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Antología inmigrante argentina (página 4)



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Calabreses

En el Libro Tercero
de Adán Buenosayres, de Leopoldo Marechal, aparece Juan
Sin Ropa, el que derrotó a Santos Vega. Juan Sin Ropa
–explica el folklorista Del Solar- "es el gringo desnudo
que vence a Santos Vega en una clase de lucha
que nuestro paisano ignoraba: la lucha por la vida". En ese
momento, "el vistoso gaucho fue borrándose para dejar
sitio a un hombretón forzudo y coloradote, de camisa y
bombachas a cuadros, botas amarillas, facón ostentoso y un
rebenque guarnecido de plata casi hasta la lonja. No sin una
efusión de simpatía, los aventureros identificaron
al punto la imagen
risueña de Cocoliche".

" Sono venuto a l’Argentina per fare
l’América
–declaró el aparecido-. E sono in América por
fare l’Argentina. -¡Ajá! –le
gritó Del Solar-. ¡Así quería verte!
¿No sos el gringo bolichero que con hipotecas y trampas
robó la tierra del
paisanaje? Cocoliche tendió y exhibió sus grandes
manos encallecidas. –Io laboro la terra –dijo-. Per
me si mangia il pane. Risas hostiles mezcladas a voces de aliento
festejaron el retrueque de Cocoliche. –En eso tiene
razón el gringo – admitió Pereda. -¡Es
un bolichero! Insistía Del Solar-. ¡Sólo ha
venido a enriquecerse!".

"Y aquí la figura de Cocoliche se
transformó a su vez en la de un anciano cuyas barbas
patriarcales relucían como latón fino. Miraba como
abriendo grandes horizontes, vestía un poncho de
vicuña y un chiripá sombrío; y Adán
Buenosayres, temblando como una hoja, reconoció la efigie
auténtica del abuelo Sebastián, el antepasado
europeo de Adán Buenosayres, quien le dice a Del Solar:
"Cien veces crucé la pampa en mi carreta, y cien veces el
río en mi ballenero de contrabandista. Aré la
tierra virgen
y agrandé rebaños. Y no es mía ni la tierra
donde se pudren mis huesos"
(1).

En Sobre héroes y tumbas, Ernesto
Sábato evoca la partida desde la tierra de origen: "
‘Addio patre e matre,/ Addio sorelli e fratelli’
Palabras que algún inmigrante-poeta habrá dicho al
lado del viejo, en aquel momento en que el barco se alejaba por
las costas de Reggio o de Paola, y en el que aquellos hombres y
mujeres, con la vista puesta sobre las montañas de lo que
en un tiempo fue la
Magna Grecia,
miraban más que con los ojos del cuerpo (débiles,
precarios y finalmente incapaces) con los ojos del alma, esos
ojos que siguen viendo aquellas montañas y aquellos
castaños, a través de los mares y de los
años" (2).

En "La memoria de
la tierra", discurso
pronunciado al recibir en 1999 la ciudadanía italiana y la Medalla de
Oro a la
Cultura
Italiana en la Argentina, dijo Sábato:
"Yo fui el décimo hijo de una familia de once
varones a quienes, junto con el sentido del deber y el amor a
estas pampas que los habían cobijado, nuestros padres nos
transmitieron la nostalgia de su tierra lejana". El sentimiento
se transforma en literatura: "Ese desgarro,
esa nostalgia del inmigrante le he volcado en un personaje de
Sobre héroes y tumbas, el viejo D’Arcángelo,
que extrañaba su viejo terruño, sus costumbres
milenarias, sus leyendas, sus
navidades junto al fuego". Y se asocia a una etapa de la vida:
"¿Cómo no comprender la nostalgia del viejo
D’Arcángelo? A medida que nos acercamos a la muerte nos
acercamos también a la tierra, pero no a la tierra en
general sino a aquel ínfimo pedazo de tierra en que
transcurrió nuestra infancia.
Así también mi padre, descendiente de esos
montañeses italianos acostumbrados a las asperezas de la
vida, en sus años finales, para defenderse de lo
irremediable con el humilde recurso del recuerdo, evocaba la
Paola de su infancia. Aquella misma Paola de San Francesco, donde
un día se enamoró de mi madre. (…) En el siglo
pasado, mis padres llegaron a estas playas con la esperanza de
fecundar una tierra de promisión. Se instalaron en la
ciudad de Rojas, donde tuvieron un pequeño molino
harinero. (…) Al igual que tantos hijos de inmigrantes,
crecimos oyendo sus mitos, sus
leyendas y sus cantos tradicionales, viendo casi sus
montañas y sus ríos de los cuales mi padre me
hablaba por las tardes, cuando yo era apenas un niño
sentado en sus rodillas (3).

Roberto Raschella hace decir, en Diálogos en los
patios rojos (4), a uno de los personajes: "alguno me recuerda la
efigie de los paisanos que retornaban al país desde
América… y nosotros éramos niños… y no sabíamos si estaban
animados o disperados… y cuál era la ambición que
los dominaba, hacia atrás, hacia delante… de sí
mismos, de los otros seres queridos… ¿Y qué
traían debajo? Una turbia enfermedad asemejante a la
malaria, una galera vivida… Y recogían los dichos sobre
sus mujeres, y apenas querían oír… Por que no hay
humano que soporte años de abandono sin covar la venganza
que te pone en igualdad………. Todo es el poder
también, ¿comprendes? Es el poder si te hacen
viajar y estacionarte, sospechar y medir… Un día
estás aquí en buena compañía… al
otro día te encuentras distante, isolado… y golpeas y te
golpean, envueltos todos en boca de tormentos… Y no es un
hombre, no son
hombres que golpean, es una fuerza
exterminada………. Pero sientes un progreso,, un bien…
quieres subir, quieres abrazarte a los giros del caso… Y si
eres vencedor, persigues a los inútiles… a los
melancólicos… a los pícaros… a las levadoras…
Persigues, persigues, como un jacobino…".

En 1998, fue distinguido con el Segundo Premio Nacional
de Novela, por Si
hubiéramos vivido aquí (5). Reporteado por Pablo
Ingberg, el escritor afirma: "Mi padre vino varias veces desde la
primera preguerra, hasta que, perseguido por el fascismo, se
quedó aquí para siempre en 1925. Mi madre,
después de muchas dificultades para poder salir de
Italia,
llegó en 1929. (…) Hasta pasados los treinta
años, me dediqué al cine y
también a la política. En 1964
abandoné las dos cosas. Viajé a Italia, el pueblo
de mis antepasados, y al volver empecé a escribir la que
fue mi segunda novela. La época anterior y posterior al
viaje va a ser la base de mi tercera novela" (6).

Notas

1 Marechal, Leopoldo: Adán Buenosayres. Buenos Aires,
Sudamericana, 1984.

2 Sábato, Ernesto: Sobre héroes y tumbas.
Buenos Aires, Losada, 1966.

3 Sábato, Ernesto: "La memoria de la
tierra", en La Nación,
5 de diciembre de 1999.

4 Raschella, Roberto: Diálogos en los patios
rojos. Buenos Aires, Paradiso Ediciones, 1994. 202 pp.

5 Raschella, Roberto: Si hubiéramos vivido
aquí… Buenos Aires, Losada, 1998.

6 Ingberg, Pablo: "El amor a los
vencidos", en La Nación,
Buenos Aires, 14 de febrero de 1999.

Campania

Cambaceres, en la novela En la
sangre (1),
alude al italiano, padre del protagonista, con estas palabras:
"Arrojado a tierra desde la cubierta del vapor sin otro capital que su
codicia y sus dos brazos, y ahorrando así sobre el techo,
el vestido, el alimento, viviendo apenas para no morirse de
hambre, como esos perros sin
dueño que merodean de puerta en puerta en las basuras de
las casas, llegó el tachero a redondear una corta
cantidad".

Un napolitano, personaje de Barrio Gris, de
Joaquín Gómez Bas, hace música: "Madruga
diariamente, como vendedor de periódicos que es. Al
mediodía llega con una amplia correa cruzada en bandolera.
Almuerza; duerme la siesta, riega después un
pequeño jardín para despabilarse y practica en la
guitarra hasta el atardecer. Entonces se sienta a tocar en el
umbral hasta la hora de la cena. Y retorna al instrumento, una
pieza tras otra, sin pausa" (2).

"Alguien le hizo una broma al napolitano –escribe
Dal Masetto, en La tierra incomparable-: le robó un
zapato. El napolitano está parado en cubierta con un pie
descalzo. Anda así desde hace varios días porque no
tiene otro par. Habla en voz alta, acusa, está dolorido y
furioso. Los demás lo miran desde lejos, divertidos y
expectantes. Por fin el napolitano se quita el zapato que le
queda, lo levanta sobre su cabeza, lo muestra y
después lo arroja al mar. En ese momento, venido desde
alguna parte, el otro zapato cruza el aire y cae a sus
pies. El napolitano lo levanta y lo tira también por
encima de la borda. ‘Ahora’, grita,
‘tendré que desembarcar descalzo’ "
(3)

Notas

1 Cambaceres, Eugenio: En la sangre. Buenos Aires, Plus
Ultra, 1968.

2 Gómez Bas, Joaquín: Barrio Gris. Buenos
Aires, Compañía General Fabril Editora,
1963.

3 Dal Masetto, Antonio: La tierra incomparable. Buenos
Aires, Sudamericana, 2003.

Friuli

En Hermana y Sombra, de Bernardo Verbitsky, dos
inmigrantes presumiblemente rusos fundan una cartonería
que se llama "La Friulana", en honor a la esposa de uno de ellos
(1).

