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La ciencia y la tecnología en América Latina: su impacto en el desarrollo de la medicina natural y tradicional (página 2)




Enviado por Yanet Rodr�guez



Partes: 1, 2

Ciencia y
tecnología, origen y
desarrollo

Se hizo cada vez más claro que la ciencia y
la tecnología son procesos
sociales profundamente marcados por la civilización donde
han crecido; el desarrollo
científico y tecnológico requiere de una
estimación cuidadosa de sus fuerzas motrices e impactos,
un conocimiento
profundo de sus interrelaciones con la sociedad.

Los éxitos de la ciencia, en su
alianza con la tecnología son indudables. Nos han
proporcionado una gran capacidad para explicar, controlar y
transformar el mundo.

La importancia de la ciencia y la tecnología
aumenta en la medida en la que el mundo se adentra en lo que se
ha dado en llamar "la sociedad del conocimiento", es decir,
sociedades en
las cuales la importancia del conocimiento crece constantemente
por su incorporación a los procesos productivos y de
servicios, por
su relevancia en el ejercicio de la participación popular
en los procesos de gobierno y
también para la buena conducción de la vida
personal y
familiar.

La enorme capacidad cognoscitiva de la humanidad debe
ejercer una influencia cada vez mayor en la vida de las
sociedades y las personas.

Por eso es que la reflexión sobre la ciencia es
un tema al cual el pensamiento
moderno, sobre todo el de la segunda mitad de este siglo, ha
dedicado especial atención.

La tecnología moderna apoyada en el desarrollo
científico (tecnociencia)
ejerce una influencia extraordinaria en la vida social en todos
sus ámbitos: económico político, militar,
cultural. La Revolución
Científica del Siglo XVII, y la Revolución
Industrial iniciada en el Siglo XVIII fueron procesos
relativamente independientes. La fecundación recíproca y
sistemática entre ciencia y
tecnología es, sobre todo, un fenómeno que se
materializa a partir de la segunda mitad del siglo y se
acentúa notablemente en el siglo actual. El
tránsito que vivimos del siglo XX al siglo XXI es un
período profundamente marcado por el desarrollo
científico y tecnológico.

En gran medida el desarrollo científico y
tecnológico de este siglo ha sido impulsado por intereses
vinculados al afán de hegemonía mundial de las
grandes potencias y a las exigencias del desarrollo industrial y
las pautas de consumo que se
producen y se difunden desde las sociedades que han marcado la
avanzada en los procesos de modernización (Acevedo y
Núñez Jover). Por eso los Estados y las grandes
empresas
transnacionales se cuentan entre los mayores protagonistas de la
ciencia y la tecnología contemporáneas.

La preocupación por la ciencia y la
tecnología se venía manifestando desde la segunda guerra
mundial, aquella que dejó más de cuarenta
millones de muertos, con la posición de varios
físicos que cuestionaron e incluso abandonaron sus
experimentaciones en el campo de la energía
nuclear, decepcionados por la forma como sus trabajos de
investigación habían sido utilizados
en la producción y utilización de la bomba
atómica. Estos científicos buscaron otras ciencias, como
la Biología,
para trabajar desde allí por un conocimiento que
contribuyera a la vida y no a la destrucción de la misma y
de verdad, de progreso de la humanidad, parecía
señalar el límite de su utilización a
través de la creación de la bomba.

La preocupación por el desarrollo
tecnocientífico creció y se multiplicó en
los sesenta, bajo el escenario de la tensión internacional
por la carrera armamentista y bajo el creciente deterioro del
medio ambiente
(Waks y Rostum, 1990). Cada vez se hizo más evidente una
sensación de temor y frustración generalizados,
cuya fuente de origen parecía estar ligada a la ansiedad
sobre el desarrollo
científico-tecnológico.

Esta protesta social, de la que salió el movimiento
ambientalista y el hipismo como expresión existencial, fue
canalizada en los espacios académicos de las
universidades, tanto norteamericanas como europeas e incluso
latinoamericanas tal como se desprende de los trabajos de Jorge
Sábato
y Amílcar Herrera al sur del continente, en la óptica
por buscar un espacio de desarrollo tecnológico más
adecuado para esos países (Vaccarezza, 1998). La
movilización social sobre la ciencia y la
tecnología pasó a la preocupación
académica, sin perder su capacidad crítica.

