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La Atlántida de Platón (página 2)



Partes: 1, 2

"Platón,
dada la naturaleza de
su proyecto, se ve
obligado a hacerse cargo de los relatos increíbles, de las
historias que todos conocen y hasta del menor rumor que circula
en la ciudad terrestre".

Como consigna Ferrater Mora, el interés
intelectual de los pensadores neoplató-nicos
estribaba, al contrario que en su declarado maestro Platón,
en justificar el carác-ter divino de los mitos. A
este respecto cabe citar al neoplatónico Salustio, del
siglo IV de nuestra era, ideólogo del Emperador Juliano el
Apóstata en su empeño por restaurar los antiguos
cultos paganos, quien, en una obra titulada Sobre los dioses y
sobre el mun-do
, distingue cinco especies de mitos, o cinco
maneras diferentes de presentarse los mis-mos:

  • Mitos teológicos (propios de los
    filósofos): Consideran a los dioses en su
    esencia.
  • Mitos físicos (propios de los poetas):
    Intentan explicar el modo o modos con que los dioses
    operan.
  • Mitos psíquicos (propios igualmente de los
    poetas): Reflejan operaciones del
    Alma.
  • Mitos materiales (propios de la gente sin
    instrucción): Pretenden entender la naturaleza de
    los dio-ses y del mundo.
  • Mitos mixtos (propios de quienes enseñan o
    practican ritos de iniciación).

A pesar de la evidente diferencia de propósitos, este
pensador ‘neoplatónico’ no está tan
lejano de Platón como podría parecer a primera
vista, ya que distingue clara-mente, en los tres primeros
apartados, entre ‘mitos filosóficos’ y
‘mitos poéticos’, lo mismo que aquél.
También hay que reconocer que no podía ser lo mismo
un pensamien-to de corte más o menos
‘platónico’ desarrollado en plena democracia
ateniense (dejan-do de lado las reservas que Platón
pudiese tener respecto al sistema
democrático en sí) que uno similar dado a conocer
contemporáneamente a la crisis -tanto
material como ideológica- del Imperio
Romano.

La cuestión de la veracidad de los mitos no es
abordada con seriedad hasta el Renacimiento,
y entonces sólo de una manera tímida que no
daría sus frutos hasta que un par de siglos más
tarde la
Ilustración se decidiera a plantear abiertamente el
proble-ma de la Historia
contraponiéndose al problema de la tradición
.
El primero en atre-verse fue Pierre Bayle, seguido por Montesquieu y
Voltaire. Este
último propuso de-purar los mismos hechos de todas las
superestructuras fantásticas con que el fanatis-mo, el
espíritu novelesco y la credulidad los habían
revestido
. La ‘filosofía’ había, pues, de
constituirse en el espíritu crítico que se opusiese
a la tradición y separase lo verdade-ro de lo falso.

El pensamiento
ilustrado enlaza directamente con el actual. En nuestros
días se ha conseguido superar la marea positivista del
siglo XIX que -comprendiendo mal el mensaje de Voltaire-
despreciaba sistemáticamente todo lo relacionado con los
mitos por fantásticos y sin interés. Como constata
José Ramón
Mélida (1893), ya a finales de la pasada centuria se
había avanzado mucho en ese sentido. La tendencia ahora
mismo es de estudiar el mito como
un elemento posible y, en todo caso ilustrativo de la
his-toria humana
. Esa es la manera de pensar de autores como
Bultman o Cassirer, y de ella se ha derivado el enfoque
estructuralista de la mitología, cuyo máximo
representan-te es Claude Lévi-Strauss. Lévi-Strauss
opina que un mito posee una estructura
inde-pendiente inclusive de sus contenidos
específicos
. De conformidad con esto, Celia
Amo-rós define el mito como "… una historia en la que
se escarba lo trascendental estruc-turada para responder a la
pregunta acerca de las condiciones de posibilidad del
senti-do
" o, lo que es lo mismo, una forma de narrar lo
que fue
, tributaria del sentido que se le adjudica a lo
que ahora es
. Amorós
piensa, al igual que Marcel Eck, que el mito esca-pa a toda
lógica
racional, así que para entender este galimatías
propone seguir lo que ella denomina una ‘lógica de
la representación constituyente’, que define como
sigue:

"Operación ideológica radical que transmite un
conjunto de hechos sufridos determinados por las modalidades de
la inserción en lo real de diversas socieda-des o
grupos
sociales, en un sistema coherente y totalizador de
representacio-nes".

Resumiendo, se trata, al fin y a la postre, de un
clásico esquema dialéctico en tres
pasos:

  • Se parte como premisa del estado de
    cosas dado de manera inmediata en la experiencia misma de la
    práctica social.
  • Se niega la premisa, punto de arranque incuestionable,
    mediante la represen-tación del contenido de la propia
    premisa invertido, es decir, contemplando por hipótesis cómo sería el
    mundo si fuera al contrario de lo que es.
  • NEGACION IDEOLOGICA DE LA NEGACION: Negar la
    representación de la premisa invertida,
    definiéndola como posibilidad.

Según Celia Amorós, a un proceso
similar al anterior es al que se refiere en rea-lidad
Lévi-Strauss cuando habla de un factor
perplejizante
que desencadena el mecanis-mo del mito, ya que
dicho concepto engloba
en sí implícitamente "… la oposición
como dato primario e irreductible de la experiencia
". En todo
caso, el ‘mito’ constituye para aquel que lo comparte
una ‘historia sagrada’, como comenta Mircea Eliade,
ya que:

  • Constituye la historia de los actos de los Seres
    Sobrenaturales.
  • Esta historia se considera verdadera.
  • Se refiere siempre a una
    ‘creación’.
  • Al conocerlo se conoce ‘el origen de las cosas’
    y, por consiguiente, se llega a dominarlas y manipularlas a
    voluntad.
  • De una manera y otra se ‘vive’ el mito (se
    está dominado por la potencia
    sa-grada, que exalta los acontecimientos que se rememoran y se
    reactualizan).

Eliade propone en relación con esto el clásico
ejemplo de los mitos del fin del mundo, presentes en todas
las religiones del
planeta, que pronostican, como es sabido, castigos y
catástrofes sin fin que tendrán lugar en un futuro
más o menos lejano, repi-tiéndose unos sucesos
que ya tuvieron supuestamente lugar en un pasado inmemorial

(v.gr., las leyendas
acerca del Diluvio). El caso del mito de ‘La
Atlántida’, tema de este trabajo,
estaría, entonces, encuadrado en ese concepto (aunque,
como veremos, las opi-niones de los autores que lo estudian
difieren en varios puntos sobre el particular). Elia-de, por otra
parte, hace notar el parecido de este esquema con el del
psicoanálisis, que también define,
efectivamente, lo ‘primordialmente humano’ (v.gr., la
primera infancia) como
primordialmente verdadero, según dos conceptos
básicos, de todos conocidos:

  • La supuesta beatitud del ‘origen’ y de los
    ‘comienzos’ del ser humano
  • La idea de que por el recuerdo y por el ‘retorno
    hacia atrás’ se pueden revivir algunos incidentes
    traumáticos.

El psicoanálisis, al fin y al cabo, suele
recurrir sin ambages al mito, lo mismo que Platón
acostumbraba a hacerlo (y la teoría del
conocimiento platónica reposa igual-mente en la
‘reminiscencia’, como es sabido ; el paralelismo es
casi perfecto). Así, por ejemplo, Freud sustenta su
teoría
del ‘Complejo de Edipo’ en una versión sui
generis
del Mito del Pecado
Original, narrando una pequeña anécdota
presuntamente acaecida en tiempos paleolíticos:

  • DOMINACION del ‘padre’ (el jefe de la tribu)
    sobre la horda primitiva
  • Monopolio de las mujeres (objeto del placer
    supremo), lo cual significa a su vez TABUES y DEBERES para
    los ‘hijos’.
  • REBELION de los ‘hijos’ (súbditos),
    quienes crean un ‘clan fraterno’ para preservar el
    COMUN INTERES, después de matar al padre.
  1. A la larga, los hijos experimentan un SENTIMIENTO DE
    CULPABILI-DAD por haber matado al padre.
  2. El ARREPENTIMIENTO provoca que se vuelva a una
    situación similar a la anterior:
    restauración y glorificación de la
    autoridad
    .

Ajustándose como un guante al esquema anteriormente
citado de Mircea Eliade, el ‘mito
psicoanalítico’ justifica la curación de los
males psíquicos mediante una suerte de ‘rito
iniciático’ en virtud del cual el paciente retorna
no sólo a sus orígenes persona-les, sino
incluso a los orígenes legendarios de la especie humana de
la que forma parte. El psicoanalista se ha transformado,
entonces, en la versión actualizada de los antiguos
‘chamanes’ ; sólo él es capaz de
realizar el milagro del ‘eterno retorno’, puesto que
es el único conocedor del arjé, del
principio de todas las cosas, igual que los antiguos pen-sadores
jónicos. Y, puesto que también analiza los
sueños de sus pacientes, lo mismo que las antiguas
pitonisas de Delfos,, se le podría tal vez
aplicar aquel famoso dicho de Heráclito de Efeso:

"De esta Razón, que sin embargo es eterna, los
hombres no tienen concien-cia, ya sea antes de haberla
escuchado, ya sea habiéndola oído por
primera vez, pues a pesar de que todas las cosas suceden de
acuerdo a esta Razón, ellos pare-cen inexpertos. A pesar
de experimentar palabras y actos, tales como yo los ex-pongo,
distinguiendo toda cosa según la naturaleza y diciendo
cómo es. Todos los hombres restantes permanecen sin
saber todo lo que hacen mientras se hallan despiertos, como se
olvidan lo que hacen durmiendo".