En el año 1961, Gente conmigo (2) de Syria
Poletti, fue distinguida con el Premio Internacional de Novela
convocado por la Editorial Losada. Al año siguiente, dicha
obra mereció el Segundo Premio Municipal de Buenos Aires y
fue seleccionada entre las diez mejores novelas
sudamericanas por la editorial Alan Williams de Nueva York. Fue
traducida al inglés,
alemán y ruso, y se realizó una adaptación
cinematográfica y otra televisiva.

En esa obra, un médico niega a la protagonista el
permiso para emigrar, a causa de una malformación en la
espalda: "Entramos a un salón vasto y desnudo. Era el
lugar reservado a la revisión sanitaria. Junto a unas
mesas, los médicos revisaban a mujeres y chicos con
ráoida indiferencia. Pase usted, pase usted, adelante,
otra, rápido. Y las mujeres esperaban pacientemente, con
la ropa a medio quitar y los críos berreando". Comienza
entonces el peregrinar de la hermana mayor, que debió
emigrar sola, y no se resigna a que Nora quede en Italia, cuando
ya están todos en América.

En 1965 Jorge Masciángioli adapta para cine Gente
conmigo, novela de Syria Poletti que obtuvo el Premio Municipal
de Buenos Aires en 1962.. "La película es dirigida por
Jorge Darnell e interpretada por Milagros de la Vega, Norma
Aleandro, Alberto Argibay y otros actores. Esta versión
fílmica es elegida para el Festival Internacional de
Venecia por el Instituto Nacional de Cinematografía, y
obtiene una importante distinción en el Festival
Cinematográfico Internacional de Locarno (Suiza)" (3). En
1967, Syria Poletti adapta para televisión
su novela Gente conmigo (4).

En 1971 apareció Extraño oficio (5),
novela por la cual Poletti fue nominada para el Premio Nacional
de Literatura.

Notas

1 Verbitsky, Bernardo: Hermana y Sombra. Buenos Aires,
Editorial Planeta Argentina, 1977.

2 Poletti, Syria: Gente conmigo. Buenos Aires, Losada,
1962

3 S/F: "Biobibliografía de Syria Poletti", en
Poletti, Syria: Taller de imaginería. Buenos Aires,
Losada, 1977.

4 ibídem

5 Poletti, Syria: Extraño oficio. Buenos Aires,
Losada, 1971

Liguria

En la casa de Quilito, protagonista que da título
a la novela de Ocantos (1), trabajaba una italiana: "Un apetitoso
olor de guisado salía de la cocina abierta, donde una
genovesa cerril movía espátulas y zarandeaba
cacerolas, envuelto en el humo espeso del asado, que chirriaba
sobre las parrillas". Más adelante dirá de esta
mujer que cantaba
"un aire de su país, con acompañamiento de platos y
cacerolas".

Notas

1 Ocantos, Carlos María: Quilito. Madrid,
Hyspamérica, 1984.

Lombardía

Atilio Betti escribió La noche lombarda (1),
libro en el que se narra el viaje del hijo de un italiano a la
tierra de sus mayores. "La noche lombarda es el encuentro de un
hombre con las fuentes
originarias y es, también, a través de la
emoción y el lirismo, un documento humano de hondo
contenido" (2).

A Italia viaja Atilio Betti en 1967; también lo
hace el protagonista de su novela, premiado por el Gobierno de la
península. El personaje vive su premio como una revancha:
"Mi padre me había negado la educación. Me
había condenado, por no querer trabajar bajo su mando, en
su fabrica, a una juventud de
lucha. A defenderme a puñetazos por las calles y las
oficinas, con tal de salir con la mía. Y ahora me hallaba
allí, en viaje hacia Italia, en calidad de
invitado y futuro huésped de su patria. Libre y solo.
Solo, sí, pero libre y triunfante".

En Milán, en 1947, dice uno de los personajes de
La crisálida, de Nisa Forti Glori: "Nosotros no somos
emigrantes. Llevamos capital y brindaremos trabajo. No
nos empuja la necesidad. Simplemente estamos hartos de esta
miserable lucha de partidos. De gente que te escupe sólo
porque desciendes del automóvil bajo el porch de La
Scala…" (3).

Notas

1 Betti, Atilio: La noche lombarda. Buenos Aires, Plus
Ultra, 1984.

2 S/F: en Betti, Atilio: La noche lombarda. Buenos
Aires, Plus Ultra, 1984.

3 Forti Glori, Nisa: La crisálida. Buenos Aires,
Corregidor, 1984.

Piamonte

Antonio Dal Masetto es el autor de Oscuramente fuerte es
la vida (1), distinguida con el Primer Premio Municipal y el
Premio Club de los XIII. La protagonista dejó su tierra,
para reunirse con su marido: "Hasta último momento, yo
seguía formulándome preguntas que no encontraban
respuesta. Teníamos lo que habíamos querido
siempre: la casa, el terreno, la posibilidad de trabajar.
Habíamos defendido esas cosas, las habíamos
mantenido durante esos años difíciles. Ahora,
cuando aparentemente todo tendía a normalizarse,
¿por qué debíamos dejarlas? Me costaba
imaginar un futuro que no estuviese ligado a esas paredes, esos
árboles, esas montañas y esos
ríos. Había algo en mí que se
resistía, que no entendía. Sentía como si
una voluntad ajena me hubiese tomado por sorpresa y me estuviese
arrastrando a una aventura para la cual no estaba preparada.
(…) Llevaba en la mano una bolsita de tela y la llené de
tierra. Me acordé de mi abuelo abonando esa tierra, de mi
padre punteando, sembrando hortalizas. (…) Entré en la
casa, abrí una valija y guardé la bolsita con la
tierra. Recorrí las habitaciones como había
recorrido el terreno. Con el brazo extendido rocé las
paredes, las puertas, las ventanas. Me senté en un
rincón y me quedé ahí, sin moverme, hasta
que fue la hora de despertar a Elsa y Guido".

La tierra incomparable (2), obra en la que narra la
visita de la emigrante a su pueblo, cuarenta años
después, fue distinguida con el Premio Planeta Biblioteca del
Sur 1994.. En una entrevista,
aclara quién viajó: "En realidad, fui yo el que
regresó. Allí se dio algo interesante desde el
punto de vista del oficio: me propuse contarlo desde la
visión de Agata y mi esfuerzo fue tratar de ver todo con
los ojos de ella. Ese cambio de
personalidad
me obligaba a cierto tipo de asombro. Mi mamá -por
ejemplo- nunca subió a un avión. Al terminar el
libro se lo mandé, ella tenía entonces 80
años. Después la llamé por teléfono y al preguntarle si lo
había leído, me respondió tan sólo:
Sí, está bien. Hoy tiene 86 años, es un
personaje obcecado, sin violencia,
pero duro como un roble" (3) .

En la Feria del Libro 2005 se presentó la novela
La sed (4), de Hernán Arias, galardonada con el Premio en
el Concurso de Novela Daniel Moyano. A criterio de Carlos
Gazzera, "La novela de Hernán Arias está narrada
desde la óptica
de un niño del interior de la pampa gringa, casi campero.
Cinco capítulos-historias, independientes entre sí
en lo que respecta a la anécdota, pero todos conformando
un mismo ambiente. Cada
uno de los capítulos está escuetamente marcado por
una fecha que precisa el tiempo histórico.
Lacónica, esa fecha no tiene ninguna conexión con
lo que se cuenta: una salida a cazar perdices con el padre, el
tío y el abuelo, la tala del primer árbol para la
leña de la casa, el encuentro con el primo que viene de la
gran ciudad y la novia de su tío, una tarde de
sábado en las cuadreras del pueblo más cercano, un
asado en familia. En fin, episodios cotidianos, sin trascendencia
para cualquier adulto, pero que resultan vitales para ese
niño que lee en los intersticios de esa vida cotidiana,
gris, la gramática de una vida que deberá
aprender a sobrellevar. La sutileza del lenguaje es
notable. Hernán Arias, se diría, intenta abolir el
adjetivo. Una descarnada economía busca dotar
a ese niño y a los personajes que lo rodean del lenguaje
que mejor les cabe. El ejemplo más logrado es el cocoliche
de la abuela piamontesa. Tres, cuatro líneas, nada
más, para que esa abuela se convierta en la
enigmática figura del dolor trágico que se
ciñe sobre la familia. La
enfermedad que postra a la abuela organiza las metáforas
del dolor en esa familia. No hacen falta lágrimas,
palabras de queja. Nada. La economía textual se reduce a
marcar los gestos, los diálogos. El dolor –como todo
otro sentimiento–se dice por elipsis" (5).

