Enrique José Varona fue un hombre de
cultura
enciclopédica, cuya obra descolló en muy diversas
materias en nuestro país. Aunque en sentido estricto no
deba ser incluido como un especialista de la economía, sus ideas en este campo
específico cuentan con una trascendente
significación para la historia del pensamiento
cubano.
Un destacado historiador cubano, Jorge Ibarra, nos ha
dicho en un artículo relativamente reciente que
sólo excepcionalmente los dirigentes independentistas se
refirieron a la crisis
económica que sirvió de fuente generadora de las
condiciones objetivas indispensables para el estallido
insurreccional de 1895. Toma en calidad de
exponentes representativos a José Martí,
Bartolomé Masó y Juan Gualberto Gómez. Nos
llama la atención su confesión de que en
todas las Obras Completas de Martí
sólo pudo encontrar una referencia a este asunto. Se trata
de una carta dirigida a
Antonio Maceo, fechada el 7 de julio de 1894.
(1)
Habiéndonos adentrado en alguna medida en el
estudio de la obra de Varona, nos preguntamos, ya desde el
comienzo de nuestra lectura, si
este podía estar incluido en esa generalización.
Más adelante nos encontramos con que lo había
citado en dos ocasiones, lo cual a nuestro juicio indica que lo
había incluido entre los dirigentes de aquel movimiento.
Una de las citas data de septiembre de 1894, y en ella
exponía que la caída de los precios del
azúcar,
unido a los altos aranceles
entonces vigentes, había tenido un impacto desastroso en
la situación de las masas trabajadoras "(…) cuya
existencia era de las más precarias".
(2)
En la segunda, de febrero de 1895, Varona aseveraba que
la situación de Cuba
había llegado a un "(…) abismo sin fondo". (3) De
lo dicho por Varona infiere Ibarra que a las masas trabajadoras
no le quedaba otra alternativa que incorporarse al movimiento
insurreccional, ya próximo a estallar.
Esto no bastó para que el autor no excluyera de
modo expreso a Varona de la generalización con que
había comenzado su artículo. En resumen, no destaca
su excepcionalidad en sentido contrario. Más, estimamos
que constituyó una excepción puesto, que en general
atendió probablemente como ningún otro cubano de su
época, al papel fundamental que desempeña el factor
económico en el conjunto de la vida social.
En 1896, en un ensayo
consagrado a explicar las causas del fracaso colonial de España en
América, observó que empezando por
los factores primarios, que son los económicos y acabando
por los políticos, que son su expresión suprema,
todo aquí parecía tocado de vértigo o
revelaba la existencia de un virus que
aniquila y mata. Apreció entonces que las revoluciones
hispanoamericanas habían sido exclusivamente políticas,
dirigidas por una parte de la población -la privilegiada, desde luego-
dejando intacto el mismo régimen económico-social
establecido durante la colonia. Con el logro de la independencia,
en este aspecto sólo se había producido un cambio de
nombres, en los cuales encarnaba el mismo espíritu
español, impregnado durante tres siglos de
dominación colonial. Esto constituye el sentido
básico de su expresión posterior, según la
cual toda revolución
política
se esteriliza como no abra el camino a una revolución
social. (4)
De modo, pues, que después de obtenida la
independencia, en nuestras hermanas continentales
subsistían las mismas iniquidades que habían
conducido a la rebelión. Por ejemplo, los indios
podían ser vendidos junto con las tierras que ocupaban. No
hubo en ellas oídos receptivos que se hicieran eco de los
clamores por una mayor cuota de justicia
social; lo cual era indispensable para la estabilidad
política y el desarrollo
pacífico y continuado de aquellas naciones. A esto
atribuyó las convulsiones políticas que tuvieron
lugar en ellas. Entre otros, pone el ejemplo de México,
con sus diez cambios de forma de gobierno y sus
trescientas rebeliones militares en cincuenta años.
(5)
No era ese el horizonte que vislumbraba y en el que
deseaba ver proyectado el futuro de Cuba. Abolida la esclavitud en
1886, todo su pueblo mostraba una mayor unidad,
incorporándose activa y resueltamente al proceso
insurreccional.
Creyó posible nuclear a toda nuestro pueblo en
torno a un ideal
patriótico común, subordinando los intereses
particulares de las distintas clases y sectores sociales, de modo
fueran posibles, después del triunfo, transformaciones
profundas en la vida económica y social del
país.
No es difícil descubrir la importancia que le
atribuía al factor económico en el proyecto de
liberación nacional. Creía que sólo si se
acometían transformaciones económicas
tendría sentido afrontar los horrores transitorios que
traía aparejada la guerra, que
desde la dirección de Patria entonces
animaba. Aspiraba a que, alcanzada la victoria, se hiciera
posible el desarrollo estable y continuado del país, como
medio para garantizar la independencia de la nación
en el futuro.