Este trabajo se propone analizar el Mito de la
Atlántida
tal como lo expone Pla-tón en sus
diálogos ‘Timeo’ y ‘Critias’. Para
ello se estudiarán varias teorías
que se han propuesto acerca del particular desde los tres puntos
de vista a que se refiere Ferrater Mora: los
crédulos, los incrédulos y los
escépticos acerca de este relato. Comenzare-mos,
pues, exponiendo las distintas explicaciones que acerca de ese
mito se han hecho desde las Ciencias
Ocultas, pasando seguidamente al análisis pretendidamente
‘científi-co’ de Jean Deruelle, basado en
dataciones por el método del
Carbono14, para terminar con el enfoque
antropológico de esta temática por parte de
Pierra Vidal-Naquet y Gene-viève Droz.

  1. ‘LA
    ATLANTIDA’: Contenido manifiesto del mito
    platónico

El mito de ‘La Atlántida’ aparece en dos
textos de Platón: Timeo (21e-25d) y Critias,
diálogo
inconcluso. Ambas obras pertenecen a la última
época de los escritos platónicos ; se suele, en
efecto, dividir la producción dialoguística de este
autor griego en cuatro épocas, desde los primeros
diálogos, en que la influencia de Sócrates
es más notoria, hasta los últimos, en que ya la
filosofía de Platón se independiza casi por
com-pleto del pensamiento de su maestro:

  • FASE SOCRATICA: Platón se encuentra
    todavía bajo la influencia directa de

Sócrates ; a partir de esos diálogos es de donde
se ha po-dido reconstruir mayormente el pensamiento de
Sócrates, quien, como sabemos, no dejó nada
escrito.

Títulos: APOLOGIA DE SOCRATES, CRITON,
EUTIFRON, CARMIDES, LAQUES,
LISIS, ION, PROTAGORAS, HIPIAS
MAYOR
,

HIPIAS MENOR.

  • DESARROLLO Y SISTEMATIZACION DE LA DOCTRINA
    PLATONICA
    :

Platón comienza a independizarse de la influencia
socráti ca. Emite la primera versión de la
famosa ‘teoría de las ideas’.

Títulos: GORGIAS, MENON,
MENEXENOS, EUTIDEMO, FEDON, EL
BANQUETE, FEDRO, LA REPUBLICA.

  • REELABORACION CRITICA: En base a unas
    críticas recibidas de parte de

su discípulo Aristóteles, entre otros, Platón
descubre al-gunos fallos en la ‘teoría de las
ideas’ e intenta solventar el problema.

Títulos: TEETETOS, EL SOFISTA,
EL POLITICO, PARMENIDES,
CRATILO

  • NUEVA SISTEMATIZACION: Platón consigue
    resolver el problema planteado en la fase anterior y propone
    una nueva versión de la ‘teoría de las
    ideas’, inspirándose esta vez en los
    pitagó-ricos.

    Títulos: FILEBO, TIMEO,
    CRITIAS, LAS LEYES.

    Esta clasificación de los diálogos
    platónicos no es más que una de tantas y tan
    convencional como las demás que han hecho otros
    autores ; así, por ejemplo, Trasilo, gramático
    de la época de Tiberio (siglo I d.d.C.),
    incluía los dos diálogos a que nos esta-mos
    refiriendo, junto con La República y el
    Clitofón (una obra de cuya autenticidad se duda
    actualmente) en la 8a de sus ‘9
    tetralogías’, tal como lo expone Diógenes
    Laercio ( siglo III), autor de la Historia de la
    Filosofía más antigua que se conserva. La
    pro-blemática autenticidad, por otra parte, de los
    diálogos y cartas
    atribuidos a Platón se suele juzgar en base a los
    siguientes criterios:

    1. La tradición
  1. Los testimonios antiguos
  2. El contenido doctrinal
  3. El valor artístico
  4. La forma lingüística.

Tanto el ‘Timeo’ como el
‘Critias’ forman parte, por lo visto, de los
diálogos su-puestamente auténticos de
Platón, y fueron compilados, en opinión de
Abbagnano, después del año 387 a.d.C., y muy
probablemente entre los dos viajes a
Sicilia de su au-tor, es decir, entre el 366-65 y el 361-60.
Platón murió, como se sabe, el año 347. Por
entonces, y tras la Guerra del
Peloponeso, Atenas había perdido gran parte de su
antiguo esplendor, y el epicentro político de la zona se
fue desplazando poco a poco hacia las antiguas colonias
comerciales griegas de Italia y Sicilia.
La ciudad del Partenón, sin em-bargo, continuó
conservando su prestigio en el campo de la cultura, de tal
modo que dos cimas filosóficas de la talla de
Platón y Aristóteles resultan casi impensables sin
referir-las a la polis ateniense.

Según Francisco Lisi, el Timeo, y el
Critias debían formar originariamente par-te de una
trilogía que complementase y desarrollase lo que ya
Platón había iniciado en el Libro VII de
‘La
República’ con el ‘mito de la
caverna’ ; así, el primero de ambos diálogos
"… describe el ascenso del estado caótico y
desordenado a un cosmos que es la mejor imagen posible
del mundo ideal
", mientras que el segundo se supone que se
ocuparía ‘in extenso’ -caso de haberse
terminado, cosa que no ocurrió- del Estado ideal. La
vuelta a la caverna (o ‘decadencia’) debía ser
objeto de un tercer diálogo titulado
Hermócrates, que o se ha perdido o no llegó
a ser escrito nunca. Hay quien dice que parte de los materiales de
ese hipotético diálogo fueron aprovechados por su
presunto autor para redactar fragmentos de Las Leyes ; no
existe, sin embargo, evidencia que co-rrobore esa
suposiición.

‘La Atlántida’ y su mito son
únicamente esbozados en el ‘Timeo’, donde se
los utiliza más que nada para demostrar la fortaleza de la
Atenas arcaica, que había sabido resistir el asalto de las
naves procedentes de Atlántida, una civilización
bastante más po-derosa, mientras que otras ciudades del
entorno habían sucumbido irremisiblemente al ataque.
Platón pone el relato en boca de Critias, el cual se lo
había oído contar a Drópi-das, bisabuelo de
Platón ; éste, a su vez, se lo había
escuchado contar a Solón, al cual se lo habían
transmitido directamente unos sacerdotes egipcios de la ciudad de
Sais. La na-rración ocupa apenas 6 páginas de la
edición
española del ‘Timeo’ y forma parte de la
sección introductoria. El diálogo en sí se
propone, como constata Francisco Lisi, "… dar una
fundamentación natural o la ética y a
la política,
a la vez que alude a la funda-mentación ontológica
de la física
". Habría de corresponder al
‘Critias’ (que, como ya hemos dicho, quedó
inacabado) el desarrollo de
la conexión que su autor establecía en-tre los
anteriormente nombrados tres niveles del conocimiento
(v.gr., experiencia, arte, y
filosofía) que se mencionan en ‘La
República’ y otros diálogos
platónicos.

El diálogo platónico inacabado
Critias, concebido probablemente, como ya apuntamos, como
continuación del ‘Timeo’, amplía, en el
fragmento inicial que conser-vamos, datos
supuestamente fidedignos que poseía Solón acerca de
aquella guerra que
había tenido lugar hacía 8.000 años entre
Atenas y el Imperio de la Atlántida. El texto queda
truncado en el preciso momento en que los dioses iban a decretar
el hundimiento de la isla principal de ese reino, por culpa de
una presunta conducta inmoral
(hybris) de sus habitantes. En opinión de Francisco
Lisi, la intención de Platón al redactar el
diá-logo estaba por encima de la exactitud
geográfica al describir la Atlántida (los
conoci-mientos cartográficos de la época, por otro
lado, dejaban mucho que desear, y el filóso-fo
probablemente sería consciente de ello) ; le guiaba,
más que nada, un propósito
di-dáctico:

"Lo que cuenta es el valor
paradigmático de la historia y basta considerar cada uno
de los contendientes desde la perspectiva de la política
ontolgizante ca-racterística del pensador ateniense para
dar cuenta de ciertos detalles o compren-der que en un caso
proyecta los rasgos esenciales de la constitución ateniense en el pasado y en
el otro los de las constituciones lacedemonias o incluso la de
la Persia contemporánea".

La narración del mito atlántico en el
‘Critias’ es a grandes rasgos la siguiente:
Poseidón, dios tutelar de la Atlántida,
repartió sus dominios entre cinco pares de geme-los
varones que tuvo con la mortal Clito. Del mayor de ellos, Atlas,
toma su nombre la isla y el océano que la rodea. El
imperio de Poseidón y sus hijos se extendía a
muchas islas y a las costas del Mediterráneo, nada menos
que hasta Egipto e
Italia. Practicaban el comercio, lo
que, junto con las enormes riquezas naturales de la isla matriz, les
pro-porcionaba una gran fortuna. Construyeron grandes edificios,
puertos, canales, etc., en-tre los que resultaba destacable el
Palacio Real, cubierto de plata, oro, marfil y
oricalco (ámbar). Los citados reyes fueron siempre un
dechado de virtudes y de honradez, pero con el tiempo dejaron
de tener sus elevados niveles de justicia y se
volvieron codiciosos y dominantes ; guiados por su desmedida
ambición, los atlantes invadieron las tierras de los
pueblos vecinos, venciéndolos a todos salvo a la Atenas de
Solón. Posteriormente se produjeron violentos terremotos que
acabaron sepultando violentamente a la Atlántida bajo las
aguas del océanos, que quedó lleno de escollos y
fondos cenagosos.

