andrés de Giles"
(15).

En 1878, ocho familias y tres solteros volguenses
fundaron Kaminka, un pueblo que más tarde cambiaría
su nombre: "Cuando los colonos llegaron a Hinojo ya contaban con
casillas provisorias instaladas y, cumpliendo con lo prometido,
el gobierno les
cedió animales y un
arado como así también medios para su
manutención por un año" (16).

Los volguenses que fundaron Colonia San Miguel "de las
bodegas del antiguo trasatlántico pasan a los
incómodos asientos de un vetusto coche ferroviario de
la empresa
inglesa de ferrocarril que los traslada hasta su estación
terminal, Azul, pues hasta allí llegaba. Para completar
los treinta y cinco kilómetros que les faltaba para llegar
a su destino definitivo, abordaron una tradicional carreta, cuyos
pesados bueyes los conducen hasta un paraje denominado San
Jacinto, en el partido de Olavarría (…) Dos años
en ese lugar, en contínuos sobresaltos por la lucha contra
los malones indígenas, con armas que ellos
mismos implementaban, bastaron para determinar la búsqueda
de un sector más propicio. Encontrando, algo más al
este, tierras más aptas y más alejadas de los
peligros del indio. (…) Por mayoría deciden establecer
allí su definitivo asentamiento, que debía llevar
el nombre de uno de los tres patriarcas de mayor edad: Juan
Ruppel, Pedro Kessler y Miguel Stoessel. Echada fue la suerte y
don Miguel Stoessel fue el favorecido para transmitir su nombre a
la nueva colonia. De ahí en más se
denominaría ‘Colonia San Miguel’ "
(17).

El bisabuelo de Zahira Juana Ketzelman llegó a
Azul con su familia, pero,
molesto por la actitud de
unos lugareños para con sus hijas casaderas, se fue de esa
localidad: "Desde atrás de unos árboles, varios hombres observaban. Los
ojos renegridos les ardían al ver a las rusitas,
apetecibles como frutas pulposas y brillantes, blanqueadas de
leche y miel.
De improviso, el paisano más audaz se adelantó,
asió a la rusita mayor por la cintura, se la echó
al hombro y salió corriendo a campo traviesa. El bisabuelo
era fuerte como un buen labrador; logró recuperar a su
hija. A pesar de ello, la decisión fue tan súbita
como el rapto. Subió a las tres (¿o cuatro?) hijas
al carro, miró fijamente a la bisabuela, y sin decir
palabra, del carro al tren con bultos y samovar, regresó a
la capital. En la
lejanía de los imposibles se habían diluido para
siempre los campos de Azul" (18). Otros, se quedaron: "Las
diferentes expediciones realizadas con el fin de ensanchar los
límites
de la frontera eran complementadas por los gobiernos mediante el
dictado de las leyes de
enfiteusis. De esta manera atraían al colono y al
extranjero. En virtud de ellas, legiones de inmigrantes vascos,
franceses e italianos se introdujeron en el desierto a fin de
explotar esas tierras que se les proporcionaba. Esos pobladores
como don Pablo Acosta, don Miguel Rodríguez Machado se
trasladaron a estas regiones y en virtud de salvaguardar sus
vidas, su hacienda y, a fin de favorecer el comercio
interno, se creó la línea de frontera del Arroyo
Azul" (19).

A fines del siglo XIX, en la frontera vive un flamenco,
personaje creado por Eugenio Juan Zappietro en De aquí
hasta el alba. Roger
Bary era "mercader en aquella esquina del infierno" y entra en
tratativas con los indígenas, aún a costa de las
vidas de sus hijas, sólo para salvar el pellejo". En esa
misma novela, el
desierto alberga los restos de un estadounidense: "Un hombre delgado
y macilento que era ingeniero del ejèrcito, habìa
llegado para estudiar la posibilidad de trasladar el asiento de
las tropas un poco màs hacia el mar. Se habìa
llamado Jewison y era un americano de Tejas, muy golpeado por la
enfermedad que habìa contraido al atravesar la Florida.
Jewison tenìa treinta y cinco años y un Colt
Forntier a la cintura; vestìa levitòn
Prìncipe Alberto y fumaba cigarrillos muy suaves,
ambarinos, de Virginia". Una noche, "quedò con los ojos
abiertos, mirando el techo de paja trenzada, inmòvil como
una piedra. Habìa muerto sonriendo, cara a un cielo
extraño, tal vez muy semejante al de las interminables
noches de su Tejas natal" (20).

Décadas después, Mario, protagonista de
Hermana y sombra, de Bernardo Verbitsky, recuerda al español
que les vendía leche: "Dejamos en Bahía Blanca
varias cuentas impagas, pero la que realmente nos preocupaba era
la del lechero, un español bajito y menudo, a quien se le
formaban unas arruguitas alrededor de los ojos al sonreír,
lo que hacía con frecuencia. Vestía algo parecido a
un chaleco oscuro, sin magas, usaba faja, y un chambergo negro
echado ligeramente hacia la nuca. Teóricamente,
lepagábamos mensualmente los cinco litros que nos dejaba
cada día pero siempre fue tolerante para el cobro,
aceptando los pretextos con que explicábamos nuestra
condición de deudores morosos. En los últimos meses
no pudimos darle un centavo sin que él suspendiera el
suministro de nuestro principal alimento. Nuestra
convicción, reafirmada más de una vez por
mamá, era que a ese pequeño español
bondadoso debíamos el no haber muerto de hambre, sobre
todo nuestra hermanita a quien no le faltaron nunca varias
mamaderas diarias para suplir los pechos casi secos de
mamá" (21).

En 1844, llegó a la Argentina el danés
Juan Fugl, pionero que se estableció en Tandil cuando los
indios habitaban la región. El "relató que
después del sitio indígena de Tandil en el mes de
noviembre de 1855, ‘Al fin de cuentas, los soldados que
llegaron no habían resultado mucho mejor que los salvajes,
pues en las casas abandonadas que encontraron, robaron todo lo
que pudieron y les fuera útil’. Resultaba notorio
que la Guardia Nacional por lo general llegaba después de
que los indios habían hecho los peores destrozos"
(22).

Señala John Lynch que "Los pioneros, en muchos
casos, fueron los colonos inmigrantes y desde el comienzo de la
década de 1880 la cría de ovejas también
llegaría a Tandil. (…) Los inmigrantes también
podían convertirse en víctimas de la
especulación con la tierra;
cuando los especuladores compraban tierras a bajo costo y las
vendían a los recién llegados a precios
más altos o cuando se subdividían o arrendaban las
grandes propiedades" (23)

En esa localidad, a fines del siglo XIX, se
establecieron mis bisabuelos, el matrimonio
integrado por Guillermo Paggi y Lucía Silvani, procedente
de Lombardía.

Otro lombardo afincado en Tandil, Martín Illia
–quien más tarde sería padre del presidente-,
logró "salvarse de un malón que arrasó con
los pobladores de la zona" y regresó a Italia.
Corría 1872, el año de la "masacre" –en la
que no tuvieron que ver los indios- que costó la vida a
muchos extranjeros. "En 1876, volvió solo al país,
trabajando como jornalero en la construcción de
ferrocarriles" (24).

Hugo Nario describió la dura vida de los
picapedreros en Tandil: "Despeñarse, quedar aplastado por
el desprendimiento de piedras o cascajo, perder un ojo reventado
por una escalla o por un pinchote mal templado, morir destrozado
por una voladura imprevista, caer bajo las ruedas de las zorras
que bajaban cargadas de material desde lo alto de la pendiente, o
carros cuyo control de
descenso se perdía, y volcando arrastraban por el
precipicio a caballos y conductor. Y en todo tiempo, el
arresto, el allanamiento, las redadas, días y meses de
encierro, la amenaza de la deportación, a veces sin
proceso"
(25).

Sobre Colonia Urquiza, escribe Gabriela Bovcon: "En sus
comienzos, los primeros en ocupar estas tierras fueron: Guillermo
Décker, de origen holandés, seguido por el inglés
John Mhay, dueños originarios del territorio. A partir de
la ley de
Nacionalización de grandes latifundios, durante el
gobierno de Juan Domingo Perón,
estos terratenientes deciden negociar sus tierras La colonia fue
pensada por el Consejo Agrario Nacional como resultado del
segundo plan quinquenal
para que, grupos de
diversas nacionalidades europeas se instalaran y
desempeñaran la actividad agrícola. Es así
que las primeras familias en llegar al lugar fueron de origen
italiano, entre ellas: la familia Di
Carlo, Petíx, Fanara y Parrillo. (…) los italianos
ingresaron a la colonia para trabajar la tierra, porque se les
proporcionaba un territorio, en donde veían muchas
posibilidades de progreso para ellos" (26).

"Baradero se convirtió en asiento de una de las
primeras colonias, fundada por familias suizas, el 4 de febrero
de 1856" (27). En noviembre de 2000 se llevó a cabo, en el
Salón Azul del Honorable Congreso de la Nación,
la muestra "De los
Alpes a las pampas Un siglo y medio de presencia suiza en
Baradero" (28). La organizaron la Bibliotheque Cantonale et
Universitaire de Fribourg, la Association Baradero-Fribourg
(Suiza), la Sociedad Suiza
de Baradero (Depto. Historia) y el Honorable Senado de la
Nación".

En el discurso
pronunciado con ocasión de otorgársele la ciudadanía italiana y la Medalla de
Oro a la
Cultura
Italiana en la Argentina, dijo Ernesto
Sábato: "En el siglo pasado, mis padres llegaron a
estas playas con la esperanza de fecundar una tierra de
promisión. Se instalaron en la ciudad de Rojas, donde
tuvieron un pequeño molino harinero" (29).

En su poema "La Condra", Fulvio Milano canta:
"Así la llamaba el abuelo italiano. No sé/
qué significa este nombre. Condra,/ la yegua blanca que
atábamos al sulky./ ¿Qué voy a hacer, Dios
mío, con este/ nombre raro/ a través de la gente, a
través del olvido?/ La Condra, impredecible de caprichos
en/ los caminos rurales,/ batía al aire los remos
nerviosos, disparaba/ por fantásticos ríos/ tronaba
el abuelo, y yo veía palidecer/ en tambaleante escorzo el
angustioso sueño/ de la llanura" (30).

Aurora Alonso de Rocha se refiere a los editores de
periódicos de Olavarría, localidad bonaerense: "Los
españoles, dueños de un buen idioma hablado y,
seguramente, monopolizadores del español escrito en un
país babélico, eran los editores obligados"
(31).

