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Guerra de la Independencia de los Estados Unidos (página 2)




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Travesía del
río Delaware

El 2 de julio de 1776, el Congreso finalmente
resolvió que: «estas Colonias Unidas son, y por
derecho deben ser, estados libres y soberanos
». El 4 de
julio de 1776 se reunieron 56 congresistas estadounidenses para
aprobar la Declaración de Independencia
de los Estados Unidos,
que Thomas Jefferson redactó con la ayuda de otros
ciudadanos de Virginia. Se imprimió papel moneda y se
iniciaron relaciones diplomáticas con potencias
extranjeras. En el congreso se encontraban los cuatro hombres de
la patria George Washington, Thomas Jefferson, Benjamín
Franklin y John Adams. De los 56 congresistas, 14 murieron
durante la guerra.
Benjamín Franklin se convierte en el primer embajador y
jefe de los servicios
secretos.

La unidad se extendió entonces por las Trece
Colonias para luchar contra los británicos. La
declaración presentó una defensa pública de
la Guerra de Independencia, incluida una larga lista de quejas
contra el soberano inglés
Jorge III. Pero sobre todo, explicó la filosofía que sustentaba la independencia,
proclamando que todos los hombres nacen iguales, y poseen ciertos
derechos
inalienables, entre ellos la vida, la libertad y la
búsqueda de la felicidad; que los gobiernos pueden
gobernar sólo con el consentimiento de los gobernados; que
cualquier gobierno puede
ser disuelto cuando deja de proteger los derechos del pueblo.
Esta teoría
política
tuvo su origen en el filósofo inglés John Locke, y
ocupa un lugar prominente en la tradición política
anglosajona.

Estos hechos convencieron al gobierno británico
de que no se enfrentaba simplemente a una turba de Nueva Inglaterra y
barrió casi cualquier objeción que los miembros del
gabinete tuvieran contra la conquista de
las colonias. La confirmaron de que Inglaterra estaba envuelta en
una guerra, y no en una simple rebelión, dictó una
política militar dieciochesca convencional, consistente en
maniobras y batallas entre ejércitos
organizados.

Este cambio de
estrategia
forzó a los británicos a evacuar la ciudad de
Boston en marzo de 1776, y transfiriera sus principales fuerzas a
Nueva York, cuya población se presumía era más
favorable a la causa de la Corona y que contaba con un puerto
superior y una posición central. En consecuencia, en el
verano de 1776, sir William Howe, que sustituyó a Gage
como comandante en jefe del ejército británico en
Norteamérica, arribó al puerto de Nueva York con
una fuerza de
más de treinta mil hombres. Howe tenía
intención de aislar Nueva Inglaterra de los otros rebeldes
y derrotar al ejército de Washington en una batalla
decisiva. Iba a pasar los dos años siguientes tratando de
llevar a cabo este plan.

La guerra naval: combate entre el Constitution y
el Guerriere

Según todas las apariencias,
un enfrentamiento militar prometía todas las ventajas para
Gran Bretaña, una de las potencias más poderosas de
la tierra, con
una población de unos once millones, comparada con los dos
millones y medio de colonos, un quinto de los cuales eran
esclavos negros. La armada británica era la mayor del
mundo y casi la mitad de sus buques participaron inicialmente en
el conflicto con
Norteamérica. El ejército era una fuerza
profesional bien entrenada; en 1778, llegó a tener cerca
de cincuenta mil soldados estacionados solo en
Norteamérica, a los cuales se añadieron más
de treinta mil mercenarios alemanes durante la
contienda.

Para enfrentarse a ese poder militar,
los estadounidenses tenían que empezar de la nada. El
Ejército Continental que crearon tenía menos de
cinco mil efectivos permanentes, complementados por unidades de
las milicias estatales de diferentes tamaños. En la
mayoría de casos, unos oficiales inexpertos, no
profesionales, servían como jefes militares. Washington,
el comandante en jefe, por ejemplo, solo había sido
coronel de regimiento en la frontera
virginiana y tenía poca experiencia en el combate. No
sabía nada de mover grandes masas de soldados y nunca
había dirigido un asedio a una posición
fortificada. Muchos de sus oficiales habían salido de las
capas medias de la sociedad:
había posaderos convertidos en capitanes y zapateros en
coroneles, como exclamó, asombrado, un oficial
francés. Es más, «Sucede con frecuencia que
los estadounidenses preguntan a los oficiales franceses
qué oficio tienen en Francia». No es de extrañar, pues,
que la mayoría de los oficiales británicos pensara
que el ejército estadounidenses no era «mas que una
banda despreciable de vagabundos, desertores y ladrones»
incapaces de rivalizar con los casacas rojas de Su Majestad. Un
general británico llegó a alardear que con mil
granaderos podía «ir de un extremo al otro de
Norteamérica y castrar a todos los hombres, en parte por
la fuerza y en parte con un poco de
persuasión
».

