El presente ensayo refiere
a la relación praxis –
enajenación –cultura en el
devenir humano y social del hombre. Para
ello se trabajan dichos conceptos en su interacción, condicionamiento y
determinaciones y las implicaciones hermenéuticas y
prácticas que poseen en los tiempos actuales. Seguidamente
se pasa a la elaboración marxista del problema, teniendo
en cuenta que fue Marx el que
realmente sienta las bases para una comprensión profunda
del problema. Posteriormente se transita a un breve análisis sobre la hermenéutica de la praxis y sus
posibilidades heurísticas actuales.
1.
Teoría
e historia del
problema.
La praxis y la enajenación son conceptos
filosóficos de gran significación para
explicar al hombre y la sociedad, en
su devenir histórico-cultural. Dan cuenta de la
complejidad de la existencia humana en su quehacer material y
espiritual. Si bien el hombre, a
través de la praxis realiza su ser esencial, en tanto
transforma la realidad y la cambia en función de
satisfacer sus necesidades e intereses, también en
determinadas condiciones históricas, su propio ser
esencial resulta enajenado, ajeno a sí mismo, pues no se
realiza como sujeto. Su actividad no lo afirma como hombre, sus
resultados no le pertenecen y lo dominan, a tal punto que como
bien dice Marx, entonces lo que es humano deviene animal, y lo
animal, humano. Se produce un proceso
ininterrumpido de actividad de la enajenación y
alienación de la actividad. Precisamente, la sociedad
capitalista es la causa de ese inhumano proceso enajenador, pues
el trabajador es despojado de los resultados de su trabajo. Las
verdaderas relaciones
humanas se cosifican, en un proceso donde tanto el
capitalista como el obrero se enajenan, pero con la diferencia
que uno "disfruta" con la enajenación del otro.
En los momentos actuales, con la
globalización neoliberal del capitalismo,
si bien las formas han cambiado, el contenido es el mismo, la
enajenación progresiva lo invade todo. La
aprehensión cultural resulta quimérica para las
grandes masas, y con ello, se ahondan las diferencias sociales.
El consumismo enajena el ser esencial humano y la "cultura" del
ser es sustituida por la "cultura" del tener. Con ello resultan
sociedades
enfermas, donde pulula la crisis de
los valores y
los vacíos existenciales, que tratan de resolverse a
través del vicio, de la
drogadicción y otras formas alienantes de la naturaleza
humana.
La globalización neoliberal acrecienta el
proceso progresivo de enajenación humana y sociocultural
en general. Su acuciante tendencia a la imposición de la
"cultura" del mercado y el
consumismo, y junto con ello, los valores de la
cultura dominante, trae consigo el desarraigo de los pueblos en
detrimento de su sentido identitario. Es como destruir las
raíces que sostiene un árbol para con su
caída eliminar todos los obstáculos de la resistencia y la
lucha, en función de sus intereses
económicos.
Hoy el mundo vive un momento difícil, pues la
globalización neoliberal no sólo impide el desarrollo del
llamado tercer mundo, sino que está poniendo en peligro la
propia existencia de nuestro planeta con su acción
depredadora. Por eso urge una ecofilosofía que funde una
conciencia de
resistencia y de lucha. Una utopía realista, sustentada en
la cultura del ser y la existencia humana para bien de todos. De
lo contrario, no habrá ni perdedores ni ganadores, sino
desaparición del planeta y de toda la
humanidad.
En este panorama sombrío la cultura tiene mucho
que decir y hacer, en defensa de su propia existencia. Como
realmente no ha ocurrido una globalización de la humanidad
de la cultura, fundada en la tolerancia, el
diálogo,
la solidaridad, la
equidad y la
justicia
social, es necesario, desde la cultura misma, defender nuestras
identidades con espíritu de raíz y vocación
ecuménica. El ensayo de
Martí
"Nuestra América", puede servirnos de guía.
Es un manifiesto identitario, que alumbra con luz de estrella.
La identidad
nacional integra en su expresión sintética la
comunidad de
aspectos socioculturales, étnicos
lingüísticos, económicos, territoriales, etc.,
así como la conciencia histórica en que se piensa
su ser esencial en tanto tal, incluyendo su auténtica
realización humana, y las posibilidades de originalidad y
creación. Por eso la globalización neoliberal de la
cultura resulta insostenible. La aprehensión cultural
cuando está huérfana de ideas y propósitos
raigales mata la creación humana. Y la
globalización neoliberal de la cultura lo único que
puede "aportar" es el intercambio de actividad y productos
enajenados y con ello las crisis de valores y los vacíos
existenciales.
La identidad
nacional no es una entelequia a priori que se sitúa por
encima de los pueblos y naciones. Es, en su realidad concreta, un
proceso y resultado de la actividad humana en su historia
particular, como vía de acceso a la universalidad de su
ser esencial. Proceso que transcurre como afirmación y
reafirmación del ser histórico, singular, en tanto
condición imprescindible para participar de la
universalidad. Resultado que encarna y despliega en síntesis
lo singular auténtico, enriquecido, expresado ya como
universal concreto.
