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La diplomacia pública: Una oportunidad para recontar la Argentina a los italianos (página 4)




Enviado por Mat�as Marini



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II.3.1.1. La diáspora, una embajadora
itinerante

En la última fase de la Segunda Guerra
Mundial, un año después de que Italia
capituló y quedó dividida entre los partisanos y
la
República de Saló, al Norte, la primacía
británica en la gestión
internacional de los asuntos italianos comenzó a ceder
lugar a la angloamericana. Si bien signadas por desconfianza
mutua, la relación ítalo-estadounidense
comenzó a mejorar a partir del verano de 1944. El cambio de
clima se
debió en cierta medida al mensaje público del
presidente Franklin Delano Roosevelt hacia la población italiana. En noviembre de aquel
año el mandatario debía enfrentar las elecciones
para renovar su mandato. Ya para entonces el electorado italiano
(nativo y oriundo) en su país era de envergadura y
manifestaba su disconformidad por la forma en que el presidente
trataba a su país luego de la caída de
Mussolini.

Al comienzo de la era republicana, el premier italiano
Alcide De Gasperi impulsó mediante sus diplomáticos
un intenso trabajo de
persuasión en las conferencias de París hacia los
países vencedores de la guerra que
contaran con una considerable presencia de comunidades de origen
italiano. El país era notoriamente marginado de los
procesos de
decisión luego del conflicto.

Winston Churchill, primer ministro inglés
durante la Segunda Gran Guerra, fue objeto de la presión
ejercida por la comunidad
polaca residente en la isla para que el Reino Unido apoyara a
Polonia contra la Unión Soviética.

Hoy, el presidente de EE.UU. no puede modificar su
política
exterior hacia Cuba sin pasar
por la comunidad cubana de la Florida, a menos que desee poner en
riesgo el
reservorio de votos republicanos.

Estos ejemplos quizá parezcan marginales en la
historia moderna,
pero demuestran cómo la presencia de las colectividades
extranjeras determina cambios de rumbo de la política
exterior del país que los hospeda: los expatriados
kosovares en Europa
occidental, por ejemplo, han ejercido presión en los
países anfitriones para que en el Consejo de Seguridad de la
ONU voten a favor
de la independencia
política de Kosovo.

En la diplomacia cultural adquieren importancia los
grupos humanos
dispersos que abandonan sus tierras de origen. La presencia de la
comunidad argentina en el exterior no debe desestimarse. Desde
1966, año del cuarto golpe de Estado
argentino del siglo XX, se inició un proceso
emigratorio conocido como "fuga de cerebros": destacados
científicos e intelectuales
abandonaron el país por motivos políticos para
desarrollar sus tareas en países como EE. UU.,
Canadá e Israel. Luego,
con el golpe de 1976 artistas y escritores se exiliaron en
Europa, donde cumplieron una intensa agenda de información para poner en conocimiento
del público europeo la realidad de los desaparecidos y las
violaciones a los derechos humanos.
A los motivos políticos se sumaron más tarde las
causas económicas de la inflación de fines de los
años ochenta y la quiebra de los
sistemas
político, económico y financiero en 2001.
Cíclicamente, casi década mediante, el declive del
país propició la masiva partida de ciudadanos.
Aunque el proceso de fuga comenzó a desacelerarse a partir
de 2003, la magnitud de la comunidad argentina en el exterior
ofrece a la diplomacia una oportunidad de mostrar al mundo las
virtudes del país y comenzar así a revertir su
alicaída imagen de
nación
desarticulada en muchos de sus aspectos.

La diplomacia cultural puede intercomunicar las
distintas colectividades de argentinos en el mundo, facilitando
canales autónomos de intercambio, con el propósito
de difundir la cultura del
país sin necesidad de acudir a la presencia de onerosas
figuras del espectáculo. Las embajadas podrían
activar bases de datos de
argentinos empeñados en difundir particulares sobre el
país y proveerles asistencia técnica e
intelectual.

El alto nivel de integración social con las nuevas
comunidades extranjeras demostrada por muchos italianos
inmigrantes los convirtió en embajadores involuntarios de
su país. Esto significó y significa aún para
Italia oportunidades de crear acuerdos comerciales con los
países hospedantes de la diáspora. Así lo
reconoció el citado Occhiucci: "Son más los
argentinos que vienen a Italia que los italianos que van a la
Argentina (…). Se pierden los vínculos de identidad
cultural. Esto se debe también a la incapacidad de
relacionarse. Lo que estoy tratando de comunicar es que si se
mantuviese una relación de identidad cultural más
fuerte entre los gobiernos y las oficinas culturales
habría más intercambio (…). Creo que estas
comunidades [se refiere a la presencia italiana, alemana y
hebrea en la Argentina
] han determinado un impulso hacia
formas de internacionalización que quizá no han
pasado ni siquiera por los canales estatales. Es decir, los
flujos de inmigración de las diversas etnias han
mantenido de todos modos un vínculo con la cultura de
origen, lo que crea el intercambio" (art. cit. en
Anexo).

Para asistir a tamaña comunidad, se
conformó en Italia el CGIE (Consejo General de los
Italianos en el Exterior), un organismo que oficia como consejero
del gobierno y del
parlamento sobre los temas de interés de
la comunidad italiana residente en el extranjero. El organismo se
compone de 94 consejeros, de lo cuales 65 resultan electos en el
exterior y 29 son nombrados por el gobierno nacional.
Aúna, a su vez, a todos los Com.It.Es (Comité de
los Italianos en el Exterior) que operan en las jurisdicciones de
los consulados italianos y que reciben a diario las peticiones de
los italianos que viven de forma permanente en el extranjero. Sus
autoridades votan en las elecciones para renovar al CGIE. Los
Com.It.Es, cuyos dirigentes son elegidos en comicios regulares
por los ciudadanos italianos, son entidades intermedias que
cualifican la relación entre las demandas de la ciudadanía y las estructuras
estatales (los consulados).

Pero el viceministro para los italianos en el Mundo del
gobierno Prodi, Franco Danieli, advirtió que "existe un
extraordinario protagonismo de una vastísima pluralidad de
sujetos, [lo que] frecuentemente se traduce en un desequilibrio,
una ineficacia en la gestión de los recursos
económicos. Me refiero también a las iniciativas de
sujetos privados. Falta un marco estratégico unitario
dentro del cual colocar las distintas iniciativas" (ver entrevista con
el autor en Anexo).

Es necesario ahora confirmarlo: la diáspora es
uno de los componentes de la diplomacia pública que la
coloca como herramienta para el desarrollo,
costado que aquí nos interesa. Gracias a las comunidades
presentes en el exterior, Italia sigue dando a conocer su Made
in Italy
. En muchos de los países donde mayor fue la
inmigración italiana existen mercados donde
los productos
itálicos son apreciados por su calidad. "En el
mercado
globalizado el vínculo cultural con los italianos en el
exterior puede constituir una reserva para multiplicar las
colaboraciones industriales, favoreciendo tanto a las inversiones
italianas en el exterior como a las inversiones extranjeras en
Italia", explica Giandomenico Magliano, director general para la
Cooperación Económica y Financiera Multilateral del
Ministerio italiano de Asuntos Exteriores. Las asociaciones de
italianos residentes en el extranjero participan en la estrategia del
gobierno italiano para aumentar el intercambio comercial y
cultural.

La masiva presencia de conciudadanos en el exterior
imprimió en la administración
pública de la Península estructuras
inéditas, como el Ministero per gli Italiani nel Mondo,
una cartera dependiente de la Presidencia del Consejo de
Ministros, que tiene sus propias misiones, más allá
del clásico ministerio de Asuntos Exteriores (con el
cambio de gobierno en mayo de 2006 pasó a ocupar la
categoría de viceministerio "con billetera", es decir con
partidas presupuestarias propias). A la red diplomática y a
las sedes consulares se sumaron los 89 institutos italianos de
Cultura en el exterior, entes abocados a difundir la producción cultural de su país
mediante conferencias, espectáculos, ciclos de cine, cursos
de idioma, becas de estudio.

Esta acción
del gobierno italiano coincide con la definición aportada
por el diccionario de
Relaciones
Internacionales del Departamento de Estado de EE.
UU.: "La diplomacia pública se refiere a programas
auspiciados por el gobierno y destinados a informar o influir en
la opinión
pública en otros países; su principal
instrumento son las publicaciones, las películas, los
intercambios culturales, la radio y
la
televisión."