Como ya indicamos en la Introducción, la narración del mito
de ‘La Atlántida’ a cargo de Platón ha
suscitado a lo largo de toda la historia, ya desde los propios
tiempos clásicos, diversos opiniones acerca del
particular, que dan lugar a diferentes tomas de postura.
Siguiendo nuevamente al profesor
Martín Hernández, podemos resumir tales
posicionamientos en cinco principales, que coinciden
básicamente con las diferentes teorías que
expondremos a lo largo del presente trabajo:

  • Aquellos que creen en la historicidad del mito y
    piensan que éste obedece a una realidad, aunque
    deformada.
  • Aquellos que piensan que la Atlántida
    existió, aunque no se conoce el lugar en el que estaba
    ubicada
  • Aquellos que piensan que el relato de Platón
    es pura ficción o una mera in-vención imaginaria
    con el fin de sustentar una utopía
    político-social.
  • Aquellos que creen que, aunque se trate de un mito,
    la idea de una Atlántida tal como la expone
    Platón presupone el
    conocimiento de América.
  1. INTERPRETACIONES DEL MITO

    En opinión de Giorgio de Santillana y Hertha
    von Dechend, Platón, tanto en el caso que aquí
    nos ocupa como en todos los demás, nunca
    inventó los mitos, sino que "… los utilizó
    en el contexto adecuado -satíricamente en ocasiones-
    sin divulgar su signifi-cado preciso: quien estuviese
    enterado de la terminología apropiada podría
    entender-lo
    ". Esta postura coincide con lo afirmado por
    Helena P. Blavatsky, según la cual el fi-lósofo
    era sin duda alguna, como muchos intelectuales de su época, un iniciado
    de los Misterios
    de Eleusis, una de esas manifestaciones, que, al margen de
    los cultos oficiales de la polis, apelaban a la
    afectividad y a las tendencias irracionales del alma.
    Según nos aclara Francis Vian, esos Misterios,
    celebrados en honor a Deméter, se encontraban bajo el
    control
    del Estado ateniense, se celebraban paralelamente a las
    fiestas cívicas y estaban precedidos, al igual que los
    juegos panhelénicos, por la proclamación
    de una tregua sagrada. Quedaban, sin embargo, como hemos
    dicho, al margen del Estado, pues no tenían carácter colectivo, sino
    individual. Según la leyenda de
    ‘resurrección’ que subyacía tras
    esos ritos, Deméter fundó los Misterios
    después de haber conseguido de Zeus que su hija
    Coré, raptada por el dios de los infiernos, le fuese
    devuelta durante dos ter-cios del año. Tras descartar
    la hipótesis de
    que este culto procediera de Egipto o de Creta ; actualmente
    se tiende a pensar que su origen es aqueo. Su
    relación con Atenas proviene de la anexión de
    Eleusis por Solón ; este dominio
    aumentó considerablemente la difusión
    panhelénica de los Misterios, que de paso sufrieron la
    influencia de la filoso-fía pita órica y de
    otras doctrinas que admitían la remuneración de
    las virtudes y de las faltas en
    la vida futura ; de ahí el alto valor moral que
    les atribuían los círculos filosófi-cos
    griegos.

    Para el ya citado E.R. Dodds, la llamada
    ‘época clásica’ en cierto sentido
    here-dó "… toda una serie de representaciones
    incompatibles del ‘alma’ o del ‘yo’
    … Aunque de distinta edad y derivados de distintos
    esquemas culturales, todas estas representa-ciones
    persistían en el trasfondo del pensamiento del siglo
    V
    ". La misma anbigüedad lógica de ese
    ‘conglomerado heredado’ acabó
    ensanchando a la larga la brecha (ya exis-tente desde
    Homero)
    entre las creencias del pueblo y las creencias de los
    intelectuales, lo que llevó a la larga a la
    disolución de dicho ‘conglomerado
    heredado’. El proceso, en opinión de Dodds, no
    comenzó con la llamada ‘ilustración’ sofística,
    sino mucho antes, durante del siglo VI, con los
    físicos jónicos. Ya Heráclito, por
    ejemplo, "… se burló de la
    ‘katharsis’ ritual, comparando a los que purgan
    sangre
    con sangre a un hombre
    que intentara lavar su suciedad bañándose en
    barro
    ". Lo que realmente se produjo en el si-glo V fue,
    según Dodds, una regresión hacia las
    creencias tradicionales. La llamada
    ‘ilustración sofística’
    coincidió, en efecto, como demuestra Dodds, con "…
    una época de persecución, de destierro de
    estudiosos, de trabas para el pensamiento, e incluso (si
    podemos creer la tradición sobre Protágoras,
    de quema de libros
    ". Siempre pasa esto cuando se mezcla
    (y suele ocurrir con demasiada frecuencia) la religión con la política ;
    Dodds comenta:

    "Los acusadores de Anaxágoras
    presumiblemente apuntaban, como dice Plutarco, a su
    protector Pericles ; y Sócrates podía muy
    bien haberse librado de la
    muerte si no hubiese estado asociado con hombres como
    Critias y Alcibíades. Nos vemos forzados, al
    parecer, a suponer la existencia, entre las masas, de un
    fanatismo religioso exasperado que los políticos
    podían aprovechar para sus propios fines. Y esta
    exasperación debe haber tenido una
    causa".

Dodds señala como posible explicación de
este fenómeno la influencia de la his-toria en tiempo
de guerra
(en este caso la Guerra del Peloponeso, 431-404),
unida a un peligro real de orden social que el nuevo racionalismo
traía irremediablemente consigo ; para muchos
discípulos de los sofistas, la liberación del
individuo
venía a significar, en efecto, autoafirmación sin
límites, derechos sin deberes, etc.:
"El nuevo racionalismo no autorizaba a los hombres para
portarse como bestias ; … Pero los autorizaba para justificar
ante sus propios ojos su brutalidad, y en un tiempo en que las
tentaciones ex-ternas a una conducta brutal eran particularmente
fuertes
". En todo este contexto de flujo y reflujo de
pensamiento ve Dodds la actitud de
Platón ante la religión como un intento de
estabilizar de alguna manera la situación
. El punto de
partida del filósofo estuvo, por tanto,
históricamente condicionado. Aunque, como es sabido, era,
induda-blemente, un ‘hijo de la ilustración’
(sobrino de Cármides, discípulo de Sócrates,
…), los acontecimientos ocurridos durante el tránsito
del siglo V al IV, que culminaron con el ajusticiamiento de su
maestro (399), le hicieron, igual que a muchos otros
racionalistas griegos de su generación, reconsiderar su fe
; todo eso fue lo que condujo a Platón, en opinión
de Dodds, "… no a abandonar el racionalismo, sino a
transformar su significa-do dotándole de una
extensión metafísica
". Su nuevo interés
por la ‘salud de la
psyché (= alma) le conminó casi
automáticamente a retomar la vieja creencia
chamanística en la reencarnación. El
último diálogo platónico, Las Leyes,
contemporáneo del ‘Timeo’ y del
‘Critias’, contiene las propuestas de su autor para
reformar y estabilizar el ‘conglo-merado heredado’,
que nos ayudan a entender algo más la postura de este gran
pensador ante el hecho mítico, así como su
utilización filosófica del mismo:

  1. Suministrar a la fe religiosa un fundamento
    lógico
    demostrando ciertas pro-posiciones
    básicas, que son:
  • Que los dioses existen
  • Que les interesa la suerte de la
    humanidad
  • Que no se les puede sobornar.
  1. Darle un fundamento legal, incorporando estas
    proposiciones en un código inalterable e imponiendo sanciones
    a toda persona que propagara la no cre-encia en
    ellas
  2. Darle un fundamento educativo,
    declarándolas materia
    obligatoria en la ins-trucción de todos los
    niños
  3. Darle un fundamento social, promoviendo la
    íntima unión de la vida religio-sa y de la vida
    cívica en todos los niveles.

Las propuestas de Platón para reformar el
‘conglomerado’ nunca se llevaron, por supuesto, a la
práctica, ni siquiera de manera experimental.

La explicación esotérica

Según explica la ‘doctrina secreta’
defendida por la Sociedad
Teosófica y tal como la expone A.P. Sinnet, la raza humana
"… evoluciona en una serie de Rondas (progresiones alrededor
de la serie de mundo), y siete de estas vueltas tienen que
veri-ficarse antes de que los destinos de nuestro sistema se
cumplan
". Actualmente nos en-contraríamos en la
5a Raza de la 4a Ronda
(siguiendo una ley
mística del número 7, hay siete Rondas, con siete
Razas cada una), cuya evolución habría empezado hace
millones de años. Las razas están a su vez
divididas en subrazas, y éstas por su lado en razas
ra-males, en grupos de siete
respectivamente ; Sinnet añade, puntualizando:

"Los períodos de las grandes
razas-raíces están divididos unos de otros por
grandes convulsiones de la naturaleza y por grandes cambios
geológicos. Europa no
existía como un continente en los tiempos en que la
cuarta raza flo-recía. El continente en que la cuarta
raza vivió no existía cuando floreció la
ter-cera, y ninguno de los continentes que fueron los grandes
pináculos de las civili-zaciones de aquellas razas
existen en la actualidad. Siete grandes cataclismos
continentales tienen lugar, durante la ocupación de
la tierra
por la ola de vida hu-mana, en un período de Ronda. Cada
raza es destruida de este modo en el tiempo señalado,
quedando algunos sobrevivientes en otras partes del mundo que
no pertenecen a la región propia de la raza, y estos
sobrevivientes, invariablemente en tales casos, muestran una
tendencia a degenerar y a volver a sumirse en la barbarie con
más o menos rapidez".

