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Antología inmigrante argentina (página 2)



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12

El teniente coronel Walther Werner, de las fuerzas
especiales nazis, intenta imaginar la ciudad en la que crece su
hijo: "¿Cómo sería esa ciudad de Buenos Aires?
Tengo referencias vagas, fotos vistas en
un álbum de turismo. Imagino una ciudad
de casas bajas, calles muy quietas, con avenidas largas y
monótonas como las de ciertos barrios de Londres. Es un
pueblo bastardo, pero casi blanco y amigo de Alemania". Lo
narra Abel Posse en El viajero de Agartha, novela que obtuvo
el Premio Internacional de Novela Novedades y Diana 1988-1989 en
México
(5).

En Frontera Sur,
Horacio Vázquez-Rial escribe, acerca del alemán
Frisch: "Todos vieron alejarse al hombre alto y
rubio que durante la travesía de Montevideo a Buenos Aires
había tocado aires tristes en ese instrumento nuevo, el
bandoneón. Ni le mareaba el barco, ni deslucían su
aspecto las infames acrobacias del traslado a la costa.
Había plantado cara a las autoridades de inmigración, y eludido la barraca en que
los más aceptaban asilo provisional. Llevaba sus bienes
–prendas escasas, libros, y
aún su rara caja de música– atados a una
improvisada carretilla: dos varas de madera nudosa
clavadas a un travesaño, que iban a dar a los lados del
eje de una única rueda" (6).

En Secretos de familia (7),
Graciela Cabal describe al vecino alemán: "Don Oscar, que
es el padre de mi novio, es alto y colorado. ‘Porque es
alemán’, dice mi mamá. Pero éste no es
maldito como los alemanes de Punta Mogotes y los que hacen la
guerra: es
alemán nomás, y arregla los barcos que se
rompen".

En La matriz del
infierno (8), Marcos Aguinis
relata: "Rolf había tenido que viajar en tren a la austral
Bariloche. (…) El almanaque que colgaba en la vasta cocina del
conventillo donde bebió café
antes de dirigirse a la estación terminal le
recordó que ya era el 11 de febrero de 1930. Don
Segismundo, mientras sorbía ruidosamente de su
tazón, trató de infundirle ánimo y le
aseguró que Bariloche era bellísimo, que
encontraría allí los panoramas disfrutados en su
infancia, en
las vecindades de la Selva Negra. Muchos inmigrantes
austríacos, suizos y alemanes la había elegido por
su semejanza con la tierra
natal".

En 1999 se publica Hotel Edén (9), novela en la que Luis
Gusmán escribe: "En el frente del edificio, el
águila imperial había dominado el valle hasta que a
comienzos del 45 Argentina declaró la guerra a Alemania.
Seguramente todo el pueblo asistió a la demolición
del águila, símbolo de un poder que se
extinguía en el mundo. Posiblemente también ese
mismo día destruyeron la antena de onda corta que estaba
en la torre y permitía que se comunicaran clandestinamente
con Alemania. (…) Observó el hueco que el águila
había dejado y después localizó la fecha
borrosa de la fundación del Edén. De inmediato vino
a su mente el nombre de los primeros propietarios sobre los que
caía, desde tiempos remotos, una leyenda
negra".

Notas

1. Isaac, Jorge: Una ciudad junto al río. Buenos
Aires, Marymar, 1986.

2. Posse, Abel: El viajero de Agartha. Buenos Aires,
Emecé, 1989.

3. S/F: en Posse, Abel: El viajero de Agartha. Buenos
Aires, Emecé, 1989.

4. Posse, Abel: El viajero de Agartha. Buenos Aires,
Emecé, 1989.

5. ibídem

6. Vázquez Rial, Horacio: Frontera sur.
Barcelona, Ediciones B, 1998.

7. Cabal, Graciela Beatriz: Secretos de familia. Buenos
Aires, Sudamericana, 2003. 280 pp.

8. Aguinis, Marcos: La matriz del infierno. Buenos
Aires, Sudamericana, 1997.

9. Gusmán, Luis: Hotel Eden. Buenos Aires, Norma,
1999.

Árabes

En Barrio Gris, de Joaquín Gómez Bas, una
genovesa se enamora de un árabe, abandonando a su marido
napolitano: "La susodicha desapareció de su casa, del
barrio y sus contornos, embaucada por el meloso palabrerío
de un ambulante vendedor de puntillas, un árabe
enamoradizo que alborotó el corazón y
la sangre de la
genovesa con su prestancia de caudillo picaflor" (1).

Notas

1. Gómez Bas, Joaquín: Barrio Gris. Buenos
Aires, Compañía General Fabril Editora,
1963.

Armenios

Eduardo Bedrossian es el autor de una trilogía
acerca de La Cuestión Armenia, integrada por la novela Hayrig
Detrás del silencio de un millón y medio de voces
(1) –distinguida con la Faja Nacional de Honor 1993, por la
Asociación de Escritores Argentinos-, el ensayo
Hayrig II y la novela Memorias para
no olvidar (2).

En esta última novela, un inmigrante relata:
"-Estábamos en el barco. Sí… a los pocos
días comencé a sentirme mal. No eran solamente los
mareos. Sentía sobre mí una carga aplastante que
iba creciendo. Mis compañeros creían que se
debía a la alimentación y hasta
me daban parte de sus escasas raciones. Yo no tenía
apetito. Es sorprendente comprobar cómo las desventuras
nos quitan hasta las ganas de comer y qué corta es la
distancia entre el bienestar y las miserias. Yo escapaba mientras
los míos quizás estaban muertos o muriendo, en el
momento que más se necesita la compañía de
los seres queridos. Pues, allí no estaba yo. Los muertos
eran mejores que yo. Me di muchas respuestas que no sirvieron
para aliviarme. Nacía en mí un sentimiento de
culpa, pero la peor de todas, la más difícil de
soportar: la culpa de sobrevivir a una tragedia familiar. Los
otros polizones también escapaban, pero ninguno con mis
cargas".

En 2004, a ochenta y nueve años del genocidio
armenio, el autor dedica Morir en Marash (3), su nueva novela,
prologada por el Embajador Leandro Despouy, "A los armenios de
Marash. Al millón y medio de niños,
mujeres y hombres masacrados en el primer genocidio del siglo XX.
A sus descendientes, a sus familias. A la Nación
Argentina y a todos los países que los acogieron con
generosidad. A cada hombre y a cada mujer que lucha
honestamente para sobrevivir en un mundo envilecido por los
poderosos de turno".

Notas

1. Bedrossian, Eduardo: Hayrig Detrás del
silencio de un millón y medio de voces. Buenos Aires,
1991.

2. Bedrossian, Eduardo: Memorias para no olvidar. Buenos
Aires, 1998.

3. Bedrossian, Eduardo: Morir en Marash. Buenos Aires,
2004. 448 pp.

Austríacos

En Herederos sin historia, escribe Jovita
Epp: "Afuera se había hundido el rojo y las vidrieras
ilumnadas se reflejaban en rectángulos sobre las veredas.
¡Qué maravilla todo lo que muestran!, pensó
Lisa. Habría que hacer la comparación con la Rue
St. Honoré; quzás allá la mercadería
ofrecida sea de mejor calidad,
aquí se conforman por lo general con un 'más o
menos', con tal de que 'lo parezca'. Pero las palmas se las
llevan las decoraciones de vidrieras de la avenida Santa Fe. Y
Lisa, que en Viena se había llamado Liesl, diminutivo de
Elisabeth, sonrió en el atardecer iluminado por las luces
de neón, porque repentinamente se le ocurrió pensar
si los jesuitas, de
los que tanto gustaba hablar el marido de Valentina, hubiesen
soñado con que el nombre de su 'reducción'
sería una vez el nombre de una elegante avenida, con
artículos de lujo y bagatelas en las vidrieras
artísticamente decoradas" (1).

En La madriguera, Tununa Mercado recuerda
a Myriam Stefford: "la melancolía triunfaba cuando
aparecía en medio del panorama el monumento erigido por un
llamado Barón Biza a su amada, la aviadora Myriam
Stefford. El altísimo obelisco, ala estilizada,
parecía un mástil sin esperanzas de mar entre las
nubes del costado sombrío del camino y la historia de esos
personajes ocupaba en nuestro interés el
lugar del paisaje: los restos de un avión que se
había precipitado; una mujer pionera que había
volado más allá, por sobre las montañas y
los ríos, amada por un hombre que tenía
título de barón, o que así se llamaba como
otros se llaman Conde o Rey, un amor que
la muerte
había desintegrado. En una cripta de mármoles
negros como la obsidiana, se leía en la tumba una
inscripción que maldecía por anticipado a quien la
violara" (2).

En La matriz del infierno (3), Marcos Aguinis relata:
"Rolf había tenido que viajar en tren a la austral
Bariloche. (…) El almanaque que colgaba en la vasta cocina del
conventillo donde bebió café antes de dirigirse a
la estación terminal le recordó que ya era el 11 de
febrero de 1930. Don Segismundo, mientras sorbía
ruidosamente de su tazón, trató de infundirle
ánimo y le aseguró que Bariloche era
bellísimo, que encontraría allí los
panoramas disfrutados en su infancia, en las vecindades de la
Selva Negra. Muchos inmigrantes austríacos, suizos y
alemanes la había elegido por su semejanza con la tierra
natal".

Notas

1. Epp, Jovita: Herederos sin historia. Buenos Aires,
Emecé, 1978. 283 pp.

2. Mercado, Tununa: La madriguera. Buenos Aires,
Tusquets Editores, 1996.

3. Aguinis, Marcos: La matriz del infierno. Buenos
Aires, Sudamericana, 1997.

Belgas

Eugenio Juan Zappietro escribió De aquí
hasta el alba (1),
novela en la que narra lo acontecido a colonos, soldados e indios
durante la Conquista del Desierto, en el año 1879. Dos
europeos son presentados como figuras antitéticas,
encarnaciones del bien y del mal. Se trata de un cirujano belga y
de un comerciante flamenco, los cuales, como dos caras de una
misma moneda, muestran que la vida de un ser humano responde a
los principios
morales que lo orientan, y no a las circunstancias en que se
encuentra. En una misma situación, el belga se muestra probo una
vez más, mientras que el flamenco vuelve a evidenciar su
egoísmo criminal.

