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Praxis, enajenación, cultura




Enviado por Rigoberto Pupo



Partes: 1, 2

    1. Teoría e historia del
      problema
    2. Hermenéutica
      de la praxis

    El presente ensayo refiere
    a la relación praxis
    enajenacióncultura en el
    devenir humano y social del hombre. Para
    ello se trabajan dichos conceptos en su interacción, condicionamiento y
    determinaciones y las implicaciones hermenéuticas y
    prácticas que poseen en los tiempos actuales. Seguidamente
    se pasa a la elaboración marxista del problema, teniendo
    en cuenta que fue Marx el que
    realmente sienta las bases para una comprensión profunda
    del problema. Posteriormente se transita a un breve análisis sobre la hermenéutica de la praxis y sus
    posibilidades heurísticas actuales.

    1.
    Teoría
    e historia del
    problema.

    La praxis y la enajenación son conceptos
    filosóficos de gran significación para

    explicar al hombre y la sociedad, en
    su devenir histórico-cultural. Dan cuenta de la
    complejidad de la existencia humana en su quehacer material y
    espiritual. Si bien el hombre, a
    través de la praxis realiza su ser esencial, en tanto
    transforma la realidad y la cambia en función de
    satisfacer sus necesidades e intereses, también en
    determinadas condiciones históricas, su propio ser
    esencial resulta enajenado, ajeno a sí mismo, pues no se
    realiza como sujeto. Su actividad no lo afirma como hombre, sus
    resultados no le pertenecen y lo dominan, a tal punto que como
    bien dice Marx, entonces lo que es humano deviene animal, y lo
    animal, humano. Se produce un proceso
    ininterrumpido de actividad de la enajenación y
    alienación de la actividad. Precisamente, la sociedad
    capitalista es la causa de ese inhumano proceso enajenador, pues
    el trabajador es despojado de los resultados de su trabajo. Las
    verdaderas relaciones
    humanas se cosifican, en un proceso donde tanto el
    capitalista como el obrero se enajenan, pero con la diferencia
    que uno "disfruta" con la enajenación del otro.

    En los momentos actuales, con la
    globalización neoliberal del capitalismo,
    si bien las formas han cambiado, el contenido es el mismo, la
    enajenación progresiva lo invade todo. La
    aprehensión cultural resulta quimérica para las
    grandes masas, y con ello, se ahondan las diferencias sociales.
    El consumismo enajena el ser esencial humano y la "cultura" del
    ser es sustituida por la "cultura" del tener. Con ello resultan
    sociedades
    enfermas, donde pulula la crisis de
    los valores y
    los vacíos existenciales, que tratan de resolverse a
    través del vicio, de la
    drogadicción y otras formas alienantes de la naturaleza
    humana.

    La globalización neoliberal acrecienta el
    proceso progresivo de enajenación humana y sociocultural
    en general. Su acuciante tendencia a la imposición de la
    "cultura" del mercado y el
    consumismo, y junto con ello, los valores de la
    cultura dominante, trae consigo el desarraigo de los pueblos en
    detrimento de su sentido identitario. Es como destruir las
    raíces que sostiene un árbol para con su
    caída eliminar todos los obstáculos de la resistencia y la
    lucha, en función de sus intereses
    económicos.

    Hoy el mundo vive un momento difícil, pues la
    globalización neoliberal no sólo impide el desarrollo del
    llamado tercer mundo, sino que está poniendo en peligro la
    propia existencia de nuestro planeta con su acción
    depredadora. Por eso urge una ecofilosofía que funde una
    conciencia de
    resistencia y de lucha. Una utopía realista, sustentada en
    la cultura del ser y la existencia humana para bien de todos. De
    lo contrario, no habrá ni perdedores ni ganadores, sino
    desaparición del planeta y de toda la
    humanidad.

    En este panorama sombrío la cultura tiene mucho
    que decir y hacer, en defensa de su propia existencia. Como
    realmente no ha ocurrido una globalización de la humanidad
    de la cultura, fundada en la tolerancia, el
    diálogo,
    la solidaridad, la
    equidad y la
    justicia
    social, es necesario, desde la cultura misma, defender nuestras
    identidades con espíritu de raíz y vocación
    ecuménica. El ensayo de
    Martí
    "Nuestra América", puede servirnos de guía.
    Es un manifiesto identitario, que alumbra con luz de estrella.
    La identidad
    nacional integra en su expresión sintética la
    comunidad de
    aspectos socioculturales, étnicos
    lingüísticos, económicos, territoriales, etc.,
    así como la conciencia histórica en que se piensa
    su ser esencial en tanto tal, incluyendo su auténtica
    realización humana, y las posibilidades de originalidad y
    creación. Por eso la globalización neoliberal de la
    cultura resulta insostenible. La aprehensión cultural
    cuando está huérfana de ideas y propósitos
    raigales mata la creación humana. Y la
    globalización neoliberal de la cultura lo único que
    puede "aportar" es el intercambio de actividad y productos
    enajenados y con ello las crisis de valores y los vacíos
    existenciales.

    La identidad
    nacional no es una entelequia a priori que se sitúa por
    encima de los pueblos y naciones. Es, en su realidad concreta, un
    proceso y resultado de la actividad humana en su historia
    particular, como vía de acceso a la universalidad de su
    ser esencial. Proceso que transcurre como afirmación y
    reafirmación del ser histórico, singular, en tanto
    condición imprescindible para participar de la
    universalidad. Resultado que encarna y despliega en síntesis
    lo singular auténtico, enriquecido, expresado ya como
    universal concreto.

