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Persecución religiosa en México "La Epopeya Cristera" (página 3)



Partes: 1, 2, 3

e. Consecuencias

El 27 de junio de 1929, días
después de los Arreglos logrados sobre todo por los
masones Morrow y Portes Gil, la masonería dio un gran
banquete al presidente Portes Gil, el cual a los postres
habló «a sus reverendos hermanos: "Mientras el
clero fue rebelde a las Instituciones
y a las Leyes, el
Gobierno de
la
República estuvo en el deber de combatirlo
(…)
Ahora, queridos hermanos, el clero ha reconocido plenamente al
Estado. Y ha
declarado sin tapujos: que se somete estrictamente a las Leyes. Y
yo no podía negar a los católicos el derecho que
tienen de someterse a las Leyes
(…) La lucha sin embargo
es eterna. La lucha se inició hace veinte siglos. Yo
protesto ante la masonería que, mientras yo esté en
el Gobierno, se cumplirá estrictamente con esa
legislación.
(…) En México,
el Estado y la
masonería, en los últimos años, han sido una
misma cosa: dos entidades que marchan aparejadas, porque los
hombres que en los últimos años han estado en el
poder, han
sabido siempre solidarizarse con los principios
revolucionarios de la masonería".

El 30 de Junio de 1929 se abrieron nuevamente los
templos. Cuando los cristeros que habían tomado las
armas
aceptaron deponerlas, por obediencia, ante la reanudación
de las actividades de culto, se puso fin a la llamada guerra
cristera; e
l Jefe supremo de la Guardia Nacional, Gral
Jesús Degollado Guízar, ordenó el
licenciamiento del ejército, unos cincuenta mil hombres.
El ejército cristero no había sido derrotado sino,
vendido en la mesa de las negociaciones. Cerca de catorce mil
cristeros se presentaron a las autoridades militares por
salvoconductos, entregando las armas; otros las ocultaron y no se
presentaron y muchos más huyeron de sus
regiones.

No obstante, apenas desarmados, muchos fueron asesinados
por orden de las autoridades locales; la cifra es de 1.500
víctimas
, de las cuales 500 jefes, desde el
grado de teniente al de general. Así cayeron asesinados el
P. Aristeo Pedroza, jefe de la Brigada de Los Altos, el 3 de
julio
; Pedro Quintanar, jefe de Zacatecas, Porfirio
Mallorquín; Carlos Bouquet, jefe del Sur; los generales y
coroneles Vicente Cueva, Lorenzo Arreola, José
María Gutiérrez Beltrán, Gabino
Álvarez Barajas, Francisco Sánchez
Hernández, Feliciano Flores, Victoriano Damián,
Rogaciano Aldama, Andrés Salazar, los tres hermanos de
Pedro Sandoval, Félix Ramírez y
Casimiro Sepúlveda; los presbíteros José
Lezama y Epifanio Madrigal; el general Luis Alcorta y el
ingeniero José González Pacheco, de la ACJM.
Sin duda son aplicables las palabras de San Marcos 13,9.
13
: "Pero vosotros mirad por vosotros; os
entregarán a los tribunales, seréis azotados en las
sinagogas y compareceréis ante gobernantes y reyes por mi
causa, para que deis testimonio ante ellos.
Y
seréis odiados de todos por causa de mi nombre, pero el
que persevere hasta el fin, ése se
salvara".

Los responsables de los "arreglos"
recibían dignidades especiales: Mons. Leopoldo Ruiz y
Flores fue nombrado Delegado Apostólico en
México
, y Mons. Pascual Díaz y Barreto,
Arzobispo Primado de México.

Se procedió a disolver a la Liga, a las
Brigadas Femeninas, a la Unión de Damas
Católicas
y a la AJCM. El P. Miranda –futuro
cardenal de México
-, fue el encargado de quemar el
archivo de las
BB, en tanto el archivo de la Liga fue destruido por otro
secretario de Mons. Díaz y Barreto, Juan
Lainé. A Mons. Dávila Garibi se le encomendó
la quema del archivo del Arzobispo de Guadalajara, Mons.
Orozco y Jiménez; siendo Arzobispo de Guadalajara en
1968
, declaró: "Fueron peores los cristeros que los
del gobierno. ¡Qué desorden! Al menos los de la
Federación eran gentes de orden
". Mons. Orozco,
el único obispo que permaneció con sus fieles en el
campo, fue invitado a abandonar el país; se les
impidió regresar a Mons. González y Valencia y a
Mons. José de Jesús Manriquez y Zárate
celebérrimo primer Obispo de Huejutla, preso un
año en Pachuca y diecisiete en el
destierro
-.

El 26 de diciembre de 1931, por decreto
gubernamental
, se reducen a 25 el número de sacerdotes
que podían oficiar en el Distrito Federal, y a uno
sólo, el Arzobispo, en la Catedral.

El 29 de septiembre de 1932, SS Pío XI,
envía una nueva Encíclica: "Acerba Animi";
es una prolongación de la Carta
"Iniquis affictisque".
Dirigida al episcopado mejicano, recoge el modus vivendi
establecido en el año 1929 entre la Santa Sede y la
República de Méjico y la inmediata
trasgresión de este convenio por parte del Gobierno de la
República. Desde el punto de vista histórico,
presenta una identidad casi
completa de la encíclica citada. Pero temáticamente
ofrece el desarrollo de
una distinción luminosa entre la aceptación
positiva-siempre ilícita-de una ley persecutoria
y la mera tolerancia
material de las cláusulas de esta ley. Desde este punto de
vista del contenido, ofrece también la encíclica
una enseñanza de particular interés:
las normas de
conducta
práctica -aplicación de los principios-, deben
conformarse con la diversidad variable de las circunstancias
concretas del medio con que se aplican. Es erróneo e
injusto ver una contradicción entre normas distintas, cuya
diversidad está dada por las diferencias locales del medio
en que deben recibir aplicaciones empíricas los principios
permanentes. "La hora actual del
catolicismo en Méjico
, recordaba SS
Pío XI en la encíclica
"Iniquis affictisque",
es la hora obscura del poder de las tinieblas, provocada por
el esfuerzo mancomunado del recrudecimiento de la barbarie y la
persecución de la Iglesia,
agentes simultáneos, cuya causa reside en las doctrinas
subversivas del orden social y político, que se propagan,
gracias a la connivencia responsable de los gobiernos, como
virus mortal
del estado".
Esto provocó la expulsión del
delegado apostólico.

f. La Segunda

Los asesinatos de cristeros, después de los
"Arreglos", iban provocando nuevamente descontento en el pueblo y
fue en 1934 cuando se produjo un nuevo levantamiento,
conocido como "La Segunda" que fue en menos proporción y
se dio en los estados de Colima, Zacatecas y Durango; la Iglesia
tuvo que intervenir para evitar más derramamientos de
sangre.