Leroy "había asistido a un Napoleón y a varios príncipes de
Europa en su
clínica de París. Había asimilado las
enseñanzas de la escuela de Viena
y seguido las doctrinas de Semmelweiss, como el más
aplicado cirujano de su época. Pensó en Crimea,
operando al paso de las cargas de las brigadas inglesas.
Habían sido buenos tiempos. Tiempos dignos necesariamente
de un final de escena más brillante que morir a manos de
un muchacho indio, en un continente todavía virgen.
Siguió costosamente el hilo de sus recuerdos y las mujeres
que había amado comenzaron a reír, mostrando sus
dientes delgados, que se clavaban en su piel, en tanto
un vals de Viena nacía en un costado de su herida, la
piedad de unas, el ardor de otras, todo aquello mezclado en su
viaje al norte de sí mismo, buscando huir, como el cazador
de la nada".

Debió dejar Francia, pues
durante una operación mató intencionalmente a un
ministro asesino: "Decidió matar a Desquerres cuando
extirpó las tres cuartas partes de su hígado. (…)
Cuando Francia descubrió el crimen, Hubert Leroy estaba ya
en América". De Buenos Aires, donde se
había establecido, debe huir también, ya que se ha
conocido su pasado y eso sirve para la extorsión. La
opción era partir o morir, y él escoge marchar
hacia el sur: "Bajo una lluvia incoherente, Leroy divisó
el carruaje, con un auriga inmóvil, al modo de una
estatua. También presintió un arma en la pretina
del pantalón de su visitante. La situación no le
encolerizó; lo poseyó una desagradable
sensación de frialdad, como si estuviese presenciando la
decapitación de un extraño".

Gabriel Báñez se refiere en Virgen (2),
novela finalista del Concurso Editorial Planeta 1997,.a la
inmigración de un belga y su hija, quienes llegan "a un
país de tanos y gallegos y de rusos y turcos, y todo lo
que no entrara en el dos por cuatro de esa conclusión
elemental era una rareza de apellido pero nunca de nacionalidad".

"La Ensenada mítica de los años cuarenta
es el escenario de la historia de amor entre un cura y una chica
belga, judía y milagrosa. Novela de la Anunciación
y el Descenso y poderosa convergencia de fuerzas narrativas,
Virgen revela en un presente audaz –la escritura de
las cartas que
intercambian el protagonista y su amada- una memoria negada
que nos avasalla y nos conmueve, vaticina el fin de los tiempos y
devela el estigma político de un secreto y su
traición: el del hijo del mariscal Tito de Yugoslavia y de
Evita Broz. Virgen, que es también ‘la parte
más rota y verdadera del lenguaje’, nos convierte en lectores plenos
del tiempo tatuado
sobre la letra. Gabriel Báñez, el autor de El
curandero del cuarto oscuro, celebra en Virgen secretas nupcias
entre lo real y lo imaginario y, haciendo gala de enorme poder
evocativo y de una prosa a la vez precisa y mágica,
produce una novela maravillosa" (3).

Notas

1. Zappietro, Eugenio Juan: De aquí hasta el
alba. Barcelona, Planeta, 1971.

2. Bañez, Gabriel: Virgen. Buenos Aires,
Sudamericana, 1998.

3. S/F: Bañez, Gabriel: Virgen. Buenos Aires,
Sudamericana, 1998.

Bielorrusos

Manuela Fingueret es la autora de Hija del silencio (1),
obra en la que la hija de una sobreviviente del Holocausto
recuerda, durante su prisión en la ESMA, el padecimiento
de su madre y de otros prisioneros en Terezín y Auschwitz,
la llegada a la Argentina de la madre y su vida en la nueva
tierra.

A la madre y los abuelos de la joven argentina les
advertían el peligro, en Minsk, en 1941: "a Tínkele
le asombra comprobar que gran parte de esos jóvenes
vestidos a la usanza gentil son los primeros en hablar de las
desgracias que sobrevendrán a los judíos
si no huyen a tiempo hacia Palestina o América. Los
religiosos oran y esperan pasivos el destino que Dios les depara.
Esto la subleva porque sus padres oscilan entre ambos y ella,
naturalmente opuesta a la generalidad, intuye que los que
están en contacto con el mundo exterior pueden analizar
mejor el futuro. Los padres de Leie también creen que hay
que emigrar, pero no les es fácil movilizarse con una
familia tan grande y sin dinero".

Notas

1. Fingueret, Manuela: Hija del silencio. Buenos Aires,
Planeta, 1999.

Checoslovacos

Complot (1), de Perla Suez, es la historia de "Bruno
Edels y ‘el inglés’ a comienzos de siglo en la
provincia de Entre Ríos. Edels es un judío que
escapó de Praga luego de que asesinaran a sus padres, y
que –con el tiempo y a fuerza de
muchas privaciones- logró convertirse en un hacendado
poderoso, y casarse con una mujer más joven. Hacia los
años treinta, Edels comienza a recibir ofrecimientos de
negocios
oscuros por parte del inglés, un personaje sin
escrúpulos vinculado al trazado de ferrocarriles, al
contrabando de
jóvenes norteñas con destino a los burdeles de
Buenos Aires y a la exportación de carnes en el marco del pacto
Roca-Runciman. El inglés se convierte además en
amante de Elsa. Pero es Mora, la hija del capataz de la hacienda,
quién contará esta historia" (2).

Notas

1 Suez, Perla: Complot, en Trilogía de Entre
Ríos. Buenos Aires, Editorial Norma, 2006.
(Colección La otra orilla).

2. S/F: "Complot, de Perla Suez", en
www.perlasuez.com.ar.

Croatas

En La logia del umbral, escribe Ricardo Feierstein: "se
decía que a la vuelta, sobre Tequendama, vivía de
incógnito un criminal de guerra, el croata Ante Pavelic.
Nuestras minuciosas indagaciones infantiles –en la vivienda
con amplio parque indicada- sólo confirmaron la presencia
de un niño delgado y de pelo amarillento, que no hablaba
bien el idioma y al que no le permitían juntarse con
nosotros" (1).

En 2006, El camino del norte (2), de Horacio
Vázquez-Rial, ganó el Premio de la Editorial Norma
de Bogotá, Colombia. "Entre
otros personajes que desfilan por la páginas del libro -comenta
Antonio Requeni- figura Lustiger o Heisenberg, ex oficial nazi,
colaborador de Martín Borman, que llegó a la
Argentina en tiempos de Perón,
organizó con Ante Pavelic la ‘sección
especial’ y le enseñó métodos de
tortura al comisario Lombilla" (3).

Notas

1 Feierstein, Ricardo: La logia del umbral. Buenos
Aires, Galerna, 2001.

2 Vázquez-Rial, Horacio: El camino del norte.
Norma, 2006. 216 pp.

3 Requeni, Antonio: "Pasado, presente y realidad", en La
Nación,
Buenos Aires, 24 de diciembre de 2006.

Dinamarqueses

La piedra madre (1), por Néstor Tirri, "narra los
desvelos de un grupo de
vecinos de Tandil, empeñados en una empresa
descomunal: restaurar la fabulosa Piedra Movediza, un prodigio de
la naturaleza que
en el siglo XIX atrajo a viajeros de todo el mundo, y cuya
ausencia (después de su caída en 1912) sumió
a la ciudad en la nostalgia por la perdida gloria. En una
narración ágil, en clave irónica y
naïve, la novela recorre cuarenta años de aventuras y
represiones sexuales y políticas.
Y, con humor hiperbólico, registra la presencia de figuras
reales, personajes notables que en verdad transitaron por
Tandil.

A principios de los años ochenta La piedra madre
resultó finalista del Premio Internacional de Novela Plaza
& Janés (cuyo jurado fue presidido por Ángel J.
Battistessa) y fue publicada poco después. Hoy se erige en
una "novela de anticipación" (o profética) a
raíz del emprendimiento turístico que 25
años después plasmó, en la realidad, una
variante del proyecto de
ficción de la delirante 'Comisión Vecinal Pro
Restauración de la Movediza' " (2).

Notas

1. Tirri, Néstor: La piedra madre. Buenos Aires,
Galerna, 2007. 208 páginas. (Literatura)

2. S/F: en Tirri, Néstor: La piedra madre. Buenos
Aires, Galerna, 2007. 208 páginas. (Literatura)

Egipcios

En su novela Un noviazgo, Bernardo Verbitsky se refiere
a la ocupación de un egipcio. El protagonista
"conoció asimismo a don Alí. Era un individuo de
unos 40 años, de cara oscura, nariz aguileña, con
mejor humor de lo que dejaba suponer cierta expresión
torva de su cara. Sabía reír con ganas.
Decían que era egipcio, aunque las mujeres lo designaban
entre sí como ‘el Turco’. Venía de otro
cabaret y se había propuesto traer con él a las
mujeres más lindas, y las fue hablando una a una, para lo
cual le servía su perfecto dominio de varios
idiomas. Alternaba el inglés y un francés al
parecer correctos con un castellano
aporteñado de indudable naturalidad. ‘Vas a estar
mejor que allá –decía persuasivamente-.
Dejáte de embromar, date una vuelta por acá.
Veníte bien bañada, eso sí. Y a portarse
bien, que el nuevo empleo lo
vale. Hay que andar derechas, que si no les corto una
teta’. ‘Don Alí es el mejor gerente que
hemos tenido’, decían todas convencidas"
(1).

Notas

1 Verbitsky, Bernardo: Un noviazgo. Buenos Aires,
Planeta, 1994.

Escoceses

En Fuegia, Eduardo Belgrano Rawson evoca el oficio de
los escoceses en Tierra del Fuego: "Cuando les resultó
evidente que habían echado mano a los mejores campos del
mundo, los criadores de toda la isla resolvieron cruzar sus
mediocres ovejas con padrillos europeos. Para entonces ya nadie
soñaba con transformar a los lugareños en sus
pastores perfectos. En realidad, a los parrikens les sobraban
condiciones para el puesto: corrían treinta
kilómetros de un tirón, podían dormir al
sereno en invierno y resistían sin probar bocado como el
más bruto de los galeses. Pero nada aborrecían
más en el mundo que el trabajo de
ovejeros, de modo que los criadores olvidaron por fin el asunto y
junto con los padrillos importaron pastores de Escocia, quienes
trajeron hasta los perros"
(1).

