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¿Podría San Agustín derrotar a Darwin? (página 2)




Enviado por irichc23



Partes: 1, 2

1) Defino el pecado original como la tendencia
innata -y en tanto que tal no dependiente ni de sensaciones ni de
razonamientos- a contrariar el instinto de conservación.
"Porque el día que de él comiereis, ciertamente
moriréis".

2) La demostración de que este pecado existe en
el hombre
sólo puede ser empírica. Gula, lujuria, avaricia,
envidia, soberbia, pereza e ira son pasiones irracionales
(atentan contra el imperativo de conservarse) que ningún
animal padece si no es debidamente estimulado. Observad a quienes
devoran más allá de su necesidad de alimento y
hasta de su apetito; a quienes copulan para, al cabo de unos
meses, destruir a sus crías en el vientre de sus madres; a
quienes acaparan más de lo que pueden gastar, aun a
expensas de su salud y de su tranquilidad;
a quienes prefieren perjudicar al prójimo y al benefactor;
a los que estiman más el halago que la rectitud; a quienes
conscientemente se arriesgan o sucumben por no esforzarse. Ved,
en fin, a un bebé enfurecerse antes de aprender a
andar.
3) En el hombre la
regla es la excepción y la excepción es la regla.
El animal, solitario o gregario, es insociable por mor de su
independencia.
Por contra, la sociabilidad es la única capaz de
garantizar la independencia del hombre, que es un animal
débil. De lo cual se sigue que el animal sociable es o
bien un degenerado (por domesticación) o bien una especie
superior (dado su juicio).
4) La insociabilidad inercial del hombre, un ser
naturalmente sociable, es una forma de degeneración
crónica y universal de esta especie, sólo a ella
debida. La cultura no es
superior a la especie que la produce. No corrompe la cultura,
sino que es desvirtuada y encanallada por los individuos que la
propagan.
5) Ninguna ventaja evolutiva se desprende del carácter insociable en el hombre, que
claramente lo perjudica. Y, sin embargo, jamás desaparece
ni es desplazado por los tipos opuestos, que también
podrían verse favorecidos por la selección
cultural. Por tanto, dicho rasgo característico -al que
denomino primer pecado o raíz de la maldad- está
en la naturaleza y
fuera de ella
. Se hereda, pero no muta.

Definí el mal moral como el
instinto contrario al de conservación, tanto en el plano
individual como en el de la especie, aspectos ambos que acaban
convergiendo en los animales
políticos. Espero que se me conceda que el mal es una
pulsión innata que nadie nos enseña, como nadie nos
enseña a conservarnos (pero sí a hacerlo mejor o
peor). Asumido esto, no tengo ningún empacho en reconocer
que ahí influyen toda clase de
factores endógenos y exógenos, ya sean
fisiológicos, psicológicos o ambientales. Ahora
bien, sigo sosteniendo que el mal no se selecciona, esto es, que
los criminales no engendran criminales ni los santos tienen a
santos por hijos. Por tanto, su raíz tampoco puede ser
genética,
sino metafísica.

Me informan de que las pulsiones agresivas son un
reducto de nuestro pasado simiesco. ¿Cuánto
tiempo tiene
que transcurrir para que la insociabilidad humana se extinga? Si
eso es posible, no necesitamos juicio final ni gloria de
ultratumba. Sólo un poco de paciencia.
Las reacciones antisociales sólo son una ventaja entre
animales poco sociales. Los malvados prosperan entre los hombres
por su inteligencia o
su buena fortuna, no por su capacidad de herir o herirse. Hay
muchísimos más perversos en el presidio o en la
miseria que en la cima o de camino a ella.