En conclusión, de una postura
antitecnológica y antisistema, presente en la
década de los 60, se derivó hacia una actitud
más positiva que pretendió dilucidar qué
valores
culturales subyacen detrás del logro tecnológico
(Cutcliffe, 1990).

Pero la relación ciencia – sociedad ha
experimentado cambios bruscos en este siglo. Sin embargo, hasta
hace apenas dos décadas prevaleció un enfoque que
hoy se considera insatisfactorio. La idea era que había
que invertir fuertemente en investigación básica,
lo que a la larga generaría innovación
tecnológica y ésta favorecería el
desarrollo
social. Tras esta idea, en el período que media entre
la Segunda Guerra
Mundial y los años setenta se invirtió mucho
dinero con
este fin. La crisis
económica que experimentó el capitalismo
mundial obligó a reconsiderar este enfoque y transitar a
un modelo mucho
más dirigista del desarrollo científico
técnico. Esto es lo que es propio de la llamada Tercera
Revolución Industrial caracterizada por el liderazgo de
la microelectrónica y el protagonismo de la Biotecnología, la búsqueda de nuevas
formas de energía, los nuevos materiales,
entre otros sectores.

La sociedad tecnológica contemporánea ha
colocado a una buena parte de la ciencia en función de
prioridades tecnológicas. Según UNESCO (1996)
la
investigación básica representa menos del 20%
de la investigación que se hace en los países
desarrollados. Según esa misma fuente, las empresas son
las que están corriendo hoy con una buena parte del gasto
en I+D e incluso con la ejecución de las investigaciones.
Obsérvese que hasta la ciencia básica (si
aún este término es sostenible) se caracteriza por
una alta sofisticación tecnológica. Estas
realidades colocan a la ciencia en una relación
inédita con la tecnología y es de suponer que esta
situación siga afirmándose.

A su vez, la tecnología, como hemos visto, es
cada vez más dependiente de la actividad y el conocimiento
científico.

Todo esto sugiere que los clásicos límites
atribuidos a ciencia y tecnología se están
volviendo borrosos y aún más, disolviéndose.
Estamos frente a un complejo ciencia – tecnología donde
como dice Barret: "El guión que une los términos de
'ciencia – tecnología' indica esa unión esencial.
La nueva ciencia es, por su esencia, tecnológica" (citado
en Hottois, 1991).

Existen tres tendencias del desarrollo
tecnocientífico que justifican la afirmación
anterior. En primer lugar, el alto grado de concentración
de la ciencia y la tecnología en un grupo reducido
de países y orientación prioritaria de la
investigación hacia países y personas con alta
capacidad adquisitiva; en segundo lugar la privatización y comercialización creciente del saber y en
tercero, el involucramiento en la empresa
científica en objetivos
militares que ponen en duda la esperanza surgida al
término de la guerra
fría de que los cuantiosos recursos
destinados a tales fines se destinaran a la educación, la
salud y otros
fines humanos.

El 20% más rico tiene el 93% de INTERNET. Pasa igual con la
biotecnología aplicada a la medicina y la
agricultura.
El informe dice: "al
definir agendas de investigación, y en las discusiones
sobre el dinero los
productos
cosméticos innecesarios y los tomates de maduración
lentas, van más arriba en la lista que los cultivos
resistentes a la sequía o una vacuna contra la malaria"
(ONU,
1999).

El flujo selectivo de personal calificado significa un
aporte financiero notable que hacen los pobres a los ricos y que
es mucho mayor que la "ayuda oficial al desarrollo". En la
teoría
clásica a este fenómeno se le denominó "robo
de cerebros" y se le contempló como fenómeno
esencialmente económico. Hoy se habla de una
"teoría del nomadismo científico" que estudia la
multitud de factores que lo genera, los efectos que produce y las
posibles estrategias para
enfrentar los procesos migratorios propios de las comunidades
académicas. (Meyer et al., 2001). Denominaciones
aparte, el flujo migratorio sigue siendo devastador para los
países subdesarrollados.

