El concepto es sin
duda amplio y multicontextual, y al hablar de innovación pensamos en diferentes cosas. En
la actividad empresarial, unos apuntamos al avance de la tecnología, otros
dirigimos la atención sobre las ayudas que la
Administración ofrece a las iniciativas de investigación (I+D+I), hay asimismo quienes
imaginamos a los profesionales generando nuevas ideas para
impactar en el mercado con
ventaja competitiva…, y también hay desde luego quienes
visualizamos las propias novedades vividas en nuestro tiempo. Los ya
maduros y al margen de la andadura profesional, hemos asistido a
la llegada de los electrodomésticos, la compra con
carrito, el pago con tarjeta, la energía
nuclear, solar y eólica, los ordenadores personales,
los teléfonos móviles…
Este articulista recuerda su infancia sin
televisión
ni calefacción, su veraniega tarea diaria de ir a comprar
la barra de hielo que debía introducirse en la nevera, las
camas con sommier y colchón de lana, los camiones
que arrancaban a golpe de manivela, el impacto de la penicilina y
las vacunas, la
llegada del gas butano, la de
los grandes ordenadores… En verdad se funden los conceptos de
novedad valiosa y progreso, y al respecto las cosas parecen ir
más rápido cada día, consecuencia de
la
globalización, de la "sociedad de la
información", del creciente flujo y
valor del
conocimiento,
y de la facilidad para comunicarse.
En la empresa, la
innovación ha de apuntar, sí, a los procesos
operativos, pero también y desde luego a los productos y
servicios
ofrecidos tras el inexcusable objetivo de
incorporar al mercado novedades valiosas y atractivas.
Estas novedades surgen a veces fruto de orquestados
esfuerzos de investigación y desarrollo
(I+D), pero también pueden tener su origen en el pensamiento
penetrante, crítico, conectivo y creativo de algún
individuo
perspicaz; en el salto cuántico que puede suponer
una idea certera, impulsada o no por alguna subvención o
motivación
extrínseca.
En 1997, leíamos en la revista
Fortune: "La innovación es la característica
singular que engrandece a las mejores compañías.
Las compañías que saben cómo innovar no
necesariamente invierten grandes sumas en investigación y
desarrollo; en vez de ello, cultivan un nuevo estilo corporativo
de conducta que
admite nuevas ideas, cambios, riesgos e
incluso errores". Diez años después, el mensaje
parece seguir vigente: los resultados pueden mostrarse
espectaculares cuando nos dedicamos a pensar con
penetración y esmero, y desplegamos conexiones y
abstracciones valiosas.
Incluso cuando hablamos de innovaciones aparecidas como
fruto de la casualidad —el velcro, el teflón, los
rayos X, la
penicilina, la aspirina, el Walkman, el caucho
vulcanizado, el fonendoscopio, el horno de microondas y
algunos edulcorantes, entre otros muchos ejemplos—, resulta
evidente que se necesitó una mente sagaz e intuitiva que
advirtiera las implicaciones, las posibilidades, las
aplicaciones.
Hay, sí, historias especialmente significativas;
experiencias interesantes que apuntan al elemento clave de la
economía
del conocimiento: la innovación. A menudo los medios
económicos destacan nuestro suspenso en esta asignatura,
pero, contando con la voluntad de hacerlo, ¿podemos
aprender a innovar? Pensará el lector que primero
tendríamos que aprender a aprender; que, antes de
añadir novedad, habríamos de conocer bien lo ya
existente… Pero sí: en busca del aprobado en esta
asignatura, también podemos aprender a innovar, e incluso
hacerlo de forma grata y efectiva, por ejemplo mediante el
estudio de casos reales y aleccionadores.
¿Han analizado los perfiles de las personas
más creativas? ¿Qué les parece, por ejemplo,
la capacidad de abstracción que desplegó Genrich
Altshuller en el conocido método
TRIZ de solución creativa de problemas?
¿Recuerdan cómo descubrió Loewi el primer
neurotransmisor, la acetilcolina, o cómo surgieron, por
ejemplo, las vacunas? ¿Son ustedes conscientes del papel
de la intuición, a veces también en forma de
sueños reveladores, en numerosos avances técnicos y
científicos? ¿Quién y cómo
estableció la trayectoria elíptica de los planetas en
torno al Sol?
¿Qué fuerza lleva a
los científicos a elegir la hipótesis acertada?
En la gestión
empresarial y como referencia, se utilizan casos de acierto
(como el del Walkman de Sony) y desacierto (como el de la
New Coke, de Coca Cola) de
los que podemos aprender todos. En efecto, en la emergente
economía del saber y el innovar, deberíamos tal vez
dirigir más específicamente la búsqueda de
referencias, ejemplos y casos aleccionadores hacia lo relacionado
—"Lecciones de innovación", hemos titulado estas
páginas— con el avance del conocimiento en cada
campo técnico y científico, es decir, hacia lo
más unido a la inexcusable innovación en procesos,
productos y servicios, en beneficio de la competitividad.
La
narración de historias
Tendríamos que seleccionar con cuidado las
referencias a analizar, y obtener de ellas todo el provecho
posible. Nos gustaba, de niños,
que nos contaran cuentos, y la
escucha nos resultaba una actividad autotélica: no nos
sentíamos obligados a aprender de modo consciente, pero
nos divertíamos. Yo recuerdo todavía las historias
que, en verano, nos contaba (hace casi 50 años) el
religioso salesiano Antonio Sánchez Romo en el colegio de
María Auxiliadora de Madrid. Ahora,
adultos ya y profesionales obligados a aprender continuamente,
podemos concentrar nuestra atención en un relato
idóneo, pero necesitamos extraer conclusiones valiosas que
nutran nuestro desarrollo y nos iluminen en el desempeño profesional.
Sin descartar el "entretenimiento oral para
públicos selectos", que así identifica su negocio
una de las agencias de oradores y conferenciantes, yo
hablaría asimismo de la necesidad de "adiestramiento
oral para todos los públicos (interesados)", y desde luego
para "aprendedores permanentes", que es lo que somos todos
nosotros en la economía actual. La enseñanza acroamática es potente
como método, pero el aprendizaje se
extrae del contenido y, para éste, el método no
parece mucho más que un soporte enriquecedor.
Por supuesto, al desplegar una experiencia
aleccionadora, el storyteller puede, consciente o
inconscientemente, reformular o sintetizar los hechos de modo que
encajen mejor en el propósito perseguido; pero, si
éste es recto y no espurio, la enseñanza se
robustece. Más si, en un escenario idóneo (un
seminario o
workshop), el docente utiliza técnicas
mayéuticas facilitadoras del aprendizaje.
Desde el plano discente, el del aprendedor permanente
—lifelong learner—, creo que, al analizar
historias curiosas y valiosas, todos hemos de hacerlo penetrando
en los detalles más significativos y aleccionadores. Entre
otros propósitos, por un lado podemos identificar las
facultades y fortalezas que caracterizan al innovador en cada
escenario profesional, y enfocar quizá mejor nuestros
esfuerzos de desarrollo; y por otro lado, podemos tomar conciencia de
cómo se relacionan o conectan los campos del saber, de
cómo la experimentación acaba generando resultados,
de cómo a menudo se han de vencer resistencias y
se precisan idóneos apoyos,
etcétera.
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