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9 Microrrelatos (página 2)




Enviado por Claudio A. Cafiero



Partes: 1, 2, 3

Siempre que está en R4, Christopher
quiere estar en un remolino oscuro y fresco, cayendo libremente a
través de él y girando como un objeto remontado de
la superficie de la Tierra. Es
quizá una sensación lógica
que muestra una
solución espontánea e inexplicable para aliviar los
trastornos de su elevada presión
arterial que, sumada al calor
agobiante del verano, lo hacen transpirar la gota
gorda.

La sentadilla es –para Christopher– la mejor
puerta de ingreso a R4, aunque no la única. El
peso muerto es otro de los ejercicios que posibilitan esta
maravilla buscada por él y por tantos otros entusiastas
que disfrutan de escapar de la realidad empleando este medio no
convencional.

4.
ATRACTIVA

Soy hermosa y delicada; no soy una flor ni una mariposa,
soy una mujer. Me
gustaría secretar el perfume de los alelíes o volar
silenciosamente con las alas extendidas, pero como no puedo me
contento con disfrutar de la vida en sociedad.

Tengo algo más de 13 años y ya soy toda
una mujer, "una mujerona" –como dice mi amigo
Manuel–. Mi piel semeja la
luz de la luna
y mi cabello es muy suave, aunque a veces se enreda. A los
hombres les gusto así y ellos a mí me encantan, me
impresionan sus bellos corporales, sus manos grandes que me
acarician y cómo quieren hacerme suya a cada momento…
porque no soy de nadie. Ji ji. Me gusta ser libre, al menos por
un tiempo, hasta
que sepa quien es mi amor
preferido, pues aún no lo sé, los pétalos de
una flor deshojada no siempre dicen la verdad.

Estoy sentada en la falda de papá mientras hago
garabatos en un cuaderno. Él me ama y yo lo quiero
también, igual que a mamá. Hace unos días
festejamos mi cumpleaños; ¡cuatro cumplí!,
uno menos que Cleopatra, mi perrita.

–¡Cariño!, ya es hora de que un
pimpollo alegre nuestra vidas.

–¿Tú lo crees?

Ella lo miró tiernamente.

–Probemos –dijo él en la cama
mientras cerraba los ojos para luego besarla.

5.
SOBREDOSIS SANADORA

El sol verde iluminaba la luna azul,
derritiéndola. Entre ruidos siderales, los alcaloides
"burbujeaban" en la cabeza de Helen. Hacía dos días
que no comía ni dormía pero "en su mundo"
vivía el mejor momento de su vida. Dosis a dosis
alimentaba su éxtasis a cada rato, tomando los
tóxicos de una bolsita que tenía en la falda.
Enfrente suyo, apoyado en la pared, estaba Harold; meado y cagado
sólo le faltaba vomitar. No iba a hacerlo, a su favor sus
quemadas vísceras habían desarrollado inmunidad en
este sentido. Su hedor pasaba desapercibido para él porque
se había saturado su olfato. Estaba descalzo y tampoco el
frío invernal lo afectaba allí, donde nunca hubo
calefacción.

Una vela con aroma a manzana –que Helen
tenía en la mano– iluminaba tenuemente el lugar.
Después de arrimársela a la nariz para sentir su
aroma ella dijo:

Esto es muy sano.

Malcolm, que también estaba allí,
contemplaba el techo. No pensaba en nada ni en nadie, las drogas se
habían comido buena parte de su cerebro,
seguía vivo gracias a la caridad de otros y a un resto del
instinto de conservación que le quedaba.

Al llegar la mañana, los rayos del sol se
filtraron por las rendijas del rancho.

Esto es muy sano –volvió a
decir Helen.

–Muy saludable –dijo Harold levantado el
vaso a modo de brindis y después bebió hasta
terminar el vino que tenía.

Tomó la botella y se sirvió. Sólo
cayeron dos gotas.

–¡Mierda! –rezongó tirando la
botella, y sorbió aquella miseria de tinto.

Rato después todos quedaron dormidos, menos
Helen. Tuvo una hemorragia nasal que apagó su vela,
volviéndola roja como el cielo de su mundo
apócrifo.

Esto es muy sano – repitió
por última vez y quedó rígida para
siempre.

6. EL
APROVECHADOR

El tonto descansaba en su banquito oxidado situado en el
rincón de la taberna.

–¿Qué pasa amigo? –le
preguntó Don José al llegar.

–Nada.

–Alguien que escuchaba le indicó con
señas que estaba molesto porque se había quedado
sin monedas y ya no podría seguir tomando.

