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Antología inmigrante argentina (página 5)



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Portugueses

Carlos María Ocantos es el autor de Quilito (1),
una de las tres obras más representativas del "Ciclo de la
Bolsa" (las otras dos son La Bolsa, de Julián Martel, y
Horas de fiebre, de
Segundo Villafañe).

Andrés Avellaneda señala que "dos grandes
grupos de
novelas
filiadas en mayor o menor grado al naturalismo, se refieren a los
temas decisivos en el momento ochentista: el inmigrante y la
fiebre financiera" (2). En Quilito, estos temas aparecen
entrelazados, al tiempo que se
transmite una visión selectiva sobre la inmigración europea, destacando las
virtudes de los ingleses y tolerando a los latinos.

En 1888 apareció León Zaldívar, de
Ocantos. Adolfo Prieto afirma que el escritor "inició con
esta novela una larga
serie de obras dedicadas, en lo fundamental, a reflejar diversos
aspectos de la realidad argentina. Con Quilito (1891), El
candidato (1893), Tobi (1896), el ciclo alcanzó sus logros
más felices, pero por su ubicación
cronológica y sus temas específicos, estas obras
serán consideradas como representativas de la
novelística de la década del 90" (3).

A criterio de quien escribe este texto
preliminar, "Quilito no se centra exclusivamente en la quiebra de la
Bolsa y en sus derivaciones. (…) La difícil y
conflictuada sociedad del
noventa encuentra en Quilito un reflejo fiel y acabado. En sus
páginas quedó impreso para siempre el retrato de
las costumbres, las formas de ser, de relacionarse y de sentir en
las que se gestó la esencia del argentino de hoy"
(4).

En la obra aparecen inmigrantes de distintas
nacionalidades, a los que Ocantos retrata en forma diferente.
Siente predilección por el personaje inglés,
en el que hace encarnar todas las virtudes, al tiempo que
demuestra desdén por los italianos. El portugués,
en cambio, le
parece corrupto y oportunista, a juzgar por los apelativos con
que lo evoca.

Ocantos no se cierra a la postura generalizada en su
época, que consistía en combatir la
inmigración. El advierte los rasgos buenos en los criollos
y en los inmigrantes, y también sabe ver en ambos grupos
los procederes que evidencian la decadencia moral y que
llevan a una existencia desgraciada o, incluso, a la
muerte.

El portugués era el usurero Raimundo de Melo
Portas e Azevedo. De los italianos de Ocantos puede decirse que
no tenían muchas luces, ni una educación refinada,
en cambio el lusitano era para el autor una persona ruin. Lo
define como "el ángel protector de empleados impagos y
pensionistas atrasados, el agente de funeraria de toda quiebra,
el cuervo voraz de toda desgracia, el pastor de los hijos de
familia
descarriados". Vemos que utiliza también en esta
oportunidad la comparación con animales, como lo
hiciera con los italianos, pero el sentido es bien
distinto.

A pesar de sus condiciones para vivir indignamente, el
portugués no es el peor en esta historia; alguien lo supera,
y es, paradójicamente, un criollo, para demostrar que
Ocantos no es prejuicioso: "entre don Raimundo y él,
igualmente criminales y condenados a la misma pena por la
opinión
pública, había una capitalísima diferencia: la que existe
entre el ladrón y el ratero, no porque el portugués
se contentara con pequeños robos al por menor, que era un
pez de primera magnitud, sino porque ante las hazañas de
don Bernardino, quedábase en mantillas".

Eugenio Juan Zappietro escribió De aquí
hasta el alba (5),
novela en la que narra lo acontecido a colonos, soldados e indios
durante la Conquista del Desierto, en el año
1879.

El líder
de esta gesta fue Julio Argentino Roca, "el joven y brillante
militar prestigiado por el éxito
de la campaña que concluyó con el dominio del indio
en el desierto", así lo define Adolfo Prieto (6). La
Conquista del Desierto fue –a criterio de Exequiel
César Ortega- uno de los "hechos y factores que dieron
nueva tónica a nuestra Argentina moderna. (…) La empresa
decisiva del General Julio Argentino Roca (1878-1879) y las
complementarias hasta 1884, terminaron con el pleito secular. Se
tuvo el control
territorial en momentos de casi inminente guerra con
Chile por la posesión de la Patagonia. Los
caciques resultaron vencidos, se entregaron como
Namuncurá; fueron apresados como Pincén y otros
como Baigorrita combatieron hasta el fin. Sus escasas gentes
(pocos guerreros sobrevivientes y ‘chusma’ o no
combatientes, mujeres, ancianos y niños)
esperaron a merced de los vencedores, o huyeron,
transmitiéndose su alarma y su miedo mediante las señales
de humo que describe Zeballos. Estos ya no eran los centauros que
domesticaban sus caballos de guerra sin castigarlos, ni los
ágiles y huidizos maloneros. Eran los integrantes del
ocaso, descriptos por Estanislao S. Zeballos en ‘Viaje al
país de los araucanos’ " (7).

Por el tema que aborda, la obra de Zappietro se inscribe
en la vertiente de la "literatura de fronteras",
que ha tenido grandes cultores. Prieto considera que "la
Argentina moderna parece no guardar rastros del problema que la
agitara rudamente durante medio siglo, luego de convertirse en
una no resuelta herencia de la
Colonia. El importante ciclo de la literatura de fronteras, con
Callvucurá, los ya mencionados libros de
Mansilla y de Barros, los artículos periodísticos
de Hernández, la prédica de Nicasio Oroño,
el simple material de información cotidiana recogida durante
años en diarios como La Prensa de
Buenos Aires y
La Capital de Rosario, y los registros de
testigos calificados, como Ignacio José Garmendia en
Cuentos de
tropa (Entre indios y milicos) (1891), el Comandante Prado en La
guerra al malón (1907) e Ignacio Fotheringham en La vida
de un soldado (reminiscencias de la frontera)
(1908), vienen a recordarnos la inconsistencia de esa
opinión o prejuicio".

En la novela de
Zappietro, varios inmigrantes comparten con los criollos y los
indios un destino aciago. Se trata de hombres que se alejaron de
la civilización, por su voluntad o por causas ajenas a
ella, y se ven envueltos en una historia que les permitirá
mostrar su grandeza o su cobardía.

Un portugués se ofrece como voluntario para
defender el fuerte 36 del Ejército Nacional Argentino.
Lucharían doscientos bomberos de lanza contra
veintidós idiotas", en una contienda que tendría
como héroes al capitán Cárdenas, a Paula
Bary y a un indio converso. Era Martins, el portugués, "a
quien las bajamares habían hecho recalar allí, como
último puerto", un hombre
"delgado, macilento, comido por la malaria", que tenía un
poderoso motivo para luchar: "-Me mataron una china en
Italó –dijo-. Me dije que iba a arrancarle las
tripas a cien puercos de ésos. Todavía no
cumplí". Seguramente, le llegó el fin antes de
poder
concretar su propósito.

"En la cubierta del barco –escribe Alicia Dujovne
Ortiz, en El árbol de la gitana-, los judíos
rezaban hamacándose hacia delante y hacia atrás. El
movimiento del
mar les cuadruplicaba el balanceo. Una hierática madre
portuguesa derramaba sus senos sobre dos criaturas ya mayores,
que mamaban sin pausa. De a ratos, los tres interrumpían
la tarea para vomitar sobre un talit que alguna vez fue blanco,
abandonado por su dueño que, por lo menos, vomitaba de
boca al mar" (8).

Hija de un italiano y una española, Regina Pacini
nació en Lisboa en 1871. En Regina y Marcelo (9), Ana
María Cabrera recrea la historia de amor entre la
soprano y el presidente; la suya es "una novela de pasiones,
renunciamientos, éxitos y fracasos, y por sobre todo, la
historia de un amor indestructible" (10). "La boda de Marcelo T.
de Alvear y la famosa soprano portuguesa Regina Pacini
despertó los más insidiosos comentarios de la
sociedad porteña, que no podía admitir que el
soltero más codiciado del ambiente se
casara con una artista. Cuando Alvear asume la presidencia de la
Nación
en 1922, Regina se convierte en la Primera Dama del siglo XX. Y,
a pesar de la injusta indiferencia de los argentinos, demuestra
la generosidad de su alma al crear
la Casa del Teatro, un
emprendimiento por entonces único en el mundo, destinado a
la protección de sus colegas artistas" (11).

Norma Pérez Martín se refiere a esta obra
y al contexto en el que surge: "Si bien los personajes que
enuncia este título no son desconocidos, merece destacarse
el subtítulo de la novela. ¿Por qué un
‘duetto de amor’? no sólo porque alude a la
relación de Regina Pacini con Marcelo T. de Alvear, sino
porque la música justifica en
esencia a la protagonista y ofrece recursos
discursivos metafóricos y sonoros a la novelista. La
famosa soprano portuguesa Regina Pacini, al casarse con el
privilegiado y donjuanesco Marcelo (que llegaría a la
presidencia de la nación)
traía una rica y exitosa carrera artística
desarrollada en los más importantes teatros líricos
de Europa.
Reconocida y aplaudida por gobernantes, reyes y afamados maestros
de la ópera, abandonará la fama y los escenarios
por amor y sumisión a su marido. Marcelo, amante de la
música, fascinado por la voz de aquella mujer al casarse
le exigirá que abandone el canto. Ana María Cabrera
con minucioso tratamiento psicológico focaliza a estos dos
personajes movidos entre la pasión, la sumisión, la
entrega y el autoritarismo machista. La trayectoria de Regina no
culmina como primera dama (junto al triunfante candidato del
radicalismo). Ella llevará a cabo la fundación y
dirección de la Casa del Teatro. A partir
de esta perspectiva la novelista acentúa la sensibilidad
social y la calidad humana de
quién fuera menospreciada por la oligarquía
porteña (por su pasado como actriz). Regina Pacini
decidió levantar la Casa del Teatro (que hoy
perpetúa su nombre en nuestra ciudad) pues le preocupaba
dar albergue a los hombres y mujeres de la escena nacional que
carecieran de familiares y recursos para sobrevivir. Luces y
sombras: estas y otras obras de nuestro tiempo revelan realidades
opacadas o calladas totalmente por la historia oficial"
(12).

