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Aura, de Carlos Fuentes: ¿Una obra a la cual le es inmanente una teoría literaria? (página 2)



Partes: 1, 2

 

1. Cuando entramos en Aura no nos recibe ni su
narrador, ni mucho menos Carlos Fuentes. El
honor viene de Jules Michelet quien nos dice:

El hombre caza y
lucha. La mujer intriga
y

sueña; es la madre de la
fantasía, de los dioses.

Posee la segunda visión, las-
alas que le

permiten volar hacia el infinito del
deseo y de la

imaginación… Los dioses son
como los

hombres: nacen y mueren sobre el pecho
de

una mujer.

Con esta visión de la mujer es como
empezamos a formarnos una primera idea del mundo de Aura,
la obra y de Aura, su personaje principal. Al leer el
epígrafe queda en nosotros, los lectores, una huella
mental que se construye con las palabras principales con las que
en él se relaciona a la mujer. Estas son:

INTRIGA – SUEÑO- MADRE –
FANTASÍA – VISIÓN- DIOSES – ALAS
–INFINITO- DESEO- IMAGINACIÓN.

Así, se abre para nosotros ese mundo de
Aura formado por esa huella que coincide con la naturaleza de
Aura. Por esto es difícil separar las preguntas
¿Qué es Aura– la obra-?, de
¿quién es Aura –el personaje-? Para nosotros
parte de la esencia de Aura se basa fundamentalmente en
tres de sus aspectos estructurales: el manejo del tiempo, el
narrador y la construcción de las identidades de sus
cuatro personajes principales. Estos hechos inciden en la manera
como llegamos a entender a Aura: nuestra comprensión del
personaje no puede escapar a la estructura
sobre la que nos es presentado.

2. Aura comienza con las siguientes
palabras:

LEES ESE ANUNCIO: UNA OFERTA DE
ESA NATURALEZA no se hace todos los días. Lees y relees
el aviso. Parece dirigido a ti, a nadie más.
Distraído, dejas que la ceniza del cigarro caiga dentro
de la taza de té que has estado
bebiendo en este cafetín sucio y barato. Tú
releerás. Se solicita historiador joven.

Un narrador que se dirige a ese otro de quien describe a
su vez sus propias acciones:
"tú lees ese anuncio, lees y relees, dejas que la ceniza
caiga…" es un motivo de extrañeza para el lector.
Sin embargo, hay una ambivalencia en la sensación: la
sorpresa por la forma poco usual de narrar se mezcla con la
convicción de que quien lo hace sabe muy bien lo que
dice.

Los verbos en presente de segunda persona que
indican las acciones que realiza Felipe Montero (el protagonista
masculino de la obra) nos hacen sentir la certeza que el narrador
tiene sobre lo que narra, una certeza de tal magnitud que
sus palabras cobran un carácter performativo: lo que ocurre,
ocurre por que el narrador así lo dice. La realidad
narrada aparece con sus palabras. Con sus palabras se
desata la acción.
Al tiempo, este narrador certero hace gala de otra
particularidad: su manejo del tiempo. El tiempo en Aura no
es el mismo tiempo al que estamos habituados los que habitamos
por fuera de su mundo: no es lineal, no ocurre ni respeta la
secuencia de un antes y un después. El tiempo allí
es porque se dice, como hemos dicho más
arriba, pero también es porque se
predice; el tiempo ocurre por las
palabras y las palabras aquí aclaran, dan luz, dan
vida.

Si la palabra anticipa el futuro, el futuro entonces,
ocurre ahora. Así, con la primera inclusión de un
verbo en futuro simple: "Tú releerás", empezamos a
sentir esta otra dimensión del tiempo en el que
ingresamos: es el tiempo de la clarividencia. El narrador
nos compartirá su clarividencia poco a poco. Será
sutil. Jugará a ser imperceptible, tanto, que posiblemente
la presencia de este primer verbo en futuro, se escape a un
lector desprevenido. El efecto de esta gradualidad se puede
asemejar al que siente una persona que entra en un cuarto en
tinieblas y que espera con impaciencia a que sus ojos vislumbren
las presencias que emergen de la oscuridad.

Así, sólo dos párrafos más
adelante, irrumpirá otra vez el futuro y con él
nuestro ingreso de lleno a esa otra dimensión temporal. El
día siguiente de Felipe Montero es ahora
porque el narrador en su clarividencia ya lo ha visto y se
dispone a hacerlo realidad enunciándolo
así:

Vivirás ese día, idéntico
a los demás, y no volverás a recordarlo
sino al día siguiente, cuando te sientes de nuevo en la
mesa del cafetín, pidas el des-ayuno y abras el
periódico. Al llegar a la página de anuncios,
allí estarán, otra vez, esas letras destacadas:
historiador joven. Nadie acudió ayer. Leerás
el anuncio. Te detendrás en el último
renglón: cuatro mil pesos.