En "José Balbino, el portugués" (32),
Maria Elena Massa de Larregle relata la historia de este
inmigrante. "El había nacido en Portugal el 9 de marzo de
1900. Casado con Ana Brígida Ferreyra y padre de una
niña (María, hoy señora de Elbey),
pasó con ellas a Francia por un
breve tiempo, y desde allí vinieron todos a la Argentina
en 1930. Su lugar de radicación fue una cantera
próxima a Villa Mónica, llamada según
referencias Cerro del Aguila, donde trabajó como
picapedrero. Era ése un oficio duro pero muy requerido en
tiempos en que continuaba avanzando el empedrado en ciudades del
interior (recién después del año 1938 fue
desplazado por el asfalto, llegando esa tarea de recambio a
Olavarría, hasta tiempos de la intendencia de Alfieri, en
los años setenta". Por participar en una huelga de
obreros, se quedó sin empleo. "Una
circunstancia fortuita lo constituyó en dueño de un
colectivo marca Chevrolet:
fue la forma de poder cobrar
una suma que le adeudaban por salarios. Y con
ese vehículo, tuvo la posibilidad de iniciar lo que
sería su ocupación de allí en más:
conducir el UNICO medio para viajar entre Bolívar y
Olavarría en forma directa y en colectivo". Años
más tarde, la muerte se
le anunció estando al volante: "Continuó en
Olavarría un tiempo más en viajes particulares para
CORPI, para escuelas de educación
especial. En una de estas tareas de transporte,
llevando en su viejo colectivo chicos de una Escuela
Diferenciada (como se llamaban entonces) lo alcanzó el
invisible rayo de su destino. Sintiéndose mal, tuvo
lucidez y un último gesto de responsabilidad, por las vidas que transportaba,
para quitar el pie del acelerador y llevar con suavidad la marcha
hacia el borde de la vereda. Y dejó que el infarto
hiciera su obra. Falleció a los cuatro días, el 30
de enero de 1968. Preguntó por ‘los chicos’
–los escolares- y cerró los ojos. Se había
cumplido un ciclo en una vida".

Antonio Dal Masetto llegó a Salto a los doce
años, donde –afirma en una entrevista-
"Empezó el duro aprendizaje, la
transculturación. Cansado de que lo
cargasen por su forma de hablar, decidió esforzarse para
aprender el castellano. Para eso recurrió al arte. Su padre se
asoció con su tío en una carnicería. Dal
Masetto empezó a seleccionar las revistas que llegaban
para envolver y, entre los globitos y el dibujo de las
historietas, empezó a adentrarse en el idioma"
(33).

En "Pleamar", Oscar González evoca al
capitán Griffith George, quien, tras naufragar en 1883, se
radicó en la estancia "Los Yngleses", en el Partido de
General Lavalle (34).

Marcos Alpersohn fue pionero en la colonia Mauricio, en
la provincia de Buenos Aires, y primer cronista de un
asentamiento judío en la Argentina. "Dejó escrito
su interesante testimonio sobre la llegada al país, en
1891", en el que manifiesta: "Nadie nos recibió en la
estación: ningún empleado de la empresa
colonizadora del Barón nos aguardaba. El jefe de la
estación de Casares, un morocho alto, de tupida cabellera
encrespada, salía a cada rato de su oficina y
sonreía zalameramente a nuestras hermosas mujercitas; pero
al ver que ninguna de ellas le prestaba la menor atención, irritóse, al parecer,
sacudió su melena, se encerró en su oficina y no
volvió a salir. Aquellos de nosotros que conservaban
aún en sus hatillos un pedazo de pan, hicieron uso de
él. Poco a poco los niños
fueron sintiendo hambre y nos dispersamos por los almacenes en
busca de pan, pero ese artículo no se encontraba en
ninguna parte. Los ojos se nos salían de impaciencia
mirando en todas las direcciones, por si llegaba alguien para
conducirnos hacia "nuestras" chacras. Así pasaron horas
tras horas, sin que apareciera nadie. La gente empezó a
irritarse, cundió el descontento, primero quedamente y
luego con fuerza cada
vez mayor. Grupitos de los nuestros se ubicaron al lado de los
rieles y peroraban gesticulando con las manos y los pies.
Lentamente el desaliento y la desesperación fueron
penetrando en los corazones, creciendo de instante en instante.
Los ojos de todos se fijaron en los yuyales: "íAhí
vienen!", parecían decir. Algunos lanzaron, a cuenta de
los negligentes funcionarios colonizadores, ciertos improperios
en lengua rusa.
Otros se diseminaron por los senderos de la maleza, pero al rato
volvieron, jadeantes, sudorosos, cubiertos de abrojos. Así
transcurrió el día hasta las dos de la tarde.
Súbitamente se dejó oír el chasquido de un
látigo y de entre los yuyos apareció una carreta de
ruedas altísimas, uncida a una decena de caballos.
Detrás de ella venía otra y otra, hasta completar
ocho, todas sobre dos extrañas ruedas y se colocaron en
fila, a lo largo de la vía férrea. Un joven rubio,
montado en un caballo arisco, llegó al instante y
ordenó algo a los negros que manejaban las carretas y acto
seguido cada uno de ellos desparramó desde arriba,
directamente sobre la hierba, una montaña de galletas
secas. Otro señor, joven, blanco como la leche, de rasgos
finos y delicados movimientos, llegó en un caballo
lindamente enjaezado, nos saludó en
alemán y se presentó como nuestro administrador, el
señor Gerbil. El que tenga hambre, que coma de estas
galletas -nos dijo. Debido a que nuestro pudor había
quedado quebrantado en la frontera alemana, al primer bocado de
misericordia que nos arrojaran los judíos
tudescos, y debido también, en parte, al hambre que nos
venía apretando, no demostramos ninguna resistencia
ahora; sin dejarnos rogar nos lanzamos como salvajes sobre los
panecillos de la mendicidad, disputándonoslos. Los rostros
broncíneos de los argentinos, al ver esta escena, se
contrajeron de espasmo; agitaron fuertemente las manos y viendo
que las criaturas hambrientas no podían romper con sus
tiernos dientes las galletas petrificadas, bajaron de las
carretas y nos enseñaron cómo proceder con aquel
manjar; golpearon las galletas contra las llantas de las ruedas y
las quebraron como pedazos de vidrio; luego
metieron los trozos en agua, y se los
lanzaron a los chicos, hambrientos, murmurando: "íPobres
niños! íPobres inmigrantes!" (…)"
(35).

Mario Goloboff rercuerda su infancia en
Carlos Casares: "fui un bilingüe auditivo de nacimiento.
Lamentablemente, no hablé el idish, pero sin duda fue la
primera lengua que oí y escuché en mi infancia. Y
entre los dolores y terrores de la infancia y de la guerra (en
aquel momento, en su esplendor), y en un pueblo como Carlos
Casares (uno de las colonias judías más importantes
que hubo en la provincia de Buenos Aires), me tocó vivir
desde muy chico los temores familiares y las pocas esperanzas de
que las cosas terminaran bien. Creo que esto, junto a la lengua,
es lo que me ha marcado más profundamente"
(36).

Nissin Mayo entrevistó a Salvador Cohen, quien
relató: "Mi papá, Mair Cohen y mamá, Raquel
Cohen (no eran parientes) se conocían de Magnasía
(hoy Manisa), un pueblo cercano a Esmirna, Turquía.
Papá llegó a la Argentina alrededor de 1910 y ella
por 1921. Se casaron en Buenos Aires, donde yo nací el 31
de julio de 1923. (…) A su llegada a la Argentina él se
instala en Gral. Villegas, Pcia. de Buenos Aires, con un negocio
de zapatillas, telas y ropas. Lo ayudaban mi tío
Aarón, (hermano de mamá que llegó de
Turquía por 1910) y mamá, que también
hacía los trabajos de la casa. Los miércoles,
papá salía a vender en el pueblo. (…) Mi
tío Aarón, que vivía con nosotros, rezaba
las oraciones en hebreo todas las mañanas,
poniéndose en la cabeza una carpetita en forma de
kipá (gorrita) con la cual a veces salía, sin darse
cuenta, a la calle. Mi tío hablaba cinco idiomas, entre
otros el djudeo español . El negocio sólo cerraba
en Iom Kipur (día del Ayuno y el Perdón Divino) y
un cartelito anunciaba: ‘cerrado por balance’. (…)
En Villegas cursé la escuela primaria. En el segundo grado
nos pegaba la maestra, Srita. Balán. Usábamos gorra
de vasco, que debíamos sacárnosla cuando
saludábamos a las mujeres; si no lo hacíamos nos
tiraban de las orejas hasta dejárnoslas rojas. En 1933,
recuerdo, hubo una gran invasión de langostas; las paredes
se pusieron negras y tuvieron que eliminarlas con aplanadoras. En
una ocasión, un zapatero italiano, cuando yo jugaba con su
hijo a la pelota, agarró su cuchillo de zapatero y me dijo
jugando: ‘ te corto, te corto’, y me hizo un corte en
la pierna izquierda. Todavía tengo la marca. En Villegas
me recibí de tenedor de libros en
1934. Mi hermana Victoria, debió estudiar
obligatoriamente, en el Colegio, religión
católica". El entrevistado recuerda a General Villegas
"como un pueblo agrícola-ganadero, de casas bajas, con dos
cines, simpático y económicamente progresista.
Había muchos ingleses, exposiciones y ventas de
ganado, con la intervención casi permanente del martillero
Bullrich. Allí tenía amigos. Jugábamos a la
pelota y con el trompo y las bolitas. Con ellos y mi familia,
pasé una infancia y adolescencia
feliz" (37).

