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Descartes Contradicciones de su irracionalismo teológico (página 5)



Partes: 1, 2, 3, 4, 5

Sin embargo, en cuanto subordina los principios de la
Física a
los de las Matemáticas cuando afirma "no admito en
Física principios no admitidos también en
Matemáticas para poder probar
por demostración todo lo que de ellas deduzca, y
[…] estos principios bastan, puesto que por ellos pueden
ser explicados todos los fenómenos de la Naturaleza",
y, en cuanto las principios de las Matemáticas dependen de
la omnipotencia divina, en tal caso los principios de la
Física serán tan arbitrarios y tan subordinados a
la omnipotencia divina como los de las Matemáticas y, en
consecuencia, la consideración de que las leyes del
Universo deben
deducirse a partir de la inmutabilidad divina es
contradictoria con respecto a su derivación de la
omnipotencia, según la cual Dios hubiera podido
crear el Universo de
cualquier modo que hubiera deseado.

Tal vez algún teólogo caritativo pudiera
intentar aclarar el asunto diciendo que en Dios su omnipotencia y
su inmutabilidad se identifican, pero, en cuanto esto fuera
así, tendríamos que preguntarle por qué,
desde su inmutabilidad Dios no hubiera podido crear el Universo
de acuerdo con otras leyes que las que éste tiene, y por
qué desde su omnipotencia hubiera podido hacer todo
aquello que hubiera querido, como el propio Descartes
reconoce defendiendo incluso que tanto las Matemáticas
como el valor del
principio de contradicción dependían de
Dios.

En cualquier caso, Descartes debería haber
renunciado a la exageración de extender la omnipotencia
divina hasta ese punto tan absurdo de considerar que el valor del
principio de contradicción estaba sometido a ella,
y, sin duda alguna, habría tenido mayor sentido que
hubiese considerado que las verdades matemáticas
eran simplemente analíticas y que, por ello mismo,
se deducían de aquel principio, aunque hubiese
considerado que las verdades de la Física eran una
consecuencia de la omnipotencia divina, que habría
podido crear el mundo de muy diversas maneras de acuerdo con su
voluntad y libertad
absolutas
. Su solución, sin embargo, fue
contradictoria en cuanto, al reducir las posibilidades divinas a
la hora de crear el mundo de acuerdo con un único modelo
derivado de su propia inmutabilidad, de hecho estaba negando la
omnipotencia divina para crear el mundo de acuerdo con las leyes
que hubiese deseado.

Por otra parte, siguiendo una especie de
mística matemática, que ya había sido
defendida por los pitagóricos y por Platón
en la antigüedad, y modernamente por Kepler –pero no
por Galileo-, Descartes defendió de modo explícito
que todos los fenómenos naturales podían deducirse
de ciertos principios que tenían carácter matemático. La
valoración de las fórmulas matemáticas para
describir los diversos fenómenos era acertada en
principio, pero habría sido más correcto no haber
prejuzgado nada en el sentido de pretender que el Universo
estuviera sometido a fórmulas matemáticas incluso
en el hecho de su propia existencia, y que, en consecuencia
tuviera que ser estudiado desde un planteamiento exclusivamente
matemático, pues la Física puede descubrir
fórmulas matemáticas que describan el
funcionamiento de la Ley de la
Gravedad y quizá encontrar algún día una
fórmula matemática
relacionada con los factores que determinan que la Ley de la
Gravedad sea la que es y no otra, pero no parece que pueda dar
una explicación matemática acerca de la propia
existencia del Universo ni acerca de la causa de aquellas
cualidades básicas a partir de las cuales podrían
deducirse las demás. Y, desde los planteamientos
cartesianos, en los que en último término todo
está sometido a la absoluta libertad y omnipotencia
divinas, si el modo de ser del Universo tiene aspectos que,
según acepta Descartes, no dependen de la inmutabilidad
divina sino de su omnipotencia, en tal caso la pretensión
de que la realidad física deba ajustarse a leyes
matemáticas es contradictoria con la pretensión
de que dicha realidad derive en alguno de sus aspectos de la
libre omnipotencia divina, cuya realidad estaría por
encima de las leyes matemáticas.

La metodología de Galileo, a pesar de
conceder un valor especialmente importante a las
Matemáticas al afirmar que "el universo está
escrito en lenguaje
matemático", no fue tan exagerada a la hora de buscar
subsumir cualquier fenómeno observado en una determinada
fórmula matemática, sino que fueron muy numerosas
las ocasiones en las que se conformó con descubrir y
describir diversos fenómenos, en especial los de
carácter astronómico, sin dejar de darles
importancia por el hecho de no encontrar una fórmula
matemática que los explicase. El mismo método de
Galileo se basa inicialmente en la mera observación
y descripción de fenómenos, para pasar
después a idear hipótesis explicativas y experimentos que
pongan a prueba tales hipótesis.

Por otra parte, el hecho de prejuzgar que cualquier
fenómeno físico deba tener una fórmula
matemática en la que encaje puede ser un postulado
científico -o un principio del entendimiento puro,
como podría considerarlo Kant-, pero no
una verdad a priori, y no tendría por qué
implicar el rechazo de aquellos fenómenos para los que
inicialmente no se encontrase la fórmula matemática
según la cual se produjesen o se relacionasen con otros.
Pensemos simplemente en el hecho de que la mera existencia del
Universo, tanto si existe gratuitamente como si hubiera sido
creado, no parece que pueda ser explicado a partir de ninguna
fórmula matemática: Nos encontramos con el hecho
bruto de su existencia y a partir de ella tratamos de relacionar
sus manifestaciones entre sí, sirviéndonos de las
matemáticas y del método experimental.

El empirismo,
más respetuoso con los fenómenos, no desprecia los
hechos no "matematizados", por mucho que se tenga la
convicción de que debe de existir una fórmula
matemática que los describa y por el que lleguen a
comprenderse sus relaciones con otros. Además, hay muchas
ciencias que
tienen carácter descriptivo –por lo menos
inicialmente- y que no por eso dejan de estudiarse, al margen de
la dificultad que pueda haber en encontrar una explicación
matemática de sus contenidos. Pensemos en la misma
Astronomía, en la Geografía, en la
Historia y en
tantas otras ciencias que inicialmente se abordan a partir de una
simple descripción de los fenómenos
correspondientes y que sólo con posterioridad se intenta
encontrar una explicación matemática, estadística o probabilista de ellos:
¿Acaso podría darse una explicación
matemática de por qué el Everest se encuentra
exactamente en el lugar en que se encuentra? No parece que este
conocimiento
pueda alcanzarse nunca, pero no por ello deja de tener interés
tratar de encontrar una explicación aproximada de la
evolución de las placas
tectónicas y de su influencia determinante en la
distribución de las diversas cadenas
montañosas de nuestro planeta.

Sin embargo y a pesar de que desde el racionalismo
cartesiano el valor de las Matemáticas y de la Lógica
estaban subordinados a la voluntad divina, la pretensión
de construir un sistema
científico universal (Mathesis universalis)
fundamentado en Dios fue tan atrevida que Descartes se
atrevió incluso a criticar a Galileo

"porque hace continuamente digresiones y no se detiene a
explicar completamente una materia, lo
que muestra que no
las ha examinado por orden y que sin haber considerado las
primeras causas
de la naturaleza sólo ha investigado
las razones de algunos efectos particulares y así ha
construido sin fundamento".

Mediante esta crítica
el pensador francés puso de manifiesto que aquello que
él ambicionaba alegremente y aquello de lo que se
creía capaz era de crear un sistema científico
deductivo fundamentado en el propio Dios y en sus infinitas
perfecciones
, aunque centrado especialmente en la de su
inmutabilidad. Pretendía reconstruir la
Filosofía, entendida como ciencia universal,
y, por eso, criticó a Galileo por no haber "considerado
las primeras causas de la naturaleza" y por haber "construido sin
fundamento", de manera que, desde su engreimiento, nunca
llegó a tomar conciencia de que
los conocimientos científicos iban a incrementarse de modo
extraordinario gracias al método de aquél a quien
criticaba: No desde aquel supuesto fundamento metafísico
relacionado con Dios hasta la Física y luego hasta las
demás ciencias, sino desde el estudio de los
fenómenos más concretos hasta las teorías
más complejas, sin necesidad alguna de comenzar desde Dios
–o de llegar hasta él- para ir deduciendo a partir
de sus cualidades el conjunto de las leyes de la Naturaleza, como
pretendió Descartes, llegando incluso a la absurda
osadía de afirmar haber culminado este conocimiento
universal, cuando en Los principios de la Filosofía
tuvo el pretencioso atrevimiento de escribir:

"no hay ningún fenómeno en la Naturaleza
cuya explicación haya sido omitida en este Tratado".

6.2. La omnipotencia y perfección divina y su
relación con las leyes del Universo

Finalmente, hay que decir que, cuando se relacionan las
cualidades divinas de la omnipotencia y de la
inmutabilidad, se plantean diversas contradicciones
teológicas que estaban muy lejos de ser tenidas en cuenta
por Descartes en cuanto su medio cultural y su miedo "eclesial"
le dificultaba enormemente adoptar esta perspectiva. Pero, en
cualquier caso y desde el enfoque cartesiano,

a) en cuanto Dios es omnipotente, puede
hacerlo todo,
hasta el punto de que ni siquiera el principio
de contradicción representa un límite para ese
poder, pues tal principio está igualmente sometido a
él; mientras que,

b) en cuanto Dios es inmutable, obra siempre
de acuerdo con esa inmutabilidad
, y esta circunstancia
representa de hecho una limitación de su supuesta
omnipotencia.

