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Senderos del amor en el Quijote de 1615




Enviado por Laura M. Nicolini



Partes: 1, 2

    1. El
      amor
    2. El
      espacio
    3. Hacia el
      castillo
    4. El caso de
      Altisidora

    El retrato de Dulcinea: verosimilitud
    y alegoría en el Quijote de 1615

    ¨ En una obra genial queda siempre
    una región incógnita,

    que acaso lo fue para su autor
    mismo…

    procura(mos) con esfuerzos bien o mal
    encaminados, penetrar en ella ¨

    M. Menéndez y
    Pelayo

    Intentar decir algo relevante aún hoy sobre el
    Quijote de 1615 es en buena medida una tarea titánica.
    Nuestro humilde aporte se centrará en el análisis de las distintas soluciones que
    tanto Don Quijote como
    los demás personajes actualizan ante la turbulenta
    realidad de su época. Hacia 1610 ya es patente los
    primeros signos de
    agotamiento del ímpetu con que España se
    había impuesto como
    potencia
    hegemónica, merced a su desarrollo
    interno, los grandes descubrimientos y la política de los
    Austrias mayores. En distintos ámbitos las críticas
    y las advertencias de quienes veían a un ídolo con
    pies de barro se hacían oír. Ejemplo de ellos son
    los diferentes arbitrios que comienzan a surgir como respuesta a
    veces simplista de los problemas que
    aquejaban al reino. Sin embargo, este período de gran
    crisis no fue
    privativo de España sino que fue un fenómeno
    continental.

    Es que el Renacimiento
    europeo desarrolló, como signo característico, una
    conciencia de la
    situación histórica de la humanidad que Panofsky
    refiriéndose a las artes plásticas llamó
    ¨ principio de disyunción ¨ que
    llevó al hombre
    renacentista a sentirse fuera de la cultura de la
    antigüedad aunque profundo admirador de ésta, de
    espaldas al Nuevo Mundo, con una realidad distinta, en una
    constante confrontación de horizontes existenciales e
    ideológicos. Por ello, el futuro se presenta para el hombre
    renacentista como ¨ una continuidad desgarradora ¨
    en donde la correspondencia platónica ya no funciona. Tal
    es el desarrollo de esta tendencia que en el siglo XVII
    René Descartes
    propondrá un sistema
    filosófico donde sólo confiará en su propia
    existencia ya que es el único conocimiento
    cabal del mundo real que un hombre puede tener.

    La idea de que no podemos reconocer la realidad si es
    que ella existe se ve reflejada también, en el Quijote;
    esta ¨ realidad oscilante ¨ en términos de
    Américo Castro se plasma en distintos niveles de la novela: en un
    nivel léxico, los objetos son nominados con distintos
    nombres sin que se defina que son en realidad, por ejemplo, la
    indeterminación que utilizan los personajes por cuestiones
    ideológicas claras como el conocido pasaje del yelmo de
    mambrino. Pero lo curioso es que también los narradores
    Cide Hamette Benengeli y el traladador la mantienen como por
    ejemplo en cuando Don Quijote espera a Sancho a las afueras del
    Toboso lo hace en una floresta, bosque o selva. También se
    evidencian cambios de posición de los personajes,
    omisiones como cuando no se cuenta al lector sobre la identidad de
    Maese Pedro.

    Por otro lado, la separación de los personajes
    cuando Sancho parte a la ínsula Barataria hace que haya
    una alternancia a nivel narrativo, sin dejar de lado que
    según el punto de vista de cada personaje, las mismas
    situaciones oscilarán en cuanto a qué
    refieren.

    La disputa iconoclasta puede ayudarnos a comprender la
    profundidad filosófica del tema ya que, desde la
    concepción platónica imperante hasta la modernidad, debe
    ser clara la relación del objeto con su
    representación. Para los iconoclastas el rechazo al culto
    de las imágenes
    consiste en que la imagen degrada al
    objeto porque la recubre de ¨ materiales
    ¨
    impuros que ésta no posee. Por otro lado, para
    los iconófilos, las imágenes tienen pleno derecho
    de existir ya que nosotros mismos fuimos creados a imagen y
    semejanza del Creador, y por nuestro pecado original no
    constituimos imágenes puras de Dios tal como los
    ángeles sino que somos reflejo de la imagen del Padre que
    es Cristo encarnado. El argumento más fuerte que se
    utiliza es que el Hijo ha descendido a la Tierra para
    que nosotros pudiéramos conocerlo a través de
    los sentidos,
    y que esta evidencia fáctica hace que la aplicación
    de este mismo modus operandi sea habilitado.

