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La Semana Santa: tradiciones paradójicas (página 2)




Enviado por Felix Larocca



Partes: 1, 2

El
Sepulcro

El emperador Constantino y su madre Helena anunciaron el
año 325 DC el descubrimiento del Santo Sepulcro. La fosa
está cubierta por un santuario de proporciones
minúsculas, existiendo en una ciudad afectada por el
calor, la
pestilencia, la guerra y la
depresión económica.

Desde que se erigiera, la capilla ha atraído
cientos de miles de personas que vienen a visitarla. Algunos han
aparecido como conquistadores, usando el Santo Sepulcro como
excusa para lances militares. Otros vienen porque creen que
serán redimidos por la peregrinación y por su
cercanía al Dios que adoran. Los conquistadores
creían que sólo poseyendo el santuario y matando a
quienes les obstruyeran la marcha, podrían los cristianos
del mundo tener acceso ilimitado al lugar más sagrado de
su fe.

Pero, la realidad era diferente. Por casi doscientos
años, después de que los musulmanes tomaran
control de
Jerusalén en 638 DC, los cristianos gozaron de acceso
considerable y continuo al Sepulcro y a los Santos sitios que lo
rodean. Otro período de acceso tranquilo fue durante los
400 años de control otomán. Los sultanes eran
pacíficamente venales en cuanto a quienes
permitirían administrar los sitios sagrados, prefiriendo a
los griegos, porque les pagaban más.

El ritual del
fuego sagrado

En el siglo XIX los visitantes anglosajones reportaron
con horror el inicio de una práctica anual llamada el
Ritual del Fuego Sacro. En esta ceremonia, una llama
extraída de modo misterioso de la fosa del sepulcro, se
usa para encender las velas de miles de creyentes
entusiásticos que vienen de todas las esquinas de la
cristiandad. Regularmente, una avalancha de almas se precipita
indisciplinadamente a encender sus ofrendas
luminosas. A veces, en la estampida que sigue, algunos mueren
pisoteados.

Ritual del Fuego Sacro

Pero hay algo absurdo y prosaico, resonando como farsa
en muchas de las cosas que se presencian en la vecindad del
Sepulcro. Por ejemplo, el régimen bajo el cual esas
comunidades cristianas dividen entre ellas la custodia del
Sepulcro. Porque quienes lo hacen, co-existen en una atmósfera de intensa
sospecha mutua, que a veces degenera en puñetazos. Todo,
en nombre del Dios en que creen, por supuesto.

Michele encontró, durante su estadía en
Jerusalén, muchas cosas tan humanas como reprochables.
Monjas que fumaban y que bebían, entusiastas de la carne
para dormir sin titubeos, con quien fuera que solicitara sus
favores — muchas pernoctando con guías de turistas de
alumnas del bachillerato, procedentes de los EE.UU. que
arreglaban escapadas sexuales con las jóvenes cuyas
custodia eran su responsabilidad. Y curas que, usando ropas
seculares frecuentaban los burdeles.

De los monjes procedentes de Chipre, Michele se quejaba:
"tienen las bocas podridas y emanan el aliento más
fétido imaginable".

Nosotros también vivimos nuestras dosis generosas
de efluvios pestilentes provenientes del sudor axilar de los
sacerdotes ortodoxos, que parecen evitar el jabón y
el agua del
baño como se huye al demonio.

Muchos de los cristianos que visitan el Sepulcro lo
hacen llenos de desdén por sus compañeros en fe.
Los anglosajones detestan a todos quienes no sean anglosajones.
Lo que hace que consideren la ceremonia del fuego sacro una
barbaridad pagana sin sentido alguno.

Pero,
¿dónde se encuentra lo religioso y
sublime?

Michele resume su experiencia, luego de haber visitado
el Santo Sepulcro, por lo menos durante 30 Pascuas de
Resurrección, de la manera siguiente: "Poniendo la frente
en la losa fría de mármol, uno sabe sin dudas y sin
sentimiento que lo opongan, que este santuario insignificante es
el centro espiritual del universo, y que
toda belleza, toda verdad religiosa y todo ser creado gira, en un
eje interno dentro de este sol".

Conclusión

La Semana Santa para muchos es una ocasión donde
se conmemora la muerte de
uno de los filósofos y líderes religiosos
más egregios que en este planeta han vivido. Celebrarla,
para ellos, significa conmemorar la pasión y fallecimiento
de quien se ofrendara a morir para otorgarnos, en su manera de
pensar, una vida de eternidades felices.

Pero no es así. En Jerusalén, en Santo
Domingo y en todas partes, la Semana Santa se celebra olvidando
la muerte del
Mesías.

Para quienes así piensan, este corto lapso es
asunto tan utilitario como lo es la Pascua de Natividad. Otra
ocasión más para servir lo mundano que en toda
forma se alberga en nuestros sentidos.

Michele, nos dice que celebró la Semana haciendo
el Vía Crucis acompañada por amigos y por sus
padres, su cuñada y su hermano, que vinieran a Arizona con
sus sobrinos.

También se reunieron en casa de muchos amigos
donde compartieran compañerismo y comunión, esta
vez, espiritual.

La Lamentación
Rafael

Magnificat anima mea Dominum

No bibliografía

 

Dr. Félix E. F. Larocca

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