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Elogio de la inutilidad ¿Para qué "sirve" la Filosofía? (página 2)




Enviado por Ricardo Peter



Partes: 1, 2

Quienes pretenden que la Filosofía sea
útil no buscan otra cosa que degradarla. Es el caso de la
criada de Tales de la ciudad de Mileto, capital de
Jonia, comarca del Asia Menor, donde
también nacieron, entre otros, Homero,
Anacreonte, Anaximandro y Anaxímenes, personajes que
sobreviven a la demolición de la historia. Pues bien, la
criada de Tales se burlaba de él porque un día
caminando con los ojos fijos en las estrellas, no vio el pozo en
que cayó. A este propósito Tracia, la sierva,
comentó: "quiere saber qué hay en el cielo y no ve
lo que hay bajo sus pies". El nombre de Tracia llegó hasta
nuestros días únicamente porque
servía a un filósofo, pero Tales, en
cambio, es
inmortal a pesar de haber caído en el pozo. Su
dedicación a la Filosofía aumentó nuestro
conocimiento
del mundo y, como advierte Karl Popper:
"Hay al menos un problema filosófico en el que
están interesadas todas las personas que piensan. Se trata
del problema de entender el mundo en que vivimos y por
consiguiente, a nosotros mismos (pues somos parte del mundo) y al
conocimiento que de él tenemos".

El objeto de la Filosofía no es pues mangonear el
mundo, tener poder sobre
él, empuñarlo.

Si bien es cierto que la Filosofía no "sirve", no
significa que no desempeñe un papel esencial en la vida.
Si el objeto de la poesía
es inventar el mundo y el de la ciencia es
observarlo, clasificarlo y adueñarse de él, el de
la Filosofía es contemplarlo.

Esto no significa que contemplar sea una forma de
pasividad. La Filosofía es ante todo una actividad
agónica. El filósofo es un "homo ludens",
para usar una expresión de Hüizinga. Contemplar no es
quedarse pasmado, lelo, atontado. En todo caso, esta es la
actividad del majadero.

Contemplar es descubrir, admirar y mimar algo, acciones
lúdicas, en el más noble sentido de la palabra,
vale decir no sólo de juego, sino de
celebración, y diversión. Es claro que el juego al
que aquí aludimos acontece en la subjetividad del
filósofo, entre la realidad y las ideas audaces que se
forman en su mente acerca de la realidad. Ideas y teorías
que el filósofo celebra en su mismo nacimiento y que lo
conducen a recrearse de sus conocimientos, sentido
etimológico de la palabra divertirse, porque, al fin y al
cabo, el conocimiento
científico no escapa al carácter de conjetura y en cuanto tal puede
impugnarse y por lo tanto recrearse, gracias a la
filosofía.

Así resulta que Parménides para quien la
realidad es siempre la misma, confutó a Heráclito, para quien todo cambia (panta
rhei) igual que un río; el aristotelismo es la replica del
platonismo, el realismo o
empirismo ha
enfrentado a través de los tiempos el dragón del
idealismo, el
sensualismo de Epicuro ha enfrentado el intelectualismo de
Leibnitz, el
antipositivismo de la Escuela de
Frankfurt ha combatido la estrechez del positivismo
del Círculo de Viena y así sucesivamente por los
siglos de los siglos. Amén. Pero esta es la manera como la
sabiduría se abre paso: abatiendo "verdades", pues para el
filósofo la verdad definitiva e indiscutible es una
tentación y una caída que deriva del hecho de
exaltar las propias razones.

Contemplar es como recibir una sacudida y vivir una
especie de revolución. Ninguna computadora
podrá jamás convulsionarse como el hombre ante
la fascinante idea del origen del mundo o la realidad del
infinito. (Ni menos que se diga, ante el abrirse de una rosa, el
vuelo de un colibrí o ante un buen chiste).

Contemplar es quedar arrebatado por un "objeto", la
verdad, la belleza, el bien, que se coloca como algo sagrado,
enteramente vivo, dentro del alma del
filósofo. La contemplación es estética. De aquí que todo acto de
contemplación es un texto de
filosofía indescriptible. La contemplación cancela
la distancia entre ese objeto y el sujeto (que para nuestro caso
es el filósofo) y da lugar a un acontecimiento
único: el asombro.

Según Aristóteles el asombro o la capacidad de
maravillarse fue el inicio de la Filosofía. El
filósofo queda literalmente envuelto por el estupor. Una
actividad poco rentable parece ser el germen de la
sabiduría.