Constato:
1) La fuerza bruta,
la violencia y
las coacciones son recursos
desesperados que no integran la práctica cotidiana del
hombre medio, so pena de provocar exclusión. Así
pues, y muy al contrario de lo que sucede en otras especies, la
paciencia es entre nosotros una virtud en extremo más
útil a la hora de alcanzar objetivos.
2) Los grandes hombres, aunque en su andadura provoquen la
caída de muchos otros, suelen reportar grandes ventajas al
conjunto de la humanidad, y por ello son tenidos por inteligentes
y benéficos. De no ser así, los
eliminaríamos. Son excepciones a esta regla los
revolucionarios exitosos en general y, en particular, los
escasísimos individuos que se hacen con el poder absoluto
en una jurisdicción.
Pregunto:
a) Perseguimos, multamos, encarcelamos y ejecutamos a los
delincuentes, con lo que su capacidad de reproducción es menor. ¿Por
qué se mantienen, pues, constantes y no se
extinguen
los malvados en sentido fuerte, es decir, los que
atentando contra las leyes más
básicas y universalmente aceptadas destruyen los
vínculos sociales?
b) Si definimos la actitud
insociable como aquella que no tiene en cuenta el interés
del otro, o está orientada a perjudicarlo si ello reporta
algún beneficio al agresor (pero no el mayor beneficio),
¿qué razón evolutiva hay para que se
mantenga generación tras generación, como una
epidemia que afecta a todos los contextos culturales y a todos
los extractos sociales?

* * *

La risa, ¿hay algo mas humano? Todos los hombres
sentimos una vaga satisfacción al contemplar la desgracia
ajena, siempre que nosotros permanezcamos a salvo. El
fenómeno de la risa muchas veces viene asociado a este
tipo de situaciones, en especial cuando la desgracia del otro no
es excesiva y se aproxima más a lo ridículo.
Bergson tiene un ensayo al
respecto. Sobre gozar con el mal ajeno estando uno a salvo,
existe una cita famosa de Lucrecio que lo ilustra.
También nos vemos inclinados a comportarnos de forma
insociable hasta que, por expresarlo en términos
freudianos, el principio de realidad -o de sociedad, para
el caso- se impone al de placer. La educación que
damos a los infantes consiste en hacerles sentir vergüenza
por las acciones
molestas e incivilizadas a las que tienden sin excepción.
Eso no ocurre con los animales por dos motivos: 1) su aprendizaje, si
lo hay, se limita a ayudarles a perfeccionar por imitación
el instinto de supervivencia; 2) son incapaces de sentir
vergüenza, que no debe confundirse con la actitud sumisa.
Ergo, las bestias carecen del pecado original de los hombres,
mientras que estos lo mantienen de forma constante al margen de
cualquier proceso
selectivo impuesto por el
modo de vida hegemónico y mayoritario de sus
comunidades.
En pocas palabras: ningún animal es, en términos
generales, naturalmente perjudicial para su especie. Los humanos
si lo somos para la nuestra, por lo que cabe decir que la
sociedad que hemos erigido no sirve solo al propósito de
colaboración entre hombres, sino también al de
protección del hombre contra el hombre. No me
traigáis a colación a cuatro simios
atípicos, ya que las excepciones curiosas no me interesan
en absoluto. Intento fijar la regla, que en el "homo sapiens"
resulta más que evidente.
Los animales compiten entre si al igual que competimos los
hombres, aunque en el hombre competir sea sinónimo de
colaborar con sus semejantes, al estar su trabajo
integrado en el bien común. Esta situación de
rivalidad en todos los vivientes viene impuesta por la escasez de los
recursos, por lo que la actitud competitiva si es seleccionada
por la evolución según el ecosistema de
que se trate. Las garras del león y el cuerno del
rinoceronte son fruto de tal dinámica. En menor medida, la inteligencia
del hombre.
Con todo, preferir mi bien al tuyo en aras de mi perdurabilidad
es una actitud perfectamente racional y hasta admitida en derecho
en todos aquellos casos en los que la transacción no sea
posible. Es decir, casi siempre entre las bestias, pero casi
nunca entre los de nuestra especie. No es lo que yo entiendo por
malicia, término que suele vincularse incorrectamente al
legítimo egoísmo.
Mas no nos extraviemos en definiciones. Partamos de conceptos
claros que nos permitan examinar los hechos con objetividad para,
a la postre, emitir dictamen sobre la anomalía de este
interrogante: Por que la evolución cultural funciona con
las sociedades
-seleccionando a las que más y mejor cooperan- y no con
los individuos?
Un pueblo eminentemente guerrero sucumbirá a otro que,
además, sea floreciente en el comercio, pues
este último podrá dotarse de más recursos
para la supervivencia. Así, este tipo de sociedades se ha
impuesto al anterior, que representa formas más primitivas
de organización humana.
Ahora bien, el hombre pacifico no se ha impuesto al violento mas
que como producto
social. Si las leyes y las coacciones desaparecieran de golpe, el
caos se apoderaría del mundo y las pulsiones antisociales
primarían sobre las sociales; la animalidad enloquecida
sobre la razón civilizada.
Por que la cultura tiene que reprimir una y otra vez, en todo
tiempo y lugar, las mismas tentaciones criminógenas? Ya se
ha dicho: porque la maldad no es genética ni, por tanto,
puede seleccionarse. Sin embargo, doy por supuesto que la cultura
nació para combatir la maldad y no para potenciarla,
exceptuando sociedades degeneradas que, incursas en el extremo de
la ferocidad autodepredadora, han sido sus propios verdugos.
No desearía abrumaros con mi perorata, pero aquí
hay algo muy importante que se ha pasado por alto hasta ahora. Un
detalle que, de confirmarse, probaría que el creacionismo
mas literalista tiene al menos un clavo al que asirse; un
fenómeno que la evolución no solo no ha explicado,
sino que todo indica que esta incapacitada para explicar, a la
vista de los resultados históricos. Esto es, el hecho de
que no nos hayan corrompido ni nuestro entorno ni nuestros
antepasados simios (no en lo que a la raíz de la maldad
respecta); no, en fin, la naturaleza, ni la cultura como segunda
naturaleza. Lo que determinaría la desviación
crónica del comportamiento
sociable del hombre seria mas parecido a una
maldición que a una tara. La maldad y la
maldición estarían así unidas por un relato
que en este punto distaría mucho de ser simbólico o
acomodaticio: el del Génesis.
He mencionado la risa, la risa humana. La risa del simio muestra sorpresa,
jamás crueldad. Solo el hombre es cruel por el mero placer
de serlo. El buen salvaje no existe, salvo que sea un
primate.