A continuación y al margen de esta
consideración de carácter general, Descartes
enumeró algunas de esas leyes que consideró
derivadas de
la perfección divina de la
inmutabilidad:

"Después de esto mostré cómo la
mayor parte de la materia de ese caos debía […]
disponerse y ordenarse de cierta manera que la hacía
semejante a nuestros cielos; cómo, mientras tanto, algunas
de sus partes debían componer una tierra, y
algunas otras, planetas y
cometas y, algunas otras, un sol y estrellas fijas. Y […] sobre
el tema de la luz,
expliqué muy por lo largo cuál era la que se
debía encontrar en el sol y las
estrellas y cómo desde allí atravesaba en un
instante los inmensos espacios de los cielos…".

Como comentario a estas afirmaciones tan absurdamente
presuntuosas, hay que decir que indudablemente habría sido
un signo evidente de asombrosa inteligencia y
sabiduría que el señor Descartes hubiera podido
deducir racionalmente y sin la ayuda de la
experiencia la evolución que debía seguir la
naturaleza a partir de su no menos asombrosa
pretensión de conocer la naturaleza divina. Pero en
realidad sus deducciones no parecen otra cosa que una muestra de
una jactancia insensata, lo cual resulta todavía
más claro si tenemos en cuenta que varias de sus
afirmaciones "tan evidentes" eran evidentemente falsas y
sólo representaban la aceptación acrítica y
por simple inercia y pereza mental de antiguas teorías que
él siguió aceptando como "evidentes". En efecto,
como ya se ha dicho antes, resulta especialmente osado afirmar
que

"aunque Dios hubiera creado muchos otros mundos no
podría haber ninguno en que ellas [= estas leyes] dejaran
de ser observadas".

Al realizar esta afirmación Descartes incurre en
una nueva contradicción por no haber tenido en
cuenta que una consecuencia derivada de la omnipotencia
divina
-cualidad especialmente reconocida por él
cuando le interesa-, es que el mundo podría haber sido
creado de infinitos modos y de acuerdo con leyes enteramente
distintas a las que rigen en éste, según hubiera
sido esa voluntad omnipotente.

Resulta igualmente asombroso que, tal como afirma con su
engreimiento habitual, hubiera podido deducir que iban a
existir la tierra, los
planetas, los cometas, el sol y "las estrellas fijas". Pero esta
deducción, al margen de tener el
inconveniente de que no tiene en cuenta que la omnipotencia
divina habría podido crear el universo de un modo
totalmente distinto, tiene también el de que llega a la
conclusión ¡tan evidente! de la existencia de
algo que no existe, como sucede con las llamadas "estrellas
fijas", que no son más que una creencia ya refutada
procedente de la astronomía antigua y que representa uno
más de esos engaños de los sentidos a los
que Descartes se había referido en la primera parte del
Discurso del Método.

Entre las "leyes" (?) que Descartes dijo haber
descubierto puede hacerse referencia, entre otras, a las que se
relacionan con las siguientes cuestiones:

a) La velocidad de
la luz:
Respecto al tema de la luz, Descartes
afirmó lo que casi todos creían entonces, y
cayó, por ello, en el error de "deducir" que la luz se
trasladaba instantáneamente. Pero su insensata
deducción
era más grave porque quienes
defendieron anteriormente esa teoría
al menos se basaban en las apariencias, mientras que él
pretendía saber que eso era así por la
evidencia derivada de una deducción racional
que tomaba como punto de partida la naturaleza divina, de
forma que ¡la realidad no podía ser de otro
modo!

Sin embargo, ya en la antigüedad griega
Empédocles había defendido la tesis contraria, al
igual que posteriormente la defendieron los filósofos árabes Avicena y Alhazen,
en el siglo XIV la defendió Nicolas d’Autrecourt y,
a comienzos del siglo XVII, Kepler; posteriormente, en ese mismo
siglo XVII, se investigaba este problema e incluso se realizaron
experimentos para calcular su velocidad. En la actualidad y desde
hace ya más de un siglo se sabe que no se traslada de
modo instantáneo
, sino a gran velocidad, pero
limitada, y muy próxima a los 300.000
kilómetros por segundo.

b) La doctrina de los elementos de
Empédocles:
De acuerdo con su fantástica (?)
capacidad, Descartes pretendió haber deducido
igualmente

"los principios o primeras causas de todo lo que es o
puede ser en el mundo sin considerar para esto nada más
que a Dios, que lo ha creado […] Después de esto
examiné cuáles eran los primeros y más
ordinarios efectos que se podían deducir de esas causas: y
me parece que por ahí encontré cielos, astros, una
tierra e incluso en la tierra, agua, aire, fuego,
minerales y
algunas otras cosas".

Pero resulta sorprendente que descubriera justamente
aquellos principios últimos de que habían hablado
los primeros filósofos griegos desde Tales de Mileto
y, en especial, Empédocles, que fue el primero que
habló de los cuatro famosos elementos (arkhai),
aunque Descartes añadió además "otros
minerales y algunas otras cosas".

Sin embargo, esta referencia a los "elementos"
sólo representó la aceptación
acrítica de aquellas antiguas doctrinas griegas ya
superadas, que en consecuencia sólo podían gozar de
una evidencia subjetiva y que en nada se
correspondían con la verdad objetiva.

c) Las Manchas solares: Descartes
consideró que las manchas solares descubiertas por Galileo
no constituían propiamente una parte del Sol, sino que
eran "cuerpos opacos" que se movían por encima de
su superficie:

"Ha de considerarse también que los cuerpos
opacos que con el auxilio de anteojos de larga vista se descubren
sobre el Sol y que son llamados sus manchas se mueven sobre su
superficie y emplean veintiséis días en
rodearlo".

En relación con estas manchas Descartes vio lo
que quiso ver: Desde los tiempos de la Astronomía griega
el mundo supralunar era considerado como el mundo de la
perfección, y tal perfección era incompatible con
la idea de que el Sol no fuese un reflejo de la perfección
divina y tuviese imperfecciones como esas "manchas" descubiertas
por Galileo. En aquellos tiempos, en los que el telescopio
comenzaba a utilizarse como instrumento de observación científica, podía
ser aceptable que unas mismas imágenes
se interpretasen de un modo o de otro, pero así como
Galileo tuvo sus dudas acerca de cómo interpretar los
anillos de Saturno, demostrando así su ausencia de
prejuicios y su extraordinaria integridad científica,
Descartes prejuzgó que tales manchas solares en realidad
no pertenecían al propio Sol, porque partía ya del
prejuicio de que el Sol no podía tener "impureza"
alguna, según se aceptaba en el pensamiento
antiguo, especialmente en Platón y
en Aristóteles. En este planteamiento el punto
de vista de Galileo fue más avanzado y rompió con
la doctrina acerca de la "perfección" del Sol, por efecto
de la cual en teoría no podía contener "impurezas".
Galileo dijo que no podía precisar si las "manchas" se
encontraban en el propio Sol o a cierta distancia de él,
pero afirmó que en cualquier caso su traslación se
debía a la propia traslación del Sol, de manera que
su movimiento no
era independiente de él.

Por lo que se refiere al planteamiento de Descartes, hay
que decir que, si al menos hubiera utilizado con acierto los
datos
relativos al tiempo de
rotación de aquellos supuestos "cuerpos opacos",
habría podido descubrir que el Sol tenía un
movimiento de rotación sobre sí mismo y que ese
tiempo era aproximadamente el de esos 26 días que
calculó.

d) La circulación de la sangre: Una
nueva y original "deducción" cartesiana es la que explica
la circulación de la sangre basándose en
consideraciones equivocadas según las cuales el corazón
sería como una máquina de vapor que
determinaría el aumento de la temperatura de
la sangre hasta el punto de ebullición o algo parecido al
entrar en él, lo cual provocaría una presión
tal que la empujaría a salir por las válvulas
arteriales para pasar a circular por las arterias y las
venas:

"este calor es capaz
de hacer que si entra alguna gota de sangre en sus concavidades
ésta se infle en seguida y se dilate, como hacen
generalmente todos los líquidos cuando se los deja caer
gota a gota en algún vaso que está muy caliente"
.

La explicación cartesiana, además de ser
falsa, incluía otros inconvenientes como el de tener que
explicar cómo hubiera podido soportar el corazón y
el organismo humano en general una temperatura tan alta como la
que debería tener para conseguir no sólo que la
sangre se evaporase al entrar en él sino que tanto el
corazón como los órganos contiguos no quedasen
fritos en pocos minutos.

Defendiendo su propia teoría, llegó
incluso a criticar a Harvey, quien ya había dado la
explicación correcta de la circulación
sanguínea haciendo referencia a las contracciones y
dilataciones del corazón. Pero lo más asombroso de
la explicación cartesiana no fue la explicación en
sí misma sino el hecho de que la presentase como una
¡verdad necesaria!, apoyada tanto en consideraciones
racionales como incluso en la misma experiencia:

"…este movimiento que acabo de explicar se sigue
tan necesariamente de la sola disposición de los
órganos que están a la vista […] que se
puede conocer por experiencia, como el movimiento del reloj se
sigue de la fuerza".