Esta es básicamente la explicación
‘teosófica’ de la evolución. Los
Atlantes co-rresponderían, según este razonamiento,
a aquella ‘4a Raza’ que nos
precedió y que, se-gún Sinnet, fue destruida por el
correspondiente cataclismo durante el Mioceno (en la Era
Terciaria, hace aproximadamente entre 13 y 28 millones de
años
), Esta estimación no se corresponde, desde
luego, con los 9,000 años a que hace referencia el texto
platóni co. H.P. Blavatsky sale al paso de una
posible crítica
en ese sentido diciendo:

"Platón, al paso que repite la historia
según los sacerdotes de Egipto la refirieron a
Solón, confunde intencionadamente (como lo hacía
todo Iniciado), los dos continentes, y aplica a la
pequeña isla que se hundió la última,
todos los sucesos pertenecientes a los dos enormes continentes:
el prehistórico y el tradi-cional. Por tanto, describe
la primera pareja, que pobló toda la isla, como
ha-biendo sido formada de la Tierra. Al
decir esto, no quiere significar a Adán y Eva, ni
tampoco a los antepasados helénicos. Su lenguaje es
sencillamente la materia, pues los Atlantes fueron realmente la
primera Raza puramente humana y terrestre, toda
vez que las que le precedieron eran más divinas y
etéreas que humanas y sólidas".

Los autores de estas aseveraciones tan ambiguas y
dogmáticas pretenden justifi-carlas afirmando que les han
sido reveladas ‘telepáticamente’
por unos hipotéticos Ma-hatmas o ‘Adeptos’ que
supuestamente residen en algún lugar ignoto del Himalaya
des-de hace milenios custodiando toda la verdadera
sabiduría de este mundo. Es posible que algunas personas
se dejen convencer por tamañas explicaciones,
originalmente ex-presadas en Inglaterra y
EE.UU. en el último tercio del siglo XIX ; resultan, sin
embar-go, difíciles de asimilar para una mentalidad
racionalista -como la nuestra- de finales del siglo
XX*. Si la exponemos aquí es únicamente
con la intención de, como prometi-mos en la
Introducción, no dejar fuera ninguna interpretación importante (por absurda que
nos parezca) que haya habido acerca del mito de ‘La
Atlántida’.

Otra interpretación esotérica, igualmente
fantástica en nuestra opinión, es la que propone el
fundador de la gran fraternidad Universal, Serge Reynaud de la
Ferrière. Dicho autor, abundando en la teoría de
las Razas arriba esbozada, calcula que la Atlánti-da -que
él ubica en una antigua isla que se extendía entre
el Senegal y Venezuela-
debió desaparecer bajo las aguas alrededor de 11.000
años antes de nuestra era, con lo cual se acerca bastante
más que los anteriores a la cifra propuesta por
Platón. Además, Reynaud pontifica que, sumando los
2.000 años de nuestra era a los citados 11.000
transcurridos desde el hundimiento de la Atlántida, se
completan los 13.000 que teóricamente hacen falta
(también según sus cálculos, claro) para que
se complete una desaparición racial. Todos los signos, tanto
físicos como astrológicos, apuntan
inequívocamente, según este autor, hacia el
próximo Gran Cataclismo ; pero tampoco es cuestión
de apurarse.

"…los Iniciados, como conocedores del destino causal
de la Humanidad, son los que han de intervenir eficaz y
justicieramente en este momento trascen-dental de nuestra
Historia. La Gran Verdad, la UNICA, será dada a conocer
so-bre el haz del planeta porque ellos se hacen presentes en
cada recodo de la histo-ria humana en este mundo, y son
éstos en quienes debemos confiar, y así
prepa-rarnos para el Gran Juicio Final".

Para A.C. Asorey, la lectura que
debe hacerse de todas estas interpretaciones esotéricas de
los mitos es claramente política ; él piensa
que "… la Atlántida y sus habi-tantes, famosos por su
apostura, saber, fortaleza y riqueza, representan, para tantas
gentes insatisfechas que viven en cualquier época, uno de
los paraísos perdidos, campo adecuado para desarrollar la
fantasía y los sueños perennes de una vida
mejor
". En ese sentido lo que él llama
‘Operación Atlántida’ ha sido utilizado
más de una vez por cier-tos Gobiernos para distraer la
atención de los gobernados en momentos
especialmente problemáticos. Así, cita como ejemplo
sintomático de esto el inusitado interés que en
1967 sintieron los coroneles griegos por encontrar el
mítico continente perdido en la isla de Zhira (Santorini),
o el hecho de que recientemente el epicentro de la actividad
ocultista haya abandonado el Tíbet para reubicarse en
Machu Picchu o Tiahuanaco, en el corazón de
América
Latina, casualmente la mayor aglomeración de
gobiernos de ti-po fascista que registra la Historia
. Asorey
concluye:

"Es bien conocido el afán fascista de no perder
contacto con las supues-tas razas de señores
[¿los ‘mahatmas’? ¿los
‘iniciados’?] que vivieron en otros
tiempos
".

Aproximaciones pseudocientíficas

La cohorte de los que piensan que la Atlántida
existió realmente alguna vez es numerosísima ; no
faltan, desde luego, las publicaciones que intentan demostrar,
desde una metodología pretendidamente
‘científica’, cada vez una localización
distinta para el problemático continente. Durante el siglo
XIX la existencia de la Atlántida era un hecho
indiscutible, y lo único que faltaba era dar con su
supuesto emplazamiento exacto, El destacado geógrafo
español
Ricardo Beltrán y Rúzpide (1832-1928), sin ir
más lejos, aunque se guarda muy bien de proponer una
solución propia al enigma, sí cita con la mayor
seriedad las distintas teorías que sobre el particular
circulaban a finales de aque-lla centuria: así, para
López de Gomara la Atlántida equivalía a
América, Mentelle y Bory de Saint-Vincent la
situaban en la zona de la Macaronesia (Azores, Madeira,
Ca-narias y Cabo verde), Gefferi extendía esa zona hasta
las Antillas, estableciendo analo-gías de idioma,
monumentales, de costumbres, etc., entre los
‘americanos’, los ‘iberos’, los
‘etruscos’ y los ‘egipcios’, y Novo, por
fin, limitaba la extensión de la Atlántida al
actual Archipiélago de las Azores. Las polémicas
acerca de la posible existencia real de la Atlántida y de
su probable ubicación caso de haber existido principiaron
ya desde la propia Antigüedad Clásica.
Aristóteles, por ejemplo, pensaba lisa y llanamente que el
relato de su maestro Platón no era más que una
fábula, y otros autores se tomaron en serio el mito. Para
no alargarnos demasiado sobre este particular, reproduzcamos el
re-sumen que presenta al respecto el ya citado Martín
Hernández:

  • Antes de Platón nadie se refirió a un
    continente hundido ni a la existencia de una sociedad
    civilizada en él.
  • Platón es el único que hace
    mención de este hecho.
  • Después de Platón, unos autores creen
    la historia y otros no. En ningún caso los
    geógrafos se la creen, y sólo la mencionan
    a título de prueba de que hubo cataclismos, pero no como
    hecho histórico conocido y aceptado por
    todos.
  • Para los romanos no existió la
    Atlántida.
  • En el siglo XVI se quiso encontrar, con la
    tradición atlántica, una explica-ción al
    Descubrimiento, pero sólo en el terreno
    hipotético y especulativo.

Ya en el siglo XVIII hay una opinión acerca de
este tema que nos atañe directa-mente como canarios. Se
trata del punto de vista de nuestro ilustre paisano Joseph de
Viera y Clavijo (1732-1813), quien, en su ‘Historia de
Canarias’, y tras hacer repaso de todas las teorías
que le precedieron, se inclina más por el origen
volcánico de las is-las (aunque tampoco lo deja
demasiado claro), y no por su génesis a partir del
hundi-miento de un antiguo continente. A lo largo de nuestro
siglo XX han menudeado asimis-mo las interpretaciones sobre el
mito de la Atlántida, así como las diferentes
conjeturas acerca de su posible emplazamiento. Asorey cita
básicamente dos: la de Hans Hörbi-ger y la de Andrew
Thomas. El primero, uno de los ‘intelectuales’ que
más aceptación tuvieron en la Alemania nazi,
se centra en la creencia en los ‘gigantes’, cuyo
presunto origen explicaba mediante la fuerza de
atracción que diversas y sucesivas lunas ejercie-ron sobre
la Tierra al aproximarse a ésta. Tales gigantes
habrían sido los verdaderos constructores de los
monumentos ciclópeos que se pueden encontrar en
América, en la Isla de Pascua o en Nueva Guinea, y en
especial la ciudad de Tiahuanaco (Bolivia), que
sería algo así como la base desde la que los
atlantes partían hacia otros lugares del mun-do. Thomas,
por su parte, en una teoría que reúne en uno solo
tres mitos bastante utiliza-dos por el esoterismo actual (v.gr.,
el paraíso perdido o Edad de Oro, el origen
‘natural’ de los dioses y el saber olvidado) postula
que la Atlántida fue destruida en realidad por una especie
de conflicto
nuclear a nivel mundial. En previsión de ello, los
filósofos y sa-bios de la isla,
disconformes con la política militarista de su gobierno, se
retiraron a re-giones inaccesibles del planeta y, tras
desaparecer la radiación
y renacer la vida, retor-naron en forma de semidioses para
contribuir a la regeneración moral de la raza huma-na. La
teoría, guarda, como puede comprobarse, cierto parentesco
con la esotérica que vimos más arriba de los
‘mahatmas’, ‘adeptos’ o
‘iniciados’. Asorey concluye:

"A nivel popular, la Atlántida, junto con el
Triángulo de las Bermudas, los encuentros con OVNIS, los
restos del Arca de Noé y el monstruo del Lago Ness, en
Escocia, constituyen pasatiempos muy divulgados, al estilo de
las ser-pientes de verano que, bajo el inquietante
sobrenombre de hechos condenados, coleccionaba el
norteamericano Charles Fort, ‘la tímida foca del
Bronx’, según le llaman Pauwels y Bergier, para
quienes esta foca ha sido la ninfa Egeria de su Realismo
Fantástico".