Notas

1 Belgrano Rawson, Eduardo: Fuegia. Buenos Aires,
Sudamericana, 1991.

Españoles

Andaluces

A criterio de Delfín Garasa, "Una de las
más cumplidas descripciones de un heterogéneo
desembarco es la que ofrece Luis Pascarella en su novela-alegato
documental, El conventillo. Llega el Christoforo Colombo y
primero bajan los hombres de negocio con su apoplética
cerviz, con el paso resuelto de los acostumbrados a dar
órdenes y ser obedecidos, los turistas ingleses con sus
máquinas fotográficas y algunas
señoras un tanto perplejas por no ver en el muelle indios
con plumas y taparrabos. Por ese entonces, el viaje a Europa
empezaba a otorgar prestigio social, y los argentinos que
regresan cambian opiniones en alta voz sobre los modelos de
París, el mobiliario inglés o la sinfonía
escuchada en la Opera de Viena. Y, finalmente, aparecen los
inmigrantes, tan fustigados en los azares de las proclamas
políticas, un ‘enorme hormiguero’ que
había viajado en el mayor hacinamiento. Rostros curtidos,
exhaustos, azorados. En todos se presiente la pregunta:
¿Qué les deparará esta nueva tierra? De
pronto, una mirada se ilumina o un brazo se agita en alto porque
se ha reconocido a alguien en la muchedumbre que espera. Van
bajando los hebreos de desgreñadas barbas y gastados
levitones, los ‘turcos’ con sus espaldas combadas,
los nórdicos enjutos, los napolitanos pequeños y
retorcidos como raíces, los andaluces gárrulos, los
gallegos pacientes, los holandeses esponjosos, los genoveses de
músculo recio e insaciable voracidad. Una mujer besa la
tierra que los acoge y tras su actitud ritual
se adivina un pasado de penurias y recelos. Y agrega Pascarella:
‘La gran ciudad de calles dirigidas hacia el Oeste recibe
en su seno aquella semilla que purificada en un ambiente de
libertad (…)
se reproducirá en su inmensidad desierta" (1).

En El juguete rabioso, de Roberto Arlt,
relata el protagonista: "Cuando tenía catorce años
me inició en los deleites y afanes de la literatura
bandoleresca un viejo zapatero andaluz que tenía su
comercio de
remendón junto a una ferretería de fachada verde y
blanca, en el zaguán de una casa antigua en la calle
Rivadavia entre Sud América y Bolivia"
(2).

Eugenio Juan Zappietro narra, en De aquí hasta el
alba (3), la historia de un irlandés que llegó al
desierto en 1866, y el socio granadino que lo traicionó.
La posta en la que vivían los Bary había sido
construida por O’Flaherty, quien "juraba que Argentina era
el país del futuro. No se equivocó por mucho en
cuanto a la tierra; se equivocó de hombres, pero una lanza
araucana había terminado con él para evitarle la
amargura de comprobarlo".

En La madriguera, escribe Tununa Mercado: "la guerra era
también salvarse de la guerra, emigrar y buscar tierra de
exilio (…)habían cuerpeado un destino los que antes
huyeron de otras guerras
acalladas por remotas e innombrables, como los pogroms, y la
muerte
también los alcanzaba en los sueños con aldeas
devastadas por el fuego y sótanos de barcos sin rumbo
declarado; cuerpeaban un destino refugiados de toda laya que se
avecindaban en colonias, atolondrados por la fuerza de la
lengua ajena y
la incomunicación, y la muerte del ghetto se
repetía en el silencio de los nuevos ghettos del
destierro. Poco podíamos saber las niñas de ese
estado de
guerra y entreguerras permanente: los fuegos de la guerra para
muchos no eran más que la danza de
Manuel de Falla aporreada por madres y tías en los
cumpleaños y otras fiestas familiares, y cada cual
asentía interiormente como diciendo qué destino el
de este republicano, aislado en su casita de Alta Gracia, un gran
músico, fíjese usted qué destino"
(4).

En La fuga (5), film basado en la novela homónima
de Eduardo Mignogna distinguida con el Premio Emecé
1998/99, Camilo Vallejo, uno de los anarquistas, habla con acento
español y,
al evadirse, es esperado por dos hombres con boinas vascas que lo
ocultan en un carro lechero. En el film –al igual que en la
novela- aparecen otros inmigrantes; entre ellos, Aldo Mazzini, el
catalán Escofet, el mozo andaluz.

Belén Gache es la autora de Lunas
eléctricas para las noches sin luna (6). En esa obra,
relata la protagonista: "En 1890 mis abuelos llegaron a ese
puerto, provenientes también de Sevilla. Junto con ellos
traían a sus dos jóvenes hijas, que se
habían pasado todo el viaje encerradas en sus camarotes
vomitando. Venían a Buenos Aires porque mi abuelo, que
trabajaba en el Banco de España,
había sido transferido a esta sucursal del fin del
mundo".

A través de sus ojos, asombrados e intensos,
vemos la Buenos Aires que se prepara para los festejos del
Centenario. Una Buenos Aires cosmopolita, que evidencia un
marcado rechazo hacia los extranjeros, quienes son vistos como
una fuerza nociva que es necesario devolver a su tierra de
origen. La visita de la Infanta exacerbará los
sentimientos patrióticos de los hispanos afincados en la
Argentina, y los sentimientos xenófobos de quienes se
agrupan en la misteriosa Brigada del Nandú".

"Editorial Losada publicó Mientras la luz se va, novela
de Noemí Cohen (216 pp). Esta es la historia de Elena, una
joven sefardí que viaja desde Alepo a la Argentina, a
principios del siglo XX, para encontrarse con su futuro y
desconocido esposo. Pero es también la parábola de
Setti, a quien Elena conoce en el interminable viaje hacia
América y que se ha embarcado para restañar la
herida de haber sido repudiada por su marido y haber perdido
contacto con su única hija. Y es, además, la
peripecia de Amparo, una
andaluza alegre pero sumida en la desgracia de un novio muerto
por amor a la anarquía en el sur argentino. Y es, entre
otras, la historia de Elenita, la nieta adorada de Elena que,
víctima de la última dictadura militar
argentina, repite el camino de exilio de su abuela. Noemí
Cohen ha creado, con esta novela admirable, un delicado tapiz
donde se traman los destinos de un puñado de mujeres de
ayer y de hoy. Las separan la edad, la lengua, la cultura o la
religión,
pero las une sutilmente una similar voluntad de conocimiento,
de libertad, de belleza y de justicia"
(7).

Las patrias lejanas (8) "señala el regreso de
Pacho O'Donnell a la ficción narrativa y cuenta una
historia de más de dos ciudades, de uno y otro lado del
océano inmenso que separa pero también une. Con una
escritura notable, con un ritmo narrativo extraordinario,
O'Donnell recrea las relaciones entre los habitantes de la
Argentina y los de la lejana madre patria durante los años
crueles de la Guerra Civil española (1936- 1939) y de los
del exilio a que muchos fueron condenados. Su talento para la
pesquisa histórica le permite revelarnos episodios
olvidados o insospechados por las crónicas corrientes. Los
acontecimientos, extraídos de periódicos, memorias
y epistolarios de quienes buscaron asilo en el Río de la
Plata, como Rafael Alberti, María Teresa León,
Manuel de Falla, Ramón
Gómez de la Serna, José Ortega y Gasset, Juan
Ramón Jiménez, Margarita Xirgu, son absolutamente
ciertos y dan una dimensión inusitada a la intriga central
protagonizada por el joven Radomiro. En ella también toman
parte Victoria Ocampo, Jorge Luis
Borges, Natalio Botana y otros argentinos que a favor o en
contra interactuaron con aquéllos. Es éste un libro
en el que se mezclan los tonos de la épica, la
elegía y también, por momentos, la comedia y la
sátira. Las patrias lejanas es un testimonio
entrañable a la vez que una novela que no se puede
abandonar" (9).

Notas

1 Garasa, Delfín Leocadio: La otra Buenos Aires.
Paseos literarios por barrios y calles de la ciudad. Buenos
Aires, Sudamericana-Planeta, 1987.

2 Arlt, Roberto: El juguete rabioso. Buenos Aires, CEAL,
1981. Prólogo de Jorge Lafforgue. Pág. 5.
(Capítulo).

3 Zappietro, Eugenio Juan: De aquí hasta el alba.
Barcelona, Hyspamérica, 1971.

4 Mercado, Tununa: La madriguera. Buenos Aires,
Tusquets, 1996.

5 Mignogna, Eduardo: La fuga. Buenos Aires,
Emecé, 1999.

6 Gache, Belén: Lunas eléctricas para las
noches sin luna. Buenos Aires, Sudamericana, 2004.

7 S/F: "Novela de Noemí Cohen en Losada", en
Raíces, www.revista-raíces.com. Noviembre de 2005. 216
pp.

8. O'Donell, Pacho: Las patrias lejanas. Buenos Aires,
Sudamericana, 2007. 320 pp.

9. S/F: en O'Donell, Pacho: Las patrias lejanas. Buenos
Aires, Sudamericana, 2007. 320 pp.

Aragoneses

Manuel Gálvez presenta, en Nacha Regules, a un
aragonés encargado de un conventillo: "El encargado era un
aragonés testarudo, insolente y entrometido. Su
pequeña cabeza desgonzábase sobre un cogote
interminable. El tronco, angosto en los hombros,
ensanchábase hasta las caderas, cuya anchura contrastaba
ridículamente con la longitud de las flacas piernas,
movedizas y simiescas. La expresión adusta del semblante y
la nariz de perro, caricaturizábanle aún
más. Reía explosivamente, empalmando la
agonía de una carcajada con el brusco estallido de otra,
lleno de gesticulaciones, agitándose íntegro, dando
al cuerpo la línea oblicua y caídos los brazos que
temblequeaban chocando contra los flancos y subían y
bajaban sin ritmo, como émbolos descompuestos. Gustaba
hacerse el gracioso, hablando a lo andaluz" (1).