Notas

1 Ocantos, Carlos María: Quilito.
Hyspamérica.

2 Avellaneda, Andrés: "El naturalismo y Eugenio
Cambaceres", en Historia de la Literatura
Argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.

3 Prieto, Adolfo: "La generación del 80. La
imaginación", en Historia de la Literatura Argentina.
Buenos Aires, CEAL, 1980.

4 S/F: en Ocantos, C.M.: Quilito,
Hyspamérica.

5 Zappietro, Eugenio Juan: De aquí hasta el alba.
Barcelona, Hyspamérica, 1971

6 Prieto, Adolfo: "La ideas y el ensayo", en
Historia de la literatura argentina, Tomo II. Buenos Aires, CEAL,
1980.

7 Ortega, Exequiel César: Cómo fue la
Argentina (1516-1972). Buenos Aires, Plus Ultra, 1972.

8 Dujovne Ortiz, Alicia: El árbol de la gitana.
Buenos Aires, Alfaguara, 1997. 293 pp.

9 Cabrera, Ana María: Buenos Aires, Sudamericana,
2001.

10 S/F: "Sudamericana digital", en
www.edsudamericana.com.ar.

11 Ibídem

12 Pérez Martín, Norma: "Escritoras de hoy
miran a las mujeres de ayer", en www.elmuro.com.

Rumanos

Un personaje de Hermana y Sombra, de Bernardo Verbitsky,
tiene dificultades con el castellano; el
protagonista, un niño hijo de inmigrantes rusos, le presta
un libro: "Por la
calle Campana entraba regularmente un hombre gordo, Jacobo para
todos, o Jacoibos para quienes le imitaban el habla, y él
a su vez llamaba Doña María a todas sus clientas,
que le adquirían ropa, platos, y hasta muebles, siempre en
cuotas semanales, nunca muy elevadas. Salí, al notar que
la conversación se prolongaba, y también intervine,
pues eliminada ya la posibilidad de una venta, apreciamos
la simpatía del joven. El explicó que era un
judío de Rumania donde había sido estudiante, pero
obligado aquí a ganarse la vida, encontró su actual
ocupación de cuentenik. Deseaba perfeccionar su mal
castellano, y a mí se me ocurrió una excelente
idea, la de prestarle mi ejemplar del Quijote, regalo de mi padre
unos meses antes. Como yo lo había leído, no
tenía inconveniente en facilitárselo por un tiempo.
¿Qué mejor libro para practicar el español?"
(1).

Julius Popper es el protagonista de Popper. La Patagonia
del Oro, escrita por Daniel Ares (2).

"Dueño de una de las mayores leyendas de la
Patagonia austral, Popper fue un emperador en potencia que
sedujo a los popes de la Generación del 80, en Buenos
Aires para introducir la fiebre del oro en Tierra del
Fuego, donde fundó una ciudadela, acuñó una
estampilla y una moneda propia. También manejó su
propio ejército y una comisaría. El Páramo,
donde funcionó la "cosechadora" fue, bajo sus dominios, el
sitio más poblado de la isla lo que derivó en un
enfrentamiento con el gobernador Féliz Paz. Murió,
se cree, envenenado por sus enemigos poderosos cuando, a los 35
años, diseñaba un plan para
conquistar el Polo Sur y ampliar así sus
dominios".

" ‘Se le doblaron las piernas y al caer quiso
aferrarse a la cómoda junto a la
cama, pero eran tantas las camas y las cómodas que
veía –y tan poca su suerte- que se agarró a
la que no era, manoteó la nada (otra ilusión que no
lo quiso), y muy dentro de sí –como de lejos, muy
lejos-, oyó el golpe seco de sus rodillas contra el piso y
se fue de boca hacia la muerte
suspendido en la eternidad de aquel instante que no duró
un segundo y fue infinito en su segundo’. Así
ficcionó el periodista y escritor Daniel Ares la
medianoche del 5 de junio de 1893, hace 110 años, en la
que el genial rumano Iulius Popper encontró la muerte
posiblemente envenenado por sus enemigos, en el cuarto de un
hotel porteño de la calle
Tucumán al 300, cuando tenía unos trajinados 35
años de edad" (3).

Notas

1 Verbitsky, Bernardo: Hermana y Sombra. Buenos Aires,
Editorial Planeta Argentina, 1977.

2 Ares, Daniel: Popper. La Patagonia del Oro. Buenos
Aires, Alfaguara.

3 S/F: "A 110 AÑOS DE LA MUERTE DEL RUMANO SE
DESCONOCE DÓNDE ESTÁN SUS RESTOS Julio Popper, el
primer desaparecido", en Tiempo Fueguino, Ushuaia, 8 junio de
2003.

Rusos

Mario, el protagonista de Hermana y Sombra (1), de
Bernardo Verbitsky, es hijo de inmigrantes rusos. El se refiere a
la pobreza que
los agobiaba: "Dejamos en Bahía Blanca varias cuentas impagas,
pero la que realmente nos preocupaba era la del lechero, (…).
Teóricamente, le pagábamos mensualmente los cinco
litros que nos dejaba cada día pero siempre fue tolerante
para el cobro, aceptando los pretextos con que
explicábamos nuestra condición de deudores morosos.
En los últimos meses no pudimos darle un centavo sin que
él suspendiera el suministro de nuestro principal
alimento. Nuestra convicción, reafirmada más de una
vez por mamá, era que a ese pequeño español
bondadoso debíamos el no haber muerto de hambre, sobre
todo nuestra hermanita a quien no le faltaron nunca varias
mamaderas diarias para suplir los pechos casi secos de
mamá".

A criterio de Pedro Orgambide, Verbitsky "es, de manera
bien explícita, el novelista del alud inmigratorio de la
Argentina, de los inmigrantes y de sus hijos, porque en estos
prevalece todavía, por imperio de la sangre, la vital
intimidad de los padres" " (2).

Pedro Orgambide escribió la trilogía
integrada por El arrabal del mundo, Hacer la América
y Pura memoria
(1984-1985). En Hacer la América (3) evoca a los
inmigrantes que llegaban a nuestro puerto, alentados por la
consigna que da título a la obra. Españoles,
italianos, judíos, griegos, son los protagonistas de este
relato que muestra la faceta
más cruda del fenómeno social que conmovió
al país al iniciarse el siglo XX. La novela narra sucesos
acaecidos en las postrimerías del siglo XIX y en los
primeros años de la centuria siguiente.

En esa novela, evoca un carnaval de la década del
20: "Sonaban las gaitas de los gallegos. Los vascos
(pantalón y camisa blanca, pañuelo al cuello,
boinas, alpargatas) bailaban golpeando sus palos, combatiendo en
una esgrima de pies que se lanzaban al aire y
volvían en un paso de danza. Los
cosacos desenvainaban sus sables, degollaban a Israel Mitzer en
la puerta de la sinagoga y gritaban, sudados y coléricos,
fidelidad al zar y a la zarina. Bailaban los capoeiras del
Brasil y los
gitanos y los muchachos de Barracas. Bailaban los hombres
disfrazados de osos, de monos, de tigres, de gigantescos perros y
caballos. Bailaban los hombres disfrazados de mujeres y las
mujeres disfrazadas de hombre; bailaba el disfraz hermafrodita:
mitad hombre, mitad mujer, mitad novio, mitad novia; danzaba el
lanzador de dardos, el salvaje que besaba al explorador en la
boca; bailaban los enanitos, los viejos, los enclenques. En el
palco, las orquestitas de Retiro, de las viejas romerías,
tocaban los tanguitos de otro tiempo, puro flautín, pura
guitarra, pero ahora subía una orquesta típica
nacional que dirigía el maestro Arrieta.

"¿Qué es lo que uno cuenta cuando
está contando? –se pregunta Orgambide- Seguramente,
algo más que una historia, una anécdota, un hecho,
una realidad imaginada en algún momento de nuestra vida.
Lo que uno cuenta, casi siempre tiene que ver con nuestra
‘novela Familiar’, con nuestro origen, con nuestra
identidad, al
Fin" (4).

Afirma el escritor: "La presencia de una
tipología judía es más notoria en la novela
Hacer la América (1984) donde aparece David Burtfishtz y
Raquel, su mujer y su hija Liuba; la imagen patriarcal
de su suegro, Israel Mitzer, las figuras de la picaresca
judía como la señorita Yurkovsky o el actor Iehuda
Midlin o el señor Katz, profesor de
teatro. La vida de los inmigrantes judíos en una colonia
judía o en la ciudad, revivió en mí una
‘memoria olvidada’ y fui muy feliz al poder
escribirla" (5).

En Aventuras de Edmund Ziller, Orgambide presenta
–además de muchos inmigrantes de diferentes
nacionalidades- a un narrador nieto de un ruso, quien afirma:
"descubro que Ziller se parece de una manera cruel a mi propio
abuelo, al pobre abuelo loco, al chiflado que vivía en un
triste y oscuro cuartito cercano a la terraza, donde, a los cinco
años yo lo vi sin comprender la tempestad y el
desgarramiento del exilio (…) oculto por la enfermedad y la
locura del mundo que arrastra a los hombres lejos de su tierra, y
que un día los devuelve, créame, como las olas de
la `playa" (6).