También es penoso que una de las pocas ocasiones
en que Descartes quiso hacer uso de la experiencia sólo le
sirviera para ver como necesario y, por lo tanto como
evidente, lo que era simplemente falso y absurdo.
En cualquier caso hay que agradecerle que, a pesar de haber
dedicado un tiempo de sus investigaciones a
la medicina, no
se dedicase a ella.

6.3. El mecanicismo cartesiano

Descartes consideró también que no
sólo el universo físico, sino también
las plantas, los animales y el mismo cuerpo
humano
, eran máquinas, puesto que, siendo
modos de la sustancia material (res extensa),
tenían que ser explicados por las mismas leyes que
regían en esta sustancia.

Defendió que para explicar la vida de los cuerpos
orgánicos no era necesario admitir un alma,
vegetativa o sensitiva, sino sólo las mismas
fuerzas mecánicas que actúan en el resto del
universo. Según él, la investigación ponía de manifiesto
que el comportamiento
animal podía ser exhaustivamente descrito sin necesidad de
suponer la existencia de ningún "principio vital" ajeno al
propio cuerpo y consideró el cuerpo humano
y el de los animales

"como una máquina que, habiendo sido hecha por la
mano de Dios, está incomparablemente mejor ordenada y
tiene en sí movimientos más admirables que ninguna
de las que pueden ser inventadas por los hombres".

El mecanicismo cartesiano tuvo una trascendencia
científica muy importante en cuanto proporcionaba una
nueva visión del conjunto de la realidad material,
comprendida como un inmenso mecanismo en el que todas sus piezas
interactuaban de acuerdo con leyes deterministas; sin
embargo tuvo el inconveniente de forzar demasiado las cosas hasta
el punto de llegar al extremo de negar la existencia de
auténticos procesos psíquicos en los
animales, considerando que las apariencias de que así
fuera no se correspondían con la realidad, pues
sólo el ser humano estaba formado por un alma (res
cogitans)
en la que se darían tales procesos,
unida a un cuerpo (res extensa), que se comportaría
de acuerdo con las leyes mecánicas de la Naturaleza,
aunque dirigido por el alma en diversos aspectos de su
comportamiento, y, por ello, sólo el ser humano era capaz
de realizar auténticas acciones
libres que escapaban al determinismo mecanicista imperante en el
resto de la realidad física.

Es cierto, por otra parte, que en cuanto el
evolucionismo explica la aparición de la vida a partir del
funcionamiento de las leyes naturales físicas,
químicas y biológicas, el
conocimiento de tal funcionamiento debería llevar
finalmente a entender la serie de causas físicas,
químicas o biológicas que determina la
aparición de esos fenómenos psíquicos,
relacionados con la sensación de dolor, alegría,
pensamiento, imaginación, recuerdos… y de toda la
serie de procesos mentales que existen en el ser humano y, en
distinta medida, en el resto de los seres vivos. Por ello, el
error de Descartes no consistió en su afirmación de
que los seres vivos fueran máquinas
sino en haber rechazado que esas máquinas tan complejas,
incluido el ser humano, fueran capaces de sentir, de percibir, de
gozar, de sufrir, de conocer o de recordar, siendo ésas
sus mayores diferencias con respecto a las máquinas
construidas por el ser humano, incomparablemente menos complejas
que cualquier ser vivo por muy elemental que sea. Descartes no
podía aceptar que los animales tuviesen un alma similar a
la del ser humano, y por ello consideró que el
comportamiento animal podía ser explicado de modo
exhaustivo sin necesidad de suponer en él la existencia de
vida auténtica, pero sí hubiera podido imaginar que
la estructura y
el funcionamiento del ser humano fuera similar al del resto de
los seres vivos, si los prejuicios religiosos no le hubieran
cerrado la posibilidad de imaginar tal
hipótesis.

Por otra parte, ni la Ciencia ni
el sentido común han aceptado la extensión tan
exagerada del mecanicismo cartesiano que le condujo a negar la
existencia de auténticos procesos psíquicos
en los seres vivos no humanos, de manera que los progresos de la
Biología
han demostrado incluso la existencia de una base genética
común entre todos los seres vivos, la de toda una serie de
facultades animales similares a las humanas, e incluso la
capacidad de diversos animales para comunicarse, aunque de modo
rudimentario, a través de lenguajes semejantes al humano o
por otros procedimientos.

El mecanicismo cartesiano aplicado a los seres vivos
adoptó posteriormente un carácter absoluto cuando,
en el siglo XVIII, La Mettrie(1709-1751) defendió,
además del materialismo, la
tesis de que, al igual que los animales y las plantas,
también el hombre era una
máquina
, señalando que el único
adversario de esta idea era la fuerza de los prejuicios. Pero
mientras Descartes eliminó el alma en los animales y en
las plantas, La Mettrie la eliminó igualmente en
el hombre,
considerando que todos los fenómenos

6.4. Las leyes de la Física.
Objeciones

Los descubrimientos de Descartes en el terreno de las
Matemáticas y en el de la Física fueron relevantes,
aunque algunos de ellos, como la ley de la inercia, no eran
nuevos, y otros vinieron acompañados de bastantes errores
como consecuencia de su racionalismo teológico
deductivo
, que pretendía partir de un fundamento
místico y que olvidaba casi siempre la experiencia.
Era evidente, sin embargo, que el "teólogo"
francés" no podía partir de Dios para ir deduciendo
el conjunto de las leyes de la realidad física. Por ello,
parece igualmente evidente que lo que hizo fue partir de un
análisis de la realidad física y
tratar de enlazarlo de algún modo con la supuesta realidad
divina como si la hubiese deducido de ella de un modo puramente
racional y de manera que, si no encontraba el modo de relacionar
determinado aspecto del Universo con la inmutabilidad divina,
siempre tenía el recurso de relacionarlo con la
omnipotencia.

Al igual que en los demás aspectos de su
Física, Descartes "dedujo" el principio de la
conservación de la cantidad de movimiento a partir
de la consideración de las perfecciones divinas y
de manera especial la de la inmutabilidad:

"En cuanto a la primera [causa del movimiento] me parece
evidente que no puede haber otra que Dios mismo, que ha creado en
el principio la materia con el movimiento y el reposo, y que
conserva ahora en el Universo, por solo su concurso ordinario,
tanto movimiento y reposo como puso en él al
crearlo",

Este enunciado, relativo a la conservación del
movimiento en el Universo, fue un anticipo importante de lo que
hoy constituye el primer principio de la termodinámica: "La energía ni se
crea ni se destruye, sólo se transforma", que fue
explicado en términos más exactos por Lavoisier en
el siglo XVIII y por otros científicos como Carnot y
Clausius. Descartes lo enunció de forma imprecisa, en
cuanto acompañó el concepto de
movimiento con el de reposo, dando por hecho, como en la
Astronomía antigua, que éste fuera algo más
que una simple abstracción mental, y deduciendo este
principio no a partir de la experiencia sino a partir de un
concepto metafísico relacionado con la
inmutabilidad del dios del cristianismo.

1) Descartes consideró que a partir de esta misma
inmutabilidad de Dios podían ser conocidas algunas reglas
o leyes de la naturaleza, siendo la primera de ellas
que

"cada cosa, en tanto que simple e indivisa, se mantiene
en su mismo estado, sin
cambiar jamás, como no sea por causas
externas".

El principio de inercia, enunciado aquí
por Descartes, fue anticipado ya anteriormente por otros
filósofos y científicos, pero la formulación
de Descartes fue tal vez más precisa que la de Galileo en
cuanto, de acuerdo con su regla del Análisis, descompuso
el enunciado de Galileo en dos leyes, la de la inercia y la de la
tendencia de los cuerpos a moverse en línea recta, lo cual
parece una ley derivada de la anterior.

Entre los predecesores de Descartes por lo que se
refiere a una intuición más o menos imprecisa de
este principio se puede hacer referencia al mismo
Aristóteles, a Guillero de Ockham y a
Galileo.

Por lo que se refiere a Aristóteles no
suele hacerse referencia a él en cuanto, en líneas
generales, sus explicaciones acerca del movimiento se relacionan
con sus conceptos metafísicos de potencia
(dýnamis y acto
(enérgeia, considerando el movimiento como
"el acto de la potencia en
cuanto tal" y entendiendo el movimiento local como el resultado
de la tendencia de cada sustancia a ocupar el lugar que le
corresponda por su propia naturaleza
(phýsis Sin embargo, en su
Física y desde una perspectiva racionalista como la
cartesiana, se aproxima a la intuición del principio de
inercia, cuando dice:

"…no es posible dar una razón de por qué
un cuerpo movido se parará en alguna parte. ¿Por
qué, en efecto, se parará aquí más
bien que allí? Luego será llevado necesariamente
hacia el infinito de no haber nada más fuerte que
él que lo pare".

Posteriormente, en el siglo XIV, Guillermo de
Ockham
, aunque no dio una definición precisa de dicha
ley, consideró con acierto y desde un planteamiento tan
racionalista como el del propio Descartes que un cuerpo en
movimiento se mueve porque está en movimiento, de manera
que no es necesario suponer la existencia de ningún
motor para
explicar la continuidad de su movimiento.