Ese fenómeno llamado asombro es la exacta
actitud
contraria de la computadora
y es la exacta actitud del creador, que como Dios, o como el
poeta y el filósofo, se aventuran en el misterio del ser.
Aunque cada uno por su propia cuenta.

La poesía busca con ímpetu la
inspiración para vivir. Se arroja sobre lo imperfecto de
la realidad y deja ver la belleza que se encierra dentro de las
cosas afectadas por el mal de lo efímero. El poeta toma
partido por la fabulación de lo perecedero hasta el punto
de volver inmortal una mirada, una flor o un beso. Tal vez si
conociéramos las musas de carne y hueso de muchos poetas
distinguiríamos entre lo prosaico de quien sirve de
inspiración y lo sublime del canto. La poesía
rehace las cosas de nuevo.

En cambio, el quehacer filosófico no es un
estimulante como la poesía. El filósofo se ocupa y
se adentra en lo extraño y desconocido, no para
encantarlo, sino para dejarse interrogar. Para instalarse en la
pregunta. Para viajar hacia el misterio, que es una aventura
hacia el interior del ser, porque el filosofo sabe que aunque
podemos soportar todo tipo de soluciones, no
podemos vivir sin problemas,
pues, como decía Unamuno, lo más
problemático de todo problema es la
solución.

La Filosofía suscita estupor y maravilla
ahí donde la mente científica aprecia un
fenómeno, lo domestica a través de sus leyes, lo cotiza,
lo envasa y lo lanza al mercado bajo el
ropaje del último artefacto técnico. De aquí
que el estupor que produce la contemplación sea
conditio sine qua non de la Filosofía.

La Filosofía es inútil y esto es acaso lo
que la hace apta para el cambio, social e individual. Por esto la
Filosofía puede ser más poderosa que las armas y
más revolucionaria que las guerrillas. Primero se gestan
las filosofías y luego las revoluciones.

La Filosofía tiene pues un puesto importante en
la existencia porque sirve para ella misma, para sus propios
fines. Y siendo libre de todo tipo de servidumbre (poder, fama,
prestigio), de su contemplación desinteresada de la verdad
surge su capacidad para romper esquemas y hacer sujetos libres de
los prejuicios de sus propias teorías, suposiciones y
supuestos científicos.

La ciencia por su
propia constitución vuelve lo misterioso
desconocido y lo desconocido extraño y lo extraño
desentrañable. De esta manera la ciencia termina quitando
a lo desconocido su interés
arcano. La tecnología termina a
su vez convirtiéndolo en un folleto de instrucciones para
que pueda comprarse, utilizarse y después desecharse. Con
esta lógica,
las Pentium Uno
quedaron anuladas por las Pentium Dos y las Pentium Dos quedaron
obsoletas con las Pentium Tres y las Pentium Tres quedaron
ridiculizadas por las Pentium Cuatro y mañana, antes de
que suene el despertador, las Pentium Cuatro se volverán
reliquias por la aparición de la nueva Pentium y
así los criterios tecnológicos de hoy serán
desechados por los criterios tecnológicos de hoy por la
tarde. En fin, puedo estar seguro que antes
de ir a dormir la tecnología habrá vuelto
inútil algo que ayer calificó como
útil.

La ciencia es la garantía de que ningún
misterio conservará su secreto. Los astronautas
arrebataron la luna a los poetas, y la genética a
través de la
clonación y de la manipulación del genoma
humano puede arrancar de las Isoldas, Eloísas, Beatrices,
Julietas y Dulcineas de todos los tiempos su imparagonable
encanto. Con el riesgo,
además, de que el desciframiento del genoma humano genere,
no sólo la clonación de seres superiores, hermosos y
sanos, sino, por la misma razón, una nueva forma de
injusticia y discriminación racial.

La ciencia ha logrado arrinconar el misterio de la
realidad y ésta, por ende, es cada vez menos asombrosa y
cada vez se vuelve más verificable, pero también
más insulsa. Pues al perder su misterio la realidad pierde
su fascinación. Ya no hay nada que admirar. Pero para
cuando el misterio cae en descrédito, el crédito
se adjudica a las cosas que se "saben". Los nuevos sacerdotes y
los nuevos chamanes, estilo Bill Gates,
son los que detentan ese saber. Se trata de un saber que no tiene
tiempo para
afectar el corazón
del hombre, pues
caduca apenas se dicta.