La mayor parte del mundo, sin embargo, apenas tiene
participación en la definición y ejecución
de los cursos científico-técnicos. Se ha dicho que
la ciencia mundial está aún más concentrada
que la riqueza mundial. América
Latina, por ejemplo, tiene muy poca participación en
ciencia y tecnología: poco más del 2% de los
científicos e ingenieros que realizan tareas de
investigación y desarrollo en el planeta y algo más
del 1% de los recursos que se invierten con ese fin.

Sobre todo desde los años sesenta se viene
insistiendo en que la salida del subdesarrollo
obliga a crear capacidades en ciencia y tecnología. Pero
los discursos han
desbordado a las realizaciones prácticas
(Núñez Jover).

Se atribuyen a la ciencia y a la tecnología
grandes efectos sobre la sociedad, en particular en el campo de
las tecnologías de la producción y de la información y en el de la
biotecnología. Algunos críticos consideran que
estos desarrollos han contribuido a que los países,
regiones y grupos
sociales más ricos se hayan vuelto más ricos,
es decir, que la brecha entre ricos y pobres, que se pensaba
podía disminuir, habría aumentado. En 1960 el 20%
de la población mundial en los países
más ricos tenía treinta veces más ingresos que el
20% más pobre; en 1997, setenta y cuatro veces más.
Y si nos referimos a Internet, por ejemplo, presentada por sus
proponentes como la democracia
para el futuro, vemos que tan sólo el 20% más rico
de la tierra
dispone del 93% del uso total de este medio. «Aquellos con
ingresos, educación y contactos
[en sentido literal], tienen un acceso barato e
instantáneo a la información.

La ciencia y la tecnología favorecen los
intereses de los grupos sociales y
de los países más fuertes, como lo señalan,
por ejemplo, algunos hechos: se da prioridad a las áreas
de Investigación y Desarrollo (I+D) destinadas a mejorar
productos que satisfacen las necesidades ya casi saturadas de una
pequeña minoría de países desarrollados,
como en el caso del 90% del gasto en I+D para la industria
farmacéutica, el cual se destina al tratamiento de las
enfermedades de
la vejez de la
población de las ciudades y regiones más ricas del
mundo (Núñez Jover).

Otro ejemplo lo constituye acelerar el proceso de
sustitución de importaciones de
los países pobres y en desarrollo por productos de los
países desarrollados, como sucede con los materiales
compuestos que reemplazan las materias primas tradicionales con
ayuda de la biotecnología (Petrella, 1994).

Pero sabemos que la ciencia y la tecnología
sólo juegan un papel en estos aspectos, y que se requiere
un reajuste más profundo de índole social, política y
económica. Sin embargo, sabemos también que si la
ciencia y la tecnología no tienen una orientación
más sensible frente a estos problemas,
continuarán contribuyendo a aumentar significativamente la
desigualdad global.

Ciencia
y tecnología en Cuba

Durante las últimas cuatro décadas
Cuba ha
realizado un esfuerzo significativo en educación, ciencia
y tecnología. Sus indicadores en
estos campos (Fernández y Núñez, 1998), de
acuerdo con el volumen de su
población y monto de recursos disponibles, son de los
más altos en América
Latina. Se puede decir que el país ha apostado fuerte por
la educación, la ciencia y la tecnología. Incluso
en medio de la crisis económica más reciente, este
esfuerzo se ha mantenido en algunas áreas e incluso
multiplicado en otras (Biociencias, Biotecnología,
Industria Farmacéutica). Como todo país en
vías de desarrollo, Cuba enfrenta un extraordinario
desafío científico y tecnológico.

La comunidad
científica cubana tiene expresiones de compromiso social
poco frecuentes en países del tercer mundo. La existencia
de un código
de ética
de los científicos cubanos en cierta medida refleja todo
esto. En otras palabras, el desarrollo científico,
tecnológico y educativo cubano transparenta las estrechas
relaciones entre ciencia, tecnología y sociedad; entre la
ciencia, la tecnología, la política y los
valores.