En la Argentina existen dos de estos institutos, uno en
Buenos Aires y
otro en la provincia de Córdoba. Durante 2005, a treinta
años de la muerte de
Pier Paolo Pasolini, las retrospectivas del cineasta estaban
disponibles al público argentino casi en la misma media
–cuando no en mayor- que en Italia. Los periódicos
locales imprimieron extensos suplementos dedicados al cineasta al
tiempo que sus
películas eran exhibidas a bajo costo y con el
auspicio del Instituto Italiano de Cultura. También
resulta frecuente encontrar centros culturales argentinos
realizando homenajes a directores como Roberto Rossellini,
Giuseppe Tornatore, Federico Fellini y Ettore Scola.

En el resto de Europa están los ejemplos del
British Council (Inglaterra), la
Alliance Française (Francia,
pionera en la materia,
eligió a Italia como primer destino), la asociación
Dante Alighieri (Italia), el Goethe Institut y la Alexander von
Humboldt Stiftung (Alemania), el
Instituto Cervantes
(España)
y, en Asia, la Tokyo
Foundation (Japón).
También en Asia, China cuenta
con su Instituto Confucio. El primero fue emplazado en Estocolmo
en febrero de 2005 y desde enero de 2006 opera otro en Francia,
en la Université de Poitiers; son sólo 2 de los 17
institutos Confucio en el exterior, aprobados por el ministerio
de Educación
chino y la Oficina Nacional
para la Enseñanza del Mandarín. El gobierno
chino planea abrir otras cien sedes para difundir su pedagogía y su cultura.

El British Council es uno de los ejemplos más
ricos. Creado en 1934 como organización semigubernamental encargada de
las actividades culturales británicas en el exterior, en
su declaración de propósitos hallamos un verdadero
programa de
diplomacia cultural. Declara sus objetivos
"para ampliar en el exterior el
conocimiento de la vida y del pensamiento de
los británicos; y para promover un mutuo intercambio de
conocimientos e ideas con otras personas. Para fomentar el
estudio y uso del idioma inglés; (…) para poner a
otras personas en contacto cercano con los ideales y las
prácticas británicos en los ámbitos
educativo, industrial y gubernamental; para poner a
disposición los beneficios de las actuales contribuciones
británicas a la ciencia y a
la tecnología; y para ofrecerles oportunidades
de apreciar la producción literaria británica
contemporánea, las bellas artes,
teatro y música" (Taylor op.
cit.
, 80). Ante el definitivo ocaso de su pasado imperial y
de primus inter pares en Europa, la isla decidió
jugar la carta de una
política de prestigio que compensara la erosión de
su poder
fáctico.

Pero el fenómeno de la diáspora no siempre
resulta comprensible para los ciudadanos que no emigraron,
quienes a menudo ven con desconfianza el empeño de
la
administración pública en ocuparse de ella. La
prensa
italiana casi no hace mención de las comunidades en el
exterior y muchos habitantes de la Península no tienen
noticia de la existencia de una cartera en la política
exterior especialmente diseñada para atender a la
diáspora. "Hubo una lenta toma de conciencia sobre
la importancia del network étnico italiano",
subrayó el viceministro Danieli, para quien existe una
visión provinciana del fenómeno por parte de la
clase
política y de los medios
italianos. El funcionario explica el renovado interés de
la opinión pública por la diáspora gracias a
la elección en los comicios de 2006 de los primeros
dieciocho legisladores italianos elegidos en el exterior, cuya
presencia fue decisiva para la formación de la
mayoría de gobierno y para el posterior sostén de
la coalición hasta enero de 2008. "Esta centralidad
objetiva –agregó Danieli– ha reabierto un poco
la atención. Pero la ha reabierto con el
espíritu del chismorreo, del voyeurismo político.
No hay una comprensión real y profunda de la importancia
de la comunidad italiana en el mundo (…). Todavía
no es un sentir común y vasto, sobre todo en lo que se
refiere a la opinión pública. Los medios
están aún ausentes; se habla de comunidad italiana
cuando hay fenómenos trágicos o cuando hay
algún chisme particular" (ver Anexo).

III.
Argentina: desde
América
latina hacia Europa

"… ma misi me per l’alto
mare aperto sol con un legno…"

Dante, Infierno, canto XXVI.

 

La reflexión teórica latinoamericana en
materia de política exterior ha girado sobre algunos ejes
vertebrales: el empeño por el desarrollo nacional, la
industrialización y la puja por modificar el deterioro en
los términos del intercambio comercial hacia un nuevo
orden mundial equitativo, de relaciones mutuamente beneficiosas,
con acuerdos de tipo win-win en el que los socios obtengan
su beneficio sin ir en detrimento del otro. El Mercosur no
escapa a este objetivo.

La historia del pensamiento estructuralista
latinoamericano en relaciones internacionales ha siempre hecho
hincapié en la díada centro-periferia como dos
caras de una misma moneda; una realidad estructural en donde el
subdesarrollo
no es un proceso independiente, una etapa previa del desarrollo,
sino, por el contrario, una condición contemporánea
para la existencia de polos mundiales de desarrollo. El
subdesarrollo es parte de la ontología del desarrollo, no su
versión anterior.

El núcleo del argumento estructuralista
sostenía que "la economía
mundial está compuesta por un centro de países
altamente industrializados y una amplia periferia subdesarrollada
(…). El progreso técnico que lleva a aumentar la
productividad
y al desarrollo
económico es la fuerza
conductora de este sistema, pero el
avance técnico tiene diferentes consecuencias para el
centro industrializado, debido a rasgos estructurales de las
economías menos desarrolladas y a la división
internacional del trabajo heredadas del pasado (…), los
frutos del progreso técnico y del incremento en la
producción son así retenidos en la economía central y absorbidos por una
apreciable fracción de la sociedad"
(Bernal-Meza op. cit., 135).

La división internacional del trabajo,
cuestionada desde la década de los cuarenta por el
pensamiento de la CEPAL (Comisión Económica para
América
latina), persiste aún como realidad que escinde a un
grupo de
naciones proveedoras de materias primas o productos sin valor agregado
de otro compuesto por países manufactureros, hacedores del
proceso de industrialización. De lleno en el siglo XXI, la
exportación de materias primas, con
reducidos casos que incluyen algún grado de
transformación, sigue siendo uno de los problemas
centrales para explicar la insuficiente participación de
los países latinoamericanos en los flujos del comercio
mundial (cfr. Gejo 1993, 137). Las principales mercancías
exportadas a Europa por América latina y el Caribe son
productos agrícolas, material de transporte y
energía, a tal punto que la UE tiene un déficit
comercial con esta región en este tipo de productos,
mientras que en el resto de los sectores registró un
excedente comercial (cfr. Comisión Europea
2004).

La vieja preocupación de la escuela
latinoamericana por el desarrollo de la periferia como adecuado
mecanismo de integración en el sistema mundial recobra
vigencia luego de que la retórica del neoliberalismo
en los años ochenta y su versión sudamericana de
los noventa propiciara una visión economicista del
desarrollo, en la que la palabra "crecimiento", entendido como
acumulación de riquezas con el PIB como
índice, reemplazó a la de "desarrollo", que alude a
la inclusión social, la mejora cultural, el bienestar
general, el empleo y la
distribución del ingreso.

En definitiva, se trata de un crecimiento
económico que no se desvincule de las condiciones de
vida de la sociedad. Por esto, aquí se prefiere subrayar
las restantes dimensiones de desarrollo, ya señaladas en
los debates de la UNESCO hace más de tres décadas
cuando se entendió que el proceso comprende elementos
sociales, educativos, culturales, de calidad de
vida y justicia
social; dimensiones que encuentran incluso en la
comunicación un continente válido y que la
diplomacia pública puede traducir en estrategias
coadyuvantes.

En América latina el concepto de
desarrollo es esencialmente inseparable de la gobernabilidad.
Existe un consenso entre los países de la región
sobre la dificultad de lograr un crecimiento sostenible con
exclusión
social. Sin condiciones de prosperidad, las variables
sociales pueden desestabilizar el orden institucional. De
ahí que, como se dijo, una buena política exterior
empieza por un diagnóstico local: se trata de traducir
necesidades internas en posibilidades externas. Los programas de
desarrollo son incluso reconocidos por algunos teóricos
del realismo como
la única vía para que los Estados periféricos (como Argentina) generen una
auténtica base de poder nacional en el largo
plazo.

III.1. Breve diagnóstico de la
situación argentina y regional

La inserción y participación de las
naciones de América latina en el escenario mundial conjuga
dosis de determinismo interno y externo. Pero a pesar de la cuota
de determinismo estructural (externo) que señaló el
pensamiento latinoamericano, más la persistencia de
crisis
político-económicas en la región, "su
creciente marginalidad con
respecto a los flujos financieros, comerciales y
tecnológicos mundiales, la importante pérdida
registrada en su capacidad de incidir en la orientación de
las decisiones principales del sistema y el alto grado de
dependencia económica de EE. UU.; aún resta una
porción sustantiva de decisión en manos propias"
(Tomassini op. cit., 102). Es esta porción
sustantiva de autonomía la que parece crecer en los
últimos años.