Dirigidos por sus coroneles supervivientes: Florencio
Estrada, Trinidad Mora, Federico Vázquez, Lauro Rocha,
Ramón Aguilar, Rubén Guisar, bajo el mando del
general Aurelio Acevedo, a fines de 1935 "La Segunda" se
había extendido a 15 estados y contaba con unos
7.500 hombres. Poco a poco fue perdiendo fuerza: en
1935, los indios mayos de Sonora, dirigidos por
Luis Ibarra, deponen su actitud; en
1936, los cristeros de Veracruz y de Oaxaca se
retiraron, y caen los principales jefes: Lauro Rocha,
Ramón Aguilar, José Velazco, Florencio Estrada,
Martín Díaz, Trinidad Mora y David
Rodríguez; en 1938, los de la sierra del norte de
Puebla, Nayarit, Morelos, Michoacán, Aguascalientes
y Sierra Gorda; en 1940, los de los cañones
de Zacatecas y Jalisco, como los de los Agustinos en
Guanajato
; en 1941 se rinde el último jefe
cristero, Federico Vázquez, en Durango.

g. Situación
posterior

En 1935, Mons. Díaz y Barreto se lamentaba
por la muerte de
la iglesia mexicana.

El 28 de marzo de 1937, SS Pío XI
envió la Encíclica "Firmissimam Constantiam"
al Episcopado mexicano sobre la situación religiosa.
Destaca el heroísmo de los católicos y los estragos
de la persecución; los méritos de los
católicos en su resistencia al
mal, la práctica de la vida cristiana y la franca
profesión de fe; la responsabilidad del clero; la necesidad e
importancia de la Acción
Católica; la primacía de la formación
espiritual; la sumisión a la Jerarquía. La actitud
del gobierno se fue suavizando hasta 1938 aproximadamente;
cambiaron los ideales revolucionarios por los comunistas y
ateos.

En 1993 el gobierno de México concedió a
la Iglesia un precario reconocimiento legal como
asociación religiosa, y reestableció sus relaciones
diplomáticas con la Santa Sede.

4.
Beatificación y canonización de mártires de
la Persecución Religiosa

a.
Introducción

Señala el Catecismo de la Iglesia
Católica
que:" El martirio es el supremo
testimonio de la verdad de la fe; designa un testimonio que
llega hasta la muerte. El mártir da testimonio de
Cristo, muerto y resucitado, al cual está unido por la
caridad".

Una vez suspendido el culto en México el 31
de julio de 1926
, la inmensa mayoría del clero, unos
3.500 sacerdotes, obedeciendo a sus Obispos, se fue recogiendo
en las grandes ciudades, controladas por el gobierno, con lo
que los civiles y combatientes del campo quedaban sin pastores.
Estos sacerdotes, aunque sujetos a estricta vigilancia y en
ocasiones a vejaciones, no corrieron normalmente peligro de
muerte. Por el contrario, los sacerdotes que permanecieron en
el campo, lo hicieron con gravísimo riesgo, conscientes
de que si eran apresados, serían ejecutados, muchas
veces con sadismo, ya que el gobierno pensaba que fusilando sin
compasión a todo sacerdote cogido en el campo, obligaba
a los demás, aterrorizados, a refugiarse en la ciudad, y
esperaba así que dejando a los campesinos sin
sacerdotes, sofocaría rápidamente la
rebelión. Se calcula que cien o doscientos permanecieron
en el campo, escondidos con la protección de los fieles,
que en muchos casos fueron también ejecutados por darles
cobijo.

En relación a los sacerdotes diocesanos
mártires, SS Juan Pablo II señaló el 22
de noviembre de 1992
: (…) "su entrega al Señor
y a la Iglesia era tan firme que, aun teniendo la posibilidad
de ausentarse de sus comunidades durante el conflicto armado,
decidieron, a ejemplo del Buen Pastor, permanecer entre los
suyos para no privarlos de la Eucaristía, de la palabra
de Dios y del cuidado pastoral. Lejos de todos ellos encender o
avivar sentimientos que enfrentaran a hermanos contra hermanos.
Al contrario, en la medida de sus posibilidades procuraron ser
agentes de perdón y
reconciliación"
.

b. Padre Miguel Agustín
Pro

El padre jesuita Miguel Agustín Pro
Juárez
, fue beatificado por el SS Juan Pablo II, el
25 de septiembre de 1988. Él estaba en la ciudad
de México, por orden de sus superiores,
dedicándose ocultamente al apostolado.

Con ocasión de un atentado contra el presidente
Obregón, sucedido el 13 de noviembre de 1927,
fueron apresados y ejecutados los autores del golpe, y con
ellos fueron también fusilados el Padre Pro y su hermano
Humberto, que eran inocentes, el 23 de noviembre de
1927
.

Camino al lugar de fusilamiento uno de los agentes le
preguntó si le perdonaba. El Padre le respondió:
"No solo te perdono, sino que te estoy sumamente
agradecido"
. Le dijeron que expusiera su último
deseo. El Padre Pro dijo: "Yo soy absolutamente ajeno a este
asunto… Niego terminantemente haber tenido alguna
participación en el complot". "Quiero que me dejen unos
momentos para rezar y encomendarme al Señor"
. Se
arrodilló y dijo, entre otras cosas: "Señor,
Tú sabes que soy inocente. Perdono de corazón a
mis enemigos".
Antes de recibir la descarga, el P. Pro
oró por sus verdugos: "Dios tenga compasión de
ustedes";
y, también los bendijo: "Que Dios los
bendiga".
Extendió los brazos en cruz. Tenía
el Rosario en una mano y el Crucifijo en la otra.
Exclamó: "¡Viva Cristo Rey!". Esas fueron
sus últimas palabras, mientras una descarga
ensordecedora ahoga su voz Enseguida, un oficial con un
máuser, le dio el tiro de gracia.

Años después los restos del Beato
Miguel Pro
fueron trasladados a la parroquia de la Sagrada
Familia de la Colonia Roma. Todavía en el cráneo
podían verse los orificios de los tiros de gracia dados
en su ejecución. Y una parte pequeña de sus
huesos se depositó debajo del altar mayor de la
Basílica de Guadalupe.

    1. Oración

    Venerable Padre Pro, que supiste
    vivir tu vocación en las mas difíciles
    circunstancias, ayúdanos con tu intercesión a
    ser católicos valientes y no ceder ante la
    tentaciones de este mundo. Que nuestra vida, como la tuya,
    de mucho fruto para gloria de Dios y el bien de las
    almas.
    Amén.

    c. Beato Elías del
    Socorro Nieves

    El padre Elías del Socorro Nieves, de 44
    años, se niega a abandonar a sus gentes, que en las
    laderas del Culiacán perderán su asistencia
    espiritual. El religioso se escondió en una cueva de
    la montaña. En los momentos en los que
    preveía la ausencia de los federales bajaba a su
    pueblo para celebrar la Eucaristía y administrar los
    sacramentos. Expresaba: "Todo sacerdote que predica la
    Palabra de Dios en tiempo
    de persecución, no tiene escapatoria, morirá
    como Jesucristo en la Cruz, con las manos
    atadas".

    Pero una mañana, después de haber
    sobrellevado esta terrible vida durante 14 meses, se
    cruzó con un destacamento de soldados, le detuvieron
    inmediatamente y le sometieron a un interrogatorio que fue
    muy breve, pues el padre Elías confesó
    inmediatamente su crimen: ser sacerdote. Le llevaron a La
    Cañada, donde la población recibió con terror
    la noticia. Uno de los campesinos parroquianos
    comenzó a tratar con el ejército su
    liberación. Estaban dispuestos a aceptar cualquier
    condición. Pero el padre Elías se negó
    rotundamente. Mientras estaba en prisión,
    aprovechó para hablar sobre las grandes preguntas de
    la existencia humana con dos oficiales. Uno de ellos
    había manifestado en público su deseo de
    comer "cueritos de cura".

