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Contamos con la traducción al español por Antonio Elorza del año 1968, del original en inglés One-Dimensional Man, del 1954. Posee una primera parte introductoria, donde claramente realiza una crítica a la sociedad industrializada existente, específicamente ante la inmovilidad de los individuos a oponerse a la inercia que produce el capitalismo yanqui, como un universo donde no caben alternativas de vida.
Luego consta de nueve capítulos y una parte conclusiva, de las que intentaremos sacar las ideas principales, a continuación, y, a partir de ellas, analizarlas y plantear nuestras ideas personales. Enumeramos las ideas según el capítulo a las que correspondan en el libro.
La crítica fundamental que realiza Marcuse a la sociedad unidimensional, es decir, a la sociedad moderna, indica que ésta es capaz de asimilar cualquier forma de oposición que surja al interior de sí misma, y por tanto no existe ningún movimiento individual ni colectivo capaz de oponérsele o de socavar sus raíces estructurales.
Esta sociedad de capitalismo que describe Marcuse ha generado a través del bien-être (estado de bienestar) una mejora en el nivel de vida de los obreros, que, según él mismo, es insignificante a nivel real pero contundente en sus efectos: por ejemplo, el movimiento proletario ha desaparecido, y hasta los movimientos anti-sistema más emblemáticos, como el punk-anarquista o el bohemio, han sido asimilados por la sociedad y orientados a operar para los fines que la sociedad reconoce como válidos.
El motivo de esta asimilación consiste en que el contenido mismo de la conciencia humana ha sido fetichizado y casi anulado, y las necesidades del ser humano de esta sociedad son necesidades ficticias, producidas por la sociedad industrial moderna, y orientadas a los fines del modelo en sí. La distinción entre conciencia real y conciencia ficticia sólo puede ser juzgada por el mismo hombre, puesto que sus necesidades reales sólo él las conoce, pero como la misma conciencia está alienada, el hombre ya no puede realizar la distinción.
La principal necesidad real que Marcuse descubre en el ser humano es la libertad, entendida como el instinto libidinal no sublimado. Esto es claramente freudiano. Según Marcuse, lo que la sociedad industrial moderna ha hecho con el instinto libidinal del hombre es desublimarlo, y reducirlo a la genitalidad, cuando en realidad el cuerpo mismo del hombre es sólo ansia de libertad. La desublimación del instinto libidinal, y su encasillamiento en su genitalidad permite a la sociedad industrial moderna disponer del resto del cuerpo humano para la producción capitalista, así como de todas las energías de los hombres.
Para Marcuse, la instancia fundamental de formación de la conciencia humana está en la niñez que se vive al interior de la familia; en esta etapa el hombre que se está formando adquiere sus categorías normativas, y todo su marco de referencia para enfrentar el mundo. Lo que la sociedad industrial moderna ha trasmutado es precisamente ese ámbito familiar, en que la sociedad misma alienante se ha introducido a través de los medios de comunicación de masas, reemplazando a la familia, y formando a los hombres con categorías que no salen de él mismo, sino del capitalismo.
Las necesidades del hombre, así como sus anhelos, sueños y valores, todo ha sido producido por la sociedad, y de esa manera se ha asimilado cualquier forma de oposición o movimiento anti-sistema.
Para Marcuse, los medios de comunicación y las industrias culturales, así como las expresiones de la publicidad comercial, reproducen y socializan en los valores el sistema dominante y amenazan con eliminar el pensamiento y la crítica.
Los efectos de esta orientación mediática crean un escenario cultural cerrado, unidimensional, que propicia una especie de pensamiento único y determina la conducta del individuo en la sociedad. Los medios crean una estructura de dominación, bajo la apariencia de una conciencia feliz que inhibe la posibilidad de cambio hacia la liberación. Los medios de comunicación, a través de un lenguaje informal, no dan explicaciones ni ofrecen conceptos, sino que aportan imágenes, descontextualizan, niegan la referencia histórica. Lejos de moverse entre la verdad o la mentira, ellos se limitan a imponer un modelo.
La condena que hace Marcuse a la sociedad es aceptable en algunos aspectos, y lo mismo cabe decir de sus observaciones críticas a la filosofía de la ciencia actual, al positivismo, al cientificismo y a la filosofía analítica. Es más, muchos elementos de esta crítica, hoy ampliamente conocidos, han sido utilizados por los filósofos, por ejemplo, para revalorizar la filosofía clásica, la vuelta a Aristóteles y a Santo Tomás, y para suscitar un mayor aprecio por la moralidad, la religión y los valores humanos. Es cierto que la sociedad actual, si no se poseen ciertos valores, tiende fácilmente a reducir al hombre a una mercancía, a una pieza del sistema económico, y que no le da posibilidades de actuar que lo coloquen fuera del juego económico.
Sin embargo, su crítica es también muy unilateral y exagerada, y por momentos inmadura o apasionada. Es razonable, por ejemplo, que si unos obreros encuentran dificultades en su empresa, ellas puedan resolverse de modo concreto y objetivo. Esta actitud, en cambio, para Marcuse sería pactar con el sistema y dejarse engullir por él. La única salida que propone es la de la oposición total, salida que, en el fondo, es inmadura y estéril.
Por eso precisamente su crítica es un tanto inaplicable, incluso si se tomara en serio llevaría a una actitud de destrucción total de la sociedad actual y podría llegar a fomentar el terrorismo.
Su actitud, de todos modos, no es del todo coherente, porque en su capítulo conclusivo hace algunas propuestas concretas, que ya no son destructivas, como por ejemplo, la de trabajar sólo en función de las necesidades vitales, sin despilfarro y cuidando la naturaleza. Pero son propuestas genéricas, y como él mismo las ve ineficaces, acaba por favorecer la actitud de negación total de lo establecido, sin ningún proyecto positivo.
A final de cuentas, Marcuse inicia con una tesis de negación y concluye con ideas ecológicas y humanistas. Es muy posible que nos encontremos frente a un individuo con ideas de desarrollo muy apasionadas, que no le permiten concatenar las que tiene y las que le surgen, y, por lo tanto, sólo se mueven en un carpe diem de la época de los años sesenta y setenta, y quizá no podamos aplicarlas de lleno en nuestras sociedades.
Autor:
Andreuri Manauri Jiménez Pimentel
Omar Arbaje De Moya
Santo Domingo, D.N.
03 de abril de 2008
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