Notas

1 Gálvez, Manuel: Nacha Regules. Citado en
Páez, Jorge: El conventillo. Buenos Aires, CEAL,
1970.

Asturianos

En Hermana y sombra, de Bernardo Verbitsky, aparece una
sirvienta asturiana. Narra el protagonista, un niño hijo
de rusos: "Otra clase de
confidencias inició una tarde, al referirse al reciente
casamiento de Rosario quien seguía sirviendo allí y
compartía ahora con su marido la misma habitación
que antes ocupaba sola, pegada a la de él, que aplicaba el
oído a la
puerta que las separaba. Creyó al principio que se
divertiría con lo que imaginó sólo
podían ser cómicas parodias de amor, pero lo que
oía no lo hizo reír precisamente sino que lo indujo
a inevitables y manuales
desahogos, terminando por sentir miedo a la propia
actuación de excitado testigo invisible, que lo perturbaba
intensamente, y aún más allá de su papel de
escucha pues ahora, le confesó, miraba con otros ojos las
piernas blancas como la leche de la
asturiana" (1).

En Santo Oficio de la Memoria,
Mempo Giardinelli habla de un oficio que desempeñaban los
asturianos. En 1886, "Había muchos policías,
allí. Casi todos asturianos, gallegos. No sé por
qué. También usaban bigote de manubrio y llevaban
pistolas al cinto, capote invernal, quepís duro y alzado y
linterna en mano. Cuando se hizo la noche, los policías se
movían como luciérnagas nerviosas" (2).

En Las libres del Sur, de María Rosa Lojo, dice
Victoria Ocampo, refiriéndose a Fani, la empleada nacida
en Oviedo: "me trata como a una menor de edad. Pero como su
tiranía es útil, protesto un poco y la dejo hacer
su voluntad. Igual que los pueblos cómodos, como el
nuestro" (3).

Notas

1 Verbitsky, Bernardo: Hermana y Sombra. Buenos Aires,
Editorial Planeta Argentina, 1977.

2 Giardinelli, Mempo: Santo Oficio de la Memoria. Buenos
Aires, Seix Barral, 1991.

3 Lojo, María Rosa: Las libres del Sur Una novela
sobre Victoria Ocampo. Buenos Aires, Sudamericana,
2004.

Castellanos

Rubén Benítez escribió una novela
sobre la inmigración española, además de una
biografía
y algunos cuentos. En
esa novela, La pradera de los asfódelos (1), plantea la
pregunta acerca de lo trascendente: ¿Cuál es la
pradera de los asfódelos? ¿Dónde podemos
encontrarla? Algo debe permanecer en este agitado mundo, en medio
de tanto caos. Quizás lo trascendente sea la memoria y la
misma sangre que, evolucionada o involucionada, aparece de
generación en generación, en una aldeana
española y en un universitario patagónico. La
sangre es, en definitiva, lo que une a seres que ya no tienen
nada en común, pues el progreso mal entendido los ha
distanciado.

Afirmó el escritor bahiense: "Lo sentí
como una necesidad. Tal vez por haber pertenecido a un
núcleo de inmigrantes que desde la infancia me
transfirieron sus vivencias y sus nostalgias por la tierra
lejana. El tiempo, la muerte de casi todos ellos,
incorporó a ese sentimiento la idea de caducidad que
convierte a cada ser humano en un emigrante de la vida, de este
escenario que también ama. Creo que ambas perspectivas se
mezclan y fluyen como temas paralelos" (2).

En la obra, una madre exclama: "No, hermano. Prefiero
que lo manden a Marruecos antes de que escape a la Patagonia. De
Marruecos regresan todos, de la Patagonia no vuelve
ninguno".

El viajero de Agartha (3), de Abel Posse, fue
distinguida con el Premio Internacional de Novela Novedades y
Diana 1988-1989 en México. El protagonista de la novela es
Walther Werner, graduado en lenguas orientales y
arqueología, teniente coronel de las fuerzas especiales
nazis, quien se define como "el mensaje de salvación
arrojado al mar enfurecido". "Soy un SS –afirma-: mi primer
mandato es matar o morir matando esa sucia rémora hija de
una cultura pestilente y sentimental: la nostalgia, la
roñosa humanidad y su engendro bastardo, el mentado
humanismo’ ". Es justamente esa postura ante
la vida la que hace que se desvincule del hijo que tuvo con una
española, que apareció muerta en Burgos "cuando
entraron las fuerzas vencedoras de Franco". Recuerda el momento
en el que, en Madrid,
cortó el débil lazo que lo unía al
niño; entonces aparecen las referencias a la Argentina,
país en el que se cría el pequeño, lejos de
su padre.

En Las libres del Sur, Una novela sobre Victoria Ocampo
(4), de María Rosa Lojo, aparece un castellano. Uno de los
personajes "no supo decirles nada nuevo, salvo pedirles que
esperasen al patrón, un gallego de Logroño que
conocía probablemente a todos los españoles de la
zona".

Notas

1 Benítez, Rubén: La pradera de los
asfódelos. Bahía Blanca, Siringa, 1989.

2 González Rouco, María: "Rubén
Benítez: el regreso a la entrañable tierra", en El
Tiempo, Azul, 10 de septiembre de 1989.

3 Posse, Abel: El viajero de Agartha. Buenos Aires,
Emecé, 1989.

4 Lojo, María Rosa: Las libres del Sur, Una
novela sobre Victoria Ocampo. Buenos Aires, Sudamericana,
2004.

Catalanes

En la adolescencia,
el protagonista de La gran aldea (1), de Lucio V. López,
acude a la escuela de dos maestros. Uno de estos maestros era
inmigrante: "Don Josef era oriundo de Cataluña y se
vanagloriaba de haber nacido en el castillo Monjuich, de haber
salvado la vida a varias personas, de haber presenciado un
naufragio y de haber sido casi víctima del hambre de una
tigra mansa; preciábase de haber conocido a la reina de
España, doña Cristina, de haberla visto comer una
olla podrida en un día de toros. Hacía sacrificio
de confesarse descendiente de don Gonzalo de Córdoba, pero
no se prestaba a pregonar mucho el parentesco, y lo repudiaba con
majestad, porque no quería que nadie sospechase que
él aprobaba las rendiciones de cuentas de su
poco escrupuloso antepasado. Vivía crónicamente
colérico, sin que esto importe decir que no supiera
interrumpir sus accesos para hablar con fruición, de los
tesoros de Potosí y de fortunas colosales como las de los
cuentos de hadas, porque el buen viejo tenía altamente
desarrollada la nota de la codicia".

María Angélica Scotti evoca, en Diario de
ilusiones y naufragios (2), la vida de una inmigrante
española, desde que, en la infancia, deja España
con su madre; a ellas se unirá un italiano que la mujer conoce a
bordo. "El primer recuerdo que me aparece es el viaje", dice la
protagonista de la novela que mereció el premio
Emecé 1995/6. "En verdad, es más lo que me contaron
que lo que vi con mis propios ojos –continúa. No
sólo porque era muy pequeña sino también
porque hice la travesía encerrada en un camarote muy
especial: viajé oculta bajo las faldas de mamita", porque
"apenas zarpamos de Barcelona, mamita notó que yo
tenía el cuerpo y las mejillas repletos de manchuelas
coloradas. Ella ya había oído decir que a los
enfermos los obligaban a bajar en el primer puerto, y por eso
resolvió esconderme".

En Lunas eléctricas para las noches sin luna, de
Belén Gache (3), la protagonista se refiere a un canillita
de ese origen: "A unos metros, un grupo de muchachos se
reúne alrededor de una caja de zapatos. Son los
canillitas. Llevan medias largas y pantalones cortos y sus
cabezas se encuentran cubiertas con boinas. Cargando pesadas
pilas de
diarios, se encaraman a los tranvías en movimiento de
forma tan descuidada que, más de una vez, han provocado
accidentes. Ya
varias veces he visto cómo los agentes de policía
les llaman la atención. Entre los muchachos, reconozco a
Gregorio, un chico de origen catalán, amigo de
Mirko".

El padre de Gregorio, imprentero, es anarquista: "Hoy
por la tarde por fin me decidí y fui a buscar el reloj de
papá a la relojería. Estaba por llegar al local de
Copelius cuando vi que de ahí salía un
policía. Pocos segundos después, salían dos
agentes más llevando a la rastra a don Antonio, el padre
de Gregorio, ataviado con su mameluco gris manchado de
tinta".

En El infierno prometido, de Elsa Drucaroff, Vittorio
"salió a buscar a Julián Soto, el hombre que
le había indicado el Catalán. Si, tal como
prometió, el Catalán había enviado un
telegrama, los compañeros tenían que estar
aguardándolos" (4).

Notas

1. López, Lucio V.: La gran aldea. Costumbres
bonaerenses. Buenos Aires, CEAL, 1980.
(Capítulo).

2. Scotti , María Angélica: Diario de
ilusiones y naufragios. Buenos Aires, Emecé,
1996.

3. Gache, Belén: Lunas eléctricas para las
noches sin luna. Buenos Aires, Sudamericana, 2004.

4. Drucaroff, Elsa: El infierno prometido. Una
prostituta de la Zwi Migdal. Buenos Aires, Sudamericana, 2006.
336 pp. (Narrativas históricas). Pág.
265.

Gallegos

En la novela En la sangre (1), de Eugenio Cambaceres, el
protagonista y su madre "se detuvieron frente a la Universidad en
cuya puerta, mostrando un grueso manojo de llaves colgado de la
cintura, estaba de pie el portero, un gallego ñato de
nariz y cuadrado de cabeza".

En La gran aldea, Lucio V. López presenta
gallegos trabajando junto a los criollos: "daban las cuatro y, no
bien había entrado el gallego cotidiano con las viandas,
don Narciso se engolfaba en los antros profundos de la
trastienda". Lucio V. López menciona otro gallego
relacionado con la tienda: "Caparrosa, el cadete de Bringas, un
galleguito ladino y vivaracho" (2).