    La mañana del 10 de marzo de 1928,
    militares y prisioneros se pusieron en camino en dirección del pequeño centro
    urbano de Cortázar, del que dependía La
    Cañada. En la primera etapa, el capitán,
    frente al pelotón, dio la orden de fusilar a los dos
    acompañantes del padre, quienes después de
    haberse confesado con él, murieron gritando
    "¡Viva Cristo Rey!". En la etapa sucesiva, a los pies
    de un frondoso árbol, cuando ya quedaba poco para
    llegar a Cortázar, el capitán se
    dirigió hacia el padre Elías
    diciéndole: "Ahora le toca a usted. Vamos a ver si
    morir es como decir Misa". El religioso respondió:
    "Has dicho la verdad, pues morir por la religión es un sacrificio grato a
    Dios". Pidió un momento de recogimiento y
    después entregó su reloj al capitán,
    dio la bendición a los soldados que se arrodillaron
    para recibirla, y comenzó a rezar el acto de fe
    mientras al fondo se escuchaba el ruido de
    las armas que se preparaban para disparar. Sus
    últimas palabras también fueron: "¡Viva
    Cristo Rey!".

    Fue beatificado por el Papa Juan Pablo II el 12 de
    octubre de 1997.

    d. Padre Cristóbal
    Magallanes y compañeros
    mártires

    "La solemnidad de hoy [Cristo
    Rey]
    , destacaba SS Juan Pablo II en
    la ceremonia de beatificación de veintidós
    sacerdotes diocesanos y laicos, el 22 de noviembre de
    1992, instituida por el Papa Pío XI precisamente
    cuando más arreciaba la persecución religiosa
    de México, penetró muy hondo en aquellas
    comunidades eclesiales y dio una fuerza particular a estos
    mártires, de manera que al morir muchos
    gritaban
    : ¡Viva Cristo Rey!" (…)
    "Mediante la sangre de su cruz", también ellos
    dieron testimonio de que Cristo es rey y proclamaron su
    reino en toda su patria, que en ese tiempo se hallaba
    sometida a prueba por una persecución sangrienta.
    Durante las duras pruebas
    que Dios permitió que experimentara su Iglesia en
    México, hace ya algunas décadas, estos
    mártires supieron permanecer fieles al Señor,
    a sus comunidades eclesiales y a la larga tradición
    católica del pueblo mexicano. Con fe inquebrantable
    reconocieron como único soberano a Jesucristo,
    porque con viva esperanza aguardaban un tiempo en el que
    volviera a la nación mexicana la unidad de sus
    hijos y de sus familias. Características de los
    beatificados: Antes de la persecución una
    expresión de ejemplar vida sacerdotal y eclesial;
    amor a
    la Eucaristía; y devoción a la Virgen de
    Guadalupe".

    El pasado 21 de Mayo de 2000, fueron
    canonizados estos mártires. Escenas de gran caridad,
    paciencia y hasta humor marcaron el heroísmo
    sencillo y generoso con el que los mártires
    mexicanos canonizados por SS Juan Pablo II entregaron su
    vida durante la brutal "persecución
    religiosa".

    El recuento de los hechos deja aún hoy una
    poderosa lección de fe, sencillez y valentía
    cristiana: en 1915: P. David Galván
    Bermúdez
    , en la persecución de Carranza
    (30-1); en 1926: P. Luis Batis Sainz, y con
    él tres feligreses de la Acción
    Católica, Manuel Morales, casado, Salvador
    Lara Puente
    , y su primo David Roldán Lara
    (15-8), también beatificados; en 1927: P. Mateo
    Correa Magallanes
    (6-2); P. Jenaro
    Sánchez
    (18-2); P. Julio Álvarez
    Mendoza
    (30-3); P. David Uribe Velasco (12-4);
    P. Sabas Reyes Salazar (13-4); P.
    Cristóbal Magallanes, con su coadjutor el P.
    Agustín Sánchez Caloca (25-5); P.
    José Isabel Flores (21-6); P. José
    María Robles
    (26-6); P. Miguel de la Mora
    (7-8); P. Margarito Flores García (12-11); P.
    Pedro Esqueda Ramírez (22-11); en 1928: P.
    Jesús Méndez Montoya (5-2); P.
    Toribio Romo González (25-2); P. Justino
    Orona Madrigal
    (1-7); P. Atilano Cruz Alvarado
    (1-7); P. Tranquilino Ubiarco (5-10); en 1937: P.
    Pedro de Jesús Maldonado (11-2), en una
    persecución desatada en Chihuahua, en tiempo del
    presidente Lázaro Cárdenas, otro general
    (1934-40).

  1. Oración

Dios nuestro, que has querido que
los Beatos Cristóbal Magallanes y compañeros
mártires derramaran su sangre en México, para dar
un testimonio valiente de su fe en la realeza de tu Hijo y de
su amor a Santa María de Guadalupe; concédenos,
por su intercesión, ser siempre fieles al Evangelio para
que demos testimonio con nuestra vida de la fe por la que
murieron. Por Jesucristo nuestro Señor.

Amén.

d. Lic. Anacleto González
Flores

Organizó la Unión Popular en Jalisco,
impulsó la Asociación Católica de la
Juventud
Mexicana, y se distinguió como profesor,
orador y escritor católico. El Maestro Cleto,
como solían decirle con respeto y
afecto, era un católico muy piadoso; al final del Santo
Rosario, los cristeros de Jalisco añadían esta
oración compuesta por él: "¡Jesús
misericordioso! Mis pecados son más que las gotas de
sangre que derramaste por mí. No merezco pertenecer al
ejército que defiende los derechos de tu Iglesia y
que lucha por ti. Quisiera nunca haber pecado para
que mi vida fuera una ofrenda agradable a tus ojos.
Lávame de mis iniquidades y límpiame de mis
pecados. Por tu santa Cruz, por mi Madre Santísima de
Guadalupe, perdóname, no he sabido hacer penitencia de
mis pecados; por eso quiero recibir la muerte como
un castigo merecido por ellos. No quiero pelear, ni vivir ni
morir, sino por ti y por tu Iglesia. ¡Madre Santa de
Guadalupe!, acompaña en su agonía a este pobre
pecador. Concédeme que mi último grito en
la tierra y
mi primer cántico en el cielo sea ¡Viva Cristo
Rey!"
.