Igualmente interesante es que al hacer realidad el
futuro con sus palabras, el narrador selle el presente en el que
"hoy nadie acudió" para convertirlo en el pasado de ese
futuro creado con el verbo y es entonces cuando no anuncia "nadie
acudió ayer", para obligarnos a abandonar junto con sus
palabras el presente en el que antes él mismo nos
había ubicado.

Estos juegos con el
tiempo y el tono de la narración nos permiten, como
lectores, llegar a una primera conclusión parcial: un
narrador certero y clarividente será el guía
que nos llevará a un universo
fantasmagórico, donde el tiempo no responde a nuestra
racionalidad sino a sus propias reglas y ciclicidades.

Aura habita y es a la vez ese universo. A ella llegamos
con la imagen femenina
que da el epígrafe: "Los dioses son como los hombres:
nacen y mueren sobre el pecho de una mujer." Eso es Aura para
Felipe, el protagonista masculino de la obra: lugar de partida y
de llegada, nacimiento y fin. La lectura del
anuncio en el periódico
le hace partir hacia ella y llegar desprevenido a un nacimiento
por la posibilidad de convertirse en la reencarnación del
General Llorente, el esposo de Consuelo – la supuesta
tía de Aura y quien ofrece el trabajo
anunciado en la prensa– muerto
hace 60 años. Sin embargo, esa posibilidad de ser
nuevamente, le significará otra suerte de fines, de
conclusiones: el fin de su voluntad, el fin de su materialidad
como Felipe, el fin de decidir sobre su propia vida.

Es así como con la simple aparición de
Aura, la duda sobre quedarse a vivir en esa antigua, oscura y
húmeda casa, se convierte en una afirmación
rotunda. Entonces su primera respuesta a la solicitud de quedarse
en casa:

– Quizás, señora, sería
mejor que no la importunara. Yo puedo seguir viviendo donde
siempre y revisar los papeles en mi propia casa…
[…]

Se transforma en:

—Sí. Voy a vivir con
ustedes.

Es posible que el doblegamiento de la voluntad de Felipe
ante Aura no se diera si ella fuera diáfana para
él. Es probable que esto sea lo que lo seduce
inconteniblemente: la conjunción entre lo indescifrable de
Aura y la posibilidad de sentir que puede poseer lo
misterioso:

Terminas tu aseo contando los objetos del
botiquín, los frascos y tubos que trajo de la casa de
huéspedes el criado al que nunca has visto:
murmuras los nombres de esos objetos, los tocas, lees las
indicaciones de uso y contenido, pronuncias la marca de
fábrica, prendido a esos objetos para olvidar lo
otro, lo otro sin nombre, sin marca, sin consistencia racional.
¿Qué espera de ti Aura? acabas por preguntarte,
cerrando de un golpe el botiquín. ¿Qué
quiere?"

Al aferrarse a la materialidad que representan esos
objetos personales traídos a casa por un criado que nunca
ha visto -otro aspecto más que refuerza el misterio de la
situación- Felipe lucha por encontrar la consistencia
racional de lo que está viviendo, la necesidad de
olvidarse de eso "otro sin nombre" que acabará por
convertirse en las preguntas desesperadas por comprender a Aura:
¿qué espera de ti Aura? ¿Qué
quiere?

Este ser de Aura, que tanto Felipe como nosotros
vamos descubriendo al antojo de nuestro narrador, va adquiriendo
nuevos matices cuando relacionamos pistas que la obra nos va
dejando en sus diferentes momentos. Por ejemplo, las
coincidencias entre Consuelo y Aura nos son presentadas de la
misma manera morosa con la que fuimos introducidos en la
clarividencia del narrador.

Así, el narrador dice:

Y cuando te estés secando, recordarás a
la vieja y a la joven que te sonrieron, abrazadas, antes de
salir juntas, abrazadas: te repites que siempre, cuando
están juntas, hacen exactamente lo mismo: se
abrazan, sonríen, comen, hablan, entran, salen, al mismo
tiempo, como si una imitara a la otra, como si de la voluntad
de una dependiese la existencia de la otra. Te cortas
ligeramente la mejilla, pensando estas cosas mientras te
afeitas; haces un esfuerzo para dominarte.

En otra escena, Felipe encuentra a Aura en la cocina
despellejando una bestia y luego a Consuelo moviendo sus manos en
el aire como si
estuviera haciendo lo mismo desde su cuarto. Pero la identidad de
las mujeres no sólo nos es dada por la identidad en sus
acciones. La voz de Consuelo es testimonio mismo del hecho. Por
ello en ocasiones se refiere a sí misma en singular y
otras veces en plural:

Es que nos amurallaron, señor Montero.
Han construido alrededor de nosotras, nos han
quitado la luz. Han querido obligarme a vender.
Muertas, antes. Esta casa está llena de
recuerdos para nosotras. Solo muerta me
sacarán de aquí . .. Eso es. Gracias

De la misma manera, Consuelo juega una y otra vez con la
idea de hacer regresar a Aura. La primera vez que Montero
entra a la casona, Consuelo le informa al joven que ella ha
regresado y como aún él no sabe a quién se
refiere la mujer con "le dije que regresaría" tiene que
preguntar directamente a quién se refiere. El diálogo se
desarrolla así:

—Le dije que
regresaría…

—¿Quien?