En Donde sopla la nostalgia (7),novela de Mauricio
Goldberg, Max Gurovitz, su esposa Fany y su hijo David emigran de
Polonia –donde habían emigrado anteriormente- porque
"Otra vez los gritos de ‘yid’ atronaban la calle. El
viaje había sido inútil. Se culpó por
haberla dejado sola mientras él iba al mercado.
Aún tenía el uniforme ruso de inválido, si
no ya estaría hecho pedazos. Para ellos la guerra
había terminado pero no su odio por los
judíos".

Señala Reiner Kornberger: "Tanto el protagonista
de Donde sopla la nostalgia como también su autor,
Mauricio Goldberg, adelantan su aliá para prestarle
servicios a
una Israel agredida por los países árabes en junio
de 1967. Los 114 párrafos de la novela narran
alternativamente las vivencias del protagonista Mario en Israel
desde su llegada hasta su retorno a Buenos Aires
(capítulos pares) y la historia de sus padres en
Polonia/Rusia antes de
la Segunda Guerra
Mundial hasta su emigración a la Argentina
(capítulos impares)" (8).

Hay rusos en el Chaco. Magdalena Kramenenko, uno de los
personajes de Mempo Giardinelli en Santo Oficio de la Memoria, se
interesa por los platos de diferentes colectividades y, cuando
los cocina, es digna de elogios: "Todas cosas judías,
deliciosas, bien condimentadas. Arenque ahumado, y unos blintzes,
madre mía, para chuparse los dedos. Y no solamente
judías porque también hacía unas paellas que
te dejaban de cama. Y no te cuento las
mermeladas que preparaba: de rosa mosqueta, de grosellas, de
granadas, de higos. O las ravioladas con salsa a la bolognesa o
la Príncipe di Nápoli, mamma mía.
También hacía unos guisos carreros que le
enseñó tu papá, muy delicados, porque
tenían las dosis exactas de hierbas, especias
exótica, pizcas de esto y de lo otro, todo hecho con amor,
el morfi con amor es otra cosa" (9).

En El árbol de la gitana, de Alicia Dujovne Ortiz
(10), los Dujovne "Se vistieron de negro riguroso, él con
un hongo redondito en la cabeza, ella con un pañuelo y, de
inmediato, se encontraron extraños. Parecían
vestidos con ropa ajena. La crispación del hombro o la
cadera hacía chingar la falda o la chaqueta. Se las
habían puesto miles de veces, pero lo que ahora las
hacía diferentes era la actitud de los
cuerpos con el adiós adentro: nadie se para del mismo modo
cuando parte para siempre. Al marcharse perdían su familia
y su país pero también su nombre. Nadie más
los llamaría Dujovne con el matiz exacto de la e, esa e
tan ambigua, de origen tártaro, que se desliza entre la e
y la y, mientras la lengua, casi
pegada al paladar, deja pasar el aire. Lo sabían tan bien,
que ya apartaban de sus rostros, como espantándose una
mosca, la tentativa de explicar cómo se pronunciaba el
apellido, admitiendo de entrada que Dujovnie se volviera Dujovne,
con una e castellana sosa y desabrida como matse sin té.
(…) No se iban solos a la Argentina Sara y Samuel. La caravana
rumbo al Sur era nutrida, vibrante y esperanzada. Muchos otros
Dujovnes con sus perdidas letras finales viajaban para afincarse
en aquel sitio del mapa de forma nadadora, pero trunca, sin
brazos ni piernas: Entre Ríos".

Ricardo Feierstein es el autor de La logia del umbral
(11),novela sobre la inmigración judía a lo largo
de cien años. En ella cuenta el proyecto de
cuatro generaciones de una familia, que se propone llegar a
caballo desde Moisesville, provincia de Santa Fe, mediante postas
de dos jinetes por vez, con una caja de madera de
cerezo que contiene tierra de la primera colonia judía en
la Argentina y ‘una mezuzá, estuche de hueso con un
trozo de papel escrito con letras hebreas’, hasta la Plaza
de Mayo, donde la enterrarán bajo la
Pirámide.

Cuando el miembro más joven de este grupo
está por concretar la iniciativa de su familia y de
él mismo, al pasar frente a la AMIA, una terrible
explosión lo "revolea por el aire. Todo se vuelve negro
–rememora-, el rugido ensordecedor parece indicar que, con
la oscuridad de un eclipse gigante, ha llegado el fin del mundo.
En ese instante, cien años de vida familiar y comunitaria
se atropellan para desfilar ante los ojos desorbitados de mi
conciencia en
fuga".

Entre los personajes se encuentran los fundadores de
Moisésville. No acompañó la suerte a los
pioneros. Cuando fueron al campo, pasaron "Días y
días sin masticar. Los niños enfermaban…". Se
refiere el escritor a la colonia santafesina a la que se
trasladaron desde el Hotel. Allí comprobaron que no
tenían alimento ni dónde guarecerse: "Nada hay
donde todo debiera estar: ni carpas, ni elementos de labranza, ni
semillas. Ni siquiera un hombre del lugar, en
representación del propietario, para entregar esas tierras
tan laboriosamente adquiridas a través del cónsul
comercial argentino en París, que actuaba en nombre del
terrateniente".

María Inés Krimer es la autora de La hija
de Singer (12), obra en la que –escribe Damián
Tabarovsky- "cuenta una historia sencilla pero potente: la muerte
del padre y el duelo de treinta días que según la
tradición judía deben transcurrir hasta la
despedida" (13). La novela fue distinguida con el Premio del
Fondo Nacional de las Artes.

En La pasión de un visionario Theodor Herzl (14),
Miryam E. Gover de Nasatsky se refiere a los colonos del
Barón Hirsch. El Barón dialoga con Theodor Herzl
acerca de la conveniencia de sacar a los judíos de los
lugares en los que se los oprime, pero, mientras Hirsch
está orgulloso de su obra, para Herzl, no es más
que beneficencia. Además –opina Herzl-, el
Barón logra salvar a unos cuantos judíos, no a
todos, objetivo que
se lograría si existiera un Estado.

Perla Suez es la autora de la Trilogía de Entre
Ríos (15): "Las tres nouvelles reunidas en este libro
-Letargo, El arresto y Complot- comparten un territorio: aquel
ubicado en una zona de la provincia de Entre Ríos, y que
es al mismo tiempo el que se halla entre los ríos de la
memoria. Esos espacios son a la vez la excusa y el fin de estas
tres narraciones excepcionales" (16). El libro ha sido traducido
al inglés por Rhonda Dhal Buchanan; actualmente se traduce
al italiano, francés y al alemán.

En El Arresto, "El canto del cosaco, el ciclo de
maduración del arroz, la palabra sólida del padre
signan la vida de Lucien Finz durante sus primeros años y
para siempre. Cuando la ciudad sea su nuevo ámbito, los
recuerdos como voces traerán las palabras con que se
nombra el miedo a la plaga de la lagarta militar, el peligro de
las isocas, el arrozal anegado, la paciencia del calor del
verano, los graznidos de las tijeretas. El viaje de Villa Clara a
Buenos Aires no es más que un tramo que completa o
simplemente continúa el recorrido más extenso y
moroso de una familia de inmigrantes judío rusos que busca
convertirse en habitante del suelo que pisan
sus pies. Por ello, se arraigan al trabajo de
la tierra
primero y, cuando las lluvias continúas arruinan el
sueño, el hijo reanuda el camino hacia las ilusiones que
augura la capital. Pero el año 1919 dicta también
su propio ritmo y la ciudad es una quimera convulsionada por el
cruce violento de las ideas políticas"
(17).

Acerca de Letargo se ha escrito: "Lete es uno de los
ríos del infierno, cuyas aguas hacían olvidar el
pasado. Lete es también el nombre de una mujer que pierde
a uno de sus hijos y se sumerge en los días de solados
para siempre. Queda una niña: Déborah. ¿Con
qué voz puede explicar ese letargo que se dibuja en el
nombre de su madre como un destino irrevocable?
¿Cómo se narra la enfermedad cuando aún no
hay palabras infantiles que la nombren?. Para reconstruir lo que
se ha roto en la memoria, ella deberá vagar entre sus
voces, desdoblarse en niña y en mujer, en sombra y niebla.
A través del recuerdo y de la tierra, Déborah
marcha hacia un pueblo de Entre Ríos, donde moran el dolor
de un padre taciturno y la bobe que aplasta con su mirada. Nada
explica lo que una niña no debe oír, lo que una
niña debe callar. Ni siquiera el iddish de la bobe, el
silencio del padre. Un viaje al lugar donde la muerte sigue
sucediendo como una acción
impuntual, constante. El desafío de volver a esa casa
donde la soledad crece cada vez que el viento deja de azotar las
ventanas; la necesidad de ir a buscar a la niña que fue,
cuyo rostro se esfuma en la bruma plomiza del pasado"
(18).

Deborah, la protagonista, recuerda "las historias que le
contaba su bobe, recolecciones que llevan al lector una gran
distancia en el espacio y el tiempo, a la ciudad de Odessa a
fines del siglo diecinueve. En aquel entonces, la familia de
su abuela huyó de los pogroms del Zar Nicolás II,
buscando refugio en Lyon, Francia antes
de emigrar a la Argentina, donde se establecieron en una de las
colonias agrícolas de Entre Ríos, como miles de
otros judíos refugiados, incluso los antepasados de la
autora" (19).

Con esta novela, Perla Suez fue Finalista del Premio
Mundial de Literatura Rómulo Gallegos en 2001.

Notas

1. Verbitsky, Bernardo: Hermana y Sombra. Buenos Aires,
Editorial Planeta Argentina, 1977.

2. S/F: en "Bernardo Verbitsky Nagasaki mon amour", en
Abanico de la Biblioteca
Nacional, Mayo de 2005, www.abanico.edu.ar.