Hay todavía entre los ateos quien niega que el
mal y el bien sean conceptos claros. Resígnense: el mal y
el bien existen objetivamente, aunque su percepción
por parte del hombre pueda variar según su circunstancia.
Lo mismo debe decirse del calor y del
frío, pues no todos encuentran frías o calientes
las mismas cosas y, sin embargo, existen parámetros de
referencia para calificar algo según su temperatura
(el punto de ebullición, el de congelación, los 36
grados promedio de nuestro cuerpo, etc.).
Visto esto, sabemos que la selección cultural
-estrechamente relacionada con la psicología
evolutiva- tiene como tarea principal promocionar a los
más hábiles socialmente, facilitando que sus
conductas se perpetúen. Ahora bien, el criminal es alguien
por definición socialmente inepto, ya que elige un modo de
actuar que perjudica a sus semejantes y, a su vez, lo pone a el
en grave riesgo. A
diferencia del soldado, el delincuente cuenta con otras opciones
distintas a la agresión, con mayores posibilidades de
éxito
y, en resumen, más razonables. Tampoco hay que olvidar que
existen guerras
justas.
El centro de este debate esta en
determinar por que motivo todos sentimos atracción por el
crimen o accidente que no nos contemple a nosotros como victimas
e indiferencia por las virtudes que no nos tengan por
beneficiarios. Doy este hecho por probado. Los curiosos que se
amontonan en los lugares donde acaban de suceder desgracias y la
atención que reciben las noticias de
esta índole son muestras suficientes de nuestra
podredumbre. Falta, sin embargo, saber que impulsa a los
individuos sanos a obrar así.
Se ha dicho del mismo modo que sin leyes ni coacciones sociales
los comportamientos virtuosos (es decir, los mas tendentes a la
cooperación y al interés reciproco) serian una rara
excepción frente a las conductas abusivas de los mas
fuertes, organizados en clanes y hordas. Y de ahí se ha
deducido que, en tanto que necesitamos un medio externo como la
ley para
garantizar la justicia, la
selección cultural es insolvente a la hora de explicar la
evolución -mejor: la no evolución- del
comportamiento de los individuos humanos.
Mientras que el desarrollo de
la inteligencia que nos configura como miembros de nuestra
especie muestra claros rasgos evolutivos, el desenvolvimiento de
la habilidad social que también nos caracteriza (desde que
somos lo bastante inteligentes para interrelacionarnos en un
entorno complejo) aparece estancado, sin avances ni retrocesos
visibles.
Nos encontraríamos ante la paradoja de una especie que ha
potenciado la sociabilidad como instinto crucial para la
supervivencia, pero que de ordinario es incapaz de servirse libre
y racionalmente de ella, esto es, sin condicionamientos
punitivos.
No sirve como respuesta el alegar que la familia y
la sociedad han amparado las conductas vandálicas,
permitiendo que se reproducieran en su seno. No sirve porque nada
nos inclina a pensar que los hombres en estado salvaje
son naturalmente buenos.
Tampoco es plausible una solución que reclamase más
tiempo para que los efectos de la selección cultural se
hiciesen sentir. El hombre actualmente goza de capacidad bastante
para mantener una conducta
óptima y responsable en su comunidad. Pero
una pulsión irracional e innata hace que frustre
voluntariamente dicho propósito, lo cual le causa
innumerables calamidades.
Además, si la irracionalidad latente se debiera a alguna
deficiencia cognitiva generalizada, no habría esperanza de
que el tiempo la corrigiese, ya que la aptitud intelectual del
hombre ha dejado de aumentar generación tras
generación, debido precisamente a que es un ser
social.