—Aura. Mi compañera. Mi sobrina.

Palabras con las que nos encontramos por primera vez con
la referencia a Aura y más particularmente con su regreso,
que es otro viso de lo que Aura es: el regreso de la juventud de
Consuelo. Esta realidad hasta ahora sugerida, no es presentada
abiertamente en la última escena de la obra cuando Felipe,
buscando a Aura, descubre a Consuelo quien con la voz de la joven
ya nos enfrenta de lleno a su unicidad:

—Aura. . .

Y escucharas el leve crujido de la tafeta sobre los
edredones, la segunda respiración que acompaña la tuya:
alargarás la mano para tocar la bata verde de Aura;
escucharas la voz de Aura:

—No… no me toques. . . Acuéstate a mi
lado. . .

Tocarás el filo de la cama, levantarás
las piernas y permanecerás inmóvil, recostado. No
podrás evitar un temblor:

—Ella puede regresar en cualquier
momento. . .

—Ella ya no regresará.

— ¿Nunca?

—Estoy agotada. Ella ya se agotó. Nunca
he podido mantenerla a mi lado más de tres
días. […] Acercarás tus labios a la
cabeza reclinada junto a la tuya, acariciarás otra
vez el pelo largo de Aura: tomarás violentamente a
la mujer endeble por los hombros, […]:
verás bajo la luz de la luna el cuerpo
desnudo de la vieja, de la señora Consuelo,
flojo, rasgado, pequeño y antiguo, temblando
ligeramente porque tú lo tocas, tú lo amas,
tú has regresado
también

Como lectores, entonces, somos finalmente sorprendidos:
la idea del regreso no se restringe a la juventud de Consuelo en
Aura, es un regreso que incluye al mismo Felipe Montero, quien al
"temblar" porque toca el cuerpo viejo de Consuelo y al
descubrirse amándolo, es informado por nuestro narrador de
que él ha regresado también. Felipe Montero es
pues, el amor de la
vida de Consuelo: el General Llorente.

La obra cierra pues, confirmándonos que Aura y
Consuelo, ellas que son una sola y que son la mujer, son el lugar
del deseo donde Felipe y Llorente, ellos que son sólo uno,
los hombres, los dioses, nacerán y morirán una y
otra vez. Diremos entonces que hemos comprobado que el mundo de
Aura es el mismo mundo de Aura, lugar en donde se es fiel
a las palabras con que Michelet nos recibió: intriga,
sueño, fantasía, dioses, madre, alas,
visión, infinito, deseo e
imaginación.

3. Uno de los aspectos formales que conforman la
singularidad de Aura es la presencia de un narrador que
combina en la misma oración y párrafo
diferentes tiempos verbales (por ejemplo futuro simple con
presente), estrategia que
nos produce la sensación de estar frente a un narrador
certero (que está seguro de lo que
dice, al punto de la omnipresencia) y clarividente (no narra
sólo el presente sino el futuro el cual puede convertir en
presente o en pasado a su antojo, como si sólo usara
performativos). Este manejo verbal, junto al tratamiento
cíclico del tiempo y el descubrimiento lento que hacemos
sobre las isotopías entre los cuatro personajes
principales (Consuelo=Aura General Llorente=Felipe Montero) son
algunos de los elementos estructurales que nos produce esa
sensación fantasmagórica, mágica,
soñadora que nos viene desde el epígrafe y que se
desplega por todo el cuerpo de la obra.

Como se dijo en la breve introducción a este escrito, el objetivo del
mismo es sólo esbozar algunas de las singularidades del
texto. En
consecuencia, es un ejercicio –y una invitación- en
el que se debe profundizar para comprobar la hipótesis de que Aura propone en
sí misma elementos innovadores para la Teoría
lingüística y literaria que deben ser
minuciosamente aclarados en términos formales.

Si su novedad consiste, como aquí pensamos, en
actualizar el lenguaje de
una manera especial, la puesta en evidencia de dicha manera
podría considerarse como una contribución a la
comprensión de la forma como el habla se acopla con la
lengua en su
dimensión literaria; de cómo las palabras se
enlazan para generar los efectos y las atmósferas que
sentimos a leer; es decir, de la forma en que una obra puede
representar una nueva propuesta teórica, tal y como lo
exigía en aquella lejana conferencia una
estudiante anónima de literatura.

 

Autora:

Luz Helena Rodríguez
Núñez

Estudiante Doctorado Estudios
Hispánicos

Universidad de Montreal

Fundación Universitaria Católica del
Norte

Enero de 2008

Partes: 1, 2
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