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El fenómeno de violencia más devastador que existe en la actualidad: la agresión humana hacia los animales (página 3)




Enviado por Fiorella Lizeth



Partes: 1, 2, 3, 4, 5

La violencia contra los animales no es simplemente el
resultado de un defecto de baja importancia en la personalidad
del maltratador, sino un síntoma de un profundo disturbio
comportamental. Extensas investigaciones de psicología y
criminología y la historia del crimen demuestran que las
personas que cometen actos de crueldad contra los animales no se
detienen ahí.

El FBI ha descubierto que los antecedentes de maltrato
animal son de los que de forma más regular aparecen en los
historiales de asesinos y violadores y los manuales de
diagnóstico y tratamiento psiquiátrico recogen la
crueldad contra los animales como un criterio diagnóstico
de los desórdenes graves de la conducta. Los estudios han
también han confirmado que los criminales violentos y
agresivos son más propensos a maltratar a animales y a
niños que los criminales considerados menos agresivos. Los
actos de abuso se basan en los sentimientos de poder y control
obtenidos por el maltratador, sentimientos que obtiene con
independencia de cuál sea la especie a la que pertenezca
la víctima. Cuando la ira del maltratador se desata,
cualquiera puede convertirse en víctima, y puede dejar de
importarle si su presa tiene cuatro o dos patas.

Las escuelas, los padres, la comunidad y los tribunales
que se encogen de hombros ante el maltrato animal
contemplándolo como un delito menor están ignorando
una futura bomba virtual. Todos los estamentos sociales
deberían fiscalizar y reprobar de forma pública el
maltrato animal, examinando cada uno de los casos a la
búsqueda de otras manifestaciones de violencia en las
familias y su entorno, a fin de detener el ciclo de violencia.
Una sociedad sana debería, de forma inmediata, postular
que el maltrato o abuso de un animal, al igual que el de una
persona, es inaceptable y pone en serio peligro a todos y cada
uno de sus miembros. Los niños deberían ser
instruidos en el cuidado y el respeto hacia los animales como
medida preventiva frente a futuros comportamientos desviados. La
crueldad hacia los animales por parte de los seres humanos es una
de las contaminaciones más serias: la contaminación
moral.

******************

ASOCIACIÓN PARA UN TRATO ETICO CON LOS
ANIMALES- ( ATEA )

2. – "Respeto a la vida de los
animales"

Aproximarnos a la cuestión de "los derechos de
los animales" no requiere en sí mismo herramientas
analíticas diferentes a las empleadas para abordar el tema
de "los derechos humanos". Ambas expresiones conjugan dos
términos. Y uno de ellos, además, compartido. Ya
hemos expuesto algo sobre el confuso término "animal", que
en este contexto nos remite a los ya conocidos "animales no
humanos", por lo que parece apropiado enjuiciar la palabra clave
en este debate: los derechos.

Lo primero que cabe decir al respecto es qué el
término "derecho" es en realidad la representación
lingüística de una intuición moral. El derecho
no es algo físico, como no lo es el amor, la solidaridad o
el deseo. La realidad fáctica del derecho surge de la
propia naturaleza humana. Es incuestionable que todas las
sociedades se organizan social y políticamente de alguna
manera, y es un común denominador establecer normas de
relación, como pueden ser determinadas obligaciones,
permisos o prohibiciones.

Como seres morales, tendemos a clasificar nuestros actos
fundamentalmente en dos categorías: buenos y malos. O,
expresado en otras palabras, deseables e indeseables, siempre en
función de las consecuencias que se deriven de ellos para
los miembros de la comunidad. Estos valores son un elemento
constante en todas las sociedades humanas, y su vida cotidiana
gira en torno a ellos.

Es imprescindible resaltar el hecho de que, casi sin
excepciones, se asocie lo bueno (deseable o digno de ser
potenciado) con el placer, con las sensaciones agradables, con
aquello que hemos calificado como "bienestar", en definitiva. Por
el contrario, lo malo (indeseable) va parejo al sufrimiento en
cualquiera de sus formas o grados.

Como quiera que los seres humanos hemos desarrollado la
misma facilidad para establecer normas de conducta que para
transgredirlas, la sociedad trata de disuadir a sus miembros de
cometer actos indeseables, estableciendo una serie de penas y
castigos, advirtiendo por tanto a quien corresponda de los
riesgos que asume si viola las leyes vigentes. Éste es uno
de los pilares en los que se asienta el fundamento del derecho:
la prohibición. El otro, más importante si cabe, lo
encontramos en la protección. Si tuviéramos que
aportar una equivalencia simbólica a la idea del derecho,
con toda seguridad la hallaríamos en estos dos vocablos.
Siempre que se asume la concesión o posesión de
derechos, se está implícitamente prohibiendo a
alguien que los viole, y es así porque entendemos que
determinadas cosas, situaciones o individuos deben ser
protegidos.

La idea básica del significado y propósito
del derecho apenas necesita unas líneas. Cuando
consideramos que está mal causar daño corporal a
una persona determinada, lo resumimos diciendo que esa persona
"tiene derecho a la integridad física". Es decir, asumimos
como justo que su bienestar "debe ser protegido", para lo cual
establecemos una serie de garantías, prohibiciones e
imposiciones de penas para los infractores. De forma paralela,
cuando los animalistas afirmamos que deberían ser
reconocidos los derechos de los loros, estamos pidiendo
sencillamente que se les proteja de posibles agresiones humanas,
mediante la prohibición en el ordenamiento jurídico
de cualquier acto que atente contra su bienestar, su vida o su
libertad, dado que, en caso contrario, permitiendo su captura y
comercio, tal y como se hace en la actualidad, estaremos
causándoles estados severos de sufrimiento gratuito. A
primera vista, es tan simple como parece.