Por su parte, Galileo, algunos años antes
que Descartes, señaló ya de manera más
precisa que un cuerpo permanece en reposo o en movimiento
rectilíneo y uniforme mientras no actúen fuerzas
sobre él. Es bastante probable que existiera una
influencia de Galileo sobre Descartes en esta cuestión,
pues la diferencia entre ellos consiste básicamente en que
mientras Galileo une en una sola ley el principio de inercia y el
principio según el cual todo tiende a moverse en
línea recta, Descartes, de acuerdo con su regla del
análisis, descompone el planteamiento de Galileo en
dos leyes, la de la inercia propiamente y la de que todo tiende a
moverse en línea recta. Por otra parte, Galileo
defendió el principio de inercia en el
año 1613 en su Carta acerca de las manchas solares,
mientras que Descartes lo hizo cuando escribió su
Tratado del Mundo, hacia el año 1633, obra que
dejó sin publicar a raíz de la condena de Galileo
en ese mismo año.

Tiene interés señalar el componente
racionalista existente en todos estos planteamientos en
cuanto un principio como éste no podía ser
verificado o contrastado, sino sólo deducido mediante
abstracciones racionales en las que se eliminase mentalmente
cualquier fuerza que pudiera actuar sobre un cuerpo: El supuesto
que subyace en estas consideraciones es el de que lo que debe ser
explicado es el cambio de cualquier realidad pero no su
permanencia siendo lo que es o manteniéndose en el
estado en que se encuentre.

2) Como ya se ha dicho, de acuerdo con su regla del
análisis Descartes descompuso en dos el principio
enunciado por Galileo, señalando en su segunda ley
que

"cada parte de la materia en particular no tiende a
continuar moviéndose según líneas curvas
sino solamente según líneas rectas".

Descartes entiende que esta ley, como la precedente,
depende de la inmutabilidad de Dios y de la simplicidad de la
operación por la cual conserva el movimiento de la materia
y que, en consecuencia, todo cuerpo que se mueve circularmente
tiende sin cesar a alejarse del centro del círculo que
describe.

3) Finalmente, de acuerdo con la tercera ley,
afirma que en el choque de los cuerpos entre sí el
movimiento no se pierde, sino que su cantidad permanece
constante, aunque se trasmita de unos a otros.

Descartes consideró que las tres leyes de su
Física bastaban para explicar todos los fenómenos
de la naturaleza y la estructura de todo el universo, que
comprendió como un mecanismo gigantesco, del cual
había que excluir las explicaciones basadas en la
causalidad final aristotélica, como ya había hecho
Galileo anteriormente.

Por lo que se refiere a la constancia de la cantidad
del movimiento
, vuelve a introducir a Dios como
explicación de este principio, considerándolo, al
igual que Tomás de Aquino, como la causa eficiente
primera del movimiento en el mundo y estimando además que
la inmutabilidad divina determinaba que el universo
conservase una cantidad de movimiento igual
, de modo que,
aunque hubiera transferencia de movimiento de unos cuerpos a
otros, su cantidad permanecería constante.

En este punto, Descartes no podía llegar al
absurdo de negar la evidencia del movimiento en el mundo
y, por ello, olvidando que, de acuerdo con su
omnipotencia, Dios habría podido actuar de
cualquier otro modo y pasando por alto la imposibilidad de
deducir el movimiento del mundo a partir de la
inmutabilidad divina, se conforma con deducir (?)
que Dios

"obra de una manera sumamente constante e inmutable, de
tal modo que, fuera de los cambios que vemos en el mundo y los
que creemos porque los ha revelado Dios, […] no debemos
suponer otros en sus obras, por temor de atribuirle la
inconstancia. De donde se sigue que tenemos sobrada razón
para considerar que, puesto que ha movido en muchas formas
diferentes las partes de la materia al crearlas y que conserva
toda esta materia del mismo modo y con las mismas leyes que
cuando la creó, conserva también en ella una
cantidad siempre igual de movimiento ".

Ahora bien, si el pensador francés deseaba ser
coherente con su "racionalismo", aplicado a partir de la
inmutabilidad divina, hubiera podido deducir que, de
acuerdo con esa cualidad, Dios no debería haber creado el
Universo, puesto que el momento en que decidió
crearlo implicaba un cambio en sí mismo –la
propia decisión- y, por ello, una
contradicción con su inmutabilidad en cuanto su
decisión de crear, tal como indica el
Génesis, se produjo en determinado instante. Pero,
desde la perspectiva de la omnipotencia divina,
debería haber tenido en cuenta que esa misma
"inconstancia" que supondría que Dios hubiera creado un
Universo con una cantidad variable de movimiento no tenía
por qué suponer un defecto en la propia divinidad en
cuanto su omnipotencia no estaría sometida a
nada.

Además, el hecho de que, de acuerdo con su
inmutabilidad, la voluntad divina tuviese que quedar
sometida a aquella primera decisión adoptada por él
implicaría la negación de su omnipotencia y
de su libertad, que implicaba el poder modificarla
en el momento en que lo hubiese querido. Igualmente, si la
inmutabilidad divina no fue inconveniente para la
creación de un mundo cambiante, en tal caso tampoco
tenía por qué serlo para dotarlo de una cantidad de
movimiento constante o variable, y más aún habiendo
defendido que Dios no habría tenido ningún problema
"para hacer que no fuese verdad que todas las líneas
tiradas desde el centro de la circunferencia fuesen iguales, lo
mismo que fue libre para no crear el mundo" si así lo
hubiera deseado y de acuerdo con aquella omnipotencia, lo
cual, por otra parte, era una contradicción
más de las muchas que la frivolidad cartesiana
consintió en asumir.

La Física actual, aunque está de acuerdo
con la tesis cartesiana relacionada con la conservación
de la cantidad de movimiento
–o, mejor, de
energía-, acepta esta doctrina como el primer
postulado de la Termodinámica. Pero un postulado no
equivale a una verdad absoluta, sino que es un presupuesto
útil pero indemostrable, a partir de cuya
aceptación se consiguen explicar los fenómenos
naturales de un modo más coherente que sin él. Si
con posterioridad se encuentran fenómenos cuya
explicación sea incompatible con dicho postulado, en tal
caso son los fenómenos los que fuerzan al
científico a buscar otra teoría a partir de la cual
puedan explicarse tanto los fenómenos anteriores como los
nuevos, pero lo que en ningún caso se le ocurriría
a un científico cuerdo es –como hace Descartes-
tratar de deducir las leyes de la Naturaleza a partir de las
diversas perfecciones de un Dios cuya existencia ni siquiera pudo
demostrar.

Descartes –igual que Tomás de Aquino-
considera de modo equivocado que el movimiento es una realidad
que se une a la materia, pero que no le pertenece de manera
intrínseca. Ahora bien, para defender tal doctrina,
debería haber tenido la experiencia de dicha "materia en
reposo" y también la de haber observado que, de pronto,
hubiese comenzado a moverse, lo cual le podría haber
llevado a preguntarse por la causa de ese cambio de
estado. Sin embargo, lo que la experiencia muestra es que materia
y movimiento son realidades inseparables, a pesar de que una
percepción especialmente ingenua, propia de
un dogmatismo insensato, puede llevar a pensar que existan
realidades en reposo, como la mesa sobre la que escribo o como la
misma Tierra. Descartes, al igual que anteriormente Tomás
de Aquino en su primera vía, consideró la
materia como una realidad inerte a la que Dios le habría
añadido posteriormente el movimiento. Sin embargo, los
conceptos de materia y movimiento o materia y energía
están intrínsecamente unidos -tan unidos como los
de materia y extensión-, de forma que se trata de
realidades intercambiables de acuerdo con la fórmula de
Einstein según la cual la energía es igual a la
masa multiplicada por el cuadrado de la velocidad de la
luz.

Por otra parte y por lo que se refiere a la actitud
cartesiana a la hora de intentar deducir las diversas cualidades
del Universo a partir de la inmutabilidad divina, llama
nuevamente la atención la frívola
incoherencia del pensador francés desde el momento
en que, por lo que se refiere a otros aspectos del Universo,
dejó de lado la búsqueda de una deducción
racional que partiese de dicha inmutabilidad y
consideró que, teniendo en cuenta que, como consecuencia
de su omnipotencia, Dios podía obrar de infinitas
maneras, había muchas propiedades de la realidad
que sólo podían llegar a ser investigadas mediante
la experiencia en cuanto no se deducían de la
inmutabilidad divina.

Es decir, que, cuando creyó poder deducir
determinada cualidad del Universo a partir de la inmutabilidad
divina, en tal caso afirmaba que, en efecto, existía tal
relación deductiva, mientras que, si no la encontraba, en
tal caso la solución consistía en considerar que el
motivo de su fracaso no radicaba en las limitaciones de su propia
inteligencia sino en el hecho de que no existía tal
relación deductiva a partir de la inmutabilidad de
Dios sino que tales aspectos de la realidad sólo eran una
consecuencia de su omnipotencia, pues en caso contrario
monsieur Descartes, con sus "infalibles" intuiciones
evidentes, la habría descubierto.