En San Vicente vivió la viuda de Oskar Schindler.
"El libro Yo,
Oskar Schindler (38), una recopilación de documentos
fidedignos y originales, según su autora, Erika Rosenberg,
intenta reivindicar la imagen de
Schindler frente a la que presentó Steven Spielberg en su
película sobre este empresario
alemán salvador de miles de judíos. La escritora
argentina, quien presentó en Budapest la versión
húngara de este libro escrito originalmente en
alemán y presentado el año pasado en la Feria
Internacional del Libro de Frankfurt, recalcó que siente
‘una obligación moral, como
amiga de la viuda de Schindler, de borrar esa imagen de 'don
Juan' y especulador que ofreció Spielberg en La Lista de
Schindler'. Rosemberg señaló que
‘quizás ésta sea una de las mejores formas de
recordar la memoria de
Oscar Schindler, fallecido en Alemania en
1974, y de la viuda de Schindler, Emilie, quien falleció
hace una semana, a los 93 años de edad, en
Brandemburgo’. Schindler, junto a su esposa, salvó
la vida de más de 1.300 judíos al darles trabajo en su
fábrica y protegerles así de la deportación,
recalcó la autora del libro y biógrafa de Emilie
Schindler. El industrial alemán, además,
repartió más de dos millones de marcos entre los
judíos a quienes salvó, según atestiguan los
documentos, explicó Rosenberg. ‘Yo nunca vi que los
estadounidenses hayan puesto en una película las buenas
actuaciones de un alemán, así que Spielberg no
podía hacer otra cosa que lo que hizo»,
señaló Rosenberg. ‘Una película nacida
de un sentimiento estadounidense, dirigida por un director
estadounidense y escrita por un australiano presentado al
público como americano, no pudo tener otro resultado que
La lista de Schindler’, comentó la escritora
argentina. ‘Es cierto que Spielberg no pudo utilizar la
documentación que aparece en mi libro
porque no sabía de su existencia, ya que la misma
apareció en el año 1998, pero mi pregunta es que
por qué no utilizó a la viuda’,
recalcó Rosenberg. Agregó que, ‘según
la carta que
tengo en mi poder, Spielberg invitó a Emilie Schindler a
Jerusalén para rodar las últimas imágenes de
su película, como una sobreviviente y nada
más’ " (39).

Oskar Schindler "Después de la guerra,
dirigió un rancho en Argentina (1949-1957), quebró
y regresó a Alemania. En 1961 fue invitado a Israel, donde
recibió la Cruz del Mérito en 1966 y una
pensión del Estado en
1968. La novela de
Thomas Keneally, El arca de Schindler (1982), fue llevada al
cine con el
título de La lista de Schindler, en 1994 por el director
Steven Spielberg, y obtuvo los premios Oscar más
importantes, entre otros al mejor director y a la mejor
película en ese año, dando a conocer las
actividades de este héroe de guerra a un público
mucho más numeroso" (40).

En Matanzas se afincó el gringo Sardetti, a quien
Juan Moreira mata por haber negado la deuda que tenía con
el gaucho. "Concluyamos que es tarde –dijo
levantándose de pronto-. Amigo Sardetti, vengo a que me
pague los diez mil pesos o a cumplir mi palabra empeñada.
El pulpero vaciló, miró con espanto a Moreira, y
dirigiendo una mirada de suprema súplica al paisano que
había tratado de disuadir a aquel terrible acreedor,
respondió de una manera humilde y quejumbrosa: -Yo no
tengo plata, amigo Moreira; espérese unos días, y
le juro por Dios que le he de pagar hasta el último peso.
-No espero más –contestó el paisano con
suprema altivez-; vengan los diez mil pesos o te abro diez bocas
en el cuerpo, para que por ellas puedas contar que Juan Moreira
cumple lo que promete, aunque lo lleve el diablo. Y con la mano
segura desnudó su daga, que brilló con un fulgor
siniestro. Los paisanos habían quedado helados; Sardetti
estaba más muerto que vivo, y Moreira, arrogante y altivo,
con la daga en la mano y la manta de vicuña volcada sobre
el brazo izquierdo, estaba allí como el ángel del
exterminio. -O pagas sobre el acto –dijo imperiosamente
Moreira-, o te abro como un peludo. -No tengo plata
–balbuceó el pulpero en una especie de estertor,
mientras el paisano que desde un principio había tratado
de evitar el lance, se cruzaba delante de la daga de Moreira,
diciéndole: -No te pierdas, hermano; el gringo no vale la
pena y vas a tener que huir del pago" (41).

En Don Segundo Sombra, Ricardo Güiraldes escribe
acerca de "la desvergüenza del gringo Culasso que
había vendido por veinte pesos a su hija de doce
años al viejo Salomovich, dueño del
prostíbulo" (42).

En San Nicolás vivió Frances Armstrong de
Bessler, que había nacido en Elma, Estado de Nueva York,
en 1862. Llegó a la Argentina en 1879. "Había
cursado estudios en la escuela secundaria de Buffalo y se
graduó como profesora en la escuela normal de Winona. Fue
destinada a la Escuela Normal de Catamarca, donde actuó
como secretaria y profesora. Luego de seis años de eficaz
desempeño, en 1884 el gobierno le
encargó la
organización de la Escuela Normal de Córdoba,
de donde pasó a San Nicolás para cumplir igual
cometido. Permaneció veinticinco años al frente de
este establecimiento, hasta que se retiró. Había
contraido enlace con el doctor John Alfred Bessler y durante su
permanencia en San Nicolás conquistó el
cariño de discípulos y amistades. Lo mismo que su
hermana Minnie, poseía condiciones naturales para la
música.
Cantó y tocó el órgano en una iglesia de
Buenos Aires hasta que la parálisis atacó sus
manos. Falleció en esta ciudad el 6 de mayo de 1928"
(43).

Elena Guimil es la autora de "Mi búho" (44), uno
de los seis relatos del Premio La Nación 1999 de Cuento
Infantil. En ese relato, que transcurre en Pellegrini, la
escritora recuerda la oportunidad en que su padre, "un gallego
fornido" le trajo un pichón. Acerca del texto premiado,
afirma la autora: "Este cuento nació en un momento muy
especial de mi vida, donde los recuerdos de la niñez se
hacen vívidos, provocados por un hecho sutil: encontrarme
de frente con los grandes ojos amarillos de un pichón de
lechucita, parado en un alambre de un camino de tierra rumbo a un
campo".

En la provincia de Buenos Aires vive Francisco Sainz,
"Hombre solo, siempre. De recién cumplidos 85 y costumbres
rudas como el campo. Hijo de un español de Santander, el
primero de la familia en meter la mano en esas tierras, hace cien
años. La casa está en lo alto del terreno y todo
alrededor es horizonte limpio. Un patrimonio de
cuatro mil hectáreas compradas de a pedacitos, en las
entrañas de Buratovich" (45).

En esa misma provincia se afinca el protagonista de un
cuento de Arturo M. García: "Don Javier Echegaray y
Tarragona, oriundo de San Sebastián en el país
vasco y como su nación, fuerte de temperamento,
férrea voluntad, constante en el trabajo y
perseverante en sus ideas había llegado a la Argentina a
los doce años con unas ansias inconmensurables de hacerse
la América. Recaló en Buenos Aires,
pero la ciudad que crecía no le brindaba muchas ilusiones
y esperanzas, eran los resabios de la generación del 80
con su crisis
económica, financiera y social y Javier evocando las
praderas vascuences y las montañas pirenaicas, solo, se
exilió de nuevo. Viajaba como linyera en trenes de carga
hacia el Sur, comenzó a admirar las extensas pampas, se
asombraba contemplando la cantidad de ganado pastando a la vera
de los rieles del ferrocarril, asentándose por fin como
peón en las regiones de Pigüé, Coronel
Suárez y Saavedra. Trabajó mucho y fuerte,
ahorró dinero y junto
con las pocas pesetas que le mandaban los tíos desde la
patria, fue haciendo un capital que le permitió comprar
primero unas pocas hectáreas, luego más terrenos,
una granja después y por fin una estancia en la zona de
Tornquist" (46).

Arturo M. García relata, en "Ella eligió
así", lo sucedido a Raquel Amanda Olascoaga, hija de
vascos tomada cautiva por Biguá, con quien pidió
contraer matrimonio cristiano, rehusando volver a la sociedad.
Cuando la llevaron los indios, ella era una "mujer de treinta
años de edad, dama de recio temple y extraordinaria
hermosura, hija única de un matrimonio de origen vasco,
que después de haber habitado muchos años en el
Río de la Plata, donde cosecharon una ingente fortuna a
través de negocios de
importación de bebidas espirituosas,
traídas de Europa, se
volvieron a su país natal, dejando a su hija ya madura, al
frente de sus casas en Buenos Aires y Montevideo"
(47).

La casa de Myra (48), de Aurora Alonso de Rocha, fue
distinguida en 2001 con el Segundo Premio para Autores
Inéditos, en el "Concurso organizado por la
Fundación El Libro, en el marco de la 27ª Exposición
Feria Internacional de Buenos Aires ‘El libro del Autor al
Lector’ ". En esa obra, protagonizada por una gallega
tomada cautiva por los indígenas, narra un personaje: "En
unos meses se le puso la piel del
color del cuero
sobado, se le hicieron unos manchones del solazo debajo de los
ojos y como no los tiene oscuros como las otras se ven como gemas
transparentes. En lo que se ve del descote es pura mancha y peca
y tiene el pelo cerdoso, enrulado y reseco de tanta agua e
intemperie. Igual que las chinas va mezclada de cristiana y de
india: le
cuelgan unas ajorcas pesadas, se ata las clinas con seda trenzada
y las botas son las de media caña, de pata de potro pero
finísima, muy retobada (¡Que las quisiera para
mí!), con lazos de colorines y bordados. Por arriba usa un
vestidito de percal que ha de ser el que traía cuando la
encontré en el puerto, según recuerdo, así
que va medio disfrazada pero tan cargada de lazos y joyas como
una princesa".

Jorge Luis Borges – a
quien María Rosa Lojo volvió personaje de
ficción, en Las libres del Sur-, relata: "Sin contar los
muchos relatos de la Conquista española, entre nosotros ya
Sarmiento hablaba de un mayor Navarro –todo un dandy- que
se casó con la hija de un cacique, y bebía la
sangre
‘en la degolladera de los caballos’. Mansilla cuenta
otros tantos episodios, y mi propia abuela, que era inglesa,
conoció uno muy de cerca. Estaban en Junín con el
abuelo Borges, que era jefe militar de la frontera, y una tarde
se presentó en el pueblo una mujer rubia, vestida de
india. Venía a abastecerse de ‘vicios’ (yerba
mate, azúcar,
aguardiente) y traía pieles, tejidos y plumas
de avestruz para canjear en las pulperías. Mi abuela
pidió hablar con ella, y la otra le contó su
historia en un inglés rústico, que parecía
un instrumento oxidado. Era una inglesa, cautivada por un
malón cuando chica. No quiso saber nada de volver son los
cristianos, aunque la abuela le ofreció todas las
seguridades, para ella y para los hijos que tenía con un
cacique. Tiempo después, volvió a
encontrársela. Estaban en un bañado, degollando una
oveja, y la india inglesa cruzó a caballo, y se
tiró al suelo y
bebió la sangre caliente…" (49)

En "Flandria, la ciudad-fábrica cuyo
espíritu vive en una banda", Jorge Iglesias se refiere al
belga Julio Steverlynck; presenta, además, el testimonio
de personas que estuvieron vinculadas a la Algodonera Flandria.
Iglesias escribe: "Por cierto, en la Argentina de finales de los
veinte, encontrar un obrero textil calificado era tarea de
cíclopes. Así, Steverlynck le abrió las
puertas de la fábrica a gran cantidad de inmigrantes
españoles e italianos. Toda gente que había dejado
sus raíces. Gente que venía a ‘hacer la
América’. Mejor, ¿por qué no?: a hacer
la Flandria… Pero, como la gente trabajando se hace, de los
telares no sólo salieron telas, como se verá,
también salieron ‘hombres de Flandria’ "
(50).