    Sin embargo, los iconófilos se ven obligados a
    admitir que lo que se representa a través de
    imágenes corresponde a la parte humana de Cristo, por lo
    que reconocen una escala de
    Beatitud que no puede representarse. Las imágenes
    reflejadas así especularmente estarían cargadas con
    el peso de una degradación progresiva. Se ilumina
    así la pequeñez de nuestro Don Quijote ya que es
    creación de un hidalgo loco que quiere resucitar la
    andante caballería, fábulas
    viejas creadas por autores oscuros o desconocidos.

    Pero, por otra parte, admitir que en lo aparente
    también puede encontrarse lo verdadero, lleva a larga a
    pulverizar la idea platónica de correspondencia:
    así, encontramos a los hombres del siglo XVI considerando
    el tema por ejemplo en los Adagios especialmente en
    el capítulo de los Silenos de Alcibiádes de Erasmo
    de Rótterdam.

    Si no existen diferencias discernibles entre verdad y
    apariencia se puede como hace el narrador, mantener la
    indeterminación o en cambio, anclar
    toda experiencia dentro de un orden conocido, sin por ello llegar
    a la verdad absoluta, así como lo hace Don Quijote con la
    esfera literaria.

    Cuando comienza la Primera Parte se relata que el
    hidalgo, en su obsesión ¨ pasaba las noches leyendo
    de claro en claro, y los días de turbio en turbio
    ¨
    lo que puede percibir a través de los sentidos
    con cierto pie en la realidad, es la acción
    de leer misma y todo lo que atañe a la hacienda, y a la
    vida en la aldea se tiñe de irrealidad.

    La literatura ofrece al hidalgo
    todo un código-mundo para extraer lo real de lo
    aparente. Es un mundo real porque existen los libros que una
    y otra vez relatan los mismos sucesos y funciona como un
    código porque en tanto lector asiduo son reconocibles para
    él los marcos de acción posible. Aunque, luego de
    que el bachiller Carrasco le informe de que
    él mismo ha ingresado en el ámbito literario, esta
    libertad de
    designar que Don Quijote ostentaba en la Primera Parte se ve
    menguada y comienza a desconfiar de que lo se presenta ante los
    ojos remita una entidad oculta pero verdadera, como cuando se
    topa con la carreta de la Danza de
    la Muerte o en
    el mismo episodio del encanto de Dulcinea. Ya sea por la responsabilidad de la nueva faceta o porque,
    convirtiéndose él mismo en un personaje ficticio ya
    no necesitaría, en principio, descubrir el meollo dentro
    de la corteza, sino que como personaje literario, en su mundo
    representado debería haber correspondencia entre lo
    aparente y lo real. Entonces, Don Quijote asume ahora la actitud
    contraria y sólo toma como verdadero lo que ve, e
    internaliza en su propia figura de personaje la complejidad de
    esa contradicción permanente e irresoluta.

    Frente a una realidad oscilante lo único que
    puede hacerse de cara a la realidad, es tener una posición
    oscilante. El personaje es cifra de todo: puede tener distintas
    perspectivas sobre una misma cuestión y no por ello perder
    su singularidad porque el salto depende de las coordenadas
    espacio-temporales y psicológicas en que éste se
    produce.

    Es necesario entonces, ceñirse a un tema y seguir
    su evolución a lo largo de toda la obra.
    Intentaré sondear los distintos movimientos del caballero
    andante en torno a su
    concepción del verdadero amor y
    contraponer su actuación frente a los requerimientos de
    amores falaces en el castillo ducal.

    Analizaré, pues, qué idea de amor enmarca
    el nacimiento de Dulcinea del Toboso como objeto de deseo,
    cómo muta a lo largo de toda la obra y lo compararé
    con otro tipo de amor que aborda al hidalgo manchego: el amor
    cortesano de Altisidora.

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