6.4.1. Consecuencias derivadas del principio de
conservación de la cantidad de movimiento

Descartes consideró que a partir de la
inmutabilidad divina podían extraerse de modo
deductivo las diversas leyes de de su Física, y, entre
ellas, la tercera, según la cual y como ya se ha
dicho, en el choque de los cuerpos entre sí el movimiento
no se pierde, sino que su cantidad permanece
constante.

A partir de dicha ley y como consecuencia de la
utilización de su racionalismo, dedujo una serie de
leyes particulares, que llaman la atención precisamente
porque ponen de nuevo en "evidencia" la escasa fiabilidad del
método racionalista, basado de manera especial en
la utilización de la regla de la evidencia y,
mayormente, porque ponen también en "evidencia" la falta
de escrúpulos con que Descartes se atrevió a
utilizarlo sin recurrir a la experiencia para confirmar o
desmentir el valor de tales deducciones, que, efectivamente, en
muchos casos, fueron incorrectas.

Por otra parte y como disculpa de los errores que
aparecen a continuación hay que matizar que Descartes
parece plantear sus leyes derivadas como puras hipótesis y
deducciones relacionadas con un Universo imaginario que
derivarían de las condiciones que él presenta,
haciendo abstracción de la existencia de factores reales
que imposibilitan que las leyes propuestas por él se
cumplan con exactitud en el Universo real. Sin embargo,
una objeción a varias de estas hipótesis es que, en
cuanto no tienen en cuenta el principio de inercia previamente
establecido, se las habría podido ahorrar en cuanto no son
aplicables a este Universo real en el que sí rige
dicho principio. Y una segunda objeción es la de que, en
cuanto Descartes no tuvo en cuenta que en el choque de dos
cuerpos entre sí parte del movimiento se transformaba en
energía calórica, una consecuencia de esta
transformación era que el movimiento en cuanto
traslación no se mantenía constante, aunque
sí se conservaba la energía entendida en un sentido
más amplio que en el de movimiento.

Por ello las críticas que vienen a
continuación a algunas de esas leyes derivadas se
relaciona con lo dicho en las líneas anteriores, pero en
algunos casos con errores más graves en los que Descartes
incurre por haber realizados sus deducciones incorrectamente, es
decir, con su frivolidad habitual, y, como es natural, por
no haberlas contrastado mediante la experiencia.

Así, en este sentido, como una ley secundaria,
deducida (?) de la tercera ley general,
consideró que

a) "si un cuerpo que se mueve y encuentra a otro tiene
menos fuerza para continuar moviéndose en línea
recta que este otro para resistirlo, se desvía de aquella
dirección y, conservando su
movimiento
, pierde solamente la determinación de
éste".

Pero, de acuerdo con lo indicado antes, esta
deducción es incorrecta en cuanto se refiera al
mundo real. Habría sido válida si, en lugar de
hablar del movimiento aplicado a uno solo de los cuerpos, hubiese
tenido en cuenta a ambos, pues, cuando un cuerpo choca contra
otro y se desvía de su trayectoria inicial, al cambiar de
dirección pierde parte de su movimiento,
aunque parte del movimiento perdido se transforme en
calor, y otra parte pase al cuerpo contra el que ha
chocado, que se moverá a una velocidad directamente
proporcional al impulso o a "la cantidad de movimiento" recibida
e inversamente proporcional a su masa, entre la que se
distribuirá dicho impulso. En definitiva, no parece
especialmente difícil deducir que en cuanto el cuerpo con
mayor masa se mueve, eso sólo es explicable en cuanto haya
recibido una energía del otro, que, a su vez, la
pierde.

Además, en el enunciado cartesiano ni siquiera se
afirma como hipótesis que el cuerpo que resiste permanezca
enteramente inmóvil, lo cual, por otra parte, sería
contradictorio con respecto al principio de inercia.

b) Descartes también deduce de modo incorrecto
que

"los cuerpos duros, cuando son lanzados contra otro
cuerpo duro [mayor, que está quieto], son rechazados del
lado de su procedencia […] quedando íntegro el
movimiento".

Su incorrección se debe a varios motivos. En
primer lugar, al mismo error que en el caso anterior: Descartes
no tiene en cuenta que en el choque entre dos cuerpos, al margen
de que sean iguales o desiguales en masa, hay una pérdida
de movimiento que se convierte en calor, y que por ese
motivo -así como por otras causas- su movimiento no
permanece idéntico, sino que disminuye y, en consecuencia,
varía la velocidad de ambos cuerpos. En segundo lugar, en
cuanto se trate de un experimento imaginario, Descartes tiene
derecho a hablar de un cuerpo "que está quieto", pero esto
nunca sucede en la realidad, pues toda ella se encuentra en
continuo movimiento. Además, aunque así fuera, al
recibir el impacto, recibiría determinada cantidad de
movimiento del cuerpo menor, de forma que éste no
rebotaría con la misma cantidad de movimiento que llevaba
antes de chocar sino con la diferencia entre la que inicialmente
llevaba y la que hubiese transmitido al cuerpo más pesado,
pues la suposición de que el cuerpo más pesado
pudiese permanecer enteramente inmóvil no encaja con la
experiencia y es incongruente con la ley de la inercia, en cuanto
ésta implica la continuidad de un cuerpo en su mismo
estado si ninguna fuerza interfiere, pero también su
variación en cuanto reciba desde fuera cierto impulso. Si
acaso podría decirse que la velocidad que adquiriese el
cuerpo mayor sería inversamente proporcional a su masa y
directamente proporcional al movimiento recibido, mientras que en
el cuerpo menor la velocidad de su rebote sería
inversamente proporcional al movimiento transmitido por él
y directamente proporcional a la diferencia entre su masa y la
del cuerpo mayor: Es decir, cuanto mayor resistencia
oponga el cuerpo mayor, mayor velocidad conservará el
cuerpo menor, sin llegar a conservar en ningún caso la
velocidad que llevaba antes del choque.

c) Descartes vuelve a equivocarse cuando afirma que, en
el choque de dos cuerpos entre sí, si son iguales en masa
y en velocidad, "volvería cada uno hacia el sitio de donde
había venido, sin perder nada de su velocidad".

Igual que en el caso anterior, Descartes no tiene en
cuenta la pérdida, no absoluta pero sí relativa de
movimiento que se produciría, trasformándose en
calor, y, por este argumento simplemente "racional"
así como por la observación empírica,
puede comprobarse la falsedad según la cual
"volvería cada uno hacia el sitio de donde había
venido, sin perder nada de su velocidad".

d) Es más gravemente errónea la
deducción según la cual

"si B fuese siquiera algo mayor que C, […]
solamente C retrocedería hacia el lado de donde hubiera
venido, continuando ambos después su movimiento con
idéntica celeridad hacia ese mismo lado".

En afirmaciones tan gratuitas como ésta Descartes
pone todavía más en evidencia su falta de cautela
por el uso tan desatinado que hace de su propia
razón, pero especialmente por su menosprecio de la
experiencia, que le habría ayudado a corregir sus
erróneas anticipaciones mentales. Pues, si hubiera
razonado correctamente habría podido darse cuenta de que
su teoría era incorrecta no sólo porque la
experiencia lo refutaba sino también porque desde el punto
de vista racional no se deducían las consecuencias que
él había anticipado, pues hubiera podido pensar que
para calcular la velocidad y el sentido del movimiento resultante
del choque entre esos dos cuerpos debía tener en cuenta no
sólo la masa sino también la velocidad de cada uno
de los cuerpos en el momento del choque, de manera que teniendo
en cuenta tales variables, no
podía establecerse como necesario que el movimiento de
ambos cuerpos después del choque tuviera que dirigirse en
el sentido del cuerpo que tuviera mayor masa, pues, si la
velocidad del cuerpo de menor masa hubiera sido suficientemente
grande, habría podido repercutir en una
neutralización y en un cambio de sentido del movimiento
del cuerpo de mayor masa, aunque el de menor masa hubiese
rebotado con una velocidad mayor de la que llevaba antes del
choque a causa del impulso perdido por el mayor y añadido
al menor.

e) Igualmente se equivocó de modo asombroso
cuando dedujo que

"si el cuerpo C fuese siquiera un poco mayor que B y
estuviera enteramente en reposo […] con cualquier
velocidad que viniese B hacia él, jamás
tendría fuerza para moverlo, sino que se vería
obligado a retroceder hacia el mismo lado de donde
procediese".

En este caso –al margen de no haber tenido en
cuanta la trasformación parcial del movimiento en calor-
se equivocó porque, de hecho, B conseguiría que C
se moviese, por poco que fuera, como puede comprobarse
experimentalmente lanzando una canica contra una bola de
billar en reposo. Un choque así iría seguido del
movimiento de rebote de la canica, que cambiaría de
sentido, perdiendo parte de su velocidad, mientras que la bola de
billar se movería a una velocidad inversamente
proporcional a su masa y directamente proporcional a la velocidad
y a la masa de la canica, moviéndose cada cuerpo en un
sentido contrario al del otro. Ahora bien, si con la
expresión "un cuerpo enteramente en reposo"
Descartes se estaba refiriendo a un cuerpo hipotéticamente
inamovible o imposible de ser movido, en tal caso
tendría razón, pero estaría hablando de
simples experimentos mentales que nada tienen que ver con la
realidad empírica, en la que efectivamente no existen
realidades inamovibles.