El 1 de abril de 1927 fue apresado con tres
muchachos colaboradores suyos, los hermanos Vargas,
Ramón, Jorge y Florentino
. "Si me buscan, dijo,
aquí estoy; pero dejen en paz a los demás"
.
Fue inútil su petición, y los cuatro, con Luis
Padilla Gómez
, presidente local de la
A.C.J.M., fueron internados en un cuartel de
Guadalajara. Fue interrogado, pidiéndole nombres y
datos de la
Liga y de los cristeros, así como el lugar donde se
escondía el valiente arzobispo de Guadalajara, Mons.
Francisco Orozco y Jiménez
. Como nada
obtenían de él, lo desnudaron, lo suspendieron de
los dedos pulgares, lo flagelaron y le sangraron los pies y el
cuerpo con hojas de afeitar. Él les dijo: "Una sola
cosa diré y es que he trabajado con todo
desinterés por defender la causa de Jesucristo y de su
Iglesia. Ustedes me matarán, pero sepan que conmigo no
morirá la causa. Muchos están detrás de
mí dispuestos a defenderla hasta el martirio. Me voy,
pero con la seguridad de
que veré pronto, desde el Cielo, el triunfo de la
Religión y de mi Patria".
Atormentaron entonces
frente a él a los hermanos Vargas, y él
protestó: "¡No se ensañen con niños; si quieren sangre de hombre
aquí estoy yo!".
Y a Luis Padilla, que pedía
confesión: "No, hermano, ya no es tiempo de
confesarse, sino de pedir perdón y perdonar. Es un
Padre, no un Juez, el que nos espera. Tu misma sangre te
purificará".
Le atravesaron entonces el costado de
un bayonetazo, y como sangraba mucho, el general que mandaba
dispuso la ejecución, pero los soldados elegidos se
negaban a disparar, y hubo que formar otro pelotón.
Antes de recibir catorce balas, aún alcanzó
Anacleto a decir: "¡Yo muero, pero Dios no
muere! ¡Viva Cristo Rey!".
Y en seguida fusilaron a
Padilla y los hermanos Vargas. "Gladium", hojita que
servía de órgano oficial de la Unión
Popular en la región de los Altos, decía en su
número del 16 de abril de 1927: "La
Unión Popular" ofrece al Todopoderoso la bendita sangre
de su Presidente, Secretario y demás compañeros
mártires, ofreciéndola como sacrificio para la
santa libertad de
la Iglesia"
.

El 19 de septiembre de 1997, el Cardenal Juan
Sandoval Iñiguez, Arzobispo de Guadalajara, dio
por concluido el proceso
diocesano que permitirá la beatificación de ocho
jalicienses (naturales de Jalisco) mártires de la
guerra
cristera. Durante la breve ceremonia realizada en el Santuario
de Nuestra Señora de Guadalupe, que puso fin a 150
sesiones de trabajo
efectuadas en los últimos tres años, el Cardenal
Sandoval explicó que las ocho causas pasarán a la
Congregación para la Causa de los Santos en el Vaticano,
donde continuará la última etapa antes de ser
elevados a los altares. La causa de los ocho mártires
fue introducida por Mons. Adolfo Hernández Hurtado,
encargado de beatificaciones de la Conferencia Episcopal
Mexicana
.

El domingo 20 de noviembre
de 2005 fue beatificado bajo el grito "Viva Cristo Rey", junto
a doce mártires de la persecución religiosa: Luis
Padilla Gómez, Jorge Vargas González,
Ramón Vargas González, Ezequiel Huerta
Gutiérrez, Salvador Huerta Gutiérrez, Luis
Magaña Servín, Miguel Gómez Loza, Leonardo
Pérez Larios y José Sánchez del Río
y los sacerdotes José Trinidad Rangel, Ángel
Darío Acosta y Andrés Solá, este
último español.

En nombre del Papa, presidió la
celebración el cardenal portugués José
Saraiva Martins, prefecto de la Congregación vaticana
para las Causas de los Santos, en el Estadio Jalisco de
Guadalajara. Horas antes de la beatificación, al rezar
el Ángelus, Benedicto XVI dirigió un saludo en
castellano a
«mis hermanos obispos de México, a los
sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles que, en la
arquidiócesis de Guadalajara, participan en la
beatificación de los mártires
».
«En esta solemnidad de Jesucristo, Rey del universo, al
que invocaron en el momento supremo de entregar su vida, ellos
son para nosotros un ejemplo permanente y un estímulo
para dar un testimonio coherente de la propia fe en la sociedad
actual
», aseguró el
pontífice.

En la ceremonia, concelebrada por el Arzobispo de
Guadalajara, Cardenal Juan Sandoval Iñiguez, y decenas
de obispos y sacerdotes procedentes de todo México, el
Cardenal Saraiva Martins leyó la carta
apostólica firmada por el Papa Benedicto XVI en la que
declara beatos a los trece mártires. En su
homilía, el Cardenal Prefecto dijo:

1. Saludo, especialmente, a los
eminentísimos señores cardenales, a los
excelentísimos señores obispos, a las respetables
autoridades, a los sacerdotes y fieles que son de las
diócesis en donde estos mártires nacieron o
derramaron su sangre. Además, dirijo mi saludo
también a los familiares de estos nuevos beatos, y me
uno a su acción de gracias.

«El Señor es mi pastor, nada me
faltará» (Sal 22, 1). La Iglesia en este
día proclama a Jesucristo como Rey del Universo. La
imagen de
rey-pastor que recoge el profeta Ezequiel, se identifica
plenamente con Jesucristo, el buen Pastor que da la vida por
sus ovejas (Jn 10, 11), quien consumada su misión,
entregará el Reino a su Padre para que Dios sea todo en
todas las cosas (Cf. 1 Cor 15, 24-28). Él es el Pastor y
Rey de la humanidad que conduce a su rebaño hacia
fuentes
tranquilas, mostrando especial solicitud por aquellas ovejas
heridas y extraviadas.

Además, Cristo es Rey, pues Él es el
«primogénito de toda la creación, porque en
Él fueron creadas todas las cosas… Él es el
principio… pues Dios tuvo a bien hacer residir en Él
toda la plenitud y reconciliar por Él y para Él
todas las cosas» (Col 1, 15.17-20), tal como lo afirma el
apóstol San Pablo.

2. Esta Solemnidad de Cristo Rey tiene un significado muy
especial para el pueblo mexicano. El Papa Pío XI, al
finalizar el Año santo de 1925, proclamó esta
fiesta para la Iglesia Universal. Pocos meses después,
iniciaría en estas tierras la persecución contra
la fe católica, y bajo el grito de ¡Viva Cristo
Rey! morirían muchos hijos de la Iglesia, reconocidos
como mártires, de los cuales 13 hoy han sido
beatificados.

Los mártires son los testigos privilegiados de la
realeza de Cristo. En ellos había una conciencia
clara de que el reinado de amor de Cristo debía ser
instaurado, aun a costa de su propia vida. Igualmente, la fe de
los mártires es una fe probada, como atestigua la sangre
que por ella han derramado (San
Agustín, Sermón 329). Ellos, junto con todos
los santos, son los benditos que han (le tomar posesión
del Reino preparado para ellos, desde la creación del
mundo (Cf. Mt 25, 34), como escuchamos en el Evangelio apenas
proclamado.

3. Además, esta fiesta adquiere en este día un
significado particular. Hoy la Iglesia de México
contempla, con singular alegría, la fe y la fortaleza de
estos 13 varones, quienes en el reconocimiento del reinado de
Cristo ofrecieron sus vidas de una manera heroica entre los
años de 1927 y 1928. En situaciones adversas y en
diferentes Iglesias particulares, estos hijos fieles de la
Iglesia dieron un testimonio loable de los compromisos
adquiridos el día de su bautismo, logrando ser capaces
de derramar su sangre por amor a Cristo y a su Iglesia, que era
injustamente perseguida.

De entre estos 13 nuevos beatos, es significativo que diez
fueron laicos, originarios de los estados de Jalisco,
Michoacán y Guanajuato. La mayor parte de estos
laicos eran casados y formaron familias cristianas; los
demás, si bien no fueron casados, eran miembros de
familias cristianas piadosas y de recias costumbres.