Sin embargo, estos contrastes eran engañosos,
porque las desventajas británicas eran inmensas desde el
principio del conflicto. Gran Bretaña tenía que
conducir la guerra desde el otro lado del Atlántico, a
cinco mil kilómetros de distancia, con los consiguientes
problemas de
comunicaciones
y logística; incluso alimentar adecuadamente
era un problema casi insalvable. Al mismo tiempo,
tenía que hacer una guerra absolutamente diferente a la
que cualquier país hubiera librado en el siglo XVIII. La
propia Norteamérica era inconquistable. La enorme
extensión del territorio hacía que las maniobras y
operaciones
convencionales fueran difíciles y engorrosas. El carácter local y fragmentario de la
autoridad en
Norteamérica inhibía cualquier acción
decisiva por parte de los británicos. No había
ningún centro neurálgico con cuya captura se
pudiera lograr aplastar la rebelión. Los generales
británicos acabaron por decidir que su principal objetivo
debía ser enfrentarse al ejército de Washington en
una batalla, pero, como dijo el comandante en jefe
británico no sabían como hacerlo, «ya que
el enemigo se mueve con mucha más celeridad de la que
nosotros somos capaces
».

Una de las causas de los resultados negativos de los
colonos eran sus mosquetes, ya anticuados y que solo
podían disparar a pocos metros para obtener
precisión. Esto llevó a que se creara un nuevo tipo
de arma más eficaz, que fue el fusil modelo
Pennsylvania, de gran precisión desde más de
80 metros. Los colonos en estos primeros combates lucharon en
forma de guerrillas.

Las batallas de
Saratoga

Las cosas empezaron a cambiar en octubre de 1775 cuando
un ejército británico bajo el mando del General
John Burgoyne se rindió en Saratoga, en el norte del
estado de
Nueva York. Este fue el golpe de gracia y propagandístico
que necesitaban los colonos para su independencia. Desde
Canadá llegaron indios (dirigidos por Joseph Brant), estos
últimos estaban a favor de los británicos porque
los colonos les estaban expropiando sus tierras cada vez
más. La expedición estaba comandada por el general
John Burgoyne y pretendía llegar a Albany. Sin embargo
fueron interceptados y tuvieron que presentar batalla en Freeman,
cerca del río Hudson. Aquí estaban los colonos
comandados por Benedict Arnold (que después fue traidor),
Horatio Gates y Daniel Morgan. Este último comandaba a
fusileros vestidos con pieles y que eran antiguos
cazadores.

El general Burgoyne contaba con 600 mercenarios alemanes
(los británicos llegaron a utilizar hasta 16.000 en toda
la guerra) para tomar la granja. El 9 de septiembre Morgan tiene
a sus hombres bien escondidos en un bosque contiguo a la granja y
en los trigales de la misma. Una vez se acercan los mercenarios
alemanes, los fusileros salen de sus escondites y disparan a los
enemigos, produciendo gran sorpresa entre estos y provocando que
caigan a decenas. Burgoyne entonces manda otros 600 más,
que también caen. Los británicos retroceden, pero
Burgoyne resiste, aunque sin suministros ni víveres, y
consigue poco tiempo después tomar la granja.

Horatio Gates, aunque hombre
pesimista, es convencido por Morgan y Arnold para lanzar un
ataque a los británicos. Con los cañones incautados
a los británicos bombardean la granja y consiguen la
rendición de Burgoyne. Entre el cañoneo de los
colonos un general británico, Simon Fraser ordenó
una carga de caballería totalmente desesperada, por lo
difícil de la situación. Esta carga fue
rápidamente neutralizada por los hombres de Morgan, que
consiguieron acabar con el general. Éste, antes de morir,
pidió ser enterrado en el campo de batalla, y para ello
varios soldados británicos

se reunieron, lo que llegó a confundir a los
colonos. Creyendo que los enemigos se estaban reorganizando para
otro ataque, empezaron a cañonear la zona en que estaban
enterrando a Simon Fraser, y aunque no dieron en el blanco
sí produjeron que los que se esforzaban en la faena fueran
salpicados por la arena y el polvo. Al final se le pudo enterrar
entre una lluvia de balas de cañón. Este hecho
produjo esta frase de un general alemán llamado
Riedesel:«¡Qué gran entierro para un gran
guerrero!

