Martí era un hombre
ardilla; quería andar tan de prisa como su pensamiento,
lo que no era posible; Subía y bajaba escaleras como quien
no tiene pulmones. Vivía errante, sin casa, sin
baúl y sin ropa; dormía en el hotel más cercano del punto donde lo
cogía el sueño; comía donde fuera mejor y
más barato; ordenaba una comida como nadie; comía
poco o casi nada; conocía a los Estados Unidos y
a los americanos como ningún cubano; quería agradar
a todos y aparecía con todos compasivo y benévolo;
tenía la manía de hacer conversaciones, así
es que no le faltaban sus desengaños.
A este respecto, Martí,
en sus apuntes sobre su viaje a Guatemala en
1877, hace la siguiente interesante afirmación:
En mí, la privación de la pulcritud
interrumpe seriamente la vida. Hecho a la pobreza, no
vivo sin sus modestas elegancias, y sin limpio mantel y alegre
vista, y cordial plática, váyanse de mí, y
no enhorabuena los guisados más apetitosos. Como es una
función, nunca un placer, fuerza es
amenizarla, para hacerla llevadera; y disfrazar con limpias
bellezas su fealdad natural.
Aunque de cuna humilde, Martí
alcanzó una cultura
universal en la cual se incluía su apreciación de
la alta cocina. Fue verdaderamente un conocedor de la materia y pese
a su muy moderado comer, disfrutaba de las delicadezas de una
mesa bien servida. Era frugal en la mesa, aunque le agradaba el
buen comer y lo hacía con gusto. Conocía los
misterios de
todos los platos famosos del mundo como el mejor de los
cocineros. Sabía catar los vinos, y gustaba de saborear
una buena copa de Tokay, aunque su bebida predilecta era el vino
Mariani, que era el reconstituyente de moda en aquella
época.
De trato encantador con las damas, entre las que contaba
con grandes simpatías y afectos por sus modales
caballerescos, amenizaba sus charlas con ellas con reseñas
plenas de colorido sobre arte, en especial
de música,
que lo emocionaba profundamente, de pintura, de la
cual era un gran conocedor y amante, o de teatro, que
siempre fue una de sus aficiones predilectas desde niño.
Y, en más de una ocasión, obsequiaba a sus gentiles
oyentes con una taza de sabroso chocolate humeante, preparado con
sus propias manos.
En cierta ocasión el propietario de un
restaurante cubano de Nueva York ofreció un almuerzo en
honor a Martí. Aunque la comida era sencilla, el
dueño pidió prestada una magnífica vajilla
que incluía hasta enjuagatorios.
Al final de la fiesta, uno de los comensales al
encontrar un pedazo de limón en su enjuagatorio y no
estando acostumbrado a tal práctica, pensó que se
trataba de una limonada y se la bebió. Sus vecinos
comenzaron a sonreírse, pero Martí, percibiendo la
ofuscación del hombre, con toda seriedad alzó su
enjuagatorio y se bebió el contenido.
Allí mismo en Nueva York, durante su largo exilio
en Norteamérica, conocía en qué restaurante,
a precio
económico, podía degustarse una comida italiana,
húngara o de cualquier otra nacionalidad
pero principalmente la italiana, variada y barata,
acompañada de vino de Chianti. Llegó a convertirse
en un verdadero gourmet para sus amigos. Pero a Martí no
le complacía comer solo y prefería ir siempre
acompañado de algún amigo.
Comer solo es un robo, solía decir,
expresando con ello que lo consideraba ''un placer robado al
comensal ausente. Con esta misma filosofía no solo invitaba a los amigos a
comer en un modesto restaurante, donde servían, bien
hechas, comidas típicas de distintos países, sino
por igual a la casa donde residía, y que no faltaban
tertulias que incluían una taza de café
criollo y la lectura de
algún que otro verso de sobremesa.
Con respecto a la nutrición y la
higiene de los
alimentos y su
relación con la salud de las personas,
expresó:
"Comer bien, que no es comer ricamente, sino comer
cosas sanas, bien condimentadas, es necesidad primera para el
buen mantenimiento
de la salud del cuerpo y de la mente".
José
Martí y las bebidas alcohólicas
Hay quienes mencionan desdichadamente el apócrifo
y derogatorio mote de "Pepe ginebrita", éste fue obra
difamatoria de sus enemigos; los que lo repiten hoy en día
exhiben su ignorancia y superficialidad al hablar.