Asimismo, este nuevo grupo de
mártires cuenta con tres sacerdotes, que murieron por
desempeñar heroicamente su ministerio sacerdotal y
misional, como fue el caso del misionero claretiano
español, Andrés Solá Molist, C.M.F., quien
murió, después de una larga y penosa
agonía, junto con el Padre José Trinidad Rangel y
el laico Leonardo Pérez Larios, en las tierras del
estado de Guanajuato. De igual manera y en circunstancias
similares, el sacerdote veracruzano, Ángel Daría
Acosta, quien no escatimó sus mejores esfuerzos para
ejercer su ministerio sacerdotal en un clima adverso y
de persecución, y recibió el martirio. A ejemplo
de Jesucristo, el Buen Pastor, estos sacerdotes, junto con los
22 sacerdotes mexicanos diocesanos canonizados en Roma durante el
Gran Jubileo de la Encarnación del Año 2000, por
el Papa Juan Pablo II, son un modelo y
ejemplo de caridad y celo pastoral heroicos, principalmente
para todos los sacerdotes mexicanos.

4. La lista de estos beatos está encabezada por
Anacleto González Flores, quien derramó su sangre
junto con los hermanos Jorge y Ramón Vargas
González, al igual con Luis Padilla Gómez, en
esta ciudad. Bajo el grito «Yo muero, pero Dios no
muere». ¡Viva Cristo Rey!».
Anacleto
González Flores entregaba su vida al Creador
después de una vida de intensa piedad y de un fecundo y
audaz apostolado. Durante su vida, después de recibir
una sólida formación humana y cristiana, se
dedicó a luchar por los derechos de los más
desprotegidos. Conocedor fiel de la Doctrina Social de la
Iglesia buscó, a la luz del
Evangelio, defender los derechos elementales de los cristianos,
en una época de persecución.

Dentro de los derechos que más defendió
Anacleto González y sus compañeros
mártires, se encontraba el de la libertad religiosa;
derecho que se desprende de la misma dignidad
humana. Como señala el Concilio Vaticano IJ, «esta
libertad consiste en que todos los hombres han de estar inmunes
de coacción, tanto por parte de individuos como de
grupos
sociales y de cualquier potestad humana, y esto de tal
manera que, en materia
religiosa, ni se obligue a nadie a obrar contra su conciencia,
ni se le impida que actúe conforme a ella en privado y
en público, solo o asociado con otros, dentro de los
límites debidos» («Dignitatis
Humanae», 2).

Movidos por un profundo amor a Jesucristo y al
prójimo, estos nuevos beatos defendieron
pacíficamente este derecho, aun con su propia sangre.
Ellos, lejos de avivar los enfrentamientos sangrientos,
buscaron la vía pacífica y conciliadora que les
reconociera este y otros derechos fundamentales, que
habían sido negados a los católicos mexicanos.
Por el contrario, Anacleto González y compañeros
mártires, buscaron ser, en la medida de sus
posibilidades, agentes de perdón y factores de unidad en
una época en que el pueblo se encontraba
dividido.

5. Convencidos de que «la vida es Cristo, y la muerte
una ganancia» (Flp 1, 21) nuestros mártires
alimentaron ese deseo por la frecuente participación y
adoración de la Sagrada Eucaristía.
Efectivamente, la profunda devoción eucarística
es uno de los rasgos comunes de estos 13 mártires. Todos
ellos, sacerdotes y laicos, mostraron un singular amor a
Jesucristo en la Eucaristía. Es de especial
mención que tres de ¡os nuevos beatos, los
hermanos Ezequiel y Salvador Huerta Gutiérrez, al igual
que Luis Magaña Servín, fueron miembros de la
Asociación Nocturna del Santísimo Sacramento;
Asociación de larga tradición en el pueblo
mexicano. De la oración frecuente y ferviente delante
del Santísimo Sacramento, estos hermanos nuestros
obtuvieron la fortaleza sobrenatural de soportar cristianamente
el martirio, llegando, incluso, a perdonar a sus mismos
verdugos.

La intensa vida eucarística de estos beatos debe ser
para nosotros un ejemplo y aliento para acrecentar, cada vez
más nuestra propia vida eucarística. A pocos
días de haber concluido el Año de la
Eucaristía, y a un año de la gozosa
celebración del XLVIII Congreso Eucarístico
Internacional, llevado a cabo en esta querida ciudad de
Guadalajara, pedimos la intercesión de estos fieles
hijos de la Iglesia para que nos ayuden a acrecentar el
respeto, la activa participación y la digna
recepción de Jesucristo presente en la
Eucaristía. A ellos les pedimos, además, la
gracia de ser humildes adoradores del Santísimo
Sacramento, tal ellos lo fueron. Que el ejemplo de su vida de
entrega hasta el martirio, sea para nosotros un modelo
privilegiado de auténtica espiritualidad y de profunda
vida eucarística.

6. Por su valentía y corta edad, merece una especial
mención el adolescente José Sánchez del
Río, originario de Sahuayo, Michoacán, quien a la
edad de 14 años, supo dar un testimonio valeroso de
Jesucristo. Fue un ejemplar hijo de familia, que se
distinguió por su obediencia, piedad y espíritu
de servicio.
Desde los comienzos de la persecución en él se
despertó el deseo de ser mártir de Cristo. Era
tal su convicción de querer derramar su sangre por
Cristo, que admiraba a quienes lo conocían. Pudo recibir
la palma del martirio, después de ser torturado y de
dirigir a sus padres estas últimas palabras: «nos
veremos en el cielo. ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva la
Virgen de Guadalupe!».

El joven beato José Sánchez del Río nos
debe animar a todos, principalmente a ustedes jóvenes,
para ser capaces de dar testimonio de Cristo en nuestra vida
diaria. Queridos jóvenes, probablemente Cristo no les
pida el derramamiento de su sangre, pero sí les pide,
desde ahora, dar testimonio de la verdad en sus vidas (Cf. Jn
18, 37); en medio de un ambiente de
indiferencia a los valores
trascendentales y de un materialismo y
hedonismo que busca sofocar las conciencias. Cristo espera,
además, su apertura para poder recibir y acoger un
proyecto
vocacional por Él preparado. Sólo Él
tiene, para cada uno de ustedes, las respuestas a los
interrogantes de sus vidas; y los invita a seguirlo en la vida
matrimonial, sacerdotal o religiosa.

7. «Vengan benditos de mi Padre, tomen posesión
del Reino preparado para ustedes desde la creación del
mundo» (Mt 25, 34).

Nuestros mártires deben ser también para
nosotros un modelo de amor incondicional a Dios y al
prójimo. El ejemplo de su vida e intercesión
deben ayudarnos a vivir generosamente nuestra vida, de cara a
los demás, recordándonos siempre de las palabras
de Jesús: «Cuando lo hicieron con el más
insignificante de mis hermanos, conmigo lo hicieron» (Mt
25, 50).

La caridad que estamos llamados a vivir, el mandamiento
nuevo (Jn 13, 34), supera todo límite impuesto por
una lógica humana y egoísta. Se trata
de una caridad que se traduce en unidad, respeto, servicio,
ayuda eficaz y efectiva al necesitado; de una caridad vivida,
muchas veces, de manera heroica, dentro de la misma familia y
fuera de ella; de una caridad que, a ejemplo de Cristo y de sus
mártires, está siempre dispuesta a perdonar.