Además, con esta hipótesis se prescinde de
nuevo del principio de inercia, que determina la permanencia de
un cuerpo en el estado en
que se encuentre, pero también, aunque de modo indirecto,
su cambio cuando fuerzas externas actúen sobre
él.

6.5. Conservación del mundo.
Objeciones

De acuerdo con la Teología católica,
Descartes considera que el Universo, además de haber sido
creado por Dios en determinado momento, sigue siendo creado a
cada instante por cuanto no tiene en sí mismo la
razón de su existencia, de manera que toda la realidad
creada es conservada por Dios a lo largo de una
creación continua:

"para ser conservada en cada momento de su
duración, una sustancia tiene necesidad del mismo poder y
acción
que se requeriría para producirla y crearla de nuevo si
aún no existiese, de modo que la luz de la naturaleza nos
manifiesta claramente que la distinción entre
creación y conservación es solamente una
distinción de razón"
.

Ahora bien, aunque este punto de vista sea correcto
desde la Teología católica, Descartes no repara en
que, si no hay una continuidad independiente en la
existencia
de las cosas sino sólo una
creación continuada, no puede existir una
influencia causal de unos fenómenos en otros:
Ningún fenómeno se produce nunca como consecuencia
de otro u otros anteriores sino siempre por la acción
de Dios
, quien le confiere su existencia a lo largo de cada
uno de los instantes que él decide. En este sentido, del
mismo modo que, cuando vemos una película, tenemos la
impresión de que existe una relación causal entre
las diversas imágenes que aparecen en la pantalla hasta
que descubrimos que la película está formada por
toda una serie de imágenes independientes entre sí
y sin otra relación que la de la sucesión en
su aparición, igualmente Descartes considera el Universo
como una realidad cuya existencia depende de Dios en todo
momento, de manera que no lo ha creado de forma que luego siga
existiendo por simple "inercia", sino que lo está creando
a cada instante en cuanto no tiene en sí mismo la
razón de su existencia y, en consecuencia, lo hace existir
con las diversas diferencias con que va apareciendo, pero sin que
haya una relación de causalidad entre la realidad del
Universo en un instante y en el siguiente, con sus diferencias
respecto al instante anterior, de manera que estas
variaciones se deben exclusivamente a la acción de
Dios en cada acto de su conservación o creación
continuada
y no a una relación de causalidad entre el
Universo en un instante y en el siguiente.

En este punto tiene interés señalar que,
aunque los planteamientos de Gueulinx y de
Malebranche acerca de esta misma cuestión
podrían ser independientes de estas consideraciones, es
posible que también las hubieran tenido en cuenta.
Así, cuando Malebranche propuso su doctrina del
ocasionalismo para explicar la aparente
relación causal entre las diversas realidades del
Universo, consideró que las cosas no podían
influir causalmente entre sí
y que sólo Dios
era la única causa de su aparente relación
en cuanto causar equivalía a producir algo que
anteriormente no existía y, en consecuencia,
equivalía a crear. Por ello, y, teniendo en cuenta
que sólo Dios podía crear, sólo Dios
podía causar, mientras que las cosas eran sólo la
ocasión para la intervención de
Dios.

6.6. Formación y "límites"
del Universo. La teoría de los "torbellinos".
Objeciones

Por lo que se refiere a la formación y al
movimiento del Universo, el filósofo francés
consideró que Dios lo creó con una cantidad
invariable de movimiento. Junto con esta doctrina introdujo una
atrevida y errónea teoría según la cual la
"materia celeste" se movería en una serie de torbellinos
principales y secundarios, similares a los remolinos que forma
el agua en los
ríos o en los alrededores de un desagüe, y de este
modo arrastrarían consigo los diversos planetas y
estrellas fijas "en el gran torbellino de materia celeste cuyo
centro es el Sol".

De acuerdo con esta teoría y en sentido propio,
la Tierra no se movía; lo que se movía era el
fluido celeste que la rodeaba, igual que un barco en reposo es
movido por la corriente del agua. El movimiento de la Luna
alrededor de la Tierra estaría causado por un torbellino
de materia celeste cuyo centro se encontraría en la
Tierra, el cual además provocaría su movimiento de
rotación, mientras que el movimiento de este torbellino
estaría subordinado a su vez al movimiento del torbellino
mayor cuyo centro se encontraría en el Sol.

Por lo que se refiere a la explicación de los
aparentes movimientos de la Tierra y del resto de los astros a
partir de la teoría de los torbellinos celestes,
Descartes hubiera podido presentarla como una simple
hipótesis, que tendría, entre otras, la dificultad
especial de explicar qué clase de
materia era ésa de que hablaba en cuanto no era
perceptible por los sentidos;
pero en ningún caso podía ser aceptable que la
presentase como una doctrina "evidente", cuando era falsa y
cuando además ya Copérnico, Kepler y Galileo
habían defendido la explicación correcta. La
condena de Galileo llevó a Descartes a alejarse de esa
doctrina "herética", que confesó –y
negó- haber defendido, pero tal actitud sólo
habría servido para demostrar una vez más la servil
y esencial dependencia que el pensador francés tuvo
respecto a la Iglesia
Católica, de la que siempre se declaró fiel devoto
y obediente servidor, y con
la que siempre procuró evitar cualquier enfrentamiento.
Parece que con la introducción de esta teoría
Descartes pretendió, por una parte, librarse de una
condena similar a la de Galileo en cuanto en su Tratado del
Mundo
defendía una teoría similar a la del gran
científico pisano, y, por otra, satisfacer a las
autoridades de la iglesia Católica ofreciéndoles
una explicación que pudiese combatir con éxito
las heréticas ideas astronómicas defendidas por
Kepler y Galileo, que podían hacer peligrar los
sacrosantos dogmas defendidos por dicha iglesia. Pues, en efecto,
la teoría defendida por Galileo implicaba la
aceptación de que la Tierra –y el resto de cuerpos
celestes- se movían:

Descartes, mediante su original teoría de los
"torbellinos", podía intentar frenar la fuerza de las
nuevas ideas, que representaban un ultraje a la Biblia en
cuanto olvidaban que en el Salmo 21 se decía
"Asentaste la tierra sobre su cimiento y no vacilará nunca
jamás" y que Josué, a fin de poder conquistar la
ciudad de Jericó antes de que anocheciese,
ordenó al Sol que se detuviese, lo cual era una
demostración "evidente" de que era el Sol el que cada
día daba una vuelta alrededor de la Tierra, mientras que
la Tierra, como centro del Universo, permanecía
inmóvil, como el propio Dios.

La honestidad
intelectual cartesiana sale muy perjudicada en cuanto no
estableció esta teoría porque en verdad le
convenciese sino porque renunció a su anterior punto de
vista, similar al de Galileo, no por otro motivo sino por temor a
la Inquisición. Pues, efectivamente, en el Discurso del
Método escribió
:

"Hace tres años que llegué al
término del tratado […], cuando supe que unas
personas por las que siento deferencia […] habían
desaprobado una opinión sobre física, publicada un
poco antes por otro [= Galileo]; no quiero decir que yo fuera
de esa opinión
sino sólo que no había
notado nada en ella, antes de que fuera censurada, que pudiera
imaginar como perjudicial a la religión ni al
Estado".

Sin embargo, en la carta al padre
Mersenne que se cita a continuación, le confiesa que
sí aceptaba la interpretación de Galileo: "He decidido
suprimir por completo el tratado que he escrito y confiscar toda
mi obra de los últimos cuatro años para prestar
obediencia a la Iglesia, puesto que ha proscrito la
opinión de que la Tierra se mueve
". Pero una de estas
afirmaciones de Descartes era una mentira en cuanto estaba
en contradicción con la otra. Hubiera podido evitar la
mentira si en el Discurso del Método no hubiese
dicho nada acerca de su anterior punto de vista, pero, al
parecer, su pánico
a la Inquisición era tan grande que prefirió
declarar explícitamente que él no era de esa
opinión antes que no decir nada, a pesar de que en su
carta a
Mersenne reconocía que estaba de acuerdo con
Galileo.

Lo que resulta también objetable, además
de la seguridad con que
Descartes se atrevió a defender una teoría tan
carente de fundamentos como ésa, a pesar de haber
defendido anteriormente la doctrina correcta, fue el hecho de que
estableciera una distinción tan absurda entre un tipo de
materia activa, la "materia celeste", que se mueve y mueve
el conjunto de los astros, y una materia pasiva, la de
todos los astros, que no poseen movimiento propio sino que
sólo son arrastrados por el movimiento de la "materia
celeste". Este dualismo material era absurdo en cuanto,
por una parte, aceptaba que un tipo de materia pudiera
mover el otro, pero, por otra, negaba de modo
implícito que pudiera haber transferencia de
movimiento
entre la materia celeste y la materia de los
astros, y de este modo Descartes conseguía que, aunque
pareciera que la Tierra tenía al menos un movimiento de
rotación, dicho movimiento quedase explicado sin necesidad
de afirmar que la Tierra se movía sino sólo
aceptando que era movida por esa materia celeste, que
sólo arrastraba a los astros, pero no les imprimía
movimiento alguno que les permitiera a continuación
moverse por sí mismos. El absurdo crecía
descaradamente cuando Descartes, a pesar de haber clasificado a
la Tierra en el conjunto de los planetas, sin embargo llega a
decir que el resto de los planetas sí que se mueven
mientras que la Tierra permanece inmóvil, aunque sí
sea arrastra por los torbellinos de materia celeste.