A criterio de Delfín Garasa, "Una de las
más cumplidas descripciones de un heterogéneo
desembarco es la que ofrece Luis Pascarella en su novela-alegato
documental, El conventillo. Llega el Christoforo Colombo y
primero bajan los hombres de negocio con su apoplética
cerviz, con el paso resuelto de los acostumbrados a dar
órdenes y ser obedecidos, los turistas ingleses con sus
máquinas fotográficas y algunas señoras un
tanto perplejas por no ver en el muelle indios con plumas y
taparrabos. Por ese entonces, el viaje a Europa empezaba a
otorgar prestigio social, y los argentinos que regresan cambian
opiniones en alta voz sobre los modelos de París, el
mobiliario inglés o la sinfonía escuchada en la
Opera de Viena. Y, finalmente, aparecen los inmigrantes, tan
fustigados en los azares de las proclamas políticas, un
‘enorme hormiguero’ que había viajado en el
mayor hacinamiento. Rostros curtidos, exhaustos, azorados. En
todos se presiente la pregunta: ¿Qué les
deparará esta nueva tierra? De pronto, una mirada se
ilumina o un brazo se agita en alto porque se ha reconocido a
alguien en la muchedumbre que espera. Van bajando los hebreos de
desgreñadas barbas y gastados levitones, los
‘turcos’ con sus espaldas combadas, los
nórdicos enjutos, los napolitanos pequeños y
retorcidos como raíces, los andaluces gárrulos, los
gallegos pacientes, los holandeses esponjosos, los genoveses de
músculo recio e insaciable voracidad. Una mujer besa la
tierra que los acoge y tras su actitud ritual se adivina un
pasado de penurias y recelos. Y agrega Pascarella: ‘La gran
ciudad de calles dirigidas hacia el Oeste recibe en su seno
aquella semilla que purificada en un ambiente de libertad (…)
se reproducirá en su inmensidad desierta" (3).

Escribe Manuel Gálvez, en Nacha Regules (1919):
"Monsalvat imaginó que sus palabras engendrarían
entusiasmo y agradecimiento. Pero no fue así. Unos
torcieron el rostro, otros cuchichearon. Una vieja se puso a
hacer pucheros, y un gallego protestó contra el abuso de
querer echarles de la casa para después subir los
alquileres". El gallego decía que "Si ellos se encontraban
bien, ¿por qué obligarles a aceptar lo que no
pedían? ¿Qué vivían como los cuerpos?
¡Bah! Acaso vivieron antes de otra manera? Eso que
decía el patrón: la higiene y el
aire, era bueno
para los ricos. ¡Los pobres estaban tan conformes sin aire!
Y respecto de la higiene, maldita la falta que les hacía.
Además, si la vida de los pobres era dura, no
correspondía a los ricos pretender mejorarla. Y que no les
dijeran que sus ofrecimientos eran desinteresados, porque no lo
creerían. Ya conocían demasiado a los ricos. Todos
iguales. Si a veces cedían por un lado, era para
reventarlos por otro. Podía, pues, el patrón
marcharse con sus rebajas de alquiler y la reforma del
conventillo. No aceptaban la rebaja, no. ¡Ellos no se
moverían de allí!" (4).

En La pampa gringa (1936), de Alcides Greca, un gallego
llega a la Argentina: "No salía de su asombro.
Había creído que la América era un
país maravilloso, de comarcas cubiertas por selvas de
árboles
gigantes, entoldadas con lianas, en las que se abrían
flores prodigiosas y se guarecían pájaros de vivos
plumajes. Se había imaginado que sus pobladores habitaban
en palacetes muy blancos, rodeados de jardines, situados en los
claros del bosque o a orillas de ríos anchurosos. La
indumentaria de los europeos debía ser, necesariamente, un
impecable traje de caza, casco inglés y voluminoso
revólver en la cintura; los indígenas irían
cubiertos con calzones a rayas, de colores
chillones. Antoñico había presentido la
América a través de alguna historieta de
plantaciones antillanas o de las tapas policromas de una novela
de Salgari" (5).

En un conventillo reúne a sus discípulos
José Luna, personaje de Megafón, novela de Leopoldo
Marechal publicada póstumamente en 1970: "En la sala
única del púgil se juntaban sin armonizar el
comedor, el dormitorio y una cocina de leña, cuyo tiraje
pésimo fue un manantial de humo que, sin embargo, nunca
molestó en adelante ni a José Luna ni a sus tres
discípulos, en las discusiones que mantuvieron sobre las
metáforas del Apocalipsis. Los tres discípulos eran
Juan Souto, llamado ‘el gaita’, Vicente Leone, o
‘el tano’, y Antenor Funes, conocido por ‘el
salteño’ " (6).

En Una sombra donde sueña Camila O'Gorman (1973),
escribe Enrique Molina: "Berón de Astrada pierde la vida
en la batalla de Pago Largo, y Echagüe, su vencedor, hombre
de aristocrática cuna, ordena, con una delicadeza de
tiburón, que se le extraiga al cadáver una lonja de
piel de la espalda, para hacer con ella una manea que
envía al general Urquiza como presente. Esos obsequios,
tan caros entre compadres, exaltan la cortesía de la
época y el vals de los murciélagos. El mismo
Urquiza, en carta a su
hermano, después de una batalla, le anuncia: 'El gallego
Navarro cayó prisionero y lo degollamos: te mando sus
orejas' " (7).

En Hacer la América (8), Pedro Orgambide evoca,
entre otros inmigrantes, a una familia gallega.

Manuel Londeiro junta trabajosamente el dinero para
traer de Galicia a su familia. En la fonda "pide pan y tocino.
Después, una sopa con carne, porotos y papas. Se promete
ir al almacén de
su primo, y firmar una letra, un documento, lo que sea a cambio del
dinero para los pasajes. Si comes tanto no podrás ahorrar,
dice su primo, si sólo piensas en comer, si El pan de
Manuel Londeiro no llega a la boca. Lo coloca en un
pañuelo y lo anuda. Ya tiene su cena".

Al gallego, "El albanés lo desafía a una
pulseada. Uno es fuerte como un caballo, piensa Manuel, pero uno
no tiene ganas de pulsear. El albanés ha puesto su dinero
sobre la mesa. No, yo no juego por
plata. No me importa que mis amigos piensen que el albanés
es más fuerte que yo. Yo no me juego el jornal". Sin
embargo, lo hace: "Manuel Londeiro le dobla el brazo contra la
mesa y caen las monedas en el suelo entre el
jolgorio y el griterío de los estibadores".

Al fin, reúne el dinero que posibilita tan
ansiado encuentro. Su mujer, Carmen, viajando con los hijos,
piensa: "Es como si nunca hubiera tenido una casa, Manuel. Como
si nunca más pudiera pisar la tierra firme y Dios nos
condenara a vagar por el mundo en este barco. No pienses que
estoy loca, Manuel. A otras mujeres que viajan aquí les
ocurre lo mismo. Extrañan el olor de sus cocinas y el
calor de sus
camas. Una vieja me contó que todas las noches
soñaba con su corral y sus puercos; otra, con un
jardín de Andalucía. En América
¿tú sueñas con la casa, Manuel? Los hombres
se ríen de esos sueños, son cosas de hembras,
dicen, haremos otras casas allí, sembraremos el trigo,
cuidaremos las viñas, vamos a trabajar en los aserraderos,
en los muelles… Es que los hombres son más parecidos al
mar, les gusta andar de un lado a otro. Algunos, sin embargo, se
asoman al océano como si trataran de ver o que dejaron.
Una les ve las caras de viudos de la tierra, caras de hombres
como tú, Manuel, trabajadas por el sol y el
granizo, por los días de labranza ¿no se
extraña la tierra, Manuel? ¿el olor de la
tierra?"

Llegan Carmen y los hijos, Paco y María. En el
patio del conventillo, la niña juega a las estatuas con
las hijas del árabe: "se quedaba inmóvil con un pie
en el aire. (…) -¡Míralas! Se creen unas reinas…
pero tarde o temprano van a parir como nosotras –vaticina
la Carmen y apoya su mano en el hombro de Magdalena".

Paco, que no quiso sufrir lo que su padre sufrió
por motivos políticos, se dedicó a la
música. María, en cambio, inspirada en el
espíritu paterno, fue líder
en el movimiento de las costureras.

En La crisálida, de Nisa Forti Glori, dice uno de
los personajes: "No es cierto que las clases humildes son las
más sanas. ¿Acaso los pobres son más
bondadosos entre ellos? ¡Qué esperanza! Observen a
las personas de servicio.
Deberían mostrarse solidarias. Todas son trabajadores,
¿no? Una mano lava la otra, ¿no? Y no. Se mueven el
piso. Se odian. Son capaces de correrse con el cuchillo.
¿No vimos en nuestra propia casa, cómo Rita
corría a María la gallega? La corrupción
está siempre en los extremos. Con la diferencia que a los
muy ricos se les perdona todo y a los muy pobres, nada. Sobre
mojado, llovido. Cuando no posees nada, hasta los amigos se
evaporan" (9).

La piedra madre (10), por Néstor Tirri, "narra
los desvelos de un grupo de vecinos de Tandil, empeñados
en una empresa
descomunal: restaurar la fabulosa Piedra Movediza, un prodigio de
la naturaleza que en el siglo XIX atrajo a viajeros de todo el
mundo, y cuya ausencia (después de su caída en
1912) sumió a la ciudad en la nostalgia por la perdida
gloria. En una narración ágil, en clave
irónica y naïve, la novela recorre cuarenta
años de aventuras y represiones sexuales y
políticas. Y, con humor hiperbólico, registra la
presencia de figuras reales, personajes notables que en verdad
transitaron por Tandil.

A principios de los años ochenta La piedra madre
resultó finalista del Premio Internacional de Novela Plaza
& Janés (cuyo jurado fue presidido por Ángel J.
Battistessa) y fue publicada poco después. Hoy se erige en
una "novela de anticipación" (o profética) a
raíz del emprendimiento turístico que 25
años después plasmó, en la realidad, una
variante del proyecto de ficción de la delirante
'Comisión Vecinal Pro Restauración de la Movediza'
" (11).

María Rosa Lojo define a Canción perdida
en Buenos Aires al oeste -novela premiada por el Fondo Nacional
de las Artes en 1986-, como "la historia de una familia narrada a
través de siete personajes, de siete voces: la voz central
es la de Irene, que en sus treinta años rescata ese nudo
de vidas que conforma sus propios orígenes, como quien
canta una canción. Una canción perdida porque es la
de la infancia y la adolescencia, la de la vida tramada por
el amor, la
dicha, la desdicha, la enfermedad, la muerte, los
extravíos y las recuperaciones que constituyen el tiempo
irrestañable e incorruptible, como el agua
fluyente, que la palabra, por un momento, crea la ilusión
de retener" (12).