Desde una lectura basada
exclusivamente sobre relaciones de fuerza y acumulación de
poder, las naciones latinoamericanas pueden adolecer de
protagonismo. Pero América latina es una de las regiones
más privilegiadas del mundo. En comparación con el
tamaño de su población, sus recursos son
abundantes. Cuenta con múltiples fuentes de
energía y alimentos y
está alejada de las principales zonas de tensión
internacional. Con la excepción de Bolivia y -en
parte- México,
sus conflictos
étnicos, religiosos o lingüísticos son
escasos.

Sudamérica sigue avanzando en sus procesos de
democratización. Se consolida en la defensa de los
derechos humanos
(la Argentina ha ratificado gran parte de los tratados
regionales y universales de derechos humanos y, a diferencia de
otras tantas naciones, les ha otorgado rango constitucional). Es
una zona donde no prolifera el armamento nuclear y su
único foco de terrorismo
permanente, la narcoguerrilla de las FARC (Fuerzas
Armadas Revolucionarias de Colombia),
está vinculado con un tipo de acción armada de
reivindicación económico-territorial y no religiosa
o étnica, como ha sucedido con algunos casos europeos
(vg. el IRA).

Según datos de la
CEPAL, las economías de los países de
América latina transitan el cuarto año consecutivo
de crecimiento y el PIB ha aumentado 4,3% en 2005 (cfr.
Salafranca op. cit., 4). Con la expansión de 2006,
el subcontinente habría acumulado un aumento del PIB
regional de 17,6%. La región está alejándose
de las décadas de inflación crónica que en
los ochenta y noventa desquiciaron a la Argentina, Bolivia,
Perú, Brasil y
Nicaragua. Desde 1950 la población de la zona se ha
más que triplicado; la esperanza de vida al nacer
pasó de 51 a 73 años y la mortalidad infantil se
redujo en un 83%, al caer desde 128 a 22 muertes por cada 1000
nacimientos con vida. También se incrementaron los
índices de alfabetización y escolarización
(Reid, 2007).

Es también una rica potencia
ambiental gracias a su biodiversidad,
sus reservas energéticas (petróleo y gas),
alimenticias y acuíferas. Desde fines de 2005 se planea la
construcción de un gasoducto de 8000
kilómetros que uniría Venezuela,
Brasil, Bolivia y Argentina; y de una refinería de
petróleo en el noreste del país
carioca. Luego de treinta años de continuidad en sus
políticas de Estado y en coincidencia
temporal con la caída de la capacidad de producción
petrolera de la OPEC, Brasil está alcanzando su independencia
energética gracias a sus programas de etanol, biodiesel y
extracción costera. La producción agrícola
de energía funciona hoy como nuevo punto de encuentro
comercial entre EE.UU. y América del Sur. Su fomento ya
produjo consecuencias en las economías de los
países exportadores (México y Brasil):
inflación, desabastecimiento alimenticio, deforestación y extranjerización de
las tierras.

Según datos del Foro Mundial del Agua,
América del Sur posee el 28% del agua potable
del planeta. Esto la convierte en una de las regiones con mayores
recursos hídricos. Debajo de los territorios de cuatro de
los cinco miembros del Mercosur (Brasil, Uruguay,
Paraguay y
Argentina) fluye el gigantesco Acuífero Guaraní, una de las últimas reservas
subterráneas de agua dulce del planeta, cuya magnitud es
capaz de satisfacer una demanda masiva
en un mundo de predominante agua salada, no potabilizada y
plagado de territorios en donde la escasez de este
recurso representará un serio problema. La relevancia
estratégica del recurso motivó en Bolivia la
creación del ministerio del Agua.

Desde el plano teórico, se suele dividir a
América del Sur en dos corredores que distinguen a los
países andinos de los del Cono Sur; los del océano
Pacífico y los del Atlántico. Por un lado, la
llamada "medialuna de los conflictos" (formada en gran parte por
las naciones de la desmembrada Comunidad
Andina de Naciones: Venezuela, Colombia, Ecuador,
Perú, Bolivia y Paraguay); por el otro, la "medialuna de
la estabilidad e incógnitas", integrada por Brasil,
Argentina, Uruguay y Chile -pretendida estabilidad que en el caso
argentino no es percibida en Italia, según se verá
en los resultados del capítulo IV.2.

Esta última región del subcontinente
ostenta importantes niveles de cooperación
económico-cultural y la casi desaparición de los
tradicionales conflictos bilaterales de disputas territoriales o
contiendas geopolíticas, si bien últimamente
resurgió el reclamo boliviano hacia Chile por una salida
al océano Pacífico. El caso chileno es quizá
el más elogiado de América latina en los
términos de su inserción comercial mundial, imitado
desde 2007 por Perú. La competitividad
de su economía ocupa la 27a posición en
un ranking de 177 países, superando a naciones
desarrolladas de varios países europeos. Chile evidencia
un modelo
económico de mayor solidez en la zona, construido desde
hace quince años por una misma coalición de
gobierno (la Concertación, formada por la Democracia
Cristiana y el Partido Socialista), aunque su disímil
distribución del ingreso se halle entre los más
pronunciados de la región.

América latina registra el mayor índice de
desigualdad
social y peor distribución del ingreso del planeta,
igualado sólo por África
subsahariana. Sus discontinuos períodos de crecimiento
económico no fueron acompañados por una esperable
distribución de la riqueza. La brecha entre los sectores
de consumo se
agigantó. Con las excepciones de Uruguay y Costa Rica, que
siempre registraron los mejores coeficientes de Gini
(índice de distribución), el resto de las naciones
mantiene la endémica desigualdad social, con Brasil a la
cabeza. El Informe del
Programa de Naciones Unidas
para el Desarrollo (PNUD) para 2005 reveló que de los 550
millones de latinoamericanos, más de 220 millones son
pobres y unos 100 millones extremadamente pobres, personas que
viven con menos de 1 dólar al día. El Indec
(Instituto Nacional de Estadísticas y Censos argentino)
informó que en 2005 la Argentina aumentó treinta
veces la distancia entre el 10% de la población con
mayores ingresos y el 10%
más pobre.

En el bienio 2004-2005, después de veinticinco
años, la región latinoamericana volvió a
crecer en un porcentaje mayor que el promedio universal. De
acuerdo con el FMI, la
región crecerá 4,2%. Para la CEPAL, en cambio, el
alza será de 4,8%. Pero el crecimiento no ha logrado
aún disminuir la brecha social. En América latina
la exclusión del mercado y la reducción del poder
adquisitivo de la ciudadanía ha desembocado en agitaciones
sociales capaces de desestabilizar la continuidad de los
gobiernos (allí están los casos argentino de 2001 y
boliviano de 2003). Una vez más, aparece la
relación dialéctica entre desarrollo y
gobernabilidad.

En su Índice de Desarrollo
Humano, dado a conocer en noviembre de 2006, el PNUD coloca a
la Argentina a la cabeza de las naciones latinoamericanas con
mayor desarrollo humano. Pero el país sigue siendo
dramáticamente desigual: mientras en la capital se
alcanzan índices de desarrollo equiparables a los
italianos o belgas, basta recorrer provincias como Misiones,
Chaco y Formosa para encontrarse con índices africanos. La
Argentina de las últimas décadas no conoció
un desarrollo económico sostenible; ha más bien
oscilado entre fases de crecimiento y recesión con mayor
frecuencia que la mayoría de los países de la
región. Esto contribuyó a que desde los años
setenta el país tuviese una de las tasas de crecimiento
más bajas de América latina.

Sin embargo, luego de su crisis de 2001, el país
alcanzó catorce trimestres consecutivos de crecimiento a
partir del segundo trimestre de 2002 (superando al anterior ciclo
alcista de 1995-1998). Concluyó el 2006 con un crecimiento
anual de su PIB de 8%, el corolario para cuatro años de
expansión a tasas chinas. El país "viene creciendo
a tasas asiáticas y eso es muy apreciado desde Europa",
declaró el jefe de la delegación de la UE en la
Argentina, en julio de 2006. En los primeros meses del mismo
año, la Argentina acumulaba un crecimiento de su PIB de
9,1%, ligeramente superado por China, con 9,5%. El crecimiento
argentino superó por amplio margen al brasileño y
al de actores centrales del sistema económico mundial como
EE. UU. (3,4%), Europa (2%), Rusia (7%),
India (7,3%) y
Japón (2,8%).