Lo más asombroso de esta explicación es
que Descartes no sólo había defendido la constancia
de la cantidad de movimiento sino que también había
intentado establecer ciertas leyes relacionadas con la
transferencia de movimiento de unos cuerpos a otros
–a pesar de los errores en que incurrió-, de manera
que en este punto cayó en una nueva
contradicción con respecto al principio de inercia
y en un sofisma ridículo al considerar que la materia
celeste –o éter- se movía y movía los
cuerpos celestes, mientras que éstos simplemente eran
arrastrados de manera pasiva sin que recibieran un movimiento a
partir del cual pudiera decirse que se movían por
sí mismos
en virtud del movimiento
recibido.

La creencia en la existencia de esa materia
celeste
provenía de la Astronomía
aristotélica, que consideró el éter
como una materia incorruptible de la que se componía la
realidad supralunar, tanto la de los astros como la de las
bóvedas celestes. La Astronomía actual ha desechado
la doctrina del éter, aunque no por ello considera que los
espacios interplanetarios o intergalácticos estén
vacíos, pues, de acuerdo en este punto con la
consideración cartesiana, el vacío no existe y
sólo es un nombre para hacer referencia a la ausencia
de ser
; de manera que afirmar que el vacío
existe
sería incurrir en una contradicción. En
consecuencia, ni siquiera puede contener algo así como
"espacio", en cuanto tal hipótesis supondría
considerar el espacio como una realidad en sí misma
en lugar de entenderlo como la cualidad esencial e inseparable de
la "res extensa", con la cual está necesariamente
unido.

6.7. El universo como realidad
"indefinida"

Otra doctrina cartesiana es la de que el universo es
indefinidamente extenso, pues, la suposición de que
tuviera límites, quedaría anulada en cuanto siempre
podemos concebir la existencia de espacio más allá
de esos límites, y, como el espacio vacío no existe
-puesto que el espacio es sólo la cualidad esencial de la
res extensa-, hay que reconocer que el universo material
es indefinido en extensión. Sin embargo, Descartes
considera que no se puede afirmar que sea infinito,
quizá por temor a calificarlo con una propiedad que
sería exclusiva de Dios.

En este punto Descartes, al considerar el
carácter indefinido del Universo a partir de la idea de
que no podemos suponer límites al espacio, cae en una
trampa derivada de su racionalismo y de una
incoherencia con sus propias teorías, pues del
mismo modo que acertadamente había negado la existencia
del vacío en cuanto lo contrario implicaría aceptar
la existencia de una realidad espacial sin contendido material,
por lo mismo debía haber considerado que no se puede
mezclar el espacio de la Geometría o de la imaginación
con el espacio de la realidad física, pues mientras el
primero puede pensarse como una especie de "recipiente infinito",
existente por sí mismo, en el que existiría el
Universo material, el segundo no posee una existencia sustantiva
sino sólo adjetiva, es decir, como cualidad
o atributo esencial de la res extensa. Y
así, del mismo modo que a nadie que tenga sentido
común se le ocurre hablar del movimiento como algo
existente en sí mismo sino como el movimiento de
algo
, es decir, como una propiedad que va ligada a una
realidad material, por el mismo motivo no se puede hablar
del espacio como de una realidad existente con independencia
de la materia sino como de una cualidad suya, y, por ello,
los límites del espacio deben coincidir con los del
propio Universo
.

Parece, pues, que el error de Descartes en este punto
consiste en haber mezclado el concepto geométrico
euclídeo de un espacio infinito, que sería
un concepto imaginario, independiente de la materia, con
el concepto físico, de espacio, que, como considera
el pensador francés, es una cualidad de la materia tan
limitado como la misma cantidad de materia que compone el
Universo.

Descartes, sin embargo, confunde en este punto el
espacio de la imaginación con el espacio
físico, que no tiene por qué pensarse como
infinito o como indefinido sino, por el contrario, como concreto y
limitado, por grande que pueda ser. Dicho de otro modo: El
Universo es lo que es y nada más, y, como ya decía
Parménides desde un racionalismo mucho más riguroso
que el cartesiano, el Universo es limitado, en la misma medida en
que es algo acabado y completo en sí mismo, por muy
difícil que sea imaginar sus dimensiones.

6.8. Otros aspectos de la obra cartesiana en la
Filosofía y en la Ciencia.
Objeciones y comentario

Finalmente y a pesar de las críticas realizadas,
hay que seguir reconociendo la importancia indudable del
pensamiento de Descartes tanto para el avance de la
Filosofía como para el avance de las Ciencias por diversos
motivos como son los siguientes:

a) La consideración de que la Filosofía
aristotélica o escolástica en general, tan llena de
aspectos confusos, no tenía por qué frenar ni
condicionar el progreso filosófico y
científico;

b) La idea de que, en la búsqueda de un
auténtico conocimiento, era necesario hacer
abstracción de todas las doctrinas recibidas de modo
acrítico, poniendo en duda todo lo meramente recibido sin
antes haberlo pasado por la criba de la razón, tratando de
encontrar un método seguro para no
aceptar como verdad aquello que no ofreciera las más
estrictas garantías de serlo.

Sin embargo y como ya se ha dicho, en este punto
Descartes no fue consecuente con los propósitos
anunciados, al aceptar sin el requisito de la superación
de la duda metódica, las doctrinas religiosas de la
Iglesia Católica. Igualmente, se equivocó cuando
defendió que la razón por sí sola
podía alcanzar conocimientos materiales,
más allá de los meramente lógicos,
matemáticos o analíticos, pues, a pesar de que en
algún caso su forma de proceder le condujo a algún
descubrimiento importante, especialmente en una ciencia
formal como las Matemáticas, en otras ocasiones su
racionalismo le llevó a defender teorías absurdas,
contrarias a la experiencia como consecuencia de no haber contado
con ella.

c) Su intento de construir un método
seguro para el avance del conocimiento fue realmente decisivo
para el cambio de enfoque en el estudio de los problemas
filosóficos, pero, al basarse en la razón y en la
evidencia, necesariamente subjetiva, su sistema
filosófico y científico
fue realmente
decepcionante, tanto por lo anteriormente señalado
como por aquellas otras consideraciones relacionadas con la
demostración de la existencia de Dios o por su referencia
al alma humana, considerándola independiente del cuerpo y
como inmortal. Pero, en especial, su mayor fracaso en el terreno
de la metodología fue el haber adoptado como criterio de
conocimiento la regla de la evidencia, no comprendiendo
que, a pesar de su utilidad para las
Matemáticas –en cuanto éstas, al igual que la
regla de la evidencia, se basaban en el principio de
contradicción-, dicha evidencia no podía en
ningún caso escapar de la subjetividad y
requería por ello de la ayuda inexcusable de la
experiencia, como ya en la antigüedad el propio
Aristóteles y posteriormente Ockham, Bacon, Kepler y
Galileo y otros pensadores habían comprendido.

d) La comprensión de que la razón
tiene una importancia decisiva para lograr el conocimiento de la
realidad.

Este descubrimiento había sido el origen de la
Filosofía, pero Descartes lo valoró excesiva y
excluyentemente en relación con el escaso valor que
concedió a la experiencia. Su valoración de
la razón fue tan exagerada que le llevó a la
convicción de que por su mediación podía
llegar a conocerse la existencia de Dios y a deducir desde
él una gran parte de las leyes que rigen en el Universo,
despreciando así la importancia de la experiencia. Sin
embargo, tanto el empirismo como la filosofía kantiana
señalaron que es la experiencia la que debe proporcionar
la materia del conocimiento, mientras que el entendimiento debe
proporcionar sus principios para poder entender lo que la ciega
recepción de sensaciones proporciona. De ahí que
fuera Kant quien, ayudado especialmente por las aportaciones de
Hume, corrigiese a Descartes y, desde una perspectiva integradora
del racionalismo con el empirismo, dijese que las intuiciones
empíricas sin las estructuras
intelectuales
eran ciegas, mientras que las estructuras intelectuales, sin un
contenido material al que aplicarse, eran
vacías:

"los pensamientos sin contenido son vacíos; las
intuiciones sin conceptos son ciegas. Por ello es tan necesario
hacer sensibles los conceptos (es decir, añadirles el
objeto en la intuición) como hacer inteligibles las
intuiciones (es decir, someterlas a conceptos)".

En cualquier caso el racionalismo cartesiano
influyó posteriormente de forma especialmente importante
en la Fenomenología de Husserl y en algunos de
sus continuadores, como Heidegger y Sartre.

e) El mecanicismo como doctrina científica
que propició una línea de avance científico
muy importante que sólo ha tenido cierta crisis a
partir del siglo XX. El mecanicismo introdujo la
perspectiva de que la Naturaleza funcionaba de acuerdo con leyes
estrictamente deterministas de manera que todos los
fenómenos se producían como consecuencia de
continuas interacciones causales. El aspecto negativo de esta
doctrina fue el haber degradado a los seres vivos, con
excepción del hombre, de la capacidad de tener
auténticos procesos psíquicos relacionados con el
pensamiento, los sentimientos y las diversas emociones,
considerando que sólo eran capaces de actuar como si
pensaran o como si sintieran
.

