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Amenaza sobre Londres "La valija"



Partes: 1, 2

    Paraíso y goce. Goce y paraíso.

    Vivencia las palabras; una especie de misterioso
    bienestar derivado del propio pensamiento.
    Al fin ha llegado la gran ocasión, el momento esperado
    durante tanto tiempo.

    Festeja haber sido el elegido. Uno entre centenares.
    Todos pretendiendo el honor de llevar a cabo la gran misión.
    Primero, participando del gran robo prodigiosamente preparado y
    ejecutado por los propios dirigentes. Luego, el largo viaje con
    la valija, transportando en su interior la maravillosa riqueza
    mineral, luminosa como un sol.

    Paraíso y goce. Goce y paraíso.

    Es consciente que después de entregar la valija,
    sus mayores deseos se harán realidad: un nuevo poder;
    riquezas inimaginables; goce espiritual indescriptible; las
    más hermosas mujeres – incluso las que quisiera tener de
    acuerdo a sus necesidades o deseos –: para la cama, para
    el servicio
    personal, para
    charlas de carácter personal…

    Mientras viaja en el Tube, cierra los ojos
    dejando que su imaginación se atreva a más. Las
    mujeres son su obsesión. Le gustan todas: altas y
    delgadas; bajas y rechonchas, morenas y blancas, de cabello
    rubio, negro, o enrojecido; con pecas o sin pecas; de culo grande
    o culo chico; lo mismo da; le agrada la mujer por la
    mujer misma; Dios
    se las ofrece a los hombres como objeto de placer, en premio a su
    consagración religiosa.

    Paraíso y goce. Goce y paraíso.

    Abre los ojos. Sentado frente a él, un hombre lo
    observa. Siente la mirada del desconocido como una
    aplanadora. Mira a sus dos compañeros de ruta: a
    través de sus imperceptibles sonrisas, supone que ellos
    comparten su regocijo interior. Es conciente que la misión
    es demasiado riesgosa y extremadamente importante para uno
    sólo; por eso han impuesto esa
    especie de guardaespaldas; sabe que ante cualquier contingencia
    negativa, sus compañeros tratarán de entregar la
    valija, aplicando un plan secreto que
    él desconoce.

    Antes de emprender la misión, los dirigentes le
    han dicho que extreme los cuidados; que el valioso robo ya ha
    sido denunciado a las autoridades. Pero no tiene temor.
    Por otra parte, carece del perfil de un sospechoso (todo ha sido
    minuciosamente preparado); incluso puede pasar por un perfecto
    caballero inglés:
    alto, de cuidadas facciones; ojos celestes de contacto, y traje
    tradicional oscuro, de impecable alpaca. Cree que su singular
    presencia, tal vez sea lo que concite la atención del hombre que continúa
    observándolo.

    Es el momento de demostrar todo lo asimilado durante el
    largo aprendizaje:
    sostener la mirada; seguridad
    interior que deberá trasuntar el rostro, gestos firmes,
    movimientos naturales.

    De todos modos, si el desconocido fuere policía,
    no podrá evitar el seguimiento de los hombres de Scotland
    Yard.

    Pero el desconocido, luego de bajar la mirada, se pone
    de pie y avanza hacia la puerta de salida del vagón.
    Él lo sigue con el rabillo del ojo mientras siente el
    caño del silenciador de su propia arma, sobre el codo
    izquierdo.

    "La valija debe ser entregada en el lugar prefijado,
    pero ante cualquier eventualidad de requisa, inmediatamente, sin
    dudar un sólo instante, se deberá aplicar el plan
    B".

    Paraíso y goce. Goce y paraíso.

    La frase se libera desde algún recodo de su
    cerebro generando
    un imperceptible temblor en su cuerpo. Cierra los ojos invocando
    la protección divina. Dios, que es justo y todopoderoso,
    no permitirá que eso pase. Sabe que tendrá el
    paraíso prometido, los manjares exquisitos y las mujeres
    más hermosas, sólo a condición de entregar
    la valija en el punto preciso. Además, Ellos le
    habían prometido también que su familia
    sería recompensada con una importante suma de dinero para
    acabar con la miseria ancestral de los suyos.

    Ve que el hombre de la mirada aplanadora desciende en la
    estación. Instintivamente, lo sigue con la vista hasta que
    se pierde entre el resto de los pasajeros.

    Paraíso y goce. Goce y paraíso.

    Tres estaciones más. Luego, la escalera. La
    avenida bulliciosa, el monumento a Nelson ¿O sería
    el de Lord Wesseley, el famoso duque de Wellington? ¡Estos
    ingleses mal paridos siempre han tenido suerte…! De no haber
    sido por Blücher, por una parte, y por las hemorroides por
    la otra, Napoleón los hubiera derrotado en Waterloo.
    Citas históricas de sus estudios secundarios. De nada
    habían servido. Nunca fueron suficientes para ingresar a
    la Universidad, otro
    de sus sueños postergados por la miseria crónica.
    Pero que importa ahora.

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