La Argentina es uno de los países más
ricos y desarrollados de América latina en términos
de recursos
humanos y naturales. Logró incorporar a un amplio
sector de su población en términos de derechos
sociales. En 2001, luego de cuatro años de
recesión, contaba con más de la mitad de la
población bajo la línea de pobreza; una
desocupación de 21%; una caída del
PIB de 16%; una deuda por más de 132 mil millones de
dólares; una fuga de capitales por más de 26 mil
millones de dólares y el índice de riesgo
país más alto del mundo (Alberti 2005,
24).

Luego de su más extensa y profunda
recesión económica en un siglo y medio (desde 1998
a 2002), la Argentina alcanzó el mayor superávit
primario consolidado en más de cincuenta años. La
depreciación del peso produjo saldos con
superávit en la balanza
comercial gracias a la sustitución de importaciones. El
Foro Económico Mundial aseguró que el país
es la segunda economía más competitiva de
América latina, delante de Costa Rica, Brasil, Colombia y
México.

Parte de la bonanza económica argentina se
atribuye a una benigna coyuntura internacional antes que a los
méritos de la propia política
económica. De hecho, la región se beneficia de
los altos precios de las
materias primas gracias, por ejemplo, a la creciente demanda
asiática (juntos, China e Inda poseen 2.400 millones de
habitantes, aproximadamente, que demanda alimentos). La demanda
sino-india, junto con la estadounidense, mantiene elevados los
precios agrícolas, del petróleo y de los productos
primarios. Condiciones internacionales que revalorizan el
aún perfil primario de las exportaciones
argentinas. Con frecuencia se alude al "boom de la
soja", un
commodity argentino relevante junto al petróleo,
cuya excepcional cotización en el comercio mundial
propició los buenos números en los índices
de exportaciones y la excedencia de recursos, además del
crecimiento en la industria del
turismo y el
sector de la construcción. El Índice de Materias
Primas en octubre de 2006 indicó una suba de 10% respecto
de igual período en el año anterior. Luego de su
visita a China en noviembre del mismo año, la
delegación de la Cancillería argentina, encabezada
por el ministro de Asuntos Exteriores Jorge Taina,
comprobó que la elevada demanda de bienes
primarios del país comienza a sobrepasar a su capacidad de
oferta. El
boom de las materias primas genera el riesgo de consolidar una
estructura
económica de producción primaria, poco
industrializada. Una cotización de la moneda local que si
bien fomenta la exportación dificulta al mismo tiempo la
adquisición de maquinarias.

La Argentina ha sido un país fluctuante
también en política exterior. Ubicada entre las
naciones más importantes del mundo a principios del
siglo pasado, ha devenido en un caso de desarrollo frustrado,
como lo fue gran parte de América latina, si tenemos en
cuenta que a fines del proceso desarrollista de los años
sesenta e inicios de los setenta la región disponía
de factores competitivos tales como tecnología propia,
grandes empresas,
capitales, gran mercado interno y sus aún vigentes
recursos
naturales.

El país fracasó reiteradas veces en el
intento por lograr una acertada inserción mundial.
Vaciló en la constitución de una tradición
diplomática y una política exterior de Estado
ajenas a los vaivenes de los gobiernos nacionales. De la
privilegiada relación con Gran Bretaña, en pie
hasta los años treinta, pasó a una neutralidad filo
germánica marcada por frecuentes enfrentamientos con
Washington y la definición de la Tercera Posición
como matriz de
política exterior ("ni comunistas ni capitalistas,
peronistas"). Del tardío –y penado- intento de
alineamiento con EE. UU. en las postrimerías de la Segunda
Guerra, el país se orientó hacia una
política pro latinoamericana y desarrollista para
más tarde ingresar en el concierto de los países No
Alineados, formado por las decenas de nuevos Estados surgidos
durante la segunda posguerra. Ya contemporáneamente
(1989-2001), ensayó un acoplamiento con EE. UU. y los
lineamientos del "Consenso de Washington", hasta proponerse
incluso como país Aliado extra OTAN (1998).

Tal como explicó el estudioso argentino Juan
Gabriel Tokatlián, "en los últimos lustros el
país pasó de ser paria a ser un paraíso y,
posteriormente, otra vez a ser paria; transitó la
condición de ser modelo regional a fracaso
hemisférico; se lo miró como un milagro primero y
como un desquicio después; fue visto como alumno aplicado
y más tarde como díscolo empedernido [el autor
se refiere a los elogios del FMI al país a fines de la
década de los noventa, cuando lo calificó de
"alumno ejemplar"
]. O sea que, en clave anglosajona, la
Argentina pasó de ser showcase a volverse
basketcase" (Tokatlián op. cit., 179). "Por
años fue considerado el país modelo para las
recetas neoliberales impulsadas por los organismos
multilaterales, pero después de los sucesos de diciembre
2001 se convirtió primero en un modelo de desobediencia
civil y luego en una usina de producción de nuevas
experiencias de auto-organización, lo cual lo llevó
a erigirse prontamente en uno de los laboratorios sociales
más originales de la periferia globalizada" (Alberti
op. cit., 24).

III.2. Eje Mercosur – Unión
Europea

"Y nosotros, los iberoamericanos, con
tan hondas raíces en España y
Portugal,

¿no somos lo más
semejante a Europa fuera de Europa?

No permitamos que Europa nos sea
raptada."

El rapto de Europa. Carlos Fuentes
(2007).

La internacionalización del comercio y la
apertura de los mercados, postulados de la
globalización, parecen no avanzar sin la asistencia de
un proceso paralelo de integración regional. La
ampliación de la cooperación entre miembros de un
mismo bloque, como también entre dos regiones, puede ser
un camino para aliviar las condiciones del subdesarrollo y
morigerar los efectos de una mundialización
asimétrica.

Tanto el proceso de globalización como el de
regionalización, si bien en apariencia contradictorios,
pueden asistirse mutuamente. Hay quienes ven a la
regionalización como el proceso mediante el cual la
globalización toma forma. Pero visiones menos optimistas
alertan sobre el riesgo de que los bloques regionales devengan en
fortalezas proteccionistas, algo que ya afecta a las
economías en desarrollo. Tal tendencia podría
conducir a un escenario de fragmentación económica
mundial (Petrash y Ramos 1998, 76, 77).

Dentro de estos procesos de integración por
bloques, la UE es quizá el actor más original en la
configuración de un nuevo orden mundial. Es la
región del mundo con más organizaciones
multilaterales y la principal inversora y donante en
América latina, la zona con mayor número de
propuestas de integración, después de Europa misma.
Su paciente construcción en más de medio siglo
demuestra que la asimetría entre los Estados miembros, la
profunda diversidad cultural, idiomática y religiosa no
son óbice para un exitoso modelo de
cooperación.

Por su parte, la inegración latinoamericana no
logra aún avanzar hacia un punto de no retorno, a pesar de
contar con condiciones privilegiadas: sólo dos lenguas de uso
masivo (castellano y
portugués), una religión predominante
(el cristianismo
católico, con presencia protestante) y un mismo origen
cultural. Una gran región que se asemeja a una nación
dispersa en Estados nacionales, según la visión
panamericana del político peruano Víctor
Raúl Haya de la Torre. Riquezas naturales, territorio y
homogeneidad cultural; América latina tiene una plataforma
formidable para, por fin, engranar ventajosamente en esta bisgra
temporal que vive.

Si la interacción a escala global se
hará de forma bilateral (modalidad adoptada por Chile) o a
través de un bloque regional, es un debate vigente
en América latina. No sólo Chile, también
Perú alcanzó en 2006 un tratado de libre
comercio con EE. UU. que, luego de las dificultades para
practicar su propuesta de Área de Libre Comercio
para las Américas (ALCA), ha
preferido la vía de acuerdos bilaterales con los
países latinoamericanos. Respecto de esta modalidad, el
secretario de Estado español
para Asuntos Europeos, Alberto Navarro, señaló que
"no podemos esperar que EE. UU. vaya firmando acuerdos con todos
los países y que nuestros empresarios vayan perdiendo
oportunidades de mercado."

En 1995, la UE y el Mercosur firmaron el acuerdo de
cooperación política que pretende profundizar los
lazos de libre comercio. Fue la primera vez en la historia que
dos bloques comerciales negociaban un acuerdo de
asociación. La conversación inter-bloque se enmarca
en un diálogo
aun mayor, el de la UE con ALC, que en 1999 en Rio de Janeiro
entablaron conversaciones de asociación abarcando la
liberalización de todo el comercio de bienes y servicios.