La decisión de María (51) es el libro que
escribieron María Carmen Merbilhaa del Frate y Amalia
María Calandra Merbilhaa. "Las autoras, al encontrar las
cartas de su
abuela, hija de inmigrantes bearneses que se establecieron en el
campo a mediados del siglo XIX, descubren interesantes
testimonios de vida en el pueblo de General Belgrano y en la
ciudad de La Plata a principios del
siglo XX. Ellas agregan comentarios y anécdotas propias o
transferidas por sus familiares. Pretenden homenajear a su
querida abuela y contar a sus descendientes, con un toque de
humor, vivencias de la infancia que compartieron"
(52).

La portuguesa Zulmira Rosa Alves recuerda a sus vecinos
húngaros. Ella llegó a la Argentina en 1950 y se
afincó en Villa Elisa. "Villa Elisa es una localidad de
cerca de 50000 habitantes cercana a la ciudad de La Plata. Este
es su hogar ahora, aquí tuvo su familia y vivió
toda su vida desde vino a este país. Llegó cuando
al regreso de su padre a la Argentina no pudo volver a trabajar
en Loma Negra. Las tierras de Pereyra Iraola habían sido
expropiadas en gran parte y esos terrenos eran alquilados a
familias de inmigrantes que trabajaban la tierra. En una de esas
tierras se instalaría su familia para comenzar a pelear en
esta Argentina. Los primeros tiempos fueron difíciles, se
encontraron en medio de una comunidad húngara con la que
se hacía muy complicado comunicarse. Existía un
importante asentamiento de portugueses que se dedicaban a la
floricultura pero se encontraban del lado oeste de las
vías del Ferrocarril Roca y no tenían contacto con
los quinteros (húngaros)" (53).

Nacido en Berisso, Esteban Peicovich, hijo de
dálmatas, recuerda la localidad como "una sociedad
compuesta por treinta y siete etnias diversas que, en medio de la
crisis, hacía de la vida vecinal un acto religioso. No
piqueteaban. Se defendían con el trueque, la huerta y la
mano pronta al caído en desgracia mayor. Una red de asistencia que
permitía preservar la costumbre traída: mantener lo
genuino y sostener a los hijos en medio de la adversidad"
(54).

En "Canción a Berisso", Matilde Alba Swann
recuerda las escuelas de esa localidad: "Yo le canto a tus
niñas saliendo de la escuela:/ alemanas, rusitas,
italianas, armenias,/ distintas lenguas todas e idéntico
candor;/ y canto a las pequeñas hijas de mi tierra/ "made
in argentina" levadura extrajera,/ raíces que se prenden a
un destino mejor.// Le canto al influjo de tus academias/
alimentando el sueño de tu adolescencia/ por salir del
hollín;/ y canto a tus escuelas nocturnas para adultos/
donde padres y abuelos aprenden a escribir" (55).

Gabriel Báñez es el autor de Virgen (56),
novela finalista del Concurso Editorial Planeta 1997, en la que
evoca la inmigración del belga Divas y su hija,
Sara. La inmigrante, décadas después, recuerda:
"Había llegado a Ensenada a finales de los treinta, con
apenas nueve años y un padre belga que, además de
venir huyéndole al antisemitismo,
tenía la abstracta pretensión de vender sombreros
en una tierra en que los hombres apenas si se cubrían las
ideas con el sudor y los sueros del frigorífico
inglés que se sostenía junto a las charcas del
puerto. Todavía podía escuchar el rolido de las
aguas contra el casco del lanchón de amarre, los saludos
violentos de la tripulación a lo lejos, y la mano aterrada
de su padre mientras le ayudaba a bajar de la planchada. No iba a
olvidarla jamás: era una mano con consistencia de pez,
húmeda y avergonzada. Desde ese día Sara Divas
sintió la exacta revelación de qué cosa eran
los hombres: personitas indefensas y minúsculas a las que
había que proteger, pero en las que nunca se podía
confiar. También conservaba una foto percudida y oxigenada
de la casa natal, en Bruselas, y algunos moldes de cabezas
humanas que su padre había ido descartando a medida que el
país se le hacía carne o corned beef y se alejaba
de los moldes ideales del pensamiento".

Un informe publicado
por la Asociación Caboverdeana de Ensenada – "la
más antigua del mundo de todas las que nuclean a
caboverdeanos en el exterior"-, destaca que "La
inmigración caboverdeana llegó a principios del
siglo XX, en consonancia con el resto de los inmigrantes. A
diferencia de los 12 millones de africanos que llegaron a
América entre los siglos XV y XVI, los caboverdeanos
fueron los únicos que no llegaron como esclavos, sino en
busca de trabajo y mejores horizontes para desarrollarse. A
diferencia de los europeos, no llegaron empujados por guerra
alguna. Por el carácter insular de Cabo Verde, sus hijos
inmigrados eran expertos marineros y también habilidosos
pescadores, por lo cual buscaron aquí sitios con puertos,
como Ensenada y Dock Sud. Aquí, la mayoría de los
caboverdeanos se empleó en la Marina Mercante y la Armada"
(57).

Notas

1 Chajchir, Mauricio: "Viaje al país de la
esperanza. Relato de un viajero del Pampa", en La Opinión,
Buenos Aires, 8 de agosto de 1976, reproducido en
Asociación de Genealogía Judía de Argentina,
Toldot #8. Noviembre de 1998.

2 Zárate, Francisco de: "A la pesca", en
Clarín Viva, 23 de mayo de 2004. Fotos:
Andrés Hax.

3 S/F: "El baratillo", en La Capital, Mar del Plata, 25
de mayo de 2000.

4 S/F: "Mar del Plata: Fallas criollas", en La Capital,
Mar del Plata, 21 de marzo de 2004,
www.lacapital.com.ar.

5 Miguelí, Perla: "Introducción", en Miguelí, Perla y
Leguizamón, Pedro: Primer cancionero gitano de la
Argentina. Recopilación y notación musical. Mar del
Plata, 1995.

6 Castrillón, Ernesto y Casabal, Luis: "El
día que fue arrasada Varsovia", en La Nación,
Buenos Aires, 1° de septiembre de 2002.

7 S/F: "Centro Cultural Pipach", en el folleto de la
institución. Villa Gesell, 2004.
www.villagesell.gov.ar.

8 Miguel, María Esther de: "Amy Stirling", en el
grillo, Buenos Aires, Marzo-Abril de 2003, Año 12, N°
34.

9 Bjerg, María M.: Entre Sofie y Tovelille Una
historia de los inmigrantes daneses en la Argentina (1848-1930).
Buenos Aires, Editorial Biblos, 2001. 191 pp. (La Argentina
plural).

10 Kremer, Isaías Leo: "Proveeduría
‘El Progreso’ ", en Mundo Israelita. Buenos Aires, 8
de agosto de 2003.

11 S/F: "Historia de pioneros", en Clarín, Buenos
Aires, 2 de febrero de 2002.

12 Waksman, Angela Mónica: "La
construcción de nuestra identidad", en Hupert, Pablo, et
al: Qué significa ser judío hoy Ensayos
premiados del Concurso AMIA 2004 Juana y Julio Kolonsky. Buenos
Aires, Milá, 2005. 180 pp.

13 Geraghty, Michael John: "Lands, lambs and churches",
en Buenos Aires Herald.

14 Guyot, Héctor M.: "Sociedad. Irlandeses en la
Argentina. Una verde pasión", en La Nación Revista,
Buenos Aires, 13 de marzo de 2005. Fotos de Daniel
Pessah.

15 ibídem

16 Weyne, Olga: El último puerto. Del Rhin al
Volga y del Volga al Plata. Buenos Aires, Editorial Tesis /
Instituto Torcuato Di Tella, 1986.

17 Chiérico, Ariel Edgardo: en La Capital de Mar
del Plata.

18 Ketzelman, Zahira Juana: en el grillo, Suplemento:
Gabinete de Letras y Arte. N° 9, 2000.

19 S/F: "Azul: nuestra esencia, nuestra identidad", en
El Tiempo, Azul, 15 de diciembre de 2002.

20 Zappietro, Eugenio Juan:; De aquí hasta el
alba. Barcelona, Planeta, 1971.

21 Verbitsky, Bernardo: Hermana y Sombra. Buenos Aires,
Editorial Planeta Argentina, 1977.

22 Lynch, John: Masacre en las pampas. La matanza de
inmigrantes en Tandil, 1872. Buenos Aires, Emecé,
2001.

23 ibídem

24 Frigerio, José Oscar: Italianos en la
Argentina LOS LOMBARDOS. Buenos Aires, Asociación Dante
Alighieri de Buenos Aires, 1999.

25 Nario, Hugo: "Cortando piedra", en Todo es historia,
N° 178, Marzo de 1982.

26 Bovcon, Gabriela: "Inmigración Italiana y
Japonesa, en Colonia Urquiza", en
www.perio.unlp.edu.ar.

27 S/F: "Las corrientes inmigratorias en Argentina, La
aventura de los pioneros", en Argentinaexplora.com,
2001.

28 S/F: "De los Alpes a las pampas", en
www.baradero.com.ar

29 Sábato,
Ernesto: "La memoria de la tierra", en La Nación, Buenos
Aires, 5 de diciembre de 1999.

30 Milano, Fulvio: "La Condra", en El Tiempo, Azul, 12
de noviembre de 2000.

31 Alonso de Rocha, Aurora: "Los gallegos en
Olavarría", en El Tiempo, Azul, 30 de octubre de
1994.

32 Massa de Larregle, María Elena: "José
Balbino, el portugués", en Revista N° 4, 2000,
Dirección y coordinación: Aurora Alonso de Rocha.
Archivo
Histórico "Alberto y Fernando Valverde", Municipalidad de
Olavarría, Secretaría de Gobierno.