Después de muchos años de exiliados, los
padres de Irene sufrían el mismo desarraigo que los
acompañaría hasta el final de sus días. En
su hogar del oeste, "era el sol de la casa nativa que iluminaba
sus rostros. Los rasgos de mi madre, silenciosos y bellos, como
una estampa antigua; los ojos de mi padre, tristes de mar,
empañados de tiempo recorrido. La mesa del domingo, cuando
comíamos callados y mi padre, sólo mi padre
recitaba, tácitamente, como para sí: ‘Donde
yo me he criado…’ Y ya no escuchábamos; lo
demás se perdía en la bruma nebulosa de un mito siempre
repetido, desesperado y patético como una plegaria
inútil. La única plegaria que papá se
permitía decir" (13).

Mempo Giardinelli escribió Santo oficio de la
memoria, obra galardonada con el VIII Premio Internacional
"Rómulo Gallegos" en 1993. En esa obra -a la que Carlos
Fuentes se
refiere como a una "saga migratoria tan hermosa, tan conmovedora,
tan importante para estos tiempos de odio, racismo y
xenofobia"-,
habla de un oficio que desempeñaban algunos
españoles. En 1886, "Había muchos policías,
allí. Casi todos asturianos, gallegos. No sé por
qué. También usaban bigote de manubrio y llevaban
pistolas al cinto, capote invernal, quepís duro y alzado y
linterna en mano. Cuando se hizo la noche, los policías se
movían como luciérnagas nerviosas" (14).

Horacio Vázquez-Rial es el autor de Frontera Sur.
"Prostitutas, fantasmas,
jugadores, gallos de riña, socialistas primitivos,
héroes del trabajo,
anarcosindicalistas o músicos que se cruzan en la vida de
tres generaciones de emigrantes gallegos, van tejiendo la trama
de Frontera Sur y la historia de Buenos Aires, entre 1880 y 1935.
Roque Díaz Ouro, que llega viudo y con un hijo a la
capital
argentina, que se enamora de una prostituta de alto vuelo y que
recibe en su carrera ascendente la ayuda del espectro de un
compadrito degollado, es protagonista de este relato
épico, junto al alemán Hermann Frisch, portador de
un bandoneón y de los principios de la
organización obrera. Pero también aparecen en
él figuras legendarias como Yrigoyen, Durruti o el propio
Gardel, que definieron el espíritu de una época y
de una ciudad apasionantes" (15)

El narrador describe, en esa obra, uno de los tantos
desembarcos de inmigrantes, en la década del 80: "Los
buques anclaban muy lejos de la costa, y viajeros, equipajes y
mercancías pasaban, o eran arrojados, a una gabarra o a
varios botes pequeños, que lo llevaban todo a los carros
en que, finalmente, salía del agua. Si el
calado no resistía una quilla, por escasa que fuese, las
irregularidades del fondo lo hacían en algunos puntos
excesivo par alguna de las ruedas de los vehículos, que
encallaban o volcaban, arrastrando su carga al desastre. Padre e
hijo presenciaron un desembarco, pendientes del bamboleo y los
sobresaltos de los carros, del griterío de los que
temían ahogarse en aquel tramo de su odisea, que
imaginaban último, y de las voces de quienes, de pie en
los pescantes, guiaban a las bestias. Ramón
abandonó la contemplación de las inmundicias que
las llantas arrancaban del limo y sacaban a la superficie cuando
su padre fue a reunirse con un mayoral de mirada torcida"
(16).

Graciela Cabal, en Secretos de familia (17), recuerda su
aprendizaje de
muñeira: "A mi amiga Rodríguez tampoco la dejan
estudiar baile, pero ella igual sabe bailar la muñeira,
porque la muñeira se la enseñó la madre. (La
madre de Rodríguez es de un lugar donde todos saben bailar
la muñeira desde que nacen, sin que nadie se la
enseñe). Me da mucha vergüenza, pero igual voy y le
digo a la mamá de Rodríguez si por favor, por
favor, me enseña a mí a bailar la muñeira.
La mamá de Rodríguez dice que ella con mucho gusto
me enseñaría, pero hace tanto tiempo que no
baila… ’Sea buena, mamita’, le dice
Rodríguez a la madre, y la arrastra al patio. Y entonces
la madre empieza a cantar bajito mmmmm mmmmm mmmmm y a dar unos
pasos. Y después se ve que se anima porque se pone a
cantar fuerte y se mueve rápido y hasta se saca las
chancletas y el delantal, y sigue, sigue, sigue. Y justo llega el
papá del trabajo y primero se asusta y pregunta qué
es lo que está pasando en esa casa, y después se
ríe y se pone a bailar enfrente de la madre. Y yo ya no
aguanto y le digo a Rodríguez si quiere bailar, porque
algo aprendí, de mirar. Y todos bailamos, cantamos y nos
reímos, hasta la mamá de Rodríguez, que
nunca se ríe. A la mamá de Rodríguez, cuando
baila la muñeira ni se le notan los bigotes".

En Agua de nadie –novela distinguida con el Premio
"Dr. Alfredo A. Roggiano" de la Municipalidad de Chivilcoy,
1993-, Mabel Pagano evoca a dos sastres gallegos: "Porque era muy
chico y recién se iniciaba en el oficio junto a los
gallegos López y García, propietarios de un gran
taller, no tuvo ocasión de conocer a don Hipólito,
aunque quizás Yrigoyen no hubiera gastado en un traje lo
que él llegó a cobrar, decían que era tan
raro el Peludo… (…) La tarde anterior, los gallegos
habían insistido en su intento de llevarlo a Mar del Plata
para la inauguración de la tan soñada sucursal y
nuevamente él rechazó la invitación,
hablando de compromisos impostergables, aunque sin aclarar sobre
la naturaleza de los mismos y tratando de que no se ofendieran,
ya que era forzoso que lo reconociera, él les debía
mucho a los dos. Esa noche, cuando estaba a punto de retirarse
del taller, los patrones lo invitaron a comer en un restaurante
de Sarandí, donde había ido varias veces
acompañándolos. Quiso negarse diciendo que estaba
muy cansado de la tarea de toda la semana, cosa que era
rigurosamente cierta, pero López insistió, vamos
hombre, nos comemos la paella y regresamos temprano, al mismo
tiempo que García lo palmeaba empujándolo hacia la
puerta" (18).

En Latas de cerveza en el
Río de la Plata –novela de Jorge Stamadianos
distinguida con el Premio Emecé 1994/95- aparece un padre
gallego que oculta a su hijo, desertor en la Guerra de las
Malvinas.
Relata el protagonista: "Aunque no podía verle la cara al
gallego porque me había quedado esperando en la planta
baja, oía su voz retumbando a través de la escalera
y me imaginaba la vena saltándole en la frente como una
lombriz que no quiere subirse al anzuelo" (19).

En Virgen (20), novela de Gabriel Báñez
que resultó finalista en el premio Planeta, aparece un
titiritero gallego: "Sara lo había encontrado deambulando
medio muerto de hambre a los costados de la aduana, sin
documentación y con unas pocas pesetas en
el bolsillo que guardaba como rezago de un viaje de cuarenta
días desde su Pontevedra natal hasta Santos, donde
desembarcó. En Brasil se
había dedicado al incipiente negocio de refinar aceite de
coco, pero por muy poco tiempo, ya que en apenas tres meses tuvo
la fulminante certeza de que su arte jamás
se adaptaría al portugués. No por él, sino
por sus títeres, que extrañaban horrores el
castellano y no se adaptaban a ese idioma pegajoso y transpirado.
Filadelfio Pérez era un trotamundos infatigable, aunque en
su juventud se
había dedicado al deporte de los guantes sin mayor
fortuna, (…) Durante las representaciones se hacía
llamar Maese Pérez, y se valía de su arte para
desbocar argumentos y acomodarlos a su pasión republicana
con ogros franquistas y brujas de la Falange. Pero las mejores
obras las escribía él, y resultaban de una belleza
conmovedora, lo mismo que sus muñecos, enormes y con ojos
siempre idénticos: de foca o de mujer intensa y
húmeda, tristísmos, los más hermosos del
mundo".

En "Noticias
secretas de América", Eduardo Belgrano Rawson evoca a los
inmigrantes gallegos: "Cantabas un himno más light, como
regía desde principios de siglo. Lo habían lijado
un poco. ¿Qué otra cosa podían hacer?
Necesitaban cortarla con los insultos, como explicó en su
momento un operador del Ministro. ‘Tigres sedientos de
sangre’ y todo eso. Culpa del himno el embajador no pisaba
la presidencia, sobre todo los 9 de julio. A decir verdad,
tampoco mostraban mucho aspecto de tigres los vascos y los
gallegos que desembarcaban todos los días frente al Hotel
de Inmigrantes, pero ésta era otra cuestión"
(21).

Guillermo Saccomanno es el autor de El buen dolor
–novela distinguida con el Premio Nacional de Literatura en
2002-, obra en la que escribe sobre su abuela gallega, la que le
contaba cuentos de su tierra: "Aunque la abuela era madrugadora y
de acostarse temprano, sufría de insomnio. Por la noche
ella y vos, acostados en su pieza, en la oscuridad, escuchaban
Radio
Porteña, que transmitía desde los teatros. La obra
predilecta de la abuela era La Malquerida, interpretada por Lola
Membrives. Ay, esa madre, se desgarraba la Membrives en la
oscuridad de la pieza. Ay, repetía la abuela. Apenas
terminaba la obra, la abuela apagaba la radio. Y como
no podía dormir, te contaba un cuento"
(22).

En La fuga, distinguida con el Premio Emecé
1998/99, Eduardo Mignogna presenta a Adela y Angel Villalba, una
pareja de carboneros que tiene un sobrino en Mendoza: "En la
esquina de Coronel Díaz y la avenida Las Heras
había un bar y al lado un corralón y después
una ferretería. El barrio se llamaba, o le decían,
Tierra del Fuego, y en el sitio donde estaba la ferretería
había en 1928 una casa de venta de
carbón y leña atendida por un matrimonio mayor
de españoles petisitos y reservados, oriundos del pueblo
gallego de Betanzos. El comercio era angosto y con piso de
tierra, y en el aire flotaba eternamente un polvillo oscuro que
emanaba de las bolsas de arpillera" (23).