Le había correspondido la justificación
moral y
política de esa guerra de liberación ante la
conciencia
latinoamericana y mundial. A ello se debió el formidable
manifiesto titulado Cuba contra España, escrito en
nombre del Partido Revolucionario Cubano y por encargo de los
constituyentes de Jimaguayú.
En un documento de naturaleza
política, no podía dejar de atender a las causas
que en ese orden tenía la guerra. En lo referente a este
aspecto sólo apuntaremos un determinado momento de su
exposición: En Cuba, con 1, 600,000
habitantes, sólo el 3% de la población tenía
derecho al voto. Como ejemplo pone Varona el caso de Guines, con
una población de unos 13,000 habitantes, contando entre
ellos a 580 españoles peninsulares y canarios. Pues bien,
por los rejuegos puestos en práctica por el gobierno
colonial, sólo 32 entre la población cubana (025%)
tenían derecho al voto, mientras lo poseían 400
españoles. (80%).
Considerando la guerra"una triste necesidad", mostraba
que era esta ineludible, basándose también en
causas de orden económico. En su exposición
hacía notar cómo España no había
atendido sino a explotar más a Cuba, sin reparar en el
modo a recurrir para que esto se hiciese. Lo hacía
mediante los regímenes fiscal,
mercantil y burocrático que había implantado en su
expoliada colonia.
Resumiendo, en lo referente al régimen fiscal,
expone que por los gastos incurridos
durante la guerra del 68, cargados al Tesoro de Cuba; por una
deuda contraída con los EE.UU.; por los gastos ocasionados
por la ocupación de Santo Domingo; por la invasión
de México, junto a Francia e
Inglaterra y por
lo que denominó "la algarada contra Perú"
(6), estimaba que la deuda cargada a nombre de nuestro
país se calculaba en unos $295, 707,264. Una deuda enorme,
que superaba a todos los demás pueblos del planeta por
habitante. En apoyo de su afirmación, nos dice que el
francés, el pueblo más recargado por este concepto,
debía pagar $6,30 por este concepto, mientras que cada
cubano debía abonar la cantidad de $9,79.
Haciendo las conversiones pertinentes, hizo notar que el
español peninsular debía pagar al fisco 42,96
pesetas; mientras que en el caso de un cubano esa cifra se
elevaba a 86,15 pesetas, lo que representaba más del doble
de las erogaciones de aquel.
En lo concerniente al régimen mercantil, anota
que España no había tenido en Cuba una verdadera
política colonial, sino que se había limitado a
expoliar al país, ejerciendo su poder por
medio de la violencia.
Nuestra Metrópoli, lejos de proteger nuestra industria
azucarera contra la competencia del
extranjero, fomentaba y pagaba primas a los productores de su
propio territorio y aún imponía un impuesto de $6,20
por la entrada de cada 100 kilos de azúcar a su
territorio. De tal modo, cada arroba de este producto
aparecía recargada en un 143% para su entrada en
Barcelona. Esto, sin contar que el productor cubano estaba
obligado a pagar fuertes contribuciones por la entrada de la
maquinaria indispensable para el funcionamiento de la industria
en su país, así como para la utilización del
ferrocarril, entre otras imposiciones onerosas.
Pero también obligaba, mediante el monopolio
comercial, a comprar los productos de
su procedencia bien caros, para lo cual se valía de la
imposición de altos impuestos a la
entrada a nuestro país de los extranjeros, los que se
elevaban al 2,000 y el 2,300%. Pone como ejemplo el algodón
estampado. Los 100 kilos de este producto, si español,
debían pagar en la aduana $2,66;
extranjeros, $47,26. Los 100 kilos de casimir de lana, si
español, debían pagar $15,74; extranjeros, $300.
(7). Son sólo cifras entresacadas de las numerosas
con que ilustra Varona la necesidad de la ruptura violenta de
aquella situación, ya agotadas las otras posibilidades de
ser mejorada.
En cuanto al régimen burocrático, comienza
a exponer la explotación a que estaba sujeta Cuba a partir
de los altísimos sueldos devengados por los funcionarios
del régimen colonial, empezando por el Capitán
General, con sus $50,000 anuales, sin contar todos los
demás gastos a que estaba autorizado para cumplimentar sus
numerosas prerrogativas. Destaca la corrupción reinante en el aparato
burocrático colonial, siempre impune, a costa del tesoro
público. Cita el ejemplo expuesto por un general
español, Pando, quien había combatido a las fuerzas
insurrectas en los campos de Cuba y sin embargo admitió
que con motivo de los libramientos que expedía la Junta de
la Deuda, se habían robado $12, 000,000. También lo
expuesto por el diputado Dolz, quien había afirmado en un
discurso en el
mismo Ateneo de Madrid, que
los robos de la aduana habían sobrepasado los $200, 000,00
desde la última guerra. (8)
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