Con la ronda de diálogo de Viena en 2006 ya son
cuatro las cumbres celebradas entre ambos bloques (Rio de Janerio
en 1999; Madrid en
2002; Guadalajara en 2004). Sin embargo, en la población
la visibilidad de la UE en América latina -y viceversa- es
aún escasa. En la primera, predomina la presencia de
África y Asia. En la segunda, la de EE. UU. El
desconocimiento conduce a la incomprensión y fomenta
estereotipos que, como se notó en el apartado II.2.1.,
deben ser estudiados y accionar sobre ellos si se pretende una
adecuada estrategia de diplomacia pública que quite la
imagen del país del cono de sombras de la opinión
pública extranjera.

El ambicioso proyecto de
Acuerdo de Asociación Birregional entre UE y
América latina gira sobre tres ejes: diálogo
político, cooperación y asuntos comerciales.
Respecto del primer eje, en 2006 el Parlamento europeo
instituyó EUROLAT, la Asamblea Parlamentaria
Euro-latinoamericana que reúne a representantes de
legislaturas de países latinoamericanos y a miembros del
Parlamento europeo. En cuanto a los dos últimos ejes, un
acuerdo de asociación entre ambos daría lugar al
segundo bloque comercial del planeta, con un producto
aproximado de 9 mil millones de euros y una población
superior a los 700 millones de habitantes, el equivalente a casi
10% de la población mundial. Con la incorporación
de Venezuela en 2006 (la tercera economía de
Sudamérica y miembro de la OPEC -Organization of Petroleum
Exporting Countries-, con tradicional influencia
geoeconómica en el Caribe, las reservas petroleras
más consistentes del continente y las de gas más
importantes de América del Sur), el Mercosur produce el
75% del producto bruto de la región. En noviembre de 2006
Rafael Correa, presidente entonces electo de Ecuador,
anunció que perseguirá la incorporación de
su país al bloque sureño. Por su parte, el
presidente peruano Alan García designó un embajador
permanente ante la Comisión de Representantes del
Mercosur.

Ambos bloques se necesitan. La UE, principal inversor y
donante de ayuda no reembolsable al Mercosur, si bien abocada a
resolver las asimetrías con los nuevos miembros del Este
(Rumania y Bulgaria ingresaron en enero de 2007), algo que
podría representar una lesión en la importancia
relativa de América latina en Europa, debe abastecerse de
materias primas y explorar nuevos mercados. Por su parte el
Mercosur, cuarto grupo económico del mundo, necesita de
inversiones en tecnología, energía, transporte y
telecomunicaciones para poder diversificar su
producción y facilitar la exportación de valor
agregado.

El contexto de acción para la Argentina hoy
está dado en este marco, el de su integración
regional. Dicho marco de cooperación, que data de la
década de los ochenta, favorece la definición de la
"autonomía relacional", mencionada en la introducción del presente estudio; concepto
inaugurado por los académicos argentinos Roberto Russell y
Juan Gabriel Tokatlián. Estos acuerdos regionales
promueven "el tránsito de una autonomía que se
define por contraste a otra que se construye dentro de un
contexto de relaciones (…) la capacidad y
disposición de un país para tomar decisiones con
otros por voluntad propia y para hacer frente en forma conjunta a
situaciones y procesos ocurridos dentro y fuera de sus fronteras"
(Bernal-Meza op. cit., 222).

Fue la Argentina el primer país de América
latina en formalizar su relación con la UE mediante los
llamados acuerdos de cooperación de tercera
generación (democracia,
derechos humanos e integración). Para su comercio
exterior, el país descansa sobre dos encalves
fundamentales: Brasil y la UE. Si bien la presencia argentina en
el mercado brasileño se redujo durante los últimos
tres años, la Argentina es el segundo vendedor en
importancia de Brasil, superado por EE. UU. Europa es su segundo
socio comercial, después de Brasil, y su principal
inversor. En los años noventa, la Argentina recibió
127 mil millones de dólares en inversión
extranjera directa, de los cuales 47% provenientes de la UE,
41% del NAFTA y 9% del
Mercosur (Girandi 2002).

Respecto de Brasil, se trata de su socio
estratégico en el Mercosur y de la región, que
hasta octubre de 2006 mantenía superávit comercial
con todos los países sudamericanos, lo que se
prestó como justificación para la búsqueda
bilateral de acuerdos de libre comercio con EE. UU. por parte del
resto de las naciones. Brasil aspira a un asiento permanente en
el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas; es el quinto
país del mundo en extensión, con un territorio de
8.547.000 km2; tiene 170 millones de habitantes y un
PIB que sitúa a su economía entre las diez mayores
del planeta. La performance de su canasta exportadora le
arrebata cada vez más mercados a la Argentina. Ya es el
segundo productor de porotos de soja y el primer exportador de
carne bovina y aviar del mundo. En cortes bovinos
multiplicó sus envíos por cinco en siete
años y les quitó a los argentinos gran parte del
mercado del Reino Unido. Brasil juega su rol regional de
moderador frente a una Argentina a menudo díscola, una
Venezuela provocadora y una Bolivia durante casi tres años
a la deriva (2003-2005). Henry Kissinger, el ex canciller
estrella de Richard Nixon, sostuvo que "donde va Brasil va
América latina."

En un comunicado sobre el estado de
las negociaciones birregionales, la Comisión europea
reparó en el rol de Brasil en la región. "La
estrategia para profundizar la asociación entre la UE y
América Latina –anuncia el documento- también
debe tener en cuenta la importancia y el papel especial de los
grandes países de la región. Esto es así, en
particular, con respecto a Brasil, país para el que la
Unión sólo dispone de exiguas estructuras de
diálogo bilateral carentes de dimensión
política. Esta situación ya no se ajusta a la
rápida evolución de Brasil como polo
económico y político mundial. Brasil puede
desempeñar un papel de motor en la
integración regional, objetivo central además de la
estrategia europea respecto al Mercosur" (COM 2005).

El gigante sudamericano aspira a convertirse en un actor
global en sintonía con países pares como
Sudáfrica, India y China, con los cuales busca entablar un
eje geopolítico transversal (de hecho, el intercambio
comercial brasileño total con estos tres actores
más Rusia aumentó en los últimos cuatro
años poco más de 9 mil millones de dólares).
En enero de 2005 Brasil fue invitado a participar en las
negociaciones del G8 durante el Foro Económico de Davos.
Lo mismo ocurrió con el cónclave de San
Petersburgo, Rusia, en julio de 2006, donde el país
tropical participó como representante del G20.

Brasil es considerado un actor mundial que a
través de su liderazgo en
el G20 logra intervenir en las negociaciones del comercio mundial
como voz escuchada por EE. UU., Europa y Japón. Es
justamente en el terreno de la economía donde la ausencia
de jerarquías mundiales permite que los países de
menor capacidad militar ejerzan cierta presión sobre los
actores centrales. Se trata de la observación crítica
que Carlos Escudé le hace al realismo clásico y al
estructural, según los cuales el sistema internacional es
principalmente anárquico –no en el sentido de
caótico, sino de la falta de un gobierno mundial.
Escudé argumenta que en el ámbito
estratégico, el de la seguridad, hay una clara
jerarquía compuesta por Estados más poderosos que
otros; pero reconoce la vigencia de la anarquía en el
orden económico, como escenario en el que los
países menores pueden ejercer un política de poder
(cfr. 1995).

Nosotros agregamos a la comunicación (y a la diplomacia
pública como herramienta) como escenario anárquico
que puede revalorizar la presencia mundial de naciones no
relevantes en el ámbito de la fuerza.

El mejor posicionamiento
de Brasil en la región es percibido por Italia, que
aumentó su atención hacia él con el objetivo
de reforzar el diálogo político e incrementar el
comercio bilateral por medio de la creación de empresas
mixtas ítalo-brasileñas. El número de
empresas italianas que abrieron filiales productivas y
comerciales en Brasil casi se duplicó en los
últimos diez años, de 120 a 220. Los sectores de
cooperación empresarial conjunta son la
mecanización agrícola y protección
ambiental; agroindustria e industria de la transformación
alimenticia; madera y
muebles; mármol y granito; textil; cuero y
turismo.

Desde 2001 está en marcha un acuerdo de
cooperación descentrada para el desarrollo local entre
cuatro regiones italianas (Umbria, Toscana, Marche y
Emilia-Romagna) y la Presidencia de la República de
Brasil. Es la primera vez que regiones italianas son autorizadas
por el ejecutivo nacional a gestionar sus potestades en
política exterior. El artículo 117 de la
Constitución italiana atribuye a las regiones
administrativas del país la facultad de adoptar
legislación propia en materia de "relaciones
internacionales y con la Unión
Europea" y, por lo tanto, el poder de cerrar acuerdos
–exclusivos o compartidos con el gobierno nacional- con
terceros Estados. Emilia-Romagna y Veneto ya estudian la
posibilidad de un acuerdo del tipo con Israel y Chile,
respectivamente.