Notas

1 Dal Masetto, Antonio: Oscuramente fuerte es la vida.
Buenos Aires, Sudamericana, 2003.

2 Dal Masetto, Antonio: La tierra incomparable. Buenos
Aires, Sudamericana 2003.

3 Roca, Agustina (texto),
Digilio, Rubén (fotos): "Antonio
Dal Masetto Historia de vida", en La
Nación Revista, 12 de
julio de 1998.

4 Arias, Hernán: La sed.

5 Gazzera, Carlos: "Rostros grises en la pampa gringa"
en La Voz del Interior, Córdoba, 19 de mayo de
2005.

Sicilia

La ginebra consuela a un siciliano. Don Pico Sanzone,
personaje de Gabriel Báñez, salía de noche
con un vagón negro; "lo que en verdad ocurría era
que Sanzone sacaba el fúnebre para emborracharse y
terminar descarrilado en alguna curva. Mataba la nostalgia de
Sicilia con ginebra y manivela, y terminaba llorando como un
chico hasta que los compañeros lo sacaban de la cabina y
se lo llevaban a dormir la mona ‘Su la vía sento
macanudo’, gemía mientras era arrastrado"
(1).

Notas

1 Báñez, Gabriel: Virgen. Barcelona,
Sudamericana, 1998.

Toscana

Sabemos que muchos extranjeros regresaron a sus patrias,
pero otros dejaron atrás su pasado y crearon familias con
mujeres de nuestra tierra. Alrededor de esta situación
gira la existencia del protagonista de El mar que nos trajo, de
Griselda Gambaro, quien se ve obligado a regresar a su
país de origen.

Gambaro escribió la novela (1)
remitiéndose a sus vivencias: "La historia familiar
relatada en El mar que nos trajo transcurre alternativamente en
Argentina e Italia. Comienza en el año 1889 y concluye
poco después de la Segunda Guerra
Mundial, en la época del peronismo. En la
Argentina e Italia pasaron en ese lapso muchas cosas. Pero la
historia de ambos países sólo es un fondo para la
novela, aunque a veces determine muertes, expulsiones y
alejamientos. Sólo recurrí a material de investigación histórica para
corroborar algunas fechas, algunos datos como los
que se referían, por ejemplo, a las condiciones sociales y
laborales a fines del siglo XIX y principios del
XX. En otro orden, me fue muy útil un libro hoy agotado de
Edmundo D’Amicis que me prestó Leopoldo Brizuela.
D’Amicis había viajado a Buenos Aires precisamente
en 1889, fecha en la que por coincidencia comienza la novela, y
lo había hecho en primera clase, pero, observador sagaz,
proporciona en su libro En el océano. Viaje a la
Argentina, enriquecedores aportes sobre la vida y la
navegación de los inmigrantes que viajaban en tercera. En
lo que respecta a Italia, acudí a mis propios recuerdos de
los lugares que se mencionan: la isla de Elba, un pueblo de la
Calabria, Bonifati, y otro innombrado que fue Pizzo, la cuna de
mi abuelo materno, también en Calabria. Recordaba
particularmente la isla de Elba, donde sucede el relato cuando se
traslada a Italia. La había visitado hacía muchos
años, conocido a los descendientes de Agostino, quienes me
acompañaron al pueblo bajo cercano a la playa y al alto,
sobre la cumbre de una colina, a ‘la playa de arena y
piedras romas’ " (2).

En la novela, Agostino "Cada atardecer, salvo que el
tiempo lo impidiera, salía en barca bajo patrón en
jornadas que, según la pesca,
concluían al amanecer o al mediodía siguiente. Se
trabajaba mucho y se ganaba poco. (…) Ellos estarían
condenados al mismo ritmo de trabajo toda la vida: la pesca, la
venta a precios viles
y el ocio destinado al arreglo de las redes".

En Los jardines del Carmelo, novela de Ana María
Guerra,
Ferrario, un artista florentino que vuelve a su tierra,
"embriagado, gritaba a los cuatro vientos: Questo é un
paese bruto, molto bruto, tutti sono indio, baguale, sporcachone"
(3).

Notas

1 Gambaro, Griselda: El mar que nos trajo. Buenos Aires,
Norma, 2001.

2 Gambaro, Griselda: "Crónica de una familia", en
Clarín, Buenos Aires, 25 de febrero de 2001.

3 Guerra, Ana María: Los jardines del Carmelo.
Buenos Aires, Corregidor, 2003.

Sin mención de origen

Lucio Vicente López dedica La gran aldea (1) a
Miguel Cané, su "amigo y camarada". En esta obra aparecen
inmigrantes, vistos desde la perspectiva de un escritor que
añora un pasado que no volverá. López
compara a los tenderos de antaño con los del presente:
"¡Y qué mozos! ¡Qué vendedores los de
las tiendas de entonces! Cuán lejos están los
tenderos franceses y españoles de hoy de tener la alcurnia
y los méritos sociales de aquella juventud dorada, hija de
la tierra, último vástago del aristocrático
comercio al
menudeo de la colonia".

Recuerda a uno de los tenderos criollos: "Entre los
príncipes del mostrador porteño, el más
célebre, sin disputa, era don Narciso Bringas: gran
tendero, gran patriota, nacido en el barrio de San Telmo, pero
adoptado por la calle del Perú como el rey del mostrador.
No había mostrador como el de aquel porteño: todo
el barrio junto no era capaz de desdoblar una pieza de
madapolán y de volverla a doblar como don Narciso; y si la
pirámide misma le hubiera querido disputar su amor a
Buenos Aires, a la pirámide misma le habría
disputado ese derecho".

Describe la estrategia del
tendero para dirigirse a su clientela: "Don Narciso subía
o bajaba el tono según la jerarquía de la
parroquiana: dominaba toda la escala;
poseía toda la preciosidad del lenguaje culto de la
época y daba el do de pecho con una dama para dar el
sí con una cocinera".

"Los tratamientos variaban para él según
las horas y las personas. Por la mañana se permitía
tutear sin pudor a la parda o china criolla
que volvía del mercado y entraba
en su tienda. Si la clienta era hija del país, la trataba
llanamente de hija; hija por arriba e hija por abajo. Si
él distinguía que era vasca, francesa, italiana,
extranjera, en fin, iniciaba la rebaja, el último precio, el
‘se lo doy por lo que me cuesta’, por el tratamiento
de madamita. ¡Oh!, ese madamita lanzado entre 7 y 8 de la
mañana, con algunas cuantas palabras de imitación
de francés que él sabía balbucir, era
irresistible. Durante el día, los tratamientos variaban
entre hija e hijita, entre tú y usted, entre madamita y
madama, según la edad dela gringa, como él la
llamaba cuando la compradora no caía en sus
redes".

A criterio de Delfín Garasa, "Una de las
más cumplidas descripciones de un heterogéneo
desembarco es la que ofrece Luis Pascarella en su novela-alegato
documental, El conventillo. Llega el Christoforo Colombo y
primero bajan los hombres de negocio con su apoplética
cerviz, con el paso resuelto de los acostumbrados a dar
órdenes y ser obedecidos, los turistas ingleses con sus
máquinas fotográficas y algunas
señoras un tanto perplejas por no ver en el muelle indios
con plumas y taparrabos. Por ese entonces, el viaje a Europa empezaba a
otorgar prestigio social, y los argentinos que regresan cambian
opiniones en alta voz sobre los modelos de
París, el mobiliario inglés o la sinfonía
escuchada en la Opera de Viena. Y, finalmente, aparecen los
inmigrantes, tan fustigados en los azares de las proclamas
políticas, un ‘enorme
hormiguero’ que había viajado en el mayor
hacinamiento. Rostros curtidos, exhaustos, azorados. En todos se
presiente la pregunta: ¿Qué les deparará
esta nueva tierra? De pronto, una mirada se ilumina o un brazo se
agita en alto porque se ha reconocido a alguien en la muchedumbre
que espera. Van bajando los hebreos de desgreñadas barbas
y gastados levitones, los ‘turcos’ con sus espaldas
combadas, los nórdicos enjutos, los napolitanos
pequeños y retorcidos como raíces, los andaluces
gárrulos, los gallegos pacientes, los holandeses
esponjosos, los genoveses de músculo recio e insaciable
voracidad. Una mujer besa la tierra que los acoge y tras su
actitud ritual
se adivina un pasado de penurias y recelos. Y agrega Pascarella:
‘La gran ciudad de calles dirigidas hacia el Oeste recibe
en su seno aquella semilla que purificada en un ambiente de
libertad (…)
se reproducirá en su inmensidad desierta" (2).

En la Bolsa de Comercio, Julián Martel encuentra
"Promiscuidad de tipos y promiscuidad de idiomas. Aquí los
sonidos ásperos como escupitajos del alemán,
mezclándose impíamente a las dulces notas de la
lengua
italiana; allí los acentos viriles del inglés
haciendo dúo con los chisporroteos maliciosos de la
terminología criolla; del otro lado las monerías y
suavidades del francés, respondiendo al ceceo susurrante
de la rancia pronunciación española"
(3).

