Enfoques educativos
Introducción:
Evidentemente, cuando se procede al estudio de un
fenómeno de tal complejidad teórica como lo es la
interdisciplinariedad, se precisa de una
comprensión lo más exhaustiva posible de su
génesis, diacronía y proyección, como parte
de las concepciones, del discurso y de
la praxis
profesional de las ciencias
Pedagógicas y otras ciencias afines. En tal sentido, se
hace perceptible en el análisis, la necesidad de una
comprensión primaria del tópico como una
aserción lógica
y coherente con el nivel de desarrollo del
conocimiento
científico en sus diferentes áreas
cosmovisivas; y con la demanda de
completud gnoseológica que tal desarrollo
implica.
El propio desarrollo de las Ciencias ha condicionado un
cambio en sus
criterios de interpretación y en la lógica
construccional de sus métodos,
teorías
y principales resultados. Si se acomete un recorrido
panorámico por este devenir será posible advertir
un redimensionamiento de los criterios epistemológicos que
sustentan la reflexividad crítica
de las ciencias, proceso que
evidencia una tendencia progresiva hacia el establecimiento de
áreas comunes en las regiones limítrofes del
conocimiento
científico y asunciones holísticas que refrendan
una prospección integradora de la elaboración y la
investigación científica;
fenómeno éste que, como es lógico, tiene una
repercusión directa en la proyección
académica y didáctica de los conocimientos emanados de
esta postura cienciológica.
Desarrollo:
Desde el punto de vista filosófico, la epistemología de las Ciencias descansa en
los criterios orientadores e interpretativos que regulan la
actividad de producción científica en las
diferentes áreas del saber, donde el pensamiento en
su devenir se expresa desde posiciones ingenuas en el
ámbito gnoseológico, hasta proyecciones
holísticas cuyo perfil cosmovisivo resulta tan amplio como
la propia amplitud que encierra el desentrañamiento de
objetos de estudio con cada vez mayor complejidad cognoscitiva y
práctica.
En este sentido, las relaciones epistémicas han
adoptado al menos tres posiciones fundamentales:
cosmológica, teológica y logológica. En
primera instancia una postura cosmológica, que se
caracteriza esencialmente por sostener la realidad existencial,
sus ecos sígnicos y sus presupuestos
convencionales, a ciertos elementos de trascendencia material
sobre los que, presuntamente, se articula el complejo
multilateral de la existencia y su asunción cosmovisiva;
trecho sobre el que, pese a los ineludibles aportes de figuras
como Sócrates,
Platón
y Aristóteles, entre otras importantes
personalidades del pensamiento clásico, se mantuvo la ruta
del conocimiento hasta producirse el dominio de la
escolástica en los terrenos teórico y
doctrinario.
Ya en el medioevo, creadas las condiciones
económicas, socioclasistas y culturales para un despegue
gnoseológico más asociado a la defensa de un ideal
de fe, que a los conocimientos que pudieran desestabilizarlo,
emerge la escolástica como expresión intelectual de
un ámbito dominado por influjos clericales de fuerza
institucional que, descansando en soportes instrumentales como la
iglesia y la
inquisición, impusieron un criterio cognoscitivo
desafiante de las verdades naturales emergentes de la
razón científica; y sustentador de su empleo en aras
de la racionalización de la fe como principio y fin de un
pensamiento científico tendiente a la servidumbre de
la ciencia a
los designios de la Teología. Obras como la de San
Agustín, Averroes y Santo Tomás de
Aquino ilustran con creces la racionalidad de este presupuesto
.
La postura logológica comienza a apreciarse desde
los más prístinos intentos de humanización
vital, existencial y espiritual, acontecidos desde el renacimiento;
hasta un pensamiento contemporáneo, que en la actualidad
evidencia la hibridación sempiterna de un decursar que se
define en la medida en que su propia conciencia
crítica le advierte la necesidad del concierto
cienciológico de la pluralidad, donde la hegemonía
descanse en la interdisciplinariedad como recurso e
introyección; fenómeno que lejos de estimular
parcialidad, compulsa al concurso de la construcción recíproca, donde la
policromía de espacios, contextos y procesos,
requieren de proyecciones de similar envergadura para su
desentrañamiento.