–¡Ah!, está bien, pero no tienes de
qué preocuparte –le comentó Don
José.

–¿Porqué no? –masculló
el loquito.

–Porque el dinero es
lo que sobra, ¡hombre! Yo te
diré como conseguirlo.

Michael asintió con la cabeza
intrigado.

–¿Has visto esas piñatas que al
romperlas traen sorpresas?

–Si –dijo el tontuelo estirando la "i" de su
afirmación.

–Bueno, yo te diré dónde
encontrarás la mejor piñata, una que tiene mucho,
pero mucho dinero.

–¿Y dónde está?, así
la rompo y me quedo todo.

–Ven aquí –lo llamó y
cuchicheó con él unas palabras antes de
dejarlo.

Michael regresó a su asiento pero le
cambió la cara, ahora se veía alegre.

Al amanecer Don José y el tonto se encontraron.
Una barra de acero de medio
metro pasó de manos del hombre ingenioso al otro y sin que
mediase una palabra volvieron a separarse.

Alguien violentó la puerta de la casa del
tabernero, quien al oír ruidos se levantó de la
cama con una fusta. Un intruso avanzaba hacia él cuando
alcanzó a propiciarle un guascazo, pero cayó al
piso tras perder el
conocimiento al haber sido herido en la cabeza con un
hierro.

Al día siguiente encontraron al bodeguero, no con
uno, sino con decenas de golpes contundentes en el
cráneo.

El tonto fue hallado culpable. La evidencia fue la fusta
que el tabernero usó para defenderse (que aún
tenía en la mano) y la herida en el rostro de su
agresor.

–¡No está la plata, falló la
piñata! –repetía continuamente el ingenuo
traicionado mientras Don José veía como se lo
llevaban.

Ahora el autor intelectual del crimen podría
disfrutar de la taberna que, desaparecido su cuñado, le
correspondía por testamento. De la cabeza de aquel muerto
había salido mucho más que sangre y masa
encefálica, había salido la nueva "Taberna Don
José". ¡Vaya piñata!

7. AEDES
AEGYPTI

Era una época en que los ricos –encabezados
por los políticos– habían alcanzado una
esperanza de vida de 147 años gracias a su elevada
calidad de
vida y a la mezcla medicinal que usaban, compuesta de
antioxidantes,
antibióticos y otras drogas muy
especiales que formaban en su organismo una barrera contra las
enfermedades.

La sociedad se había dividido en dos grupos bien
diferenciados: los anteriormente mencionados y el grueso, formado
por los excluidos, que tenían una esperanza de vida de 31
años por carecer hasta de lo más básico (ni
hablar de la benéfica mezcla).

Los políticos –dañinos por naturaleza– habían llevado al pueblo
a su ruina. Debido a la falta de alternativas, siempre estaban
los mismos en el gobierno. Y no me
refiero a los mismos partidos
políticos sino a las mismas personas, quienes
veían nacer y morir a numerosas generaciones de
indigentes, tal si fueran en un tren del que se advierte pasar a
esas vidas como el paisaje.

La situación se iba agravando cada vez
más, hasta que una esperanza iluminó las caras de
la pobre gente: la inmunidad medicinal que tenían los
pudientes se desvaneció como el humo de una pipa. Un
mosquito, el Aedes aegypti, comenzó a trasmitir una
nueva enfermedad de origen incierto, que solamente afectaba a
quienes estuvieran bajo los efectos de la mezcla
terapéutica, deteriorando considerablemente su estado de
salud.

Por primera vez en la historia se amigaron
mosquitos y humanos (porque la alta sociedad era considerarla
inhumana).

Los poderosos quisieron –a toda costa–
exterminar al insecto por medio de fumigaciones y otras medidas,
pero les fue imposible teniendo a todo el pueblo en su contra.
Éstos últimos hacían criaderos y trasladaban
larvas e insectos a las cercanías de sus presas más
temerosas, anhelando tomar el mando de una sociedad que alguna
vez había estado en manos de sus antepasados, los cuales
fueron considerados personas en todo sentido.

Por la carretera pasaba un descapotable con el escudo de
la gobernación. Morgan, uno de los excluidos,
mirándolos y levantando los puños cerrados en
señal de discordia, gritó:

–¡Aedes aegypti,
acábalos!

8. CARTA A DON QUIJOTE DE LA
MANCHA

Estimado Don Quijote de la Mancha

Le escribimos desde el poblado de San Nicolás de
los Arroyos, en Argentina, para solicitar su ayuda en el intento
de resolver un conflicto.
Somos gente que sólo quiere libertad y
justicia.

