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Combatir la pereza de los hijos, tarea de los padres (página 2)




Enviado por Felix Larocca



Partes: 1, 2

¿Por qué "ganan" siempre los
hijos?

Lo primero que hay que preguntarnos a nosotros mismos es
¿el por qué de estas luchas? Ya que se libra entre
seres que son tan dependientes, como son los hijos y otros que
todo lo controlan, como son los padres — luchas que, de no ser
tan comunes; serían ilógicas.

La lucha es resultado de la preeminencia que hemos dado
a la niñez desde el comienzo del siglo XX, cuando la
descubriéramos, como hoy existe. Para rescatar al
niño de su posición subordinada en la tribu,
sustituyéndola por una de privilegios y poderes
incomparables y, para ellos conflictivos — ya que, entendiendo
sus debilidades — no pueden comprender el poder que se
les otorga.

Lo que engendra ansiedades inmensas.

La primera pregunta a responder es por qué esta
lucha por el poder, entre padres e hijos, la ganan casi siempre
los hijos. Probablemente, el argumento principal son los padres
permisivos, temerosos de frustrar al hijo, de "crearle
traumas".

Son, además, numerosos los padres y madres con
pocas ganas de complicarse la vida.

"Dale lo que quiera y que se calle la boca".

Hay muchas rabietas infantiles que se desarrollan en
escenarios públicos y ante personas ajenas a la familia. El
niño sabe que tiene todas las de ganar porque es
consciente de que sus padres tienen miedo a "montar el
espectáculo" frente a los demás. Que, soslayan su
autoridad
prefieren no ejercerla, si ello implica aparentar autoritarismo o
violencia. O
peor, crear desazón en los niños,
o la necesidad de prolijas explicaciones — ya que niños
de padres débiles demandan que todo se les explique
— como deber de los padres.

Las concesiones se hacen por diversas razones. No es la
menos importante la del afán de que al niño no le
falte de nada — nacido con frecuencia en las insatisfacciones
(materiales y
de afecto) que, los hoy padres, creen haber padecido en su propia
infancia.

Algunos sufren un síndrome, o una necesidad de
compensar su pasado; lo que satisfacen dando al niño todo
lo que no tuvieran.

Los hijos únicos, hace tan sólo una
generación, eran cosa rara, mientras que hoy constituyen
casi la norma en los Estados Unidos.
Así, las atenciones que hoy reciben los hijos, por simple
aritmética, son mucho mayores que las que tuvieron quienes
hoy son progenitores.

Hijos desmotivados y perezosos:
¿es normal?

Los pequeños captan nítidamente la
debilidad de sus padres y se aprovechan de ella para salirse con
la suya y explotarlos. Los perjuicios de esta actitud tan
condescendiente son muchos y graves. En la medida en que las
condiciones sociales y económicas han mejorado y aumenta
el número de necesidades satisfechas, desciende el
índice de motivación. No nos extrañemos que
uno de los principales frenos a la emancipación juvenil
sea precisamente la pereza, la falta de alicientes y de
autonomía personal en la
toma de
decisiones de que adolecen algunos jóvenes. Si les
acostumbramos a dárselo todo fácilmente, a pensar
por ellos en las circunstancias problemáticas, y que los
saquemos de sus líos — no es razonable pedirles que
maduren.

El exceso de protección paternal en la infancia y
adolescencia
es uno de los motivos más frecuentes de desórdenes
psicológicos cuando se alcanza la edad adulta, no hay
más que leer las investigaciones
que nos indican los problemas que
esperan a niños que crecen sin controles ni
responsabilidades.

Para complicarlo todo aún más. Nuestros
niños exigen que se les satisfaga sus placeres hedonistas
de modo inmediato — la comida sabrosa, acoplada con la
devoción a la TV y los juegos que se
asocian a ésta nos ha dado el niño y la niña
gorda.

Hoy, por otro lado, resulta difícil hacer un
regalo a un niño porque se comprueba — a veces con
orgullo — que "nada le falta". El sentido del esfuerzo,
la
motivación por el éxito y
el espíritu de sacrificio para conseguir las metas, que
son valores que
tradicionalmente empujan a las sociedades o
ambientes humanos con necesidades apremiantes — desaparecen
cuando el consumo se
convierte en simbólico.