En Don Segundo Sombra, Ricardo Güiraldes escribe
acerca de "la desvergüenza del gringo Culasso que
había vendido por veinte pesos a su hija de doce
años al viejo Salomovich, dueño del
prostíbulo" (4).

En Matanzas se afincó el gringo Sardetti, a quien
Juan Moreira, protagonista que da nombre a la obra de Eduardo
Gutiérrez, mata por haber negado la deuda que tenía
con el gaucho: "Concluyamos que es tarde –dijo
levantándose de pronto-. Amigo Sardetti, vengo a que me
pague los diez mil pesos o a cumplir mi palabra empeñada.
El pulpero vaciló, miró con espanto a Moreira, y
dirigiendo una mirada de suprema súplica al paisano que
había tratado de disuadir a aquel terrible acreedor,
respondió de una manera humilde y quejumbrosa: -Yo no
tengo plata, amigo Moreira; espérese unos días, y
le juro por Dios que le he de pagar hasta el último peso.
-No espero más –contestó el paisano con
suprema altivez-; vengan los diez mil pesos o te abro diez bocas
en el cuerpo, para que por ellas puedas contar que Juan Moreira
cumple lo que promete, aunque lo lleve el diablo. Y con la mano
segura desnudó su daga, que brilló con un fulgor
siniestro" (5).

En Irresponsable, su novela de 1889, escribe M. T.
Podestá: "A lo lejos empezó a divisar una caravana
de hombres, mujeres y niños, que parecían acudir a
alguna feria. Era una larga fila de inmigrantes que cruzaban la
plaza marchando detrás de sus equipajes que ellos mismos
ayudaban a transportar. Jóvenes en su mayor parte,
fuertes, vigorosos, con esa robustez peculiar de los hijos de las
montañas. Vestían sus mejores trajes: los hombres,
sus chaquetillas lustrosas, con botones de metal, colgadas del
hombro derecho, y dejando ver su camisa blanca, amplia, de hilo
crudo, sujeta al cuello con un pañuelo de seda multicolor;
sombrero de fieltro, en cuya cinta habían colocado algunos
una pluma; el brazo izquierdo desnudo, musculoso, férreo,
caras plácidas, de hombres sanos, contentos,
sanguíneos; hablaban fuerte en su dialecto especial,
echando tal vez sus cuentas sobre la
probabilidad
de una próxima fortuna. Algunos llevaban en sus brazos
criaturas rollizas, rubias, con la plasticidad exuberante de la
buena pasta con que estaban amasados; otros iban encorvados,
cargando sobre sus espaldas cuadradas sus baúles y sus
valijas, jadeantes, colorados, dejando caer gruesas gotas de
sudor sobre la arena caliente y brillante del suelo. Las
mujeres, con sus trajes de aldeanas, de colores vivos,
con sus caderas anchas, redondeadas, sobre las que apoyaban
negligentemente su mano" (6).

Antonio Argerich (7), en ¿Inocentes o culpables?,
publicada por primera vez en 1884, fundamenta su aversión
en supuestos provenientes de las ciencias
médicas, refutados oportunamente por un sacerdote.
Esgrimiendo razones de índole científica, a todas
luces discutibles, Argerich se opone a la llegada de los
extranjeros, reflejando la posición de muchos argentinos
de la época. "¿Inocentes o culpables? es una de las
pocas obras que registran abiertamente aquel sentimiento, tan
común en los habitantes de esa Argentina que se
veía invadida por otras razas y otras costumbres. Por eso
su testimonio es valioso" (8).

En el prólogo a su novela, Argerich manifiesta:
"me opongo franca y decididamente a la inmigración inferior europea, que reputo
desastrosa para los destinos a que legítimamente puede y
debe aspirar la República Argentina; (…) La
intromisión de una masa considerable de inmigrantes, cada
año, trae perturbaciones y desequilibra la marcha regular
de la sociedad, -y
en mi opinión no se consigue el resultado deseado, esto
es, que se fusionen estos elementos y que se aumente la población. En efecto, si buscamos unidad,
sería importante encontrarla: se habla de colonias aun
aquí mismo en la Capital de la República y ya
tenemos los oídos taladrados de oír hablar de la
patria ausente, lo que implica un estravío moral y hasta
una ingratitud, inspirada, muchas veces, por el interés
que azuza un sentimiento exótico y apagado para que se ame
a una madrastra hasta el fanatismo".

Sostiene que "para mejorar los ganados, nuestros
hacendados gastan sumas fabulosas trayendo tipos escogidos, -y
para aumentar la población argentina atraemos una
inmigración inferior. ¿Cómo, pues, de padres
mal conformados y de frente deprimida, puede surgir una
generación inteligente y apta para la libertad? Creo que
la descendencia de esta inmigración inferior no es una
raza fuerte para la lucha, ni dará jamás el hombre que
necesita el país". Considera que "tenemos demasiada
ignorancia adentro para traer todavía más de
afuera" y que "es deber de los Gobiernos estimular la selección
del hombre argentino impidiendo que surjan poblaciones formadas
con los rezagos fisiológicos de la vieja
Europa".

En esa obra, al nacer el primer hijo de los inmigrantes
italianos, Argerich habla de la influencia que "la raza, el medio
y el momento" ejercerían en él, tal como afirmaba
Hipólito Taine. Le resta toda capacidad de
decisión, pues "todo estaba preestablecido. Todo lo
habían ordenado voluntades y cerebros
anteriores".

Escribe Ocantos, en Quilito, sobre un "italianito
vendedor de diarios" y sobre Rocchio, un corredor de Bolsa, "un
hombrazo con muchas barbas, italiano con sus ribetes de criollo".
Este hombre es descripto por Ocantos con rasgos animales: "un
italiano atlético, cuadrado, con las crines erizadas, cuya
voz era un rugido; (…) Trabajador, eso sí, como una mula
de carga, y ahorrativo como una hormiga; Rocchio no perdía
un minuto de su día comercial, ni gastaba un centavo
más de su cuenta del mes" (9).

En Libro extraño, obra de 1894, escribe Francisco
A. Sicardi, un inmigrante añora su tierra. Relata el hijo:
"muchas veces, cuando volvía de noche de su trabajo y yo
estaba al lado de la vela de sebo, leyendo la cartilla, él
me contaba las cosas de su tierra, un pueblito todo blanco, al
lado de la playa, donde los pescadores cantaban con las piernas
desnudas hasta la rodilla, sacando en hileras paso a paso la
red, que
traía agua verde y
pescados; y a mí me enseñaba las cantinelas que
tenían como rumores y estruendos de borrascas y bofetadas
del mar contra los barcos perdidos y solitarios…"
(10).

En "La casa endiablada" (11), de Eduardo L. Holmberg,
aparecen italianos de humilde condición, carreros y
verduleros, holgazanes y supersticiosos. Antonio Páges
Larraya considera que " ‘La casa endiablada’ tiene
para nosotros tres motivos de interés: es su primera obra
de imaginación a la que traslada nuestra realidad
ciudadana; es la primera novela policial escrita en el
país, y finalmente, es la primera en la literatura
universal en que se descubre un delito por el
sistema
dactiloscópico" (12).

El gringo (13) que protagoniza la novela de Fausto
Burgos, se enorgullece de su sangre: "yo soy gringo, gringo puro,
más gringo que todos lo gringo que hanno formato la
colonia italiana en San Rafael", dirá. Para la familia del
protagonista, en cambio, ser inmigrante es una vergüenza que
se debe ocultar: ‘Usted no es un gringo –afirma el
yerno que vive a expensas del italiano-; usted ya puede llamarse
criollo; ya tiene títulos para ello’ ". Burgos
reitera a lo largo de la novela la acusación que los
nativos hacen a los extranjeros: "’¿No son ustedes
los que nos vienen a quitar la tierra y el vino y el pan y todo?
Los peones inmigrantes miran con lástima a quien esto dice
y comentan: ‘Povero nero’, ‘povero
chino’, ‘é una bestia’".

Alamos talados (14) fue distinguida en 1942 con el
Primer Premio de Literatura de Mendoza, el Primer Premio
Municipal de Buenos Aires y el Primer Premio de la
Comisión Nacional de Cultura. La clase alta, representada
fundamentalmente por los abuelos, se mostraba bondadosa con los
criollos y los inmigrantes, en general, aunque había
excepciones. Don Ramón
Osuna sentía un "desprecio soberano por los gringos, como
él llamaba a cuantos no hablaran el castellano.
Desprecio que alcanzaba a toda idea que de ellos proviniera. No
quiso alambrar su estancia; sembrar era cosa de gringos y nunca
el arado rompió sus tierras" .

La diferencia entre terratenientes e inmigrantes es
señalada por uno de los personajes: "Doña Pancha
aún no podía comprender cómo abuela
había recibido, ‘con aire de visita’, a uno de
esos gringos bodegueros, decía ella recalcando la palabra
con retintín. Ella no podía entenderlo y menos
disculparlo. Entre tener una viña y tener bodega para
hacer vino había un abismo infranqueable. Eran dos castas
distintas, y la Pancha se había constituido
guardián insobornable de esa
separación".