Asimismo, nuestros nuevos beatos también merecen el
reconocimiento de haber sido hijos fidelísimos de la
Iglesia Católica y de la persona del
Romano Pontífice. Les pedimos, también para
nosotros, una fidelidad heroica a la Iglesia y a la persona y
enseñanzas del Romano Pontífice, pues ellos son
para nosotros Una legítima expresión de la frase
que tanto gustaba repetir al Papa Juan Pablo II:
«¡México, siempre fiel!».

«Todos los tiempos son de martirio» –advierte
San Agustín de Hipona (Sermón 6)– pues,
«todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo
Jesús, padecerán persecución» (2 Tim
3, 12). Queridos hermanos: vivir plenamente nuestra entrega
fiel y de todos los días a Cristo, y por amor Él
a todos los hombres, implica muchos sacrificios y renuncias. No
obstante, Cristo estará siempre dispuesto a darnos la
fortaleza necesaria para poder servirlo y amarlo en nuestros
hermanos, principalmente en los más desvalidos y
necesitados de nuestro amor, comprensión y
perdón.

8. Finalmente, estos 13 hijos fieles de la Iglesia,
tenían otro rasgo en común. Además de su
intensa vida eucarística, se distinguieron por su filial
devoción a la Madre de Dios, en su advocación de
Santa María de Guadalupe. La mayoría de ellos,
como los otros santos mártires mexicanos ya canonizados,
murieron con su nombre en los labios. A ella le pedimos su
maternal protección, muy especialmente por todo el
pueblo mexicano, al igual que por todo el continente, para que
el entusiasmo se conserve y acreciente.

Junto a ella, la Madre de la Nueva Evangelización,
damos gracias al Padre por estos nuevos beatos. De la misma
manera, demos gracias por la Iglesia de México, que no
deja de dar frutos de santidad. Que Cristo Rey, el buen Pastor,
reine en cada uno y en todos nuestros corazones. ¡Viva
Cristo Rey! ¡Viva Santa María de Guadalupe!
Amén.

e. San Rafael Guízar
Valencia, obispo misionero

Primer obispo santo nacido en América
Latina, canonizado el 15 de octubre por Benedicto
XVI.

Artículo publicado en el diario
«L’Osservatore Romano» por el padre Pedro
Barrajón, L.C., profesor de Teología en el Ateneo
Pontificio «Regina Apostolorum».

La Iglesia de México se prepara para la
canonización del primer santo obispo mexicano; y no
sólo de México sino de América Latina e incluso de toda
América: Rafael Guízar Valencia (1878-1938). El
Papa Benedicto XVI lo proclamará santo el próximo
15 de octubre junto con Felipe Smaldone, fundador del Instituto
de las Hermanas Salesianas de los Sagrados Corazones, Rosa
Venerini, fundadora de la Congregación de las Maestras
Pías Venerini y Théodore Guérin, fundadora
de la Congregación de las Hermanas de la Providencia de
Santa María «ad Nemus». San Rafael
también realizó el intento de fundar una
Congregación religiosa, los Misioneros de Nuestra
Señora de la Esperanza, pero las vicisitudes
históricas de su patria no se lo permitieron.

Nació en Cotija de la Paz, en el estado de
Michoacán, tierra
fecunda en vocaciones sacerdotales, de una numerosa familia
católica en el año 1978, el mismo año en
que sube a la cátedra pontificia el Papa León
XIII. A los nueve años queda huérfano de madre,
Doña Natividad, que se distinguió por su piedad y
su amor por los más pobres. A los doce años
comienza los estudios en el colegio San Estanislao, dirigido
por los Padres de la Compañía de Jesús y
un año después en el seminario
auxiliar de Cotija. Pero después de un período de
tiempo, decide dejar el seminario para ayudar a su padre en los
trabajos de la hacienda agrícola familiar. Una gracia
especial e inesperada en el santuario mariano de la Virgen de
San Juan del Barrio, cuando tenía 18 años de
edad, lo lleva a ingresar en el seminario de Zamora. El 9 de
junio de 1900 recibe el diaconado y un año
después el 1 de junio de 1901, la ordenación
sacerdotal en la catedral de esta misma ciudad.

Inicia su ministerio sacerdotal acompañando al
obispo auxiliar de Zamora, Mons. José María
Fernández en misiones populares por las diversas
poblaciones de la extensa diócesis y se distingue por su
celo ardiente por la salvación de las almas, su
predicación fogosa y llena de devoción por el
Sagrado Corazón
de Jesús y a la Virgen Santísima así como
por un amor de predilección por los pobres y pecadores.
Al mismo tiempo es director espiritual y profesor del seminario
de Zamora. En 1903 gestiona todos los trámites para la
erección del primer colegio teresiano en
la república mexicana en Zamora. Con su hermano Antonio,
también sacerdote, funda la Congregación de
Nuestra Señora de la Esperanza dedicada a la
formación de misioneros. En 1905 bajo su patrocinio se
abre un colegio en Jacona y algunos años después,
en 1908, otro en Tulancingo.

Después de seis años de intensa y
exitosa actividad pastoral, en 1907, le llega de modo
inesperado la suspensión a divinis por parte de su
obispo, motivada por acusaciones calumniosas. El joven padre
Rafael Guízar da en este período testimonio de
una fe fuerte y madura, de una obediencia ejemplar y de un amor
incondicional a la Iglesia y a su obispo. Una vez levantada
esta pena, en 1909, se sigue dedicando a misionar, esta vez en
Tabasco y a la búsqueda de fondos para el
periódico católico La Nación.

Mientras tanto llegan a México vientos de
revolución y el padre Guízar debe
salir de Zamora, acosada por los diversos ejércitos
revolucionarios. Entonces comienza a ejercitar su ministerio
sacerdotal en forma clandestina. En este período se
distingue por su arrojo para arrostrar los más graves
peligros con tal de atender espiritualmente a los moribundos y
a los enfermos. De modo especial muestra su
valor y su
caridad pastoral en la asistencia a los moribundos en la decena
trágica de 1913.

Condenado a muerte en varias ocasiones, logra escapar
providencialmente con la ayuda de su vivo ingenio. Pero su
permanencia en el país no puede prolongarse y tiene que
salir rumbo al exilio, primero en 1915, al estado
norteamericano de Texas y de aquí a Guatemala,
en 1916 y finalmente a la isla de Cuba que
será testigo de su fecundo apostolado misionero por un
período de tres años (1917-1920). Mientras
misiona en esta isla del Caribe en julio de 1919 el delegado
apostólico para Cuba y el Caribe, Mons. Tito Trochi, le
comunica el deseo del Papa Benedicto XV de nombrarlo obispo de
Veracruz. En noviembre del mismo año recibe la
consagración episcopal en la iglesia de San Felipe Neri
de La Habana de manos del delegado apostólico. El
primero de enero del año siguiente sale de Cuba en el
buque La Esperanza con dirección al puerto de Veracruz.
La diócesis que le espera es inmensa con cerca de
setenta y dos mil kilómetros cuadrados de
extensión y ochocientos kilómetros de costa; su
población llegaba en la época a más de un
millón doscientas mil personas de las cuales un ochenta
por ciento eran analfabetos. La población
indígena era muy elevada y vivía en extremas
condiciones de pobreza. Muchos
no hablaban el castellano; se comunicaban en sus idiomas
nativos: el náhuatl, el totonaco, el huasteco, el
popoluca, el otomí. Faltaban vías de comunicación. A muchos lugares
sólo se accedía a caballo. Numerosos municipios
carecían de luz eléctrica, de agua potable
y de los servicios
más elementales.