Se fomenta entre los políticos italianos la
percepción de un Brasil que está
recogiendo los frutos de una política
macroeconómica austera, basada sobre la estabilidad
monetaria y fiscal. "Un
país establemente democrático escribe
un ex ministro italiano de Asuntos Exteriores-, promotor de
equilibrio y
desarrollo en el escenario internacional y en particular en la
región latinoamericana, protagonista de una prometedora
fase de crecimiento económico (;) uno de los países
emergentes de mayor atractivo para las inversiones y para el
comercio."

Una posición intermedia de la percepción
italiana de Brasil la ofrece el responsable del Servicio
Exterior de la Cámara de
Comercio de la región de Umbria, para quien "en el
imaginario colectivo italiano Brasil está relacionado con
las mujeres bellas, la buena vida, el turismo y, además,
algo de trabajo. En cambio, la Argentina tiene que ver con algo
más serio. Me impacta la imagen de estos dos hombres que
bailan el tango entre
sí, donde uno de ellos representa idealmente la
compañera ausente, la pasión que se lleva dentro.
La Argentina es un país más serio, más
íntimo, más cerebral; mientras que en Brasil
está todo más relacionado con el cuerpo y cuando
los italianos lo visitan encuentran toda esta ligereza del ser"
(cfr. Occhiucci, entrevista en Anexo).

El hecho de que la economía brasileña sea
percibida como más competitiva que la argentina cuando los
datos citados en este libro indican
lo contrario, subraya la importancia de la comunicación
para aumentar la visibilidad internacional positiva de un
país. Brasil viene exportando en clave comunicativa sus
valores de
estabilidad, orden y progreso; variables tradicionalmente
constitutivas de su identidad
nacional. La diplomacia pública puede establecer
relaciones internacionales basadas sobre este tipo de
valores.

Vista su proyección internacional y su
acercamiento bilateral con Italia, la Argentina debería
probar estrategias binacionales de política exterior con
su vecino. El costado estratégico de la relación
privilegiada con Brasil podría explicarse sobre la base de
cuatro ejes fundamentales: la formación de una zona de
paz; la consolidación de sus democracias; la
creación de un espacio económico común y el
fortalecimiento de la capacidad de negociación frente al mundo (Russell 2003,
82).

América del Sur se presenta como el terreno
natural para que la Argentina también se pliegue a una
estrategia similar a la brasileña. Puede emplear una
política de "control de
daños" y presentarse como activa en la solución
pacífica de conflictos con sus vecinos (Tokatlián
op. cit., 111). Junto con Brasil como potencia media
regional, puede ser un articulador de consensos en la zona antes
que un permanente elemento de desestabilización para la
región. Debería considerar la ocasión de
sumarse al "Grupo de Amigos" impulsado por Brasil para evitar una
creciente polarización política del Cono Sur. Un
eje Brasilia-Buenos Aires puede promover una diplomacia
preventiva que atempere las variables de posibles nuevas crisis
políticas en la zona.

Cuando la decisión del gobierno boliviano en mayo
de 2006 de nacionalizar los recursos naturales, el rol de
moderador que la Argentina adoptó entre los intereses en
pugna bolivianos y brasileños fue incluso resaltado por
EE. UU., que espera que el país pueda contener las
consecuencias de las nuevas políticas bolivianas y evitar
así una engorrosa intervención regional.

El rol de la Argentina como moderador o árbitro
regional, ahora en manos de Brasil, podría mejorar su
perfil luego de la cumbre de mayo de 2006 entre América
latina y la UE en Viena. En la ocasión, la comitiva
argentina aseguró que "lo mejor que nos está
pasando es que ahora [los países europeos] nos
miran como parte de la solución y no como parte del
problema." La ocasión pareció propicia para que el
presidente argentino se ofreciera como mediador entre Bolivia y
España, luego de que la estatización de los
hidrocarburos
afectara los intereses de la empresa
ibérica Repsol. Sin embargo, Chile sigue siendo uno de los
actores más confiables y estables como interlocutor
regional, aunque el país no tenga en el escenario
latinoamericano el peso necesario para guiar las tendencias de
sus vecinos.

Pero Italia aún no demuestra certeza sobre este
rol que la Argentina se arroga. Si bien el gobierno Prodi ha
reconocido que el vínculo con el país podría
ser un eje clave en la relación ítalo-sudamericana,
ofrece reticencia al momento de concederle a los argentinos un
estatus de socio en la declarada voluntad diplomática
italiana de aliviar las tensiones en América latina (cfr.
Di Santo, entrevista en Anexo). Cuando en octubre de 2006
Guatemala y
Venezuela se disputaban un asiento transitorio en el Consejo de
Seguridad de la ONU, la diplomacia italiana, que se había
abstenido en las votaciones, propuso a Brasil como el
interlocutor preferencial para destrabar la difícil
elección que terminó con Panamá
como elegido.

III.3. Argentina e Italia. La cultura como
vínculo internacional

El estudio clásico de la política
internacional ha sido dividido en al menos tres campos
analíticos, siguiendo la orientación de
Tucídides: el estratégico-militar, vinculado con la
supervivencia de los Estados como unidades únicas; el
económico, con las representaciones en mercados externos;
el de los valores.
Este último, cuya relevancia política se
señaló en el apartado I.1.1., se refiere a las
afinidades y discrepancias en la manera de entender la vida en
sociedad y las convenciones que regulen la convivencia
internacional. En este campo, Buenos Aires despliega sus mejores
lazos con Roma.

Una encuesta
difundida en 2002 por el Centro de Estudios Nueva Mayoría
en Buenos Aires mostró que Italia es el segundo entre los
países que los argentinos eligieron como modelo a imitar.
Por sus vínculos culturales que se remontan a fines del
siglo XIX, la nación peninsular europea es para la
Argentina un "país llave" o "país portal" por cuyo
intermedio es posible acceder a importantes mercados mundiales.
Italia, como España, es uno de los enclaves
geoestratégicos de la Argentina; se trata de un actor a
través del cual profundizar la integración del
país con Europa. Como integrante del grupo de las naciones
más industrializadas, su gestión puede favorecer el
acceso argentino a créditos, acuerdos y negociaciones. A su
vez, la Argentina ofrece a Italia una de sus más
sólidas perspectivas Atlánticas fuera de su
membresía en la OTAN.

No sin un dejo de ironía, Jorge Luis
Borges, mundialmente reconocido escritor porteño,
aseguró que los argentinos son "italianos que hablan
español". "Al no ser italiano, ni hijo de italianos
–agregó-, me siento un extranjero en la Argentina".
Por su parte, el escritor mexicano Carlos Fuentes sostuvo que
"los mexicanos descendemos de los aztecas, los
peruanos de los incas y los
argentinos de los barcos". "¿Vosotros sois conscientes de
que habitáis la única república
italoespañola del planeta? Es un privilegio que los
demás pueblos del mundo no podemos dejar de envidiarles",
dijo a los argentinos el filósofo español
Julián Marías.

Los italianos estaban presentes en Argentina ya en los
albores del siglo XIX, cuando comenzaba el proceso sudamericano
de descolonización. La Imprenta del
Estado en Buenos Aires fue confiada a Pietro De Angelis, un
napolitano contratado por Bernardino Rivadavia, el primer
presidente de las Provincias Unidas del Río de la Plata
(1826-1827), anterior a la conformación del Estado
nacional. Más tarde, con la publicación de los
periódicos Crónica política y literaria
de Buenos Aires
y El Conciliador, De Angelis
propinó el puntapié inicial para una saga de
diarios que la comunidad italiana produjo en el Río de la
Plata: L’Italiano (1854), L’operaio
Italiano
(1871-1876), L’Italia al Plata (1889),
La Patria, La Patria degli Italiani (1876-1949),
La Nuova Patria, il Giornale d'Italia, La Scena
Illustrata
, Roma, Il Mattino d’Italia
(desde 1930 a 1945; este último, fundado hacia 1932 por
pedido de Benito Mussolini, quien no quiso descuidar la presencia
italiana en una Argentina con dirigencia por entonces
profascista), L'Italia del Popolo, Il Maldicente
(1880). De la posguerra son la revista
Italpress y los periódicos Corriere degli
Italiani
, L'Italia d'Oltremare, Tribuna
Italiana
y L’Eco d’Italia.