En cambio, lo que siempre atrae de la Filosofía
es que su interés por comprender lo que no se sabe y no se
puede llegar a saber afecta siempre al hombre, pues como afirma
Susanne Langer, "su función no
es aumentar el
conocimiento de la naturaleza,
sino nuestra comprensión de lo que sabemos". La
Filosofía no caduca porque mantiene viva la inquietud por
lo que no sabe.

El filósofo, como profesional de la
contemplación, no se avergüenza de la ignorancia,
antes bien hace acopio de ella porque la verdad es un objeto
perpetuamente perseguido. A diferencia del pedante que detesta la
ignorancia, el filosofo le da validez. La ignorancia es el
único remedio contra la fatuidad. De aquí que el
filósofo se sirva de la ignorancia como peldaño
hacia la verdad. Plantear preguntas es una especie de oficio para
el filosofo. Es la forma de mantenerse abierto, en tensión
hacia el terreno de la sabiduría. Como bien señala
Savater: "Lo mejor del mejor saber es que descubre nuevas y
fascinantes parcelas de ignorancia", como es el caso del
filósofo.

Debemos también añadir que la
Filosofía es un ejercicio de cara a la belleza y a la
felicidad, "áreas" que engloban lo que la mayoría
de los hombres quieren y buscan.

No se trata de una belleza cursi, de cirugía
plástica, como la que aparece en las revistas ¡Hola!
o Vogue, sino de una belleza que está más
allá de los escaparates y de la puerilidad de las
modas.

El ser humano exige una belleza que confine con lo
inefable y una felicidad que constituya la sazón de la
vida. Es obvio que la belleza y la felicidad así
entendidas tienen poca utilidad, pues no
pueden controlarse o manejarse como cualquier objeto. Mucho, en
efecto, de lo que la gente trueca por belleza y felicidad tiene
que ver con la industria
cosmética o dietética o con el
narco-entretenimiento, no con la belleza o felicidad como tales.
La belleza y la felicidad sólo existen dentro de la
búsqueda, son el contenido de la
búsqueda.

La belleza y la felicidad residen en lo que no sabemos
de nosotros ni de los otros. En lo misterioso y
enigmático. Lo que no sabemos de la vida (otra vez el
asunto de la "ignorancia docta", como diría Boecio) no
echa por tierra la
belleza o la felicidad. Y muchas veces puede suceder que la
belleza y la felicidad están en el interior de uno mismo o
en intuir la bondad fundamental de la vida misma. Así pues
es como funciona la Filosofía: devolviendo con gracia el
enigma a la realidad que la ciencia institucionalizada arrebata
abusivamente.

Hablar de Filosofía es hablar de buen gusto.
Pero, además, es hablar de apetito, de algo exquisito y
refinado y no de tragadero que es una necesidad puramente
fisiológica. La Filosofía es como la "Cena de
Babette", un acto sagrado, pues la Filosofía, en sus
mismas raíces alude a la amistad con el
saber, no con el mero conocimiento que puede volver un acto de
canibalismo, voracidad pura, como acontece en la Era de la
informática. Las personas se convierten en
huecos repletos de noticias. Pero
T. S. Eliot nos
sacude a tiempo con su pregunta: "¿Dónde
está la sabiduría que hemos perdido en el
conocimiento?" Ello quiere decir que cuando se privilegia la
información, se atrofia la
sabiduría.

Cuando perdemos el sentido de la Filosofía lo que
en realidad hemos perdido es el sentido por el buen gusto, y no
sólo por el saber. Los que se suicidan no sólo no
tienen buen gusto, sino que carecen también de amor a la
Filosofía ya que la Filosofía como tal es
sabiduría y como sostiene Spinoza "toda sabiduría
es sabiduría de vida" (Ética). Lo que no
pertenece a la Filosofía no pertenece a la vida. Cuando
perdemos el sentido de la vida hemos perdido también el
sentido de la Filosofía y cuando perdemos el gusto por la
Filosofía, lo que en realidad hemos perdido es el gusto
por la elegancia de vivir, que es la cosa verdaderamente
útil que nos deberíamos conceder. Pero,
¿cómo recuperar el gusto por la Filosofía si
la gente se hastía porque no sabe cómo llenar su
vida cuando le toca esperar un minuto?

 

Dr. Ricardo Peter

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