Ya vimos en el apartado anterior la lectura
‘política’, también bastante
discuti-ble, por supuesto, que se puede hacer de todo este
tinglado. Algo parecido es lo que opi-na Martín
Hernández, quien nos recuerda a este respecto que desde
principios de
la Mo-dernidad hasta nuestros días las investigaciones
sobre la Atlántida (‘¡más de 5.000
pre-suntas ubicaciones, todas ellas demostradas con supuestamente
irrebatibles ‘pruebas
científicas’!) han ido pasando paulatinamente "…
de manos de sabios a semisabios, lue-go a mitómanos o
estafadores, y, por último, a la de quienes hoy en
día encuentran o venden una Atlántida, que va desde
Heligolandia al Sáhara, o de Siberia al lago
Titica-ca
". Básicamente se pueden clasificar las
distintas hipótesis en los siguientes grupos:

  • Atlántida hiperbórea
  1. Olof Rudbeck 
    Escandinavia
  2. Jürgen Spanuth 
    Heligolandia
  • Atlántida oriental
  1. Mar de Azof
  2. Persia
  3. Judea
  4. Malta
  5. Isla de Zhira (K.T. Frost, S. Marinatos, A.
    Galanopoulos, S.V. Luce)
  • Atlántida occidental
  • Tartessos (A. Schulten, R. Henning, O.
    Jensen)
  • Portugal
  • Atlántida africana
  • Cordillera del Atlas
  • Túnez (A. Hermann)
  • El Haggar
  • Nigeria (Leo Frobenius)
  • Africa oriental (Arabia)
  • Atlántida asiática
  • Cáucaso
  • Ceilán
  • Norte del Irán
  • Asia Central
  • Atlántida americana
  • Yucatán
  • Bolivia
  • Brasil
  • Atlántida antártica.

Muchos investigadores, ya desde hace siglos, se han
planteado una posible ubi-cación de la Atlántida en
el mismo lugar a que se refiere Platón: más
allá de las Colum-nas de Hércules
, es decir, en
el Océano Atlántico. Así, por ejemplo, el
eminente geólo-go Termier supuso que los actuales
archipiélagos de Azores, Madeira, Canarias y Cabo Verde
podían constituir los restos de un antiguo continente
sumergido. De hecho, es verdad que en toda esa zona (la
‘Macaronesia’) se observa cierta homogeneidad en
cuanto a sedimentos paleozoicos, distribución geográfica de la flota
y la fauna, etc.
Incluso se ha encontrado un texto clásico para corroborar
esta idea ; se trata de un frag-mento atribuido al historiador
Marcelo que aparece citado en el Comentario al Timeo del
filósofo neoplatónico Proclo, y que dice así
(subrayado nuestro):

"Así pues, que existió una isla y de
estas características lo ponen de ma-nifiesto los
historiadores que han hablado de las cosas del mar exterior.
Pues ha-bía en sus tiempos siete islas en aquel
piélago, consagradas a Perséfone, y otras tres
muy grandes, una consagrada a Plutón, otra a
Ammón y otra, en medio de estas dos, a Poseidón,
de unos mil estadios de extensión. Los que la habitaban
guardaban el recuerdo de sus antepasados sobre la
Atlántida como una isla ver-daderamente inmensa, que
realmente había existido allí, la cual,
consagrada tam-bién ella misma a Poseidón,
había gobernado durante muchos períodos de
tiem-po a todas las demás islas del mar
Atlántico. Esto lo escribió Marcelo en sus
‘Etiópicas’".

Como muy acertadamente comenta Martín
Hernández, ese texto está claro que no se refiere a
las Canarias, puesto que el archipiélago que menciona no
se compone de 7 islas, sino de muchas más. Probablemente
se trate de una narración totalmente mítica que, en
consecuencia, no alude a ningún lugar en concreto. La
adjudicación a Canarias del territorio de la
Atlántida comenzó ya desde el siglo XVIII con las
teorías sustentadas por C.R. Carli, y ya hemos visto
más arriba la opinión que tal suposición le
merecía a nuestro Viera y Clavijo. Por otro lado, al
investigador y periodista alemán Harald Braem no le
resulta plausible que los guanches fueran supervivientes del
hundimiento de la Atlántida, entre otras razones porque no
existen pruebas arqueológicas que verifi-quen tal
hipótesis. El se adhiere más a la teoría de
que los primitivos pobladores de Ca-narias no eran
autónomos y que llegaron a las Islas procedentes de otro
lugar.

Braem relaciona la Atlántida -cuya existencia
real en el pasado prehistórico pretende demostrar con su
libro- con la Cultura de los
Megalitos que se extendió por toda la costa
atlántica europea a partir de finales del
4o Milenio antes de nuestra era. En esa
suposición es secundado por Jean Deruelle y por Louis
Charpentier, aunque és-tos, como veremos, llegan a
conclusiones bastante distintas. Para Braem, la Atlántida,
una civilización marinera que floreció más
de mil años antes que las primera civilizacio-nes
tradicionales del Creciente Fértil y del valle del Indo,
se encontraba situada en la Isla de Gavrinis (frente a la costa
de Bretaña) y constituía el centro
neurálgico de una confederación de naciones
megalíticas (los 10 reinos que menciona
Platón). Los atlan-tes habrían, según
él, recorrido gran parte del planeta en sus primitivas
naves en busca de rutas comerciales, hasta alcanzar incluso la
mismísima América, difundiendo de esta manera su
cultura y su arte de
monumentos grandiosos. Esta civilización sucumbiría
fi-nalmente ante el avance imparable por toda Europa de los
pueblos indoeuropeos proce-dentes de las estepas rusas. Su
antiguo auge sería prontamente olvidado y los atlantes
quedarían relegados al campo de lo mítico, que ha
sido como nos ha llegado su historia a través del relato
platónico.

En opinión de Braem, el arte de construir
pirámides se originó en la actual Bre-taña
francesa supervisado por la Atlántida, y a partir de
allí fue difundido al resto del mundo, tanto al Creciente
Fértil como a América. Para él, y como se
refleja en las le-yendas sobre ‘hombres-peces’,
supuestos creadores de las grandes civilizaciones (Oan-nes,
Xexutros, Noé, Horus, etc.), todas ellas aparecieron por
obra y gracia de marineros atlantes que llevaron a diversas
partes su cultura megalítica. Uno de los lugares en el que
recalarían frecuentemente de camino para América
del Sur sería, por supuesto, el Archipiélago
Canario ; los atlantes establecidos allí quedarían
aislados a causa de la for-tuita destrucción de su
cultura, y por eso seguían estando en el Neolítico
cuando llega-ron los invasores españoles. El pueblo
guanche, por tanto, si esta teoría resultase ser cierta,
no tendría un origen ‘bereber’, como
generalmente se suele aceptar, sino euro-peo. Para
demostrarlo aduce Braem que también en las Islas se
construyeron pirámides (v.gr., en Güímar,
Icod, etc.) -y por lo visto con una estructura similar a las
construccio-nes escalonadas de Bretaña-, aunque a escala más
reducida que en otros lugares del
planeta**.

La hipótesis de Jean Deruelle parte de premisas
muy similares a las que utiliza Braem. El, sin embargo, prefiere
ceñirse más a la letra del texto platónico y
aceptar que la Atlántida sucumbió víctima de
una catástrofe natural. Por ello elige como
ubicación probable la zona del Mar del Norte que se
encuentra entre Inglaterra y la Península de Jutlandia ;
las numerosas islas que se encuentran en la zona (la Heligolandia
de Spa-nuth entre ellas) serían algo así como los
restos del naufragio. La idea de Deruelle -que no deja de
tener cierta lógica- es que el nivel del mar tuvo que
estar mucho más bajo en la época a que se refiere
el relato de Platón, con lo cual es probable que lo que
ahora es allí fondo marino cenagoso fuese antaño
una gran llanura fértil, y que los que hoy en día
se configura como el ‘Dogger-Bank’ (un promontorio
submarino que actualmente se en-cuentra a sólo 30 metros
bajo el nivel del mar) hubiese emergido alguna vez en forma de
islas. En ese caso el hundimiento de la Atlántida
se habría producido por causas na-turales al subir el
nivel de las aguas como consecuencia de un calentamiento de la
cor-teza terrestre. Deruelle interpreta los ‘canales’
que, según Platón, rodeaban la isla matriz como un
sistema de diques de contención similares a los que hoy
existen en los Países Bajos ; el resto del esquema
platónico coincide, según él, totalmente
(Ver esquema):

Deruelle -quien, por otra parte, confiesa no ser un
arqueólogo profesional
, lo que según él,
le exime de ciertos compromisos- pretende apoyar sus conjeturas
en una interpretación bastante sui generis de los
datos cronológicos obtenidos por el procedi-miento del
radiocarbono (C14) recalibrado, así como en la
coincidencia de ciertos he-chos fundamentales de la Historia con
los diversos calentamientos y enfriamientos alter-nativos de la
corteza terrestre que se han verificado desde la última
glaciación hasta la actualidad (Ver gráfico). En
ese sentido vincula a la Atlántida con las invasiones de
los misteriosos pueblos del mar (libu, meshuesh, sharden,
teresh, shekelesh, etc.) que asola-ron gran parte del creciente
Fértil en torno al
año 1200 a.d.C.. En su opinión, los atlan-tes no
sólo habrían conseguido detener con sus diques
ciclópeos el ataque reiterado de los
‘indoeuropeos’ (procedentes, según él,
del Norte de Escandinavia), sino que, habiendo logrado
dominar a esas hordas, las habrían comprometido en una
nueva opera-ción militar a gran escala, enfocada esta vez
hacia el Oriente Próximo. Para ello habrían
trasladado su base logística a la isla de Cerdeña tras
el hundimiento catastrófico de su primitivo emplazamiento.
Esta expedición daría cuenta, según cree
Deruelle, del enfren-tamiento entre la Atlántida y Atenas
a que se refiere el Timeo.