La escena teatral y cinematográfica argentina fue
ampliamente alcanzada por la influencia itálica. El
estudioso argentino Jorge Miguel Couselo documenta que entre 1895
y 1915, período culminante del naturalismo
escénico, los teatros porteños coronaron el
éxito
de trágicos peninsulares como Novelli, Garavaglia, Taccone
y Grasso. En el mismo período, en 1905, llegó al
país el músico siciliano Mario Gallo para dirigir
una compañía de operetas. A Gallo se debe, comenta
Couselo, la primera película argentina con argumento y
actores profesionales: El Fusilamiento de Dorrego,
estrenada el 24 de mayo de 1908. Contemporáneos fueron
otros dos italianos inmigrantes, Attilio Lipizzi (Resaca,
1916; Federación o Muerte, 1917) y Federico Valle,
director de El apóstol (1917), un largometraje de
dibujos
animados que satirizó la figura del presidente Hipólito
Yrigoyen. En 1920 Valle lanzó la Film Revista
Valle
con una vigencia de diez años y seiscientas
ediciones. Otro de sus conciudadanos, Mario Parpagnoli, fue
hacedor del debut cinematográfico de la cantante rosarina
Libertad
Lamarque en su filme Adiós Argentina (1930), una de
las primeras películas sonoras.

El exordio de la sonorización del cine
acogió a otro relevante personaje del cine argentino,
Mario Soffici, nativo de Florencia y radicado en el país
desde los nueve años de edad. Con su estilo costumbrista,
Soffici devino en uno de los representantes del cine argentino
nacionalista de posguerra. Su filme Prisioneros de la
tierra
(1939), melodrama de denuncia política, fue
incluso elogiado por Jorge Luis Borges (Couselo
1963, pp. 57-63). Italiano era también Luis César
Amadori, director de Dios se lo pague (1948),
basada en la obra teatral de Joracy Camargo; con Zully Moreno y
Arturo de Córdova. El filme batió récords de
boletería en varios países de América,
llegando a estar nominado como Mejor Película Extranjera
por la Academia de Artes y Ciencias
Cinematográficas de Hollywood, cuando aún el Oscar
no se había instituido en ese rubro (Gallina
2000).

En términos relativos a su demografía, la Argentina fue el
único caso en la historia mundial de un país
construido por los inmigrantes antes que por la población
nativa. Hacia principios del siglo XX, de no haber mediado la
enseñanza primaria obligatoria, el italiano hubiese sido
el idioma más hablado en Buenos Aires. La ciudad portuaria
llegó a albergar más foráneos que nativos.
La presencia de extranjeros alcanzó su clímax en
1914, cuando llegó a representar casi un tercio de la
población. "Buenos Aires es una gran ciudad italiana",
sostuvo Placido Vigo, ex cónsul general de Italia en la
capital argentina.

Hasta la característica de la arquitectura
urbana porteña tuvo su impronta itálica. Los
inmigrantes italianos "determinaron incluso el cambio de la
fisonomía urbana de Buenos Aires, de sus alrededores y de
las principales ciudades. Mientras en la periferia se creaban
barrios residenciales con villas y jardines, en el corazón de
la ciudad se recortaban los rascacielos: el Mirafiori de la FIAT,
el de Alitalia-Olivetti, el rascacielos Pirelli, el de Italmar,
el de Techint y así sucesivamente" (Giuliani 2003,
23).

Una avasalladora presencia de italianos nativos y
oriundos se destaca en varias áreas de la sociedad
argentina: comercio, pesca,
arte y
política. Casi 20 de los 38 millones de argentinos poseen
ascendencia italiana, aunque sólo 527 mil posean la
ciudadanía del país europeo (por nacimiento,
matrimonio u
opción), de los cuales 253 mil, aproximadamente,
pertenecen a la jurisdicción territorial del Consulado
General de Buenos Aires, que con sólo 53 empleados se
coloca a la par de municipios italianos de envergadura como
Verona y se convierte en el consulado italiano más grande
del mundo. Sólo el Consulado General de Italia en Buenos
Aires administra la mayor jurisdicción consular del mundo,
con un registro de
ciudadanos que equivale aproximadamente a la población de
una ciudad italiana como Florencia. En 2004, cuando los italianos
en el exterior votaron la renovación de los Comité
de los Italianos en el Exterior, sólo en Buenos Aires se
presentaron 144 candidatos en 7 listas. El Consulado General
recibió 77.715 votos y alrededor de 6.500 ciudadanos se
presentaron ante la Oficina Electoral en tres días para
reclamaran sus pliegos electorales.

Si se mantiene el actual ritmo de crecimiento de la
comunidad italiana en el país, podría duplicarse en
tan sólo quince años. De acuerdo con datos de 2006
del Ministerio italiano de Asuntos Exteriores, de los 349
parlamentarios de origen italiano electos en 27 naciones, la
Argentina poseía el mayor porcentaje del total, con 89
parlamentarios, seguida por Uruguay (46), Brasil (40), EE. UU.
(26), Canadá (21), Francia (19) y Chile (18). Un llamativo
dato que bien podría servir como sólida base para
el diálogo político bilateral antes que como fuente
de divergencias.

La red consular italiana en la Argentina es vasta: cinco
consulados generales, dos consulados, dos agencias consulares de
primera categoría y cincuenta y seis viceconsulados y
oficinas consulares honorarias. Esto se debe a que el 17,5% de la
población italiana residente en el exterior (de las cuales
un tercio tiene más de 65 años de edad) se
concentra en la Argentina, seguida por Brasil, EE. UU. y
Australia (solamente Alemania alberga una comunidad italiana
levemente superior a la Argentina, con 533.237 residentes). El
dato no sólo convierte al país en la nación
extraeuropea que hospeda la mayor colectividad italiana del
mundo, sino en la que mayor influencia cultural percibió:
la democracia argentina contabiliza hatsa hoy 31 diputados, 8
senadores y 10 ex presidentes de origen italiano.

La última reforma de la Constitución
italiana estableció la "jurisdicción exterior" que
por primera vez da a los italianos residentes en el exterior la
ocasión de votar y postularse en las elecciones
políticas de la Península. Después de
Alemania, Argentina es el mayor distrito electoral desde las
elecciones parlamentarias italianas de 2008: 447 mil electores,
lo que representa más de 50% de Sudamérica,
región que se reserva cinco legisladores.

Alrededor de 800 asociaciones italianas operan en
territorio argentino. Casi 80 mil estudiantes argentinos aprenden
el italiano en 104 escuelas privadas, 147 escuelas
públicas y 15 escuelas legalmente reconocidas. La escuela
italiana Cristoforo Colombo, presente en Buenos Aires desde 1952,
es el instituto bilingüe y bicultural que depende
simultáneamente de los ministerios de
Educación argentino e italiano. Su título
secundario, válido en ambos países (bachiller
bilingüe y maturità scientifica), habilita
para el ingreso en universidades a ambos lados del
Atlántico.

Existen, además, doscientas representaciones de
la Asociación Dante Alighieri; decenas de cámaras
de comercio; una oficina regional del Istituto nazionale per il
Commercio Estero (ICE); una delegación del Ente Nazionale
Italiano per il Turismo (ENIT); ocho hospitales; setenta docentes
italianos; alrededor de cincuenta acuerdos interuniversitarios y
un teatro, el "Coliseo". Desde 1999, el influyente periódico
italiano Corriere della Sera se imprime en la Argentina y
está disponible por monedas al público local
simultáneamente a su tirada en Italia. Hasta hace poco,
también el diario La Repubblica se imprimía
cotidianamente con el
periódico argentino Clarín.

III.3.1. Senderos políticos

El mismo mes y el mismo año, junio de 1946,
Italia y la Argentina comenzaron procesos políticos
novedosos. En el primer caso, el camino hacia la república
por medio de un referéndum popular, dejando de lado una
monarquía y dos extensas guerra mundiales.
En el segundo, el comienzo de la revolucionaria experiencia
peronista que dejaría su marca indeleble
en la historia contemporánea del país, con la
inclusión política de la clase obrera y el
reconocimiento de importantes derechos económico-sociales
a los trabajadores y políticos a las mujeres.

A partir de sus respectivos hitos, la Argentina vio el
alternarse de gobiernos civiles y militares; Italia, una
frenética cantidad de gobiernos que caían y se
rearmaban gracias a su particular sistema de democracia
parlamentaria basada en la "fiducia" (confianza) de los
legisladores al primer ministro.

La sucesión de gobiernos de coalición de
corta duración permitió que desde la
instauración de la república, en 1946, Italia
tuviese una Asamblea Constituyente y dieciséis
legislaturas (períodos de gobierno). A su vez, cada
legislatura
estuvo compuesta por una serie de administraciones que
surgían ante el fracaso de la coalición de partidos
al poder.