Así movimientos filosóficos como el
Pragmatismo,
el Positivismo,
la Filosofía clásica alemana, el Materialismo
dialéctico-histórico, el Existencialismo, el Convencionalismo, el
Intuitivismo, el Neotomismo, el Neopositivismo, la Hermenéutica y el Postmodernismo; son
expresiones diáfanas de la preocupación
gnoseológica por la más exhaustiva
comprensión de la relación y las mediaciones
presentes entre lo social, lo natural y lo psíquico,
realidad que por su multilateralidad, en la medida en que
el
conocimiento se aboca a su intelección, muestra la
premisa de una asunción interdisciplinaria como asidero de
autentificación científica, cognoscitiva y
práctica.
Como puede advertirse, el devenir de la Ciencia estuvo
asociada a un criterio de especialización, tendencia que
permitió el crecimiento en cantidad y variedad de
disciplinas científicas que, a lo largo del pasado siglo y
durante este primer lustro del siglo XXI, coadyuvó a
elevar la profundidad cosmovisiva del mundo contemporáneo,
a consolidar la riqueza de métodos y técnicas
investigativas e interpretativas; y los fabulosos resultados que
hoy exhibe la sociedad en
sentido general, traducidos tecnológicamente en recursos para su
bienestar material y espiritual. No obstante, este potencial de
las ciencias se convirtió, según algunos autores,
en un dogma que tendía a una especialización
parcial excesiva. Esta posición, a juicio de Ortega y
Gasset (2000), conduce al hecho de conocer "prácticamente
todo de prácticamente nada" y, por fuera de esto, no sabe
nada más.
En este sentido, el problema trajo consigo varios
factores asociados, entre ellos el desarrollo de la propia
especialización, echando a un lado las posturas
integracionistas y desestimando la posibilidad de entrar a
considerar perspectivas y enfoques de otras disciplinas. La
intromisión en otras áreas del saber se asume,
desde esta óptica,
como un procedimiento de
escaso rigor, carente de seriedad e ilegitimador de una verdadera
y sólida ética
profesional; cuestión que implica que esas otras
perspectivas son responsabilidad de otros, así se trate de
un mismo objeto de estudio, que ofrece diversas dimensiones y
perspectivas de análisis e
interpretación.
En todas las épocas, desde Platón
hasta nuestros días, ha existido preocupación por
la disgregación del saber, apuntando siempre hacia la
unificación del conocimiento y pasando por un
período de especialización en el trabajo;
pero a pesar de todo este interés
por la especialización en el saber, la necesidad de lograr
formar a personas con un potencial que permitiera resolver
diferentes problemáticas, desde diversas perspectivas, se
hizo más fuerte; y apareció una nueva forma de
interés científico, que permitió el estudio
de las ciencias desde la amplitud interdisciplinaria.
El Renacimiento y
proyecciones histórico-culturales posteriores agudizaron
el proceso de diversificación y multiplicación de
las ciencias. En el siglo XVII se identificaron las Ciencias
Naturales, posteriormente la Física, la Química; y las
Ciencias
Sociales en el siglo XIX. En el siglo XX, junto al criterio
diferenciador de las ciencias, surge la tendencia a la
interrelación y unidad entre ellas, apareciendo así
la bioquímica, la geoquímica y la
biogeoquímica, entre otras.
Desde el siglo XX, la Ciencia muestra puntos de contacto
que marcan desarrollo, fenómeno al que Engels
denominó: "Puntos de Crecimiento". Estos elementos se
constituyen en resultados de las interacciones y van adquiriendo
un carácter regular en este propio siglo, con
el movimiento
integrador de las ciencias; donde se relacionan tanto el desarrollo
social, como el papel que asume éste en los marcos de
la Revolución Científico-técnica
para responder a los problemas
más complejos de la práctica.
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