Pero hablar de derechos implica descender a casos
concretos y aceptar determinadas premisas. Los derechos
sólo adquieren significado práctico en un marco
referencial adecuado. Así, hablar de derechos sólo
adquiere sentido cuando existe una clara diferencia entre
tenerlos y no tenerlos. El derecho a la integridad física
es importante para una mujer o para un ave, porque son seres
sensibles, pero a una caja de cartón "le da igual" la
forma en que la tratemos, pues no es capaz de sufrir.

A pesar de que muchos de aquellos que se muestran
reacios a la idea de conceder derechos oficiales a los animales
no humanos basan sus tesis en la idea de que quien no tiene
obligaciones no puede tener derechos, se trata de una
suposición absurda, como lo demuestra el hecho de que a
sectores sociales importantes, como los niños
pequeños o las personas afectadas de minusvalías
psíquicas severas no se les exigen obligaciones, lo que no
impide que, afortunadamente, gocen de una amplia gama de derechos
básicos.

Otros profesionales del pensamiento apoyan su reticencia
al reconocimiento de derechos más allá de la
humanidad en un hecho meramente lingüístico. En
efecto, no son pocos los teóricos que admiten sin titubeos
ciertos deberes humanos para con los animales. Aceptan como
virtuosa una cierta obligación moral a tratarlos
correctamente, no causarles daño o quitarles la vida de
forma gratuita, pero a continuación se resisten a admitir
que de ello se derive la posesión de derechos. Entonces,
¿qué se deriva? Tal vez nos incomode ceder
privilegios a seres no humanos, pero eso sólo demuestra
que nos incomoda, no que debamos negárselos. Reconocer
derechos a humanos negros, hembras u homosexuales fue (y
aún hoy sigue siendo) una idea turbadora en multitud de
sociedades a lo largo de generaciones. El mero hecho de que
utilicemos con absoluta comodidad el vocablo derechos en el
área humana y nos lo quitemos de encima de un manotazo tan
sólo con traspasar la barrera virtual de la especie,
resulta, cuando menos, sospechoso.

Es interesante recordar que el fundamento
práctico de los derechos tiene sobre todo un
carácter previsor. La idea del derecho adquiere sentido en
la medida en que contemplemos la posibilidad de que alguien se
beneficie de él. En definitiva, de que pueda ser de
aplicación en un momento dado para salvaguardar algo
valioso.

Al final, que concedamos o no ciertos derechos
básicos a comunidades zoológicas que hasta ahora
carecían de ellos, depende en buena medida de la
aplicación de virtudes como el sentido común y
sobre todo la generosidad. Un adecuado equilibrio entre ambas no
nos puede dejar muy lejos de la justicia.

****************

ASOCIACIÓN UNIDOS POR LOS ANIMALES- (
UPA )

3.- ¿Qué entendemos por
animales?

Ésta puede parecer una pregunta estúpida,
pero, a poco que reflexionemos sobre ella, comprobaremos que no
lo es tanto.

En realidad, cuando utilizamos genéricamente el
término "animales", podemos estar refiriéndonos a,
al menos, dos grupos zoológicos bien distintos, por las
acotaciones que hacemos del mismo. En un sentido
biológico, nosotros (los humanos) somos animales, tanto
como puedan serlo las hormigas, los orangutanes o los peces. En
un plano cultural, utilizamos el vocablo "animales" tan solo para
designar a los animales no humanos. Esta realidad puede no
parecer más que un capricho lingüístico, pero
lo cierto es que refleja como pocas la actitud "distante" que
inconscientemente tratamos de mantener con el colectivo referido.
La acepción cultural del término "animales" no
tienen entidad alguna, pues carece de todo sentido que nos
empeñemos en mantener cohesionado a un grupo en el que lo
mismo caben los insectos (de los que nos separa una gran barrera,
filogenéticamente hablando) que los chimpancés,
cuyo material genético es idéntico al nuestro en un
98%.

Lo cierto es que podríamos afirmar sin temor a
equivocarnos que, en tal sentido, los animales "no existen", al
menos no como grupo natural y homogéneo.
Estaríamos, por lo tanto, ante un colectivo ficticio por
absurdo. Y ello no tendría mayor importancia si no fuera
porque le aplicamos connotaciones morales, reduciendo a quienes
lo componen al estatuto de mera "mercancía", con los
devastadores resultados que todos conocemos.

Al filo de toda la reflexión anterior, y a modo
de refuerzo argumental, cabe destacar que no podemos establecer
una sola afirmación moralmente relevante que sea aplicable
a todos y cada uno de los animales no humanos, y que al mismo
tiempo no pueda servir para, al menos, algunos seres humanos. Si
conoces alguna, háznoslo saber.