Encuentra una diócesis arrasada por las leyes
persecutorias: el edificio del seminario ha sido confiscado;
los seminaristas no pueden cursar sus estudios en la
diócesis; deben ir a los seminarios de las
diócesis vecinas. Sólo hay unos 60 sacerdotes. La
Iglesia carece prácticamente de bienes
materiales
por las confiscaciones realizadas por las
autoridades.

Al llegar a Veracruz el 4 de enero de 1920 le dan la
noticia de que un terremoto de gran magnitud ha asolado buena
parte de los poblados ubicados en la Sierra Madre Oriental.
Mons. Guízar invita a los fieles a colaborar para ayudar
a los damnificados. Él mismo ofrece para este fin su
anillo episcopal y todo el dinero
que la diócesis había reservado para festejarlo
como nuevo obispo. Sin perder tiempo se dirige a las
poblaciones más afectadas por el terremoto para
ofrecerles su consuelo espiritual y la ayuda material que ha
recogido para ellos en los primeros días.
Aprovechará esta visita para realizar lo que lo
caracterizará su ministerio episcopal:
misionar.

En sus misiones populares, Mons. Guízar
promovía los principales medios para
favorecer la vida cristiana: la oración, la
recepción de los sacramentos, la escucha de la Palabra
de Dios, la formación doctrinal a través de la
catequesis. Sus misiones dejaban renovada la fe de los pueblos
y tocaba profundamente los corazones. Al final de la misma, se
levantaba una gran cruz que conmemoraba la
misión.

De los 18 años que fue obispo de Veracruz
sólo ocho pudo permanecer dentro del territorio de la
misma a causa del exilio que le impusieron en diversas
ocasiones las autoridades del estado. En esto ochos años
realizó tres veces la visita pastoral a un territorio
extensísimo, a pesar de las dificultades naturales de
comunicación, la escasez de
caminos, las grandes distancias, las enfermedades que lo
acosaban y las inclemencias del tiempo.

Mons. Guízar tuvo que sufrir en primera persona
y en toda su diócesis las duras leyes antirreligiosas
del presidente Plutarco Elías Calles y del gobernador
del estado de
Veracruz Adalberto Tejeda. Estas leyes negaban los
más elementales derechos de libertad religiosa,
consideraban a los ministros del culto como meros
profesionistas, pero sin derechos civiles para poder votar en
las elecciones. Los estados federales podían limitar a
voluntad el número de sacerdotes y se impusieron severas
penas a quienes no se ajustaran a estas disposiciones. Se
expulsaron del país a numerosos sacerdotes extranjeros y
se impidió ejercer la enseñanza de la
religión a los sacerdotes en las escuelas,
públicas o privadas, entre las que se catalogaban los
mismos seminarios. La llamada Ley Calles de 1926 impedía
ejercer el ministerio a sacerdotes no mexicanos. Ningún
sacerdote estaba capacitado por ley para dirigir colegios
públicos ni ser maestros de ninguna otra materia. Se
suprimieron las órdenes religiosas. Los monasterios y
conventos pasaron a ser de propiedad
estatal así como los templos, las residencias
episcopales, las casas parroquiales, los seminarios, los asilos
y colegios pertenecientes a la Iglesia o a las órdenes
religiosas. Los actos de culto debían ser realizados
exclusivamente dentro de las iglesias. Se prohibía usar
ningún tipo de distintivo clerical y se negaba asimismo
la libertad de prensa en
materia religiosa. Algunos obispos y el delegado
apostólico fueron expulsados del país. Ante esta
situación, Mons. Guízar tuvo que abandonar su
diócesis para establecerse, después de diversas
vicisitudes, en la Ciudad de México a donde
trasladó su seminario y desde donde, a través de
numerosa correspondencia, se mantuvo en continua
comunicación con sus sacerdotes y fieles.

En este contexto político, Mons. Guízar
fue amenazado por las autoridades políticas que le impusieron el destierro.
El 23 de mayo de 1927 tuvo que salir de su patria rumbo a
Laredo, Texas. En tierras de Norteamérica pasará
unos seis meses misionando en Austin y San Antonio
con comunidades de hispanos. De Texas pasará de nuevo a
Cuba a finales de 1927, invitado por el obispo de
Camagüey, Mons. Enrique Pérez Serantes. De
aquí se dirigirá a Bogotá, Colombia, en
donde la enfermedad y el agotamiento le imponen pasar un tiempo
en el hospital. Una vez recuperado, inicia también
misiones en varias ciudades del país. La gente le llama
el «mueve corazones» por su capacidad de inflamar
en el amor de
Dios a las almas.

En 1929, habiendo dejado Calles la presidencia a
Portes Gil, Mons. Guízar volvió a México,
pasando por Guatemala. Pocos días después de su
llegada se firmaron los acuerdos entre la Iglesia y el Estado
que pondrán fin a la llamada guerra cristera. Lo primero
que hizo al llegar de nuevo a su diócesis después
del exilio fue tomar el pulso a la vida religiosa realizando
una segunda visita pastoral.

Pero la situación de aparente calma para la
iglesia veracruzana no duró mucho tiempo pues en junio
de 1931 el gobernador del estado, Adalberto Tejeda
promulgó leyes estatales que limitaron arbitrariamente
el número de sacerdotes a uno por cada cien mil
habitantes. El 25 de julio de 1931, agotadas todas las
posibilidades jurídicas y de acuerdo con el Delegado
Apostólico, Mons. Guízar decretó, como
protesta por las injustas leyes, el cese del culto
público. Pocos días antes de esa fecha
había caído, víctima de la
persecución religiosa, el joven sacerdote Darío
Acosta quien, a sus veintitrés años,
recién cumplidos, uno de los sacerdotes mártires
más jóvenes de este sangriento
período.

Vino entonces un período difícil para la
diócesis de Veracruz. Su pastor debía vivir en el
exilio, entre Puebla y México D. F.; los fieles no
podían contar con la asistencia de sacerdotes, el
gobierno había iniciado un programa de
«desfanatización» que enseñaba a los
niños los principios contrarios a la fe católica.
El gobernador Tejeda emitió una orden de fusilamiento
para el obispo Guízar quien, desde la ciudad de
México, con gran valentía, al tener noticia de
esta disposición, viajó hasta Xalapa y se
presentó en el palacio del gobernador para que él
mismo ejecutara tal orden. El gobernador Tejeda, al ver el
arrojo del obispo, lo dejó en libertad.

Aunque Tejeda abandonó el poder en Veracruz en
1932, la situación nacional continuó inestable
durante todos estos años. Su actividad como obispo
siguió siendo muy precaria, limitada por las leyes
anticlericales, aunque él nunca perdió del todo
el contacto con sus fieles ni con sus sacerdotes.

En 1937 la muerte de una joven obrera, Leonor
Sánchez, en la ciudad de Orizaba es la detonación
para que los cristianos salgan a las calles a exigir sus
derechos de culto. Una serie de manifestaciones en esa misma
ciudad primero y luego en todas las principales ciudades del
estado, conducen a las autoridades a abrir las iglesias que
durante varios años han permanecido cerradas. Sin
embargo el gobierno estatal no aceptó registrar a Mons.
Guízar ni siquiera como sacerdote de la catedral de
Xalapa. Sólo le permitían vivir en el obispado
sin poder ejercer el ministerio. Por ello decide trasladarse
provisoriamente a una ciudad cercana, Coatepec y desde
aquí visita las diversas parroquias del inmenso
obispado. A fines de 1937, con mermadas fuerzas físicas,
inicia una misión en la región de Córdoba.
El 26 de diciembre sufre un fuerte ataque de flebitis mientras
predica en esta ciudad. Para evitar molestias a sus feligreses
va a recuperarse a la ciudad de México, donde
está ubicado su seminario clandestino. En los primeros
meses del año 1938 sus fuerzas se van debilitando a
causa de complicaciones cada vez más serias de la
diabetes.