La ayuda extranjera
y el final de la guerra

Alentadas por la victoria de Saratoga, Francia y
España
veían la oportunidad como una ocasión de oro para
lograr la revancha del desastroso Tratado de París de
1763, con el que concluyó la Guerra de los Siete
Años. Así Francia tras unos meses de cierta
vacilación, entró abiertamente en la guerra
firmando una alianza en febrero de 1778 con los colonos. Pese a
sus escasas provisiones y limitado adiestramiento,
las tropas coloniales pelearon bien en general, pero
podrían haber perdido la guerra si no hubieran recibido
ayuda del erario francés y de la poderosa marina
francesa.

Por su parte, España, aunque enseguida
ayudó a los rebeldes con dinero,
armas y
municiones, se mostró más reacia a la
intervención directa, debido al temor de Floridablanca a
las consecuencias de un conflicto armado; incluso aspiró a
algo que, de momento, resultaba una verdadera utopía, la
mediación entre los contendientes. Los objetivos
españoles en América
eran expulsar a los británicos tanto del golfo de México
como de las orillas del Mississippi y conseguir la
desaparición de sus asentamientos en América
Central.

Después de 1778, la lucha se trasladó en
gran medida al sur y el conflicto ya había adquirido un
cariz internacional con la entrada de Francia. Un año
más tarde la realidad se impuso España
declaró la guerra a Inglaterra, pensando incluso en la
posibilidad de invadir Gran Bretaña mediante el concurso
de una armada franco-española, plan que resultó
inviable. Para su entrada abierta en el conflicto el gobierno
español
había firmado el llamado Tratado de Aranjuez, acuerdo
secreto con Francia sellado en Aranjuez el 12 de abril de 1779,
por el cual España conseguía una serie de
concesiones a cambio de unirse a su aliado en la guerra. Francia
prometió su ayuda en la recuperación de Menorca,
Mobile, Pensacola, la bahía de Honduras y la costa de
Campeche y aseguró que no concluiría paz alguna que
no supusiera la devolución de Gibraltar a España.
Esto provocó que los británicos tuvieran que
desviar a Gibraltar tropas destinadas en un principio a las
colonias.

Los puertos de Toulon y Brest, en Francia, que estaban
bloqueados por los británicos, fueron desbloqueados por la
falta de efectivos de los británicos. Con los puertos
atlánticos abiertos, los franceses pudieron llevar tropas
a América al mando de La Fayette, siendo de gran ayuda a
los colonos en su guerra.

Más tarde Holanda también se unirá
a la coalición formada por España y Francia, con
ambiciones de ganar posiciones por el dominio de los
mares.

En 1781, 8.000 soldados británicos al mando del
general Charles Cornwallis fueron rodeados en Yorktown, Virginia,
el último reducto, por una flota francesa y un
ejército combinado franco-estadounidenses al mando de
George Washington de 16.000 hombres. Tiene lugar así la
batalla de Yorktown. Cornwallis se rindió, y poco
después el gobierno británico propuso la paz.
Murieron 156 británicos, 52 franceses y 20 colonos
estadounidenses, siendo los últimos en caer en la Guerra
de la Independencia.

En los restantes frentes entre 1779 y 1781,
España sitió Gibraltar, una vez más
infructuosamente, y se iniciaron una serie de campañas en
América contra distintos puntos estratégicos del
golfo de México en manos británicas, en la mayor
parte de los casos coronadas por el éxito
(Pensacola). Por otro lado, una exitosa expedición a
Menorca permitió la recuperación de la isla en
febrero de 1782.El Tratado de París o Tratado de Versalles
se firmó el 3 de septiembre de 1783 entre Gran
Bretaña y Estados Unidos y puso término a la Guerra
de Independencia de los Estados Unidos. El cansancio de los
participantes y la evidencia de que la distribución de fuerzas, con el predominio
inglés en el mar, hacía imposible un desenlace
militar, que condujo al cese de las hostilidades.

El tratado de
París de 1783 (la Paz de Versalles)

Artículo principal:
Tratado de Versalles (1783)

El cansancio de los participantes y la evidencia de que
la distribución de fuerzas, con el predominio
inglés en el mar, hacía imposible un desenlace
militar, condujo al cese de la hostilidad.