Hablar acríticamente de "animales" implica,
además de prostituir el lenguaje, perpetuar la
condición a la que han sido condenados por nuestra
cultura. Por ello, desde el Movimiento Animalista, y a falta de
un término sencillo para designarlos, introducimos
ocasionalmente expresiones que se adecuan con mayor
precisión a la realidad, como pueden ser la de "animales
no humanos", que compaginamos con la tradicional por cuestiones
de tipo práctico.

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ASOCIACIÓN AMOANIMAL.ORG

B.- Bases Teóricas

El Especismo

Estamos ante uno de los vocablos menos conocidos por el
gran público y que, sin embargo, esconde tras de sí
la forma de discriminación más extendida y
devastadora que existe.

La mayoría de la gente tiene una noción
aproximada de lo que significa ser racista, clasista o machista:
discriminar injustamente a otros (seres humanos en este caso)
apelando a la raza, clase social o género. Salvo quienes
asumen como justificadas estas formas de discriminación
arbitraria, lo normal es que tales actitudes sean duramente
criticadas por la sociedad en general, sobre la base de que el
mero hecho de ser negro, pobre o mujer no es motivo suficiente
para negar derechos fundamentales, como el derecho a la vida o a
no ser agredido.

Sin embargo, se da la circunstancia de que la
práctica discriminatoria más extendida entre los
seres humanos es asumida por la ciudadanía en pleno,
incluida la inmensa mayoría de quienes se oponen con
vehemencia a actitudes como las antes mencionadas. Somos
especistas cuando justificamos e incluso defendemos formas de
agresión en animales que condenaríamos si las
víctimas fueran hombre o mujeres, o cuando hacemos lo
propio con unos animales respecto a otros, posicionándonos
a favor de las corridas de toros pero criticando que alguien
propine una patada a un perro.

La peregrina idea de que "no son humanos" suele
presentarse como suficiente a la hora de legitimar las más
atroces torturas a millones de animales, en muchos casos hasta la
muerte, para satisfacer nuestro capricho por un determinado
sabor, una determinada estética o una determinada forma de
ocio.

El especismo es hoy la base ideológica sobre la
que se sustenta el fenómeno de violencia organizada
más devastador que jamás haya existido en la
historia de la humanidad. Mientras las sociedades esclavistas o
el Holocausto nazi pertenecen afortunadamente a un oscuro pasado,
la mayoría de nosotros seguimos participando y/o
justificando el crimen cotidiano y masivo de los mataderos, de
los hipódromos, de los circos, de las granjas peleteras,
de los zoológicos, de las perreras, de los laboratorios,
de las plazas de toros, de las tiendas de mascotas, de la caza,
de la pesca o de las naves de engorde rápido.

Sabía usted que la crueldad hacia los animales y
la violencia humana tienen una relación directa? Que el
niño que golpea o tortura un animal podría crecer y
herir y hasta matar un ser humano. Que el padre que le mete una
patada al perro podría estar golpeando a su esposa e
hijos. Que el niño que lastima un animal posiblemente ya
es testigo de actos de violencia y maltrato en su
familia.

El número de criminales con historial de maltrato
de animales es tan alto que el Negociado de Investigaciones
Federales (FBI, por sus siglas en inglés) señala la
crueldad contra los animales como una característica
típica para identificar jóvenes sospechosos con
potencial en convertirse en criminales en un futuro. La crueldad
intencional (a propósito) contra los animales es motivo de
preocupación porque es una señal de problemas
psicológicos.

La Asociación Psiquiatrica Americana considera el
maltrato de animales como uno de los diagnósticos para
determinar desordenes de conducta. También nos indica que
la persona ya ha estado expuesta a cometer actos de violencia.
Durante los últimos 25 años, estudios en
psicología, sociología, y criminología han
demostrado que criminales frecuentemente en su niñez y
adolescencia tienen serios y repetidos historiales de maltrato
hacia los animales.

¿Por qué sería alguien cruel con
los animales? Hay muchas razones. El maltrato hacia los animales
es comúnmente cometido por personas inseguras con el auto
estima bajo. Estas se sienten sin poder y bajo el control de
otros. El motivo podría ser para intimidar, amenazar,
asustar, ofender o rechazar las reglas de la sociedad. Algunas
personas que son crueles con los animales están copiando
acciones que han visto y aprendido de niños o están
siendo abusados por algún familiar. La mayoría de
las personas que abusan de los animales son adolescentes o
jóvenes adultos masculinos con un autoestima bajo, con
pocas amistades y con malas notas académicas, aunque
niños tan jóvenes como de 4 años
también han maltratado animales.

Con todo esto presente es hora de tomar en serio la
crueldad contra los animales. Es nuestra responsabilidad
enseñar a los niños que el maltrato hacia los
animales es incorrecto y que debemos respetar todo lo que posea
vida. Si usted permite que su niño maltrate a un animal,
mate un lagartijo o pajarito, por ejemplo, le
enseñará que matar está bien y, por
consiguiente, que es valido faltar el respeto a la vida,
desarrollándose en tendencias agresivas hacia los seres
vivientes indefensos. Es importante que con mucha ternura ayude a
desarrollar la sensibilidad en los niños y que los corrija
cuando intenten maltratar a un animal, enseñándoles
así que tal comportamiento nunca es aceptable. Recuerde el
viejo refrán "Más vale prevenir que tener que
remediar" cuando eduque a su niño y enséñele
la regla de oro "Nunca le hagas algo ha alguien que no quisieras
que te hicieran a ti".