3. Orgambide, Pedro: Hacer la América. Bruguera,
1984.

4. Orgambide, Pedro: "La literatura en tiempos de
intolerancia. Identidad y narración", en Feierstein,
Ricardo y Sadow, Stephen A. (comp.): Recreando la cultura
judeoargentina / 2 Literatura y artes plásticas. Buenos
Aires, Editorial Milá, 2004.

5. ibídem

6. Orgambide, Pedro: Aventuras de Edmund Ziller. Buenos
Aires, Editorial Abril, 1984.

7. Goldberg, Mauricio: Donde sopla la nostalgia. Buenos
Aires, Grupo Editor Latinoamericano, 1985.

8. Kornberger, Reiner: "Construir y reconstruirse: la
experiencia kibutziana en la literatura judeoargentina", en
Feierstein, Ricardo y Sadow, Stephen A. (comp.): Recreando la
cultura judeoargentina/2 Literatura y artes plásticas Tomo
2. Buenos Aires, AMIA/ Editorial Milá, 2004.

9. Giardinelli, Mempo: Santo Oficio de la Memoria.
Buenos Aires, Seix Barral, 1991.

10. Dujovne Oriz, Alicia: El árbol de la gitana.
Buenos Aires, Alfaguara, 1997.

11. Feierstein, Ricardo: La logia del umbral. Buenos
Aires, Galerna, 2001.

12. Krimer, María Inés: La hija de
Singer.

13. Tabarovsky, Damián: "La hija de Singer, por
María Inés Krimer", en Clarín, Buenos Aires,
29 de junio de 2002.

14. Gover de Nasatsky, Miryam E.: La pasión de un
visionario Theodor Herzl. Buenos Aires, Milá, 2004. 163
pp. (Imaginaria).

15. Suez, Perla: Trilogía de Entre Ríos.
Buenos Aires, Editorial Norma, 2006. (La otra orilla)

16. S/F: en www.perlasuez.com.ar

17. ibídem

18. ibídem

19. Buchanan, Rhonda Dahl: "La madriguera de la memoria
en ‘Letargo’ de Perla Suez", en Feierstein, Ricardo y
Sadow, Stephen A. (comp.): Recreando la cultura judeoargentina /
2 Literatura y artes plásticas. Buenos Aires, Editorial
Milá, 2004.

Sirios

En 1988, durante la Feria del Libro, el doctor
René Barón entregó personalmente a Jorge
Isaac el premio que lleva su nombre, distinguiendo a Una ciudad
junto al río (1) como la mejor novela editada durante los
años 1986 y 1987. El jurado que lo otorgó
-designado por la Sociedad Argentina de Escritores- estuvo
integrado por Luis Ricardo Furlán, Raúl Larra y
Juan José Manauta.

La novela fue presentada en la Unión Arabe por el
profesor Elio C. Leyes -"escritor
y presidente de la Universidad
Popular, autor de Voz telúrica de Gerchunoff, editado por
el Ateneo Judeo Argentino ‘19 de abril’ de Rosario",
quien "señaló que el libro bien podía
llamarse ‘Los gauchos
árabes’, en justo parangón
–según dijo-con la celebrada obra de Gerchunoff, en
la cual no debe haber escritor que haya profundizado tanto como
él" (2).

El Gobierno de Entre
Ríos la declaró, por iniciativa del Consejo General
de Educación, de lectura
complementaria en las escuelas superiores de la provincia, a
partir del séptimo grado, recomendando su
utilización en la enseñanza.

La obra está dedicada "a los inmigrantes
árabes –sirios y libaneses- y, por natural
extensión, a españoles, italianos, alemanes,
judíos, suizos, rusos, polacos, yugoslavos, y de cuanto
otro origen y procedencia más, que se lanzaron un
día por los riesgosos caminos del mar a la aventura de
‘hacer la América’ ".Partiendo de su propia
etnia, la
mirada de Isaac se vuelve abarcadora, hasta incluir a hombres de
diversa procedencia, cuya gesta evoca.

En Un recuerdo para Raquel… o cómo tus padres
llegaron a América, Walter Duer escribe que Raquel: "Era
pobre, extranjera (había nacido en Siria, apenas unos 38
ó 39 años antes), madre de diez hijos, viuda,
analfabeta y judía. 'Sólo le falta ser negra',
dicen que dijo un vecino que hacía las cuentas sobre las
desgracias y discriminaciones que sufriría esta mujer en
el futuro inmediato, que comenzaba ese mismo día"
(3).

Notas

1. Issac, Jorge E.: Una ciudad junto al río.
Buenos Aires, Marymar, 1986.

2. S/F en: González Rouco, María: "Jorge
Isaac, novelista de la inmigración árabe", en La
Capital, Rosario, 24 de julio de 1988.

3. Duer, Walter: Un recuerdo para Raquel… o
cómo tus padres llegaron a América. San Justo,
Provincia de Buenos Aires, Ediciones Escritores Argentinos de
Hoy, 2003.

Suizos

Antonio Páges Larraya considera que " ‘La
casa endiablada’ tiene para nosotros tres motivos de
interés: es su primera obra de
imaginación a la que traslada nuestra realidad ciudadana;
es la primera novela policial escrita en el país, y
finalmente, es la primera en la literatura universal en que se
descubre un delito por el
sistema
dactiloscópico" (1).

En esa obra, Holmberg imagina un crimen perpetrado
contra un suizo. El juez relata: "-A principios de
1884, y unos tres meses después de partir usted para
Europa, vino de Santa Fe a Buenos Aires un colono suizo llamado
Nicolás Leponti, el cual, gracias a su actividad, a su
esfuerzo, a su energía y a su inteligencia,
había logrado reunir una fortuna que, si bien modesta, le
permitía ocupar en su colonia una posición
desahogada, y prestar, a sus compatriotas, servicios que le
habían valido la estimación general".

El escritor pone en boca del loro con cuya
colaboración se esclarece el asesinato, consideraciones
del ave acerca del coraje del europeo: "-Y era guapo el gringo…
y duro para morir… ¿se acuerda, amigo?". Este inmigrante
encontró su fin cuando intentó hacer una
operación comercial relacionada con su actividad: "El
suizo quería comprar gallinas de raza, y sabiendo el 17
que aquella casa estaba sola, se dirigió a ella y
allí consumó el crimen". Durante mucho tiempo se
ignoró qué había sucedido al colono: "La
tierra cubrió el cuerpo de Nicolás Leponti, el
aguardiente y el monte devoraron en pocos días el producto del
crimen, y el misterio envolvió todo durante cinco
años" (2).

En La madriguera, Tununa Mercado recuerda a Myriam
Stefford: "la melancolía triunfaba cuando aparecía
en medio del panorama el monumento erigido por un llamado
Barón Biza a su amada, la aviadora Myriam Stefford. El
altísimo obelisco, ala estilizada, parecía un
mástil sin esperanzas de mar entre las nubes del costado
sombrío del camino y la historia de esos personajes
ocupaba en nuestro interés el lugar del paisaje: los
restos de un avión que se había precipitado; una
mujer pionera que había volado más allá, por
sobre las montañas y los ríos, amada por un hombre
que tenía título de barón, o que así
se llamaba como otros se llaman Conde o Rey, un amor que la
muerte había desintegrado. En una cripta de
mármoles negros como la obsidiana, se leía en la
tumba una inscripción que maldecía por anticipado a
quien la violara" (3).

En La matriz del
infierno (4), Marcos Aguinis
relata: "Rolf había tenido que viajar en tren a la austral
Bariloche. (…) El almanaque que colgaba en la vasta cocina del
conventillo donde bebió café
antes de dirigirse a la estación terminal le
recordó que ya era el 11 de febrero de 1930. Don
Segismundo, mientras sorbía ruidosamente de su
tazón, trató de infundirle ánimo y le
aseguró que Bariloche era bellísimo, que
encontraría allí los panoramas disfrutados en su
infancia, en
las vecindades de la Selva Negra. Muchos inmigrantes
austríacos, suizos y alemanes la había elegido por
su semejanza con la tierra natal".

Notas

(1) Pagés Larraya, Antonio: "Prólogo", en
Cuentos fantásticos. Buenos Aires, Hachette,
1957.

(2) Holmberg, Eduardo L.: "La casa endiablada", en
Cuentos fantásticos. Buenos Aires, Hachette, 1957.
Prólogo de Antonio Pagés Larraya.

(3) Mercado, Tununa: La madriguera. Buenos Aires,
Tusquets Editores, 1996.

(4) Aguinis, Marcos: La matriz del infierno. Buenos
Aires, Sudamericana, 1997.

Turcos

Hay turcos en una obra de Julián Martel. Afirma
Noé Jitrik: "Durante 1890 escribió La Bolsa; la
última frase fue redactada el 30 de diciembre. Dos hechos
notables pueden observarse: el primero es que siendo una obra
realista y de actualidad no ha incluido como tema la revolución
del mismo año; el segundo es que en el mismo año se
publicó en Francia L'Argent, novela mediante la cual Zola
investiga y condena el sistema
financiero. (…) La Bolsa aparece en folletín en La
Nación desde el 24 de agosto hasta el 4 de octubre de
1891, con gran éxito de público y de crítica".

El crítico considera que la obra fundamental de
este ciclo –la de Martel- tiene importancia desde diversos
puntos de vista, a pesar de su escaso valor
literario: "La Bolsa es una obra literariamente poco importante,
inmadura, pero que así y todo expresa varias cosas de
interés; en primer lugar hay, conscientemente o no, una
tentativa por trascender la literatura del 80 en su
fisonomía más exterior; en segundo lugar, muestra
un escritor desclasado, emergente del periodismo y
que anticipa, por esas razones, un nuevo tipo de escritor, el
profesional; en tercer lugar, se trata de un libro inspirado en
hechos contemporáneos, ubicado en una actualidad,
comprometido polémicamente con sus interpretaciones"
(1).