Para fundamentar estas últimas aseveraciones se
apoya Deruelle en una teoría que vincula las culturas
neolíticas de las islas del mediterráneo Occidental
(Baleares, Córcega, Cerdeña, Sicilia y Malta) con
el arte rupestre del norte de Africa y con el
posi-ble origen remoto del pueblo bereber. No se trata en
realidad de una hipótesis muy moderna, pues según
hemos podido constatar, ya se sustentaba con bastante consenso
durante el siglo XIX. Aparte de esto, Deruelle razona que,
teniendo en cuenta la inne-gable fuerza ofensiva que realmente
demostraron tener los ‘pueblos del mar’, no
podía tratarse de ninguna manera de grupos dispersos de
piratas, como generalmente se dice, sino que el ataque tuvo que
haber sido organizado por alguna civilización avanzada de
la zona con ansias de conquista.

Queda por hacer mención en este apartado de la
explicación del mito de la Atlántida propuesta por
Louis Charpentier. Este autor relaciona el susodicho relato
platónico con el hesiódico de las Columnas de
Hércules. Tras efectuar una serie de ex-haustivos
cálculos astrológicos (piensa, en efecto, que los
‘ritmos solares’ son más fia-bles a la hora de
establecer una cronología que las listas de reyes y
dinastías) llega a la conclusión de que la era
herculánea debió situarse entre los
años 8750 y 6000 antes de nuestra era, coincidiendo, por
tanto, en el tiempo con el hundimiento de la Atlántida
según el cómputo platónico. También
se refiere Charpentier a una supuesta secuencia escalonada del
derretimiento de los hielos al término de la última
glaciación, que condu-jeron finalmen-te a la apertura del
Estrecho de Gibraltar y a la conversión del
Mediterrá-neo en un mar. La Atlántida, entonces,
ubicada en algún lugar cercano al Estrecho, ha-bría
sucumbido en el transcurso de esas catástrofes naturales
que se desataron a nivel planetario.

PUNTO DE VISTA
ANTROPOLOGICO

Durante los últimos dos milenios, y
básicamente por la influencia del a veces desmedido
afán evangelizador de la Iglesia
Católica, se ha tendido a minimizar la im-portancia
antropológica de los mitos clásicos,
considerándolos simplemente como "… fantasías
extrañas y quiméricas, un legado encantador de la
infancia de la inteligencia
griega
". Robert Graves, sin embargo, insiste en la necesidad
indispensable de restituir al mito su justo valor como elemento
insustituible para comprender cabalmente la histo-ria, la
religión y la sociología europeas antiguas. Para ello
habría en primer lugar que delimitar el verdadero campo de
acción
de esas leyendas, distinguiéndolas dentro del
cúmulo de relatos más o menos fantásticos
que han llegado a nuestras manos, pues, co-mo dice Graves, "…
sólo una pequeña parte del cuerpo enorme y
desorganizado de la mitología
griega, que contiene importaciones de
Creta, Egipto, Palestina, Frigia, Babi-lonia y otras regiones,
puede ser clasificada correctamente, con la Quimera, como
ver-dadero mito
". Y no obstante:

"…, pueden hallarse auténticos elementos
míticos incrustados en las fábulas
menos prometedoras, y la versión más completa o
más esclarecedora de un mito determinado rara vez la
proporciona un solo autor ; cuando se busca su forma original
tampoco se puede dar por supuesto que cuanto más antigua
sea la fuente escrita, tanto más autorizada ha de
ser".

En opinión de Graves, un tal estudio
debería empezar "… con un análisis de los
sistemas
políticos y religiosos que prevalecían en Europa
antes de la llegada de los in-vasores arios procedentes del norte
y del este
". En definitiva, una verdadera Ciencia del
Mito debería basarse, según él, en los
resultados de la Arqueología, la Historia y la
Religión Comparada, y "… no en el consultorio del
psicoterapeuta
", como suele ser la tendencia dominante en
nuestros días. El punto de vista de Geneviève Droz
sobre este particular no es muy distinto del que acabamos de ver
; todo se basa, según ella, en la relación,
generalmente contrapuesta, entre ‘mythos’ y
‘logos’: "… por un lado, la razón condena
al mito y debe exorcizarlo ; por el otro, la verdad no se deja
encerrar tan fá-cilmente en el único lenguaje de la
razón conceptual
…". De esa al parecer insoslayable
ambigüedad no se libra ni siquiera Platón, cuya obra,
a pesar de constituir un modelo de
rigor en las demostraciones y en el lenguaje en
relación con la búsqueda de la verdad, se nutre no
obstante decididamente de relatos míticos. Pero este
pensador, como hemos visto, no se limita a reflejar los mitos tal
como le fueron transmitidos, sino que recreán-dolos
según su propio estilo y adaptándolos a sus
intenciones crea un nuevo género (el
‘mito filosófico’), cuyas
características, según Droz, son las
siguientes:

  • El mito se presenta bajo la forma de un relato
    ficticio ; su forma narrativa, fanta-siosa, burlesca o
    dramática, lo aproxima a la fábula, la
    parábola o la alegoría, pe-ro lo distingue de la
    simple imagen, de la metáfora, del paradigma o
    de la analo-gía.
  • El mito rompe con la demostración
    dialéctica, interrumpe el discurso
    conceptual y se propone, más o menos
    explícitamente, como otro tipo de discurso: ya no
    abstracto sino lleno de imágenes, ya no deductivo sino narrativo,
    ya no argu-mentativo sino sugestivo.
  • El mito no es, en tanto que tal, un método
    para buscar la verdad, sino un mé-to-do para exponer lo
    verosímil.
  • Si bien el mito no aspira a la verdad absoluta,
    aspira en cambio al
    sentido ; debe, por tanto, ser superado, traducido,
    interpretado y descifrado.
  • El mito contiene implícitamente una doble
    intención pedagógica: ilumina al in-terlocutor en
    dificultades y descansa al espíritu fatigado, o se
    convierte en el sos-tén de una discusión que
    enreda y se estanca.

De cara a clasificar los mitos platónicos
distingue Droz dos modos posibles de agruparlos:

  • Por su forma y su función (P.
    Frutigier):
  • Alegóricos (Prometeo,
    Teuth, etc.)Genéticos (Nacimiento de Eros, La
    Atlántida
    , etc.)
  • Paracientíficos (Génesis del mundo,
    Morada del alma después de la muerte,
    etc.)
  • Por su contenido:
  • La condición humana
  • La liberación espiritual
  • El destino de las almas
  • etc.

En opinión de Droz, el texto platónico,
tanto en el Timeo como en el Critias, está
dominado por una relación dialéctica en virtud de
la cual se contraponen claramen-te dos imágenes: la
tierra y el mar, ambas con referencia a la ciudad
de Atenas ; así dice:

"Atenas es una potencia terrestre que vive de los
productos de
su suelo y en el
interior de sus fronteras, sin excesos ni deseos de
expansión, en la estabili-dad, el equilibrio y
la autosuficiencia. La Atlántida es una potencia
marítima, orientada constantemente hacia el exterior,
poseída por el deseo de incrementar sus riquezas
mediante el comercio y de extender sus territorios mediante
con-quistas. Pueblos de mercaderes, de marinos, de guerreros
siempre listos para la agresión ; el mar les
enriquecerá y les perderá".

La Atlántida, según esta manera de ver las
cosas, no sería, entonces, más que una
transposición al terreno mítico de los problemas
reales de la polis ateniense, tal co-mo Platón las
interpreta desde su punto de vista. La filosofía se
interna de esta forma en el terreno de la cultura
griega. Para Jean-Pierre Vernant, por ejemplo, resulta cuando
menos sorprendente la concordancia de objetivos que
se puede observar en dos esque-mas culturales que aparentemente
tienen poco en común: el modelo cosmológico de los
primeros filósofos jonios y el modelo político de
la politeia clisténica. La reforma
de-mocrática de Clístenes, como este autor hace
notar, se rige, efectivamente, por el equili-brio entre
contrarios que propugnaban pensadores como Anaximandro y
Heráclito, y podríamos añadir de nuestra
propia cuenta que el hecho de que el territorio del Atica fuera
dividido por este legislador precisamente en 10 tribus, y
éstas a su vez en 3 cir-cunscripciones cada una, hace
pensar en la mística numérica de los
pitagóricos. Esta tendencia se acentúa,
según Vernant, en Platón, aunque ya desde una
óptica
diferente y bajo circunstancias políticas
radicalmente distintas:

"En el siglo VI, lo esencial era definir y promover un
orden propiamente humano. Se podría decir que el
filósofo, cuando se representaba el orden del mundo,
tenía los ojos puestos en la ciudad. En el siglo IV, el
filósofo tiene la vis-ta dirigida hacia lo divino ;
él contempla el cielo, los astros, sus movimientos
re-gulares. Es a partir de ellos como concibe a su imagen el
orden de la ciudad aún cuando la historia ha arruinado
ya las estructuras
tradicionales. El problema, pa-ra Clístenes, era el
renacimiento de
las instituciones atenienses ; para Platón,
el fundamento de la ciudad".

La politeia platónica (y no olvidemos que,
como hemos visto, el objetivo
pri-mordial de Platón, tanto en Las Leyes como en
el Timeo y el Critias, diálogos en los que
aparece el mito de la Atlántida, no era otro que el de
discutir algunos aspectos cruciales de su proyecto
político) se plantea, según Vernant, como una
especie de Antítesis de la constitución
clisténica, aunque hay que reconocer que en cierto sentido
permanece fiel a su espíritu, puesto que ambas se inspiran
directa o indirectamente en el concepto de
‘isonomía’ (= igualdad) que aparece en
la retra de Licurgo. En Platón, "… la
dife-renciación de clases da lugar a una verdadera
segregación fundada en una diferencia de naturaleza entre
los miembros de las diversas categorías funcionales que no
deben encontrarse mezcladas en ningún plano
". Para
ilustrar esto el filósofo propone su pecu-liar
versión del mito hesiódico de los metales. En la
‘República ideal’ de Platón,
efecti-vamente, los ciudadanos, según las virtudes de que
hagan gala, estarán divididos en cua-tro jerarquías
sociales y políticas:

  • Ciudadanos de ORO  Gobernantes
    (‘Filósofos) ; sabiduría
  • Ciudadanos de PLATA  Defensores ;
    valor
  • Ciudadanos de HIERRO y
    BRONCE  Artesanos y campesinos ;
    templanza y justicia
  • Servidores (sin virtud): esclavos,
    trabajadores manuales y
    comerciantes.