La identidad no se forja en la imitación de lo
extraño, ni con la copia mimética de las
influencias extranjeras ni con patrones homogéneos
impuestos. No
es posible homogeneizar la cultura. Es un proceso
dialéctico de afirmación, negación y
creación que encarna una realidad histórica
concreta por sujetos reales y actuantes. Es su propia obra
objetivada en lo esencial en la cultura nacional o regional,
condensada en una fuerza
material y una conciencia histórica que afirma el ser del
pueblo y condiciona su desarrollo.
La cultura, en tanto ser esencial y medida del
desarrollo alcanzado por el hombre en su quehacer
práctico-espiritual, representa una categoría clave
para revelar la esencia de la identidad nacional y sus mecanismos
de desarrollo. Su valor
teórico-metodológico es evidente, pues con su ayuda
"se pueden determinar las peculiaridades cualitativas de las
formas histórico-concretas de la vida social de la
actividad de los diferentes grupos
sociales, el grado de perfeccionamiento que ha tenido su
producción material y espiritual, de los
aspectos originales y propios de ese conglomerado social…"
así como sus dominios universal y específico en que
se expresa.
La cultura como proceso y resultado de la actividad
humana, deviene así grado cualitativo de
universalización del hombre y de su obra, a tal punto que
lo reproduce en calidad de sujeto
humanizando la naturaleza y
haciendo historia.
Todo enmarcado en un proceso continuo de
producción, reproducción, creación e intercambio
de la obra humana en sus múltiples manifestaciones. Es un
proceso donde el hombre encarna su ser esencial y con ello mira
el pasado, afianza el presente y proyecta el futuro, a partir,
del reconocimiento de las posibilidades y los límites en
que se despliega su energía creadora en un marco
histórico concreto.
La globalización neoliberal de la cultura, en su
intento hegemónico, trata por todos los medios de
convertir a la humanidad en sierva de sus designios. Hace de ella
fácil presa para que asuma acríticamente sus
costumbres, hábitos y gustos. Para ello lo primero que
hacen es desarraigar a los pueblos, "matar" su sentido de
identidad, negar el valor de las tradiciones y las culturas
propias. Sencillamente, arrancar las raíces para que el
árbol caiga, y así imponer la cultura dominante que
enajena y envilece, sin resistencia y lucha.
La lógica
cultural neoliberal globalizadora es inhumana por excelencia y es
necesario desarrollar una cultura humanista de resistencia, capaz
de subvertirla y plantear nuevas alternativas.
Se requiere de una cultura de la comprensión,
fundada en la educación
comprensiva de la tolerancia para asumir con eficacia los
obstáculos de la incomprensión y la
comprensión misma, los autoritarismos infecundos, la
ignorancia de los retos que presenta la trama de la vida, tanto a
nivel de conocimiento
como a nivel de los valores, fundados en ideas, argumentos,
visiones diferentes, de carácter egocéntrico,
etnocéntrico, sociocéntrico, en detrimento de la
individualidad, la socialidad o la cultura de grupos. Es
necesario, entonces, en función de la comprensión
productiva con todos y para todos, asumir una conciencia de la
complejidad humana que presida las acciones con
apertura subjetiva incluyente, para comprender las incertidumbres
de lo real, del conocimiento, de los valores, en fin, la
incertidumbre de la ecología y de la
acción, en pos de la humanidad planetaria que requiere el
futuro de la supervivencia de nuestro planeta: La humanidad
como destino planetario, es decir, la sensibilidad de la
comprensión para ponerse en el lugar del otro, sin dejar
de ser, y sin atomización ni homogeneidad
estériles, por ser ineficaces e inviables, humana y
culturalmente.
La ética de
género
humano, compendia en síntesis concreta toda la
cosmovisión humanista de la obra de Edgar Morin,
particularmente el contenido de "Los Siete saberes necesarios
para la Educación de futuro".
Su idea pedagógica rectora se generaliza
teóricamente en: Una Cultura del ser existencial para
la convivencia humana, sin autoritarismo e intolerancias
estériles, como prerrequisito para el advenimiento de una
humanidad como ciudadanía planetaria, donde la
relación individuo
– sociedad – especie, se aborde en toda su
complejidad de mediaciones, determinaciones y condicionamientos
contextuales planetarios. Una ética que propicie la
democracia
participativa y se construya en espacio comunicativos, sobre la
base de la razón y la sensibilidad dialógicas. Ante
la realidad dramática que impone la globalización
cultural neoliberal no podemos cruzarnos de brazo. La
razón utópica, consciente que es posible un mundo
mejor, capaz de globalizar la solidaridad hace "camino al
andar".
"Hoy se impone crear una nueva ética
civilizatoria y responsabilidad
social mundial para oponer a la injusticia,
frustración y desesperanza que ha generado los odios y el
terrorismo de
los excluidos. Un nuevo orden político mundial sin
exclusión y de respeto a la
diversidad social, espiritual, cultural y filosófica, un
nuevo orden mundial con equidad y tolerancia y donde los Estados
nacionales redimensionen y reinventen su papel y su soberanía; en suma, un nuevo orden mundial
enfocado a partir de un bien común planetario en donde la
participación activa y crítica
de la sociedad civil
mundial sea uno de los principales protagonistas. Otro mundo es
posible, necesario y urgente". Pero hay que construirlo… Y
el marxismo, como
filosofía de la praxis, enriquecido con las nuevas
experiencias y aportes teóricos y prácticos de la
contemporaneidad, tiene aún mucho que decir y
hacer.
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