"La lectura
más superficial e ingenua de La Bolsa de Julián
Martel sorprende por la enorme carga de xenofobia y
antisemitismo
–afirma Gladys Onega. (…) Martel traza con los más
sombríos tonos naturalistas una realidad de la ciudad que
absorbió el mayor pocentaje de inmigrantes creciendo en
proporción geométrica frente al resto del
país: la miseria, la enfermedad y la mendicidad eran
lacras concretas de la sociedad superpoblada, que no se cebaban
solamente en el lumpen que el autor selecciona como muestra del
parasitismo que trae la inmigración, sino entre todos los
habitantes de los barrios bajos del sur que se hacinaban en los
conventillos; (…) en la abstractización del oro y del
cosmopolitismo, Martel aísla y diseca casos extremos, los
separa del contexto histórico, carga sobre ellos una culpa
de la que son víctimas y finalmente ignora la
situación real del resto de la población; los turcos con sus feces rojos y
las bohemias idiotas o hermosísimas se han convertido en
alegorías o en personajes pintorescos". (2).

La ensayista se refiere a este pasaje: "El corazón de
las corrientes humanas que circulaban por las calles centrales
como circula la sangre en las venas, era la Bolsa de Comercio. A lo
largo de la cuadra de la Bolsa y en la línea que la lluvia
dejaba en seco, se veían esos parásitos de nuestra
riqueza que la inmigración trae a nuestras playas desde
las comarcas más remotas. Turcos mugrientos con sus feces
rojos y sus babuchas astrosas, sus caras impávidas y sus
cargamentos de vistosas baratijas; vendedores de
oleografías groseramente coloreadas; charlatanes
ambulantes que se habían visto obligados a desarmar sus
escaparates portátiles pero que no por eso dejaban de
endilgar sus discursos
estrambóticos a los holgazanes y bobalicones que
soportaban pacientemente la lluvia con tal de oír hacer la
apología de la maravillosa tinta simpática o la de
la pasta para pegar cristales; mendigos que estiraban sus manos
mutiladas o mostraban las fístulas repugnantes de sus
piernas sin movimiento, para excitar la pública
conmiseración; bohemias idiotas, hermosísimas
algunas, andrajosas todas, todas rotosas y desgreñadas,
llevando muchas de ellas en brazos niños lívidos,
helados, moribundos, aletargados por la acción de
narcóticos criminalmente suministrados, y a cuya vista
nacía la duda de quíén sería
más repugnante y monstruosa; si la madre embrutecida que a
tales medios
recurría para obtener una limosna del que pasaba, o la
autoridad que
miraba indiferente, por inepcia o descuido, aquel cuadro de la
miseria más horrible, de esa miseria que recurre al crimen
para remediarse" (3).

En La costurerita que dio aquel mal paso…,
Josué Quesada se refiere a un militar: "un sargento
apellidado Jalil, y turco por más señas, castigaba
a los reclutas con su sable" (4).

Alamos talados (5) fue distinguida en 1942 con el Primer
Premio de Literatura de Mendoza, el Primer Premio Municipal de
Buenos Aires y el Primer Premio de la Comisión Nacional de
Cultura. Marcela Grosso y Marta Baldoni señalan la
importancia de la inmigración en la novela: "El poder se
ve amenazado por la presencia de lo otro, del elemento
extraño: el inmigrante, figura que genera tres efectos
correlativos: a) el enfrentamiento entre gringos y criollos, b)
la exaltación del linaje y la hispanidad, c) el rechazo
del progreso y las nuevas costumbres" (6).

La clase alta,
representada fundamentalmente por los abuelos, se mostraba
bondadosa con los criollos y los inmigrantes, en general, aunque
había excepciones: "El inmigrante aparece descalificado,
caricaturizado (…) o mirado con simpatía, en tanto se
ciña al mandato de la abuela y no compita en el circuito
de producción económica. Decir
‘gringo’ es un insulto (…) El atributo
‘criollo’, en cambio, tiene connotaciones positivas
(…) se convierte en una abstracción, en un
símbolo de pureza racial y moral" (7).

Cuando las penurias económicas obligan a la
anciana señora a talar los álamos, allí
está un inmigrante, posibilitando que el lector saque
conclusiones sobre la personal postura
del autor: "Con el pie en el estribo de su auto rojo, el turco
hacía anotaciones en una libreta. Uno, tras otro,
caían los álamos de mi adolescencia"
(8). Grosso y Baldoni sostienen que "La presencia invasora del
inmigrante aparece metaforizada por el coche rojo del turco, que
recorre el texto en varios capítulos". Acerca del
propietario del vehículo comentan: "Claras son las
connotaciones demoníacas que despliega este personaje
(…) Las aspiraciones comerciales del turco, que exceden a las
del agricultor contratado, lo convierten en una amenaza, un
peligro para el sistema. La compra de la vid y de la madera es
sustituida por la idea de usurpación, de estafa: el turco
no compra sino que ‘se leva’. Caída,
atropello, usurpación, tala, profanación, son los
efectos del ingreso del inmigrante en el sistema, que es quebrado
sin posibilidades de restauración" (9).

En Hermana y Sombra (10), de Bernardo Verbitsky, se
alude a un turco. El protagonista vive en un conventillo, en
Flores, donde también vive un empleado del turco: "La
primera habitación era la de la encargada, Doña
Antonia, y en su bien arreglado ambiente vivían ella y su
viejo marido Don José, su hija mayor Rosita, el segundo
Nicola, que acababa de hacer la conscripción y que, como
pudimos comprobarlo, cumplía cada mañana con
dignidad su
oficio de quinielero, al servicio de un
capitalista, el turco Emilio que tenía varios de esos
agentes, a comisión. Era una actividad que la
policía perseguía pero se desarrollaba
públicamente sin dificultades. (…) (En el barrio
llamaban turco a todo inmigrante venido del Medio
Oriente)".

En La noche lombarda, Atilio Betti recrea, al acostarse
en su camarote del barco que lo lleva a Italia, el duro
trance que sufrió el padre del protagonista, junto con
otros pasajeros: "Un chorro de agua, un
manguerazo brutal, le dio en la cara. Lo vi trastabillar, mojado.
Lo vi llorar de indignación y afirmarse en los zapatos
claveteados, agarrándose fuertemente del tirador negro,
sobre el torso sin saco, para no caer bajo el golpe del agua.
(…) En tropel, árabes y turcos aparecían y
desaparecían alrededor de mi padre. Corrían,
gritando, aullando, perros mojados, perros azotados a
manguerazos, a refugiarse bajo mi cama mientras que papá,
rascándose con furia las axilas, gritaba o gemía, o
gritaba y gemía al mismo tiempo: ¡Piojosos!
¡Piojosos!" (11).

En La pradera de los asfódelos, Rubén
Benítez evoca una Navidad de las
de antes: "En Navidad la gente parecía distinta. No como
ahora. Todos estaban alegres, salían a la calle y
saludaban contentos. Había que pararse en todas las
puertas. Hasta los turcos que vivían en la esquina
festejaban la Navidad. Don José, el que hizo el aparador,
abría una sidra… ‘No es como la de Asturias, pero
tampoco está mal’ decía siempre
después de probarla" (12).

En 1998, la novela Virgen, de Gabriel
Báñez, resultó finalista del Premio Planeta.
En ella evoca la confusión reinante, en la década
del 30, en lo que respecta a las nacionalidades de los
inmigrantes. La protagonista: "Durante esos primeros tiempos lo
único que no logró explicar fue su propia nacionalidad.
No era francesa, era belga, pero resultaba inútil aclarar
semejante diferencia cuando las erres se le estiraban hasta la
gangosidad, y cuando los ucranianos, judíos, rumanos,
lituanos y polacos eran rusos o los sirios y loslibaneses
resultaban turcos. Había llegado a un país de tanos
y gallegos y de rusos y turcos, y todo lo que no entrara en el
dos por cuatro de esa conclusión elemental era una rareza
de apellido pero nunca de nacionalidad"
(13).

En Tama, novela de María Teresa Andruetto, cuenta
la narradora: "Durante los años que vivió con la
galesa, mi abuelo estuvo vendiendo baratijas, tal como les
había visto hacer con mayor suerte a los turcos que
andaban por el Norte" (14).

Notas

1. Jitrik, Noé: "El ciclo de la Bolsa", en
Historia de la Literatura Argentina. Buenos Aires, CEAL,
1980.

2. Onega, Gladys: La inmigración en la literatura
argentina (1880-1910). Buenos Aires, CEAL, 1982.

3. Martel, Julián: La Bolsa. Buenos Aires, Kraft,
1956.

4. Quesada, Josué: "La costurerita que dio aquel
mal paso…", en La Novela Semanal (1917-1926) – Vol 1.
Universidad Nacional de Quilmes – Página/12, 1999.
Selección y prólogo: Margarita
Pierini.

5. Arias, Abelardo: Alamos talados. Buenos Aires,
Sudamericana, 1990.

6. Grosso, Marcela y Baldoni, Marta: "Guía de
trabajo para el profesor", adjunta a Arias, Abelardo: Alamos
talados. Buenos Aires, Sudamericana, 1990.