33 Roca, Agustina: "Historia de vida", en La
Nación Revista, Buenos Aires, 12 de julio de
1998.

34 González, Oscar: "Pleamar", en El Tiempo,
Azul, 1° de diciembre de 1996.

35 Alpersohn, Marcos: "Memorias de un
pionero", en Clarín. Fuente: Memorias de un colono
argentino, en Judaica N° 50. Tomado de Senkman, Leonardo: La
colonización judía. Buenos Aires, CEAL,
1984.

36 Goloboff, Mario: "Teatro con
debate:
‘Tras el paso de los grandes’ ", en Feierstein,
Ricardo y Sadow, Stephen A. (comp.): Recreando la cultura
judeoargentina / 2 Literatura y artes
plásticas. Buenos Aires, Editorial Milá,
2004.

37 Mayo, Nissin: "De Turquía a Gral. Villegas",
en SEFARaires N° 15, Julio de 2003
(sefaraires[arroba]fibertel.com.ar).

38 Rosenberg, Erika: Las memorias de Oskar Schindler.
Buenos Aires, Distal, 1998.

39 S/F: "Un matiz diferente", en
www.grupopayne.com.ar.

40 Pérez García, José Javier:
"Biografía
de Oskar Schindler", en www.alipso.com.

41 Gutiérrez, Eduardo: Juan Moreira. Buenos
Aires, CEAL, 1980. (Capítulo).

42 Güiraldes, Ricardo: Don Segundo Sombra. Buenos
Aires, CEAL, 1979. 216 pp. (Capítulo).

43 Sosa de Newton, Lily:
Diccionario
Biográfico de Mujeres Argentinas. Buenos Aires, Plus
Ultra, 1986.

44 Guimil, Elena: "Mi búho", en El
desafío. Buenos Aires, Sudamericana, 2000.

45 Piotto, Alba: "Campo de batalla", fotos de
Rubén Digilio, en Clarín Viva, Buenos Aires, 21 de
marzo de 2004.

46 García, Arturo M.: "El cóctel", en el
grillo, Buenos Aires, N° 22, 1999.

47 García, Arturo M.: "Ella eligió
así", en el grillo, Suplemento: Gabinete de Letras y Arte
El tema es la libertad,
N° 18, 2004.

48 Alonso de Rocha, Aurora: La casa de Myra. Buenos
Aires, Fundación El Libro, 2001.

49 Lojo, María Rosa: Las libres del Sur. Una
novela sobre Victoria Ocampo. Buenos Aires, Sudamericana,
2004.

50 Iglesias, Jorge: "Flandria, la ciudad-fábrica
cuyo espíritu vive en una banda", en La Nación,
Buenos Aires, 28 de enero de 2001.

51 Marbilhaa Del Frate, María Carmen y Calandra
Merbilhaa, Amalia María: La decisión de
María. Buenos Aires, Dunken, 2003.

52 S/F: en Marbilhaa Del Frate, María Carmen y
Calandra Merbilhaa, Amalia María: La decisión de
María. Buenos Aires, Dunken, 2003.

53 Da Conceiçao, Mauro; Euguaras, Mariano;
Flibert; Francisco; Marino, Roberto; Sánchez,
Julián: "Sabores de una historia", en
www.ciet.org.ar.

54 Peicovich, Esteban: "Volver a Berisso", en La
Nación Revista, Buenos Aires, 24 de febrero de
2002.

55 Swann, Matilde Alba: "Canción a Berisso", en
Canción y grito, 1955. Incluido en
www.matildealbaswann.com.ar.

56 Báñez, Gabriel: Virgen. Buenos Aires,
Sudamericana, 1998.

57 S/F: "Asociación Caboverdeana de
Ensenada".

Catamarca

Clara Jeannette Armstrong (West Alden, Nueva York, 1847)
"Vino a la Argentina en 1877, contratada por el gobierno para
colaborar en la organización de las escuelas normales para
mujeres. Fue destinada a Catamarca en 1878, y allí
dirigió la Escuela Normal de Maestras. En 1881 fue a su
patria con licencia, y el gobierno la comisionó para
contratar maestras. Regresó con catorce, que se
incorporaron al quehacer docente del país. Pasó a
desempeñarse en la Escuela Normal de San Nicolás,
donde dictó cátedras, y fue trasladada a San Juan
para dirigir la escuela en reemplazo de Mary O. Graham. En 1894
se retiró de la enseñanza oficial y dirigió una
escuela particular en Buenos Aires. En 1896 fue a Cuba para
desempeñar tareas similares. En 1901 el gobierno argentino
la comisionó para dirigir la muestra argentina de educación en Buffalo,
Estados
Unidos, y presidió la delegación de mujeres
cubanas. Quedó en su país e instaló en Nueva
York una escuela normal para mujeres cubanas, destinadas al
magisterio en su patria. Ejerció la docencia en
institutos norteamericanos hsta que la parálisis le
impidió concurrir a las clases, no obstante lo cual
continuó enseñando latín y griego desde el
lecho. Falleció en Los Angeles, California, el 13 de
septiembre de 1917. Por decreto del 16 de octubre de 1928, la
Escuela Normal de Catamarca lleva su nombre" (1).

Minnie Armstrong de Ridley fue" una educadora
norteamericana que vino con sus hermanas Clara y Frances para
actuar en la organización de las escuelas normales.
Había nacido en el Estado de
Nueva York el e de junio de 1866. Clara la llevó a
Catamarca para que colaborase con ella. Cumplió funciones
destacadas, especialmente en la enseñanza de música
y gimnasia. Luego
acompañó a su hermana mayor a la escuela de San
Nicolás, y allí contrajo matrimonio con William
Robinson Ridley. Falleció en Buenos Aires el 22 de junio
de 1896, a la edad de treinta años" (2).

Notas

1 Sosa de Newton, Lily: Diccionario Biográfico de
Mujeres Argentinas. Buenos Aires, Plus Ultra, 1986.

2 ibídem

Chaco

Santo Oficio de la Memoria (1), de Mempo Giardinelli,
obtuvo en 1993 el Premio Rómulo Gallegos. A esta novela
Carlos Fuentes se
refiere como a una "saga migratoria tan hermosa, tan conmovedora,
tan importante para estos tiempos de odio, racismo y
xenofobia". La
obra cuenta un siglo de historia privada, argentina y mundial,
desde la llegada a nuestro país de Antonio Domeniconelle,
su esposa y su primogénito, a fines del siglo XIX, quienes
emigran porque eran "muy pobres. Muy pobres. Más pobres
que toda la pobreza que
hayas visto".

Penurias narra Giardinelli, en lo que respecta a la
fundación de la capital chaqueña. Cuenta la Nona:
"Las primeras setenta familias de inmigrantes friulanos, que
remontaron en chalupas más de mil kilómetros por el
río Paraná, llegaron allí el primer
día del tórrido febrero de 1878 y se internaron
unas pocas leguas por el Río Negro. Al día
siguiente fundaron San Fernando de la Resistencia, sustantivo
este último que con el tiempo sería
designación única de la ciudad, que fue italiana
casi hasta finales de siglo". La anciana se refiere al asedio
indígena: "Durante muchos años la única
población que aguantó a la Indiada
fue Resistencia. Más allá de los límites
municipales no era posible establecer ni una casa, e incluso era
peligroso alejarse unos pocos metros del centro. Era irreversible
la derrota de los indios, pero de todos modos resistían el
avance de los blancos, hartos de las promesas del gobierno, y de
los aventureros. Mataban inocentes a degüello y por docenas,
y familias enteras aparecían masacradas. Y cada blanco
muerto justificaba una campaña militar".

Juan Faccioli, pionero friulano, narra también un
episodio relacionado con la colonización chaqueña:
"Según Faccioli, al llegar al Hotel de Inmigrantes se
enteraron de que estaban destinados al Territorio Nacional del
Chaco, donde les darían tierras que estaban habitadas por
aborígenes: Algunos huyeron del Hotel de Inmigrantes, pero
luego de vagar sin conseguir trabajo ni comida volvieron y
aceptaron llegar a Reconquista y, desde allí, a una
colonia que se formaría al otro lado del arroyo El Rey"
(2).

Un sitio en Internet proporciona
más información al respecto: El vapor "Pampa"
llegó a Buenos Aires el 28 de diciembre de 1878. Luego del
episodio que comentamos en el Hotel de Inmigrantes, Faccioli y
sus compatriotas "Puestos de acuerdo, fueron embarcados en un
vaporizo que en aquel tiempo hacía el trayecto desde
Buenos Aires hasta Paraguay por el
Río Paraná y cuyo nombre era precisamente
"Río Paraná". El grupo desembarcó en el
puerto de Goa, provincia de Corrientes, y desde allí
fueron trasladados a Reconquista en una balsa que se usaba para
traer hacienda, remolcada por un vaporizo de pequeñas
dimensiones. (…) Para pasar la noche, con la poca ropa que
traían tuvieron que improvisar una carpa entre los
pajonales, expuestos al ataque de las nubes de mosquitos que se
filtraban por todos lados. Toda la zona, sin camino, sin puente,
sin alambrados, estaba, cubierta por el agua de las
grandes crecientes de ese año" (3).

En El laúd y la guerra, Martina Gusberti relata
que Resistencia "fue fundada por un puñado de inmigrantes
italianos que, remontando el Río Negro y traídos
por empresas
contratistas con el señuelo de poblar tierras
fértiles y prósperas, hallaron en cambio
terrenos ásperos, cubiertos por bosques salvajes plagados
de mosquitos. Era el 2 de febrero de 1878, durante un verano
abrasador. Se dice que los colonizadores estuvieron varios
días en el barco sin querer aposentarse en esa tierra
inhóspita. Luego, vencidos por la circunstancia, no
tuvieron otra opción que desembarcar con sus familias.
(…) La lucha contra los malones fue una pesadilla para esos
colonos sin armas, sin espíritu bélico, que
sólo querían esgrimir el azadón. Pero
sobrevivieron. Por eso, la ciudad se llamó Resistencia"
(4).