Aunque muy débil, todavía el 19 de mayo
de 1938 pudo asistir a la misa de la peregrinación de
fieles de su diócesis a la Basílica de Guadalupe,
celebrada por el obispo de Cuernavaca, Mons. Francisco
González Arias. El 6 de junio, lunes de
Pentecostés, fallece en una pobre casita de la ciudad de
México, después de haber recibido la Santa
Comunión de manos de su hermano Antonio, obispo de
Chihuahua.

Al conocerse su muerte numerosos obispos, sacerdotes,
seminaristas, religiosas y fieles acuden a rezar por su
alma y a
rendirle el último tributo. El cuerpo fue trasladado,
por voluntad suya, a Xalapa pues él quería
reposar en su diócesis. Al paso de la carroza mortuoria
por las diversas poblaciones de la diócesis, la gente se
agolpaba para verlo. Le arrojaban flores desde los balcones de
las casas y se acercaban para tocar el féretro en
señal de amor y de veneración a su Pastor.
Finalmente pocos kilómetros antes de entrar a Xalapa,
los fieles quisieron que el féretro entrara a hombros y
bajo vítores de la multitud al Pastor que había
acercado sus almas a Dios a través de la
predicación y del testimonio de su vida
santa.

Durante mucho tiempo, hasta el año 1950, sus
restos reposaron en el cementerio viejo de Xalapa. El 28 de
mayo de este año su cuerpo fue exhumado y encontrado
incorrupto. Dos años después se inició el
proceso diocesano de beatificación. En 1974 el proceso
pasó a Roma donde en 1981 se reconocieron
canónicamente sus virtudes heroicas. En 1994 la
Congregación para la Causa de los Santos
reconoció un milagro por intercesión de Mons.
Guízar, el nacimiento de un niño de una mujer con
una enfermedad que la imposibilitaba para tener hijos. El Papa
Juan Pablo II el 29 de enero de 1995 lo proclama beato en la
plaza de San Pedro. El segundo milagro necesario para la
canonización, el nacimiento sano de un niño a
quienes los doctores le reconocieron en el seno materno el
labio leporino y el paladar hendido, fue reconocido
oficialmente el 26 de abril del 2006.

Mons. Rafael Guízar fue en su vida ejemplo de
numerosas virtudes. Su fe sencilla y gigantesca le
permitían vivir continuamente el misterio de Dios con
naturalidad y al mismo tiempo con gran hondura. Su esperanza
gozosa le ayudó a ser fiel y perseverar en medio de las
numerosas dificultades que tuvo que afrontar en su ministerio.
Su humildad evangélica le permitía considerar su
condición de creatura y a depender de Dios en todo
momento, buscando en todo momento la gloria de Dios por encima
de la suya propia. La pobreza real
y de espíritu con que vivió su sacerdocio
sirvió de modelo para su presbiterio y para todos los
fieles. Fue un obispo pobre, que vivió y murió
pobre, confiado en todo momento en la providencia de Dios. Su
pureza de cuerpo y de corazón le permitió
encauzar su apasionado corazón para amar a Dios por
encima de todos y de todo.

Pero quizás la virtud que vivió de modo
más eximio fue la caridad pastoral que le hizo vivir en
todo momento como obispo evangelizador y misionero. Porque
quería dar lo mejor a sus fieles, además de las
numerosas ayudas materiales que les procuraba, quiso darles a
conocer el amor de Dios. Fue Mons. Guízar un obispo
eminentemente misionero y evangelizador que, al estilo de San
Pablo, no podía vivir sin predicar la palabra de Dios a
sus hermanos, como el mayor y más delicado acto de
caridad hacia ellos. Vivió predicando y quiso continuar
después de su muerte su labor misionera, cosa que
realiza actualmente a través de su intercesión
desde la gloria celeste. De este modo la providencia divina, al
permitir que un obispo misionero como Mons. Guízar sea
el primero en recibir el honor de los altares, presenta un
elevado programa de santidad apostólica y misionera para
todos los obispos, sacerdotes y fieles del continente
americano.

Acto de
consagración usada por los cristeros

Compuesto por el Obispo
Torras y Bages

  "Soy vuestro,
¡oh buen Jesús!, porque sois mi Creador, porque
desde toda la eternidad me habéis llevado en vuestra
inteligencia
como una criatura es llevada por su madre; soy vuestro, porque me
habéis redimido del poder del demonio y me habéis
comprado con el precio de
vuestra sangre preciosísima; soy vuestro, como el hijo es
del padre, como el sarmiento es de la vid, como el fruto es del
árbol, pues fruto de vuestra Cruz somos todos los
cristianos; y, aunque me he rebelado mil veces contra Vos,
vuestro Corazón dulcísimo jamás ha dejado de
amarme; habéis derramado por mí amargas
lágrimas en los días de mi prevaricación, y,
movido por vuestro amantísimo Corazón, no
habéis cesado hasta hacerme recuperar la
gracia.

  ¡Oh Corazón que tanto me
habéis amado! ¡Oh Corazón a quien tantas
veces he entristecido y llenado de amargura! A vos me consagro, y
mil veces protesto que, en adelante, no quiero ya daros
ningún motivo de aflicción, sino que, por el
contrario, recordando las ocasiones pasadas, en que os he llenado
de amargura, propongo, en adelante, amaros por los que no os
aman, honraros por los que os desprecian, propagar vuestra
gloria, para satisfacer por las amarguras que a vuestro
Corazón causan aquellos, que, estando obligados a
propagarla, os miran con la mayor indiferencia. Propongo emplear
todo mi corazón en amaros y quisiera tener mil corazones
para amaros más todavía; deseo que desde ahora sea
mi alma sagrario vuestro, cerrado a toda vana pasión
humana; un lugar de reposo para Vos y una viva imagen de vuestro
Corazón; de manera que, dedicándose durante toda su
vida a amaros, mi último pensamiento,
en la hora de la muerte, sea un acto de amar a Vos, ¡oh
Jesús dulcísimo!, que queréis glorificar mi
alma por toda la eternidad. Así sea".

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    España

 

 

 

 

 

Autor:

Lic. Gustavo Carrére Cadirant

República Argentina

Máster en Educación con
Orientación en Innovaciones Curriculares. Licenciado en
Ciencias de la
Educación. Profesor para la Enseñanza Primaria.
Capacitador de capacitadores en proyectos de
informática educativa. Especialista en
Integración de las TICs en la Educación. Asesor
pedagógico.

Profesor de Historia. Historiador e
Investigador sobre temas de política e historia
educativa argentina.

Historiador e Investigador sobre temas
específicos de la historia de las persecuciones religiosas
en Francia del
siglo XVIII, China de los
siglos XIX y XX, México de los siglos XIX y XX, España de
los siglos XIX y XX, Alemania de
los siglos XIX y XX, y Argentina del siglo XX y XXI.

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