7. ibídem

8. Arias, Abelardo: op. cit.

9. Grosso, Marcela y Baldoni, Marta: op. cit.

10. Verbitsky, Bernardo: Hermana y sombra.

12. Betti, Atilio: La noche lombarda. Buenos Aires, Plus
Ultra, 1984.

13. Benítez, Rubén: La pradera de los
asfódelos. Bahía Blanca, Siringa, 1989.

14. Báñez, Gabriel: Virgen. Buenos Aires,
Sudamericana, 1998.

Ucranios

En Músicos y relojeros, escribe Alicia Steimberg:
"Cuando la abuela migró de Kiev a Buenos
Aires tenía once años. La mandaron a la escuela y
aprendió muy bien el castellano. Cantaba tangos como un
pájaro enfermo: Cicatriiiiiiiiiiiiiices (trino)
imborrables de una heriiiiiiiiiiiida (trino). Nunca hablaba de
cómo llegó a casarse con el abuelo. Una a una fue
pariendo a sus hijas, con toda facilidad. Siempre se adelantaban
a la partera, ansiosas por nacer y empezar a pelearse. Hubo
tiempos muy malos. La desocupación. El desalojo. En un baile de
beneficencia se reunieron fondos para procurarles, como a otros
pobres, un nuevo techo. El Hogar publicó una nota sobre
esa fiesta. Aprovechando la oportunidad, varias niñas
fueron presentadas en sociedad. Se iniciaron varios noviazgos. En
sucesivas notas de la revista
aparecieron fotografías de las formalizaciones, las bodas
y el nacimiento de los primogénitos. Las jóvenes
madres eligieron nombres para sus históricos hijitos. Los
mismos que llevan, hasta el día de hoy, los hijos de
Otilia. Antes de casarse, Otilia y Amanda eran vendedoras en La
Piedad, donde ensalzaban ante las clientas las bellezas de los
batones y los pirineos. Mele, la dura de casar, nunca
trabajó fuera de casa. A veces cosía algo, ayudaba
en los quehaceres, y cuando terminaba se ponía a pintar.
Pintaba flores, barcos a vela en crepúsculo, holandesas
con tulipanes, parvas junto a casas de campo. Los copiaba de unas
tarjetas
postales que
tenía" (1).

Un ucranio estaba confinado en la cárcel de
Neuquén, en 1943. En El árbol de la gitana, escribe
Alicia Dujovne Ortiz: "Carlos permaneció dos años
en esa célebre prisión centenaria de la que
parecía haber guardado los mejores recuerdos. Sus relatos
eran tan seductores que provocaban la nostaliga de la gente
libre: si era así la cárcel, para qué estar
afuera. Según él, los comunistas encarcelados en
1943 se habían organizado con su proverbial disciplina,
habían hecho gimnasia,
habían dejado de fumar y se habían dado los unos a
los otros cursos de ruso y de historia
argentina. Un camarada ucraniano dirigía un coro. En
ese entonces a nadie se le ocurría cantar el folclore de
las provincias y, entre los presos políticos, más
impensable aún hubiera sido un tango".
Años después, la escritora se entera de que la
música no salvó a este inmigrante: "El ucraniano
del coro se había vuelto loco y había terminado sus
días en un manicomio" (2).

Notas

1. Steimberg, Alicia: Músicos y relojeros. Buenos
Aires, CEAL, 1983.

2. Dujovne Ortiz, Alicia: El árbol de la gitana.
Buenos Aires, Alfaguara, 1997.

Uruguayos

"Atilio Edel, nuestro profesor de Física, había
entrado como un torbellino en el aula y agitando un manojo de
papeles nos dijo, con voz ronca de emoción, que acababa de
recogerlos en la calle; nos dijo que no recogió los que
todavía quedaban por no llegar tarde a clase: nos dijo que
quería que Io acompañásemos, en seguida
¡por favor! y entre todos rescatáramos el manuscrito
del libro que ¡ah, ah! Habían tirado a la basura.

Poco a poco de sus palabras atropelladas fui deduciendo
lo que ocurría. Un matemático llamado Teobaldo
Ricaldoni había publicado hasta entonces sólo
manuales pero
estimulado por el anuncio de que Albert
Einstein visitaría la ciudad se decidió a
terminar la gran obra que venía escribiendo en secreto y
así poder mostrársela. ¿Llegó a
terminarla antes de que la muerte lo sorprendiera, una semana
atrás? Edel consideraba a Ricaldoni un genio capaz de
reducir el cosmos a cifras. La mujer del
genio no parecía opinar lo mismo pues ¡qué
vergüenza! en sórdidas latas había sacado a la
vereda, mezclados con los nardos marchitos del velatorio, los
borradores que el sabio olvidó sobre su mesa"
(1).

Notas

1. Anderson Imbert, Enrique: Evocación de sombras
en la ciudad geométrica (1989), en Narraciones completas,
Vol. II. Buenos Aires, Corregidor, 1990.

Yugoslavos

En El árbol de la gitana, escribe Alicia Dujovne
Ortiz: "De pronto se oye la voz de un yugoslavo. Es un obrero del
ferrocarril lo bastante borracho como para interrumpir la payada
con una canción de su país" (1).

Notas

1. Dujovne Ortiz, Alicia: El árbol de la gitana.
Buenos Aires, Alfaguara, 1997.

Varios

Lucio Vicente López dedica La gran aldea (1) a
Miguel Cané, su "amigo y camarada". En esta obra aparecen
inmigrantes, vistos desde la perspectiva de un escritor que
añora un pasado que no volverá. López
compara a los tenderos de antaño con los del presente:
"¡Y qué mozos! ¡Qué vendedores los de
las tiendas de entonces! Cuán lejos están los
tenderos franceses y españoles de hoy de tener la alcurnia
y los méritos sociales de aquella juventud
dorada, hija de la tierra, último vástago del
aristocrático comercio al menudeo de la
colonia".

Recuerda a uno de los tenderos criollos: "Entre los
príncipes del mostrador porteño, el más
célebre, sin disputa, era don Narciso Bringas: gran
tendero, gran patriota, nacido en el barrio de San Telmo, pero
adoptado por la calle del Perú como el rey del mostrador.
No había mostrador como el de aquel porteño: todo
el barrio junto no era capaz de desdoblar una pieza de
madapolán y de volverla a doblar como don Narciso; y si la
pirámide misma le hubiera querido disputar su amor a
Buenos Aires, a la pirámide misma le habría
disputado ese derecho".

Describe la estrategia del
tendero para dirigirse a su clientela: "Don Narciso subía
o bajaba el tono según la jerarquía de la
parroquiana: dominaba toda la escala;
poseía toda la preciosidad del lenguaje culto
de la época y daba el do de pecho con una dama para dar el
sí con una cocinera".

"Los tratamientos variaban para él según
las horas y las personas. Por la mañana se permitía
tutear sin pudor a la parda o china criolla que volvía del
mercado y entraba en su tienda. Si la clienta era hija del
país, la trataba llanamente de hija; hija por arriba e
hija por abajo. Si él distinguía que era vasca,
francesa, italiana, extranjera, en fin, iniciaba la rebaja, el
último precio, el
‘se lo doy por lo que me cuesta’, por el tratamiento
de madamita. ¡Oh!, ese madamita lanzado entre 7 y 8 de la
mañana, con algunas cuantas palabras de imitación
de francés que él sabía balbucir, era
irresistible. Durante el día, los tratamientos variaban
entre hija e hijita, entre tú y usted, entre madamita y
madama, según la edad de la gringa, como él la
llamaba cuando la compradora no caía en sus redes".

A criterio de Delfín Garasa, "Una de las
más cumplidas descripciones de un heterogéneo
desembarco es la que ofrece Luis Pascarella en su novela-alegato
documental, El conventillo. Llega el Christoforo Colombo y
primero bajan los hombres de negocio con su apoplética
cerviz, con el paso resuelto de los acostumbrados a dar
órdenes y ser obedecidos, los turistas ingleses con sus
máquinas fotográficas y algunas
señoras un tanto perplejas por no ver en el muelle indios
con plumas y taparrabos. Por ese entonces, el viaje a Europa
empezaba a otorgar prestigio social, y los argentinos que
regresan cambian opiniones en alta voz sobre los modelos de
París, el mobiliario inglés o la sinfonía
escuchada en la Opera de Viena. Y, finalmente, aparecen los
inmigrantes, tan fustigados en los azares de las proclamas
políticas, un ‘enorme hormiguero’ que
había viajado en el mayor hacinamiento. Rostros curtidos,
exhaustos, azorados. En todos se presiente la pregunta:
¿Qué les deparará esta nueva tierra? De
pronto, una mirada se ilumina o un brazo se agita en alto porque
se ha reconocido a alguien en la muchedumbre que espera. Van
bajando los hebreos de desgreñadas barbas y gastados
levitones, los ‘turcos’ con sus espaldas combadas,
los nórdicos enjutos, los napolitanos pequeños y
retorcidos como raíces, los andaluces gárrulos, los
gallegos pacientes, los holandeses esponjosos, los genoveses de
músculo recio e insaciable voracidad. Una mujer besa la
tierra que los acoge y tras su actitud ritual se adivina un
pasado de penurias y recelos. Y agrega Pascarella: ‘La gran
ciudad de calles dirigidas hacia el Oeste recibe en su seno
aquella semilla que purificada en un ambiente de libertad (…)
se reproducirá en su inmensidad desierta" (2).

En la Bolsa de Comercio, Julián Martel encuentra
"Promiscuidad de tipos y promiscuidad de idiomas. Aquí los
sonidos ásperos como escupitajos del alemán,
mezclándose impíamente a las dulces notas de la
lengua italiana; allí los acentos viriles del
inglés haciendo dúo con los chisporroteos
maliciosos de la terminología criolla; del otro lado las
monerías y suavidades del francés, respondiendo al
ceceo susurrante de la rancia pronunciación
española" (3).