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C.- Inocentes E Indefensos, Víctimas De
Violencia

Estos dos factores resultan de vital importancia a la
hora de evaluar la naturaleza criminal de nuestro comportamiento
agresivo hacia los demás en general y hacia los animales
en particular.

Que no podemos hacer la misma valoración ante
diferentes actos violentos lo demuestra el hecho de que
determinadas formas de agresión son aceptadas por la
sociedad en pleno, y por la realidad jurídica como reflejo
de la misma. La violencia queda justificada cuando es
legítima. Pero, ¿cuándo podemos estar en
disposición de afirmar que algo objetivamente indeseable y
cuyos efectos son siempre perniciosos como causar daño, se
vuelve comprensible hasta el aplauso? Parece claro que estamos
hablando de legítima defensa, bien esté orientada a
salvaguardar intereses propios o ajenos. Si existen verdades
universalizables, ésta debe ser sin duda una de ellas.
Cualquiera de nosotros entendería que alguien agreda a
otro si éste afecta de manera clara e injusta a su
seguridad o a la de los suyos. Y se espera de un juez imparcial
que asuma la legítima defensa como eximente a la hora de
emitir el veredicto. No importa que el agresor sea perro o
albañil, león o doctora, serpiente o frutero. La
legítima defensa, siempre que se utilice un grado de
violencia proporcionado a la situación, queda
legitimada.

Uno de los factores que agravan el hecho cotidiano y
palpable de la agresión institucionalizada a los animales
pasa por el reconocimiento de que, en la práctica
totalidad de los casos, no se puede culpar a sus protagonistas de
nada. Los corderos no nos atacan como para que tengamos que
defendernos de ellos cortándoles el cuello. Las perdices
no afectan a nuestros intereses primarios como para emprenderla a
tiros con ellas. Los caballos a los que obligamos a competir en
las carreras hasta el límite de sus fuerzas no nos han
hecho nada que justifique tal castigo. Muy al contrario, si de
autodefensa cabría hablar, sólo podría
hacerse cuando el toro empitona a su torturador y lo lanza por
los aires para que le deje en paz. La cruda realidad es que
sojuzgamos y matamos a los animales porque nos creemos con el
derecho a hacerlo, en función de algo tan inconsistente
como es pertenecer a una especie determinada. Es así de
simple e indignante.

Pero existe todavía un elemento teórico
más para condenar la agresión diaria a los
animales: el severo estado de indefensión en el que se
encuentran. Y se trata, además, de una indefensión
que rebasa lo físico y se sustenta en lo intelectual. Un
ejemplo puede ayudarnos a entenderlo. Intentemos denunciar un
caso de malos tratos ante la policía, y cuando el agente
de turno nos pida la descripción del perro o gato
víctima de los gamberros, respondámosle que se
trata de toros y que los hechos transcurren en una plaza redonda
llena de público. Seremos nosotros los denunciados por
gastar bromas a las fuerzas del orden.

Si la víctima de un acto de violencia,
independientemente de su sexo, edad o especie, es inocente, tal
acto se convierte en injustificado. Y si a ello añadimos
el hecho de que se encuentra indefensa, estamos sin ningún
género de dudas ante un comportamiento
perverso.

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ASOCIACIÓN HUMANITARIA PARA UN TRATO
DIGNO A LOS ANIMALES- (VIDA DIGNA)

D.- Las Diferentes Formas De Crueldad

La crueldad hacia los animales se puede manifestar de
muchas maneras: negligencias, abandonos, tenencia irresponsable,
espectáculos crueles con animales o actos de crueldad
manifiesta.

Los actos de crueldad hacia los animales en Chile quedan
casi en su totalidad impunes, puedes ir un tiempo a
prisión por robar pero no por maltratar a un animal. Es
hora de que en Chile existan medios legislativos para luchar
contra la crueldad hacia los animales:

La violencia hacia las personas (maltratos en mujeres y
niños) y la saturación del sistema judicial y
penal, son argumentos habituales para negar mayor
implicación en la lucha contra la violencia hacia los
animales. Sin embargo, cada vez existen más estudios y
trabajos que evidencian la conexión que existe entre la
violencia hacia los animales y la violencia hacia las personas.
Tomar mas en serio la violencia hacia los animales, supone por
tanto un beneficio en la lucha contra la violencia hacia las
personas:

1. El abuso hacia los animales puede indicar la
existencia de un problema profundo: los niños que abusan
de los animales pueden vivir en situaciones de abuso y pueden
estarse graduando en la violencia hacia las personas.

2. La crueldad hacia los animales puede ser el
único signo visible de una familia donde existe abuso:
mientras el abuso hacia los niños y las mujeres suele
ocurrir en privado, el abuso hacia los animales suele cometerse
de forma abierta.

3. Los testigos o victimas de la violencia hacia los
animales y las personas suelen hablar mas fácilmente sobre
el abuso hacia los animales: esto comienza un dialogo con las
autoridades que puede conducir a descubrir al responsable de la
violencia a las personas.

4. La violencia es violencia: una persona que abusa de
los animales no tiene empatia hacia otros seres vivos y tiene el
riesgo de generar violencia hacia las personas.

5. El sistema judicial que sufre una sobrecarga de
trabajo no considera la crueldad animal como una prioridad frente
a los casos de asesinato, violación, maltratos y otros
crímenes violentos: el tratamiento eficaz de la crueldad
hacia los animales por la policía, fiscales y jueces puede
representar la diferencia entre controlar la violencia o dejar
que siga creciendo.