Un mecanicismo más correcto habría sido
aquel que hubiese incluido en las mismas leyes mecanicistas la
idea de que la materia era capaz de organizarse hasta el punto de
ser capaz de evolucionar y de dar lugar a la compleja serie de
estructuras biológicas que son capaces de todos estos
fenómenos en apariencia tan alejados de lo que
podrían ser las cualidades de una piedra. Ese mecanicismo
habría incluido al ser humano dentro de las mismas leyes
que rigen en todo el ámbito de la Naturaleza, sin
pretender concederle una peculiaridad tan especial como la de
poseer un principio alejado de lo material –el alma-, que a
la vez fuera capaz de manipular lo material –el cuerpo-,
salvándolo de un absoluto determinismo. Como ya se ha
dicho, fue Lamettrie quien dio posteriormente este paso decisivo
para reintegrar al hombre en la Naturaleza viéndolo como
una parte de la realidad de la Naturaleza y sometido a las mismas
leyes mecanicistas.

f) Los descubrimientos de Descartes en el terreno de las
Matemáticas y en el de la Física, de los que se ha
hablado antes, fueron relevantes, aunque también vinieron
acompañados de bastantes errores como consecuencia de su
racionalismo deductivo, que olvidaba casi siempre la
experiencia. En este punto tiene interés hacer
referencia su descubrimiento de la relación del Algebra
con la Geometría
y a su perfeccionamiento de las coordenadas introducidas
en el siglo XIV por Nicole d’Oresme, que las había
utilizado para describir de modo gráfico la
evolución de determinado tipo de fenómenos elevando
líneas de diversa longitud sobre una horizontal, de modo
que así se reflejase la mayor o menor intensidad de tales
fenómenos a lo largo de determinado tiempo.

Descartes debió de conocer la labor de Nicole
d’Oresme y avanzó en la creación de nuevos y
mejores tipos de diagramas, que en
la actualidad se conocen por ello como coordenadas
cartesianas.
Es probable que Descartes recibiera la
influencia de Nicole d’Oresme y que ésta se
extendiera también al hecho de haber utilizado el
francés como lengua en la
que expresar sus ideas, pues fue Nicole d’Oresme el primero
que, tres siglos antes, lo había utilizado como lengua
culta en la que escribir, aunque Descartes no menciona nada
acerca de estas cuestiones.

g) Desde la perspectiva racionalista, el pensador
francés negó que en sentido estricto existieran
átomos, ya que toda partícula de materia
debía ser extensa, y, si era extensa, debía ser
divisible, aún cuando no se tuvieran los medios de
dividirla físicamente. Por su parte, Kant consideró
esta cuestión como una de las antinomias de la
Razón Pura
, en cuanto se trataba de un problema que
admitía tanto una solución positiva como una
negativa, lo cual significaba que no se le podía dar una
auténtica solución, pues desde la Ciencia siempre
se debe investigar suponiendo, como afirma Descartes, que todo
cuerpo, en cuanto modo de la res extensa, es divisible por
el hecho de ser espacial, pero en cuanto las ciencias
empíricas no trabajan con meros conceptos, como
sucede con las ciencias formales, no puede aceptar el
punto de vista cartesiano, basado en la mera definición de
materia o res extensa, y, en consecuencia, no se puede
llegar a una solución definitiva de esta cuestión
porque la misma experiencia, por definición, es
incompatible con una demostración empírica
acerca del carácter infinitamente divisible de la
res extensa pues para ello requeriría de una
investigación infinita que, por ello mismo, nunca
finalizaría. O dicho de otro modo: Si se parte del
concepto de materia como realidad extensa y del concepto de lo
extenso como realidad infinitamente divisible, en tal caso el
punto de vista cartesiano es correcto por
definición
, es decir, por tratarse de una verdad
analítica
, que nada diría acerca de la
experiencia. Pero, si se pretende hacer referencia al
carácter infinitamente divisible de la materia desde una
perspectiva empírica, nos encontraremos ante una
afirmación indemostrable. En consecuencia, el
planteamiento cartesiano tiene un carácter exclusivamente
racional y analítico, y, por ello, su
conclusión es la de que la materia es infinitamente
divisible, por lo que, en sentido estricto no podrían
existir átomos como partículas
últimas teóricamente indivisibles.

6.
Conclusión: "No hay nada en todo este mundo visible o
sensible sino lo que he explicado".

Objeciones

No puede darse por terminado este trabajo sin
añadir una crítica que, aunque parezca una de las
más graves, en realidad casi podría verse como una
anécdota más en toda la serie de absurdos y
contradicciones a que se ha hecho referencia en estas
páginas. Sin embargo, se trata de una anécdota
realmente interesante para cualquier psicoanalista que tenga
interés en realizar un estudio serio acerca de este
ilustre personaje que ha gozado de tanto prestigio durante los
últimos siglos. Esta anécdota apenas requiere de
mayor comentario, pues se trata de una afirmación
cartesiana que se califica o descalifica por sí misma:
Afirma Descartes en Los Principios de la Filosofía
que

"no hay ningún fenómeno en la Naturaleza
cuya explicación haya sido omitida en este
Tratado",

y poco después, en este mismo capítulo,
añade:

"he probado que no hay nada en todo este mundo visible o
sensible sino lo que he explicado"

Es decir: El conjunto de todo lo explicado por el
señor Descartes se identifica con la explicación
del conjunto de todo los fenómenos naturales. O lo que es
lo mismo, si un supuesto fenómeno es real, en tal caso
está explicado por el señor Descartes, y, si el
señor Descartes da una explicación de algo es
porque esa explicación coincide con un fenómeno
real, mientras que si no la da es porque no existe.

Realmente monsieur Descartes fue un caso
clínico asombroso, merecedor de un estudio más
extenso y profundo acerca de su personalidad y
de las causas que pudieron influir en sus delirios tan
inefables.

La dedicación del filósofo francés
a la búsqueda del conocimiento, tanto en el ámbito
de la Filosofía como en el de la ciencia en las
Matemática, en la Física, en la Astronomía y
en la Biología hubieran sido incomparablemente más
productivas si sus circunstancias personales en el terreno
psicológico así como en el de la presión
educacional y en el de la terrible influencia negativa ejercida
en aquellos tiempos por el despotismo cruel y criminal de la
Iglesia Católica y por su nefasta Inquisición
asesina no hubieran ejercido en él una influencia tan
nociva.

Desde el lugar que ocupaba en la sociedad
cultural de su tiempo su voz resonó con fuerza, y, aunque
sus prejuicios favorables a las doctrinas de la Iglesia
Católica tuvieron una influencia muy negativa para el
progreso y contra todo ese pensamiento mítico, sin embargo
fueron especialmente los aspectos positivos de su obra los que
determinaron un importante cambio de mentalidad en la
Filosofía posterior que, una vez liberada de las cadenas
de la tradición, pudo despegar de modo imparable tanto en
el desarrollo de
la Ciencia como en la formación de toda una serie de
corrientes filosóficas que influyeron decisivamente en un
cambio revolucionario de la filosofía
moderna, liberándose del lastre de las creencias
irracionales defendidas por la Iglesia Católica y del
temor a la "Santa Inquisición", que tantos crímenes
horribles cometió en sus intentos por sofocar la libertad
en el pensamiento y en la transmisión de las
ideas.

Bibliografía:

Obras de Descartes en diversas ediciones, en
francés (Adam y Tannery) y en castellano.

Diversos estudios sobre la obra de Descartes así
como sobre los puntos de vista de otros autores acerca de la
filosofía cartesiana, como los señalados en las
notas correspondientes.

En cualquier caso, quiero indicar, que con la
excepción de los datos biográficos,
extraídos de diversas obras, la discusión acerca de
los puntos de vista cartesianos es fruto de una reflexión
personal,
ayudada de planteamientos de algunos otros autores que en su
momento criticaron  de manera directa o indirecta diversos
planteamientos de la obra cartesiana. Las referencias a estos
otros críticos aparece en las citas
correspondientes.

Biografía autor.- Licenciado en
Filosofía en 1969, Universidad de
Valencia. Profesor
ayudante y bercario de Investigación durante los cursos
1969-70, 70-71 y 71-72. Catedrático de Filosofía de
Instituto en 1976. Director del Instituto "Francesc Gil" de
Canals, cursos 1990-91 y 1991-92; Doctor en Filosofía
(apto "cum laude") en 1995. Publicaciones: Libros:
Determinismo y ética,
1981, Valencia; El determionismo de la acciónen
Aristóteles, 1995, Valencia; El empirismo kantiano (de
Fernando Montero, obra en la que figuro como colaborador, 1972,
Valencia). Artículos Sobre Aristóteles, Kant,
Nietzsche,
Piaget y
Chomsky; y otros diversos artículos en el
periódico Levante (Valencia) y en diversas revistas de
Filosofía.

5. España,
Valencia, finalizado el trabajo en
este mismo año 2008.

Dedicado a mi mujer,
Eugenia,

y

a mis hijos

Daniel Antonio, Pablo, Merche, Beatriz y
Azahara

 

Antonio García Ninet

Doctor en Filosofía

2008

Partes: 1, 2, 3, 4, 5
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