Los criollos, que se agrupan bajo la protección
de la señora y sus descendientes, ven como algo degradante
el trabajo en
la viña, pues nacieron para domar potros y para hacer
tareas que exijan valor y
destreza: " ‘Los criollos no somos muy guapos pa’
estos menesteres, eso di’ andar cortando racimitos son
cosas pa’ los gringos y las mujeres –había
dicho Eulogio-. Ahora, lidiar con toros, jinetear potros, trenzar
tientos de cuero crudo,
marcar animales, ésas son cosas di’ hombre’ y
hasta si se trataba de dar una manito para cargar las canecas,
entonces se ajustaban el cinto y la faja, acomodaban el cuchillo
en la cintura, ‘y no le hacían asco a juerciar un
poco’ " .

En el Segundo Libro de Adán Buenosayres (15), de
Leopoldo Marechal, los personajes se trenzan en un debate acerca
de las responsabilidades de criollos y de gringos. Samuel Tesler,
filósofo villacrespense, exclama: "Estoy harto de
oír pavadas criollistas (…). Primero fue la
exaltación de un gaucho que, según ustedes y a
mí no me consta, haraganeó donde actualmente sudan
los chacareros italianos. ¡Y ahora les da por calumniar a
esa pobre gente del suburbio, complicándola en una triste
literatura de compadritos y milongueros!".

En un conventillo reúne a sus discípulos
José Luna, personaje de Marechal en Megafón: "En la
sala única del púgil se juntaban sin armonizar el
comedor, el dormitorio y una cocina de leña, cuyo tiraje
pésimo fue un manantial de humo que, sin embargo, nunca
molestó en adelante ni a José Luna ni a sus tres
discípulos, en las discusiones que mantuvieron sobre las
metáforas del Apocalipsis. Los tres discípulos eran
Juan Souto, llamado ‘el gaita’, Vicente Leone, o
‘el tano’, y Antenor Funes, conocido por ‘el
salteño’ " (16).

Syria Poletti narra en Gente conmigo lo sucedido a una
pareja italiana: "El llegó primero; trabajó duro y
construyó la casa. Entonces se casaron por poder y ella
tomó el barco. Un barco hacia América, hacia
él, hacia el nuevo hogar. Durante la travesía la
contagió el tracoma y no pudo desembarcar. Las
prescripciones sanitarias no lo permitieron. Y él tampoco
pudo subir a la nave. Debió conformarse con agitar el
pañuelo desde el muelle cuando el buque zarpó de
regreso a Italia". La narradora sabe bien por qué
sucedió eso a la infortunada pareja de emigrantes: "Ella
había contraído el tracoma por viajar junto a
algún enfermo clandestino. Un enfermo a quien alguien
–un médico o un traductor- habría
posibilitado el embarco eludiendo o alterando un diagnóstico" (17).

En Hacer la América, de Pedro Orgambide, aparecen
varios italianos. Los más importantes son Enzo Bertotti,
Giovanni Valetta y Gina Spaventa (18).

Carolina de Grinbaum narra en La isla se expande, la
forma en la que una niña aprende otra lengua. En un
conventillo recalaron una mujer italiana y sus dos hijas,
apenadas aún por una desgracia familiar: "Tenemos
instalada en una habitación próxima a la gentil
señora que llega al caserón un día, a
acomodar su viudez ya las dos hijas casi adolescentes a
un nuevo ambiente, lejos de sus tristezas que permanecían
adheridas al duelo paternal. Llenaban las jóvenes sus
horas y lúgubres espacios, con cantos entonados en la
dulce lengua de su lugar de origen: ‘la alta Italia’.
La más grata variedad de composiciones que hasta entonces
había tenido Mariana la oportunidad de conocer, vibraban a
diario, todas ellas deleitaban sus oídos. No
disponía siquiera de un modesto aparato de radio, cuya
adquisición en esos momentos en especial, resultaba
inaccesible a su padre. En un acompañamiento desafinado
pero voluntarioso, hizo Mariana un aprendizaje veloz
de las letras y las melodías con las que pudo acceder al
conocimiento
de un nuevo idioma, canto y música, al mismo tiempo. De
esa manera lo entendía cuando intervenía con su
voz, haciendo coro" (19).

En esa novela, la pequeña protagonista evoca sus
sensaciones ante la comida de una familia italiana: "Mi olfato
hambriento extendía los tentáculos a fin de
transferir los perfumes de la comida cercana, hasta mi desabrido
plato. Escudriñaba las sopas que deglutían, el
caldo sustancioso rumoreante como las olas del mar, los enormes
fideos dedalito que flotaban como infinidad de barcos veleros, el
abundante queso rallado, que esparcían como lluvia
generosa –esa lluvia que deja un olor feliz sobre las
tierras secas".

Salvador Petrella, personaje de Frontera sur
(20), de Horacio Vázquez-Rial, muere de fiebre amarilla
en el barco. Su cuerpo fue cremado en el horno del lazareto de la
Isla Martín García. La novia que lo esperaba "pone
el brazo izquierdo sobre la mesa, la mano abierta, la palma
arriba, y con la derecha se da un hachazo…". Esa fue la
espantosa forma en que se suicidó.

María Angélica Scotti evoca, en Diario de
ilusiones y naufragios (21), la vida de una inmigrante
española, desde que, en la infancia, deja España con
su madre; a ellas se unirá un italiano que la mujer conoce a
bordo. "Padrazo chapurreaba bastante el español;
lo venía practicando desde antes de embarcarse en
Génova", dice la protagonista de la novela que
mereció el premio Emecé 1995/6.

Andrés Rivera es el autor de Guido (22),
protagonizada por un italiano a quien se le aplica la Ley de
Residencia. Reflexiona el inmigrante: "Estoy aquí, en un
camarote o calabozo, de dos por dos y medio, tirado en una
roñosa cucheta, vestido, el cigarrillo en la mano, roja la
brasa del cigarrillo, y sobre mí, encendida, una
lámpara que ellos rodearon con tiras de metal. Idiotas,
creen que trasladan a suicidas. Sé quién soy. Soy
un tipo que llegó, joven, y tan tierno que, ahora, hoy, no
me reconozco en esa estampa de víctima de algún
estrago arrasador de la Naturaleza que
pisa las maderas y piedras del puerto de Buenos
Aires"."

Rivera conoció a Guido: "Alrededor de esa mesa se
sentaban los responsables sindicales del Partido Comunista
argentino, el más incondicionalmente estalinista de
América del Sur. Entre ellos estaban Guido Fioravanti,
Secretario General de la FONC (Federación Nacional de
Obreros de la Construcción), y mi padre. Guido Fioravanti
era bajo y flaco. Músculo puro. Una cara pequeña,
de piel, huesos y
una barba rubia de dos días. Ojos verdes y furiosos. Manos
encaladas. Guido Fioravanti bajaba del andamio para atender,
hasta las primeras horas de la madrugada, sus tareas gremiales. Y
yo, un chico de diez años o algo así,
asistía, mudo, a esas citas vehementes, y después,
cuando ingresaron a mi recuerdo, épicas. Mi madre,
silenciosa. Repartía sándwiches de milanesa y vasos
de vino. Aquellos hombres duros y sanos siempre tenían
hambre" (23).

Notas

1. López, Lucio V.: La gran aldea, Costumbres
bonaerenses. Buenos Aires, CEAL. (Capítulo).

2. Garasa, Delfín Leocadio: La otra Buenos Aires.
Paseos literarios por barrios y calles de la ciudad. Buenos
Aires, Sudamericana-Planeta, 1987.

3. Martel, Julián: La Bolsa. Buenos Aires,
Huemul, 1979. Prólogo de Diana Guerrero.

4. Güiraldes, Ricardo: Don Segundo Sombra. Buenos
Aires, CEAL, 1979. 216 pp. (Capítulo).

5. Gutiérrez, Eduardo: Juan Moreira. Buenos
Aires, CEAL, 1980. (Capítulo).

6. Podestá, M. T.: Irresponsable. Buenos Aires,
Editorial Minerva, 1924.

7. Argerich, Antonio: ¿Inocentes o culpables?.
Madrid, Hyspamérica, 1984.

8. S/F: en Argerich, Antonio: ¿Inocentes o
culpables?. Madrid, Hyspamérica, 1984.

9. Ocantos, Carlos M.: op.cit.

10. Sicardi, Francisco A.: Libro extraño. Buenos
Aires, Imprenta
Europea, 1894.

11. Holmberg, Eduardo L.: "La casa endiablada", en
Cuentos
fantásticos. Buenos Aires, Hachette, 1957. Prólogo
de Antonio Pagés Larraya.