6. Pero el procesamiento no es suficiente: el
tratamiento y monitorización también son cruciales
para romper el ciclo de la violencia. Los programas de apoyo
psicológico pueden ayudar a reconocer y/o mejorar otras
formas de violencia. Los programas innovadores que utilizan la
interacción con los animales pueden ofrecer tratamiento a
delincuentes juveniles de manera que aprendan a generar empatia,
confianza y habilidad para comunicarse de forma no
violenta.

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ASOCIACIÓN ANIMANATURALIS.ORG. Escrita
por Jesús Mosterín

E.- Nosotros somos iguales a nuestros hermanos, los
animales

1. Todos los animales tenemos unas
características comunes, como el hecho de estar vivos o el
de tener una integridad física. Asimismo, la
mayoría nos podemos mover como queramos.

2. Estas capacidades son innatas en nosotros/as y su
reconocimiento las convierte en derechos inalienables: los
animales tenemos derecho a la vida y a la integridad
física. En esa misma línea, disponemos de derechos
en función de nuestras capacidades: aquellos animales que
podemos movernos tenemos derecho a la libertad de
circulación, los que podemos sentir dolor, derecho a que
no se nos inflija dolor, etc.

3. El respeto a estos derechos puede favorecer el que
las sociedades humanas tengan una actitud ética
lógica y coherente, y que sus relaciones con las
demás especies animales sean pacíficas y
naturales.

4. Por tanto, son rechazables las prácticas en
que animales de otras especies son utilizados como objetos, en
función de intereses únicamente humanos, sin
atender sus derechos, ya sea matándolos por placer (el
"deporte" de la caza) o para satisfacer un capricho
gastronómico (como otros tipos de caza o como en los
mataderos), torturándolos en festejos (como la tauromaquia
y otros) o en laboratorios (industrias militar, cosmética
y sanitaria), abusando de ellos sexualmente (zoofilia),
encerrándolos en zoológicos, circos, granjas o
casas (domesticación), robándoles para obtener
dinero (industrias láctea, de la miel, de la seda,
etc.)

5. Estas prácticas se justifican en base al
prejuicio de que el ser humano es una especie superior, elegida
por Dios, los dioses, el destino o por sí misma para
dominar a las demás especies. Este prejuicio, llamado
"especismo", está en la base misma de la sociedad humana
desde hace más de 10.000 años, profundamente
arraigado.

6. La desaparición de estas prácticas y la
consecución de una sociedad antiespecista o liberacionista
sería un gran cambio (el mayor en la historia de la
humanidad) que debería producirse en el menor tiempo
posible, esto es, una revolución.

7. Dentro del animalismo, el movimiento que lucha por
una mejora en las condiciones de vida de los animales no humanos,
existe, aparte del sector revolucionarioque defiende los derechos
de todos los animales, otro sector que se conforma con reformas
que impliquen una cierta mejora en dichas condiciones de vida,
los llamados "defensores del bienestar animal" o
"bienestaristas".

8. Los bienestaristas no son parte del problema de la
opresión especista pero, desde luego, tampoco son parte de
la solución ya que, si bien sus intenciones parecen
buenas, su objetivo no es el de conseguir que se reconozcan los
derechos de los animales y se respeten sino, simplemente, que su
opresión, explotación y sufrimiento sean más
soportables.

9. La lucha por la revolución antiespecista no
sólo no perjudica los derechos humanos sino todo lo
contrario, los apuntala, al ser una extensión de ellos y
al defender que los derechos se basan, no en la "ley del
más fuerte", sino en las cualidades que, de forma natural,
cada uno/a tiene.

10. Los enemigos del movimiento de liberación
animal son todos aquellos que oprimen a los animales (tanto a los
humanos como a los que no lo son) y, por tanto, aunque haya
particulares (cazadores, toreros, etc.) en su mayoría se
trata de empresas (privadas, por lo general) e instituciones
públicas. En ambos casos, por tanto, son entidades
jerarquizadas, dirigidas por personas muy concretas.

11. La lucha por los derechos de los animales, en
conclusión, pasa por conseguir, directa o indirectamente,
acabar con esas empresas y que esos particulares abandonen las
prácticas que vulneran los derechos de los animales; en lo
que respecta a las instituciones, habría que decidir si
intentar convencer a sus dirigentes de que pongan fin a las
prácticas especistas o bien destruirlas.

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"Liberación Animal", PETER SINGER –
Trotta, Madrid, 1999

F.- Animales de abasto, animales sin
derechos

El pasado 4 de octubre se celebró el Día
Internacional de los Animales y todos nos acordamos de los perros
o gatos que conviven con nosotros, de los tigres y leones que
vemos en los documentales o de las ballenas que tanto nos
cautivan. Fue más difícil convertir a otros
animales, más cercanos de lo que pensamos, en los
protagonistas de ese día, que era también el suyo.
Hablamos de los animales de abasto, es decir, aquellos que
utilizamos para alimentarnos, como las vacas, terneras, cerdos,
gallinas, pollos o pavos.