El debate en
torno al
desarrollo de ciencia y tecnología en Cuba ha tenido
frecuentemente un carácter público y participan en
él de diferentes modos numerosos agentes sociales. Una
expresión clara de esto es el llamado Forum de Ciencia y
Técnica, una experiencia de participación
pública que requiere aún un estudio detallado pero
que sin dudas reviste un carácter singular. Brevemente, el
Forum es un concurso público y periódico
de innovación científico-técnica
a nivel nacional que cuenta con una gran popularidad en la isla.
A él concurren en pie de igualdad tanto
el trabajador más humilde en, digamos, una cadena de
producción de bicicletas como el biotecnólogo de la
Universidad de La
Habana. Lo que se valora es haber hecho algo, un cambio en la
disposición de tornillos o la síntesis
de una vacuna, que se traduzca en mejora social.

Dentro de ese panorama la posición de Cuba es muy
singular: con relación a sus recursos económicos,
el país ha hecho un esfuerzo extraordinario en ciencia y
tecnología lo cual expresa una voluntad política
muy definida. Cuba sigue apostando al desarrollo
científico y tecnológico como vehículo del
desarrollo social. La ambición por satisfacer las
necesidades humanas básicas (en salud, alimentación, etc.) y
la necesidad de articular de modo beneficioso la economía cubana a la economía
internacional, son los móviles del desarrollo
científico y tecnológico cubano que descansa en un
esfuerzo educacional sostenido por casi 40
años.

Mientras la mayor parte de los países del Tercer
Mundo han renunciado al protagonismo en el campo
científico, Cuba insiste en desarrollar una base
científica y tecnológica endógena. El
problema de la relación
ciencia-tecnología-desarrollo es para nuestro país
un tema fundamental. Dentro de ese ambicioso propósito la
responsabilidad
social de la intelectualidad científico técnica
es esencial.

Importancia del
desarrollo científico tecnológico del empleo de las
plantas
medicinales

Las plantas nos resultan extremadamente útiles.
Por una parte nos aportan el oxígeno
necesario para poder
respirar. Pero además nos aportan nutrientes para que
podamos alimentarnos. El uso de las plantas como alimento ha
supuesto una búsqueda desde los inicios de la humanidad de
aquellas especies que resultaban comestibles de aquellas que no
lo eran. En esta búsqueda el hombre ha
experimentado en su propio cuerpo y ha comprobado como lo que
pretendía que fuese un alimento se convertía en un
mortal veneno.

A lo largo de la historia las civilizaciones
se han movido en alrededor de las plantas, constituyendo los
seres vivos que más han influido en la humanidad. La
conservación de las semillas en barro cocido
permitió liberarse de la recolección de plantas
silvestres y el invento de la agricultura con la consecuente
desaparición progresiva de las culturas nómadas. La
búsqueda de especies permitió el descubrimiento del
continente americano y la aparición del colonialismo.
Igualmente, la búsqueda de especies medicinales,
narcóticas o con propiedades afrodisíacas ha movido
al hombre a
buscar en los lugares más recónditos (Salaverry,
2005).

La importancia de las plantas
medicinales se hace más patente en la actualidad en
los países en vías de desarrollo. En
Pakistán se estima que un 80 % de las personas dependen de
estas para curarse, un 40 % en la China. En
países tecnológicamente avanzados como los Estados Unidos se
estima que un 60 % de la población utilizan habitualmente
plantas medicinales para combatir ciertas dolencias. En Japón
hay más demanda de
plantas medicinales que de medicinas oficiales.

La medicina moderna, a través de los análisis clínicos, ha conseguido
precisar la validez de aquellas plantas que la tradición
había utilizado a base del método de
ensayo y
error. Muchas resultaron ser validas; otras demostraron ser
inocuas; otras potencialmente peligrosas. Ha sido precisamente
los análisis bioquímicos los que han podido
determinar cuales son los componentes principales de las plantas
medicinales. – los llamados principios
activos
(García, 2000)

La capacidad de la moderna industria química de producir
estos principios sin la ayuda de las plantas no supone negar la
importancia que estas tienen y sugerirán teniendo en el
futuro.

Pasado y Presente
del empleo de plantas medicinales sobre la base
científico-técnico de su uso

Desde épocas remotas el hombre tuvo que aprender
a vestirse, comer y curarse. Para ello debió mimetizarse
con su entorno y aprender del comportamiento
de los animales, que
basados en su instinto sabía seleccionar las especies que
eran consideradas comestibles, de aquellas consideradas como
medicinales y también tóxicas.