En Moira Sullivan, de Juan José Delaney, la
protagonista escribe una carta fechada en 1932, en la que
expresa:

"Debo decir que pese a que los hijos de Erín se
jactan de haberse integrado con el resto de la población, la verdad no es exactamente
así. Tienen sus propios colegios, sus propios templos y
clubes, y quien comete la osadía de casarse con un "nap"
(¿napolitano y por extensión italiano?) o con un
"gushing" (derivado, probablemente, del verbo inglés to
gush, que significa hablar con excesivo entusiasmo y que es un
neologismo para aludir a los gallegos y también por
extensión a los españoles), se aíslan o son
lenta pero inexorablemente segregados. En verdad esto ocurre con
casi todas las comunidades extranjeras que se han radicado
acá: árabes, armenios, ucranios y, muy
especialmente, judíos. Para no hablar de los
británicos que a su injustificado desdén agregan
cierto cinismo ancestral" (24).

Ochoa, uno de los personajes de Hotel Edén, de
Luis Gusmán, "recuerda entonces la iglesia de San
Nicolás de Bari. La historia de su familia materna
está escrita en esa iglesia. Su abuelos, inmigrantes,
primos hermanos casados con primos hermanos, provienen de
Galicia. Ochoa dispone de poca información, y por lo tanto ignora por
qué terminaron viviendo en la calle Carlos Pellegrini. Su
abuelo administraba una casa, que nunca quedó claro si era
de inquilinato, a la que llamaba ‘las oficinas’ "
(25).

En Agatha Galiffi La Flor de la Mafia, novela de Esther
Goris, los municipales quieren llevar el carro de un
piamontés, por tener verdura en mal estado: "Un hombre de
traje oscuro y bombín, con papeles en la mano, daba
instrucciones a otros dos, mientras un tercero sostenía el
caballo por las bridas que, intranquilo ante la muchedumbre que
lo rodeaba, golpeaba los cascos contra el suelo embarrado.
Saremba era de los que habían dominado la tierra pero no
la lengua, de modo que trataba de dar explicaciones al del
bombín utilizando una jerigonza extraña". Lo que
quería explicar era que "La verdura podrida no era para la
gente, era verdura para los chanchos del gallego"
(26).

Jorge Torres Zavaleta, en La noche que me quieras,
presenta a un gallego. Este es evocado como un trabajador, en su
clásica ocupación de dueño de bar,
desconfiado ante los pedidos de sus clientes sin
dinero: "era como si todos nosotros fuéramos miembros de
una barra y los mayores solamente aquellos a los que
teníamos que engañar. Como el gallego que nos
dará un whisky o un café a cuenta,
mirándonos de reojo por debajo de las cejas pobladas
mientras se ocupa de asuntos serios" (27).

En La logia del umbral, Ricardo Feierstein recuerda a
algunos de los gallegos que vivían en Villa
Pueyrredón, a mediados del siglo pasado: "Cruzando la
avenida Mosconi estaba la farmacia (…) Luego el negocio de
medias del gallego Alvarez, cuya hija sería directora de
televisión; (…) Después del bar,
ya en esta vereda, venía mi casa y, siguiendo el
recorrido, el almacenero González (gallego de ley), (…) Por
las mañanas, en la escuela
pública donde todos concurríamos,
conviví (…) con el galleguito Pérez"
(28).

La casa de Myra (29), de Aurora Alonso de Rocha, fue
distinguida en 2001 con el Segundo Premio para Autores
Inéditos, en el "Concurso organizado por la
Fundación El Libro, en el marco de la 27ª Exposición
Feria Internacional de Buenos Aires ‘El libro del Autor al
Lector’ ". En esa obra, protagonizada por una gallega
tomada cautiva por los indígenas, narra un personaje: "En
unos meses se le puso la piel del color del
cuero sobado,
se le hicieron unos manchones del solazo debajo de los ojos y
como no los tiene oscuros como las otras se ven como gemas
transparentes. En lo que se ve del descote es pura mancha y peca
y tiene el pelo cerdoso, enrulado y reseco de tanta agua e
intemperie. Igual que las chinas va mexclada de cristiana y de
india: le
cuelgan unas ajorcas pesadas, se ata las clinas con seda trenzada
y las botas son las de media caña, de pata de potro pero
finísima, muy retobada (¡Que las quisiera para
mí!), con lazos de colorines y bordados. Por arriba usa un
vestidito de percal que ha de ser el que traía cuando la
encontré en el puerto, según recuerdo, así
que va medio disfrazada pero tan cargada de lazos y joyas como
una princesa".

En Los gallegos, una novela inédita, Gloria
Pampillo evoca la inmigración de sus mayores. El abuelo de
Gloria Pampillo era comerciante, y había elegido el mismo
nombre para todos sus negocios: "Celta, como el nombre que mi
abuelo le ponía a cada uno de los bienes que acá se
iba ganando, desde su barco hasta los toros. Un toro negro,
morrudo, que ahora le dibujo en su
escudo de comerciante, como tantos otros dibujaron una espiga en
el almacén o en la panadería: La flor de Galicia".
Gloria Pampillo recuerda la voluntad de unión de los
emigrantes gallegos: "Lo que van a hacer ahora es lo mismo que
hizo mi abuelo cuando llegó a la Argentina en 1870. Van a
agruparse en cofradías. Que esas cofradías formen
un ejército o una Sociedad de
Socorros Mutuos, poco importa. Lo que tienen en común es
que lejos de la tierra, ‘da mía terra’, como
dijo una mujer en el seminario con un
dolor que me volvió de barro el corazón, van a
buscarse entre ellos".

Guadalupe Henestrosa ganó en 2002 el V Premio
Clarín de novela, con Las ingratas (30), novela en la que
evoca la inmigración de cinco hermanas españolas y
la hija de una de ellas. Seis gallegas, recién bajadas del
barco, llegan a una pensión en la que la mayor se
empleará como cocinera. Allí las asalta la
nostalgia: "Esa noche entre esas paredes húmedas,
escuchando las palabrotas que venían desde el patio, las
chicas extrañaron la casa de piedra en las
montañas. Por primera vez desde aquella madrugada cuando
dejaron a su padre, Vicente, solito junto al fogón, se
sintieron lejos de todo, perdidas, a merced de unas gentes
desconocidas, con quién sabe qué costumbres.
¿Cómo encontrar el alma en una
tierra donde todas las cosas tenían otro
olor?".

En Los jardines del Carmelo, escribe Ana María
Guerra: "El campo se subdividió; la casa y unas parcelas
quedaron en manos de los Ruiz, tres hermanos venidos de Galicia,
que aconsejados por Marga, establecieron un burdel. Las
dificultades de los primeros tiempos fueron incontables; los
carros se empantanaban, los jinetes entraban con barro hasta en
las fajas, y apenas caían unas gotas la gente se
acobardaba, quedando el prostíbulo vacío.
Finalmente, los Ruiz decidieron deshacerse de él"
(31).

En Amor migrante, de Stella Maris Latorre, un empleado
del Hotel de Inmigrantes agrede a un gallego. Le dice: "-Ya te
oí, crees que soy sordo gallego sucio, muerto de hambre.
Avelino, Manuel y todos cruzaron sus miradas: ‘Este era el
recibimiento que le hacían los habitantes de ese
país que prometía tanto, todos apretaron los labios
y endurecieron sus puños, todos… para no responder a esa
provocación; pero a todos también se les
partió el corazón y quisieron estar en Galicia
aunque no encontraran el oro tan
prometedor, pero ya era tarde, ahora había que ser fuerte,
apechugar ya estaban en el tablao, había que zapatear.
Avelino tomó su pequeña valija, un bolsito
pequeño también Manuel hizo lo propio, juntos
lentamente recorrieron ese largo pasillo, jurando no voltear la
cabeza para no ver a sus paisanos, que realmente si estaban mal
presentados; pero eran honrados, y venían a trabajar, a
poner la espalda para que este país al cual recién
llegaban floreciera a fuerza del sacrificio de ellos, que en ese
momento necesitaban; la guerra, la mala situación de su
país los llevó a cruzar el mar en busca de un
futuro mejor, pero en el interior de esos hombres, de esas
mujeres de rostros sufridos, existía un rubí en
bruto, sí, en bruto, como lo siguieron llamando y muchas
veces se mofaron de ellos, haciendo bromas de mal gusto, chistes donde
siempre, el tonto, el bruto era el gallego; pero si de algo no
podían mofarse era de su honradez, de su fortaleza para el
trabajo y la voluntad a pesar de a veces tragarse las
lágrimas que estaban prestas a salir de sus pupilas, pero
las sujetaban, no fueran a pensar que eran débiles, no, no
lo eran, eran más fuertes que un roble" (32).

En 2004 se editó Las libres del Sur, Una novela
sobre Victoria Ocampo (33), de María Rosa Lojo. En esa
obra, aparecen varios gallegos. Los principales son Carmen Brey
Moure y su hermano Francisco. Acerca de Carmen, escribe: "El
casquito de fieltro con un capullo de gasa, las mejillas
redondas, el tailleur liso y el talle bajo acentuaban su aspecto
cándido de colegiala en vacaciones. Un toque de rouge y de
polvo Arlette sobre la nariz no la cambiaron mucho. Se
encontró ligeramente similar (aunque más delgada, y
más joven) a una poetisa de moda: Alfonsina
Storni". Francisco era "un hombre robusto y curtido, en quien
Carmen fue reconociendo, a medida que se acortaba la distancia, y
como quien despeja las capas superficiales de un palimpsesto, los
rasgos de su hermano".

En Lunas eléctricas para las noches sin luna,
escribe Belén Gache: "Bordeando el convento, la calle
Viamonte se extiende alternando fondas llenas de marineros con
casas de remates, regenteadas por catalanes, gallegos o andaluces
que venden objetos dorados por oro fino y piedras transparentes
por diamantes" (34).

En 2005 apareció Finisterre, también de
María Rosa Lojo. Rosalind Kildaire Neira, nacida en
Galicia, llega a la Argentina en 1832. Ella recuerda: "Buenos
Aires era entonces una ciudad blanca y baja, quizá
sólo atractiva desde la lejanía. Ilusionaba los
ojos a la distancia pero a medida que los barcos iban
acercándose a la entrada del río ancho y playo,
donde resultaba imposible fondear, cedía el encantamiento.
(…) Las calles eran irregulares y sucias, pantanosas de a
trechos. Animales muertos
y montones de desperdicios se acumulaban en algunas esquinas"
(35).