Los anuncios publicitarios de productos procedentes de
la cría de estos animales nos muestran de forma insistente
a cerditos rebosantes de salud que hacen ejercicio y corren
detrás de su cuidador, a vacas que bailan en el campo o
que viajan cómodamente en un camión mientras su
dueño les busca el mejor prado para pastar, a pollos
libres picoteando maíz en el corral… Esta imagen tan
bucólica, totalmente irreal y falsa, viene a demostrar que
las condiciones en que mantenemos en realidad a los animales de
abasto en las granjas intensivas no resultan aceptables para el
futuro consumidor. Por eso se le oculta la verdad.

Si el dolor y sufrimiento que los humanos infligimos a
los demás animales pudiera contabilizarse de alguna
manera, más de un 80% correspondería a los que
criamos para procurarnos alimento. Por eso, porque son los que
peor lo pasan, queremos recordarlos de forma especial en este
Día de los Animales. Lo cierto es que los consumidores, en
general, ignoramos el abuso a que sometemos a las criaturas
vivientes y sensibles que hacinamos en las granjas intensivas. El
filete, el jamón, el huevo frito o el vaso de leche no son
más que los productos finales de un proceso con tres
momentos diferentes, crianza, transporte y matanza, llenos de
dolor, estrés y sufrimiento.

Todos sabemos que el objetivo de cualquier empresa es
ganar dinero. Por ello, en los negocios relacionados con los
animales de abasto, éstos no suelen ser considerados como
seres vivos individuales que sienten y sufren, sino como trozos
de carne, máquinas de producir huevos y leche,
mercancías que se compran y se venden. El resto de
consideraciones -como intentar evitarles al máximo el
dolor, el sufrimiento y el estrés, garantizarles cierto
bienestar o comodidad- son "lujos" que apenas se tienen en cuenta
porque hacerlo supondría perder beneficios. No se les da
la más mínima oportunidad de comportarse de forma
natural y conforme a sus instintos: no pueden andar, correr,
revolcarse, tocarse, separarse… Olvidamos
sistemáticamente que se trata de seres vivos sensibles e
inteligentes, con capacidad para sufrir, y que, precisamente por
eso, deben ser tratados con dignidad y respeto.

En la ganadería intensiva los animales son masas
que tienen que engordar rápido y barato y parir el mayor
número posible de crías, ocupando el mínimo
espacio. En granjas que parecen campos de concentración, 4
ó 5 gallinas comparten jaulas de alambre de 30×45
centímetros donde nunca pueden estirar las alas. Las vacas
lecheras son inseminadas artificialmente para que mantengan una
producción de leche máxima. Las terneras que
comemos viven en compartimientos donde no ven la luz del
día y no pueden moverse; son alimentadas con pienso
deficiente en hierro para que su carne sea como nos gusta, bien
blanca. Pero si hay un animal que recibe un trato especialmente
duro, es el cerdo. A pesar de que son animales activos, limpios,
muy sociables y tan inteligentes como los perros -a los que tanto
apreciamos-, son separados muy pronto de sus madres y encerrados
en pocilgas de engorde, con suelos de cemento, sin paja y sin
luz. El caso de las hembras a las que se obliga a criar es mucho
peor: encerradas y atadas al suelo para que dejen de moverse,
cuando van a parir son metidas en un cajón donde se
convierten en inmovilizados biberones vivientes para sus
lechones.

Los transportistas no pueden perder su precioso tiempo y
cualquier método -golpes, patadas- es bueno para subir a
las reses al camión o al barco; por supuesto, nada de
paradas para que estiren las patas. Cuando los animales llegan al
matadero, el tiempo sigue siendo oro, y cuantas más reses
se matan por hora, tanto mejor para el negocio; aunque ello
implique descuidos como desollarlos vivos…

Por nuestra parte, los consumidores queremos en los
comercios y en nuestros platos un producto bueno, bonito y
barato, sin cuestionarnos de qué forma ha llegado hasta
allí. Somos animales de costumbres, y por ello ni nos
planteamos si comer carne todos los días del año es
realmente necesario para nuestra dieta… dieta unida a las
penosas y terribles condiciones de vida, crianza y muerte de los
animales que nos comemos. El problema de los malos tratos al
ganado no se solucionará mientras todos los implicados,
desde el empresario hasta el consumidor, no cambiemos un poco
nuestra actitud y reflexionemos sobre estas cuestiones, actuando
después en consecuencia.

Hay muchas preguntas que se podrían formular ante
un panorama tan aterrador para millones y millones de seres:
¿Acaso estos animales no merecen nuestro respeto y
consideración, exactamente igual que los animales de
compañía o los que se encuentran en peligro de
extinción? ¿Por qué los animales de abasto
se quedan siempre al margen de las leyes de protección de
los animales? ¿Realmente es imprescindible maltratar de
semejante forma a millones de animales solamente para dar gusto a
nuestro paladar? ¿Estaríamos dispuestos a pagar un
poco más para cambiar los sistemas de cría y
obtener estos productos sin ocasionar tanto sufrimiento a otros
seres? ¿Nos informamos sobre la procedencia de los
productos que consumimos? ¿Tenemos información
sobre alternativas adecuadas para los productos que obtenemos de
los animales? ¿Podríamos reducir el consumo de
estos productos para evitar la cría intensiva y cruel de
tantos seres? La respuesta la tendremos que dar cada uno de
nosotros.

****************************

CARLOS DÍEZ: Defensor de los Derechos de
los Animales.