Cuando lo que importa no es satisfacer necesidades, sino
estar a la altura de lo que creemos que nos exige nuestro tipo de
vida y estatus social.

Llegan las notas escolares

Los niños que han aprendido a conseguirlo casi
todo sin más esfuerzo que pedirlo marrulleramente a su
padres, están desmotivados, y su capacidad de trabajo muy
probablemente — y, no lo olvidemos, su autoestima
es, o será en un futuro, muy tenue. El fruto de
éstas — inicialmente confortables — relaciones con los
hijos, lo recogen los adultos en circunstancias muy concretas en
las que se esperan los resultados del esfuerzo: "Pero,
¿cómo no van a responder, después del
sacrificio que hacemos para darles todo lo que nos
piden?"

Pero, responder, no lo hacen…

Para ellos, el sacrifico de los padres es una
obligación, por los padres contraída, para hacerlos
felices.

Son momentos precisos, como las notas de fin de curso
cuando las crisis
explotan. Es entonces cuando deseamos que los hijos sean
más sacrificados, menos vagos, que tengan más
ilusión por destacar, por cumplir con lo que se les exige:
al menos, pasar de curso con notas aceptables. Que sean
más conscientes, más responsables. Como si el
espíritu de sacrificio y la madurez fueran algo
genético. Pero siempre se puede hacer algo. Recordemos,
que en el futuro, que nos lo agradecerán. Porque, con
negativas que hoy les parecen crueles e infundadas, les estamos
ayudando a desenvolverse por sí mismos. Y ese el mejor
regalo que los padres pueden hacer a sus hijos.

De cómo asistir a los hijos en ser más
industriosos:

  • En cada actuación como padre o madre,
    piense que trabaja a largo plazo. No intente solucionar
    la situación sólo para ese momento.
    La
    educación es tarea ardua, compleja y llena de
    tropiezos. Los resultados finales se recogen a medio y
    largo plazo, no antes.
  • No tema frustrar al niño. Para madurar,
    deben aprender a convivir con el no. Si somos
    parcos, definibles y coherentes en las negativas, no hay
    mejor escuela para que progresen.
  • Antes de una concesión, piense si no lo
    hizo por evitar los problemas que supondría
    adoptar la posición que en su fuero interno ve
    como conveniente.
  • No eluda el conflicto. Es mejor decir que no ahora, y
    no sufrir en un futuro las consecuencias de haber sido
    blando.
  • Motívese. Ser buen padre cuesta lo suyo,
    y no es tarea fácil. Aprenda a resistir las
    presiones sociales (amigos, abuelos, TV…) Reflexione
    con su pareja, tenga y mantenga sus propios criterios en
    educación — Y sígalos,
    escuchando las sugerencias de sus hijos — sin obedecer
    a demandas malcriadas.
  • La munificencia excesiva puede ser
    contraproducente. Sea generoso con sus hijos, pero
    proporcionadamente, de manera repartida. Premie el
    esfuerzo, la responsabilidad y no premie la
    mediocridad.
  • Cuando se oponga a un capricho de sus hijos,
    mantenga la serenidad. Si se altera emocionalmente,
    pensarán que se lo niega porque está
    enfadado — Y no, porque no tiene
    razón.
  • Deje que sus hijos conquisten gradualmente sus
    cuotas de libertad. Pero sin perder información y control sobre qué hace, a
    dónde va, qué le gusta hacer y con
    quién se relaciona.
  • De esa manera, no tendrá ni hijos
    indolentes, ni dependientes.

Piense, que un lugar en el Infierno de Dante,
deberá ser reservado para los padres indulgentes y
débiles. Los que así lo son en nombre del
cariño que (dicen) profesar por sus hijos.

Bibliografía

  • Larocca, F. E. F: (2007) Adolescencia: Quo
    Vadis?
    en monografías.com
  • Lerner, Brenda Wilmoth & K. Lee Lerner (eds)
    (2006). Family in society : essential primary
    sources.
    . Thomson Gale
  • Juul, Jesper (2001). Your Competent Child –
    Towards New Basic Values for the Family
    . Farrar, Strauss
    & Giroux,
    N.Y. 
  • Alvy, Kerby (2007). The Positive Parent: Raising
    Heatlhy, Happy and Successful Children from Birth through
    Adolescence
    . Teachers College Press, Columbia
    University

 

 

Dr. Félix E. F.
Larocca

 

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