12. Pagés Larraya, Antonio: "Prólogo", en
Cuentos fantásticos. Buenos Aires, Hachette,
1957.

13. Burgos, Fausto: El gringo. Buenos Aires, Tor,
1935.

14. Arias, Abelardo: Alamos talados. Buenos Aires,
Sudamericana, 1990.

15. Marechal, Leopoldo: Adán Buenosayres. Buenos
Aires, Sudamericana, 1970.

16. Marechal, Leopoldo: Megafón. Citado en
Páez, Jorge: El conventillo. Buenos Aires, CEAL,
1970.

17. Poletti, Syria: Gente conmigo. Buenos Aires, Losada,
1962.

18. Orgambide, Pedro: Hacer la América. Buenos
Aires, Bruguera, 1984.

19. Grinbaum, Carolina: La isla se expande. Buenos
Aires, ig, 1992.

20. Vázquez-Rial, Horacio: Frontera Sur.
Barcelona, Ediciones B, 1998.

21. Scotti , María Angélica: Diario de
ilusiones y naufragios. Buenos Aires, Emecé,
1996.

22. Rivera, Andrés: Guido, en Para ellos, el
Paraíso. Buenos Aires, Alfaguara, 2002.

23. Rivera, Andrés: "El hombre que nadie pudo
comprar", en La Nación, Buenos Aires, 3 de marzo de
2002.

Varios

Esther Goris es la autora de Agatha Galiffi, la flor de
la mafia, obra acerca de "una joven mujer quien luchó en
los años 30s, pese a su corta edad, contra la mafia
imperante en Buenos Aires. La novela fue publicada por la
editorial Sudamericana, y fue elegida por el jurado de la Feria
del Libro, como una de las destacadas de este año" (1).
Fue la novela más vendida del año 2000"
(2).

En esa novela (3), junto al siciliano Galiffi, padre de
la protagonista, Goris presenta calabreses, napolitanos y
piamonteses, además de inmigrantes no
italianos.

Notas

1. Salinas, Martín: "Esther Goris presentó
dos proyectos para
filmar en San Luis", en El Diario de la República, San
Luis, 13 de julio de 2005.

2. S/F: "Entrevista con Esther Goris 'Quiero devolver en
San Luis lo que la vida me ha dado' ", en El Diario de la
República, San Luis, 22 de enero de 2006.

3. Goris, Esther: Agatha Galiffi, La flor de la mafia.
Buenos Aires, Sudamericana, 1999. 415 pp.

En conjunto

Relata el narrador, en Una ciudad junto al río,
de Jorge Isaac: "Los italianos –que forman la corriente
numérica más importante en este tiempo- lo hacen en
grupos
compuestos por una o muchas familias que cantan, ríen o
gritan tanto como pueden, volcando su entusiasmo contagioso y
vital. Son los barulleros por excelencia. Y parece que el puerto,
luego que ellos pasan, necesitase cuanto menos un par de
días para reponerse de tanto ruido y
retornar a su estado de
serena quietud" (1).

En Moira Sullivan (2), de Juan José Delaney, la
protagonista escribe una carta fechada en
1932, en la que expresa: "Debo decir que pese a que los hijos de
Erín se jactan de haberse integrado con el resto de la
población, la verdad no es exactamente así. Tienen
sus propios colegios, sus propios templos y clubes, y quien
comete la osadía de casarse con un "nap"
(¿napolitano y por extensión italiano?) o con un
"gushing" (derivado, probablemente, del verbo inglés to
gush, que significa hablar con excesivo entusiasmo y que es un
neologismo para aludir a los gallegos y también por
extensión a los españoles), se aíslan o son
lenta pero inexorablemente segregados. En verdad esto ocurre con
casi todas las comunidades extranjeras que se han radicado
acá: árabes, armenios, ucranios y, muy
especialmente, judíos.
Para no hablar de los británicos que a su injustificado
desdén agregan cierto cinismo ancestral".

Tínkele, bielorrusa sobreviviente de Auschwitz,
es uno de los personajes de Hija del silencio, de Manuela
Fngueret. A ella "Se le mezclan las historias con la suya. La
llegada a Buenos Aires, el primer día de trabajo en la
fábrica de camisetas a unas cuadras de la casa de sus
primos. Allí emplean también a otras mujeres
inmigrantes como ella: italianas, españolas o polacas, con
las que casi no intercambian palabra en agotadoras jornadas de
trabajo. Una Babel de rostros e idiomas" (3).

En La logia del umbral, de Ricardo Feierstein, narra uno
de los personajes, que vivía en Villa Pueyrredón, a
mediados del siglo pasado: "Por las mañanas, en la
escuela
pública donde todos concurríamos,
conviví con el inglés Stanley y el italiano
Badaracco, protagonistas de una pelea memorable donde vi correr
sangre por primera vez; con el galleguito Pérez y un
francés medio raro que se hacía dibujos en las
manos con hojitas de afeitar" (4).

Notas

1 Isaac, Jorge: Una ciudad junto al río. Buenos
Aires, Marymar, 1986.

2 Delaney, Juan José: Moira Sullivan. Buenos
Aires, Corregidor, 1999.

3 Fingueret, Manuela: Hija del silencio. Buenos Aires,
Planeta, 1999.

4 Feierstein, Ricardo: La logia del umbral. Buenos
Aires, Galerna, 2001.

Japoneses

En Flores de un solo día (1), Anna Kazumi Stahl
evoca a una inmigrante que llega a la Argentina: "Se
paralizó un instante antes de lanzarse al mundo externo:
desde chica sufría tanto miedo a la calle. Se debía
a que, japonesa de origen y nacida en 1937, había visto la
Segunda Guerra
Mundial hacer su tremenda carrera y terminar en derrota antes
de cumplir los nueve años de edad. Peores eran sus
circunstancias, porque a causa de una enfermedad infantil
había quedado sin habla, con daños en el centro del
habla del cerebro, y no
podía entender las explicaciones que le daban la empleada
doméstica y el coronel mismo, su padre".

Acerca de la escritora y su obra, expresa Martín
Kohan: "la riqueza narrativa y la intensidad de los climas que
logra la novela responden a la manera en que todo eso se potencia con los
enigmas de un viaje inexplicado, con el dramatismo ajustado de
una historia que proviene de la Segunda Guerra Mundial,
con la sutil manera en que se deja ver el pasado en el presente,
con la complejidad sin rebuscamientos de un personaje como Hanako
(y su expresividad sin palabras) o como Aimée (oscilando
entre su deseo de saber y su deseo de no saber qué es lo
que se aloja exactamente en el pasado de su historia familiar)"
(2).

Con Gaijin. La aventura de emigrar a la Argentina (3),
Maximiliano Matayoshi ganó el Premio Primera Novela
UNAM-Alfaguara, otorgado por el Jurado integrado por Mario
Bellatin, Sandra Lorenzano, Jorge F. Hernández,
Mónica Mansour y Alberto Vital.

En esa obra, relata un adolescente, poco antes de dejar
Okinawa: "Quiero que vayamos todos juntos, dije. Mamá me
miró y me tomó de las manos. No podemos ir todos,
no tenemos el dinero,
además Yumie es chica para viajar y yo debo quedarme a
cuidarla. Irás solo. Si tu papá estuviera
sería diferente, dijo".

Entrevistado por Flavia Costa, él
señaló: "—La novela combina dos realidades.
Es la historia de mi padre en los itinerarios —Hong Kong,
Singapur, Ciudad del Cabo, Buenos Aires, Mendoza—, pero los
personajes y sus relaciones son escenas de mi vida. Siempre
escribo a partir de experiencias reales. (…) Los personajes
pueden ser inventados, porque son siempre aspectos del propio
escritor, pero si uno quiere escribir algo intenso, hay que
respirar el clima, el
ambiente donde ocurrió la historia" (4).

Tardío es el funeral de una japonesa. Oshiro
Tana, personaje de Virgen, de Gabriel Báñez, "se
hizo célebre en una tarde cuando la policía
descubrió que convivía con el cadáver de su
legítima esposa desde hacía por lo menos dos
años. Era tanto el amor del japonés por su mujer
que a la hora de su muerte la
vació, la limpió con acaroína y formol y la
rellenó con estopa para conservarla a su lado. El bonsai
conyugal pareció funcionar mejor que el matrimonio mismo,
pues durante esos dos años Oshiro Tana no sólo
continuó compartiendo el progreso de las flores junto a su
esposa sino que además empezó a prepararle sus
platos favoritos y a festejarle los aniversarios. El día
en que lo descubrieron ella estaba tomando el café
con leche en la
cama, y parecía tan verídica y lozana en su
desayuno que apenas si sospecharon cuando vieron que no mojaba la
medialuna. Lo que más le impresionó al padre
Bernardo fue la dulzura tranquila de la mujer; tanto, que no supo
si rezarle un responso o concederle la extremaunción"
(5).

Notas

1. Kazumi Stahl, Anna: Flores de un solo día.
Buenos Aires, Seix Barral, 2002. 336 pp.

2. Kohan, Martín: "RELATOS La encarnadura de los
recuerdos", en Clarín, Buenos Aires, 11 de enero de
2003

3. Matayoshi, Maximiliano: Gaijin. La aventura de
emigrar a la Argentina. Buenos Aires, Alfaguara, 2002.

4. Costa, Flavia: "GAIJIN. De nombre extranjero Un
relato de viaje, de migración
y recuerdo", en Clarín, 21 de junio de 2003.