G.- Violencia Hacia Humanos Y (Otros)
Animales

La teoría de la conexión y la necesidad de
la investigación antropológica

Dra. Ana Cristina Ramírez Barreto

Licenciada en Filosofía. Maestra en
Filosofía de la Cultura (UMSNH). Doctora en
Antropología Social.

Es para mí una grata oportunidad de tocar uno de
los temas que me han ocupado en los últimos quince
años: la importancia que tienen los animales no humanos en
nuestras vidas.

El concepto clave de este foro es la violencia cruel
hacia los animales. Deliberadamente quise venir aquí
sólo con palabras porque, por desgracia, las
imágenes que podrían ilustrar el asunto que nos
ocupa son demasiado abundantes y terribles. Pensé que una
sola de esas atrocidades podría distraer la
atención del único punto que vengo a presentarles
hoy y que, por ser un ejercicio reflexivo, se perdiera el
argumento y sólo se llevaran la impresión de que
los humanos les hacen cosas horribles a los otros
animales.

Yo quiero decir algo más aparte de eso. En
general, quiero argumentar que los otros animales nos permiten
ser humanos, es decir, nos dan la posibilidad de, gracias a la
interacción con ellos, distinguirnos y remarcar lo que
suponemos es nuestra diferencia. Repito, esto es gracias a la
interacción con ellos. La interacción con los
animales (como con cualquier otro sujeto) posee una doble faceta
que puede verse como paradójica o, como yo prefiero
plantearla, compleja: por una parte esta interacción es
una condición general, universal, transcultural y
transhistórica, pues como escribió Herder a finales
del siglo XVIII, habitamos un mundo que ya estaba pleno de vida
animal mucho antes del surgimiento de la especie humana, por
tanto, todos los animales son nuestros hermanos mayores. De
ellos, con ellos y también contra ellos, aprendimos a
habitar el mundo todos los así llamados humanos. Por otra
parte, la interacción efectiva entre humanos y animales
jamás es abstracta y universal, como podrían
sugerirlo los términos transcultural y
transhistórico; sólo es concreta y siempre
está inmersa en condiciones ya culturales e
históricas. Todos los así llamados humanos nos
relacionamos con animales en formas cultural e
históricamente posibilitadas. Hay sentidos culturales e
históricos sobre lo que es bueno o no hacer con los
animales o hacerles a los animales. Esos sentidos siempre son un
horizonte de referencia para valorar las acciones humanas y
también para impulsar la transformación de dichas
valoraciones. Jamás nos enfrentamos a otro (animal o
humano) fuera del horizonte de referencia cultural. Esta
"limitación" es parte esencial de nuestra naturaleza
animal.

En lo que sigue quiero referirme a la llamada
teoría de la conexión de la violencia hacia humanos
y animales o teoría del efecto dominó, que a
grandes rasgos postula que quien ejerce violencia hacia animales
es propenso a ejercerla también hacia otros humanos; se
desprende de aquí que, en la medida en que nos parece
valioso el bienestar humano, debemos preocuparnos por los
animales violentados, pues son el foco amarillo, la alerta para
prevenir el daño al sumo valor (el daño a un
humano). Para comprender las posibilidades de esta teoría,
destacar sus aciertos y exponer sus limitaciones, primeramente
plantearé un tema filosófico: el de la templanza,
una virtud ética que se construye gracias a la
interacción con otros animales. Conecto este tema con dos
formas de violencia hacia los animales: una, extraconvencional,
escandalizante, que es la que típicamente aborda la
teoría de la conexión, y otra, convencional,
culturalmente cultivada y socialmente aceptada o al menos
sistemáticamente ignorada.

La fragilidad animal y la templanza
humana

En La República (IV) Platón sostuvo que el
conjunto armónico de tres virtudes morales fundamentales,
a saber: prudencia, fortaleza, y templanza, daba por resultado
una cuarta virtud, la justicia, fundamental para los individuos y
para las sociedades. Consideremos a la templanza, generalmente
caracterizada como ser dueño de sí,
auto-controlarse, contenerse, moderarse. La templanza es una
virtud que podemos cultivar y que, en esencia, implica no
permitirnos hacer lo que se nos antoje, ponernos límites y
contenernos. Pero ¿por qué contenernos?

Buena parte de las normas sociales y religiosas
están dirigidas a evitar que hagamos lo que se nos antoje.
Hay castigos o temor a ellos si pasamos de ciertos
límites; hay premios o reconocimientos si los respetamos.
Pero no es así como se cultiva una virtud ética, o
mejor dicho, no es sólo así. El temor al castigo y
el deseo del premio pueden ser señales que advierten si
vamos bien o mal, incentivos que refuerzan la posible debilidad
del hábito virtuoso, pero son circunstanciales y
secundarios con respecto a éste.

Pensemos en el impulso violento contra alguien. Si no se
contiene y se le causa daño a ese alguien, al margen de la
sanción jurídica a la que se haría acreedora
la persona que agrede, es posible que la agredida responda
también violentamente. Contener el impulso de agredir
puede ser una simple medida precautoria para evitar la
consecuencia de ser agredida. No hablaríamos tanto de
templanza sino de prudencia o sensatez.