Desde hace algo más de un año venimos
siendo atormentados por un cruel gigante. Dicho monstruo
frecuenta la zona llamada Plaza de los Inmigrantes; es
allí donde se originan ruidos atronadores producidos por
violentos chorros de agua que
él despide. Ha conseguido ahuyentar a todas las aves y aunque
se busque muy bien, sólo se encontrará canarios y
loros que la gente tiene enjaulados. El siniestro personaje ataca
golpeando a todo ser humano (que por ahí transite) con sus
monstruosos brazos de cemento con
incrustaciones de canto rodado.

El Ejército Argentino en su totalidad, ha luchado
con la despreciable mole y sólo a conseguido bajas en su
pelotón, sin herirla siquiera.

Por todo esto, ¡urgentemente!, le solicitamos
venga a combatir para intentar vencer al gigante. Si consiguiera
la victoria que tanto deseamos, nuestro pueblo quedará
totalmente agradecido y deberá tributo al
más heroico caballero que puede haber existido en el universo:
Don Quijote de la Mancha.

Ante el problema presente, como recurso oportuno,
decidimos llamarlo; conociendo bien sus obras no nos quedó
duda –que si vivo
y en formidable aspecto se encontrara– no dudaría un momento en
socorrer a estos pobres maltratados.

Contamos con su presencia, la cual al concretarse
cambiará nuestra incertidumbre convirtiéndola en
festejos anticipados por la muerte del
atroz personaje.

Sin otro particular nos despedimos con distinguida
consideración.

9. GRANDE,
DURO, ROJO Y PODEROSO

La solitaria adolescente abrazó la almohada y
suspiró. Recostada sobre la cama, sin darse cuenta se
quedó dormida y soñó con lo de siempre: un
duende o un gnomo o un mago o un ángel o un buen dios…
en fin, un personaje ñoño.

Él llegaba a ella a través de los
sueños, adoptando la apariencia de alguno de estos seres a
fin de cautivarla, ganarse su confianza y apoderarse de su
voluntad. Pero ella le prestaba poca atención, ya estaba grande para
soñar con eso
; más bien (aún dormida) se
distraía pensando en su deseado amigo.

Él quería llevársela y sabía
que, para ello, debía darle algo a cambio.
Entonces, desconociendo lo que quería pero buscando
conquistarla de alguna forma, se transformó en el "Genio
de los Desdichados" y le propuso concederle un deseo a cambio
de…

Ella por primera vez se interesó en una propuesta
de él y no supo que decir. Calló, lo hizo esperar,
hasta que se le escapó:

– "Grande, duro, rojo y poderoso".

Faltaba más. El trato fue que ella viviera en sus
dominios donde todo era rojo: rojo era el mar, el cielo, el
suelo, las
rocas
¡hasta las criaturas eran rojas!

La idea de él era hacerla sufrir –como a
todos– pero, para su desilusión, ella gozó
intensamente con todo aquello que tanto compaginaba con los
insaciables deseos adolescentes
que en su lecho tenía. Aquel era el escenario perfecto
para plasmar su fantasía, pues allí estaba su
anhelo: "era un dragón", pero no dragón verdoso
cualquiera, sino un dragón grande, duro, rojo y
poderoso
.

Ella fue inmensamente feliz convirtiéndose en una
heroína del infierno, dominada por el
mismísimo Satán (quien la había
llevado ahí) y rodeada de las más crueles
atrocidades que os podáis imaginar, y de su inseparable
dragón grande, duro, rojo, y poderoso, al que
jamás dejó de amar. Por esta razón ella
nunca despertó de su sueño.

 

EL
AUTOR

Alejandro Cafiero Vera

Nació en San Nicolás de los Arroyos,
provincia de Buenos Aires,
Argentina, en 1980; descendiente de andaluces, se
naturalizó español en
2003. Es técnico en administración de empresa,
estudió en la Universidad
Tecnológica Nacional, donde se graduó de licenciado
en organización industrial; ingeniero
industrial, orientación administración empresaria; y especialista
en ingeniería gerencial. Narrador,
escribió microrrelatos y cuentos. En
concursos literarios, sus relatos: La casita del árbol;
La maldición de Satur; Hasta el orgasmo;
¡Cómo llueve!
y Cautivo del invierno
fueron seleccionado para integrar cuatro.

FECHA: MARZO DE 2008

Partes: 1, 2, 3
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