La educación es el punto en el cual
decidimos si amamos al mundo lo suficiente como para asumir una
responsabilidad por él y de esa manera
salvarlo de la ruina inevitable que sobrevendría si no
apareciera lo nuevo, lo joven.
(Hannah Arendt)
Pregunté a mi clase
secundaria si alguien había pensado estudiar la carrera
docente. El "no" general como respuesta fue fundamentado abierta
y directamente. Sin anestesia. Sin reparar siquiera en el que
preguntaba; que padecía, precisamente, de esa "terrible
enfermedad vocacional" (de ser docente). "Reciben bajos salarios", tienen
que hacerse cargo de los problemas de
los alumnos", "tienen que tomar muchas horas para sobrevivir",
"tienen que enfrentar la indisciplina de los alumnos", "tienen
que…". Tantos "tienen" colmaron mi cuota y algo en mi interior
se desmoronó hasta el abismo del "que hago aquí
entonces": un precipicio duro de salvar.
Ese mismo día me puse a investigar.
Racionalizando conductas podría aliviar mi
momentánea tendencia a bajar los umbrales de
frustración. Teorías
psicológicas mediante intentaba conformarme. Todo en
vano. ¿Como terminó todo? No estoy muy seguro. Creo que
escribiendo estos pensamientos desordenados.
Lo seguro fue esta conclusión: el rol del docente
esta actualmente muy desvalorizado. Si, ya se que no
descubrí la pólvora, pero reduccionismo mediante,
fue la razón más evidente que halle para explicar
por qué mis alumnos ponían una cara despectiva
cuando les mencionaba la carrera docente.
¿Cómo llegué a esta
conclusión? Debo admitir que no fue fácil:
trataré de ser breve. Pero deben tener paciencia porque
debo ir al principio.
Existe un estado
denominado "malestar docente", causado por los factores negativos
que afectan al docente y son el resultado de las condiciones
"tipológicas y sociales" en que se ejerce la docencia. La
relación docente-alumno y docente-directivo, la violencia en
las instituciones
educativas, la carga de actividades, sumadas al contexto global,
al imaginario social sobre los docentes y las
funciones que
la sociedad ha
delegado en el sistema
educativo aparecen como los factores determinantes del
malestar docente. Este malestar se evidencia con una gradualidad
que depende de la manera particular como los factores
interrelacionan con la
personalidad y con la historia personal de cada
docente.
Una maestra me relataba sus peripecias para lograr
que sus alumnos no dejaran de asistir a clases. Conseguir algunas
zapatillas, artículos escolares básicos, escuchar y
atender problemas familiares o procurar comida para sus alumnos
eran tareas que realizaba mientras intentaba
alfabetizarlos.
Según los investigadores la cantidad de tareas y
responsabilidades que se le exigen al docente – muchas
veces sin contar con los recursos
necesarios – lo "obligan" a realizarlas mal. Profesionalmente el
inicio del penoso trayecto de descrédito
progresivo.
Esta delegación de tareas en el sistema educativo
– y por ende también en el docente – va concibiendo la
inespecialización de su rol. En efecto, mientras otras
profesiones caminan socialmente hacia el prestigio y
académicamente hacia la especialización, la
profesión docente se hunde en un mar de confusos y
desdibujados roles asignados compulsivamente.
Hace un tiempo, la
madre de un alumno me pidió que la ayudara como docente a
averiguar por qué su hijo se mostraba apático, no
sólo ante el estudio sino también dentro de los
circuitos
normales de comunicación familiar. "No se que hacer con
él, le saqué el club y todo lo que más le
gusta para que estudie, pero nada" Pretendía que yo le
diera una receta, desde mi rol docente, para solucionar su
problema de manera rápida y sencilla.
Se ha observado en las últimas décadas
algunos hechos y procesos que
han contribuido a este estado de cosas. Los agentes que
tradicionalmente participaban de los procesos de socialización se han transformado y han
abandonado, en muchos casos, estas tareas en manos de las
instituciones educativas. Éstas, además, han
perdido la hegemonía en la transmisión de saberes
culturales y científicos ante el avance de otros agentes
asistemáticos como los medios de
comunicación. En este sentido cabe mencionar la
caducidad de una necesaria coincidencia axiológica que la
escuela
mantenía otrora con la sociedad, dando lugar, actualmente,
a un "proceso de
socialización conflictivo y divergente". La escuela y la
sociedad promueven distintos valores,
distintos enfoques, distintas normas en la
formación del mismo sujeto social.
Preocupado por las actitudes
agresivas que un alumno demostraba con respecto a sus
compañeros de clase, cite a sus padres para charlar sobre
el tema. Después de explicarle con detalles lo que
ocurría y de ofrecerme a colaborar en un trabajo
conjunto para tratar el problema fomentando en el alumno
conductas más humanas, el padre con desparpajo me comenta;
Ah! ¡Yo siempre le digo que se defienda! Cuando yo era
chico hacia lo mismo, si me decían algo se las daba" En
ese punto considere que era oportuno dar por finalizada la
reunión.
Ahora bien, ¿cuál debería ser la
tarea específica de la escuela? Al pensar de F. Savater,
una doble tarea le corresponde a los docentes y a la escuela:
procurar la formación básica de de la conciencia
moral de los
niños y
suscitar la disposición anímica para someterse al
esfuerzo de aprendizaje. Los
dos aspectos constituyen un serio desafío para la escuela
sobre todo cuando las aulas parecen botes que viajan en
contracorriente. El contexto social arrastra a todos directamente
al mar de la mediocridad y el aula parece una
isla.
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