La templanza se nos presenta con claridad cuando se
contiene un impulso que puede ser ejercido impunemente y sin
mayores consecuencias, por ejemplo, cuando el impulso agresivo se
dirige hacia alguien más débil que quien agrede (no
va a regresar la agresión), que no tiene posibilidades de
denunciar el daño (porque no habla o, como ocurre con los
herbívoros, padece el daño silenciosamente) y que,
finalmente, aunque emitiera sonidos significativos no
serían tomados en cuenta, porque su sufrimiento no vale,
porque no tiene el estatus de ser humano.

La prueba de fuego de la templanza se da no
haciéndole lo que a uno se le antoja a alguien que
está indefenso, descalificado para denunciar y socialmente
devaluado. Es el caso de los animales de compañía,
que así resultan ser los grandes maestros de la templanza
humana.

Una niña, un niño pequeño aprende
pronto que puede causar daño al animalito en sus manos; un
adulto puede sugerirle que modere su fuerza o que no lo maltrate,
puede incluso amenazarlo con castigos o tentarlo con premios para
que se comporte de tal o cual manera con el animal de
compañía. Pero la templanza sólo germina
cuando el niño controla lo que, si quisiera, bien
podría hacer –y con bastante impunidad.

La fuente de la templanza tal como la presento pudiera
ser la empatía, la capacidad para experimentar la vivencia
que otro está teniendo y comprenderla desde su propio
marco de referencia. Esta capacidad es orgánica e
imaginativa; depende de que tengamos la sensibilidad abierta y la
imaginación despierta. Así, el impulso que provoca
daño al otro se llegaría a contener no por miedo a
castigos o búsqueda de premios sino, primariamente, porque
se percibe que causa sufrimiento y que no tiene sentido causar
sufrimiento, no hay para qué causar
sufrimiento.

El sentido de la crueldad hacia los animales no
humanos

Lo anterior de ninguna manera borra el hecho de que se
da la crueldad hacia los animales no humanos; más
todavía, se da porque se construye algún sentido
para ese sufrimiento, un para qué que pone en perspectiva
(y en un segundo plano) la percepción directa de que el
animal sufre.

Tal es el caso de las razones utilitarias que casi nadie
objeta: es necesario matar al animal para poder comerlo
(sería muy cruel comérselo vivo); o es necesario
que huya para poder poner a prueba nuestra destreza para
derribarlo con el lazo o nuestra valentía para encararlo
cuando embiste furioso… son formas ya convencionales y
aceptadas socialmente de justificar el daño y poner de
relieve el sentido que tiene causarlo.

Pero hay acciones que se salen de lo convencionalmente
aceptado. Son atrocidades que dejan pasmado al más
impasible de los auditorios. Y, al parecer, estos actos
también tienen sentido. Prenderle fuego a un animal vivo,
entrar a un albergue para perros y cortarles las patas con una
motosierra (Barcelona 2002), parecieran actos meramente
irracionales, pero quizá no lo sean. Es muy posible que
sean actos que sólo llevan al extremo las posibilidades
que deja abierta la instrumentalización animal, es decir,
el utilizarlo como un medio para lograr nuestros fines. La
teoría, llamada del "efecto dominó" o de la
"conexión" entre la violencia hacia los animales y la
violencia hacia humanos, sostiene que los agresores de animales
están enviando un mensaje por medio del cuerpo del animal.
Están comunicándose con otros humanos por medio del
sufrimiento que inflingen a los animales. Su mensaje es de poder,
odio y violencia también hacia los humanos.

Esta teoría de la conexión tiene bastantes
antecedentes filosóficos. Por ejemplo Arthur Schopenhauer
sostuvo que "La conmiseración con los animales está
íntimamente ligada con la bondad de carácter, de
tal suerte que se puede afirmar con certeza que quien es cruel
con los animales, no puede ser buena persona". Pero en su forma
actual está sustentada en las investigaciones de agentes
del FBI (EE.UU.), quienes pretenden identificar a las "malas
personas" antes de que los humanos sean directamente sus
víctimas. Según ellos, el maltrato a animales es
una de las señales del perfil de identidad
característico de un criminal sanguinario, un asesino en
serie o un agresor.

Para algunos psicólogos como Randall Lockwood
(1999) la teoría de la conexión es una realidad. El
maltrato a los animales debe ser tomado como un indicador de
violencia doméstica o de futuras agresiones hacia humanos.
Esta convicción pone al gremio veterinario en un lugar
privilegiado para enterarse y dar parte a quien pueda intervenir
judicial y médicamente, para bien de quienes pueden ser
víctimas de violencia, sean o no humanos.

Aunque suene sensata, la teoría de la
conexión todavía debe ser explorada cuidadosamente
y revisada en sus supuestos. Al menos en Estados Unidos, parece
que funciona. El sociólogo Frank Ascione condujo una
encuesta en los principales refugios para mujeres víctimas
de violencia doméstica (49 estados de EE.UU.). Los
resultados muestran que, efectivamente, en un 85% la violencia
contra mujeres estuvo precedida y entreverada con violencia hacia
sus animales de compañía, que una de cada tres
retrasó el momento de refugiarse por miedo a que su
victimario cumpliera sus amenazas de matar a su animal de
compañía (pues los albergues no suelen admitir
mascotas) y que, paradójicamente, en las entrevistas de
ingreso al refugio rara vez se les preguntó respecto a
violencia hacia animales de compañía (Ascione 1997
y 1999; Raupp 1997, Green 2002).

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