    La identidad no se forja en la imitación de lo
    extraño, ni con la copia mimética de las
    influencias extranjeras ni con patrones homogéneos
    impuestos. No
    es posible homogeneizar la cultura. Es un proceso
    dialéctico de afirmación, negación y
    creación que encarna una realidad histórica
    concreta por sujetos reales y actuantes. Es su propia obra
    objetivada en lo esencial en la cultura nacional o regional,
    condensada en una fuerza
    material y una conciencia histórica que afirma el ser del
    pueblo y condiciona su desarrollo.

    La cultura, en tanto ser esencial y medida del
    desarrollo alcanzado por el hombre en su quehacer
    práctico-espiritual, representa una categoría clave
    para revelar la esencia de la identidad nacional y sus mecanismos
    de desarrollo. Su valor
    teórico-metodológico es evidente, pues con su ayuda
    "se pueden determinar las peculiaridades cualitativas de las
    formas histórico-concretas de la vida social de la
    actividad de los diferentes grupos
    sociales, el grado de perfeccionamiento que ha tenido su
    producción material y espiritual, de los
    aspectos originales y propios de ese conglomerado social…"
    así como sus dominios universal y específico en que
    se expresa.

    La cultura como proceso y resultado de la actividad
    humana, deviene así grado cualitativo de
    universalización del hombre y de su obra, a tal punto que
    lo reproduce en calidad de sujeto
    humanizando la naturaleza y
    haciendo historia.

    Todo enmarcado en un proceso continuo de
    producción, reproducción, creación e intercambio
    de la obra humana en sus múltiples manifestaciones. Es un
    proceso donde el hombre encarna su ser esencial y con ello mira
    el pasado, afianza el presente y proyecta el futuro, a partir,
    del reconocimiento de las posibilidades y los límites en
    que se despliega su energía creadora en un marco
    histórico concreto.

    La globalización neoliberal de la cultura, en su
    intento hegemónico, trata por todos los medios de
    convertir a la humanidad en sierva de sus designios. Hace de ella
    fácil presa para que asuma acríticamente sus
    costumbres, hábitos y gustos. Para ello lo primero que
    hacen es desarraigar a los pueblos, "matar" su sentido de
    identidad, negar el valor de las tradiciones y las culturas
    propias. Sencillamente, arrancar las raíces para que el
    árbol caiga, y así imponer la cultura dominante que
    enajena y envilece, sin resistencia y lucha.

    La lógica
    cultural neoliberal globalizadora es inhumana por excelencia y es
    necesario desarrollar una cultura humanista de resistencia, capaz
    de subvertirla y plantear nuevas alternativas.

    Se requiere de una cultura de la comprensión,
    fundada en la educación
    comprensiva de la tolerancia para asumir con eficacia los
    obstáculos de la incomprensión y la
    comprensión misma, los autoritarismos infecundos, la
    ignorancia de los retos que presenta la trama de la vida, tanto a
    nivel de conocimiento
    como a nivel de los valores, fundados en ideas, argumentos,
    visiones diferentes, de carácter egocéntrico,
    etnocéntrico, sociocéntrico, en detrimento de la
    individualidad, la socialidad o la cultura de grupos. Es
    necesario, entonces, en función de la comprensión
    productiva con todos y para todos, asumir una conciencia de la
    complejidad humana que presida las acciones con
    apertura subjetiva incluyente, para comprender las incertidumbres
    de lo real, del conocimiento, de los valores, en fin, la
    incertidumbre de la ecología y de la
    acción, en pos de la humanidad planetaria que requiere el
    futuro de la supervivencia de nuestro planeta: La humanidad
    como destino planetario, es decir, la sensibilidad de la
    comprensión para ponerse en el lugar del otro, sin dejar
    de ser, y sin atomización ni homogeneidad
    estériles, por ser ineficaces e inviables, humana y
    culturalmente.

    La ética de
    género
    humano, compendia en síntesis concreta toda la
    cosmovisión humanista de la obra de Edgar Morin,
    particularmente el contenido de "Los Siete saberes necesarios
    para la Educación de futuro".
    Su idea pedagógica rectora se generaliza
    teóricamente en: Una Cultura del ser existencial para
    la convivencia humana, sin autoritarismo e intolerancias
    estériles, como prerrequisito para el advenimiento de una
    humanidad como ciudadanía planetaria, donde la
    relación individuo
    – sociedad – especie, se aborde en toda su
    complejidad de mediaciones, determinaciones y condicionamientos
    contextuales planetarios. Una ética que propicie la
    democracia
    participativa y se construya en espacio comunicativos, sobre la
    base de la razón y la sensibilidad dialógicas. Ante
    la realidad dramática que impone la globalización
    cultural neoliberal no podemos cruzarnos de brazo. La
    razón utópica, consciente que es posible un mundo
    mejor, capaz de globalizar la solidaridad hace "camino al
    andar".

    "Hoy se impone crear una nueva ética
    civilizatoria y responsabilidad
    social mundial para oponer a la injusticia,
    frustración y desesperanza que ha generado los odios y el
    terrorismo de
    los excluidos. Un nuevo orden político mundial sin
    exclusión y de respeto a la
    diversidad social, espiritual, cultural y filosófica, un
    nuevo orden mundial con equidad y tolerancia y donde los Estados
    nacionales redimensionen y reinventen su papel y su soberanía; en suma, un nuevo orden mundial
    enfocado a partir de un bien común planetario en donde la
    participación activa y crítica
    de la sociedad civil
    mundial sea uno de los principales protagonistas. Otro mundo es
    posible, necesario y urgente". Pero hay que construirlo… Y
    el marxismo, como
    filosofía de la praxis, enriquecido con las nuevas
    experiencias y aportes teóricos y prácticos de la
    contemporaneidad, tiene aún mucho que decir y
    hacer.

     

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