En Don Segundo Sombra, Ricardo Güiraldes escribe
acerca de "la desvergüenza del gringo Culasso que
había vendido por veinte pesos a su hija de doce
años al viejo Salomovich, dueño del
prostíbulo" (4).

En Adán Buenosayres, de Leopoldo Marechal, tres
personajes discuten acerca de la nacionalidad de unos rufianes.
Un personaje afirma: "¡Esos caften son marselleses! (…) y
juró que los había visto a montones en las casas
del ramo, con sus galeritas melón, sus bigotes
mediterráneos y sus pesadas cadenas de oro". Otro
personaje sostiene que son polacos, y un tercero, que son
rumanos. Doña Venus emite un "fallo inapelable", cuando
dice "De todo hay, como en botica" (5).

Eugenio Juan Zappietro es el autor de la novela De
aquí hasta el alba (6), en la que aparecen personajes de
distinta nacionalidad: un belga, un flamenco, un irlandés,
un andaluz, un portugués, un estadounidense.

En La noche lombarda, Atilio Betti recrea, al acostarse
en su camarote del barco que lo lleva a Italia, el duro trance
que sufrió el padre del protagonista, junto con otros
pasajeros: "Un chorro de agua, un manguerazo brutal, le dio en la
cara. Lo vi trastabillar, mojado. Lo vi llorar de
indignación y afirmarse en los zapatos claveteados,
agarrándose fuertemente del tirador negro, sobre el torso
sin saco, para no caer bajo el golpe del agua. (…) En tropel,
árabes y turcos aparecían y desaparecían
alrededor de mi padre. Corrían, gritando, aullando, perros
mojados, perros azotados a manguerazos, a refugiarse bajo mi cama
mientras que papá, rascándose con furia las axilas,
gritaba o gemía, o gritaba y gemía al mismo tiempo:
¡Piojosos! ¡Piojosos!" (7).

Pedro Orgambide escribió la trilogía
integrada por El arrabal del mundo, Hacer la América y
Pura memoria (1984-1985). En Hacer la América (8) evoca a
los inmigrantes que llegaban a nuestro puerto, alentados por la
consigna que da título a la obra. Españoles,
italianos, judíos, griegos, son los protagonistas de este
relato que muestra la faceta más cruda del fenómeno
social que conmovió al país al iniciarse el siglo
XX. La novela narra sucesos acaecidos en las postrimerías
del siglo XIX y en los primeros años de la centuria
siguiente.

En esa novela, Orgambide evoca un carnaval de la
década del 20: "Sonaban las gaitas de los gallegos. Los
vascos (pantalón y camisa blanca, pañuelo al
cuello, boinas, alpargatas) bailaban golpeando sus palos,
combatiendo en una esgrima de pies que se lanzaban al aire y
volvían en un paso de danza. Los cosacos desenvainaban sus
sables, degollaban a Israel Mitzer en la puerta de la sinagoga y
gritaban, sudados y coléricos, fidelidad al zar y a la
zarina. Bailaban los capoeiras del Brasil y los gitanos y los
muchachos de Barracas. Bailaban los hombres disfrazados de osos,
de monos, de tigres, de gigantescos perros y caballos. Bailaban
los hombres disfrazados de mujeres y las mujeres disfrazadas de
hombre; bailaba el disfraz hermafrodita: mitad hombre, mitad
mujer, mitad novio, mitad novia; danzaba el lanzador de dardos,
el salvaje que besaba al explorador en la boca; bailaban los
enanitos, los viejos, los enclenques. En el palco, las
orquestitas de Retiro, de las viejas romerías, tocaban los
tanguitos de otro tiempo, puro flautín, pura guitarra,
pero ahora subía una orquesta típica nacional que
dirigía el maestro Arrieta.

"¿Qué es lo que uno cuenta cuando
está contando? –se pregunta Orgambide- Seguramente,
algo más que una historia, una anécdota, un hecho,
una realidad imaginada en algún momento de nuestra vida.
Lo que uno cuenta, casi siempre tiene que ver con nuestra
‘novela Familiar’, con nuestro origen, con nuestra
identidad, al Fin" (9).

En Una ciudad junto al río (10) Jorge Isaac evoca
el momento en que los extranjeros arriban a la nueva tierra: "Los
inmigrantes, aunque vengan en el mismo barco, llegan y descienden
aquí de manera diferente según sea su origen que
nosotros, con sólo mirarlos y hasta a veces sin
oírlos, hemos aprendido a determinar con riesgo escaso de
equivocarnos". Seguidamente, describe el desembarco de italianos,
alemanes, españoles, judíos y árabes,
señalando las peculiares características de cada
grupo.

Magdalena Kramenenko, uno de los personajes de Mempo
Giardinelli en Santo Oficio de la Memoria, se interesa por los
platos de diferentes colectividades y, cuando los cocina, es
digna de elogios: "Todas cosas judías, deliciosas, bien
condimentadas. Arenque ahumado, y unos blintzes, madre
mía, para chuparse los dedos. Y no solamente judías
porque también hacía unas paellas que te dejaban de
cama. Y no te cuento las mermeladas que preparaba: de rosa
mosqueta, de grosellas, de granadas, de higos. O las ravioladas
con salsa a la bolognesa o la Príncipe di Nápoli,
mamma mía. También hacía unos guisos
carreros que le enseñó tu papá, muy
delicados, porque tenían las dosis exactas de hierbas,
especias exótica, pizcas de esto y de lo otro, todo hecho
con amor, el morfi con amor es otra cosa" (11).

El narrador describe, en Frontera sur (12), uno de los
tantos desembarcos de inmigrantes, en la década del 80:
"Los buques anclaban muy lejos de la costa, y viajeros, equipajes
y mercancías pasaban, o eran arrojados, a una gabarra o a
varios botes pequeños, que lo llevaban todo a los carros
en que, finalmente, salía del agua. Si el calado no
resistía una quilla, por escasa que fuese, las
irregularidades del fondo lo hacían en algunos puntos
excesivo par alguna de las ruedas de los vehículos, que
encallaban o volcaban, arrastrando su carga al desastre. Padre e
hijo presenciaron un desembarco, pendientes del bamboleo y los
sobresaltos de los carros, del griterío de los que
temían ahogarse en aquel tramo de su odisea, que
imaginaban último, y de las voces de quienes, de pie en
los pescantes, guiaban a las bestias. Ramón
abandonó la contemplación de las inmundicias que
las llantas arrancaban del limo y sacaban a la superficie cuando
su padre fue a reunirse con un mayoral de mirada
torcida".

Un personaje dice, en esa novela, que a Sarmiento le
parecía mal que se abrieran escuelas italianas, o
alemanas, o inglesas". Otro interviene: ""Era lógico que
le pareciera mal. (…) No estaba loco. (…) Un Estado.
Quería un Estado, con mayúscula. Y eso se hace con
la escuela
pública. Esto no puede ser eternamente un
centón mal cosido. La gente que llegue tiene que
adaptarse, recomponerse, mezclarse para formar una raza
argentina".

En la Semana Trágica de 1919 –cuenta otro
personaje- "se desató la caza del ruso. Así lo
llamó la prensa. Eso del ruso… es un término muy
amplio, que alude al judío, el polaco, el húngaro,
al que se supone comerciante, o bolchevique, o terrorista, no
importa lo incongruentes que parezcan estos términos…
(…) los jóvenes que poco después serían
organizados en la Liga Patriótica, armados, tomaron al
asalto el barrio de Once, el barrio judío,
identificándose con un brazalete celeste y blanco,
apedreando tiendas y deteniendo a cuanto peatón con barba
se les pusiera a tiro".

María Angélica Scotti evoca, en Diario de
ilusiones y naufragios (13), la vida de una inmigrante
española, desde que viaja con su madre catalana y la
pareja de la mujer, un italiano que conoce a bordo. "El primer
recuerdo que me aparece es el viaje", dice la protagonista de la
novela que mereció el premio Emecé 1995/6, el
Primer Premio Municipal de Buenos Aires "Eduardo Mallea" l999 y
Segundo Premio Regional de la Secretaría de Cultura de la
Nación.

"En verdad, es más lo que me contaron que lo que
vi con mis propios ojos –continúa. No sólo
porque era muy pequeña sino también porque hice la
travesía encerrada en un camarote muy especial:
viajé oculta bajo las faldas de mamita", porque "apenas
zarpamos de Barcelona, mamita notó que yo tenía el
cuerpo y las mejillas repletos de manchuelas coloradas. Ella ya
había oído decir
que a los enfermos los obligaban a bajar en el primer puerto, y
por eso resolvió esconderme".

En La matriz del infierno (14), Marcos Aguinis relata:
"Rolf había tenido que viajar en tren a la austral
Bariloche. (…) El almanaque que colgaba en la vasta cocina del
conventillo donde bebió café antes de dirigirse a
la estación terminal le recordó que ya era el 11 de
febrero de 1930. Don Segismundo, mientras sorbía
ruidosamente de su tazón, trató de infundirle
ánimo y le aseguró que Bariloche era
bellísimo, que encontraría allí los
panoramas disfrutados en su infancia, en las vecindades de la
Selva Negra. Muchos inmigrantes austríacos, suizos y
alemanes la había elegido por su semejanza con la tierra
natal".

En La última carta de
Pellegrini, de Gastón Pérez Izquierdo, escribe el
protagonista: "La afluencia de inmigrantes seguía
transformando la fisonomía física y social de la
metrópoli con sus gritos, sus palabras mal pronunciadas,
sus risas y sus nostalgias por la tierra dejada. En ese fragor
positivista algunas pequeñas señales cada tanto
advertían que éramos de carne y hueso y no
estábamos en el Paraíso Terrenal. Las condiciones
deficientes de alojamiento de los inmensos contingentes de
extranjeros que desembarcaban pronto causaron una alarma general:
un brote de cólera
amenazaba con expandirse como epidemia y salirse de control. Para
una ciudad que todavía guardaba en su memoria colectiva
los horrores de la fiebre amarilla la noticia cayó como el
anuncio de la llegada de los cuatro jinetes. El Presidente
convocó de urgencia al gabinete y concurrí a la
reunión para proponer medidas intrépidas, como las
que se recordaban de los tiempos de la epidemia maldita"
(15).