Ángeles de Dios de Martina "nació en
Comodoro Rivadavia y desde hace más de cuatro
décadas vive en Resistencia, Chaco. Es hija y nieta de
inmigrantes españoles- andaluces y vascos. Escribe sobre
temas inmigratorios mediante los testimonios orales de sus
protagonistas, el uso de la historia oral, la descripción de fotografías y la
investigación histórica" (5). Es la
autora de Vascos en el Chaco: historias de vida (6).

Al Chaco llegó Alice Le Saige de la Villesbrumme,
quien había nacido en Francia en 1841. "Al separarse de su
marido, emigró a la Argentina con sus dos hijos varones en
1888. Obtuvo del gobierno autorización para instalarse
como colonizadora en la zona de Arocena, en el Chaco, a 40
kilómetros de Resistencia, entonces población
incipiente. Hizo construir una casa, que alhajó con
muebles y adornos traídos de su país natal, y
dedicó las tierras que le habían sido concedidas a
la ganadería.
Se convirtió en una figura popular por su
distinción y audacia para enfrentar las dificultades de
esa vida peligrosa por la proximidad de indios mocovíes.
En 1895 recibió en herencia las
posesiones de su marido y adquirió las tierras en
concesión, más una gran extensión, mejorando
sus planteles e instalaciones y convirtiendo a su establecimiento
en el principal de la zona. Un día de marzo de 1899 los
mocovíes atacaron la casa, matando a varios de sus
ocupantes. Los demás huyeron, pero Alice recordó
que en la casa quedaba un niño al que había criado
y retornó para salvarlo, momento en que fue lanceada. Sus
compañeros lograron recoger el cuerpo de la herida y
llevarlo a casa de vecinos amigos, pero falleció algunas
horas después, en ese 13 de marzo de 1899, mientras su
casa y demás instalaciones eran consumidas por las llamas"
(7).

Notas

1. Giardinelli, Mempo: Santo Oficio de la Memoria.
Buenos Aires, Seix Barral, 1991.

2. S/F: "Friulanos sobre el Paraná", en La
Nación Revista, Buenos Aires, 29 de julio de
2001.

3. S/F: en www.regionnet.com.ar.htm

4. Gusberti, Martina: El laúd y la guerra. Buenos
Aires, Vinciguerra, 1996.

5. S/F: en Martina, Angeles de Dios de: Vascos en el
Chaco: historias de vida. Buenos Aires, Dunken, 1999.

6. Martina, Angeles de Dios de: Vascos en el Chaco:
historias de vida. Buenos Aires, Dunken, 1999.

7. Sosa de Newton, Lily: Diccionario Biográfico
de Mujeres Argentinas. Buenos Aires, Plus Ultra, 1986.

Chubut

Hacia el sur se dirigieron los galeses: "a los que eran
menos ricos –escribe Andrés Rivera en Guido-, a los
que sabían trabajar y callar, y ser ordenados, y recordar
cómo era Gales, y cómo su idioma, se les
deparó la Patagonia.
Otro país, la Patagonia, en el Sur, en el confín
del mundo, al que bautizaron, un manchón aquí y
otro allá entre la uniformidad silenciosa de lagos,
bosques y piedra, con nombres recios y venerables"
(1).

"Las primeras colonias de galeses se instalaron en
Puerto Madryn en 1865" (2). "A partir de la década de 1880
–señalan Marcelo Alvarez y Luisa Pinotti- comienza
la instalación progresiva de fortines, brigadas, pueblos y
estancias. Llegan militares, pioneros, gringos, comerciantes y
burócratas, y los indios de nuestro historia son
‘reubicados’ en tierras inhóspitas y aisladas.
Sin embargo, desde 1865 existía en la costa un enclave
galés que se salvó de morir de hambre gracias a sus
vecinos tehuelches. Los inmigrantes habían sido
atraídos por las promesas del ministro Rawson y el
cónsul argentino en Liverpool para colonizar la
‘tierra maldita’ de Darwin.
Venían con la utopía de recrear un Gales lo
sobradamente apartado del control inglés como para hablar
su dialecto, mantener sus hábitos y su culto. La
tradición minera de los nuevos pobladores aunada a las
características de un territorio semidesértico, sin
autoridades administrativas estables y mucho menos de asistencia
sanitaria y/o escolar, harían que los tehuelches se
convirtieran en sus obligados vecinos y benefactores,
enseñándoles a cazar y pescar, cuando las primeras
cosechas no resultaron lo suficientemente abundantes para
sostener a la totalidad de la población. En trueque de pan
y aguardiente, los indios los proveyeron de caballos y los
adiestraron en la práctica ecuestre, capacitación sin la cual las enormes
distancias patagónicas se hubiesen vuelto un
obstáculo insalvable. La tenacidad de estos pioneros
habría de domar la naturaleza
árida del suelo mediante la construcción de obras
de regadío en los valles inferior y superior del
río Chubut. (…) Es por esto que en el momento de la
campaña de Roca, los galeses trataron infructuosamente de
defender a sus aliados, enviando emisarios a Buenos Aires. En
1910, serán también los galeses el principal apoyo
en la lucha jurídica emprendida por los descendientes del
cacique Juan Chiquichano para la recuperación de sus
tierras" (3).

En la Crónica de la Colonia Galesa de la
Patagonia, escribe el reverendo Abraham Matthews: "Los galeses
habíamos sido caritativos con los indios y habíamos
ganado su confianza y buena voluntad. Lo cierto es que el
gobierno argentino envió desde Buenos Aires un
ejército, que pasó por Bahía Blanca y
Río Negro y luego a lo largo de la cordillera hasta Santa
Cruz, capturando y trasladando todos los indios que se entregaban
y matando a los que se resistían, excepto un número
pequeño que logró esquivarle y huir. En esa
época ocurrió un hecho muy penoso. Cuatro de los
pobladores se habían encaminado unas doscientas millas
tierra adentro en expedición, y cuando regresaban y
estaban a ciento veinte millas del establecimiento, fueron
atacados en forma sorpresiva por un grupo de indios que mataron
bárbaramente a tres de ellos, logrando huir como por
milagro el cuarto. Este hizo a caballo casi toda la distancia
mencionada sin parar casi un minuto en lado alguno y pasando
hasta por un lugar que parecía infranqueable para un
hombre a caballo. Este suceso alarmante fue consecuencia de la
persecución de que por parte de los blancos fueron objeto
los indios de ese año, provocando en ellos un odio tan
grande contra el blanco que ni apreciaban ya a sus viejos amigos
los galeses" (4).

Eluned Morgan nació en alta mar en 1869. "Hija de
un colono galés, organizador del primer grupo que
llegó a la Patagonia en 1865, se crió en el valle y
fue enviada a Europa para completar sus estudios y dedicarse a la
enseñanza en Chubut. Creó escuelas para
niñas en Trelew y Gaiman. Posteriormente tuvo a su cargo
el
periódico Y Drafod, fundado por su padre y aún
existente. Comenzó a mostrar sus aptitudes literarias en
la composición de Eistedffod, piezas literarias de la
tradición galesa, a partir de 1891. Publicó cuatro
libros: Algas marinas, En tierra y mar, Los hijos del sol y Hacia
los Andes, los tres primeros escritos en galés y el
último en castellano, escrito originalmente en
galés. Falleció en 1938" (5).

En Tama, novela de María Teresa Andruetto,
aparece una galesa. Timoteo, "cuando era todavía un
muchachito se enganchó en el ejército de Roca y se
fue a servir al Sur a cambio de unas leguas, aunque se pareciera
más a las víctimas que a sus compañeros de
milicias. En una de esas andanzas robó, a los
dueños de un molino de trigo, una galesa de las primeras
que vinieron a este país y por temor al padre de la joven
o por que ya estaba cansado de ir de un sitio a otro, dejó
las leguas ganadas con sangre ajena y regresó con ella al
Norte. La galesa se llamaba Clydwin Jones y era extraña
como su nombre. (… La extranjera se resistió los
primeros tiempos, hasta que la desidia terminó por ganarla
y se dejó acariciar como una cosa, mientras el deseo del
hombre que no había elegido le resbalaba más y mas.
Jamás lograron vencerla ni la ternura, ni el dolor, ni la
bronca que él puso empeño en demostrar y ni
siquiera reaccionó cuando Linares se hizo asiduo visitante
del prostíbulo donde una hembra desmesurada hacía
estragos" (6).

Incorporado al elenco de un circo, Stéfano,
protagonista que da nombre a otra novela de María Teresa
Andruetto, "trabaja en la orquesta, tocando los solos en los
números de acrobacia, un momento antes que los trapecistas
se larguen de las hamacas y queden suspendidos en el aire". Una
trapecista es galesa: "En el trapecio trabaja la mujer de pelo
colorado. Se llama Tersa, Tersa Williams, y, ahora lo sabe, toca
la armónica. Se encarama por las noches al trapecio, se
cuelga cabeza abajo y hace sonar la armónica. (…)
Había venido con su madre desde Gales, desde un pueblo que
se llama Cardigan. (…) Piensa en ella todo el tiempo: le
molesta la risa que tiene, y no le gustan las pecas, ni los
dientes demasiado grandes, pero a pesar de eso, se
acostaría con ella. (…) Tersa tiene veintiocho
años. Su madre y ella vinieron desde Gales hasta Gaiman, a
trabajar en la granja de unos parientes lejanos. Y se quedaron
ahí, hasta que pasó el circo de Juárez"
(7).

Alan Green, contratado en un pub de Gales porque domina
el galés, "tiene 21 años y todos en su familia
descienden de galeses. Nació en Esquel pero se crió
y estudió en Trevelin. El interés de
Green por la cultura ‘es algo que llevo conmigo desde que
nací, son mis raíces’, afirma (8).

Nora Ayala evoca en Mis dos abuelas. 100 años de
historias (9) las vidas de Gerònima, su abuela criolla que
vivìa en Misiones, y la de Christina, su abuela alemana
que se estableciò en Trelew. Christina es una mujer con
estudio que viaja a la Argentina contratada como ama de llaves en
casa de un director de un banco de su
paìs. Ya en Adroguè, provincia de Buenos Aires,
conoce a un italiano con el que se casa. Habiendo nacido los
hijos, el hombre
decide que lo mejor es volver a su tierra, para vivir de rentas.
No imaginaba que, para ello, deberìa dejar aquì a
una de sus hijas, que no pudo embarcar a causa de una enfermedad.
Cuando el hombre, dos años despuès, vuelve
temporariamente a la Argentina, no es a la niña a quien
lleva a Italia -como le había pedido su esposa-, sino al
padre, deseoso de ver su pueblo. Se avecina la guerra y el
italiano hace oídos sordos a su mujer, quien insiste en
que deben regresar, aprovechando que los hijos –salvo la
menor- son argentinos. Finalmente vuelve Christina, sin marido y
con algunos de los hijos, ya que otros quedan trabajando y uno
está preso por haberle pegado a un superior, durante una
estadía forzada en la milicia. Comienza entonces una vida
nueva para la alemana, quien, utilizando los conocimientos que
traía de su tierra, además de su ingenio y
esfuerzo, pone un negocio que prospera y se sobrepone a las
dificultades. Si la abuela criolla era soberbia y dominante, la
alemana –con un carácter tan fuerte como el de su
consuegra- era afable y comprensiva: "cada una en su tribu
gozò de respeto y
predicamento. En el caso de Christina, además, de
cariño; en el de Gerònima del Rosario, por
què no, de temor".