Así, entre asambleas constituyentes, gestiones de
políticos electos y técnicos de transición,
Italia registra un récord: 62 coaliciones de gobierno en
60 años de vida republicana (a esta cifra podemos sumarle
los 56 gobiernos del Reino de Italia en sólo 53
años, desde 1861 hasta la llegada de Mussolini en 1922).
Sólo 24 hombres lideraron esos 62 gobiernos entre los
cuales uno, Giulio Andreotti, que encabezó siete de ellos.
En el mismo período, Alemania tuvo sólo nueve
cancilleres, el Reino Unido doce jefes de gobierno y EE.UU. doce
asunciones presidenciales entre elecciones y reelecciones. La
última ocasión en que Italia eligió un jefe
de gobierno por primera vez fue en 1996, cuando Romano Prodi
derrotó a Silvio Berlusconi.

Como el 9 de octubre de 1998, el 24 de enero de 2008 el
gobierno de Romano Prodi volvió a caer por la falta de
mayoría en un voto de confianza en el Senado, cuando los
legisladores de ese cuerpo, uno a uno, deben dar el "sí" o
el "no" a la continuidad de una gestión. El voto de
confianza fue entonces necesario luego de la renuncia del
ministro de Justicia, jefe de un partido de la coalición
de gobierno que en las elecciones generales sólo
había obtenido el 1,2% de los votos. Que todo un gobierno
caiga por el distanciamiento de un partido minúsculo es
posible por una intrincada ley electoral que
establece un sistema proporcional en el Senado para los partidos
minoritarios, que obtienen así más bancas que
votos. En cierto sentido, sistemas como el italiano son
más democráticos que otros como el estadounidense,
donde el que gana "se lleva todo". El sistema proporcional le da
voz incluso a pequeñas agrupaciones que de otro modo
verían sus agendas sepultadas en una plataforma partidaria
más amplia. Pero con tantos intereses en pugna en el
mosaico político italiano, se vuelve fácil para un
"partido enano" (como los llama el politólogo Giovanni
Sartori) extorsionar al gobierno del que forma parte.

Caer por votos de confianza nunca sucedió en la
historia italiana, excepto por los dos gobiernos de Prodi. En
Italia los gobiernos cayeron siempre por motivos
extraparlamentarios. Los únicos casos de confianza negada
por el Parlamento anteriores a Prodi tuvieron lugar al momento
del "bautismo" de una gestión. Fueron cinco los Ejecutivos
que no pasaron el examen parlamentario y murieron antes de nacer:
De Gasperi en 1953, Fanfani en 1954, Andreotti en 1972 y en 1979
y, nuevamente, Fanfani en 1987.

En más de la mitad de los casos, la crisis fue
completamente extraparlamentaria, con renuncias que llegaron por
iniciativa del primer ministro en ejercicio. En otros casos, el
gobierno renunció luego de una consulta electoral,
según la praxis
constitucional. En siete ocasiones las renuncias fueron impuestas
por el rechazo en el Parlamento de leyes
fundamentales para la vida del gobierno.

Esta particularidad del sistema italiano, que tiene al
Parlamento como protagonista, hizo que a menudo los primer
ministros y sus cancilleres estuviesen más
empeñados en cuestiones internas para sostener a sus
coaliciones de gobierno, con la consecuencia de una presencia
internacional errática para el país y la dificultad
de una tarea diplomática continuada que actuase los dos o
tres puntos basales de la política exterior italiana
transversales a todo su vida republicana.

El sistema parlamentario imprimió en la cultura
política del país una dinámica que no existe en la Argentina: los
ex jefes de gobierno, lejos de desaparecer después de sus
gestiones, retornan a menudo para ejercer como ministros; los
partidos minoritarios (incluso aquellos que no alcanzan ni
siquiera el 2% de los votos) ocupan ministerios y espacios
mediáticos al nivel de sus aliados mayores;
los principales referentes del gobierno (ministros de
Economía y Relaciones Exteriores, por ejemplo) se prestan
incesantemente a debates mediáticos con la
oposición y lo hacen no sólo en tiempos de
campaña. Algo infrecuente en los políticos
argentinos. La videopolítica, en Italia, es una realidad
cotidiana.

La estructura política propia de las democracias
parlamentarias europeas crea singulares procesos políticos
que distinguen los atributos y las características de un
presidente y de un primer ministro. A diferencia del primero,
cuyo cargo no depende del apoyo mayoritario del Congreso, para
continuar en su cargo el primer ministro debe preservar la
coalición que lo llevó al poder y evitar gobernar
construyendo mayorías variables según el tema a
debatir; deberá esforzarse por seguir siendo atractivo
para los partidos socios de su alianza parlamentaria. Pero esta
búsqueda de apoyo legislativo permanente a menudo acota su
libertad de acción y lo lleva a postergar -cuando no a
eliminar de su agenda- el tratamiento de temas en los que no hay
consenso inmediato.

Los años cincuenta fueron para ambos
países el exordio de la televisión pública: canal 7,
más tarde rebautizado como "Argentina Televisora Color",
despuntó el 17 de octubre de 1951 con la imagen de
Eva
Perón y otro aniversario del Día de la Lealtad
peronista. A la RAI le llegó el turno en 1954, cuando
estrenó su perfil pedagógico: fue la televisión
que enseñó el idioma nacional, que unificó a
los italianos de cientos universos dialectales (basta comentar
que durante los combates de la Gran Guerra, un general
véneto y otro siciliano necesitaban de un
intérprete para entenderse. Ya en la antesala de la
unificación de Italia, el poeta Alessandro Manzoni se
ocupó de estudiar cuál de todos los dialectos, a
los que concedía categoría de idioma
autónomo, sería el más adecuado como nueva
lengua
nacional unitaria para favorecer la consolidación del
territorio). Es la misma televisión que en el exterior, a
través del satélite, imparte aún hoy
lecciones de gramática para los inmigrantes que llegaron
con un dialecto en sus valijas de cartón y un italiano
oral; y para sus descendientes, que al repetir el idioma que sus
padres despliegan en casa creen hablar italiano.

Otro punto de inflexión para ambas naciones lo
marcó
el fin de la Segunda Guerra
Mundial. Italia, que en pleno conflicto abandonó el
eje Berlín-Tokyo para apoyar a las potencias aliadas por
medio del accionar partisano, comenzó en los años
posteriores un crecimiento económico que se aceleró
en las años sesenta y setenta hasta colocarla en el puesto
de cuarta economía del mundo en los años ochenta,
por encima incluso de Gran Bretaña, como se jactó
el ex jefe de gobierno italiano Bettino Craxi. En pocos
años, Italia abandonó su condición de Estado
pobre, campesino,
para convertirse en una de las naciones más
industrializadas. Desde entonces, el país retoma, no
siempre con rumbo claro, la vieja persecución del rol de
potencia media con intereses globales. Le sobran raziones: Italia
tiene el tercer más grande PIB de los 15 países que
formar parte de la zona euro. Su población es casi igual a
la de dos pesos pesados europeos como Francia y Gran
Bretaña. El país mantiene relaciones
diplomáticas con más países que EE.UU.
Según algunas estimaciones, Italia tiene un gasto militar
que casi iguala al de China y tiene más uniformados que
Alemania y Japón. Pero su endémica inestabilidad
política hace difícil que Roma consolide su
influencia en el escenario mundial.

También la Argentina vivió una
inédita situación de prosperidad económica e
industrialización con el peronismo, el
movimiento
político de base operaria que por su rasgo populista,
estatista y de movilización de masas fue definido como
fascista por historiadores angloamericanos. Ambas experiencias
políticas –fascista y peronista- se ocuparon de
inocular una idea de conciencia nacional y de clase a masas
rurales y operarias, respectivamente, que vivían en la
periferia no sólo geográfica, sino
político-económica. Perón, que
durante 1939 y 1940 vivió en la Italia fascista como
agregado militar de su gobierno y que solía hacer gala de
su dominio del
idioma italiano, nunca ocultó su atracción por el
estilo de conducción política de Mussolini. Pero no
son pocas las variables que separan el fascismo del
peronismo: aunque democracia de baja intensidad, el peronismo
nunca llegó a convertirse en un régimen
dictatorial.

Mientras el peronismo comenzaba a modificar para siempre
la estructura política argentina, en 1946 Italia
emprendía su camino hacia una república
bipartidaria en manos de dos formaciones que condujeron los
sucesivos gobiernos hasta inicios de los años noventa: la
Democracia Cristiana (Dc) y el Partido Comunista Italiano (Pci)
-una de las dos más importante religiones
seculares del siglo veinte, según Ernesto Galli della
Loggia; la otra sería el fascismo. Y un tercer actor: el
socialismo.

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