En Moira Sullivan (16), de Juan José Delaney, la
protagonista escribe una carta fechada en 1932, en la que
expresa: "Debo decir que pese a que los hijos de Erín se
jactan de haberse integrado con el resto de la población,
la verdad no es exactamente así. Tienen sus propios
colegios, sus propios templos y clubes, y quien comete la
osadía de casarse con un "nap" (¿napolitano y por
extensión italiano?) o con un "gushing" (derivado,
probablemente, del verbo inglés to gush, que significa
hablar con excesivo entusiasmo y que es un neologismo para aludir
a los gallegos y también por extensión a los
españoles), se aíslan o son lenta pero
inexorablemente segregados. En verdad esto ocurre con casi todas
las comunidades extranjeras que se han radicado acá:
árabes, armenios, ucranios y, muy especialmente,
judíos. Para no hablar de los británicos que a su
injustificado desdén agregan cierto cinismo
ancestral".

María Esther de Miguel evoca, en Un dandy en la
corte del rey Alfonso, la actitud de los hombres del 80 ante el
aluvión inmigratorio. Se trataba de "una tanda de hombres
intelectuales
y bien pensantes que pasarían a la historia, según
decían, porque se dedicaban a ser diplomáticos,
escribir libros interesantes y sacar adelante el país,
sobre todo por el esfuerzo de los inmigrantes que habían
llegado para ‘laburar’, como decían ellos.
Aunque los habían confinado en fábricas, saladeros
y conventillos, los pobres se manejaban bien y sacrificadamente,
y no pasaría mucho tiempo sin que la mayoría de
ellos tuvieran, de acuerdo a los sueños que los
habían transportado a América, ‘m’hijo
el dotor’ " (17).

Tínkele, bielorrusa sobreviviente de Auschwitz,
es uno de los personajes de Hija del silencio, de Manuela
Fngueret. A ella "Se le mezclan las historias con la suya. La
llegada a Buenos Aires, el primer día de trabajo en la
fábrica de camisetas a unas cuadras de la casa de sus
primos. Allí emplean también a otras mujeres
inmigrantes como ella: italianas, españolas o polacas, con
las que casi no intercambian palabra en agotadoras jornadas de
trabajo. Una Babel de rostros e idiomas" (18).

Francesas e inglesas, probablemente inmigrantes, se
empleaban como institutrices. En La noche que me quieras: "Arturo
era un muchacho educado; se vestía bien, por supuesto, se
las arreglaba con los idiomas. Algo le había quedado de
tantas profesoras franchutas e inglesas de cuando era borrego"
(19).

En La logia del umbral, de Ricardo Feierstein, narra uno
de los personajes, que vivía en Villa Pueyrredón, a
mediados del siglo pasado: "Por las mañanas, en la escuela
pública donde todos concurríamos, conviví
con el inglés Stanley y el italiano Badaracco,
protagonistas de una pelea memorable donde vi correr sangre por
primera vez; con el galleguito Pérez y un francés
medio raro que se hacía dibujos en las
manos con hojitas de afeitar" .

Otro personaje afirma: "Incluso, antes de la guerra,
vinieron judíos de Alemania,
Holanda y Polonia. Esto era Sión para ellos, la tierra de
la libertad, de la leche y la
miel, donde pudieron salvar sus vidas y tratar de rehacerlas.
Más polacos y lituanos llegaron después, en los
años ‘40" (20).

En Lunas eléctricas para las noches sin luna,
escribe Belén Gache: "Al igual que Mirko y mis padres, han
llegado a estas tierras personas provenientes de Hong Kong, de
Túnez, de Madeira, de Angola y del Orinoco. Si uno juntara
los nombres de todas ellas, seguro se
formaría, a su vez, un océano, un gran
océano de nombres" (21).

"Editorial Losada publicó Mientras la luz se va, novela
de Noemí Cohen (216 pp). Esta es la historia de Elena, una
joven sefardí que viaja desde Alepo a la Argentina, a
principios del siglo XX, para encontrarse con su futuro y
desconocido esposo. Pero es también la parábola de
Setti, a quien Elena conoce en el interminable viaje hacia
América y que se ha embarcado para restañar la
herida de haber sido repudiada por su marido y haber perdido
contacto con su única hija. Y es, además, la
peripecia de Amparo, una
andaluza alegre pero sumida en la desgracia de un novio muerto
por amor a la anarquía en el sur argentino. Y es, entre
otras, la historia de Elenita, la nieta adorada de Elena que,
víctima de la última dictadura militar
argentina, repite el camino de exilio de su abuela. Noemí
Cohen ha creado, con esta novela admirable, un delicado tapiz
donde se traman los destinos de un puñado de mujeres de
ayer y de hoy. Las separan la edad, la lengua, la cultura o la
religión,
pero las une sutilmente una similar voluntad de conocimiento,
de libertad, de belleza y de justicia"
(22).

En 2006, El camino del norte (23), de Horacio
Vázquez-Rial, ganó el Premio de la Editorial Norma
de Bogotá, Colombia. "Entre
otros personajes que desfilan por la páginas del libro
-comenta Antonio Requeni- figura Lustiger o Heisenberg, ex
oficial nazi, colaborador de Martín Borman, que
llegó a la Argentina en tiempos de Perón,
organizó con Ante Pavelic la ‘sección
especial’ y le enseñó métodos de
tortura al comisario Lombilla" (24).

Elías Scherbacovsky es el autor de El Padre de
los Monos (25), novela en la que aparecen personajes polacos y
rusos.

"El padre de los monos era un hombre tangente, con una
órbita propia. Un hombre que, engañosamente, de a
ratos, parecía que sí, que iba a engranar con todos
nosotros… pero no. No rodaba con la patria, tampoco con
el universo,
en el cual caben los que no caben en las patrias. A primera vista
era un bulto ovillado y dormido con medio cuerpo sobre una mesa.
Nunca lo vi enfermo y nunca nadie lo vio acostado. No tenia cama.
Tampoco recuerdo que estornudara. Parecía un hombre de
casualidad, sin reproches contra nada ni nadie, y esto lo
hacía particularmente peligroso para los que, mirando de
frente, sin ver a los costados, rodábamos con la
ambición de ser mas que un hombre" (26).

Notas

1. López, Lucio V.: La gran aldea, Costumbres
bonaerenses. Buenos Aires, CEAL. (Capítulo).

2. Garasa, Delfín Leocadio: La otra Buenos Aires.
Paseos literarios por barrios y calles de la ciudad. Buenos
Aires, Sudamericana-Planeta, 1987.

3. Martel, Julián: La Bolsa. Buenos Aires,
Huemul, 1979. Prólogo de Diana Guerrero.

4. Güiraldes, Ricardo: Don Segundo Sombra. Buenos
Aires, CEAL, 1979. 216 pp. (Capítulo).

5. Marechal, Leopoldo: Adán Buenosayres. Buenos
Aires, Sudamericana.

6. Zappietro, Eugenio Juan: De aquí hasta el
alba. Barcelona, Hyspamérica, 1971

7. Betti, Atilio: La noche lombarda. Buenos Aires, Plus
Ultra, 1984.

8. Orgambide, Pedro: Hacer la América. Bruguera,
1984.

9. Orgambide, Pedro: "La literatura en tiempos de
intolerancia, identidad y narración", en Feierstein,
Ricardo y Sadow, Stephen A. (comp.): Recreando la cultura
judeoargentina/2 Literatura y artes plásticas Tomo 1.
Buenos Aires, AMIA/ Editorial Milá, 2004.

10. Isaac, Jorge E.: Una ciudad junto al río.
Buenos Aires, Marymar, 1986.

11. Giardinelli, Mempo: op. cit.

12. Vazquéz-Rial, Horacio: op. cit.

13. Scotti Buenos Aires, Emecé, 1996.

14. Aguinis, Marcos: La matriz del infierno. Buenos
Aires, Sudamericana, 1997.

15. Perez Izquierdo, Gastón: La última
carta de Pellegrini. Buenos Aires, Sudamericana, 1999.

16. Delaney, Juan José: Moira Sullivan. Buenos
Aires, Corregidor, 1999.

17. Miguel, María Esther de: Un dandy en la corte
del rey Alfonso. Buenos Aires, Planeta, 1999.

18. Fingueret, Manuela: Hija del silencio. Buenos Aires,
Planeta, 1999.

19. Torres Zavaleta, Jorge: La noche que me quieras.
Buenos Aires, Emecé, 2000.

20. Feierstein, Ricardo: La logia del umbral. Buenos
Aires, Galerna, 2001.

21. Gache, Belén: Lunas eléctricas para
las noches sin luna. Buenos Aires, Sudamericana, 2004.

22. S/F: "Novela de Noemí Cohen en Losada", en
Raíces, www.revista-raíces.com. Noviembre de
2005.

23. Vázquez-Rial, Horacio: El camino del norte.
Norma, 2006. 216 pp.

24. Requeni, Antonio: "Pasado, presente y realidad", en
La Nación, Buenos Aires, 24 de diciembre de
2006.

25. Scherbacovsky, Elías: El padre de los monos.
Buenos Aires, Milá, 2007. 340 páginas.
(Imaginaria)

26. S/F en Scherbacovsky, Elías: El padre de los
monos. Buenos Aires, Milá, 2007. 340 páginas.
(Imaginaria)

 

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