5. Báñez, Gabriel: op. cit.

Libaneses

En 1988, durante la Feria del Libro, el doctor
René Barón entregó personalmente a Jorge
Isaac el premio que lleva su nombre, distinguiendo a Una ciudad
junto al río (1) como la mejor novela editada durante los
años 1986 y 1987. El jurado que lo otorgó
-designado por la Sociedad Argentina de Escritores- estuvo
integrado por Luis Ricardo Furlán, Raúl Larra y
Juan José Manauta.

La novela fue presentada en la Unión Arabe por el
profesor Elio
C. Leyes -"escritor
y presidente de la Universidad
Popular, autor de Voz telúrica de Gerchunoff, editado por
el Ateneo Judeo Argentino ‘19 de abril’ de Rosario",
quien "señaló que el libro bien podía
llamarse ‘Los gauchos
árabes’, en justo parangón
–según dijo-con la celebrada obra de Gerchunoff, en
la cual no debe haber escritor que haya profundizado tanto como
él" (2).

El Gobierno de Entre Ríos la declaró, por
iniciativa del Consejo General de Educación, de
lectura
complementaria en las escuelas superiores de la provincia, a
partir del séptimo grado, recomendando su
utilización en la enseñanza.

La obra está dedicada "a los inmigrantes
árabes –sirios y libaneses- y, por natural
extensión, a españoles, italianos, alemanes,
judíos, suizos, rusos, polacos, yugoslavos, y de cuanto
otro origen y procedencia más, que se lanzaron un
día por los riesgosos caminos del mar a la aventura de
‘hacer la América’ ".Partiendo de su propia
etnia, la
mirada de Isaac se vuelve abarcadora, hasta incluir a hombres de
diversa procedencia, cuya gesta evoca.

Notas

1. Issac, Jorge E.: Una ciudad junto al río.
Buenos Aires, Marymar, 1986.

2. S/F en: González Rouco, María: "Jorge
Isaac, novelista de la inmigración árabe", en La
Capital, Rosario, 24 de julio de 1988.

Imagen de la portada enviada por Gabriela McEvoy,
California, Estados
Unidos

Lituanos

En La logia del umbral, de Ricardo Feierstein, uno de
los personajes: "afirma: "Incluso, antes de la guerra, vinieron
judíos de Alemania,
Holanda y Polonia. Esto era Sión para ellos, la tierra de
la libertad, de la leche y la miel, donde pudieron salvar sus
vidas y tratar de rehacerlas. Más polacos y lituanos
llegaron después, en los años ‘40"
(1).

Notas

1. Feierstein, Ricardo: La logia del umbral. Buenos
Aires, Galerna, 2001.

Polacos

"Con El agua
publicada póstumamente en 1968, culmina la importante
producción de Enrique Wernicke(1915-1968)"
(1). En este libro, el escritor evoca el menosprecio que un
personaje evidencia por su descendencia: "Era una casa para vivir
bien. Ahora que las chicas crecían, tal vez hubiese venido
bien otro baño o, por lo menos, un toilette. Pero don
Julio pensaba que las chicas algún día se iban a
casar y además, no olvidaba, él también
tendría que morir. Un baño es suficiente cuando se
convive con gente bien educada… como él. O Julito. No se
podía decir lo mismo de las nietas, hijas de una hija de
un judío polaco, sin eso imperceptible, casi
diríamos inexplicable, que se llama ‘tener sangre
inglesa en las venas’ " (2).

En 1988, durante la Feria del Libro, el doctor
René Barón entregó personalmente a Jorge
Isaac el premio que lleva su nombre, distinguiendo a Una ciudad
junto al río (3) como la mejor novela editada durante los
años 1986 y 1987. El jurado que lo otorgó
-designado por la Sociedad Argentina de Escritores- estuvo
integrado por Luis Ricardo Furlán, Raúl Larra y
Juan José Manauta.

La novela fue presentada en la Unión Arabe por el
profesor Elio C. Leyes -"escritor y presidente de la Universidad
Popular, autor de Voz telúrica de Gerchunoff, editado por
el Ateneo Judeo Argentino ‘19 de abril’ de Rosario",
quien "señaló que el libro bien podía
llamarse ‘Los gauchos árabes’, en justo
parangón –según dijo-con la celebrada obra de
Gerchunoff, en la cual no debe haber escritor que haya
profundizado tanto como él" (4).

El Gobierno de Entre Ríos la declaró, por
iniciativa del Consejo General de Educación, de lectura
complementaria en las escuelas superiores de la provincia, a
partir del séptimo grado, recomendando su
utilización en la enseñanza.

La obra está dedicada "a los inmigrantes
árabes –sirios y libaneses- y, por natural
extensión, a españoles, italianos, alemanes,
judíos, suizos, rusos, polacos, yugoslavos, y de cuanto
otro origen y procedencia más, que se lanzaron un
día por los riesgosos caminos del mar a la aventura de
‘hacer la América’ ".Partiendo de su propia
etnia, la mirada de Isaac se vuelve abarcadora, hasta incluir a
hombres de diversa procedencia, cuya gesta evoca.

Se refiere al arribo a la nueva tierra: "Los
inmigrantes, aunque vengan en el mismo barco, llegan y descienden
aquí de manera diferente según sea su origen que
nosotros, con sólo mirarlos y hasta a veces sin
oírlos, hemos aprendido a determinar con riesgo escaso de
equivocarnos". Seguidamente, describe el desembarco de italianos,
alemanes, españoles, judíos y árabes,
señalando las peculiares características de cada
grupo.

Describe el desembarco de un polaco enfermo:
"Llegó la segunda tanda de ‘polacos’. Uno,
vino enfermo. Lo bajaron dificultosamente del barco, lo llevaron
casi arrastrándolo sobre la larga planchada y luego,
alzándolo en vilo, lo trasladaron hasta debajo de los
árboles donde se hallaban, en varios grupos, los
demás. (…) De vez en cuando retorcíase y
gemía, sin abrir los ojos. (…) Media hora
después, llegó la ambulancia. Un carretón
tétrico, tirado por cuatro alazanes bien alimentados, muy
parecido a otro que sirve de fúnebre pero del que tiran
unos caballos renegridos. Casi podría decirse que la
variante consiste tan sólo en el color de los
animales. Lo cargaron al enfermo sin que él se diese
cuenta. Mantenía los ojos cerrados y los miembros blandos,
sin fuerza, exhalando de vez en cuando un gemido corto". Un largo
rato después, el narrador recibe el legado del polaco: una
bolsa conteniendo una colchoneta, varios tarros ennegrecidos por
el humo de las fogatas y un paquete con hierbas de varias clases
(5).

El libro de los recuerdos, de Ana María Shua, "es
la novela de una familia argentina, con sus abuelos inmigrantes,
hijos comerciantes y nietos atorrantes. Una sucesión de
afectos y de envidias, de nacimientos y de penas, de matrimonios
públicos y de amores prohibidos. Sin grandes
escándalos, sin secretos horrendos ni crímenes
brutales: con la cuota de humor, de fracaso y ternura que
corresponde al país que, vaya uno a saber por qué,
eligieron nuestros abuelos o sus padres para sufrir y gozar"
(6).

Es el patriarca de esta familia el abuelo que, en la
juventud, debió empezar a llamarse Gedalia Rimetka,
dejando de lado su nombre verdadero. En Polonia, donde
comía papas todos los días, esperó escondido
que falleciera algún paisano más o menos parecido
para heredar su identidad, y
poder así emigrar: "Murió Gedalia Rimetka,
medianamente joven, de bigotes. Con su documento fue el abuelo al
consulado de América, la verdadera, la del Norte, y le
dijeron que no. No lo bastante joven murió Gedalia, no lo
bastante joven como para pasar por el abuelo. En Polonia siempre
hacía frío, siempre había nieve. Cuando se
derretía la nieve, había mucho barro. El barro
también era frío. El barro de Tomachevo
cruzó el abuelo, que quería cruzar el mar. Y
llegó al consulado de esta pobre América.
Allí, le habían dicho, no se fijan mucho, no
entienden nada, les da lo mismo. Allí también es
América, aunque no tanto. Lo que vale es salir de Europa,
lo que vale es cruzar el mar. Desde una América ya
será posible llegar a la otra. Y no se fijaron, o no les
importó, o no entendían nada, y el abuelo pudo
ponerse en camino para cruzar el mar" (7).