"A principios del siglo XX algunos trabajadores polacos
fueron a probar suerte a la Patagonia. Con el descubrimiento del
petróleo en Comodoro Rivadavia
aumentó la presencia de los polacos que encontraron empleo
en esta nueva industria"
(10).

Por medio de una carta, Butch
Cassidy comunica su paradero a sus amigos ilegales
estadounidenses. Ese manuscrito "permitió certificar su
estancia en la región décadas después de su
muerte". Lo
relata Francisco N. Juárez en el trabajo titulado "Una
carta de Butch Cassidy" (11), del cual transcribimos algunos
pasajes: "Hace exactamente un siglo atrás, la carta
aún no estaba embarcada hacia el país del Norte,
pero llegaría a destino. La escribió desde su
rancho en Cholila, Chubut, el 10 de agosto de 1902 a la
señora Davies de Ashley, de Utah, el mormón Robert
Leroy Parker; el más conocido y buscado asaltante de
bancos y
trenes en los Estados Unidos como Butch Cassidy. Con ese nombre
quedó eternizado en una reiterada película. La
carta fue un mensaje –en parte en clave- para dar noticias de su
paradero a las amistades fuera de la ley en los Estados Unidos:
la señora Davies era la suegra de Elsa Lay, quizá
del mejor amigo de Butch". "La carta era importante para
identificar al célebre bandido con el personaje que
había habitado en Cholila, y demostrar con otros
documentos gráficos su identidad: uno oficil con su
firma, seguido de la comparación que oportunamente
publiqué en la revista española Co & Co. A ello
hubo que sumarle lo acumulado en la indagación en demanda de
documentos sobre el rancho de Cholila. El resultado fue
determinar cuándo y por qué ocuparon el lugar; el
abastecimiento que hicieron los bandidos, qué consumieron
y qué criaron, y hasta el costo y detalles minuciosos de
dos puertas que encargaron para aquel rancho aún en pie".
"Aunque la carta de Cholila ahora carece de la última
carilla con su rúbrica (firmaría Bob, como las
demás, pero es su caligrafía) resulta una
maravillosa síntesis
de la nueva vida del bandido. Elegantemente alude a ‘un
tío (que) murió y dejó 30.000 dólares
a nuestra pequeña familia de tres miembros. Tomé
mis 10.000 y partí para ver un poco más del
mundo’. En realidad, se refería al asalto de un
banco de Winemuca en Nevada, el 10 de septiembre de 1900. Ahora
estaba solo, es cierto, pero por pocos meses, de manera que
mentía ese dato. Daba cuenta de su patrimonio ganadero:
‘300 cabezas de vacunos, 1500 ovinos, 28 caballos de
silla’, además de dos peones y la alusión al
rancho como ‘una buena casa de cuatro habitaciones’,
galpones, establo y gallinero. Se quejaba de su soledad, la falta
de una cocinera y su ‘estado de amarga
soltería’. Luego, agregaba otras quejas. Se hablaba
español, ‘pero el país, en cambio, es
excelente’. Daba cuenta de la extensa y fértil
región, la distancia con Buenos Aires y esperaba
fortificar las ventas de ganado a Chile, ‘nuestro gran
comprador de carne vacuna’, porque de allá
habían abierto un camino cordillerano (se refería
al sendero de Cochamó, el que denunció Clemente
Onelli como contrario al laudo arbitral que expediría la
corona británica ese mismo año)".

Notas

1. Rivera, Andrés: Guido, en Para ellos, el
Paraíso. Buenos Aires, Norma, 2002.

2. S/F: "Las corrientes inmigratorias en Argentina", en
www.argentinaxplora.com.

3. Alvarez, Marcelo y Pinotti, Luisa: A la mesa. Buenos
Aires, Grijalbo.

4. Matthews, Abraham: Crónica de la Colonia
Galesa de la Patagonia. Incluido con el título de
"Trágico encuentro", en Wolf, Ema (texto) y Patriarca,
Cristina (investigación): La gran inmigración.
Ilustraciones de Daniel Rabanal. Buenos Aires, Sudamericana,
1997. Sexta edición. 226 páginas. (Sudamericana
Joven Ensayo).

5. Sosa de Newton, Lily: Diccionario Biográfico
de Mujeres Argentinas. Buenos Aires, Plus Ultra, 1986

6. Andruetto, María Teresa: Tama. Córdoba,
Alción Editora, 2003.

7. Andruetto, María Teresa: Stéfano.
Buenos Aires, Sudamericana, 2001.

8. Tronfi, Ana María: "Se crió en Trevelin
y consiguió empleo en un pub de Gales", en La
Nación, 14 de noviembre de 2004.

9. Ayala, Nora: Mis dos abuelas 100 años de
historias. Buenos Aires, Vinciguerra, 1996.

10. S/F: "Inmigración Introducción", en
www.elaguilablanca.com.ar.

11. Juárez, Francisco N.: "Una carta de Butch
Cassidy", en La Nación, Buenos Aires, 25 de agosto de
2002.

Córdoba

En Colonia Caroya -escribe Carmen María Ramos-
"Alberto Nannini, enólogo y actual director de Bodega
Nannini, recuerda que su bisabuelo, en los primeros tiempos,
llevaba en carros tirados por caballos el vino que elaboraba
hasta la ciudad de Córdoba, donde lo vendía en
barriles de 200 litros. (…) La necesidad de maximizar esfuerzos
llevó a los minifundistas a unirse en cooperativas,
y así nació, en 1930, La Caroyense, con 34 socios
fuindadores, todos friulanos o descendientes. (…) Claro que La
Caroyense, con su típica fachada que imita la de la
catedral de Udine, de donde provienen muchos de los fundadores de
la Colonia, es la historia de la producción vitivinícola de Caroya,
pero no toda la historia" (1).

Por conocer poco el idioma, Carlos Vergiati, padre de
Julián Centeya, no pudo ejercer en la nueva tierra su
profesión: "Llegados al país, se instalaron en San
Francisco, pueblo de la provincia de Córdoba, lugar en el
que el padre trabajó de carpintero, ya que su escaso
conocimiento
del idioma le impedía desarrollar su actividad
periodística" (2).

El compositor y docente Alfredo Schiuma (Italia, 1895;
Buenos Aires, 1963), "fue director titular de la Orquesta
Sinfónica de Córdoba y se desempeñó
también como director del Teatro Argentino. Considerado
junto a los maestros Constantino Gaita, Arturo Beritti y Felipe
Boero uno de los compositores de avanzada en el país,
entre sus composiciones se destaca la ópera Las
vírgenes del sol (1938). También fue autor de la
pieza para canto y piano Canción de la ñusta, la
cual realizó junto a José Ramón
Luna" (3).

Del Piamonte vino la abuela de María Teresa
Andruetto, quien contaba a sus nietas los relatos que la
escritora reunió en el libro Benjamino. Andruetto dedica
este libro, en el que reescribe dos cuentos
tradicionales, "a la nonna Felicitas". Sobre ella expresa: "Mi
abuela Felicitas, la mamà de mi mamà, fue
colchonera, en el tiempo en que los colchones eran de lana, se
apelmazaban y debìan desarmarse y rehacerse cada tanto. De
ella recuerdo casi todo, porque la tuve hasta que fui grande: su
casa de Arroyo Cabral, donde nacì, el piso fresco de
ladrillos de esa casa, las màquinas de tisar lana, sus
amigas hablando en una lengua desconocida para mì, sus
comidas deliciosas (¡el dulce de leche azucarado!), su cara
gordita, las mejillas coloradas, el pelo blanco que
prendìa con horquillas en un rodete… Horquillas,
rodetes, colchones apelmazados, màquinas de tizar lana…
nombres de cosas que ya no existen" (4).

En Córdoba vivió Gigliola Zecchin,
más conocida como Canela. "Llegó al país a
los diez años. Estudió Letras Modernas en la
Universidad de
Córdoba. En 1962 inició su carrera presentando los
programas
vespertinos del canal 10 de la Universidad de Córdoba.
(5). " ‘Recién ahora, cincuenta años
más tarde, estoy logrando indagar sobre mi propia historia
y sobre la guerra que me hizo llegar a Argentina
separándome de mis padres y abuelos. El exilio tiene
consecuencias terribles en los niños, sentimientos de
miedo, insomnio, pesadillas. De esto se trata el desarraigo, de
sacar algo de raíz’, concluyó"
(6).

Eran españoles los padres de Fernando de
Querejazu, quien manifiesta haber escrito en su honor El
pequeño obispo, evocación de la infancia en el
pueblo cordobés de Canals, fundado por un naviero
valenciano (7).

Ida y Walter Eichhorn, los dueños "más
famosos" del Hotel Edén, de La Falda, "eran amigos
personales del führer, y se sabe que no poco dinero de las
arcas del Edén sirvió para solventar parte de la
campaña de ascenso a la Cancillería de Hitler, en 1934".
El hotel llegó a manos de los Eichhorn en 1912: "Cuando
arribaron por primera vez a La Falda desde Alemania, Walter y
Bruno Eichhorn tenían 35 y 37 años. Bruno estaba
casado con Gretel. Walter, con Ida, una mujer que, poco a poco,
los superaría en liderazgo y se
convertiría en el alma mater del
hotel. Ida había llegado a la Argentina en 1909 a bordo
del barco ‘Koning Friedrich August’ con una
niña en sus brazos: Sigune Vitze. Tres años
después se casó con Walter y opacó a sus
tres socios. Se puso al frente del lugar. Y de la
historia".