Al contrario que en el caso de Clístenes, el
espacio y el tiempo políticos de Pla-tón no se
encuentran delimitados, sino que se rigen por el orden divino del
cosmos ; la oposición entre ciudad y campo desaparece de
este modo, de manera que, como lo pone, Vernant, "… la
‘polis’ platónica, que es en muchos aspectos
… lo contrario de la ciu-dad clásica, es también
la verdad. Es, sin duda, en las ‘Leyes’
donde el modelo de un espacio político geometrizado, que
caracteriza a la civilización griega, se encuentra en sus
rasgos específicos más firmemente dibujado
".
Algo parecido es lo que dice al res-pecto Pierre Vidal-Naquet,
aludiendo de paso a la dialéctica que desarrolla
Platón entre lo particular y lo universal, entre
‘microcosmos’ y ‘macrocosmos’:

"En Platón, el hombre
mismo es una ciudad en que se enfrentan fuerzas
antagónicas ; en cuanto a la ciudad del filósofo,
ya no encuentra su modelo en la ciudad empírica, sino en
el orden del universo ; …
Marginado por la ciudad real, Platón se refugiará
en 'esa república dentro de nosotros mismos'"

Este último autor, de acuerdo con lo
anteriormente citada Geneviève Droz, opta por relegar la
Atlántida al terreno de lo único ; no se trata,
para él, más que de "… uno de esos modelos que a
Platón tanto le gustaba imaginar y que le permitían
dramatizar un debate
abstracto
". Resulta inútil, por tanto, considerar los
escritos platónicos como ‘fuentes
históricos’, como hemos visto que hacen algunos, ya
que Platón, según Vidal-Naquet, nunca
pretendió expresarse en términos de
‘fuentes’ como hacía, por ejem-plo, Herodoto,
sino más bien refiriéndose a los susodichos
‘modelos’. Tampoco está de acuerdo
Vidal-Naquet con aquellos que, como Friedländer y Bidez, ven
en la Atlántida una especie de transposición
ideal del oriente y del mundo persa
", aunque reconoce que el
enfrentamiento entre la ciudad mítica y Atenas se puede
interpretar en cierto sen-tido como una transposición del
eterno conflicto entre griegos y bárbaros
(Troya, Gue-rras Médicas, etc.). Su interpretación
del mito es básicamente la misma que la que pro-pone Droz
; se fundamenta en el antagonismo ‘tierra-mar’, que
desarrollado convenien-temente lleva a ambos autores a pensar que
la Atlántida no es en realidad otra cosa que la propia
Atenas mitificada
, y así dice:

"… los atenienses que remodeló Platón
no se embarcaban en navíos … En la tierra y no en el
mar es donde los atenienses vencen a los atlantes, pueblo
maríti-mo. Extraña Atenas y extraño
‘Oriente’ … ¿No habrá de
conducirnos un examen más profundo de los textos, sin
negar lo adquirido, a una interpretación más
compleja del conflicto de las dos ciudades? Al dar con la
Atlántida y vencer, ¿a quién vence en
realidad la Atenas de Platón, sino a sí
misma?"

Pierre Vidal-Naquet cree poder
justificar racionalmente la anterior aseveración mediante
el estudio pormenorizado de los textos platónicos en
cuestión, en los cuales, según su opinión,
se refleja claramente esa dualidad ‘tierra-mar’ a que
antes nos refería-mos. Así, se nos dice que en la
cosmología de Platón, tal como viene expuesta en el
Timeo, la tierra resulta ser el más estable
de los ‘4 elementos’ (v.gr., tierra,
agua, aire y fuego). Platón hace,
efectivamente, una interpretación matemática
de los mismos bajo influencia pitagórica, asignando a cada
uno su figura geométrica correspondiente:

FUEGO  Tetraedro (móvil) (pequeño,
agudo)

AIRE  Octaedro

AGUA  Icosaedro

TIERRA  Cubo (inmóvil)

Siguiendo a Vidal-Naquet, Platón consideraba a la
Atenas primitiva (v.gr., la polis agraria y
aristocrática anterior a las reformas de Clístenes)
como la representación de lo Mismo, lo invariable.
En ese sentido, la Atlántida nunca podría
interpretarse como representación política de
‘lo Otro’, de algo con existencia propia, ya que,
como Platón tenía muy claro, "lo otro no
es
". Tal afirmación estaba ya bastante acendrada en la
men-talidad griega desde que Parménides de Elea, alrededor
del años 500 a.d.C., pontificase la ‘unidad de la
razón’: "El ser es, y el no-ser no es ; la
‘teoría de la ideas’ platónica
partía del desarrollo de esa suposición. Para
Platón, por tanto, este ‘mundo sensible’ era
completamente irreal, un mero reflejo o sombra del verdadero SER.
A este Ser no se puede llegar por medio de los sentidos,
sino sólo mediante el razonamiento. El mundo de las
ideas, o ‘mundo inteligible’, según eso,
tendría las siguientes características:

  • Multiplicidad de las cosas sensibles y
    unidad de la idea.
  • Las ideas son entes reales, y no conceptos
    mentales.
  • Participación de las cosas a las
    ideas
    (‘metexis’)
  • Presencia de las ideas en las cosas
    (‘parousia’).
  • Las cosas son imitación
    (‘mimesis’) de las ideas.

Platón pensaba que la sociedad ateniense se
había ido degradando: había perdido aquello que
aseguraba su permanencia e invariabilidad, y esa había
sido la causa de su perdición. El proceso degenerativo
(que, por supuesto, no se corresponde con los acon-tecimientos
históricos reales) fue, según él, el
siguiente:

  • REINO: ‘monarquía’, gobierno de
    uno
  • ARISTOCRACIA: gobierno de los
    mejores
  • OLIGARQUIA: gobierno de los ricos
  • DEMOCRACIA: gobierno de todos (el
    pueblo)
  • TIRANIA

El gobierno más perfecto es, según
Platón. aquel en el cual gobierna el mejor y más
sabio de todos los ciudadanos
: la ‘monarquía. A
veces, sin embargo, resulta impo-sible encontrar un único
ciudadano que reúna todas las cualidades y toda la
sabiduría necesarias para que por unanimidad se le
considere digno de asumir el poder. Entonces es normal que
‘los mejores’ se reúnan para formar gobierno.
El poder corrompe, y poco a poco ‘los ricos’ acaban
tomando las riendas del poder, para así aprovecharse mejor
de sus conciudadanos. El pueblo oprimido por la oligarquía
acaba más pronto o más tarde por rebelarse, y para
evitar nuevas opresiones se elige una asamblea de
representantes
que gobierne en nombre de todos. Hemos llegado
al reverso de la moneda. Al final siempre hay un ciudadano
más listo que los demás que se hace dueño de
la asamblea y se aprovecha de ella con fines inconfesables.
Volvemos al gobierno de una sola persona, pero no precisamente
la mejor ni la más sabia
.

La ‘vida marítima’ y todo lo que ella
traía consigo (mutaciones políticas, comer-cio,
imperialismo)
había arrastrado a Atenas hacia su decadencia ; la
‘tierra’ había sido sustituida por el
‘agua’
como base de la vida ciudadana (ya que, como es sabido, Ate-nas,
al tener concentrada a la mayor parte de su fuerza de trabajo en
la fabricación de cerámica para la exportación, no producía ella misma
prácticamente ningún bien útil, dependiendo
totalmente del exterior para el suministro de alimentos, etc. ;
de ahí su in-terés en mantener un imperio
comercial, que fue lo que a la larga causó su
perdición. A la Atlántida del mito le
ocurrió algo parecido, y también fue motivo de su
ruina ; su es-tructura, tal como cuenta Platón, fue
claramente de despliegue del ápeiron (la
alteri-dad), hasta el punto de que Poseidón, el
señor de la isla, dejó súbitamente de ser
una divinidad terrestre para convertirse de buenas a primeras en
Dios del Mar.

Según P. Schachermeyr, citado por Francis Vian,
Poseidón empezó siendo
Posèï-das, el Dios-Caballo, Señor de la
Tierra de los indoeuropeos en la época en la que
supuestamente arribaron a Grecia
( 1900 a.C.). Hacia el siglo XVI, cuando estos pue-blos
aprendieron de los hititas el uso de los carros de guerra,
Posèï-das pasó a ser Dios de los carros y
patrón de la Clase Militar.
Esta divinidad quedó relegada a un segundo lugar en el
panteón ante el empuje de Zeus, protector de la
dinastía real de Micenas, pe-ro recobró su
importancia con el derrumbe de aquella civilización y con
las migraciones a que este acontecimiento dio lugar ;
Poseidón acabó finalmente convirtiéndose en
dios del mar, cediendo sus funciones
ctónicas al infernal Hades. La leyenda explica esto
di-ciendo que los tres dioses principales echaron suertes en un
yelmo para repartirse el uni-verso, y a Poseidón le
tocó precisamente el reino de los mares que siempre
había ambi-cionado. Tanto Geneviève Droz como
Pierre Vidal-Naquet citan infinidad de ejemplos que permiten
establecer paralelismos entre la Atenas anterior a la Guerra del
Peloponeso y la mítica Atlántida, con el fin de
corroborar la suposición arriba enunciada de que ambas
ciudades corresponden en realidad a una y la misma ciudad,
aunque consi derada por Platón desde dos puntos de
vista contrapuestos con fines pedagógicos. Vidal-Naquet
concluye en consecuencia:

Atenas triunfa y la Ciudad-Uno se impone a la que se
había dejado ganar por la desunión y la
desemejanza. El agua
cubre a la Atlántida y pone término así al
progreso de la alteridad a través de su triunfo total ;
Atenas pierde su sustancia terrestre y se convierte en la
Atlántida".