En La isla se expande, Carolina de Grinbaum presenta a
una familia judeo-polaca: "No puedo dejar extraviados en el
ingrato olvido al matrimonio judeo-polaco y su hija, gnomos que
poblaban uno de los cuartos intermedios dentro de esa casa de
sorpresas. La mujer, aun en su corpulencia y aparente acritud,
era modesta hasta lo invisible, tan hacendosa y esforzada que
lindaba con lo increíble. El hombre, como corresponde a su
naturaleza de duende, siempre oculto. Enfermo y resignado trataba
de cubrir con su propio y esmirriado cuerpo el panorama
tétrico de los frecuentes accesos, escupitajos y
demás síntomas evidentes del mal que lo
volcaría inexorablemente al fin. Marianita sentía
cariño y respeto, en
especial hacia esa esposa y madre, geniecillo movido por el amor.
En un afán constante por tratar de alimentar y alegrar a
la familia, la señora Matilde –ése era su
nombre- pasaba largas horas dentro de la cocina, manipulando
ollas y sartenes de las que finalmente extraía los mejores
manjares elaborados a la manera europea. Al suponer que para
obtener esos excelentes resultados frotaba las cazuelas como lo
hiciera el legendario Aladino con su lámpara maravillosa,
no dejaba de observarla. Gracias a Matilde adquirió buen
gusto y habilidad para la cocina" (8).

Un personaje de Mestizo, novela de Ricardo Feierstein,
relata por qué emigraron sus padres: "Moishe Búrej
realmente no quería venir a la Argentina, pero
¿qué iba a hacer? Se fueron los hijos mayores y
después me fui yo, luego Carlos con mi hermana.
¿Quién quedaba? Nadie, salvo Jacobo, que vino con
ellos, en 1936. Cuando viajaron ya había guerra civil en
España, salieron justo, justo. En Polonia quedaron otros
parientes, tíos y primos: nunca más supimos algo de
ellos. La zona de Lemberg fue muy castigada durante la Segunda
Guerra, los alemanes entraron allí. Me contaron
después que han hecho un verdadero desastre de mi pueblo.
Fue una masacre en el centro, la zona de la feria, donde
vivían las famlias judías. A los ucranianos no les
hicieron nada, porque estaban con ellos. Pero de los nuestros no
quedó ninguno vivo. Por suerte, nosotros nos fuimos antes.
Dijimos ‘no va más acá, el futuro está
muerto’. Y nos fuimos" (9).

Liliana Díaz Mindurry es la autora de
Pequeña música nocturna, novela distinguida con el
Premio Emecé en 1998. En esa obra, ella se refiere a las
ocupaciones de una inmigrante, "una rubia gorda y polaca que ha
dormido en la calle, que ha sido sirvienta en el colegio de la
Santísima Trinidad. Y también prostituta los fines
de semana por entretenimiento, por higiene, como
dice con su acento extraño" (10).

Gabriel Báñez relata que la Zwi Migdal era
una organización de trata de blancas que
tenía en Ensenada el centro de sus operaciones. Casi
todas las pupilas "venían de Varsovia, engañadas
por un correo que les prometía casamiento y fortuna en la
nueva tierra y con el cual refrendaban un contrato que
avalaban los padres de las jóvenes. En cuanto pisaban
puerto, debían enfrentarse sin embargo con la letra chica
del contrato: la prostitución o el remate" (11).

Juan Jorge Nudel presenta, en Pensión "La
Rosales", la historia de una inmigrante que "llegó de
Polonia y viajó a Rosario. Contratadas como artistas,
pronto descubrieron de qué arte se trataba y
siguieron el camino como les fue trazado". Ella le dice a su
hija, que se avergüenza del trabajo de la madre: "-No me
mires con esa cara, escucháme, vinimos con contrato de
trabajo para salir de Polonia; era probable que debimos
asegurarnos mejor, pero no lo hicimos. Una vez aquí, hubo
que defenderse". La hija, a su vez, evoca: "Se escucharon rumores
de la guerra en Europa, de la persecución a los
judíos y mi mamá pensaba en su familia. Nunca supe
nada de ellos. Mi mamá sólo sabía lo que
recordaba hasta el día anterior a subir al barco.
Subió sola y bajó acompañada por otras
contratadas. Nadie fue a despedirla y nadie fue a recibirla"
(12).

El polaco Sovotnik, personaje creado por María
Rosa Lojo en Las libres del Sur, dice: "Nunca fui un gran
señor ruso, pero sí el heredero de un buen
comerciante polaco. ¿Por qué cree que ahora soy
portero? Ya salí de Varsovia con la mitad de mi herencia gastada,
y me acabaron de desplumar en París. Por eso estoy
aquí, limpiando casas y vigilando puertas, ya que ni
estudio ni oficio tengo. Menos mal que no me falta alguna
facilidad para los idiomas" (13).

En Kadish para el hombre de la valija (14), de Mauricio
Goldberg, "Samuel Glezer, un pequeño comerciante casado y
con dos hijos adolescentes, es el responsable de exhumar el
recuerdo de su padre, súbitamente fallecido. Su hermano es
una figura ausente y su madre oscila entre la
sobreprotección y la melancolía; ambos parecen
desentenderse a su modo del duelo que toda pérdida
conlleva. A instancias de su madre, Samuel escribe a los amigos
de su padre, como él emigrantes forzados y sobrevivientes
del exterminio nazi. A medida que recibe sus respuestas, Samuel
se ve involuntariamente impulsado a un viaje en la memoria, que
lo llevará a recordar su adolescencia
en Colonia Doctor Levin y a rescatar situaciones y voces que
resuenan en la identidad del pueblo judío. A través
de una voz narradora pródiga en emoción contenida,
Mauricio Goldberg ofrece en esta novela una reconstrucción
de la figura paterna, al tiempo que reflexiona sobre los ciclos
implícitos en toda vida" (15).

En El infierno prometido (16), de Elsa Drucaroff, Dina
anuncia a su madre que no se casará aún, pues
seguirá estudiando. Su padre la apoya en esa
decisión, y costea los estudios de la joven. La madre,
furiosa, la amenaza: "¡Vos vas a terminar en Buenos
Aires!". Poco después, el vaticinio materno comienza a
cumplirse: Dina es violada por un compañero de estudios.
Este hecho trae la vergüenza a la familia, y el desprecio de
quienes los conocen. Es entonces cuando aparece un hombre que
llega desde la Argentina, buscando novia para casarse. El habla
con el padre de una joven judía polaca. "Señor
Hamer, yo soy un hombre práctico –dijo sonriendo-.
Busco una buena judía trabajadora que pueda manejar mi
casa y criar a mis hijos. Buenos Aires es una gran ciudad, con
costumbres diferentes. No es fácil encontrar chicas bien
preparadas para el matrimonio en una ciudad grande. Y en el caso
de su hija, precisamente por lo que ella vivió, sé
que va a valorar lo que voy a darle, y me lo va a retribuir como
merezco. Porque va a ser muy difícil que encuentre a otro
que pueda y esté dispuesto a dar lo que yo estoy
ofreciendo" .

En La rabina, escribe Silvia Plager: "Poca atención le había prestado Esther a
la música, pero de pronto el solo de violín la
arrastró a un misterioso ámbito y en él su
madre le volvió a contar que cuando se declaró
el Estado de
Israel,
papá tomó el violín y se puso a tocar, a
pesar de que sólo lo había aprendido de chico y
mal, como si Shmuel, su virtuoso hermano mayor asesinado por los
nazis lo guiara…" (17).

En BLACKIE con todo respeto. Biografía novelada
(18), Myriam Escliar se refiere a Iedidio Efron, padre de la
protagonista.

Notas

1. S/F: en Wernicke, Enrique: El agua. Buenos Aires,
CEAL, 1980. (Capítulo)

2. Wernicke, Enrique: El agua. Buenos Aires, CEAL, 1980.
(Capítulo).

3. Isaac, Jorge: Una ciudad junto al río. Buenos
Aires, Marymar, 1986.

4. S/F: en La Capital, Rosario

5. Issac, Jorge E.: op. cit.

6. Shua, Ana María: El Libro de los Recuerdos.
Buenos Aires, Sudamericana, 1994. (contratapa).

7. Shua, Ana María: El Libro de los Recuerdos.
Buenos Aires, Sudamericana, 1994.

8. Grinbaum, Carolina de: La isla se expande. Buenos
Aires, ig, 1992.

9. Feierstein, Ricardo: Mestizo. Buenos Aires, Planeta,
1994.

10. Díaz Mindurry, Liliana: Pequeña
música nocturna. Buenos Aires, Emecé,
1998.

11. Báñez, Gabriel: op. cit.

12. Nudel, Juan Jorge: Pensión "La Rosales".
Buenos Aires, Editorial Milá, 2002.

13. Lojo, María Rosa: Las libres del Sur Una
novela sobre Victoria Ocampo. Buenos Aires, Sudamericana,
2004.

14. Goldberg, Mauricio: Kadish para el hombre de la
valija. Buenos Aires, Galerna, 2005.

15. "Kadish para el hombre de la valija", Mauricio
Goldberg, Galerna, 2005 El Día, La Plata. 23 de Abril de
2005

16. Drucaroff, Elsa: El infierno prometido Una
prostituta de la Zwi Migdal. Buenos Aires, Sudamericana, 2006.
336 pp. (Narrativas históricas)

17. Plager, Silvia: La rabina. Buenos Aires, Planeta,
2006.

18. Escliar, Myriam: BLACKIE con todo respeto.
Biografía novelada. Buenos Aires, Milá, 2007. 262
pp. (novela biográfica)

 

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