Un cordobés aporta a la periodista Marta
Platía su testimonio: " ‘Doña Ida era una
mujer hermosa. Hermosa y temible’, dice
acariciándose su espesa cabellera blanca Héctor
Montoya, un médico de 71 años. Su papá fue
el primer cartero del pueblo. Montoya se recuerda a sí
mismo, pequeño, de la mano de su padre y de punta en
blanco para ir a saludar a ‘Tante (tía) Ida’,
como todos la conocían por aquí. Era
altísima, tenía unos ojos azules profundos, una
cara redonda y su presencia imponía respeto. Yo la
quería. Me acuerdo que me pasaba la mano por los rulos, me
decía ‘Hola, negrito’ y abría un
cajón de su escritorio. De allí sacaba una latita
octogonal con unos bombones con los que yo soñaba
día y noche. Se imagina. ¿De dónde, un chico
como yo, hijo de un cartero de pueblo, podía sacar esos
bombones finísimos? Mi infancia, cuando la recuerdo, tiene
ese sabor’, rememora" (8).

En 1999 se publica Hotel Edén, novela de Luis
Gusmán acerca de la que expresó Jorgelina
Nuñez: "Hotel Edén es un libro complejo, evasivo en
una primera lectura. Una
promesa de silencio pesa sobre la relación con
Mónica y el pasado del hotel del título
-"¿Quién quiere hablar de una pesadilla?", le
dirá Ochoa a su segunda mujer-, una construcción
que de a poco se va resquebrajando, mostrando sucesivas capas que
dejan al descubierto no la verdad de la historia sino su fondo
oscuro de catástrofe, de cataclismo interior"
(9).

En su novela, escribe Gusmán: "En el frente del
edificio, el águila imperial había dominado el
valle hasta que a comienzos del 45 Argentina declaró la
guerra a Alemania. Seguramente todo el pueblo asistió a la
demolición del águila, símbolo de un poder
que se extinguía en el mundo. Posiblemente también
ese mismo día destruyeron la antena de onda corta que
estaba en la torre y permitía que se comunicaran
clandestinamente con Alemania. (…) Observó el hueco que
el águila había dejado y después
localizó la fecha borrosa de la fundación del
Edén. De inmediato vino a su mente el nombre de los
primeros propietarios sobre los que caía, desde tiempos
remotos, una leyenda negra" (10).

En Córdoba se establecieron algunos de los
tripulantes del Admiral Graf Spee, luego de su estadía en
el Hotel de Inmigrantes.

En "Breve historia de la llegada de mi abuelo a la
Argentina", relata un nieto: "Nicolas Kot, hombre de origen ruso,
más precisamente polaco, ya que en esos momentos
(principios de 1900) esas tierras de Rusia eran
Polonia; llegó a la Argentina escapando de la guerra,
creo, durante los años 1927-1929, ya que nació en
1909 y a los 18 años se despidió de su novia y
demás familia que hoy viven en Bielorusia. Llegó al
hotel de los Inmigrantes en Buenos Aires, en donde se
alojó por unos días y después salió
rumbo a Córdoba, en busca de trabajo. Ahí
conoció a mi Abuela Segunda Funes (nació en 1917,
Córdoba). (…) Hoy en la actualidad todos sus hermanos y
los hijos de sus hermanos viven en Bielorusia, más
precisamente en la ciudad de Pinsk y sus alrededores. Sus hijos,
nietos, y bisnietos viven y vivieron en Argentina"
(11).

A esa provincia se dirige el protagonista de un cuento
de Santiago Korovsky: "Como tenía un poco de capital, pudo
trasladarse a Córdoba, a probar suerte. Arrendó un
campo, hizo los cálculos y pensó que en tres
años iba a poder comprarlo, tener sus propios peones, y
poder volver a su país con los bolsillos llenos de dinero,
a encontrarse con su familia y sus amigos. Las cosas no eran tan
fáciles como él esperaba, primero porque la tierra
que le dieron era muy chica y poco rentable, segundo no
tenía muchos animales, y tercero el clima no lo
ayudó. Se dió cuenta que su proyecto no
funcionaba, y que para poder tener un campo rentable iba a tener
que esperar, por lo menos, diez años más. Si
hubiera sido por él, se hubiera quedado, pero la plata no
le daba para más" (12).

En "La comunidad sefaradí argentina en
Córdoba", escribe Luis León, a partir de escritos y
documentos enviados por Maruca Rubín de Steinberg desde
dicha provincia: "Córdoba fue una de las ciudades del
interior preferidas por los sefaradíes llegados de las
tierras del Imperio otomano como sitio de residencia definitiva.
Generalmente arribaban al puerto de Buenos Aires, se alojaban
provisoriamente en un sitio elegido previamente por un pariente o
conocido, y en pocos días partían hacia esa ciudad
con referencias previamente llegadas por carta a la ciudad turca
que se disponían a dejar. No se puede precisar el
número de djidiós establecidos allí en la
época de mayor asentamiento, considerando también
que había un ir y venir de familias principalmente con
Buenos Aires, pero si se puede afirmar que se formó una
comunidad muy activa y decidida a nuclearse" (13).

Notas

1. Ramos, Carmen María: "Colonia Caroya Con
espíritu inmigrante", en La Nación Revista, Buenos
Aires, 12 de junio de 2005. Fotos: Bibiana Fulchieri.

2. Criscuolo, Eduardo: "Un habitante ‘gris’
de Coghlan: Julián Centeya", en El Barrio Periódico
de Noticias. Buenos Aires, diciembre de 2003.

3. Varios autores: Enciclopedia Visual de la Argentina.
Buenos Aires, Clarìn, 2002.

4. Andruetto, María Teresa: Benjamino. Buenos
Aires, Sudamericana, 2002.

5. Sosa de Newton, Lily: Diccionario Biográfico
de Mujeres Argentinas. Buenos Aires, Plus Ultra, 1986.

6. Irigoyen, Pedro: "MESA REDONDA
Aquel exilio, este exilio, la misma tristeza", en Clarín,
28 de febrero de 2002.

7. Querejazu, Fernando de: El pequeño obispo.
Buenos Aires, Editorial Lumen, 1986.

8. Platía, Marta: "Los gozos y las sombras", en
Clarín Viva, Buenos Aires, 26 de septiembre de
1999.

9. Gusmán, Luis: Hotel Eden. Buenos Aires, Norma,
1999.

10. Núñez, Jorgelina: "Fantasmas del
edén". Buenos Aires, Clarín, 15 de agosto de
1999

11. S/F: "Breve historia de la llegada de mi abuelo a la
Argentina", en Breve historia del arribo de mi abuelo a la
Argentina.htm.

12. Korovsky, Santiago: "Esperanza", en "Bienvenidos al
Concurso Literario 1997". El jardín de la Esquina/
Aequalis.

13. León, Luis: "La comunidad sefaradí
argentina en Córdoba", en SEFARaires N°13, Mayo de
2003.

Corrientes

En 1855 el médico francés Augusto Brougnes
firma un contrato con el
gobierno de la provincia de Corrientes, comprometiéndose a
traer 1000 familias de agricultores europeos en el plazo de 10
años. Según el convenio, a cada familia
correspondería una extensión de 35 hectáreas
de tierra para cultivo, y se le proporcionaría harina,
semillas, animales e instrumentos de labranza. En 1855 arribaron,
creándose centros en Santa Ana, Yapeyú y en las
proximidades de la ciudad de Corrientes" (1).

Afirma Celia Vernaz: "El gobernador Juan Pujol, de
Corrientes, había solicitado a las casas contratistas de
Basilea el envío de colonos para su provincia. Esto era
posible porque en la zona del Valais, Saboya y Piamonte se
había generado una corriente emigratoria hacia
América. Las causas eran varias: falta de trabajo,
familias numerosas, pobreza en
general, a lo que se sumaban cataclismos como avalanchas e
inundaciones que diezmaban a las poblaciones de la
montaña. También debe ser considerado el
sueño de hacerse ricos y la sed de aventuras en un
continente todavía virgen. El proyecto mencionado estaba
sustentado por Brougnes, pero al no cumplir el viaje dentro del
plazo establecido, recibió la anulación del mismo
cuando ya habían partido del puerto del Havre, en marzo de
1857, con más de cien familias en cuatro barcos que
salieron sucesivamente, siendo el primero el Mary Mc Near. Al
llegar a Buenos Aires se enteraron de que los contratos
firmados no tenían ya valor.
Entonces, Juan Lelong se dirigió al Presidente de la
Confederación Argentina, D. Justo José de Urquiza,
para que le diera una solución" (2).

Jennie E. Howard fue "una educadora venida a la
Argentina para la organización de las escuelas normales.
Nació en Boston, E.U.A., el 25 de julio de 1844 y
realizó sus estudios en la escuela normal de profesores de
Framingham, dirigida por Horace Mann, graduándose en 1866.
Cuando llevaba dieciséis años de ejercicio de la
docencia fue contratada por el gobierno argentino, con un grupo
de colegas, y llegó a Buenos Aires en 1883. Ella y su
compañera Edith Howe fueron enviadas a Paraná y
posteriormente a Corrientes, para fundar la escuela normal, cuya
regencia ocupó. Tras dieciséis años de
tarea, la pérdida de la voz la obligó a pedir su
retiro, que se le concedió, con una pensión
extraordinaria, en 1908, en recompensa por su ‘inteligente
y abnegada colaboración para el progreso de la
enseñanza en nuestro país’. La escasez de la
jubilación determinó que tuviese que dar lecciones
particulares, pero un grupo de exalumnos, enterados de su
situación, obtuvo del Congreso una pensión que
permitió a la maestra vivir dignamente sus últimos
años. En 1931 apareció su libro en inglés In
distant climes and other years, traducido veinte años
más tarde con el título de En otros años y
climas distantes, y que condensaba su experiencia argentina.
Murió en Buenos Aires el 29 de julio de 1933"
(3).

En 1881, "El italiano Carlos Serravalle instala la
primera fábrica de hielo de la provincia". En 1890
"Circulan las primeras bicicletas, traidas por el italiano
Pascual Fiore" (4).

Notas

1. S/F: "Las corrientes inmigratorias en Argentina",
Argentinaexplora.com, 2001.

2. Vernaz, Celia: La Colonia San José. Santa Fe,
Colmegna, 1991.

3. Sosa de Newton, Lily: Diccionario de Mujeres
Argentinas. Buenos Aires, Plus Ultra, 1986.

4. Varios autores: Mi país, la Argentina. Buenos
Aires, Clarín, 1995.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16, 17, 18, 19, 20, 21
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