CONCLUSIONES:
Ciencia oficial y ‘paraciencia’ en torno a un
Mito

Todos los autores de libros
‘paracientíficos’ (o
pseudocientíficos) acerca del te-ma que aquí
nos ocupa que hemos consultado se quejan de que sus
teorías han tenido menos difusión de la que
merecían por culpa de la oposición
sistemática de la ‘ciencia oficial’, que se
niega a aceptar una serie de verdades archidemostradas.
Así, Louis Char-pentier, por ejemplo, cree que la duda
generalizada acerca de la suposición de que la
Atlántida hubiese existido alguna vez tiene origen
‘evangélico’ ; el solo hecho de pensar en la
posibilidad de que se hubiese originado una civilización
avanzada en occidente y con anterioridad a las clásicas
del Oriente Próximo sería poco menos que "… un
caso de excomunión mayor
", pues vendría a ser
algo así como contravenir flagrantemente a lo promulgado
por las Sagradas Escrituras. Y todos esos autores achacan a
la ciencia
mo-derna actitudes
igualmente inquisitoriales ante cualquier nueva conjetura que
pretenda salirse de los cauces ya trillados. Para el conocido
divulgador de la ciencia Martin Gard-ner, tales aseveraciones no
indican otra cosa que un profundo desconocimiento de lo que es y
significa el Método
Científico por parte de quienes las hacen. La Ciencia
no pretende, en absoluto, ser depositaria exclusiva de la verdad
(cosa que, por otra parte, sí que pretende la Iglesia
Católica, por ejemplo): "Sólo en la
lógica y la matemática puras se pueden considerar
enunciados absolutamente ciertos, pero para llegar a esta clase
de verdad se paga un precio muy
alto, consistente en que dichos enunciados no nos di-cen nada
acerca del mundo
". El resto de las proposiciones
científicas están sujetas a una inevitable
ambigüedad, que es asumida perfectamente por todo
científico que se precie:

"Todo el mundo está de acuerdo en que la
ciencia avanza por la com-probación constante de nuevas
hipótesis, de las que hay que desechar la mayoría
… De modo análogo, las propuestas continuas de
teorías heterodoxas, la mayoría de las cuales
resultan defectuosas, son esenciales para el progreso de la
ciencia. Contrariamente a lo que alguna gente cree, las
revistas de prestigio están atesta-das de tales
especulaciones inconformistas, y el camino seguro a la
fama consis-te en proponer una teoría estrafalaria que a
la larga resulta confirmada, a menudo frente a una intensa
resistencia por
parte de los escépticos. Dicha resistencia es a la vez
comprensible y necesaria. La ciencia sería un caos total
si los expertos abrazaran en seguida, o incluso si trataran de
refutar cualquier teoría excéntrica que se
presentase".

El procedimiento
seguido por los ‘paracientíficos’ suele ser
parecido a lo que Kant llamaba
paralogismos de la razón pura: en un razonamiento,
alguna de las pre-misas propuestas es dudosa (o pueden serlo
varias de ellas, o incluso todas), con lo cual la
conclusión tampoco resulta creíble. Así,
Charpentier parte, como hemos visto, de aceptar los datos de la
Astrología como absolutamente fiables, lo
cual dista mucho de ser aceptado unánimemente (nada lo es)
por la comunidad
científica, la cual, por ende, no aceptará tampoco
los resultados de su investigación. Con Deruelle ocurre otro
tanto: él hace, amparándose en su declarada falta
de experiencia en el campo de la Arqueolo-gía, una serie
de interpretaciones no muy ortodoxas de los datos suministrados
por el C14 (que, por supuesto, no son corroborados con
los correspondientes hallazgos arqueológi-cos), y luego
pretende que sus conclusiones sean poco menos que irrebatibles.
Pero la ciencia, como ya hemos apuntado, no trabaja con verdades
incuestionables. Martin Gardner aventura una posible
explicación del sorprendente y repentino auge actual (en
una sociedad cada vez más tecnificada y en teoría
cada vez más escéptica) del interés por lo
misterioso, lo esotérico y lo
‘paracientífico’:

"Como siempre ocurre con tales manías, tienen
múltiples causas: el decli-ve de las creencias
religiosas tradicionales entre la gente mejor educada, el
resur-gir del fundamentalismo protestante, el desencanto para
con la ciencia por haber creado una tecnología que daña el medio
ambiente y haber producido armas de guerra
terribles, una formación científica cada vez
más pobre en los niveles es-colares, y muchos otros
factores … papel de los medios de
comunicación como factor realimentador de este
proceso. Siempre ha sido así, pero el fantástico
po-der de la
televisión y las películas para influir sobre
la opinión
pública ha hecho que esta realimentación sea
hoy en día una fuerza capaz de acelerar
rápidamente cual-quier moda".

Descartadas por las razones arriba expuestas todas las
teorías acerca de la Atlán-tida a que nos hemos
referido en los últimos párrafos -que no por ello
dejan de ser inte-resantes y hasta sugerentes ; en caso contrario
no les hubiéramos dedicado tanto espa-cio-, sólo
nos queda considerar el intento de explicación
‘antropológica’ de este mito platónico
llevado a cabo por Geneviève Droz y Pierre Vidal-Naquet.
Estos autores ba-san su investigación en la
exégesis de textos, y pretenden relacionar los escritos de
Platón referidos a la Atlántida con el resto de la
obra de ese autor, así como con la so-ciedad ateniense de
su época. Sobre todo hacen hincapié en el
‘giro copernicano’ que da la filosofía de
Platón en la última etapa de su vida, cuando
éste le imprime a su pen-samiento un tinte más
religioso-místico por influencia de los
pitagóricos, pero sin aban-donar nunca su
preocupación primigenia acerca de la ‘ciudad
ideal’, que contrapone a la Atenas que le tocó
vivir. Platón, como prueban sus escritos políticos,
no estaba en abso-luto satisfecho con el cariz que estaban
tomando los acontecimientos en su ciudad natal. Hay quien afirma
que el filósofo, como aristócrata que era, no
podía aceptar un régimen democrático que no
sólo ponía en cuestión sus privilegios, sino
que además había con-denado a muerte a su maestro y
amigo Sócrates. Tales circunstancias hacen suponer a
más de uno que Platón, al igual que Jenofonte.(que
también fue discípulo de Sócrates, por otra
parte), defendía acérrimamente el modelo
político militarista espartano. Ese ex-tremo está
por demostrar, ya que, por lo que se desprende de la lectura de
los textos pla-tónicos, sus preferencias iban más
bien por un régimen mixto
monárquico-democráti-co
; este aspecto tampoco
queda demasiado claro.

Existen, según nuestro punto de vista, diversas
razones para encontrar plausible la explicación de Droz y
Vidal-Naquet de que la Atlántida no es en realidad otra
cosa que una transposición mítica de la Atenas
de Platón
. Por lo pronto, hay dos detalles que nos
inclinan a pensar que la Atlántida nunca existió
físicamente. En primer lugar está el pasaje del
Critias donde se nos dice que Zeus entregó a
Poseidón una isla con una gran planicie fértil,
abundante en caza, metales y todo lo necesario para una vida
agradable. No puede tratarse, desde luego, de una
narración con base histórica, puesto que en la
mitología griega, como es sabido, todos los dioses y
semidioses
poseían una planicie pa-recida, una especie
de Paraíso Terrenal donde no hacía falta trabajar
(sólo los humanos trabajan: Ganarás el pan con
el sudor de tu frente
), pues la tierra lo daba todo de balde.
Véase, por ejemplo, el pasaje de la Odisea sobre
Calypso ("terrible diosa de voz huma-na") y los
‘lestrigones’. La llanura, por otro lado,
podría ser -pensamos- otra transpo-sición
mítica: para los griegos, que habitaban un terreno
montañoso e incómodo, difícil de cultivar,
poseer una gran planicie fértil tenía que ser,
desde luego, un ‘privilegio de los dioses’.
Además, está el tema del palacio de
Poseidón: según el Critias, estaba
cons-truido en oro, marfil y auricalco. Jean
Deruelle propone que ese misterioso ‘auricalco’ no
era otra cosa que ámbar. Si dicho autor lleva
razón en lo que parece constituir una de las pocas
intuiciones
felices de su libro, entonces la vivienda del presunto rey de la
Atlántida es tan mítica como el resto de la isla.
Pues da la casualidad de que el palacio que Menelao poseía
en Esparta, según refleja la ‘Odisea’, estaba
construido igualmente en oro, marfil y
ámbar. Y, desde luego, no aceptamos que el tal
Menelao también fuese uno de tantos ‘atlantes’
descarriados que, según cuentan, recorrían el mundo
por aquellos entonces.

El tema de la Atlántida ha dado, como ha podido
verse a lo largo de estas pági-nas, muchísimo que
hablar a multitud de autores, unos más de fiar que otros.
Nuestro cometido en este estudio ha consistido simplemente, como
advertíamos en la Introduc-ción, en dar cumplida
cuenta de algunas de esas interpretaciones del texto
platónico (las más interesantes a nuestro parecer,
y dentro de las disponibilidades bibliográficas),
tra-tando de distinguir las más plausibles de las que no
nos lo parecían tanto, y dando nues-tra inexperta
opinión al final. Creyendo, pues, haber cumplido
sobradamente con nues-tra misión,
damos por terminado el
trabajo.

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Autor:

Juan Puelles López

Partes: 1, 2
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