Este aprendizaje le
demandó largo tiempo y no
todos estaban preparados de igual manera para llevarlo a la
práctica. Los continuos éxodos de muchos pueblos
debidos a las constantes guerras
conspiraron contra la adaptación del hombre a su medio o
hábitat.

Sin embargo, en las primitivas aldeas hubo quienes
desarrollaron un conocimiento más profundo y una
adaptación al medio de forma muy superior al resto: ello
motivó la aparición de los primeros chamanes
quienes no solo tenían a su cargo el manejo de los
problemas de salud de sus congéneres, sino que
podían pronosticar cuáles eran las mejores
épocas para el cultivo de sus semillas y la época
de recolección (Echemendía, 2006).

Dentro de las llamadas civilizaciones avanzadas, los
Egipcios dieron muestras de un profundo conocimiento
médico, y a través del papiro de Ebers (primer
documento médico de la antigüedad descubierto en
1872) demostraron las virtudes de muchas plantas medicinales en
salud humana.

En Egipto,
quienes profesaban el arte de curar era
la casta sacerdotal perteneciente a los brahmanes, ya que dentro
de su concepción de vida "quienes tenían las
facultades de reparar los problemas del espíritu,
también podían reparar los trastornos del
cuerpo…"

En épocas pretéritas, los Chinos dieron
una muestra acabada
de la aplicación de las hierbas medicinales, según
se señala en tratados como el
Pen´tsao, reeditado y revisado durante las sucesivas
dinastías. También la India
ofreció su saber a través de obras fundamentales
como el Caraca, Susruta y Vagabhta, donde se mencionan las
virtudes de cientos de plantas medicinales.

En Grecia entre
el siglo IV y III antes de Cristo surge la figura de
Hipócrates, el "Padre de la Medicina", quien no
sólo dio las directrices del correcto empleo de las
plantas medicinales, sino también fundó los
conceptos básicos de la semiología moderna,
propició el ayuno, la hidroterapia y el valor de una
correcta nutrición para tratar dolencias (fue famoso
su aforismo: "Que tu alimento sea tu medicamento") y finalmente
sentó las bases de lo que hoy conocemos como higiene. Otras
figuras importantes de la antigua Grecia las encontramos en
Dioscórides, Galeno, Columena, Celso y Plinio, por citar
sólo a algunas.

En la Edad Media el
empleo de las plantas medicinales sufre un proceso de
estancamiento y descrédito merced a la intemperancia de la
Santa Inquisición que en su famosa "caza de brujas"
mandó quemar en la hoguera a cientos de hombres y mujeres
(curanderos de la época) que realizaban "conjuros con los
poderes demoníacos" durante sus actos terapéuticos.
Únicamente en los monasterios se centró el arte de
curar, gracias al enjundioso trabajo de
monjes y sacerdotes que tradujeron del griego y del latín
las primitivas obras sobre el empleo medicinal de las hierbas.
Eran famosos sus huertos y sus preparados en forma de vinos
medicinales, tradición que aún hoy se conserva
(licor monacal y benedictino).

Durante la conquista de
América los sacerdotes y frailes que se trasladaron al
Nuevo mundo llevaron sus conocimientos médicos, los cuales
se vieron enormemente enriquecidos por el contacto con chamanes
indígenas que les trasmitieron su saber respecto del
empleo de las plantas medicinales americanas. El hecho de
realizar la señal de la Cruz por parte de los
indígenas fue aprendido de los españoles, para
evitar y alejar "conjuros sospechosos" de otras fuerzas
espirituales.

En Europa, el arte
de curar cobró un nuevo impulso por parte de los
alquimistas, entre los que descolló la figura de
Paracelso. En Italia se
formaron importantes escuelas médicas, como por ejemplo la
de Salerno.

En Alemania
surgen figuras como Samuel Hahnemann (mentor de la
Homeopatía), Cristoph Hufeland, Heinrich Lahmann y Augusto
Bier (promotor de la anestesia endovenosa y la raquitomía)
que dieron un fuerte impulso a la medicina
natural. En Estados Unidos se populariza la escuela del
Eclectismo que llegó a cobijar a cientos de médicos
desde sus albores.