Martí se vio envuelto en muchas polémicas
en su vida pública. Los choques de ideas políticas,
debido a la natural discrepancias que estas conllevan, fueron
mínimos comparados con otros grupos y personas
en similares circunstancias.
Tanto en Martí como sus asociados en la guerra
primó la discreción, respeto y cordura
sobre las emociones. Estas
discrepancias eran naturales, clarificadoras e inevitables entre
creyentes de una causa común. Una gran virtud de su pensar
es que contemplaba la independencia
como un paso a dar inicial y correctamente en el camino a la
democracia. Su
separatismo era constructivo; veía en él la piedra
de cimiento de una sociedad
libre.
Son varios artículos periodísticos donde
el Héroe Nacional de la
República de Cuba, se
refiere a los problemas que
afectan la salud humana. Uno de ellos es la adicción al
alcohol.
Alerta Martí sobre los peligros que acarrean para
la salud del adicto, para sus familiares y para la sociedad en
general el uso desmedido de bebidas
alcohólicas.
Podemos apreciar como el apóstol de la
independencia de Cuba maneja en sus trabajos conceptos
científicos relacionados con los niveles de alcoholemia en
el individuo
adicto, capaces de conducirlo a una grave intoxicación; al
coma e incluso puede llegar a provocarle la
muerte.
En sus escritos sobre la salud aboga por la
prevención como aspecto fundamental para eliminar este
daño. A
la vez Martí duda sobre la verdadera efectividad que
tenían los tratamientos utilizados por aquellos tiempos
para curar el alcoholismo.
Cobraría original significación en ese
entonces y está vigente hoy y siempre, aquella
máxima de Martí que dice: "la medicina
verdadera es la que precave".
En el siglo XIX, el uso de las drogas no
era sancionado por la ley ni criticado
por la mayoría de las personas como hoy. Un dato
revelador, por ejemplo, es que entonces había varias
bebidas alcohólicas que tenían un fuerte contenido
de cocaína,
siendo la más famosa de ellas el Vino Mariani. Su
inventor, Ángelo Mariani, fue un químico de
Córcega que mezcló el fruto de la vid francesa con
el extracto de la hoja de la coca. La densidad de
cocaína que tenía este compuesto era de 6 a 7
miligramos por onza y su consumo estaba
tan generalizado que el mismísimo Papa León XIII
mandó hacer una medalla de oro para
honrar a su inventor. No es extraño entonces que la bebida
fuera alabada, al mismo tiempo, por
sus propiedades medicinales y por llevar la "felicidad" a muchos
hogares. Ni que se utilizara regularmente como una especie de
tónico, un preventivo ante las epidemias de catarro y un
reconfortante para las largas convalecencias. Precisamente este
vino era la bebida favorita de Martí y además es
válido destacar que nunca probó la Coca
Cola.
Martí gustaba de saborear el café con
miel, condimentado con anís o nuez moscada o los
rústicos manjares que su pueblo le brindaba en cada
"almuerzo cariñoso", Se complacía en conocer cada
planta, cada árbol con sus propiedades. Deja constancia de
los alimentos y de los remedios naturales acopiados por la
sabiduría campesina, indispensables para curar a los
heridos combatientes.
En una de sus travesías, se topa con madrazas
respetables como esa Nené con veinte hijos o la mulata
Mercedes, "de vejez limpia".
Todas ellas lo hospedan, lo alimentan a él y a los
patriotas, recién pilado y colado el café, granado
el arroz blanco con su acompañamiento de huevos fritos o
pollo y viandas. Todos, hombres y mujeres de trabajo, se
aprontan para la guerra y preparan sus armas y
Martí va descubriendo su América
y saboreando sus frutos.
Se deleita con el decir de los paisanos: "La frase
aquí es añeja, pintoresca, concisa, sentenciosa: y
como filosofía natural".
Nuestro Apóstol dijo sobre el
café:
El café es un jugo rico, fuego suave, sin
llama, sin ardor, que aviva y acelera toda la ágil
sangre de mis
venas.
El café tiene un misericordioso comercio con
el alma, dispone
los miembros a la batalla y a la carrera, limpia de humanidad el
espíritu, aguza y adereza las potencias, ilumina las
profundidades interiores y la envía en jugosos y precisos
conceptos, a los labios.
Dispone del alma a la recepción de los
misteriosos visitantes y a la audacia, grandeza y
maravilla.
Cuando arribó a la guerra de Cuba pudo disfrutar
la rica comida de los campesinos orientales, con carnes, viandas
y dulces del país, como hace constar repetidamente en su
Diario de campaña.
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