Recapitulando, he delimitado -hasta la saciedad- la
malicia como la pulsión contraria al instinto de
conservación individual y colectivo, instintos que
convergen en los seres más sociables.
Que el mal es inherente al hombre se prueba mostrando que no hay
hombres que no sientan placer con el perjuicio ajeno o que no
estén sometidos a la tentación de ser
inconsecuentes con sus directrices morales, es decir, aquellas
que ellos y su entorno valoran como nobles y buenas.
La esencia del pecado original es la voluntad autoproclamada como
soberana, el desprecio hacia Dios y un cierto efecto
hipnótico que atribuyo al Diablo. Los no creyentes
podéis ignorar estos dos últimos elementos.
Desde el principio he defendido que la maldad humana es constante
en la historia, lo
que relaciono con el pecado original, ya que la evolución
no me da aquí explicaciones convincentes respecto a la
utilidad de
determinadas conductas que nos caracterizan,
distinguiéndonos del resto de animales.
He dicho también que el progreso se debe más al
desarrollo técnico que al devenir ideológico,
aunque la ideología condicione a veces negativamente
y otras favorablemente el grado de apertura cultural de una
sociedad. Ahora bien, las causas del avance científico no
son ideológicas, sino infraestructurales y dependientes
del genio humano.
Además he insinuado que, mientras que las principales
religiones
contemplan preceptos piadosos y útiles para la comunidad,
sólo la cristiana permite también el credo
racionalista, con todo lo que ello implica: esencialmente, la
posibilidad de refutación.
Por último, y como colofón, he avalado el
tópico apologético -no por tópico menos
válido- de que, así como lo que abstractamente
podríamos llamar el bien (progreso, etc.) depende del
entendimiento, el mal está sujeto a la voluntad. O, si se
prefiere su alias poético, a la libertad. Los
siglos XIX y XX son los de mayor libertad -libertad entendida
según cada facción política– y los de
mayor barbarie. El hombre no sabe usar de su albedrío sin
rectas directrices religiosas, tal y como se expone en el relato
de la caída de Adán y Eva.
El hombre es el animal más prudente y el más
imprudente al mismo tiempo. Si la libertad no te convierte en un
genio, ¿por qué puede hacer que te vuelvas
estúpido? Para alguien que cuente con una inteligencia
normal, es decir, en el justo medio, ambas cosas tendrían
que resultarle inasequibles o, al menos, muy difíciles.
Porque hablo de atontarse (de obrar tontamente con asiduidad), no
de fingir ser tonto.

Maldad es hacer el mal o permitirlo. Es también
una forma patológica de estupidez, crónica en el
hombre.

 

Daniel Vicente
Carrillo


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