Finalmente en el siglo XIX, cuando Friedrich Wohler
produjo la síntesis de la urea a partir de una sustancia
inorgánica (el cianato de amonio), da comienzo la
industria de la síntesis química, ya que hasta
entonces no se concebía como fuente de materia
orgánica ningún otro elemento que no fuese animal o
vegetal. El siglo XX marca el
liderazgo de los productos de síntesis, dejando relegadas
a las plantas como una "práctica medicinal
menor".

Sin embargo, los principales productos de primera
línea surgen del ámbito natural, entre ellos la
penicilina, aspirina, cornezuelo de centeno, belladona, digital,
vincristina, pilocarpina, ipecacuana, atropina, reserpina,
podofilina, etc.

Con la tragedia ocurrida a fines de la década del
'50 con la sustancia química talidomida, se ponen en duda
los criterios de evaluación
de seguridad de la
aprobación de drogas que
regían hasta entonces, dando origen a la creación
de los primeros Departamentos de Farmacovigilancia. Entre 1982 y
1990 salen del mercado
más de doscientas drogas sintéticas debido a graves
problemas de intoxicación entre la población.
Paralelamente la investigación con plantas medicinales
continuó con su silencioso trajinar y de ahí surgen
nuevas drogas de amplio empleo en la actualidad: Panax ginseng,
Ginko biloba, Hipericum perforatum, Taxus bacata, Centella
asiática, Aloe vera, Castaño de Indias, Hamamelis
virginiana, Pygeum africanum, Serenoa repens, Lentinus edodes
(shiitake), Fucus vesiculosus, etc..

La amplia brecha entre las naciones industrializadas y
los países del Tercer Mundo arrojó una importante
masa de habitantes que no pueden, por el momento, acceder a la
medicina convencional. De ahí que la
Organización Mundial de la Salud (OMS) propiciara a
mediados de los '80 la aceptación y puesta en
práctica, por parte de las autoridades gubernamentales, de
las mal llamadas Medicinas Alternativas, dando un especial
interés
a la investigación y prescripción de hierbas
medicinales.

La OMS ha definido como FITOMEDICINA a la
aplicación de principios activos de origen vegetal en
terapéutica. Por otra parte, dicha organización ha manifestado en 1996 que el
80 % de la población mundial depende para su
atención primaria de su salud, de las plantas medicinales.
Los modernos métodos de
extracción, identificación y estandarización
de sustancias provenientes de las plantas, sumado a la investigación científica moderna
(pruebas in
vitro
e in vivo sobre animales, ensayos
preclínicos, clínicos, etc.) han permitido generar
márgenes de seguridad en la prescripción de estos
fármacos hacia la población, lo cual la diferencia
en parte de la FITOTERAPIA CLÁSICA que fundamenta su
accionar en el
conocimiento empírico.

Indudablemente esta nueva definición de
FITOMEDICINA representa una jerarquización de la
práctica fitoterápica convencional, a la cual no
obstante sigue estrechamente ligada. De esta manera suele ser
común hoy en día el acercamiento de
biólogos, botánicos y farmacognostas con chamanes y
curanderos de tribus que aún persisten en las selvas
tropicales. En ese sentido, laboratorios multinacionales han
instalado centros de investigación en el Amazonas o en la
selva costarricense, como es el caso de MERCK &
Co.

Más allá de este renovado interés
hacia las plantas medicinales que profesan los principales
laboratorios del mundo, hay que dejar en claro que dicho
movimiento genera algunas preguntas o dudas:

¿Se está acabando la síntesis
química?

¿La búsqueda se centra únicamente
en el hallazgo de principios activos que puedan ser útiles
en enfermedades "rentables" como el cáncer,
artrosis o diabetes? El
paludismo, la
lepra, la tuberculosis y
las diferentes parasitosis, ¿también
despertarán el mismo interés?

¿Se respetarán los convenios de
coparticipación entre los laboratorios y el país
huésped que provee la "materia
prima"?

¿Se respetará la biodiversidad
del área de trabajo, en especial para evitar la
depredación de especies en vías de
extinción?

Estas y muchas otras preguntas sólo serán
respondidas a través del paso del tiempo y bajo la
acción
centinela de quienes amamos esta actividad.