Firma del Tratado de París, 1783. La
delegación británica rehúsa
posar.

El Tratado de París se firmó en septiembre
de 1783 entre Gran Bretaña, Estados Unidos, España
y Francia. Mediante este tratado:

  • Se reconocía la independencia de Estados
    Unidos de América y otorgó a la nueva nación todo el territorio al norte de
    Florida, al sur del Canadá y
    al este del Río Mississippi. El paralelo 32º se
    fijaba como frontera norte. Gran Bretaña
    renunció, asimismo al valle del Ohio y dio a Estados
    Unidos plenos poderes sobre la explotación pesquera de
    Terranova.
  • España mantenía los territorios
    recuperados de Menorca y Florida oriental y occidental. Por
    otro lado recuperaba las costas de Nicaragua, Honduras (Costa
    de los Mosquitos) y Campeche. Se reconocía la soberanía española sobre la
    colonia de Providencia y la inglesa sobre Bahamas. Sin embargo,
    Gran Bretaña conservaba la estratégica
    posición de Gibraltar (Londres se mostró
    inflexible, ya que el control del
    Mediterráneo era impracticable sin la fortaleza de la
    Roca).
  • Francia recuperaba algunos enclaves en las Antillas,
    además de las plazas del río Senegal en África.
  • Holanda recibía Sumatra, estando obligada a
    entregar Negapatam (en la India) a
    Gran Bretaña y a reconocer a los ingleses el derecho de
    navegar libremente por el Índico.
  • Gran Bretaña mantenía a Canadá
    bajo su Imperio, a pesar de que los estadounidenses trataron de
    exportar a tierras canadienses su revolución.
  • Finalmente, se acordó el intercambio de
    prisioneros.

En general los logros alcanzados pueden juzgarse como
favorables para España y en menor medida para Francia a
pesar del elevado coste bélico y las pérdidas
ocasionadas por la casi paralización del comercio con
América un pesado lastre que gravitaría sobre la
posterior situación económica española. Por
otra parte, el triunfo de los rebeldes estadounidenses sobre
Inglaterra no iba a dejar de influir en un futuro próximo
sobre las colonias españolas. Esta influencia vino por
distintos caminos: la emulación de lo realizado por
comunidades en similares circunstancias, la solidaridad de
los antiguos colonos con los que aún lo eran, la ayuda de
otras potencias interesadas en la desaparición del imperio
colonial hispano, etc. Pero estos aspectos se manifestaron de un
modo claro durante las Guerras
napoleónicas.

La nueva constitución

Una vez conquistada la independencia resultó muy
complicado poner de acuerdo a todas las antiguas colonias. En
1787, 55 representantes de las antiguas colonias se reunieron en
Filadelfia con el fin de redactar una constitución. Se
creaba así un único gobierno federal, con un
presidente de la
república y dos cámaras legislativas (congreso
y senado). Esta constitución estaba inspirada en los
principios de
igualdad y
libertad que defendían los ilustrados franceses y se
configuró como la primera carta magna que
recogía los principios del liberalismo
político estableciendo un régimen republicano y
democrático. La independencia y democracia
estadounidense causó un notable impacto en la
opinión y la política de Europa. La
constitución se divide en siete
artículos:

– 1º) Poder Legislativo

– 2º) Poder Ejecutivo

– 3º) Poder Judicial

– 4º) Los poderes del Estado y limites

– 5º) Proceso de
enmiendas

– 6º) Poder federal

– 7º) Ratificación

– Preámbulo

La guerra de la independencia de los Estados Unidos
ocurrió entre 1775 y 1783, finalizando con la firma del
tratado de París. Durante la guerra, Francia ayudo a los
revolucionarios estadounidenses con tropas bajo el mando del
marques de La Fayette, mientras que España, lo hizo desde
el principio gracias a Bernardo de Gálvez y de forma
abierta, a partir de la batalla de Saratoga, mediante armas,
abriendo un frente en el flanco sur. Bernardo de Gálvez y
Madrid,
vizconde de Galveston actuó al principio por motu propio,
dada su excelente información por la mayor rapidez de los
correos que le llegaron desde la metrópoli y que pusieron
en su conocimiento
la declaración de guerra de España al Reino
Unido.

 

Enviado por:

Francisco Augusto Montas Ramirez

Partes: 1, 2
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