En El infierno prometido, de Elsa Drucaroff, el Loco va
a la pensión en que vivía Vittorio. "La
desconfianza de la dueña se esfumó cuando el Loco
le contó que era periodista de Crítica. Le convidó con mate,
bizcochitos de grasa, y contó con marcado acento gallego
que el señor Comencini no vivía más en esa
pensión". La gallega se entusiasma: "¡Ayudar a la
prensa! (…)
anote mi nombre y apellido: María Dolores Pontevedra, con
ve corta. Pensión Pontevedra. ¿Va a venir un
fotógrafo?" (36).

Cristina Bajo es la autora de La trama del pasado (37).
"1840, Vigo, Galicia. Una joven aristócrata, Ignacia Arias
de Ulloa, abandona a su marido y huye con una criada
llevándose muy poco: su estuche de esgrima, y el
halcón preferido de aquél. Al llegar a la casa
solariega de su madre se encuentra con que ésta ha
decidido regresar a las provincias del Río de la Plata, su
tierra de nacimiento, para ajustar viejas cuentas. Sin pensarlo,
Ignacia se embarca con ella. Mientras el país se desangra
en la guerra civil, don Fernando Osorio y Luna, descendiente de
un antiguo linaje, emprende con sus hombres un viaje a caballo
desde la Córdoba americana hacia Buenos Aires con un
mensaje secreto para don Juan Manuel de Rosas, jefe de
los federales. A mitad de camino, y en una de las batallas
más cruentas de la historia
argentina, Ignacia y Fernando se encontrarán, sin
saber que sus lazos provienen del pasado, de trágicos
misterios familiares que, desde los orígenes de su
estirpe, parecen alcanzarlos como una maldición. Acechado
por enemigos desconocidos que atacan salvajemente a su mujer y a
su hijo, involucrado en venganzas y reencuentros, amenazado con
la expropiación de sus tierras, Fernando encontrará
que la mayoría de los privilegios que los suyos
mantuvieron por siglos han desaparecido; que los Osorio han
caído en desgracia, y que aquella joven del halcón,
Ignacia, pertenece al círculo de los enemigos de su
familia. ¿Podrá un hombre de acción
como él, valiente, fiel a sus ideas y a su gente,
permanecer indiferente ante la matanza y las injusticias a que
todos los días se ve sometida su ciudad, por aquellos que
se decían sus aliados? En esta nueva entrega de la saga de
los Osorio, no será una mujer de la familia la
protagonista, sino un hombre: Fernando, el Payo, hermano de Luz y
primo de Laura. Junto a él, personajes históricos y
ficcionales desentrañarán una trama urdida con
sangre, secretos y ausencias: La trama del pasado, una novela
vibrante, estremecedora, que confirma una vez más el
talento narrativo y la pluma avezada y mágica de Cristina
Bajo" (38).

Notas

1. Cambaceres, Eugenio: En la sangre. Buenos Aires, Plus
Ultra, 1968.

2. López, Lucio V.: La gran aldea. Costumbres
bonaerenses. Buenos Aires, CEAL, 1980.
(Capítulo).

3. Garasa, Delfín Leocadio: La otra Buenos Aires.
Paseos literarios por barrios y calles de la ciudad. Buenos
Aires, Sudamericana-Planeta, 1987.

4. Gálvez, Manuel: Nacha Regules. Citado en
Páez, Jorge: El conventillo. Buenos Aires, CEAL,
1970.

5. Greca, Alcides: La pampa gringa, en
www.fhuc.unl.edu.ar/portalgringo

6. Marechal, Leopoldo: Megafón. Citado en
Páez, Jorge: El conventillo. Buenos Aires, CEAL,
1970.

7. Molina, Enrique: Una sombra donde sueña Camila
O'Gorman. Buenos Aires, Seix Barral, 1994.

8. Orgambide, Pedro: Hacer la América. Buenos
Aires, Bruguera, 1984. Pág. 20.

9. Forti Glori, Nisa: La crisálida. Buenos Aires,
Corregidor, 1984.

10. Tirri, Néstor: La piedra madre. Buenos Aires,
Galerna, 2007. 208 páginas. (Literatura)

11. S/F: en Tirri, Néstor: La piedra madre.
Buenos Aires, Galerna, 2007. 208 páginas.
(Literatura)

12. González Rouco, María: "María
Rosa Lojo: la inmigración gallega", en El Tiempo, Azul 17
de marzo de 1991.

13. Lojo, María Rosa: Canción perdida en
Buenos Aires al oeste. Buenos Aires, Torres Agüero Editor,
1987.

14. Giardinelli, Mempo: Santo Oficio de la Memoria.
Buenos Aires, Seix Barral, 1991.

15. S/F: en Vázquez-Rial, Horacio: Frontera sur.
Barcelona, Ediciones B, 1998.

16. Vázquez-Rial, Horacio: Frontera sur.
Barcelona, Ediciones B, 1998.

17. Cabal, Graciela Beatriz: Secretos de familia. Buenos
Aires, Sudamericana, 2003.

18. Pagano, Mabel: Agua de nadie. Buenos Aires,
Editorial Almagesto, 1995.

19. Stamadianos, Jorge: Latas de cerveza en el
Río de la Plata. Buenos Aires, Emecé, 1995. 229
pp.

20. Bañez, Gabriel: Virgen. Buenos Aires,
Sudamericana, 1998.

21. Belgrano Rawson, Eduardo: Noticias secretas de
América. Buenos Aires, Planeta, 1998.

22. Saccomano, Guillermo: El buen dolor. Buenos Aires,
Planeta, 1999.

23. Mignogna, Eduardo: La fuga. Buenos Aires,
Emecé, 1999.

24. Delaney, Juan José: Moira Sullivan. Buenos
Aires, 1999.

25. Gusmán, Luis: Hotel Edén. Buenos
Aires, Norma, 1999.

26. Goris, Esther: Agatha Galiffi La Flor de la Mafia.
Buenos Aires, Sudamericana, 1999. 415 pp.

27. Torres Zavaleta, Jorge: La noche que me quieras.
Buenos Aires, Emecé, 2000.

28. Feierstein, Ricardo: La logia del umbral. Buenos
Aires, Galerna, 2001.

29. Alonso de Rocha, Aurora: La casa de Myra. Buenos
Aires, Fundación El Libro, 2001.

30. Henestrosa, Guadalupe: Las ingratas. Novela
Sentimental. Buenos Aires, Clarín-Alfaguara,
2002.

31. Guerra, Ana María: Los jardines del Carmelo.
Buenos Aires, Corregidor, 2003.

32. Latorre, Stella Maris: Amor migrante. Buenos Aires,
De los Cuatro Vientos Editorial, 2004.

33. Lojo, María Rosa: Las libres del Sur, Una
novela sobre Victoria Ocampo. Buenos Aires, Sudamericana,
2004.

34. Gache, Belén: Lunas eléctricas para
las noches sin luna. Buenos Aires, Sudamericana, 2004.

35. Lojo, María Rosa: Finisterre. Buenos Aires,
Sudamericana, 2005. 192 pp. (Narrativas)

36. Drucaroff, Elsa: El infierno prometido. Una
prostituta de la Zwi Migdal. Buenos Aires, Sudamericana, 2006.
336 pp. (Narrativas históricas). Pág.
242.

37. Bajo, Cristina: La trama del pasado. Buenos Aires,
Sudamericana, 2006.

38. S/F: información de prensa

Madrileños

En 1955, Marco Denevi
es distinguido con el Premio Kraft por Rosaura a las diez. En esa
obra, declara "la señora Milagros Ramoneda, viuda de
Perales, propietaria de la hospedería llamada ‘La
madrileña’, de la calle Rioja, en el antiguo barrio
del Once". "Todo esto (…) empezó hace doce años,
cuando vino a vivir a mi honrada casa un nuevo huésped que
confesó ser pintor y estar solo en el mundo. Aquellos eran
otros tiempos, ¿sabe usted?, tiempos difíciles,
sobre todo para mí, viuda y con tres hijas
pequeñas. Los pensionistas escaseaban, y los pocos que
habían eran, hablando mal y pronto, de culo mal asentado,
quiero decir, que hoy estaban en una pensión y
mañana en otra y en todas dejaban un clavo, o, apenas
usted se descuidaba, le convertían su honrada casa en un
garito o alguna cosa peor, de modo que a los dueños de
hospederías decentes nos era necesario si queríamos
conservar la decencia y la hospedería, un arte nada
fácil, ahora desconocido y creo que perdido para siempre:
el arte de atraer, seleccionar y afincar, mediante cierta
fórmula secreta, hecha a base de familiardad y rigor, una
clientela más o menos honorable" (1).

Notas

1. Denevi, Marco: Rosaura a las diez. Buenos Aires,
Corregidor, 1999. 319 pp. Estudio preliminar y glosas de Juan
Carlos Merlo.

Valencianos

En La canción de las ciudades, Matilde
Sánchez evoca la inmigración alicantina. En esa
obra –afirma Juan José Becerra-, "Alicante es un
relato familiar de una familia anterior a la narradora, quien,
excluida de los pormenores del relato paterno (que siempre es un
arcano), intenta ajustarlos a su manera" (1).

Una hija de españoles acompaña a sus
padres a visitar su tierra natal. Al regresar, la joven
señala: "Después de un tiempo de descanso en
Barcelona –mamá, siete días para pulir
borradores, una semana de caligrafía china-, todos
nos volvimos. Ante sus vecinos, ellos ponderarn la acelerada
modernización de España. Pero yo sabía que
su patria no era ésa sino el piso de la avenida Callao,
ese alto contrafrente que los abstraía de todas las
vicisitudes, suspendido en regiones del recuerdo. España
había dejado de pertenecerles. El origen ya era un lugar
desconocido" (2).

Notas

1 Becerra, Juan José: "Mapa familiar", en
Clarín, Buenos Aires, 16 de mayo de 1999.

2 Sánchez, Matilde: "Alicante, 84", en La
canción de las ciudades. Buenos Aires, Planeta,
1999.

 

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12
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