Más allá de todas estas conjeturas, es
plausible que se renueve el interés sanitario hacia las
plantas medicinales. De acuerdo con un informe reciente publicado
en la prestigiosa revista
Journal of the American Medical Asociation (JAMA), se calcula que
alrededor de 100.000 personas murieron en 1994 en Estados Unidos
por las reacciones adversas a los medicamentos recetados por los
médicos (es decir fármacos "bien recetados"). El
guarismo es más alarmante aún cuando leemos en el
informe que dicha cifra no ha tomado en cuenta los casos por
sobredosis o por fármacos automedicados, lo cual
elevaría aún más el porcentaje de muertos.
Paralelamente, los casos por muertes debidas a plantas
medicinales registran los porcentajes más bajos en los
centros asistenciales y toxicológicos.

No obstante, la FITOMEDICINA no debe considerarse como
una práctica inocua. La misma debe ser ejercida por
personal calificado o profesional. Como decía Paracelso:
"Un tóxico puede ser un remedio y un remedio puede ser un
tóxico. Todo depende de la dosis". En virtud de ello,
podemos decir que no existen plantas tóxicas sino uso
indebido de plantas. El correcto y racional uso que hagamos de
ellas propiciará la continua jerarquización de esta
práctica, que en el nuevo milenio, permitirá al
hombre volver a sus fuentes.

Desarrollo de
las investigaciones científicas sobre plantas medicinales
en Cuba

El desarrollo de las investigaciones
científicas sobre plantas medicinales en Cuba

tiene un carácter multidisciplinario y multisectorial
desde que fue organizado el Programa Nacional
de Investigaciones de Plantas Medicinales que comenzó en
1991 y que ha tenido continuidad en el Programa Ramal de Medicina
Tradicional y Natural (MTN) del MINSAP a partir de
1997.

Brevemente, podemos decir que los estudios se han
dirigido a desarrollar medicamentos herbarios para el sistema de salud,
lo que implica: estudios farmacéuticos, químicos,
farmacológicos, toxicológicos, botánicos,
agro biológicos y finalmente ensayos clínicos.
La meta es
probar la eficacia de los
medicamentos herbarios e introducirlos en el sistema de salud
(Campos, 2004).

La producción de medicamentos herbarios a
escala
industrial mediana o grande tiene futuro pero presenta serias
amenazas en el contexto internacional. Una es que los
medicamentos herbarios pueden y deben ser registrados, como
cualquier medicamento, pero la mayoría no constituyen
procedimientos
de propiedad
industrial patentables, lo que es un desestímulo a la
industria farmacéutica ya que pierde la exclusividad y las
ganancias elevadas que brinda un medicamento
sintético.

Se producen y comercializan muchos "medicamentos
herbarios" que tienen adulteraciones del material vegetal y hasta
principios activos químicos no declarados. Ello crea
desconfianza en los consumidores, los médicos, los
sistemas de
salud y, lo que es peor, han producido efectos adversos muy
graves. La Food and Drugs Administration (FDA), la agencia
reguladora gubernamental de los Estados Unidos de América
para los alimentos,
cosméticos y medicamentos, toma acciones
frecuentemente contra productores por la razones antes
mencionadas.

La producción de "suplementos nutricionales" que
cumplen las exigencias del registro
sanitario de un alimento, menores que las establecidas para los
medicamentos, lleva al mercado productos no validados como
medicinales que engañan al consumidor, quien
piensa que tienen comprobadas las propiedades que se les
atribuyen. Esos productos alcanzan, no pocas veces, precios tan
elevados como el de los fármacos.

En resumen, el charlatanismo, la intrusión
profesional y la actividad mercantil inescrupulosa son en el
contexto mundial las principales amenazas a los medicamentos
herbarios y a la MTN.

En Cuba, según Morón, 2005 existe una
notable armonía entre las necesidades del sistema nacional
de salud y los productores farmacéuticos, que permite
garantizar plenamente que los medicamentos estén
destinados a solucionar problemas de salud y no a ser una
mercancía. Esto brinda condiciones óptimas para la
producción industrial de los medicamentos
herbarios.

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Autoras:

Lic. Yanet Rodríguez Perdomo

Dulce María Soler

Investigador Agregado

Centro Nacional de Sanidad Agropecuaria
(CENSA)

Grupo de Desarrollo y Biotecnología
Industrial

Carretera de Jamaica y Autopista Nacional San
José de las Lajas, La Habana, CUBA.

Partes: 1, 2
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